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Fin de El Duende Satírico del Día y comienzo de El Parnasillo: testimonios contemporáneos

José Escobar


Glendon College, York University



Hace ya mucho tiempo, estudiando la trayectoria inicial del joven escritor Mariano José de Larra, me ocupé de sus primeros artículos publicados en El Duende Satírico del Día, serie de cinco folletos que aparecieron con irregularidad a lo largo del año de 1828, entre febrero y diciembre de aquel año (Escobar, 1973). Expliqué el final accidentado de aquella su primera serie de artículos, añadiendo datos a lo que se sabía de este asunto por los trabajos de F. Courtney Tarr (1928-1929) e Ismael Sánchez Estevan (1934)1. Ahora quisiera presentar un documento más que entonces me pasó inadvertido, un testimonio contemporáneo sobre los incidentes que llevaron a la interrupción accidentada del primer esfuerzo periodístico de Larra, un enfrentamiento personal del joven autor del Duende con el veterano periodista José María de Carnerero, redactor del Correo literario y mercantil. Se trata de una carta del gaditano Ángel de Iznardi, colaborador entonces del periódico de Carnerero y luego fundador, con Fermín Caballero, del Eco del Comercio; carta fechada en Madrid el 6 de abril de 1829 (del Monte, págs. 61-64) en la que Iznardi le cuenta la pelea a su amigo cubano Domingo del Monte, recién regresado a la isla después de pasar un año en Madrid2. La carta, impresa hace ya setenta y cinco años, en 1923, en La Habana, se halla entre la multitud de piezas que componen el voluminoso Centón epistolario del mencionado personaje cubano. Sin embargo, hasta ahora nunca la hemos tenido en cuenta los que hemos tratado de este asunto en trabajos publicados y, que yo sepa, sigue enterrada en aquel inmenso centón. No es, por lo tanto, un documento inédito, pero como si lo fuera. Su lectura me ha hecho volver a las páginas que escribí hace veinticinco años sobre la muerte del Duende Satírico, para, después de tanto tiempo, recordar ahora las circunstancias que la rodearon. La narración epistolar, con su tono inmediato, actualiza los acontecimientos a la vez que añade datos y aclara aspectos de lo ocurrido entre Larra y Carnerero. Sugiere, además, nuevas pistas de investigación acerca de la fundación del Parnasillo en el trasiego del café de Venecia al café del Príncipe. A fin de poner la carta en su contexto, será necesario que, antes de desenterrarla, repasemos lo que se sabe del asunto, repitiendo, desde luego, cosas ya sabidas.

A pesar de algunas alusiones posteriores del propio Larra con un tono humorístico y condescendiente (Escobar, 1973, pág. 83), algunas referencias en la prensa de la época y en las primeras biografías, los artículos del Duende quedaron olvidados hasta que los volvió a imprimir Emilio Cotarelo en 1918 en el tomo primero de su Postfígaro. Desde entonces se sabe que los dos últimos folletos de la serie, publicados en setiembre y en diciembre, están dedicados a atacar al Correo literario y mercantil. Pero sólo se conocían los escritos de una parte, los de Larra: «Un periódico del día o el Correo literario y Mercantil» y «Donde las dan las toman» (Larra, 1960, págs. 36-70).

Estudié la polémica y reproduje los artículos de la parte contraria, los publicados en el Correo entre los meses de setiembre de 1828 a enero de 1829 (Escobar, 1973, págs. 287-331). Entre ellos, di a conocer el escrito jocoso que ocasionó los incidentes que llevaron a la desaparición de la serie en una muerte no muy honrosa, según la opinión de un periodista del Boletín de Comercio (22-II-33): «Ya en otro tiempo fue duende y murió no de una muerte tan honrosa como ahora», es decir, como la del Pobrecito Hablador. El artículo que pasaron por alto Tarr y Sánchez Estevan se titula «El convite del pavo»3. Remito a Los orígenes de la obra de Larra para la lectura e interpretación de dicho artículo (Escobar, 1973, págs. 251-238). Se publicó en el Correo del 29 de diciembre de 1828.

Tarr (1928-1929) había revelado que la enconada disputa sostenida por El Duende con el Correo literario y mercantil «no se confina a las columnas del periódico; llega a su culminación cuando el mismo Larra ocasiona una pelea personal, en un café, con uno de los redactores del Correo. Este incidente, hasta ahora desconocido en la vida de Larra, se nos revela del siguiente modo: el artículo de fondo del Correo del 9 de enero de 1829 es un largo y solemne manifiesto, firmado por el editor (Pedro Ximénez de Haro) y por ambos directores (José María de Carnerero y Juan López Peñalver de la Torre), en que se dice que ciertos excesos cometidos recientemente los obligan a advertir que en adelante llevarán a los tribunales a cualquiera que traspase los límites del decoro en sus polémicas literarias con ellos o con el periódico»4. Me referí (Escobar, 1973, pág. 223) a este artículo editorial del Correo, destacando el pasaje que se refiere al incidente revelado por Tarr:

No hace muchas noches que un mal aconsejado escritor de los que hacen una guerra impotente al Correo; ha dado a su conducta un carácter de asonada que la constituye criminal; sobre todo, cuando afortunadamente desaparecieron los tiempos en que se dejaban impunes semejantes licencias revolucionarias (Correo, núm. 78, 9-1-29)5.



Escrito esto en plena ominosa década, las alusiones políticas y las referencias al Trienio, con intención acusatoria, por parte del Correo se hacen evidentes. Aunque en este artículo de fondo no se dice el nombre del «mal aconsejado escritor», ni se explica en qué consistió, concretamente, su reprobable conducta, por una carta de retractación enviada por Larra al periódico y publicada en el número siguiente (núm. 79, 12-I-29; Tarr, 1928-1929, pág. 44, reproducido en Benítez, págs. 1955-1956; Sánchez Estevan, 1934, pág. 34; Escobar, 1973, págs. 224-225), nos enteramos de que cuando el Correo decía lo de «asonada [...] criminal» y «licencias revolucionarias» propias de los tiempos de la Constitución, se refería a «un lance ocurrido en la noche del 29 de diciembre en un café de esta capital», según leemos en la carta del arrepentido Larra. En seguida reconoce que como «yo fui en él el que llevó la palabra contra uno de vmds., no puede quedarme duda de que soy yo el objeto principal de las reflexiones que vmds. publican». Larra daba la razón a los redactores del Correo cuando admitía que «la moderación del redactor a quien dirigí la palabra fue la que evitó las consecuencias desagradables que se hubieran de otro modo originado».

Parece atemorizado por las consecuencias de su atrevimiento. Amenazas de esta índole podían ser más graves que de ordinario si tenemos en cuenta que, para poder subsistir, el muchacho estaba empleado, o lo había estado, nada menos que en la Inspección de Voluntarios Realistas y que el año anterior había ingresado en tan infame cuerpo de los defensores del absolutismo (Varela, 1983; Escobar, 1983). ¡Se acusaba de «licencias revolucionarias» propias del liberalismo a un afiliado a los Voluntarios Realistas!6 Como ya hice observar (Escobar, 1973, págs. 225), Larra procura defenderse de las implicaciones subversivas insinuadas por los redactores del Correo, distanciándose públicamente de toda posible asociación sospechosa y buscando la aprobación de «todos los que (como vmds. observan) no quieren vivir en el trastorno y en la licencia». Estas dos palabras van subrayadas en la carta: el Correo, además de aludir a las «licencias revolucionarias» había dicho que a los escritores «la autoridad del gobierno y la ilustración de los censores [...] les fija la medida del orden y del respeto que mutuamente se deben todos los que no quieren vivir en el trastorno y en la licencia» (ahora subrayo yo). Larra, sin duda, tenía que recordar lo ocurrido a algunos de sus amigos en la aventura de los Numantinos.

¿Qué pasó en el «lance ocurrido en la noche del 29 de diciembre último en un café de esta capital», según palabras del propio Larra? Recordemos que el artículo «El convite del pavo» había aparecido aquella misma mañana en el Correo. El relato del lance lo encontré en un periódico oficioso del gobierno español, la Gaceta de Bayona, publicado y redactado en dicha ciudad francesa por Alberto Lista y Sebastián de Miñano. En el número del 23 de enero, se relatan los hechos con el propósito explícito de denunciarlos «a la indignación pública». Es un largo artículo que ya reprodujimos en su día (Escobar, 1973, págs. 227-228). Empieza refiriéndose al escrito del Correo que provocó el lance: «Un artículo jocoso de dicho periódico describe el convite a comer un pavo en una de las tardes de Navidad». El redactor de la Gaceta de Bayona utiliza la ironía cuando dice que el autor del artículo jocoso sólo pretendía componer una pintura ficticia de «diversos caracteres que el editor se proponía ridiculizar», sin alusiones personales. Es decir, tipos, pero no personas, de acuerdo con las normas admitidas de la sátira. Añade en el mismo tono: «Hubo varios sujetos reales y verdaderos que se creyeron retratados al vivo en aquella pintura imaginaria». El gacetero tampoco dice los nombres de estos sujetos que se sintieron atacados en persona.

Hasta ahora el relato del periódico gubernamental de Lista y Miñano era el único testimonio contemporáneo que conocíamos de los hechos. Testimonio no ciertamente imparcial, sino amenazador. Ahora podemos añadir el de Ángel Iznardi. Para facilitar la comparación de su relato con el del gacetero de Bayona, reimprimo aquí la parte del artículo en que éste cuenta el lance a su manera.

El gacetero dice que los que se sintieron aludidos por el convite satírico del Correo decidieron vengarse, pero vacilaban en el procedimiento:

¿Pues qué, en fin? ¡Qué! dijo uno de ellos, el que se creía más agraviado: ahora lo verán Vms.: Yo sé que el editor de este periódico asiste diariamente al teatro, y después se va a concluir la noche en uno de los cafés más concurridos. Vayan algunos de Vms. a llamarle durante la representación, y en saliendo que salga al pasillo de las lunetas, le asestan cara a cara una retahíla de desvergüenzas que le dejen tamañito: y yo me encargo luego de coronar la fiesta en el café diciéndoselas tales que no le quede gana de volvernos a pintar con tan vivos colores. Dicho y hecho; va la primera cuadrilla al callejón, y hace llamar al periodista; pero éste responde que no quiere salir, y se retiran desconcertados y mohínos de esta nueva desatención. Fuéronse, pues, todos juntos a esperarle en el café, y procurando engañar el tiempo con algunas copas de ponche, aguardaron un par de horas a su formidable adversario, hasta que por fin pareció muy ajeno de encontrarse con tan bullicioso recibimiento. Apenas se hubo sentado, cuando el inventor de la cruda venganza se le pone delante en pie, y prorrumpe en dicterios de aquellos que sólo se toleran en las tabernas y en los bodegones. Afortunadamente el agraviado conoció al ver la cuadrilla reunida que lo que se buscaba era que él se excediese en algún modo para abrumarle con el peso de toda aquella autoridad, y así se limitó a echarle en cara su indecente procedimiento y se retiró del café. Chasqueados en su plan los conjurados, se contentaron con pegarle una grita, y huir cada uno por su lado, temiéndose las resultas que podía tener para cualquiera de ellos una especie de asonada tan cobarde como pueril. Llevado el caso a la presencia de un juez, no tardó en convertirse toda aquella arrogancia en lo que siempre paran las fanfarronadas de los insolentes, esto es, en pedir humildemente perdón por el desacato, e implorar la compasión del agraviado y del juez cantando una palinodia.



No voy a repetir aquí lo que ya dije sobre lo que este artículo de la Gaceta de Bayona implicaba, publicado en la tercera página del periódico, reservada para expresar las opiniones políticas de acuerdo con las instrucciones marcadas previamente por el Gobierno (Escobar, 1973, págs. 238-240).

El Correo (30-I-29) pone punto final al asunto cuando anuncia la publicación de este artículo de la Gaceta en el que -dice el periódico de Carnerero- se aplaude «la conducta de uno de los redactores de este periódico en un lance ocurrido no hace mucho, del cual no nos toca ya, ni queremos volver a hablar», reproduciendo, a continuación, el final del artículo en que el redactor de la Gaceta de Bayona se lamentaba de las funestas consecuencias de la libertad de imprenta que imperó en España durante ciertos años. El gacetero, como el redactor del Correo, trataba de enmarcar la conducta de Larra con lo que había ocurrido en el Trienio: «Es evidente que desde que en España se abusó tan descaradamente durante ciertos años de lo que se llamaba libertad de imprimir, siendo en realidad el monopolio de un partido, ha quedado difundida la afición a las personalidades». Por su parte, el Correo se había referido a la pérdida de la dignidad profesional «merced a los turbulentos tiempos en que la llamada libertad de imprenta se convirtió en un inmundo cenagal de vergüenzas y personalidades» (21-I-29). Insisto en que no se pueden pasar por alto tales alusiones a aquella época en uno y otro periódico.

Si los artículos del Correo literario y mercantil y de la Gaceta de Bayona están destinados a la opinión pública, a denunciar los hechos «a la indignación pública», como dice el periódico de Lista en solidaridad con el de Carnerero, el relato de los hechos por Ángel Iznardi queda en el recinto privado de la comunicación epistolar entre amigos, sin que «quede por tocar ningún resorte de la charlatanería», le dice el español al cubano.

Iznardi empieza anunciándole a su amigo las intenciones de su carta: informarle de lo que ha ocurrido en Madrid desde su partida el verano pasado. «Te hablaré -le dice- de menudencias literarias, te diré las obras que han salido desde tu partida, [...] te hablaré de los amigos de ambos...». La primera de las menudencias literarias de que le habla es el enfrentamiento referido por el Correo literario y mercantil y por la Gaceta de Bayona. Domingo del Monte había salido de España, de regreso a Cuba, a finales de agosto. Por lo tanto, había podido leer, antes de partir, tres cuadernos del Duende (de febrero, marzo y mayo) y los primeros números del Correo literario y mercantil, desde el 14 de julio en que había empezado a salir. Leemos en la carta de Iznardi:

Tú te acordarás de Carnerero7 el editor en chef del Correo literario y mercantil y del otro folletín titulado Duende satírico del día; pues bien, al Correísta ocurrió meter en una de sus valijas un maldito artículo en que, con el delgadísimo velo de El convite de un pavo, se retrataban en la merendona ciertas personas conocidas, las cuales no estaban tan bien tratadas como ellas quisieran. Entre los personajes alegóricos del convite había un pedante charlatán y citador de textos griegos; calidades que en el concepto de todos los agraviados nemine discrepante convenían al autor del papel titulado El duende satírico del día; ponderáronle el agravio hecho a un escritor público como él, no se descuidaron en recordar la edificante y acreditada resignación de Carnerero en sufrir los insultos de obra y hubieron de resolver a mi buen Duende a que saliese a la demanda, vengando en la persona del Correísta la ofensa de sus compañeros de enojo. Autorizado por todos in solidum se dirigió al café de Venecia, lugar que se tuvo por el más propio en razón de que concurría en él diariamente el blanco de sus iras; de que era excusado de buscarle en su casa porque en ella lo negaban constantemente y de que aguardando a encontrarlo en la calle sería difícil, casual y sobre todo tardía la venganza: o quizá más bien porque la cruel Némesis que reunió tan fuera de sazón a Idomenes con su hijo lo tenía así determinado8 y para más completo regocijo de sus adversarios. Eran las seis de la noche, época en que la retirada del paseo del Prado y la proximidad de la hora de empezarse la función del teatro atrae a este café muchedumbre de personas de ambos sexos: los contrarios del Correísta estaban reunidos en una mesa celebrando el sacrificio y maldiciendo la tardanza de la víctima: el Duende se había separado para ensayar su papel y para que los otros pudiesen hacer con más aparente imparcialidad el de espectadores9: todo se presentaba a pedir de boca de los agresores; pero Pepito tardaba y ya se empezaba a temer de su prudencia que omitiese su venida sabedor de la trama, cuando se le vio llegar con el corbatín más almidonado que nunca y con un número de rizos más considerable que de ordinario ¡Quién hubiera dicho a la hermosa Joaquinita cuando empleaba en hacerlos sus delicadas manos auxiliadas del hierro y del fuego, que para tanto mal los preparaba! Llegar, sentarse, hacerse de ojo los conjurados, salir el miembro encargado de la venganza y llover sobre el dramaturgo un diluvio de improperios, todo fue obra de un momento. Fantone animis hominibus ird! Válame Dios y quién sería capaz de recordar lo que se dijeron, ni quién se atrevería a emporcar el papel escribiéndolo! Baste decir que los contrarios de Carnerero, que son muchos, quedaron satisfechos y que los amigos del otro partido (que no son pocos) no le quedaron menos, notando la falta de tal cual insinuación de puño que diese más expresión al discurso oral del representante de los ofendidos. El Editor del Correo se quejó después a la autoridad.



Iznardi coincide con el gacetero de Bayona en que Carnerero denunció el caso a las autoridades. A la luz de estos datos, tenemos que entender lo que dijo el tío de Larra, don Eugenio, de que «algunas personas de valimiento que se creían satirizadas en [el Duende] interpusieron su influjo con el gobierno para que mandase suspender su publicación, y lo lograron» (Burgos, 1919, pág. 13) De acuerdo con esto, Cayetano Cortés, en su biografía de Larra publicada pocos años después del suicidio, en 1843, dice que «don José María Carnerero le hizo suspender» la publicación (Cortés, 1843, pág. 4). Algunos han expresado dudas sobre esto. Sánchez Estevan cree que «lo cierto es que El Duende pereció por inanición» (Sánchez Estevan, 1934, pág. 35) y a Tarr le parece poco fiable la afirmación de Eugenio de Larra, inclinándose a pensar que «El Duende debió perecer por la imposibilidad de Larra de encontrar un editor que quisiera arriesgarse a publicarlo» (Tarr, pág. 156: véase también Navas Ruiz, pág. 43). Sin embargo, no podemos dudar de los testimonios contemporáneos cuando dicen que Carnerero acudió a la autoridad y que los agresores tuvieron que comparecer ante un juez. Aunque es cierto que Larra tuvo muchos problemas económicos para sacar los cinco números de la serie y que el impresor, León Amarita, había retenido el último número por falta de pago (Escobar, 1973, págs. 237-238, 317-318), no cabe duda de que, después de lo ocurrido en el café de Venecia ante una nutrida concurrencia, aunque el escritor hubiera logrado la financiación de los folletos, la autoridad no habría permitido su continuación. Naturalmente, es obvio que Larra hasta la muerte del rey no podía hablar de política, pero, como dice Carlos Seco, El Duende Satírico «viene a constituir, en realidad, como el acta acusatoria contra la situación social y el sistema político que [el régimen fernandino] representa» (Seco Serrano, 1960 pág. XVI). Ya hemos insistido en cómo las amenazas del Correo y de la Gaceta de Bayona tenían claras advertencias políticas dirigidas no sólo a Larra, sino a todo el grupo de amigos que él representaba. Otra cosa es la cuestión de cómo permitieron a Larra publicar los cinco cuadernos que Gregorio C. Martín explica por el apoyo de Manuel Fernández Varela, Comisario General de la Cruzada10 (Martín, 1975, págs. 73-84).

Iznardi señala por sus nombres a algunos de los compinches de Larra, aunque a éste sólo lo identifica como «autor del papel titulado El duende satírico del día». Cuando publiqué «El convite del pavo», advertí que, contra lo que decía la Gaceta, a nadie le podía caber duda -«nemine discrepante», dice Iznardi- de que uno de los ridículos comensales del convite -«un pedante charlatán y citador de textos griegos»- era una personificación caricaturesca de Larra. Entre los otros personajes caricaturizados, señala a Ventura de la Vega y a Bretón de los Herreros que Iznardi nombra como compinches en el enfrentamiento. Añade el nombre de Pezuela, Juan de la Pezuela, que luego llegó a ser capitán general, conde de Cheste, traductor de la Divina Comedia, entre algunos más que no nombra. En la carta de Iznardi se confirma lo que ya dije de que, leyendo los escritos del Correo y de la Gaceta, se podía deducir que Larra no estaba aislado cuando publica el Duende y que, por lo tanto, no actuaba solo en su enfrentamiento con Carnerero, sino que intervenía de corifeo, asumiendo la «actitud provocadora de cierto grupo de la juventud disconforme del día -representado por el Duende Satírico- en contra del orden que defienden tanto el periódico de Carnerero como el de Lista» (Escobar, 1983, pág. 238). Cité un pasaje del Correo (1-10-28) en que Carnerero aludía a los enemigos («enemiguillos») de su periódico como un grupo del cual hace portavoz al Duende: «todos los enemiguillos del Correo se solazan y apiñan para exclamar en coro: ¡Bene, bene respondere! ¡Viva el crítico que necesitábamos para dar lecciones! ¡De esta sí que el Correo no se levanta! Ahora sí que sus redactores han quedado en el atolladero» (apud Escobar, 1983, pág. 237). La carta de Iznardi confirma esta interpretación, aludiendo explícitamente a dos grupos enfrentados. Iznardi dice que tanto los partidarios de Larra como los de su contrario eran numerosos: «los contrarios de Carnerero, que son muchos, quedaron satisfechos y [...] los amigos del otro partido (que no son pocos) no lo quedaron menos». Sobre esto, ahora conviene señalar lo que dice Alejandro Pérez Vidal, que ha tenido acceso a la tesis mecanografiada de A. Rumeau. En la introducción a su edición de Artículos de Larra dice que Rumeau, «contra la frecuente imagen de un Larra aislado con su Duende en el Madrid de la época, le ha situado en uno de los grupos activos en él. Destaca que el propio Correo hace referencia a sus “adláteres y compinches”, y le relaciona con un grupo opuesto a los redactores de este último periódico, Carnerero, López Peñalver y Ximénez de Haro, grupo del que posiblemente formaban parte Manuel Bretón de los Herreros, Ventura de la Vega y Juan Bautista Alonso, pero que se centraba en la figura de Juan Grimaldi». Cree Pérez Vidal que esta idea de Rumeau «es importante porque sirve pare explicar la irritación contra el Correo que se expresa en El Duende, difícilmente comprensible por los solos motivos explícitos de la polémica» (Pérez Vidal, 1989, págs. 20-21). Pero, aunque la proximidad del grupo con Grimaldi es conocida (Gies, 1988, págs. 52-54), no me parece que sea tan evidente su papel aglutinador. Creo que el núcleo del grupo contrario a Carnerero lo formaban los antiguos alumnos del colegio de San Mateo, antiguos Numantinos, fundadores, con otros allegados, del Parnasillo, y que El Duende Satírico del Día era su portavoz. Ahora el maestro recrimina a sus discípulos en la Gaceta de Bayona, por lo que Larra, en su oda a los terremotos de 1829, dedicada a su protector don Manuel Fernández Varela, va a continuar, contra Lista, el espíritu de la polémica (Escobar, 1973, págs. 243-252).

En cuanto a los orígenes del Parnasillo en este grupo contrario a Carnerero, un dato importante que nos proporciona Iznardi es que el enfrentamiento ocurrió en el café de Venecia. Recordemos que el periódico de Carnerero se refería en términos muy vagos a una asonada («asonada [...] criminal») provocada por «un mal aconsejado escritor», sin indicar su nombre, ni cómo ni dónde había ocurrido, pero que por la retractación de Larra sabíamos que el lance había «ocurrido [...] en un café de esta capital» y por la Gaceta de Bayona que era «uno de los cafés más concurridos». La localización de los hechos en el café de Venecia puede dar nueva luz sobre la fundación del Parnasillo en el café vecino, en el del Príncipe, como es sabido, un local mucho más modesto, aunque, como ha hecho observar Gregorio C. Martín (1981), no era la «tierra incógnita» de que habla Mesoreso (1994, pág. 409). En él se reunía la tertulia de los jóvenes enfrentada con la de los mayores del café de Venecia. Esto contradice lo que indica Mesonero en sus Memorias (1994, pág. 407) sobre el café del Príncipe y la tertulia allí reunida. Como Mesonero dice que Carnerero acudía todas las noches, «por costumbre inveterada» al café del Príncipe, teníamos que suponer que fue en este café donde Larra y sus amigos se enfrentaron con el redactor del Correo. Cuando se habla de los orígenes del Parnasillo se suele citar las páginas de sus Memorias donde el setentón, evocando un lejano recuerdo de su juventud, sitúa hacia 1830, en el café del Príncipe, alrededor de dos mesillas, a «unos cuantos comensales, personas de cierta gravedad», entre los que Mesonero nombra a Carnerero, «los cuales, por costumbre inveterada venían todas las noches a tomar una taza de café o una jícara de chocolate» (Mesonero, 1994, págs. 407-408). Si en 1830, Carnerero acudía todas las noches al café del Príncipe, no podía ser «por costumbre inveterada», pues, como sabemos, el 29 de diciembre de 1828, Larra y sus amigos fueron a buscarlo al café de Venecia «en razón de que concurría en él diariamente el blanco de sus iras», como hemos leído en la carta de Iznardi. Se hizo esperar, pero al fin acudió como todos los días: «se le vio llegar con el corbatín más almidonado que nunca y con un número de rizos más considerable que de ordinario».

La Gaceta de Bayona dice que el redactor del Correo tenía la costumbre de asistir diariamente al teatro y «concluir la noche en uno de los cafés más concurridos». No parece que fuera, precisamente, el del Príncipe uno de esos cafés. Por lo tanto, los testimonios contemporáneos del gacetero y del corresponsal de Domingo del Monte corrigen el recuerdo del setentón. Ahora sabemos que los incidentes ocurrieron en el café de Venecia, al otro lado del teatro, también pared por medio, en la esquina de la calle del Prado y la plaza de Santa Ana y que era a este café y no al del Príncipe, como afirma Mesonero, donde acostumbraba a acudir Carnerero con asiduidad. No es probable que al año siguiente cambiara su «inveterada costumbre» para ir a tomar café en el mismo destartalado local en que se reunían los muchachos que lo habían agredido. El café de Venecia era uno de los más concurridos. En la narración de Iznardi, percibimos el bullicio del local hacia las seis de la noche, concurrido por los hombres y mujeres que vienen de retirada, terminado el paseo de la tarde en el Prado, y los que esperan que comience la función. No dice nada de que Larra y sus compinches hubieran intentado ya en el teatro iniciar el enfrentamiento con el redactor del Correo. Sólo la Gaceta habla de ello. Iznardi, en cambio, dice que todo ocurrió antes de empezar la función.

Pezuela, que Iznardi nombra entre los compinches de Larra, en el elogio fúnebre de otro de ellos, Ventura de la Vega, pronunciado en la Academia, dice que durante muchos años a partir de 1824 empieza a brillar el grupo de jóvenes literatos a que pertenecía Larra, formado originariamente por los alumnos de Lista, fundadores por entonces de la academia del Mirto. Recuerda que se reunían en el café de Venecia y que se trasladaron al café de al lado para continuar allí la tertulia que iba a hacerse famosa: «De entonces también datan aquella asidua asistencia, al café de Venecia primero, y al del Príncipe después, que de nosotros tomó el nombre gráfico de El Parnasillo» (Pezuela, 1870, pág. 441). Por otro lado, Mesonero Romanos dice en sus Memorias que, hacia 1826, este reducido café, «contiguo al teatro del Príncipe, comenzaba por aquel tiempo a tomar inclinaciones de Parnasillo, con que fue conocido después» (Mesonero, 1994, pág. 374)11. Entre uno y otro café se está formando por entonces el grupo que según Rumeau podríamos llamar «Pre-Parnasillo». Ahora es Robert Marrast quien cita la tesis mecanografiada de Rumeau, según el cual «el Parnasillo ha sido constituido desde el día en que los discípulos de Lista han dejado el café de Venecia por el del Príncipe. Ahora bien, sabemos por El Duende Satírico del Día que en 1828 Larra y sus amigos tenían aún el café de Venecia como cuartel general. Su emigración hacia el Príncipe puede situarse hacia [1829]-1830, en el momento en que Lista deja España por tercera vez y sus discípulos se encuentran definitivamente liberados de su tutela. Parece que el momento más probable de la inauguración del Parnasillo sea el invierno de 1830-1831» (Marrast, 1974, pág. 228). ¿Por qué cambiaron de local? Mesonero recuerda que «este miserable tugurio, sombrío y desierto llamó la atención y obtuvo la preferencia de los jóvenes poetas, literatos, artistas y aficionados que a la sazón andaban diseminados en varios café de aquella zona», entre los que señala «el llamado de Venecia, en la esquina de la calle del Prado». Explica Mesonero la elección diciendo que «todos aquellos apreciables jóvenes, dados por vocación irresistible al culto de las Musas, y un sí es no es también de las nuevas ideas políticas, que no eran a la sazón moneda corriente, no se sentían a gusto en locales que, si bien más halagüeños y decorosos, solían estar ocupados por una concurrencia heterogénea y desconocida». En una reciente edición de las Memorias, los editores hicimos notar que la galería de personajes enumerados por Mesonero en aquella concurrencia de café coincide con la del artículo «El café», en el primer cuaderno del Duende Satírico del Día (Mesonero, 1994, pág. 408, n. 360). ¿No sería el café de Venecia el modelo de los dos escritores? Mesonero, casi cincuenta años después, sin miedo a la censura, podía poner entre los concurrentes algún «taimado polizonte, tranquilamente sentado y con aire distraído en la mesa contigua, se codeaba con un grupo de jóvenes poetas, y escuchaba su plática, que seguramente no trascendía, que digamos, a ningún olor de santidad» (Mesonero, 1994, pág. 408). Lo cual nos da más indicios de cuáles serían las «ideas políticas, que no eran a la sazón moneda corriente» del grupo de jóvenes poetas que al no sentirse a gusto en el concurrido y decoroso café de Venecia se trasladaron al tugurio del Príncipe. El enfrentamiento de El Duende con el Correo creo que explica el traslado, adelantándose la fecha por lo menos a 1828 cuando, según Roca de Togores, empezó a reunirse en el café del Príncipe el grupo de poetas «que tomó por nombre, o burlesco o encomiástico, de El Parnasillo» del que formaban parte los discípulos de Lista, que después de la cátedra del maestro (en su casa de la calle Valverde durante esos dos años, una vez cerrado el colegio de San Mateo) se reunían en dicho café y luego continuaban de noche su «vida fraternal» (Roca de Togores, 1883, págs. 38-39).

En todo caso, la polémica del Duende con el Correo, así como la pelea verbal entre Larra y los discípulos de Lista con Carnerero contradicen la idílica convivencia generacional que ofrecen Mesonero Romanos (1994, págs. 407-408) y Mariano Roca de Togores (1883, págs. 38-39) en sus recuerdos del Parnasillo en el café del Príncipe. Por lo que sabemos, es lógico pensar que si, como dice Rumeau, el cuartel general de los discípulos de Lista y allegados era el café de Venecia, el enfrentamiento con Carnerero, cliente asiduo e inveterado, los alejaría de él, refugiándose en el del Príncipe que estaba al lado. También podemos suponer que los jóvenes, ya antes de la riña, no se sentirían a gusto sentados no sólo cerca de algún «taimado polizonte», sino también al lado de la tertulia de Carnerero, que por lo que se supo después estaba a sueldo de la policía. Es muy probable, por lo tanto, que podrían haber abandonado el café de Venecia por lo menos desde que en setiembre de 1828 comenzó la enconada polémica del Duende con el Correo y que el 29 de diciembre volverían allí en busca del redactor.

Había, por lo tanto, dos tertulias enfrentadas en dos locales diferentes, en contra de lo que dice Mesonero: una inveterada, la de los mayores, en el café de Venecia, y otra reciente, la de los jóvenes alborotadores, en el café del Príncipe desde finales de 1828: El Parnasillo.

Todo lo dicho nos lleva a la conclusión anunciada en el título del presente trabajo: la relación del Parnasillo, en sus primeros tiempos, con El Duende Satírico del Día, portavoz de un descontento generacional contra el sistema constituido durante la ominosa década. Si, como suponemos, los jóvenes literatos abandonaron el café de Venecia y se pasaron al Príncipe para no estar cobijados bajo el mismo techo que las «personas de cierta gravedad» de la tertulia de Carnerero, hemos de considerar la importancia que para la constitución del Parnasillo pudo tener el enfrentamiento de los antiguos alumnos de Lista y allegados con el grupo del Correo, agrupados alrededor del Duende Satírico del Día.






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