Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  -[240]-     -241-  

ArribaAbajoCapítulo segundo.- Rectificaciones históricas

Diferencia entre la historia antigua y la historia colonial del Ecuador en punto a documentos fidedignos. La Historia antigua del Reino de Quito escrita por el padre Juan de Velasco. Análisis crítico acerca del valor histórico de sus narraciones respecto de los Scyris. Dudas sobre sus documentos históricos. Juicio sobre la monarquía de los Scyris. Observaciones necesarias para acertar en las investigaciones arqueológicas. Rectificación acerca de la leyenda histórica relativa al origen de los Cañaris. El plano de Chordeleg ¿será un Contador?



I

Lo que acabamos de exponer en el capítulo anterior requiere que, en la historia de las aborígenes ecuatorianos,   -242-   procuremos esclarecer algunos puntos que están en manifiesta contradicción con nuestras opiniones.

Hay una diferencia inmensa entre la historia del Ecuador en tiempo de la colonia, y la historia antigua de los aborígenes ecuatorianos antes del descubrimiento y de la conquista; para la historia de la época colonial no sólo no faltan ni escasean, sino que abundan y aun sobran documentos; y esos documentos tienen todos los requisitos morales que una crítica histórica ilustrada exige para darles fe; en la narración de los sucesos acaecidos en tiempo de los aborígenes andamos muy a tientas, por entre una densa oscuridad, expuestos a tropezar con el error y darle crédito, sobre todo cuando se presenta autorizado con el testimonio de los antiguos historiadores y cronistas americanos. Necesario es, pues, someter esas narraciones a un análisis crítico severo, para procurar extraer de ellas la verdad pura, limpia de toda fábula; y esto es lo que nosotros nos hemos propuesto hacer en nuestros estudios; presentaremos los argumentos que hay en contra de narraciones muy autorizadas hasta ahora, y emitiremos nuestra propia opinión personal, aduciendo los fundamentos en que la apoyamos. Más tarde, con datos mejores que los nuestros, y con más sagaces investigaciones, o se confirmarán nuestras conjeturas, o se las rechazará, como destituidas de fundamentos científicos razonables.

Daremos principio a nuestro análisis crítico, por la Historia del antiguo Reino de Quito.

Según el padre Velasco, los Quitos eran distintos de los Scyris: aquéllos fueron los primitivos pobladores de la comarca central ecuatoriana; éstos llegaron después, vencieron a los primeros y fundaron un reino, que llegó a ser poderoso, mediante guerras y alianzas sucesivas. Nosotros opinamos que los Quitos y los Scyris no fueron dos pueblos distintos, sino un solo pueblo, procedente de una misma raza; y, en cuanto a la verdad histórica relativa   -243-   a la monarquía de los Scyris, hacemos las siguientes conjeturas145.

Los Caribes estaban divididos en tribus distintas, con sus jefes o régulos propios, entre los cuales no es moralmente imposible que haya habido alguna especie de alianza y confederación, sobre todo cuando los Incas, en su conquista, se presentaron amenazantes de este lado del nudo del Azuay; pero ese reino antiguo y bien organizado, con una serie de doce príncipes o Scyris, cuyas empresas guerreras tanto se ponderan, nos atrevemos a decir que, según nuestro juicio, no tiene fundamento sólido en nuestra historia, de la cual, por lo mismo, debiera ser eliminado como fábula, a lo menos hasta que, con documentos ineludibles, llegue a constarnos lo contrario. Del reino tradicional de los Scyris no debe quedar, pues, en la historia más que el nombre, que es palabra de la   -244-   lengua caribe, en su dialecto antillano; todo lo demás carece de fundamento.

Velasco es el único historiador que ha narrado esos hechos; pero, aquilatando la verdad de la narración en el crisol de una crítica concienzuda, el reino de los Scyris de Carán se desvanece y pasa a ser una leyenda, destituida de fundamento histórico.

Tenemos asimismo como fabuloso cuanto se refiere acerca de la cultura y civilización de los Scyris, quienes no edificaron ningún templo al Sol en la cumbre del Panecillo, ni levantaron otro a la Luna en la colina del frente. Sus columnas para observar los equinoccios y los   -245-   solsticios, su género de escritura en piedrecillas de tamaños diversos, su manera de guerrear atrincherándose en plazas fuertes cuadrangulares, tal vez, no carece de algo de verdad, atendidos ciertos descubrimientos arqueológicos verificados por nosotros en estos últimos tiempos.

Toda la historia de Cacha, el duodécimo Scyri; su retirada de Quito a Atuntaqui, sus encuentros con Huayna-Cápac, su derrota y muerte, y la sucesiva proclamación de la hermosa Pacha por su heredera del reino, son inexactitudes fabulosas, y es necesario suprimirlas en la historia de los aborígenes ecuatorianos. Velasco está en contradicción con todos los historiadores antiguos.

Por testimonio unánime de todos los historiadores antiguos, consta que la provincia de Riobamba y la provincia de Quito, con los territorios de Ambato y de Latacunga, fueron conquistados por Túpac-Yupanqui, y no por Huayna-Cápac; el llamado reino de los Scyris concluyó, pues, con las conquistas de Túpac-Yupanqui, y, cuando su hijo y sucesor Huayna-Cápac vino a estas provincias, ya ese reino no existía. Los sucesos, pues, que refiere Velasco no pueden ser verdaderos.

¿Cuál de los Incas llevó a cabo la conquista de Quito? Todo lo que ahora es territorio de la República del Ecuador, y aun algo más hasta el río de Angasmayo al   -246-   Norte de la línea equinoccial, se solía designar en los tiempos antiguos, en los que siguieron inmediatamente a la conquista, con el nombre general del Reino de Quito; y los historiadores y los cronistas castellanos, cuando tratan de las conquistas de los Incas en las comarcas septentrionales del Cuzco, atribuyen la conquista de Quito tanto a Túpac-Yupanqui como a Huayna-Cápac, porque ambos Incas la hicieron, en efecto. Túpac-Yupanqui conquistó toda la región ecuatoriana, desde el Macará hasta el Guaillabamba; y Huayna-Cápac redujo las dos provincias del Norte, que son la de Imbabura y la del Carchi, y avanzó hasta el Angasmayo.

Huayna-Cápac tardó diez y siete largos años en someter al régulo de Cayambe, que, confederado con el de Otavalo y con el de Caranqui, opuso al Inca resistencia tenaz y vigorosa; y en la narración de los hechos sucedidos durante aquella guerra hay mucha variedad en los antiguos historiadores. Acaso no nos apartaremos enteramente de la verdad, si decimos que Huayna-Cápac se dio maña para hacer pasar un cuerpo de tropas por la cordillera del Norte a la actual provincia del Carchi, con cuyo arbitrio acometió de frente y por las espaldas a los Caranquis, en quienes después de vencidos ejecutó venganzas sangrientas, para memoria de las cuales se le mudó al lago de Caranqui su antiguo nombre, llamándolo Yahuar-cocha o lago de sangre146.




II

Una cuestión muy curiosa vamos a tratar ahora. ¿Quién fue la madre de Atahuallpa? ¿Dónde nació Atahuallpa?   -247-   Cieza de León asegura que Atahuallpa nació en el Cuzco, y que fue hijo de una de las mujeres peruanos de segundo orden que tenía Huayna-Cápac; pero ésta no deja de ser una manifiesta equivocación del antiguo cronista de los Incas. Lo cierto es, a no dudarlo, lo siguiente:

Atahuallpa fue hijo de Huayna-Cápac en la hija del último régulo de Quito. Muy sabido es que los Incas tenían dos clases de mujeres; una legítima, y otras nada más que concubinas; según las costumbres de los soberanos del Cuzco, mujer legítima del Inca era solamente su propia hermana de padre y madre; pero, para concubinas, tomaban ordinariamente a las hijas de los curacas o señores principales de las provincias de su imperio. Huayna-Cápac había compartido su tálamo con una princesa quiteña, con la hija del último régulo de Quito, y ésta fue la madre de Atahuallpa.

¿Cómo se llamaba la madre de Atahuallpa? El padre Velasco dice que se llamaba Pacha; Gómara y Garcilaso de la Vega callan el nombre, y refieren solamente que era hija del último rey de Quito. El padre Coba le da el nombre de Tocto-Ocllo, y el padre Oliva el de Guayara, y otros le dan otros nombres; no es, pues, tan seguro que se llamara Pacha. Cabello Balboa parece dar a entender que fue princesa del Cuzco, una Ñusta. Lo cierto, lo indudable es únicamente que la madre de Atahuallpa fue de Quito, e hija del último régulo de Quito. Pedro Pizarro, que fue uno de los que estuvieron en Cajamarca y trató a Atahuallpa y a los indios principales que acudían a esa ciudad a ver al Inca, dice: «Pues estando este Huayna-Cápac conquistando a Quito, que dicen tardó en ganallo más de diez años, hubo a este Atahuallpa de una india, hija del señor principal de esta provincia de Quito».

Para fijar con alguna probabilidad el lugar del nacimiento de este desgraciado príncipe, conviene tener presente que el año de 1533, en que fue muerto por Pizarro   -248-   en Cajamarca, Atahuallpa era todavía joven; pues, según el testimonio de los que lo vieron y trataron en la prisión, contaba apenas treinta o treinta y dos años de edad; de donde se deduce que nacería el año de 1501 o el de 1502. Huayna-Cápac murió ocho años antes del triste descalabro de Cajamarca, y cuando Atahuallpa estaba de veintitrés o veinticuatro años; y, como su padre permaneció cuasi treinta años en Quito, es claro que Atahuallpa no pudo haber nacido en el Cuzco, sino en Quito, como lo refiere una tradición constante.

Empero, difícil parece sostener que nació en Caranqui; pues la guerra con los de esa tribu duró diez y siete años, y el triunfo definitivo de Huayna-Cápac sobre los belicosos caranqueños sucedió poco antes de la muerte del Inca; es, pues, seguro que Atahuallpa nació en Quito y que en el desventurado hijo de Huayna-Cápac se mezcló la sangre quichua de los Incas con la sangre de los régulos de Quito147.

Huáscar era mayor que Atahuallpa, y nacido, criado y educado en el Cuzco.

Discutiremos todavía más este punto del lugar del nacimiento de Atahuallpa. ¿Dónde nació Atahuallpa? ¿Quién fue la madre de Atahuallpa? ¿Cómo se llamó la madre de Atahuallpa? He aquí tres cuestiones bien distintas: resuelta una de ellas, no por eso quedan resueltas las demás.

Que la madre de Atahuallpa haya sido una india quiteña, hija del régulo de Quito, no cabe duda: lo afirman Pedro Pizarro, Gómara, Garcilaso de la Vega, Zárate, Montesinos, Oliva y Velasco, apoyado en la autoridad de Niza; Herrera y Cobo le dan nombre quichua, ¿se sigue   -249-   necesariamente que no fuese quiteña? Como hija del régulo de Quito, era ella una india principal; y, admitida entre las mujeres del Inca, se le cambió indudablemente el nombre, poniéndole un nombre quichua, en vez del nombre quiteño.

Huayna-Cápac vino a Quito, cuando todavía era joven; lo llamó su padre, para que se ocupara en dar cima a la conquista del reino de Quito, gran parte del cual la había sometido ya el mismo Túpac-Yupanqui. Bien pudo, pues, haber nacido Atahuallpa en Quito el año de 1501 o el de 1502, cuando su padre estaba en esa ciudad, ocupado en la guerra con los régulos de Imbabura, que le opusieron larga y tenaz resistencia. Esta resistencia consta que duró muchos años. La historia de la conquista de las provincias de Imbabura y del Carchi por Huayna-Cápac es una de los puntos más oscuros de la época antigua; en los escritores castellanos hay grande confusión. Tal vez, se podría esclarecer suponiendo que, al cabo de diez años de guerra, logró el Inca someter a los régulos de Cayambe y de Imbabura; que, sometidos éstos, redujo a los Quillacingas y a los Pastos, y que, de nuevo, valiéndose de una ausencia temporal que de Quito hizo el Inca yendo al Cuzco, se revelaron para sacudir el yugo de los señores del Perú, y entonces en esta guerra fue la matanza de los Caranquis. El inmenso edificio que en Caranqui mandó construir Huayna-Cápac, supone un transcurso no muy breve de tiempo; y la historia se esclarece mediante la suposición que acabamos de hacer.

Jerez, que conoció a Atahuallpa y lo trató en Cajamarca, le da treinta años de edad; y la misma dice Oviedo que le calculaban otros españoles que también estuvieron en Cajamarca; treinta y dos años, dicen ambos historiadores.

Con acaloramiento han discutido algunos historiadores antiguos sobre la legitimidad de Atahuallpa, y sobre la justicia de su derecho al trono de Quito. Según los usos y costumbres de los soberanos del Cuzco, claro es   -250-   que Huáscar era legítimo, y que Atahuallpa no lo era; pero, en un sistema de gobierno como el de los Incas del Cuzco, en el que la única fuente del derecho era la voluntad del monarca, considerado como hombre divino, ¿no podría haber dividido sus estados entre dos hijos suyos el Inca, dueño y árbitro absoluto de las cosas de su imperio, autor de las leyes y superior a ellas?

Cuestión ociosa nos parece, pues, ésta; tanto más cuanto, por informaciones antiguas, consta que ni Huáscar era legítimo, y que el heredero legítimo del imperio fue un otro hijo de Huayna-Cápac, llamado Ninan-Cuyuchi, el cual murió antes del padre, en edad temprana.

La historia de las naciones indígenas de América es muy confusa, carece de fundamentos sólidos y está mezclada con fábulas; si esto se puede asegurar con razón respecto de todas las historias de las naciones indígenas en general, sobran motivos para repetirlo en cuanto a la historia de los Incas del Perú. En efecto, esa historia no descansa más que en la tradición oral de los indígenas, la cual no tenía otra fuente que la memoria de cada testigo o de cada narrador; en el Perú no había letras ni jeroglíficos, ni escritura pintada; no había más que tradición, y una tradición tan pobre que enmudecía ante los más notables monumentos arqueológicos, y callaba cuando se le preguntaba el origen de ellos. Añádase a esta circunstancia el estado del ánimo de los primeros escritores o cronistas castellanos, en algunos de los cuales se trasluce, a través de su estudiada imparcialidad, el deseo de tejer una historia completa de los monarcas cuzqueños, en la cual no haya vacíos ni lagunas; ¿cómo daremos entero crédito, por ejemplo, a Garcilaso de la Vega o al licenciado Montesinos? El Inca Garcilaso ha trazado de los monarcas del Cuzco una historia, tan seguida, tan llena, tan candorosa, que ese mismo candor, esa misma prolijidad, esa misma encadenación de los hechos la hacen sospechosa y la convierten en novela o poema; en la obra de Montesinos hay unos cuantos datos seguros sobre la antigüedad peruana, y todo lo demás debe desecharse inexorablemente como fabuloso y gratuito.

  -251-  

Si esto podemos asegurar relativamente a la historia de los Incas del Perú, ¿qué no deberemos decir en cuanto a la historia de los Scyris de Quito? Velasco es el primero que nos ha referido esa historia, dándonos una serie no interrumpida de reyes, con la edad de cada uno y el tiempo que duró su reinado. Garcilaso compuso de los Incas, sin más documentos que las conversaciones que oyó cuando niño a sus tíos maternos, una historia tan minuciosa, cual no la tienen semejante los papas de los primeros siglos de la Iglesia; Montesinos tejió, remontándose nada menos que hasta el Diluvio bíblico, una sucesión de soberanos del Perú, tan seguida y completa, como no la hay ni de la misma España. Velasco, al cabo de dos siglos y medio, nos obsequia a los ecuatorianos con una dinastía, tan cabal y tan enlazada, como una genealogía de nuestros Libros Santos. ¿Cuáles fueron los documentos en que se apoyó? La sinceridad con que se debe escribir la historia nos obliga a declarar que Velasco careció de documentos fidedignos para escribir la historia de los aborígenes de Quito, y que, por lo mismo, esa historia no merece entero crédito.

Ningún historiador antiguo habla de los Scyris, la tradición respecto de ellos en Quito no ha existido nunca; ¿de dónde sacó Velasco los datos para su historia? Velasco cita en su apoyo dos obras del padre fray Marcos de Niza; pero nadie ha visto esas obras, nadie ha hecho siquiera mención de ellas; ¿dónde las vio el padre Velasco? Parece que esas obras, manuscritas, inéditas, las vio y las leyó en Quito el padre Velasco. ¿Cómo vinieron esas obras a Quito? ¿Los manuscritos que vio el padre Velasco, eran los únicos ejemplares que de esas obras existían?... ¿Eran, acaso, los mismos originales del padre Niza? ¿Dónde estaban? ¿Quién los poseía en Quito? Oímos al mismo padre Velasco, y consideremos lo que dice acerca del padre Niza y de sus escritos. He aquí las palabras textuales del padre Velasco: «Fray Marcos de Niza, religioso franciscano, que vino con el capitán Benalcázar a la conquista de Quito, y fue después nombrado por primer Comisario de su orden en   -252-   las provincias del Perú. Este religioso, tan celoso del bien de los indianos, como diligente investigador de sus antigüedades, escribió varias obras, que son: Conquista de la Provincia de Quito, Ritos y ceremonias de los indios, Las dos líneas de los Indios, Las dos líneas de los Incas y de los Scyris, señores del Cuzco y del Quito, Cartas informativas de lo obrado en las provincias del Perú y del Quito, que fueron escritas a Panamá, México y España, Viaje por tierra a Cíboli, reino de las siete ciudades. De todas estas obras, que podían formar dos volúmenes gruesos, no han visto la luz pública sino una de las Cartas informativas, inserta en la obra de Las Casas, y el Viaje a Cíboli, en la colección del Ramusio T. III. Todas las demás, a excepción de tal cual copia manuscrita, se suponen sepultadas en los archivos, por causa del grande ardor contra los conquistadores, especialmente contra Benalcázar, motivo por que salió de Quito, y logró pasar a Nueva España, con el capitán Pedro de Alvarado, donde escribió su última obra. Heredó su espíritu doblado fray Bartolomé de Las Casas, y lo que escribió de antigüedades se halla lleno de fábulas y conjeturas»148.

El padre Niza o estuvo con Benalcázar, cuando la primera entrada de este Capitán a Quito, o vino hasta la antigua Riobamba con Almagro; lo primero parece verosímil, y entonces llegaría a Quito y sería testigo de las crueldades, que, según él mismo refiere, vio cometer a los conquistadores; pero, entonces los indios estaban en guerra con los conquistadores, y éstos no se detuvieron mucho en Quito, circunstancias muy desfavorables para consagrarse a investigaciones históricas y genealógicas. Además, el padre Niza ¿sabría la lengua quichua? ¿Cómo la aprendió en tan breve tiempo? ¿Se entendería, acaso, con los indígenas, por medio de intérpretes? Pero, en ese tiempo parece que no había más que uno, el tristemente célebre Felipillo, a quien, como es sabido, hizo ahorcar Almagro en Riobamba.

  -253-  

¿No habrá una equivocación en las cronistas franciscanos, al asegurar que el padre Niza vino con Benalcázar al Perú? En las crónicas americanas de las corporaciones religiosas abundan, por desgracia, las noticias inexactas y las equivocaciones en cuanto a fechas y a sucesos históricos. ¿No vendría al Ecuador el padre Niza más bien en compañía de Alvarado, que de Benalcázar? Si esto fue así, el padre Niza no estuvo en Cajamarca; y su residencia en el Ecuador no pasó de tres meses, cuando más.

La carta o relación del padre Niza, insertada por el padre Las Casas, en su celebérrimo opúsculo sobre la Brevísima destrucción de las Indias, no es tan clara ni tan explícita en punto a fechas que no deje lugar a dudas. Parece que, sin violencia, podríamos interpretarla diciendo que Niza ha referido en ella sucesos que oyó, y cosas de las cuales fue testigo de vista. Los escritos del padre Niza, citadas por el padre Velasco como principales fuentes de su historia de los Scyris, son tan raros, tan desconocidos, que no los conoció ni tuvo noticia de ellos un erudito tan inteligente como León Pinelo, el cual ni siquiera los menciona en su Biblioteca occidental.

Sin embargo, no se puede suponer que el padre Velasco haya citado a Niza sin haber leído sus obras sobre los régulos de Quito; quizá algún día se esclarecerá este punto tan oscuro ahora. ¿Dónde leyó Velasco las obras de Niza? ¿Dónde escribió Niza sus obras? ¿Las escribió en el Ecuador, antes de partir a México? ¿Las compuso, tal vez, en México? ¿Cuáles eran esas bibliotecas, en las cuales, según Velasco, estaban guardadas las obras de Niza manuscritas? Parece que Velasco leyó las obras de Niza en Quito. ¿Qué fue del ejemplar en que las leyó? ¿Era éste el autógrafo de Niza o sólo una copia? Si fue sólo copia ¿era fiel? ¿No estaría, acaso, adulterada? ¿Qué se han hecho esos manuscritos, de los cuales ahora no da razón nadie? Muy diligente tiene que ser la crítica histórica en el estudio de las fuentes.

  -254-  

Emitimos estas dudas para dar a conocer la prolijidad con que hemos procurado estudiar la historia de los aborígenes ecuatorianos, sometiendo las narraciones antiguas a un análisis crítico escrupuloso.

Pero, ¿quién ha visto, volveremos, pues, a preguntar, los escritos del padre Niza? Parece que ni el mismo padre Velasco los había leído, a lo menos así lo hace sospechar, cuando, hablando de las obras del padre Niza dice: «Todas las demás, a excepción de tal cual copia manuscrita, se suponen sepultadas en los archivos», expresiones demasiado vagas, ambiguas e indeterminadas, que revelan la insegura crítica del historiador del Reino de Quito.

Los fundamentos en que el padre Velasco apoya su narración de la historia de los Scyris de Quito son, pues, muy frágiles, y no es temeridad el considerar esa historia como de pura imaginación en muchos de sus pormenores y circunstancias149.




III

Del estudio de los objetos arqueológicos, de la comparación de unos objetos con otros, de la inspección ocular   -255-   de los sitios y lugares, del análisis de las lenguas, del examen de las tradiciones y del conocimiento de los antiguos usos y costumbres, se ha de deducir no la historia, sino el estado de cultura relativa, a que habían llegado las tribus de los aborígenes ecuatorianos.

Para obtener en estas investigaciones arqueológicas resultados ciertos y seguros, hemos de distinguir con mucho esmero una civilización de otra civilización; así no confundiremos unas cosas con otras, ni deduciremos consecuencias falsas de datos inexactos. Debemos considerar que los antiguos cronistas castellanos tuvieron en poco la cultura de las naciones indígenas sometidas al cetro de los Incas, y que describieron con prolijidad solamente lo relativo a éstos; hablaron extensamente de las leyes, de los usos, de las costumbres, de las creencias y prácticas religiosas y de las artes de los Incas, y prescindieron casi completamente de la civilización de los pueblos conquistados por los hijos del Sol; y algunos ni sospecharon siquiera que hubiese habido en el Perú y en el Ecuador naciones con una civilización distinta de la de los quichuas. Para Garcilaso, los Cañaris eran salvajes; aseveración desmentida por la arqueología. En una misma provincia, en una localidad relativamente estrecha, por ejemplo, en la provincia del Azuay, habitada por los Cañaris, a quienes acabamos de nombrar, se distinguen objetos pertenecientes a tres razas distintas: en la cerámica, verbigracia, en la comarca de Cañar hay vasos netamente peruanos, de origen incásico; en la parte oriental, en el valle de Paute, se desentierran ánforas de barro, que proceden de la industria caribe, y en Chordeleg vasos y utensilios de barro son de fábrica quiché. Un conocedor ejercitado distingue esas prendas al momento. ¿Con cuánta circunspección no convendrá que proceda el arqueólogo en sus clasificaciones? Muchas veces acontece, que en objetos pertenecientes a un mismo pueblo, a una misma raza, a una misma civilización, se encuentran variedades, que se refieren a épocas distintas, a momentos diversos, dirémoslo así, en la historia de los pueblos.

  -256-  

La arqueología indígena ecuatoriana ha de distinguir, y por eso, las razas, y en las razas las familias, y en la duración histórica de esas familias dos tiempos distintos, el antiguo, el que precedió a la conquista, y el que siguió a ella, el que pudiéramos (aunque impropiamente) llamar moderno. Distinción indispensable para no perdernos en estériles y vanas conjeturas. Las tribus indígenas no aceptaron de lleno la civilización castellana; y, después de reducidas por los conquistadores a una nueva manera de vida, todavía, a pesar de ser bautizadas, conservaron por un tiempo, más o menos largo, sus usos y sus costumbres antiguas; se enterraban en sus conocidos cementerios, donde estaban los sepulcros de sus antepasados, y en sus sepulcros, cavados a la usanza antigua, se depositaban todos aquellos objetos que habían constituido en vida el tesoro del difunto; entre esos objetos estaban el vaso de barro, que remedaba los vasos de cristal de los conquistadores; el frasco de vidrio, las cuentas de vidrio, y en sus ollas y en sus copas de barro, la señal de la cruz, puesta en vez de las figuras de animales, con que supersticiosamente las solían adornar antes. Cuando esos objetos se encuentran, pues, en las tumbas de los aborígenes, ya sabemos lo que significan; una crítica, serena e ilustrada, nos impedirá perdernos entonces en cavilaciones y en conjeturas, destituidas de todo fundamento. Después de la conquista, en los años que siguieron inmediatamente a ella, los indios, en sus utensilios de barro, remedaban los objetos nuevos que les habían llamado más su atención: el sombrero, la copa de brindar y hasta el perrillo doméstico. La cerámica ecuatoriana, extraída de los sepulcros de los indígenas, abunda en ejemplares de esa clase de obras; los objetos de piedra y, sobre todo, los de oro, son las muestras más seguras de la cultura genuina de los aborígenes ecuatorianos.

Éstos no conocían el uso del fierro, y lo suplían con el cobre, fabricando de ese metal sus instrumentos, dándole al cobre un temple admirable. La cultura de las antiguas tribus indígenas ecuatorianas desmiente la exactitud   -257-   sistemática de las clasificaciones que en la arqueología prehistórica han establecido algunos antropólogos modernos: la piedra tosca y la piedra pulimentada; el hueso y el cobre; la plata y el oro han sido simultáneamente empleados por los aborígenes ecuatorianos, para fabricar los utensilios domésticos de que habían menester; y los adornos con que se engalanaban, y hasta los idolillos para sus supersticiones religiosas.

Respecto de los antiguos Cañaris, creemos no sólo oportuno sino necesario hacer aquí una rectificación histórica y una aclaración. Apoyados en la autoridad de Molina, referimos la fábula o leyenda que los Cañaris contaban a cerca del origen de ellos; pero, después, estudios más detenidos, investigaciones más prolijas y nuevos documentos nos han facilitado los medios de esclarecer completamente ese punto. Molina confundió la leyenda relativa al origen de los Jíbaros, con la leyenda que acerca de su origen tenían los Cañaris, y creyendo, acaso, que los Jíbaros y los Cañaris no formaban más que una sola tribu, refirió como si fuera leyenda relativa al origen de los Cañaris, la que se refería al origen de los Jíbaros. En efecto, éstos eran los que se tenían por descendientes de aquellas guacamayas o mujeres mitológicas, con quienes el progenitor suyo se desposó, para repoblar la tierra después de la gran inundación o diluvio, que acabó con todos los vivientes150.

  -258-  

Los Cañaris se creían descendientes de una culebra, grande y misteriosa, la cual finó sumergiéndose ella misma voluntariamente en una laguna solitaria de agua helada, que se halla sobre el actual pueblo del Sigsig, en la cordillera oriental de los Andes. Esta laguna era para los Cañaris del Azuay un lugar sagrado, y un santuario; y, en ofrenda a la culebra que les había dado el ser, acostumbraban arrojar al agua figuritas pequeñas o idolitos de oro.

Los Cañaris estaban divididos en dos grupos o parcialidades principales, el grupo de la parte meridional de la provincia, y el grupo de la parte septentrional; y los de esta parcialidad tenían también su laguna sagrada, que era la que ahora llamamos Culebrillas, en lo más agreste del páramo del Azuay. El prestigio de los Incas hizo que no se parara mientes en la civilización curiosísima de los Cañaris, de los hijos de la culebra, como ellos mismos se apellidaban.

Entre los objetos encontrados en los sepulcros de Chordeleg hallose uno, muy curioso: era de madera, cubierto de una lámina de plata delgada. En nuestro Estudio histórico sobre los Cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay, y en el texto del Atlas arqueológico ecuatoriano, que acompaña al tomo primero de nuestra Historia general de la República del Ecuador, en una lámina reprodujimos la figura de ese objeto; y, tratando de explicarlo, avanzamos la conjetura de que podría ser el plano de Chordeleg; después hemos sabido que en algún punto del Perú se han encontrado objetos idénticos, ya de madera ya de barro, y que a estos objetos se los llama ahora Contadores; sin embargo, nosotros no desechamos todavía nuestra primera idea151.

Ese objeto no es incásico; es propio de los Cañaris; en el Perú ha sido encontrado en los sepulcros de las   -259-   gentes de la costa, muy distintas de las de raza quichua; pudo ser un Contador; y en efecto, fue un Contador; servía para llevar la cuenta de los sepulcros que se abrían en Chordeleg; y con sólo mirarlo manifestaba el orden con que esos sepulcros estaban distribuidos en el área del terreno, y este terreno, a su modo, estaba acondicionado de conformidad con la figura del Contador. Nótese, además, que el Contador de Chordeleg tiene figuras de cabezas humanas con coronas, y dos cocodrilos, que se topan, hocico con hocico, en cada esquina de la diagonal del cuadro; el Contador de Chordeleg no es, pues, un simple Contador, es un Contador especial, con figuras y jeroglíficos; esas figuras se hallan también en la cara posterior, y figuras y jeroglíficos han sido esculpidos en el Contador, a fin de que sirvieran para expresar lo que con ese Contador se había contado. Un Contador era un instrumento que podría adaptarse para llevar, por medio de él, no una sola clase de cuentas, sino cuentas de varias clases.

Los Cañaris, consta por el testimonio de castellanos que sabían formar planos geográficos de relieve en madera; un plano del camino de la provincia del Azuay a la provincia del Chimborazo hicieron para el conquistador Benalcázar, cuando pasaba a la conquista de Quito. Podremos nosotros estar equivocados, pero nuestra conjetura de que el Contador encontrado en Chordeleg puede representar el plano de las sepulturas de Chordeleg, no carece de fundamento.





  -[260]-     -261-  

ArribaAbajoCapítulo tercero.- Investigaciones filológicas

Observaciones generales en punto a la variedad de los idiomas. Diferencia entre el idioma literario y el lenguaje vulgar. Lenguas de las tribus salvajes americanas. Algunas de las etimologías indígenas dadas por el padre Velasco. Conjetura sobre la lengua que hablaban los aborígenes de Imbabura. Qué lengua parece que hablaban los aborígenes del Carchi. Ensayo de interpretación de algunas palabras de la provincia de Imbabura. A qué idioma podrá pertenecer la palabra Scyri. Ensayo de interpretación de algunas palabras indígenas de la provincia del Carchi. Valor de nuestras conjeturas.



I

Uno de los problemas históricos de más difícil solución es el relativo a la variedad de los idiomas, que hablaban   -262-   las naciones indígenas americanas al tiempo del descubrimiento y de la conquista del Nuevo Mundo; esa variedad era todavía más asombrosa en los idiomas de las tribus salvajes, pues había tantas lenguas distintas, cuantas eran las hordas que moraban en los dilatados bosques y en las extensas llanuras de entrambas Américas. ¿De dónde provenía una variedad tan considerable de idiomas? ¿Con cuál otro idioma de los conocidos en el antiguo mundo tenían semejanza los idiomas americanos? ¿Cuál era el grado de perfección gramatical de ellos? ¿Qué juicio podía formarse acerca de la riqueza o de la pobreza de sus respectivos vocabularios?... Estas y otras cuestiones han ejercitado el ingenio de no pocos filósofos, consagrados al cultivo de la lingüística americana y de la filología comparada; pero, hasta ahora, no se ha logrado todavía llegar a una solución satisfactoria, hace falta un número mayor de datos; y nada estorba tanto en estas materias como los sistemas imaginados y preconcebidos de antemano, pues los hechos se observan entonces desde puntos de vista convencionales, haciéndose de ese modo fácil el engaño y muy difícil el descubrimiento de la verdad.

Antes de tratar de los idiomas que hablaban las tribus indígenas del Carchi y de Imbabura, haremos primero algunas consideraciones generales sobre la variedad de los idiomas y sobre las causas que, a nuestro juicio, influyen en ella.

El hombre (la criatura racional humana), fue puesto por Dios en la tierra; Dios lo crio en el tiempo; y en su formación y en su conservación y en su propagación está sometido a leyes precisas, fijas e invariables, establecidas por la divina Providencia, con admirable sabiduría. El hombre está compuesto de dos sustancias distintas, pero tan íntimamente unidas entre sí, que no forman más que un solo ser, cuya vida temporal aquí en la tierra es el resultado de la unión del alma con el cuerpo; pues, para los actos propiamente humanos, han de concurrir el alma y el cuerpo, funcionando juntos a la vez. El alma ha de poner en ejercicio sus facultades,   -263-   sirviéndose de los órganos del cuerpo; y sobre los órganos del cuerpo no pueden menos de ejercer su influencia las causas exteriores.

El lenguaje consta de varios elementos, entre los cuales hay unos, que son materiales, y otros que son espirituales, porque el hablar es una función a la vez del alma y del cuerpo: el alma piensa, discurre y siente; para pensar imagina y percibe; las imaginaciones resultan de los sentidos corporales, que han sido impresionados por los objetos externos y han transmitido las impresiones al alma. Siempre que hablamos pensamos, y las palabras de que se compone el lenguaje son sonidos materiales y sensibles, en los cuales va encarnado (si se nos permite la expresión) un concepto espiritual. De las ideas que posee la mente, unas se deben a las percepciones sensibles, y otras a la trasmisión oral de nuestros semejantes por medio de la palabra, porque la Providencia de tal manera ha reglamentado las funciones de la vida humana, que el desenvolvimiento de las facultades espirituales de nuestra alma está subordinado al crecimiento y desarrollo de los órganos del cuerpo. Dedúcese de aquí, que en la formación primitiva del lenguaje, el hombre es un ser pasivo, sometido a leyes fijas y providenciales; el hombre ha sido criado racional, con la facultad de pensar y con la de querer; tiene, además, la dote de la sociabilidad, que es condición esencial de su naturaleza racional; y así ha debido pensar, y, porque ha debido pensar, no ha podido menos de hablar; el lenguaje articulado de nuestros semejantes, percibido por el órgano del oído, va formando en nuestra alma el caudal de nuestras ideas y de nuestras palabras.

En el lenguaje humano hay siempre un elemento esencial, que viene a ser el objeto de la gramática general, porque en todo idioma (sea el que fuere el grado de su perfección ideológica) expresa el hombre los conceptos de su propia personalidad individual, de su existencia, de la existencia de todo cuanto le rodea y es distinto de él mismo, del movimiento, de lo permanente y de lo variable y de las relaciones o modificaciones de   -264-   las cosas; por esto todo idioma tiene ciertas partes de la oración como el nombre, el verbo y las partículas, que son constitutivos esenciales del lenguaje. El género de vida de un pueblo, y las vicisitudes de su vida social, las condiciones del suelo en que vive y del clima a que está necesariamente sometido, su aislamiento de otros pueblos o su comunicación con ellos y hasta su misma robustez o debilidad física, contribuyen a dar al idioma un carácter determinado; con los idiomas sucede, además, lo que con todas las cosas humanas, que de suyo son mudables, variables e inconstantes; y esta mudanza y esta variabilidad y esta inconstancia son tanto mayores, cuanto más atrasado, cuanto más bárbaro, cuanto más salvaje sea un pueblo. Así, un pueblo sin escritura cambiará con suma facilidad su lenguaje; la escritura contribuye poderosamente no sólo a fijar el idioma sino a impedir su mudanza rápida y su variabilidad; y con la escritura aun puede suceder y sucede, en efecto, que no sólo se fija el idioma, sino que se descompone en dos categorías; una la del idioma en que se expresa el vulgo; y otra la del mismo idioma, según lo usan y escriben los literatos. El idioma vulgar o plebeyo cambia y se muda con una rapidez increíble.

Tanto puede variar un idioma que carezca de escritura, y tanto puede irse alterando, que, al cabo de algún tiempo, llegue a perder completamente su primera fisonomía, sobre todo en cuanto a los sonidos y a la manera de pronunciar las palabras; por esto, el elemento fonético en los idiomas hablados por tribus salvajes es variable en sumo grado.

La especie humana es una, y unos los mismos son los elementos constitutivos esenciales de la palabra humana; pero, así como por causas exteriores poderosas y desconocidas, modificándose hondamente la especie humana, da origen a la variedad de razas; así también, bajo la influencia de agentes exteriores poderosos, los idiomas se van paulatinamente transformando, hasta disgregarse en lenguas diversas y en dialectos distintos de un mismo lenguaje; y tan remota vendrá a ser la semejanza   -265-   de la lengua madre con las que de ella se derivaron, que sea muy difícil reconocerla. La división de la especie humana en razas, y la variedad y multiplicación de los idiomas debemos reconocer y confesar que son hechos providenciales; causas segundas necesarias son las que han dado origen a las razas humanas y a los idiomas, pero esas causas son obra de la Providencia, que dirige y gobierna el linaje humano, según los inescrutables designios de su sabiduría infinita152.

Los idiomas se forman, se modifican y también desaparecen; ardua, y más que ardua, aventurada hasta cierto punto nos parece la empresa de intentar, por medio del análisis comparativo de las lenguas americanas, deducir el origen de las naciones que poblaron el Nuevo   -266-   Mundo. Ninguna lengua americana tenía escritura; y, cuando los europeos formaron gramáticas y vocabularios de ellas, para la transcripción de las voces indígenas emplearon los alfabetos y la ortografía de las lenguas neolatinas; ya en punto a etimologías, ya en punto a semejanzas de voces y de palabras, la crítica ha de andar, pues, con mucha cautela. En la boca de los indígenas, aun actualmente, hay una gran variedad de sonidos para pronunciar la lengua quichua, que ahora es su lengua materna, y es imposible representar algunos de esos sonidos por medio de combinaciones ortográficas. ¿Cómo aceptaremos con toda confianza las gramáticas y los vocabularios de las lenguas indígenas americanas? Con grande recelo entramos, pues, en la exposición de los resultados antropológicos que, en punto a las razas que poblaban el Norte del territorio ecuatoriano, hemos adquirido mediante el estudio y el análisis de los restos de los idiomas hablados por nuestros aborígenes.




II

Comenzaremos por hacer una rectificación en lo que dice el padre Velasco respecto de las etimologías de algunos nombres propios geográficos ecuatorianos. El padre Velasco asegura (y debemos darle crédito),que entendía y hablaba bien la lengua quichua, llamada del Inca; pero parece que no conocía a fondo ni el diccionario, ni las raíces de ese idioma, pues creía que eran palabras quichuas voces y nombres que no lo son; y, con la convicción equivocada de que eran nombres quichuas, les daba interpretaciones no sólo inexactas, sino hasta gratuitas y arbitrarias. Sirvan de ejemplo, para comprobarlo, las dos palabras siguientes: Imbabura y Hatuntaqui.

La primera, según el padre Velasco, es palabra compuesta de dos términos, Imba, que significa criadero, y   -267-   bura, que es el nombre de las preñadillas o pececillos pequeños de agua dulce, conocidos en la ictiología fluvial con la denominación científica de pymelodes cyclopum. De donde se deduce que Imbabura debería interpretarse por criadero de preñadillas; pero ninguna de las dos voces es quichua, y no se las encuentra en los mejores vocabularios de ese idioma.

La palabra Hatuntaqui se podría descomponer ciertamente, sin violencia ninguna, en las dos voces quichuas: hatun, grande; y taqui, troje o granero; pero ¿significaría lo que el padre Velasco dice que esa palabra significa? No ciertamente; sería necesario, además, aceptar que los Scyris hablaban la misma lengua que los Incas, lo cual no es exacto. Hatuntaqui ni es palabra quichua, ni significa gran tambor de guerra153.

  -268-  

Las voces caribes del dialecto antillano pueden fácilmente confundirse con palabras quichuas, pues en ambos idiomas hay sílabas que son idénticas en cuanto al sonido, pero en quichua significan una cosa, y en caribe otra; en el quichua son palabras simples, y en caribe expresiones compuestas. ¿Cuánta no deberá ser la sagacidad para discernir unas palabras de otras?

El caribe es idioma suave, rico en voces monosilábicas, de pronunciación fácil, abundante en sonidos vocales, llenos; sus voces terminan siempre en vocal y no en consonante; sus dialectos llegan a diez y ocho y tiene una gran variedad de terminaciones y sufijos para formar palabras muy expresivas.

En la manera de pronunciar su idioma tenían los caribes una increíble variedad, una variedad caprichosa, que hacía muy difícil el poder transcribir, por medio de las letras neo-latinas, los sonidos que ellos formaban no sólo con los labios, la nariz, el paladar y los dientes, sino también hasta con la garganta y con la laringe. Otro de los caracteres que distingue a este idioma es su flexibilidad: suprime letras, trastrueca los sufijos, cambia sílabas, para conservar la armonía del oído en la pronunciación de las palabras; una y la misma sílaba pronunciada de diversa manera, daba variedad al lenguaje, sin enriquecer el significado de las voces.

Siguiendo las huellas de la inmigración caribe al territorio ecuatoriano, podemos distinguir claramente tres familias: la omagua, la chaima y la antillana en la alti-planicie   -269-   interandina; la jíbara con sus variedades, y otras ramas, como la icaguata, vivieron siempre en la región oriental. Insistimos en nuestra conjetura respecto al origen de la raza caribe: aparece ésta en el Brasil, como si viniera por el Atlántico; va subiendo contra la corriente de los grandes afluentes del Amazonas, llega a la base de la gran cordillera oriental andina, la transmonta y sale a la sierra en territorio ecuatoriano; se derrama por las provincias del centro, va avanzando hacia el litoral y, por fin, llega a las playas del Pacífico; la familia chaima puebla el Carchi y baja a la provincia de Esmeraldas; la familia jíbara no avanza sobre el Azuay y queda tras la cordillera oriental, contenida allí por los Quichés o Cañaris; la familia antillana, por los valles de Angamarca y de Chimbo, llega a la provincia de Guayaquil. En esta larga peregrinación al través del continente meridional americano, la raza caribe no pudo menos de gastar algunos siglos; las guerras frecuentes de unas tribus con otras, el aumento de la población, la sequía, que agostaba en flor los sembrados y obligaba a emigrar para no perecer de hambre, habrán sido parte para que las gentes de raza caribe vayan caminando de Oriente a Occidente hasta salir al Pacífico.

Hoy no es posible decidir si los caribes encontraron ya otras gentes establecidas en el territorio ecuatoriano; parece probable que las hayan encontrado, y que guerrearan con ellas y las vencieran, y conservaran en servidumbre a los vencidos. La residencia de los caribes en el territorio ecuatoriano debió ser muy antigua, pues habían llegado a prevalecer como únicos nombres propios geográficos los que ellos en su idioma habían puesto a los cerros, a los montes, a los ríos del territorio donde ellos moraban, lo cual es prueba de grande antigüedad. Los quichuas no cambiaron esos nombres, y principalmente en las dos provincias del Norte, los sitios geográficos continuaron llevando los nombres que sus primitivos pobladores les habían puesto, y así los llamamos hasta ahora.

Esta circunstancia merece mucha atención. Los inmigrantes caribes o llegaron al territorio ecuatoriano viniendo   -270-   por el lado del Pacífico, o entraron trasmontando la cordillera oriental de los Andes; en ambos casos no pudieron menos de ir poniendo nombres propios a los sitios, a los lugares, a los montes, a los ríos de las comarcas donde sucesivamente se iban estableciendo; en los nombres geográficos conviene, pues, distinguir muy bien los que pertenecen a la lengua quichua, de los que son propios de otras lenguas. Sabemos cuándo comenzó en el Ecuador la dominación de los Incas, y cuándo principió también a ser hablada la lengua quichua; de los primitivos Quitos, que son los aborígenes de la provincia de Pichincha, asegura el padre Velasco que hablaban una lengua distinta de la quichua; y de los Scyris asevera que tenían por lengua materna de ellos la misma lengua de los Incas. Pero esto ¿será históricamente cierto? Nosotros opinamos que semejante aseveración carece de fundamento. Los nombres propios de los montes, de los ríos, de los sitios, de los lugares en la provincia de Pichincha, son todos caribes y no quichuas; esos nombres o fueron puestos por los Quitos o por los Scyris; y, ahora hayan sido puestos por los Quitos, ahora se los hayan puesto los Scyris, es claro que ni los Quitos ni los Scyris hablaban como idioma suyo materno la misma lengua que los Incas del Perú; la consecuencia lógica es más bien que Quitos y Scyris hablaban la misma lengua y procedían del mismo tronco etnográfico. Mejor dicho: no conviene hacer distinción ninguna entre los Scyris y los Quitos, pues Quitos y Scyris eran caribes.

En cuanto a los aborígenes de la provincia de Imbabura, consta, por antiguos documentos fehacientes, que no hablaban la lengua quichua sino una lengua distinta, de la cual había varios dialectos, que todavía estaban en uso medio siglo después de la conquista; la generalización de la lengua del Inca se debió a los doctrineros y los párrocos, quienes la enseñaron y la popularizaron entre los indígenas de la provincia.

Asimismo, por un documento auténtico de autoridad histórica indisputable, consta que los aborígenes de la   -271-   provincia del Carchi ni hablaban ni entendían la lengua quichua, sino que tenían un idioma propio de ellos; ese documento es el Sínodo del obispo Solís, celebrado en Quito el año de 1595, en cuyo capítulo tercero se dispuso que el catecismo de la doctrina cristiana fuera traducido a la lengua de los Quillacingas, porque estos indios no entendían ni la lengua quichua, ni la aymará. Bien sabido es que en aquella época con el apellido de Quillacingas, eran designados los indígenas de la actual provincia del Carchi en la República del Ecuador154.

Cuando los primeros inmigrantes caribes llegaron al territorio ecuatoriano, ya habría transcurrido indudablemente un muy largo espacio de tiempo desde la entrada de las tribus caribes al Brasil, hasta su llegada al Ecuador; los que llegaron al Ecuador no pudieron menos de hablar la lengua caribe, no como la hablaban los Tupis al tiempo de la conquista, sino de una manera más pura, más sencilla, más primitiva; la lengua de los caribes aborígenes del Ecuador debió haber sido respecto de la lengua de los Tupis del Brasil una lengua como si dijésemos más antigua, y en la cual se notaran diferencias de pronunciación y aun de sintaxis, provenientes del tiempo que había transcurrido entre la separación de las tribus inmigrantes y la de las que permanecieron en las comarcas del Brasil. Las tribus que llegaron al Ecuador han debido ser descendientes de los caribes antiguos, de los caribes que aportaron al continente americano, cuando   -272-   comenzó el viaje de las diversas parcialidades en busca de una nueva comarca donde establecerse; una de las primeras olas de inmigración, dirémoslo así, fue la que dio en territorio ecuatoriano, empujada por el crecimiento de la población y, acaso, también por las guerras u otros accidentes desfavorables para la residencia de todas las parcialidades en el mismo territorio.

Hechas estas observaciones, principiaremos el estudio analítico de algunas voces indígenas, para determinar el origen filológico y la naturaleza de ellas; elegiremos de preferencia nombres geográficos.

Comencemos nuestro estudio por la provincia de Imbabura.




III

No hay cosa más difícil que la investigación de las lenguas habladas por las antiguas tribus indígenas americanas, que han desaparecido sin dejar de su existencia huella alguna importante, mediante la cual pueda el filólogo rastrear algo acerca del idioma nativo, que ellas hablaban. Las tribus indígenas americanas cambiaban de idioma con una facilidad extraordinaria, olvidando en breve tiempo su lengua materna, para hablar otra distinta, que les imponía el conquistador o que les enseñaba el misionero. Sin embargo, puede adivinarse el lenguaje primitivo de una tribu o nacionalidad indígena, analizando los nombres propios de lugares, de cerros, de ríos y de otros objetos, como animales, por ejemplo, y árboles, que casi siempre pasan de la lengua del vencido a la lengua del vencedor y enriquecen ordinariamente el vocabulario del idioma advenedizo. Para este estudio se necesita grande sagacidad y un tino muy delicado, porque en ninguna cosa puede influir tanto la imaginación como en las investigaciones de etimologías; con no poco recelo y desconfianza presentamos, pues, un ensayo   -273-   de interpretación de algunos nombres propios de sitios y lugares de la provincia de Imbabura, con el objeto de acumular datos en apoyo de nuestra conjetura acerca del origen caribe de las primitivos pobladores de las provincias del Carchi y de Imbabura en la República del Ecuador.

Hemos opinado que también procedían de origen caribe los aborígenes de Pichincha, de Latacunga, de Tungurahua y aun los de la provincia de Guaranda y los de Guayaquil. He aquí nuestro ensayo de interpretación155.

Nombres de cerros. Imbabura. El padre Velasco asegura (como ya lo recordamos antes) que la palabra Imbabura se compone de dos voces:   -274-   Imba, que quiere decir preñadilla; y, bura, que significa criadero; pero no dice en qué lengua la primera voz significa preñadilla, y la segunda criadero; esas palabras no pertenecen al idioma quichua. ¿A qué idioma pertenecerán? Creemos que a ninguno, tales como las escribe el padre.

El término Imbabura podía, pues, explicarse acudiendo al caribe antillano; entonces sería i-am-hu-ra: vida-agua-alto-lugar. I, partícula que equivale a vida y también a acción o movimiento; am, agua; hu, nombre adjetivo que significa alto, elevado; ra, sitio, lugar, nacimiento. I-am-hu-ra, es, pues, «Sitio elevado, de donde nace el agua».

Cotacachi. Descompongamos esta palabra: co-ata-ca-chi. Co, sustantivo y adjetivo, que significa suelo o lugar fértil. Ata, adjetivo, uno, solo, primero. Ca, entre otras cosas significa, tierra y seco. Chi, equivale a vivo. Hecha la supresión de la a primera de ata, cosa muy fácil en los dialectos caribes, queda la expresión Cotacachi, tal como la pronunciamos hoy día. El significado literal de esta palabra será pues: «Lugar seco, hermoso». ¿No está muy bien aplicado ese nombre al valle arenisco en que está la población de Cotacachi?

Cayambi. En el nombre de esta montaña, una de las más hermosas y espléndidas del Ecuador, encontramos el sufijo bi o pi, tan común en los nombres caribes; pero, tal vez, sería menos aventurado descomponer la palabra del modo siguiente: hai-am-bi, con lo cual, dando a la primera letra un sonido gutural, tendríamos casi la palabra tal como la pronunciamos ahora. Su significado sería: Tierra-agua-alta. Podría ser también ca-i-am-bi: Suelo-movimiento-agua-vida. Sitio donde hay agua corriente en abundancia.

Cotopaxi. Vamos a ver si desciframos el nombre indígena de esta hermosa montaña, al par que terrible volcán. Podrá ser, tal vez, así: co-t-op-ac-zic, es   -275-   decir, palabra por palabra. suelo-este-muerte-sagrado-rey: «sitio sagrado del rey de la muerte». Si hemos acertado en nuestra interpretación, el significado del nombre caribe Cotopaxi no pudo ser más adecuado para el famoso volcán que lo lleva. El Cotopaxi es, acaso, el volcán más formidable del mundo. Pero ocúrresenos una reflexión: la palabra Cotopaxi ¿designaba el grande cono nevado, el volcán mismo?... ¿No designaría más bien la extensa llanura apellidada actualmente llanura de Callo? Nos inclinanos a creer que, en su primitiva significación, el nombre caribe designaba la llanura, y no el cerro; en el texto de nuestro Atlas arqueológico tratamos ya de este sitio y emitimos la conjetura de que para los aborígenes de la actual provincia de León era aquel un lugar sagrado.

Advertiremos que en la lengua caribe la letra t hace las veces de artículo determinado, y cambia de lugar en la frase, en la que no va siempre al principio.

Procuraremos interpretar ahora la palabra Scyry. Mucho se ha dicho acerca de esta palabra, pero lo cierto del caso es que no se sabe a punto fijo ni cómo se debe escribir, ni menos cómo se debe pronunciar. Esta palabra no es quichua, es caribe, pertenece a la lengua caribe y en ella tiene interpretación natural y fácil. Scyri, según conjeturamos nosotros, debe ser pues: qui-quiri: qui, que equivale a nuestro; quiri: varón, masculus. El índice pronominal qui se puede cambiar, y de hecho se cambia en los dialectos caribes en una i, la cual suele mudarse en ch, y en z. Según esto Scyri, pudo ser Iquiri o Chiri o Ziri mediante la supresión de la sílaba primera, tan fácil y común en los dialectos caribes.

Si nuestra interpretación es exacta, Scyri significaría pues: Éste es nuestro hombre, este nuestro varón. Ya se comprenderá que una significación semejante corresponde muy bien al término o palabra con que los llamados Caras designaban al Jefe principal de ellos.

Ensayaremos la interpretación de algunas otras palabras más.

  -276-  

Nombres propios de ríos, de sitios y de lagunas:

Cotabo. Nombre propio de sitio. Descompuesto sería así: co, fértil; abo, señor o jefe; coto-abo, fértil-lugar-jefe. Sitio extenso y fértil.

Ambuqui. También nombre propio de sitio o comarca, podría equivaler a am-bu-bi: es decir am, agua; bu, colorado, rojo, púrpura, porque es adjetivo; y bi, que significa vida. «Agua-colorada-vida». Río colorado o de agua roja.

Otavalo. A no dudarlo, es palabra compuesta; sus elementos componentes serían: ota-ba-l-o. Analicemos estas palabras: oto, significa lugar, pueblo, residencia, como quien dice el hogar, y es término propio del idioma caribe; ba, es lo mismo que antepasado; l, hace las veces de artículo demostrativo y se traduciría por éste; o, es como el signo de la posesión y se interpreta por la preposición de en el caso genitivo: «Lugar-antepasados-este-de». Éste es el lugar de los antepasados.

Tola. Según dice nuestro historiador Velasco se llamaban tolas, en la lengua de los Scyris, las colinas funerarias que se levantaban para sepultar a los difuntos; este nombre ¿no podrá, acaso, interpretarse en el idioma caribe? Creemos que sí puede ser interpretado. Es palabra compuesta de dos voces monosílabas, que son: toc y va, que significan: toc, paz; y va, hueco; así que, tola sería en Caribe tocva, y querría decir: «Hueco de paz». Acaso sería también tocvaa, haciendo la segunda a veces de posesivo. No olvidemos que los caribes pronunciaban de una manera muy rápida y caprichosa su lengua, que esa pronunciación fue oída por los Incas primero, después por los castellanos en el Ecuador, y que, al expresarla por medio de la escritura, era muy fácil poner tola en vez de tocvaa   -277-   o tocva. Tola equivaldrá, pues, a «hueco de paz», nombre muy expresivo para designar el sepulcro.

Ambi, descompuesto sería: am, agua; bi, vida. Agua, vida: agua corriente o abundante. El Ambi, en efecto, es río caudaloso.

Anapo, Anafo o Anabo: ana, flor; bo, grande: «Flor grande». Nombre de sitio actualmente.

Cuicocha, ¿sería tal vez Cuicochi? Cu, centro; i, señal de acción; co, lugar; chi, vivo. Centro-activo-sitio de-vida. Si, acaso, fue Cuicochi, entonces equivale a sitio de mucha animación, de mucha vida. Parece que los nombres que ahora aplicamos a los cerros y a los lagos eran más bien nombres generales de una región o de una comarca entera.

Mojanda, podrá ser ma-am-ta, Grande-agua-sola. Un conjunto grande de agua. Nombre muy apropiado para aquellas solitarias lagunas.

También a la voz Pacha, que es el nombre de la última princesa descendiente de los Scyris, según Velasco, le pudiéramos encontrar interpretación en los dialectos caribes, que parecen haber predominado en estas provincias del Ecuador. Pacha significa esposa y también hermana mayor.

Así encontraríamos palabras enteramente caribes como taba, pueblo; topo, piedra, etc., etc.; unas aisladas y otras con los sufijos, que cambian o modifican el significado.

Hállase en composición la palabra ita que equivale a roca, y el monosílabo ma, que significa grande: co-ta-ma, «El terreno grande».

Tababuela, o taba-ve-la, Esto parece pueblo, o Ahí fue un pueblo: expresión compuesta de la lengua tupi-caribe.

  -278-  

En la provincia de Esmeraldas, a la orilla del Pacífico, vive una tribu de indios todavía semi-bárbaros, cuyo nombre los Cayapas, es enteramente caribe: ca-la-po en tupi-caribe significa «salteadores de los montes». ¿De dónde un nombre semejante? Los Incas no dominaron nunca en la provincia de Esmeraldas y ni siquiera llegaron a ella; y los Cayapas hasta ahora hablan una lengua propia de ellos y muy distinta del quichua. ¿No serán los Cayapas un resto de la gente caribe, que en lo antiguo pobló las costas occidentales del Ecuador?

Caranqui, nombre de la belicosa nación que habitaba a las faldas del Imbabura, pudiera interpretarse, descomponiéndolo en sus elementos monosilábicos: ca-ra-an-i, o también ca-ra-an-ri; lo cual equivaldría, palabra por palabra, a los términos siguientes: ca, suelo seco; ra, lugar; an, pueblo o gente; i, partícula que indica la acción o el acto de vivir, es decir: «lugar seco en que vive la gente» o «lugar seco en que habitan los varones», porque ri significa varón.

Suficientes nos parecen los ejemplos de interpretación que acabamos de dar en apoyo de nuestra conjetura en punto al origen caribe de los primitivos pobladores indígenas de la provincia de Imbabura; vamos ahora a ocuparnos en el análisis de algunas palabras, que son nombres propios de algunos sitios de la provincia del Carchi, advirtiendo previamente que comenzamos este estudio todavía con una desconfianza de acertar, mayor que la que teníamos al exponer el resultado de nuestras investigaciones relativamente a la lengua que hablaban los aborígenes de Imbabura.




IV

Daremos principio a este trabajo por el análisis filológico de la palabra Carchi, que es el nombre con que   -279-   se designa la provincia. Carchi es nombre de un río, y se puede descomponer, sin violencia, en dos términos monosilábicos, que son rar y chie; el primero es una palabra de la lengua caribe en dialecto chaima, y significa borde, pendiente, lado; la segunda es un adverbio de lugar y corresponde en castellano a las voces ahí, aquí. Rarchi querría decir, por lo mismo: he ahí el borde, ésta es la pendiente, al otro lado. El Rarchie chaima muy bien puede ser nuestro actual Carchi, pronunciando la palabra a la castellana156.

La expresión rar se encuentra también sola, y ahora la pronuncian car.

  -280-  

En otros compuestos entra asimismo esta voz, por ejemplo en Carlozama, nombre propio de un lugar, y se puede interpretar fácilmente, acudiendo a la misma lengua chaima. Así Carlozama equivaldría a rar-az-ama: lado, borde, pendiente; azama es nombre sustantivo y significa camino. Rarazama, «el lado del camino, el camino, pendiente, el borde del camino».

Laramal, ¿no sería, tal vez, el chaima Taguarimaz, que significa «oscuro y tinieblas»?

Guachucal, ¿no sería Guachucaz, que es lo mismo que «estancar-agotar»?

Chapues pudiera ser, acaso, lapuer, que en chaima es lo mismo que brazo o Chapuezke, y en ese caso sería verbo y significaría «tomar-coger».

Puerres acaso sea Puerrer, que en chaima es el nombre del «sapo».

Pun es chaima y significa «carne» y también «cuerpo»; en la provincia del Carchi hay una montaña que se llama del Pun.

La palabra pupo, casi sin variación ninguna ortográfica, es voz del dialecto chaima, en el cual pufpo significa «cabeza»; así es que, la palabra pupo viene a ser una sinécdoque, por la que la parte se toma por el todo.

La población que ahora lleva el nombre de San Gabriel se llamaba Tusa hasta hace poco; el término tusa designa, pues, un lugar, y podría interpretarse del modo siguiente: u, pronombre personal; zan, nombre sustantivo que significa «madre»; de donde uzan sería «mi madre».

Encontramos también el sufijo er, o r en muchos vocablos que designan lugares o sitios; y el sufijo con, que sirve para formar el número plural en los sustantivos,   -281-   como sería fácil hacerlo notar citando nombres propios de lugares. Hoy damos nombres indígenas a ciertos puntos que acaso tenían en la lengua de los aborígenes nombres distintos, y el cambio ha provenido, a lo que parece, de que los primeros pobladores castellanos ignoraban la lengua de los indígenas, y en la aplicación de los nombres se equivocaban, dando a un río un nombre que, tal vez, era el propio de una llanura. Con todo, casi no hay en la provincia del Carchi ni un solo nombre propio de sitio o de lugar, que no se pueda, sin dificultad, interpretar en el dialecto chaima; así no sería muy aventurado deducir que los aborígenes del Carchi, a quienes los Incas les apellidaron Quillacingas, eran caribes de la familia chaima.

Los Quillacingas poblaron no sólo las comarcas del Carchi en la República actual del Ecuador, sino también una gran extensión de terreno en la vecina República de Colombia, al Sur de la ciudad de Pasto.

Existen palabras, que son enteramente chaimas, como tuna, que significa agua; ahora se dice «El Tuno» un sitio donde hay un hilo de agua, en la dilatadísima pendiente que desde las orillas del Chota conduce a la meseta del Pucará. Ahí mismo está el punto denominado Iazcón, que, tal vez, sería Iuzchacón, que significaría los cerros, suponiendo que la palabra se pronunciaba sincopándola y diciendo Iuzcón en vez de Iuzchacón, lo cual muy fácilmente puede haber sucedido, porque los chaimas, así como todos los demás caribes, sincopaban de ordinario todas las palabras.

Como ya lo hemos hecho notar antes, el monosílabo con es un sufijo que sirve para formar el plural, en el dialecto chaima.

Conveniente nos parece repetir aquí lo que en otros puntos de este mismo estudio hemos advertido ya, a saber: que nosotros presentamos estas investigaciones filológicas como simples conjeturas y nada más; podemos habernos equivocado, y es muy fácil que, en realidad, hayamos padecido equivocaciones, tratándose de materias   -282-   en cuyo estudio casi no hay terreno sólido en que hacer pie, y es necesario caminar muy a tientas, con peligro de errar.

Las personas instruidas en esta clase de asuntos juzgarán acerca de nuestros trabajos; y, si hubiéramos acertado, nuestras investigaciones contribuirán a dar alguna luz, para que algún día se resuelva el problema histórico relativo al origen de los antiguos pobladores indígenas del territorio ecuatoriano.





  -283-  

ArribaAbajoCapítulo cuarto.- Investigaciones arqueológicas

Una observación preliminar. La cerámica. Sepulcros de los aborígenes del Carchi. Utensilios domésticos de barro. Sus formas. Su ornamentación. Obras trabajadas en oro. Una cuestión de etnografía. Nuevas consideraciones sobre los montículos llamados tolas. Dos monumentos antiguos. Influencias locales. Comparación entre la cerámica del Carchi y la cerámica de Imbabura. Conjetura sobre la moneda usada por los aborígenes del Carchi. Datos sobre la procedencia de los aborígenes del Carchi. Sus amuletos de piedra verde. Sus obras de hueso. La edad del cobre en la prehistoria americana. Noticias que acerca de los aborígenes del Carchi ha dado Cieza de León.



I

No sólo muy difícil, sino de veras imposible es componer la historia de los pueblos sin escritura, sin monumentos,   -284-   sin tradiciones; los aborígenes del Carchi y de Imbabura en la República del Ecuador carecen completamente de historia, y sería empresa vana el pretender escribirla. Esas gentes no tenían escritura, ni de ellas en el suelo donde vivieron ha quedado monumento alguno; y las palabras que de la lengua han sobrevivido a la casi extinción de la raza que la hablaba, son como huellas fugaces que el viajero deja estampadas en un desierto de arena. Por esto, el único medio de investigar es el examen arqueológico de los utensilios domésticos, extraídos de las tumbas de los indígenas; la inspección de los cráneos, el estudio comparativo de los objetos, el análisis del idioma son datos para conjeturar la procedencia de las antiguas tribus moradoras de estas comarcas. Nos detuvimos ya algún tanto en el capítulo pasado estudiando, o mejor dicho, cavilando sobre el lenguaje que hablaban los aborígenes del Carchi y de Imbabura; ahora nos ocuparemos en investigar su manera de vivir, sus usos y sus costumbres y el estado relativo de cultura o civilización a que habían llegado.

Mediante el estudio del idioma hemos rastreado su origen, llegando a conjeturar que eran procedentes de la raza caribe; y aun los hemos clasificado, barruntando que los del Carchi pertenecían a la familia de los Chaimas, y los de Imbabura a la rama antillana. Vamos a ver ahora si nuestras investigaciones arqueológicas suministran algún fundamento en apoyo de nuestra conjetura.

Principiaremos por el examen de las obras de cerámica.

El nombre de los Quillacingas comienza a sonar en la historia americana con motivo de las conquistas, que Huayna-Cápac llevó a cabo al Norte de la línea equinoccial, en las provincias llamadas después por los españoles de los Pastos y de Pasto. Eran, pues, dos comarcas distintas, contigua la una a la otra: la de los Pastos comenzaba en el río Mira, y se extendía casi hasta las cercanías de la ciudad de Pasto; la provincia llamada de Pasto comprendía el dilatado valle, en cuyo centro Lorenzo   -285-   de Aldana fundó la población denominada al principio San Juan de Villaviciosa, y después ciudad de Pasto. Este valle se conocía con el nombre de Atris, en la lengua de los indígenas de la comarca. Tanto la provincia de Pasto, como la de los Pastos, estaban pobladas por los Quillacingas. ¿Quiénes eran éstos? ¿Cuál era el estado relativo de civilización en que se encontraban?

El verídico y minucioso Cieza de León se ha limitado a describir con sólo tres palabras a los desconocidos Quillacingas, diciendo de ellos que eran «sucios, desvergonzados y tenidos en muy poca estima por sus comarcarnos»157.

Los Quillacingas o narices de Luna, fueron llamados así por los Incas, a consecuencia de que los principales jefes de ellos llevaban colgada de la ternilla de la nariz, a manera de bigote, sobre el labio superior, una media luna de oro.

He aquí, pues, un pueblo sin historia; una raza, cuyo nombre ha sido lo único que han pronunciado los cronistas castellanos. Sin embargo, pasan los tiempos y la casualidad pone, de repente, un día de manifiesto lo que esa raza había alcanzado a adelantar en el camino de la cultura social. Descúbrense los sepulcros de los antiguos Quillacingas, y en los sepulcros, juntamente con los restos mortales de los indígenas, se encuentran las obras de su industria.

Las obras de barro encontradas en los sepulcros de la provincia del Carchi merecen un estudio atento y detenido, porque constituyen una cerámica de las más curiosas entre las cerámicas de los aborígenes ecuatorianos.

Empleaban como material para la fabricación de sus utensilios domésticos un barro muy bien amasado, al cual le daban consistencia, mezclándolo con arena menuda, muy fina; no se servían para nada del torno, ni lo   -286-   conocían, pues todas sus obras eran trabajadas prolijamente a mano, mediante moldes del mismo barro, preparados de antemano y secados y endurecidos al Sol; asimismo, al Sol y no por medio de fuego artificial, secaban y endurecían todas las piezas que fabricaban.

Ya secas y endurecidas, entonces las pintaban y labraban sobre ellas sus dibujos; sospechamos que algunos de estos dibujos y labores se hacían también por medio de moldes. Los colores para las pinturas decorativas se sacaban, a no dudarlo, de plantas tintóreas y de ciertas tierras o colores minerales, que no son raros en nuestras cordilleras. El blanco, el colorado, el amarillo, según nuestro juicio, son colores minerales.

Estas obras de cerámica merecen el calificativo de obras de arte; el artífice ha buscado no solamente la utilidad, sino el deleite del ánimo, como resultado de una hermosa variedad en las formas, en los colores y en la ornamentación; las figuras humanas, las figuras de animales y la combinación de las figuras geométricas varían caprichosamente las formas de los vasos: ya es una cara humana, ya la cabeza de un felino; ahora un pie o un animal la forma del vaso; un hemisferio se ha combinado con otro hemisferio, variando sus direcciones, para hacer de los dos una olla; se han remedado los gajos apretados de las frutas, para formar el cuerpo de otra, y así, con una fantasía inagotable, se han inventado formas que halaguen a la vista y recreen el ánimo.

En la ornamentación hay conocimiento de los secretos del arte, para trazar y combinar las líneas de los dibujos; y se nota estudiado esmero en los contrastes, para evitar la uniformidad.

En la decoración predomina la figura del mono americano; unas veces de bulto, apareado en el cuello de los vasos; otras veces, pintado como figura principal en la disposición de los dibujos. Se advierten, además: un ofidio, la culebra; un batracio, la rana, y también el sapo o bufo; un mamífero, el armadillo o encubertado, y tres clases de aves: dos de rapiña, el gavilán y la lechuza; y una palmípeda, acuática.

  -287-  

Algunos de estos vasos, y principalmente los caracoles de barro encontrados en Guaca, son hermosísimos y tan primorosamente embarnizados, que todavía ahora, al cabo de tanto tiempo, están lustrosos y brillantes, sin que el largo enterramiento los haya deteriorado.

Tenemos respecto a la ornamentación de las ollas una sospecha, pues la elección de los animales cuyas figuras se ponían de relieve, ya en el cuerpo, ya en el cuello, pudiera provenir de una práctica supersticiosa. En efecto, en las ollas que están adornadas con cruces, se nota que las cruces ocupan precisamente los sitios que debieran ocupar las figuras de los animales; que las ollas con cruces sean posteriores a la conquista, es indudable.

La cruz, en esos utensilios, es el signo cristiano, y no solamente un signo decorativo, y mucho menos la designación de los cuatro puntos cardinales del horizonte. ¿Con qué fin colocar cuatro cruces en una olla? Esas cuatro cruces ¿no serían la sustitución del signo cristiano en los puntos, donde, en ciertos vasos, se solían poner figuras de animales, en las cuales idolatraban en tiempo de su gentilidad?...

Las ollas con cruces son muy escasas; y, por el aspecto que presentan la pintura y el barniz de ellas, se puede deducir que son modernas, que no han estado sepultadas dentro de la tierra durante muchos siglos, como ha sucedido con otras, en las que no pueden menos de notarse las señales de una antigüedad muy grande y de una larga sepultación bajo de tierra, en la oscuridad. Aun cuando la conquista fue muy brusca, y aunque el choque de la raza conquistadora con la raza indígena fue violento y repentino, con todo, la conversión de los indios al cristianismo no fue completa, y pasaron muchos años, durante los cuales pueblos enteros y parcialidades considerables conservaron sus usos y sus costumbres antiguas, principalmente en punto a sus enterramientos y a la manera de honrar a sus difuntos. Así se explica por qué se encuentran vasos, ollas y cántaros adornados con cruces; y por qué en las cabezas decorativas hay caras   -288-   con bigote y perilla a la española, y con facciones del tipo caucasiano, tan distinto del tipo cobrizo. Otras cavilaciones y otras conjeturas, para explicar las cruces en la cerámica de los aborígenes sudamericanos, confesamos que a nosotros nos parecen vanas y sin fundamento; a lo menos, nosotros no lo encontramos, y creemos no estar engañados. En los utensilios de la cerámica americana la crítica no puede prescindir de la edad o época arqueológica de ellos, pues no pertenecen todos a la edad del gentilismo, y hay algunos que son de la época de transición o tiempos inmediatamente posteriores a la conquista.

En el distrito del pueblo de Guaca se han descubierto muchísimas tumbas, y, entre los varios objetos de barro encontrados en ellas, no podemos menos de mencionar de un modo especial cierto instrumento de música en forma de caracol; las dimensiones de este instrumento varían, así como las diversas figuras del molusco, que constituye el cuerpo principal de él; lleva una pintura bastante fina, y está ordinariamente hermoseado con dibujos que le dan una vistosa ornamentación. Hay algunos de estos caracoles primorosamente embarnizados, con un barniz fino y lustroso. De estos objetos damos algunas muestras en las láminas de colores, que acompañan e ilustran este nuestro Estudio158.



  -289-  
II

Mas ¿qué gentes eran las que fabricaban objetos de una cerámica tan curiosa? Insistimos nosotros en nuestra conjetura en punto al origen de los indígenas del Carchi, los cuales procedían del tronco tupi-caribe, y hacían parte de la familia que, andando los tiempos, recibió el apellido de Chaima; los Caribes del Norte ecuatoriano, según nuestra opinión, no arribaron del Pacífico a las costas occidentales del Ecuador; vinieron por el Atlántico, y, después de haber andado largo tiempo en las comarcas orientales, entraron en la planicie interandina, transmontando la gran cordillera de los Andes.

Para mayor abundamiento de datos en apoyo de nuestra conjetura, aduciremos ciertos objetos de oro, entre los cuales hay cabezas de aborígenes, representadas con la nariz deformada adrede, sacando tiras del pellejo, para envolverlas en la punta, dando así al miembro más prominente de la cara una figura repugnante; tan extraña manera de adorno era usada por algunas de las antiguas tribus de los Mainas y de otros, que habitaban en la ribera del Napo y del Marañón, lo cual parece que dio origen a la leyenda de los Izcay-cingas o indios de dos narices, pobladores de las selvas orientales159.

Estas cabezas de oro, con las narices deformadas artísticamente, a su modo, de propósito, eran una representación de lo natural, y manifiestan que los aborígenes del Carchi tenían de común con algunas tribus de la familia o raza tupi no sólo la deformación o achatamiento de la cabeza, sino también la deformación asimismo artificial de la nariz. ¿De dónde podían provenir estas semejanzas en los usos y en las costumbres sino de identidad de origen?

  -290-  

La raza caribe, de donde proceden los aborígenes del Carchi, conocía muy bien el arte de fundir el oro, de batirlo y de reducirlo a láminas, tan finas y tan delgadas como hojas de papel; labraba en el oro figuras de dibujos complicados y fantásticos, con habilidad propia de quienes en orfebrería habían alcanzado un grado muy notable de perfección y de adelanto; y habían, además, inventado para adorno de sus personas joyas y alhajas muy variadas. Medias-lunas, que pendían de la ternilla de la nariz, sobre el labio superior, a manera de bigotes resplandecientes; medias-lunas, con adornos, para suspenderlas sobre el pecho; enormes planchas circulares o patenas, que asimismo traían colgadas al pecho; caracolillos para silbar; patenas pequeñas, con labores concéntricas al medio, y hasta aros, que hacían las veces de anillos y de sortijas; con éstos, sin duda, se engalanaban en vida, y con ellos mismos se sepultaban, pues ahora se los encuentra ciñendo todavía el hueso descarnado del dedo de la mano derecha de algunos cadáveres, no de mujeres sino de varones.

Con láminas de oro fabricaban figurillas de forma humana, juntando pieza con pieza, mediante un alambre muy delgado del mismo metal; los ojos de estas figurillas son ordinariamente hechos de láminas de plata, cosidas con hilo de oro sobre las piezas de oro, en las que de antemano se ha abierto un hueco donde colocar la lámina de plata que ha de representar el ojo. Causa admiración lo sutil y lo prolijo de semejantes obras.

Los aborígenes del Carchi no estaban, pues, en un estado de atraso y de envilecimiento, como quieren dar a entender algunos escritores antiguos; aún más, nosotros nos atrevemos a conjeturar que eran aficionados al comercio, y hasta que tenían moneda. Del comercio es una prueba el oro que poseían, pues ese metal no se encuentra en el Carchi, y, sin duda ninguna, lo llevaban allá o de las comarcas orientales o de la provincia de Esmeraldas, donde hay minas de oro trabajadas desde el tiempo de los aborígenes de esa región. En Oriente hay lavaderos, en los cuales hasta ahora se recoge oro por los indios, habitantes de esa provincia.

  -291-  

Y ¿la moneda? En los sepulcros de El Ángel se han encontrado ciertas cuentas o granos artificiales formados de una pasta de arcilla muy bien amasada; estos granos son de tamaños distintos y colores variados: blancos, colorados, verdes; han estado ensartados en un hilo de pita de palma, y forman grupos enormes, que pesan muchas libras. ¿Qué eran estos granos? ¿Qué objeto tenían? ¿Cuál era el uso a que los destinaban?

Estos granos eran la moneda de los aborígenes. En efecto, consta que los indígenas, pobladores antiguos de las comarcas orientales ecuatorianas, donde más tarde se fundaron las ciudades de Archidona y de Ávila, tenían moneda, la cual consistía en unos granos, hechos de una masa arcillosa; una sarta de esos granos era la unidad monetaria de ellos, y esa unidad se apellidaba carato160.

Ahora es imposible averiguar qué condiciones tenía aquella pasta arcillosa, de dónde la extraían, ni cómo la preparaban, ni cuántos granos constituían un carato. Según nuestra opinión, los aborígenes del Carchi pertenecían a la misma familia caribe-tupi de donde procedían los antiguos pobladores de la región oriental; y la moneda que éstos empleaban en su comercio rudimentario es la misma que se encuentra acaudalada en sartas enormes en los sepulcros del Ángel.

¿Cuántos granos blancos hacían un carato? Los granos de colores ¿qué valor tienen? ¿Qué representaba la diversidad en el color? ¿Cuál era la significación mercantil que estaba anexa a la forma de los granos? He aquí problemas curiosos, pero de imposible solución; las gentes, que se creían ricas con esos granos de arcilla, descendieron al sepulcro cuando los usos y costumbres de ellas nadie los había estudiado todavía.

  -292-  

Una cosa es indudable: la moneda no era un bien de que podían usar todos; la poseían exclusivamente los régulos o curacas, porque tan sólo en los sepulcros de ellos se la encuentra almacenada; en los otros sepulcros no hay ni rastro de ella. Además, esta laya de moneda no se ha encontrado ni entre los aborígenes de Imbabura, ni entre las de otras provincias.

Tampoco puede ponerse en duda que las gentes del Carchi estaban en comunicación con las del Oriente, y que, en tiempo del Inca Huayna-Cápac, hubo una expedición a esas provincias; en los primeros años posteriores a la conquista se conservaba la tradición de que a las comarcas orientales trasandinas se podía entrar por la provincia del Carchi, tomando la ruta desde el pueblo habitado por la parcialidad de los Guacas y de los Tusas. Ese camino había elegido para su segunda expedición a la región oriental ecuatoriana el capitán Gonzalo Díaz de Pineda, como lo hemos referido en el Tomo sexto de nuestra Historia general de la República del Ecuador.

Es indudable que las condiciones físicas del clima y del género de vida han de haber influido necesariamente en la raza caribe, pobladora del Carchi, modificándola de un modo notable; el Carchi es de clima rígido, ventoso y húmedo; sus campos son extensos, siempre verdes y frescos, pero faltos de arbolado; el nudo de Guaca es el único punto de la provincia del Carchi vestido de bosque y cubierto de arbolado; en los demás, los árboles son raros. Así pues, aunque el tronco, dirémoslo así, de las gentes que poblaron una gran parte del territorio ecuatoriano haya sido uno mismo, en las parcialidades caribes no pudo menos de haber gran diversidad, hasta el punto de hacerlas aparecer como casi extrañas unas respecto de otras.



  -293-  
III

Volveremos a recordar aquí nuestra conjetura sobre las tolas; éstas son sepulcros, indudablemente, porque en el centro de ellas se encuentran cadáveres; pero parece que no fueron monumentos sepulcrales construidos por los llamados Scyris, sino por gentes distintas de los Caribes y mucho más antiguas que ellos en el territorio ecuatoriano. Estos constructores de tolas es gente desconocida: ¿fue, acaso, vencida por los Caribes? Los Caribes, tal vez, la vencieron; pero no la exterminaron del todo, y varias parcialidades de ella subsistieron a una con los Caribes, tanto en la provincia de Imbabura, como en la de Pichincha; a lo menos así parece que podemos conjeturarlo del estudio comparativo de las mismas tolas, y de otros sepulcros que se hallan en ambas provincias. Las tolas no tienen todas la misma forma. Unas son como cruces, otras enteramente redondas; algunas elípticas, y no faltan varias circulares, pero con un apéndice pequeño de figura cuadrangular.

Los cadáveres en algunas tolas no están echados ni tendidos de espaldas, sino sentados en cuclillas; tampoco se halla siempre solamente un cadáver; por el contrario, hay tolas en las cuales se descubren hasta cinco y seis cadáveres reunidos.

Nuestros estudios arqueológicos sobre las tolas no son todavía ni muy satisfactorios ni muy completos; sería necesario practicar excavaciones metódicas y comparar los objetos extraídos de las tolas con los objetos encontrados en otra clase distinta de sepulcros en la misma provincia. En esta misma provincia de Imbabura, donde son tan numerosas las tolas, hay sepulcros de otra forma: son huecos grandes, hondos, cavados en el suelo. En uno de estos sepulcros, los cadáveres no estaban tendidos, sino parados en pie; y había un cadáver sepultado con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba: ¿fue esto intencional? ¿Sería descuido?

  -294-  

En la provincia de Pichincha encontramos, mediante la filología comparada, huellas numerosas de la raza caribe; siguiendo hacia el Sur, las hallamos en la provincia de León, en la de Tungurahua, en la de Riobamba y en la de Guaranda; la familia antillana de la raza caribe ha dejado, pues, en el Ecuador huellas desde el río Chota hasta las faldas del nudo del Azuay; pero las tolas no se encuentran sino en Imbabura y en parte de Pichincha. ¿Sería la misma gente caribe la que construyó las tolas? ¿Por qué no se encuentran éstas en esas otras comarcas, donde han vivido las gentes de procedencia caribe?

Los constructores de tolas han venido del lado occidental, arribaron por el Pacífico, se detuvieron en las costas de Esmeraldas, transmontaron la cordillera occidental y entraron en la meseta interandina; la gran cordillera oriental fue el límite del terreno habitado por ellos. ¿Estaremos equivocados? Algún día ¿nuevos descubrimientos arqueológicos confirmarán nuestra conjetura?...

Los constructores de tolas labraban estatuas de piedra, toscas en general y muy imperfectas, pero de dimensiones distintas. Una de estas estatuas tenía la cabeza trabajada con arte, y la cara daba señales de una fisonomía distinta de la caribe: parecía cara de mujer blanca. En el atlas, con que ilustramos estos estudios, damos esta figura.

Las otras son unas piedras grandes, en las cuales la cabeza, la cara y los brazos son las únicas partes labradas, lo restante del cuerpo tiene siempre una traza coniforme. Los brazos, delgados, desproporcionados, están constantemente adheridos al pecho; estas piedras ¿representaban personas vivas, o eran, acaso, representaciones de momias? Hasta ahora, estas piedras no se han descubierto más que en la provincia de Imbabura, y eso en sólo un punto, a saber: en unas tolas construidas a la orilla de la laguna de San Pablo, en el lado que cae al frente del cerro de Imbabura. Las piedras se encontraron clavadas verticalmente en el suelo, en línea recta,   -295-   dentro de las tolas, de tal modo que estaban cubiertas enteramente por la tierra. Volveremos a preguntar ¿serían, tal vez, imágenes de los muertos, sepultados en la tola? ¿Tendrían algún otro significado? Nosotros conjeturamos que eran lo primero.

El lago de San Pablo pudo ser un lugar sagrado para los aborígenes de Imbabura, un sitio de enterramiento para los régulos de la tribu. Otavalo era el nombre con que se designaba en lo antiguo toda la comarca; y, si nosotros en nuestra interpretación de la palabra Otavalo no andamos muy descaminados, ¿no se llamaría toda aquella localidad Otavalo, es decir, lugar de los antiguos, de los antepasados, a causa de las tolas que encontraron allí los Caribes, si en esas tolas estaban sepultados los antiguos régulos de la comarca, las patriarcas de la tribu constructora de montículos fúnebres?... Esas estatuas no se han encontrado en otras tolas. ¿Por qué estaban solamente en las de la laguna de San Pablo? ¿Y no en todas las tolas de ese lugar, sino tan sólo en algunas? Conviene hacer notar aquí, como en su lugar propio, una costumbre que hemos observado en los aborígenes del Carchi. Acostumbraban éstos tener un muñeco, una figurilla, que era como el retrato o la imagen de su propio dueño: unos la hacían de oro, otros de barro; y esta figura se ponía en la sepultura del dueño, junto a su cadáver, cuando se lo enterraba a éste; semejantes figurillas las solían tener de preferencia los régulos o jefes de cada parcialidad. En las láminas que acompañan e ilustran estos Estudios, damos la representación de algunos de estos objetos, en los cuales se puede examinar con sagacidad hasta la deformación artificial del cráneo; los rasgos característicos de dos razas o variedades distintas están muy visibles en las figuras encontradas en los sepulcros del Ángel. Unos tienen el cráneo achatado, otros lo conservan con su forma natural; una de estas figuras de barro es muy curiosa, porque en la cara lleva unas señales como de sangre, y, al verla, se diría que es un indio que está llorando sangre, pues de cada ojo le salen unas rayitas de color de sangre, que   -296-   parecen remedar lágrimas. ¿Qué es lo que se habrá querido representar? ¿Tal vez serían meros caprichos del fabricante de la figura?... Este objeto fue encontrado en un sepulcro del Ángel161.

Concluiremos este punto con una observación curiosa. En algunas tolas de Caranqui se encontraron esqueletos enteros de Cui o del conejillo de Indias; estaban en un plato tapado con otro plato, ambos de barro, lo cual manifiesta que los aborígenes tenían ese animal doméstico y lo comían. ¿Cuál fue la primera tribu que domesticó al Cui? ¿Serían los Quichuas? ¿No parece más probable que serían los Caribes, y que de éstos lo aprendieron los Quichuas? El cultivo del maíz y la domesticación del Cui deben ser muy antiguos en América, y ambas cosas no pueden menos de ser obra de una misma raza, asimismo muy antigua en el Nuevo Continente.

En el mismo distrito del pueblo del Ángel se encuentran cadáveres de indígenas acondicionados en vasijas grandes de barro, en las cuales los ponían doblándolos para que ahí pudieran caber sentados, con las rodillas al pecho y la cabeza apoyada sobre las manos; en estas vasijas, que servían como de ataúdes, los sepultaban, haciendo en el suelo huecos muy profundos. Semejante manera de enterramiento era usada por las tribus caribes de Pimampiro y de Puembo; pero en ambas localidades la vasija funeraria era muy grande y estaba cubierta con una tapa de barro, casi del mismo tamaño y de forma idéntica.

Estos ataúdes, en ciertas sepulturas de Pimampiro, se encuentran reunidos en cuevas o huecos, y colocados con orden, uno junto a otro, formando círculo. Los cadáveres de los niños están en vasijas pequeñas.

  -297-  

Hemos dicho que los Caribes encontraron ya poblada la planicie interandina, y en apoyo de nuestra conjetura aduciremos el testimonio de la craneología. En efecto, entre los restos humanos encontrados en los sepulcros de los aborígenes del Carchi se han descubierto cráneos deformados artísticamente; hemos tenido en nuestras manos algunos de estos cráneos achatados adrede, con el hueso frontal y el occipital aplanados, y tan aplanados que daban al cráneo una forma muy curiosa, prolongándolo enormemente. En las mismas sepulturas se hallaban muchos otros cráneos y todos con su forma natural, más bien ovalada que esférica; el cráneo achatado era indudablemente el cráneo del régulo o curaca, pues sobre el hueso frontal están siempre las señales de la oxidación del metal de la corona, con que fue sepultado; y uno de estos cráneos estaba todavía ceñido por una faja de oro, que formaba parte de la corona. ¿Esta variedad craneana podría reputarse como indicio de dos distintas razas en la misma localidad? No nos parece a nosotros inverosímil.

Los Omaguas de las islas del Marañón se deformaban adrede el cráneo, según ellos decían, para no tener cabezas como de mono. En algún cráneo de los desenterrados en el Carchi estaba patente el hundimiento de los huesos de la bóveda craneana, causada por el golpe de un rompe-cabezas de piedra, señal evidente de muerte violenta. Esa provincia manifiesta haber sido muy poblada, y, según se colige de la inspección del terreno, había tribus diversas, cada una de las cuales tenía determinado un campo para enterramiento de sus difuntos; este campo se escogía siempre en un sitio bien seco y garantizado contra la humedad por medio de quebradas naturales, hondas, a uno y a otro lado, y en altiplanicies elevadas sobre el cauce de los ríos.



  -298-  
IV

En cuanto a monumentos o edificios públicos, en el Carchi no se ha encontrado vestigio alguno, ni hay memoria de que en esa provincia hayan tenido los aborígenes templos ni adoratorios comunes, en tiempo de su gentilidad.

De los Caribes, a quienes en nuestra historia hemos dado el nombre de Scyris, existe hasta ahora, aunque transformado, un monumento religioso. La tribu de los Caranquis tenía un templo: era de forma hexagonal perfecta y la puerta miraba hacia el occidente. Este edificio se conserva todavía en pie, formando parte de la iglesia parroquial del pueblo de Caranqui; no se sabe si los mismos Incas, para convertirlo en templo del Sol, o los conquistadores, para transformarlo en iglesia, le quitaron algunos lados al exágono; lo cierto es que ahora no está con su forma primitiva. Con todo, aún se puede completar el plano y medir la extensión; ésta era relativamente pequeña, y en ella ha cabido apenas la capilla para el altar mayor de la iglesia.

En cuanto a los materiales de construcción, nos parece que los muros, hasta la altura de unos dos metros poco más o menos son muy antiguos, y los mismos que construyeron los aborígenes de Caranqui; son de piedras muy grandes, sin labrar, y parece que están unidas mediante una mezcla de barro y de arena. La cubierta ha de haber sido siempre, indudablemente, de paja, porque los aborígenes del Ecuador nunca supieron fabricar cubiertas de otra clase.

Conquistada la tribu de los Caranquis por Huayna-Cápac, este Inca construyó un edificio muy grande junto al primitivo templo de los vencidos; el nuevo edificio era palacio del soberano, templo del Sol y casa para las recogidas, que cuidaban del culto y del servicio del astro del día. Medio siglo después de la conquista, se conservaba todavía en pie este edificio; ahora, como señal de   -299-   que existió, no hay más que un trozo de muralla, que sirve de lindero entre dos predios contiguos. El gran aljibe ha sido cegado adrede con tierra, y la tradición señala el lugar donde estaba162.

Otro edificio había del tiempo de los aborígenes en Cayambi: era un templo construido de tapias, en una eminencia cercana a la misma población actual. Su forma era enteramente circular, y la puerta estaba hacia el Occidente.

Estos dos edificios eran los dos únicos monumentos que de los antiguos caribes ecuatorianos se conservaban en toda la República hasta el siglo décimo octavo; ahora   -300-   no existe más que el uno de ellos, el de Caranqui; el de Cayambi desapareció hace mucho tiempo163.

¿A quién rendían culto los Caranquis y los Cayambis en estos adoratorios? ¿Adoraban en ellos al Sol? No es posible saberlo; puede conjeturarse que adoraban ya al Sol, porque en el exágono de Caranqui continuó el culto del astro incásico, cuando Huayna-Cápac ensanchó el edificio y cubrió con planchas de oro y de plata los muros interiores del exágono; así tan ricamente entapizados encontraron los conquistadores esos muros, cuando con Benalcázar llegaron por la primera vez a Caranqui en los primeros meses del año de 1534.

No faltan fundamentos para asegurar que había otro templo levantado por los mismos Caribes ecuatorianos al Sol en el Quinche, y que estaba un poco más arriba del punto donde actualmente se halla construida la iglesia parroquial.

En varias partes del territorio de la República se conservan todavía restos y señales de edificios construidos por los Incas; en Quito, en el mismo sitio donde fue edificada la capital, hubo algunos edificios de los Incas, y no tememos engañarnos asegurando que con piedras de esos monumentos se construyeron algunas iglesias y conventos de Quito; examinando despacio esos edificios, se convence uno de que esa muchedumbre asombrosa de grandes sillares y de cilindros de granito son restos de edificios incásicos, modificados adrede para las construcciones castellanas posteriores.

En el Inga-pirca de Cañar y en el trozo de muro de Caranqui se conserva todavía intacta la pasta de arcilla pintada, con que los peruanos-quichuas solían enlucir y hermosear por dentro los aposentos de sus palacios regios. Esa pasta es una masa delgada de arcilla amarilla,   -301-   amasada con esmero y bien apelmazada; para darle consistencia la mezclaban con paja seca, picada. Sobre la arcilla pintaban los muros con tinta de rojo muy suave, que, sin duda, lo extraían de sustancias vegetales. Es un rojo pálido, sin belleza ninguna. Restos más numerosos de edificios de los Incas había anteriormente, y ahora ya no se sabe ni dónde estuvieron, pues en los sitios donde los vio Cieza de León no se los encuentra. Etiam periere ruinae.

Cieza de León encontró pedazos enteros del camino de las cordilleras, todavía bien conservados, en la provincia del Carchi, entre Tulcán y Guaca; y ahora es imposible hallar ni siquiera el rastro de semejante obra.

Reducidos a escombros, están desafiando todavía la lenta acción destructora de los tiempos y la punible incuria de los hombres, el Palacio llamado de Pachu-zula en la llanura de Callo y el Inga-pirca en los declives meridionales del nudo del Azuay, que son los dos mejores monumentos que de la época de los Incas quedan todavía en el territorio de la República del Ecuador.

Rastros o señales de tambos hemos encontrado nosotros, en nuestras excursiones arqueológicas, en Mocha, en Pumallacta, en Achupallas y en Paredones; también entre Cumbe y Nabón, y cerca de Oña; además, encima de Paquizhapa, y en el punto denominado las juntas, una jornada antes de la ciudad de Loja. En ninguno de estos edificios hay cosa alguna digna de llamar la atención de un modo particular, ni por el plano, ni por la construcción; los edificios de los Incas no tenían nada de belleza: eran sólidos, pero tristes y oscuros, sin ventanas y sin arcos ni columnas, y de una monotonía desapacible.




V

En cuanto a la industria de los aborígenes de Imbabura, conviene hacer una observación. Como en todas las   -302-   tribus indígenas americanas, el arte de la alfarería fue muy esmerado, y los utensilios domésticos se distinguen por lo excelente del barro, por lo variado de las formas y por lo uniforme del color; este color es rojo oscuro, y parece que se lo daban a la masa del barro de que fabricaban los objetos. Por lo que respecta a la materia de donde lo sacaban, acaso, ni es sin fundamento nuestra opinión, nos parece extraído de alguna sustancia vegetal, la cual muy bien pudo ser el zumo del achiote; si, en verdad, empleaban esta sustancia, deduciríamos de este hecho que los aborígenes de Imbabura mantenían relaciones de comercio con las tribus de la región oriental, que es donde abunda el arbusto que produce la semilla denominada vulgarmente achiote.

El oro parece haber sido muy escaso; la plata se encuentra en los sepulcros del Carchi y en los de Imbabura, y pudiéramos asegurar que las gentes del Norte labraban ese metal muy poco.

El cobre era conocido; y del cobre, mezclado con otros cuerpos metálicos, fabricaban aretes, patenas, hachas y cascabeles.

Entre la cerámica de los aborígenes del Carchi y la cerámica de los aborígenes de Imbabura, hay una diferencia notable: los del Carchi eran insignes alfareros y tenían refinado el gusto, si podemos expresarnos así; en los objetos trabajados por los de Imbabura no se encuentra ni el barniz, que da lustre, ni el dibujo, que contribuye a la ornamentación decorativa.

Estas condiciones artísticas, si podemos decirlo así, de la cerámica de las gentes del Carchi son para nosotros un indicio más de que los aborígenes de esa provincia procedían de los Omaguas, cuya habilidad en la alfarería llamó la atención de Orellana y de sus compañeros, cuando, navegando por el Marañón, descubrieron esas tribus y trataron con ellas. Las obras de alfarería encontradas en las tolas de la comarca de Intag son muy toscas y sin hermosura ninguna; el embarnizado parece haber sido un secreto, poseído solamente por los aborígenes del Carchi.

  -303-  

Éstos labraban también la piedra; hay vasitos pequeños fabricados de un solo trozo de piedra, y, lo que es más curioso todavía, en los sepulcros se encuentran ciertos dijes o amuletos de piedra verde, del jade, el cual, hasta hace poco, se creía que no existía en América, y que los objetos fabricados de esa piedra se traían de fuera. La petrografía de nuestras cordilleras andinas no está todavía bien estudiada, y aun podemos decir con toda verdad que está, hasta ahora, inexplorada, a lo menos en gran parte, y así no puede determinarse la naturaleza de la roca ni el propio sitio geológico de ella en la cordillera donde existe, sin duda, porque, entre las chinas menudas acumuladas en el álveo de algunos ríos, se hallan esas piedrezuelas verdes, aunque en escaso número.

El análisis químico de estos trozos de roca servirá para determinar algún día la naturaleza mineral y el origen de ellos; entre tanto, solamente añadiremos que todos estos dijes tienen dos agujerillos, por los cuales pasaba el hilo con que los solían suspender del cuello.

Algunos de estos objetos son muy bien labrados; en nuestro atlas de estos Estudios damos las figuras, que representan tres de ellos, que son un monillo, una luciérnaga y un pájaro (un macrocércido). ¿Cómo los labraban? Con instrumentos de cobre y con la frotación, para la cual empleaban una arena muy menuda, gastando en la labor de una sola pieza de éstas meses y aun años enteros, con esa pacienzuda constancia, tan propia del indio americano.

En varios de estos objetos, ya de superstición, ya de adorno, empleaban también el hueso, del cual hay piezas muy curiosas. Labraban, pues, los aborígenes del Carchi el oro, la plata y el cobre; el hueso y la piedra. La edad del hierro para otros pueblos, debe ser la edad del cobre en la prehistoria americana.

Cieza de León habla de los Pastos y de los Quillacingas como si fueran gentes distintas; coloca a los segundos hacia el Oriente respecto de los primeros, cuyo último pueblo dice que era el de Tusa en la actual provincia   -304-   del Carchi. No obstante la aseveración de Cieza de León, bien podemos considerar a los Pastos y a los Quillacingas como tribus procedentes de un misma origen; y las diversidades que había entre ellas, provendrían de su mayor o menor antigüedad en la extensa comarca que ellas poblaban al tiempo de la conquista. Conocían el algodón y lo empleaban en sus vestidos; utilizaban para tejer sus mantas las fibras de algunas otras plantas, y, aunque la tierra es muy fría, usaban solamente dos prendas de vestir: la camisa o túnica sin mangas, y la amplia manta, con que se envolvían el cuerpo y abrigaban la cabeza. Los varones llevaban a la cintura acomodados unos maures, con que se cubrían honestamente.

Los sepulcros, hace notar Cieza de León, que eran huecos muy hondos cavados en el suelo; y cuenta que, cuando moría algún indio principal, enterraban con él a sus mujeres, a sus sirvientes y a las indias e indios que, para que fuesen sepultados con el difunto, obsequiaban los otros régulos de la tribu, de modo que con cada jefe eran sepultadas hasta veinte personas. La relación de Cieza explica por qué en los sepulcros de las gentes del Norte se suelen encontrar muchos cadáveres. Con estas noticias concluiremos nuestras investigaciones arqueológicas respecto de los aborígenes de la provincia del Carchi en la República del Ecuador.





  -305-  

ArribaAbajoCapítulo quinto.- Conjeturas históricas

Puntos de semejanza entre los Quimbayas de Colombia y los aborígenes del Carchi. Conjetura histórica acerca de la procedencia de los aborígenes del Carchi y de Imbabura. Indicaciones arqueológicas y bibliográficas. Advertencia.



I

En los capítulos anteriores hemos expuesto, con cuanta sencillez nos ha sido posible, el resultado de nuestras investigaciones acerca de los usos y costumbres de los aborígenes del Carchi y de Imbabura, sometiendo al juicio de los doctos en estas materias nuestras conjeturas en punto al origen de aquellas gentes, y a la lengua que ellas hablaban; ahora vamos a estudiar otra cuestión, la   -306-   relativa a la semejanza que las tribus del Carchi y de Imbabura tenían con otras parcialidades indígenas del mismo continente americano meridional.

¿Con cuál otra nación americana tenían puntos de semejanza los aborígenes del Carchi? Muchos puntos de semejanza nos parece que hay entre nuestros aborígenes del Carchi y la nación de los Quimbayas, moradores de una considerable provincia en el departamento llamado de Antioquia en la vecina República de Colombia o antiguo Virreinato del Nuevo Reino de Granada. En efecto, la traza de los sepulcros y la manera de los enterramientos, la destreza en la orfebrería, ese esmerado trabajo en objetos de oro que con tanta razón han hecho célebres a los Quimbayas, se nota y observa en los aborígenes del Carchi; y la semejanza es tanto más notable, cuanto más despacio se comparan las obras de los unos con las obras de los otros, así en los trabajos de cerámica como en los de orfebrería. Muy poco es lo que por la historia sabemos acerca de los usos y de las costumbres de los antiguos pobladores indígenas de nuestra provincia del Carchi, los Quimbayas son mucho más conocidos. Si fuera posible rehacer la mitología de los aborígenes del Carchi y llegar a conocer cuáles eran sus leyes y su manera de gobierno y las tradiciones suyas, no sería imposible obtener datos suficientes para asegurar, con fundamento, que los Quimbayas de Antioquia en Colombia y los Quillacingas del Carchi en el Ecuador provenían de un mismo origen y pertenecían al mismo tronco etnográfico164.

Los Quimbayas conservaban la tradición de su origen; y, cuando llegaron a las tierras habitadas por ellos los primeros españoles, en tiempo del descubrimiento y la conquista, les refirieron que sus progenitores no habían   -307-   nacido en aquella comarca, sino en otra muy distante, de la cual habían venido en tiempos anteriores, y que entonces guerrearon con los antiguos pobladores de aquellos lugares, los vencieron y los exterminaron.

¿De dónde procedían los Quimbayas? ¿Será, tal vez, muy aventurado conjeturar que habían entrado ahí, atravesando la cordillera de los Andes, y que vendrían de hacia el Oriente?

Si se pudiera rastrear el origen de los Quimbayas, acaso se daría también con el de los Quillacingas. Los antropologistas americanos buscan ordinariamente las huellas de las antiguas inmigraciones desde el Pacífico hacia los Andes, y conjeturan que los primitivos pobladores del suelo americano arribaron a las costas occidentales; semejante conjetura es muy fundada relativamente a ciertas tribus o parcialidades antiguas, pero, en cuanto a las oriundas de la estirpe caribe, opinamos nosotros que la derrota de su inmigración debe trazarse más bien de Oriente a Poniente, de las playas del Atlántico a la base de la gran cordillera oriental andina, la cual fue trasmontada por grupos de gentes de la misma raza, que, en épocas diversas, fueron llegando a la altiplanicie, desde donde algunas trasmigraron, más tarde, a la región occidental. En todo caso, el problema relativo al origen de los primitivos pobladores de las provincias septentrionales ecuatorianas permanecerá muy oscuro, y casi de todo punto insoluble.

Con el recelo que esta clase de conjeturas no puede menos de inspirar, nos atrevemos, no obstante, a exponer nuestra opinión, resumiéndola en las siguientes conclusiones, meramente hipotéticas. Los primitivos pobladores de las provincias del Carchi y de Imbabura eran descendientes de la raza caribe, y procedían de la región oriental; en ambas provincias hubo, indudablemente, gentes distintas, que traían su origen de otro tronco etnográfico; en la del Carchi los Quillacingas, dominadores de ella, cuando la conquista del Inca Huayna-Cápac, nos parecen relativamente modernos con respecto a los moradores de la de Imbabura.

  -308-  

La manera de sepultación en vasijas grandes de barro y la práctica de deformarse adrede la nariz los relacionan con las gentes de raza caribe, pobladoras de la región oriental; el achatamiento del cráneo y el primor que se admira en sus objetos de alfarería contribuyen a dar un fundamento más en apoyo de la misma conjetura. ¿Cuál fue el rumbo por donde vinieron a las comarcas septentrionales ecuatorianas? ¿Qué vicisitudes sociales serían la causa de sus inmigraciones? ¿Cuándo, en qué tiempo llegaron a estas provincias? ¿En qué estado de relativa cultura social se encontraban, así cuando arribaron al Ecuador, como cuando fueron conquistados por los españoles?... Todas éstas son preguntas a las cuales ahora las ciencias auxiliares de la historia no pueden dar respuesta ninguna. ¿La darán algún día? Acaso no la darán nunca. En la historia, tanto como en la naturaleza, hay arcanos profundos, cuya oscuridad la ciencia no aclarará nunca165.




II

Para complemento de la materia que hasta aquí hemos estado tratando, y para que en nuestro trabajo abunden las noticias que han de esclarecer e ilustrar puntos, de suyo tan oscuros, vamos a indicar en seguida los autores en cuyas obras de arqueología se hallan datos acerca de las obras de arte trabajadas por los aborígenes de las provincias del Carchi y de Imbabura.

  -309-  

En la obra del diligente americanista alemán, señor Seler, sobre las antigüedades peruanas, hay un ligero estudio también sobre las antigüedades ecuatorianas, y se halla en la lámina cuadragésima octava166.

Esta lámina contiene veintiuna figuras, de las cuales solamente tres representan objetos de Imbabura; son las figuras que en la expresada lámina están señaladas con los números sexto, undécimo y vigésimo. Representan estas figuras tres objetos de barro, es decir, tres ollas o cántaros comunes; y la tercera es indudablemente un cántaro peruano y no ecuatoriano, como lo indican la forma de ella, las asas y los dibujos que la adornan; como el señor Seler dice simplemente que esta pieza es de Ibarra, sin precisar el lugar de la provincia de Imbabura donde fue encontrada, no podemos aducir ninguna otra circunstancia para confirmar nuestra opinión de que aquel objeto pertenece a la cultura peruano-incásica, y no a la genuinamente imbabureño-ecuatoriana.

Las otras dos vasijas tienen señales evidentes de su procedencia netamente imbabureña, y son restos de la industria de los aborígenes de esta provincia. El señor Seler designa la procedencia de los objetos con el nombre de la ciudad capital de la provincia, llamándolos generalmente «de Ibarra».

En la gran obra sobre las antigüedades indígenas sudamericanas, publicada en alemán por el señor Max Uhle, con colaboración de los señores Stübel, Reiss y Hoppel, se encuentran representados no pocos objetos pertenecientes a los aborígenes de Imbabura167.

Entre los trabajos de cerámica, todos los representados en la lámina octava de las correspondientes al Ecuador, son de Imbabura.

  -310-  

Los objetos de metal son asimismo solamente dos: la hachuela encontrada en Cochasquí debe, con justa razón, ser enumerada entre las obras de Imbabura; pues la comarca de Cochasquí, etnográficamente considerada, pertenece a Imbabura y no a Pichincha.

En la obra del señor Uhle no hay, pues, ni una sola pieza perteneciente al Carchi; y las de Imbabura son relativamente pocas, aunque muy bien escogidas para dar a conocer la cerámica de los aborígenes de esta provincia. El museo de Bruselas es en Europa uno de los más ricos en objetos pertenecientes a la prehistoria ecuatoriana. El finado señor Anatolio Bamps publicó un atlas de cuarenta láminas pequeñas de colores, en que se hallan representados todos aquellos objetos; y en el estudio que acompaña al atlas se indica diligentemente la procedencia de cada uno de ellos168.

Pertenecientes a los aborígenes de Imbabura hay algunos objetos, así de barro como de piedra; y pertenecientes a los aborígenes del Carchi hay solamente seis piezas de barro, extraídas unas en San Isidro y otras en El Ángel. Conviene hacer notar aquí para esclarecimiento del punto que estamos estudiando que, hasta el año de 1878, en el Norte de la República del Ecuador no había más que una sola provincia, la cual se denominaba de Imbabura; en aquel año se erigió con los territorios que están al otro lado del río Chota la provincia llamada del Carchi. La colección de antigüedades ecuatorianas del museo de Bruselas fue coleccionada y clasificada antes de que se erigiera la nueva provincia del Carchi.





  -311-  

ArribaAbajoApéndice

Observación general. Aborígenes y Mitimaes. Cultura indígena ecuatoriana y cultura peruano-incásica. Zonas o departamentos arqueológicos ecuatorianos. Reflexiones necesarias. Rectificaciones históricas. Problemas prehistóricos relativos al Ecuador. Conclusión.



I

Me parece necesario, como Apéndice a esta segunda edición de mi opúsculo sobre Los aborígenes del Carchi y de Imbabura, hacer un resumen de mis opiniones en punto a la prehistoria ecuatoriana.

En lo que es ahora territorio de la República del Ecuador hubo dos civilizaciones prehistóricas: la incásica y la indígena. La incásica no se extendió por todas las provincias del territorio ecuatoriano; fue traída por los   -312-   Incas y duró un siglo, poco más o menos, desde que los hijos del Sol comenzaron a conquistar las provincias del Sur, hasta la conquista de los españoles. Las huellas de esta civilización se encuentran en la región interandina desde Loja hasta Imbabura y aún más allá169.

La civilización indígena ecuatoriana es muy variada y tiene caracteres distintos, según la índole de las diversas tribus indígenas a quienes perteneció.

Además de estas dos clases de civilizaciones, hay otra, cuyas señales son muy notables, a saber, la de los Mitimaes o colonos, que los Incas pusieron en algunas provincias, sacando a los primitivos pobladores de ellas. Una de las provincias, donde se deben hacer estudios e investigaciones acerca de esta civilización es la de Riobamba, principalmente en el valle u hondonada de Guano; algunos restos casi perdidos de edificios antiguos y los grandes ídolos o figuras de piedra, en forma de hombres sentados, que se encuentran en esta localidad, llaman la atención del arqueólogo y exigen un estudio diligente y prolijo. ¿A qué pueblo pertenecen esos restos? ¿Son de los Mitimaes? ¿Serán de los aborígenes?... Entre esas figuras de piedra y ciertos monolitos encontrados en la región del bajo Amazonas parece que hay rasgos de semejanza. ¿Serán éstos casuales? ¿Será acaso una mera ilusión? Lo cierto es que, en punto a prehistoria, el territorio ecuatoriano es todavía mundo inexplorado.

No se debe confundir nunca la civilización indígena de los aborígenes ecuatorianos con la civilización incásica, la cual no influyó de ningún modo sobre las tribus de la costa del Pacífico; esas gentes conservaron su civilización propia, y merecen que se las estudie con espíritu crítico, desapasionado y libre de prejuicios o preocupaciones históricas.

  -313-  

Entre las gentes de la costa las más notables, las más célebres, son las que, cuando llegaron los conquistadores, estaban poblando la provincia de Manabí, la Isla de la Puná y el cantón de Santa Elena en la provincia del Guayas. ¿Qué gentes eran ésas? ¿A qué raza pertenecían? Si eran advenedizas en la comarca poblada por ellas, ¿de dónde arribaron? ¿En qué época? A todas estas cuestiones, o mejor dicho, a todos estos problemas prehistóricos les hemos procurado dar solución, aventurando conjeturas no faltas de fundamento170.

Esas gentes vinieron de fuera, y llegaron a las costas ecuatorianas navegando en grandes balsas o almadías de madera, según la tradición que se conservaba entre los indígenas, al tiempo del descubrimiento y la conquista; mas ¿de dónde venían? ¿Con cuáles otras parcialidades indígenas de México y de Centro América tenían relación? ¿Qué semejanza se encuentra entre los restos de las artes de las gentes de Manabí y los objetos pertenecientes a otras razas, pobladoras de los territorios de México y de Centro América? A pesar de la deficiencia de nuestros estudios arqueológicos, y a pesar de que hasta ahora no nos ha sido fácil practicar comparaciones prolijas entre unos objetos y otros; con todo, nosotros insistimos en nuestra conjetura acerca del origen o procedencia etnográfica de los pobladores de Manabí, los cuales pertenecían a alguna de esas razas famosas que habitaban en México y en Centro América, en la época de la conquista española171.

  -314-  

Empero ¿qué gentes eran ésas? Nosotros opinamos que procedían del mismo tronco etnográfico de que descendían los tan conocidos Mayas de Yucatán; éstos eran los que, en la época de la conquista, se hallaban en un grado de cultura y de adelantamiento mayor que el que habían alcanzado otras parcialidades, oriundas de la misma familia y establecidas en otros puntos del continente americano, al Norte de la línea equinoccial. Los que arribaron a Manabí, ¿de dónde procedían? ¿Cuál fue el punto desde donde partieron? Por ahora, estas cuestiones son insolubles.

  -315-  

Los pobladores de Manabí poseían el secreto de componer, con arena menuda y con un ingrediente glutinoso, una pasta tan dura y tan compacta que llegaba a tener la consistencia de la piedra; con esta pasta trabajaban las sillas o asientos, que en tanta abundancia se encuentran en la provincia de Manabí, principalmente en el cerro llamado de Hojas.

Pero esas sillas, ¿eran propiamente sillas? Todos esos objetos, ¿estaban destinados solamente para servir de asientos? ¿No sería posible que tuvieran también algún otro uso? ¿Tal vez un destino religioso?... Séanos lícito aventurar, a propósito del empleo de aquellas sillas, una conjetura: las gentes de la costa de Manabí acostumbraban ofrecer sacrificios de víctimas humanas a sus ídolos. No sabemos cómo practicaban la inmolación de la víctima; pero no es improbable que la sacrificaban de un modo parecido al uso de los Aztecas en sus adoratorios; las sillas, ¿no serían aras, en que sacrificaban, de una en una, víctimas humanas, haciéndolas primero sentarse, y después doblándolas boca arriba, de manera que el pecho y el vientre quedaran tirantes, para poder partirlas y arrancarles el corazón?... Poniendo los ojos en esas que nosotros ahora llamamos sillas, se nos ha ocurrido esta sospecha sobre el destino de ellas. El cerro de Hojas   -316-   era para las gentes de Manabí lugar sagrado, uno como grande y gigantesco teocalli, en que, tal vez, se congregaban las tribus para celebrar sus fiestas religiosas.

En estos últimos años, las antigüedades indígenas de la provincia de Manabí han llamado la atención de los arqueólogos y americanistas extranjeros, se han practicado investigaciones prolijas y se han colectado, para museos de Europa y principalmente de Norte América, objetos sacados de diversos puntos de aquella provincia; nos halaga, pues, la esperanza de que la prehistoria ecuatoriana será pronto objeto de estudio para sabios, que, sin duda ninguna, lograrán dar solución satisfactoria a los problemas históricos que nosotros no hemos hecho más que plantear172.




II

La prehistoria ecuatoriana, según nuestro juicio, pudiera distribuirse en tres zonas o departamentos arqueológicos: la costa del Pacífico, las comarcas interandinas y la región oriental. En la primera de estas zonas o departamentos, se distinguen algunas parcialidades, la más notable de las cuales es la de Manabí; ¿cuántos centros de población comprendía esa parcialidad? Las gentes que vivían en Atacames, ¿pertenecían a la misma raza? ¿Serían oriundas de otra fuente etnográfica? En la bahía de Atacames encontraron los españoles que acompañaban a Pizarro una ciudad o población bien formada.

En la Isla de la Puná, en las costas de Machala y de Santa Rosa, en las isletas del golfo de Jambelí, es necesario   -317-   practicar investigaciones arqueológicas; deben practicarse también en la isla de Santa Clara o del Amortajado, donde no dudamos que se harán descubrimientos de mucha importancia para ilustrar la prehistoria ecuatoriana, y conocer a las tribus que poblaban la costa, las cuales hasta ahora nos son casi completamente desconocidas. La isla llamada de la Plata ha sido ya explorada por el Sr. Dorsey, arqueólogo norte-americano.

En este departamento arqueológico de la costa ecuatoriana del Pacífico, conviene distinguir bien unas tribus de otras, para no atribuir a unas las obras que fueron de otras. Los indios llamados Colorados, por ejemplo, según nuestro juicio, no son los fabricadores de las sillas de Manabí, sino los supervivientes que de los primitivos pobladores de la costa de Manabí se han conservado hasta ahora; cuando los constructores de sillas arribaron a la costa ecuatoriana, sin duda ninguna, lucharon con los Colorados, los vencieron y les obligaron a retirarse a las faldas de la cordillera occidental. Si así sucedió en efecto, los Colorados serán los restos de los más antiguos pobladores de una parte de la costa ecuatoriana; esos restos han atravesado ya varios siglos, sin que sobre ellos ejerza influencia ninguna la civilización castellana. Es propiamente un campamento de salvajes, estacionado entre la capital de la República y las playas del Océano Pacífico173.

En el segundo departamento arqueológico, comenzando por el Sur nuestra exploración, encontramos la provincia de Loja, la cual, desde el punto de vista de la prehistoria ecuatoriana, está todavía intacta; hasta ahora no se han practicado en ella investigaciones ningunas.

Nosotros la recorrimos como de paso; en Paquizhapa nos detuvimos, para estudiar un monumento, cuyos escombros   -318-   se encuentran en una colina, no muy alta, cerca de la población. Ese edificio conjeturamos que es anterior a la llegada de los Incas a esa provincia. ¿Qué destino tuvo? ¿Fue adoratorio? ¿Sería fortaleza militar? Para no emitir conjeturas muy aventuradas, nosotros lo hemos enumerado entre los restos que de los edificios de los Incas se conservan todavía en el territorio ecuatoriano; pero ¿en verdad deberá atribuirse a la época de los Incas? Las piedras de que ha sido construido manifiestan que no fue obra de los hijos del Sol. ¿Estaremos nosotros equivocados?... En la provincia de Loja debe tenerse muy en cuenta que la dominación de los Incas duró largo tiempo, y que así no pudo menos de ejercer influencia sobre la cultura primitiva de los aborígenes de ella.

De los Cañaris, antiguos pobladores de todo el territorio de Cuenca, hemos tratado ya de propósito en nuestras publicaciones anteriores sobre la arqueología y la prehistoria ecuatoriana, por lo cual no decimos nada ahora. Estudiando las cosas de los antiguos Cañaris, investigando sus usos, sus costumbres, sus creencias y prácticas religiosas, se nos ha ocurrido la sospecha de que esa raza tenía su cierto parentesco etnográfico con los Chibchas de la planicie de Cundinamarca, en la república de Colombia. El culto sagrado a las lagunas y algunas otras relaciones de semejanza entre los Chibchas y los Cañaris, ¿serían tan sólo casuales? ¿No serían tal vez resultado de la identidad de origen? Origen, sin duda, muy remoto, pero idéntico. ¿Dónde estaba ese origen?

Si la conjetura de Paravey llegara a comprobarse, encontraríamos el origen de los Chibchas de Cundinamarca en las islas remotas del archipiélago del Japón. Cuando las antiguas vicisitudes de la nación japonesa sean mejor conocidas, no dudamos que se ha de encontrar explicación para muchos puntos de la prehistoria americana que, al presente, son no sólo oscuros sino misteriosos;   -319-   la identidad de raza entre los japoneses y los indígenas americanos es indudable174.

El día en que el Japón llegue a ser bien conocido, ese día se habrá alzado el velo que ahora encubre la historia de las antiguas poblaciones del imperio de Moctezuma. Un trasunto del Buda japonés aparece entre las ruinas de Palenque; esas ruinas hoy son un enigma histórico. Empero, mañana serán esclarecidas: la luz les vendrá del Japón.

Sigamos nuestra excursión arqueológica al través del callejón interandino. En los cantones occidentales de la provincia de Guaranda, parece que antiguamente se establecieron pobladores procedentes de raza caribe; en esos cantones hay, pues, necesidad de no confundir a los aborígenes con los colonos que, para esos mismos lugares, trajeron los Incas, después que se apoderaron de esa provincia.

Hemos dicho ya algo acerca de los pobladores del extenso valle de Guano.

Las otras localidades de la dilatada provincia del Chimborazo se hallan todavía arqueológicamente inexploradas. Asimismo lo están las de Tungurahua, León y Pichincha. En todas estas conviene distinguir, con mucho cuidado, las obras peruano-incásicas de los productos de la primitiva cultura de los aborígenes; éstos fabricaban objetos de cobre, de piedra y de barro, mucho antes de que se estableciera la dominación de los Incas en esta parte del territorio ecuatoriano, al Sur de la línea equinoccial.

¿Nos habremos equivocado nosotros, al conjeturar que las provincias del centro de nuestra República fueron   -320-   pobladas primitivamente por aborígenes oriundos de la raza caribe? ¿Estaremos engañados, opinando que los Quitos (Quitus o mejor Quitúes), no fueron otros que los mismos Caribes?... Cuanto más estudiamos la prehistoria ecuatoriana, tanto más nos afianzamos en nuestras conjeturas; y el cumplimiento de un deber de conciencia literaria nos obliga a declarar aquí, una vez más, que toda esa historia antigua de la monarquía de los llamados Scyris de Quito carece de sólido fundamento; así, es necesario eliminarla de la prehistoria ecuatoriana. La historia de esa monarquía de los Scyris de Quito, con sus conquistas y sus alianzas, sus fracasos y sus victorias, tiene trazas de tradición o leyenda fabulosa; la esponja de la crítica histórica pasa, pues, sobre ella, y la deja borrada.

En el departamento arqueológico, trasandino, en las inmensas comarcas orientales ecuatorianas, todo está por hacerse todavía; nada se ha hecho hasta ahora. La antropología, la etnografía, la lingüística, la filología comparada y la prehistoria propiamente dicha, tienen allí un campo vastísimo, que aún no ha sido explorado. La raza caribe, con sus múltiples familias y variedades, es la que, desde tiempos muy remotos, ha habitado en esas regiones; la opinión del erudito americanista norteamericano Brinton acerca de los Jíbaros nos parece muy fundada. Los Jíbaros, los sanguinarios, los vengativos Jíbaros, tan refractarios a la civilización, proceden del tronco caribe, y son los pobladores más antiguos de la región oriental trasandina, en la América Meridional. ¿De dónde vinieron? ¿Cuándo llegaron a las playas del continente americano? Acaso nunca se podrá dar respuesta satisfactoria a estas preguntas175.



  -321-  
III

Los Incas se enseñorearon del territorio ecuatoriano en los últimos tiempos de la duración de su imperio, pues la conquista del Reino de Quito la llevó a cabo Túpac-Yupanqui, el penúltimo de los Incas; su hijo y sucesor, Huayna-Cápac, la extendió a las provincias del Norte; la guerra de este Inca con los régulos de Cayambi, de Otavalo y de Caranqui duró veinte años. Todavía se conservan en Guápulo, a las inmediaciones de Quito, los vestigios de una de las fortalezas o Pucaráes que, durante esa guerra, se vio obligado a construir el padre del infortunado Atahuallpa. Todos estos pormenores históricos son necesarios para no equivocarnos en las investigaciones arqueológicas.

Huayna-Cápac, sin duda por motivos de superstición religiosa, gustaba mucho de residir en Quito; recordemos la veneración que tributaban los Incas a los puntos en que reposaba, al decir de ellos, el Sol, y comprenderemos por qué la ciudad de Quito, situada casi bajo la misma línea equinoccial, era tan estimada por el Inca.

Según refiere Montesinos, los aborígenes de Quito habían logrado determinar el punto preciso por donde pasar la línea equinoccial, en la cordillera occidental de los Andes, y allí habían construido un edificio, cuyos escombros alcanzó a ver y examinar aquel curioso analista del Perú. ¿Ese monumento fue construido por los Incas? ¿Lo edificarían ya antes los aborígenes de la provincia de Pichincha?

Está aún por plantearse todavía en el Ecuador la cuestión relativa a la antigüedad de la presencia del hombre en el territorio ecuatoriano; decimos la cuestión de la presencia del hombre, porque, en cuanto a que el hombre americano fue autóctono o advenedizo en el Nuevo Mundo, para nosotros que profesamos y sostenemos la doctrina del monogenismo, esa cuestión no está ni puede estar nunca en tela de juicio; esa cuestión está   -322-   ya resuelta: el hombre americano desciende del único progenitor primitivo del linaje humano. Mas ¿cuándo comenzó a ser poblado por el hombre el territorio ecuatoriano? Para resolver esta cuestión es necesario que la ciencia vaya acumulando datos, teniendo presentes los cambios que han causado en el suelo ecuatoriano los agentes geológicas y meteorológicos, en las diversas épocas de la formación de la corteza terrestre; conviene distinguir, además, la presencia del hombre, como ser aislado y como fundador de agrupaciones sociales. Por causas naturales desconocidas, pudo un individuo ser arrojado vivo o muerto a las costas del Pacífico; y así sucederá que se encuentren restos del hombre en los yacimientos geológicos de las costas occidentales; sin embargo, eso no es suficiente para resolver la cuestión relativa a la antigüedad de la presencia del hombre en el territorio ecuatoriano; con los restos del hombre es necesario encontrar también los restos de la industria humana, por rudimentaria que sea.

¿Se descubrirán en las costas ecuatorianas los paraderos, con residuos de cocina, de los primitivos pobladores? ¿Existen, tal vez, en algún punto de la costa ecuatoriana, montículos artificiales, formados lentamente con conchas y con restos de la cerámica de la época llamada de la piedra, en la prehistoria general? Volveremos a repetir, que la cuestión relativa a la antigüedad de la presencia del hombre en el territorio ecuatoriano está por plantearse todavía.

En las investigaciones de las ciencias auxiliares de la prehistoria, es indispensable un criterio recto, ilustrado y muy desapasionado, para evitar equivocaciones; los juicios preconcebidos, los sistemas que de antemano forja la imaginación, inducen en error inevitablemente. Así investigaban las tradiciones, los usos y las costumbres de las americanos algunos de los antiguos historiadores y viajeros; así discurren todavía, y con suma ligereza, ciertos viajeros y escritores contemporáneos extranjeros, que recorren de prisa el nuevo continente; y   -323-   luego, con mayor prisa todavía, se apresuran a publicar sus escritos. De ese modo, en vez de esclarecer los problemas históricos, los embrollan; y en lugar de aclararlos, contribuyen a hacerlos más oscuros.







Anterior Indice Siguiente