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1

«Discurso de don Jorge Luis Borges en su recepción académica», BAAL, XXVII, pp. 303-312, 1962.

 

2

Borges, en actitud selectiva, legítima en un escritor, a partir de su madurez sí se propuso eliminar de su obra ciertos vocablos: «hispanismos, argentinismos, arcaísmos, neologismos» («Prólogo» de Elogio de la sombra, 1969). Creía que «debemos acentuar nuestras afinidades y no nuestras diferencias» y «que la Academia Argentina se equivoca al coleccionar regionalismos» (en Fernando Sorrentino, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Casa Pardo, 1973, p. 26). No obstante, posteriormente no pudo dejar de emplear regionalismos argentinos; por ejemplo, en El libro de arena (1975): compadrito, hacendados, almacén («El Congreso»); vistear, empilchado, palenque, batón, orilleros, rubiona, compadre, cortes («La noche de los dones»); gauchaje, matear, petiso, tubiano («Avelino Arredondo»); en La cifra (1981): godo («Yesterdays»), canilla («La trama»), bagual («Andrés Armoa»).

 

3

Los subrayados de este texto de Borges y de los que siguen son míos.

 

4

Borges, que había leído las conferencias de Matthew Arnold sobre el estudio de la literatura céltica, abunda en detalles: «La carrera literaria exigía más de doce años de severos estudios, que abarcaban la mitología, la historia legendaria, la topografía, el derecho, [además de] la gramática y las diversas ramas de la retórica. [...] con todo el corpus de la literatura anterior» (p. 307).

 

5

M. E. Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, Buenos Aires, Javier Vergara, 1999, pp. 194-199.

 

6

«Discurso de don Jorge Luis Borges», BAAL, XXVI, pp. 391-395. La Academia efectuó un homenaje a Góngora en el cuarto centenario de su nacimiento.

 

7

La asociación entre Góngora y Joyce aparece también en otros escritos, como el «Prólogo» de El otro, el mismo (1964) y el de Los conjurados (1985). Ya en 1939 Borges consideraba a Joyce «uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero» (Textos cautivos, Buenos Aires, Tusquets Editores, 1986, p. 328).

 

8

El reconocimiento de Góngora como poeta («uno de los mejores») se enlaza con la crítica de su estilo culterano ya en «Examen de un soneto de Góngora», de El tamaño de mi esperanza (1926). El poema «Góngora» de Los conjurados (1985) es un homenaje: en él la idea del «arduo laberinto» gongorino se contrapone con la de la poesía «de las comunes cosas», pero la primera se ve como destino ineludible del poeta.

 

9

En «El culteranismo», de El idioma de los argentinos (1928) cita el mismo terceto y expresa igual juicio. En otros lugares reconoce el valor de Góngora como poeta y rescata sus sonetos, en los que «hay espontaneidad» (cf. F. Sorrentino, loc. cit., pp. 97-98).

 

10

«Darío», BAAL, XXXII, pp. 79-80. El volumen contiene colaboraciones de varios académicos como Homenaje al poeta en el centenario de su nacimiento.

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