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José Antonio Ramos Sucre: El insomne genial, precursor de la vanguardia en Venezuela

Elizabeth Pérez Diner





En una época tan tecnológica como la que vivimos en plena segunda década del siglo XXI pareciera que a pocos le interesaría la vida y obra de un poeta melancólico, fatalista, vanguardista y epopéyico que murió en 1930. ¿Pero quién es este poeta insomne calificado por algunos como uno de los precursores de la vanguardia y el surrealismo en Venezuela, y por qué deberíamos sacarlo del baúl de los recuerdos? Me atreveré a dar tres razones: 1) porque su obra es trascendente en la literatura venezolana y latinoamericana; 2) porque es necesario rescatar su poesía del olvido en la era digital, y, por último, 3) porque el pausado aunque firme número de seguidores que su poética está alcanzando en mercados literarios, como el norteamericano, es digno de considerar.

Es obvio que la gente no lee de la misma forma que leía en las décadas del 70 y 80, pues el panorama literario, como todos los ámbitos de la vida humana, cambió profundamente desde la introducción oficial de la Internet a finales de los 90. Para bien o para mal, la tecnología también ha traído avances que jamás hubiésemos imaginado, mas de nada vale contar con tabletas, teléfonos inteligentes y pantallas interactivas si, al final, el lector especializado ni mucho menos el común conoce quién fue Ramos Sucre.

Para entender la pertinencia de Ramos Sucre ayer y yo, me remito al «Prólogo» que Ramón Medina le dedicó en la antología del poeta publicada por Biblioteca Ayacucho en la década del 80 (siglo XX), donde reconoce que, si bien al poeta cumanés se le había sometido al olvido y resurrección en distintas épocas después su muerte, la revalorización de su poesía «alcanzaba la estatura de un adelantado de la lírica venezolana contemporánea» (Medina IX-XVI).

Ahora bien, ante esta realidad semi-amnésica que no podemos negar ocurre en Venezuela, el desconocimiento del escritor no es tan desalentador en Europa, y, para ser un poco más optimistas, ya existe un pequeño semillero que podría germinar en Estados Unidos, a través de traductores y estudiosos interesados en el legado del autor, que podría sacarlo de ese adormecimiento intermitente al que se la ha remitido. Es por ello que, la intención de este ensayo es presentar la vida y obra literaria de Ramos Sucre como precursor de la vanguardia en Venezuela, a todo aquel que no la conozca, despertar la curiosidad en el lector, y, dejar que este decida, al final, si valió o no la pena la aventura ramosucreana.


De Sucre a Sucre

El apellido de José Antonio Ramos Sucre es en sí emblemático en la historia independentista venezolana. Era descendiente directo del general Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho (Medina XVI), quien fuese uno de los lugartenientes más cercanos al Libertador Simón Bolívar y quien dirigiría la batalla de Ayacucho en 1824, la cual representó el cese del dominio español en el subcontinente americano.

Portar el apellido Sucre le abrió puertas en la vida, pero también se le hizo una carga pesada, tal como expresa en uno de los aforismos en «Granizada»: «La aristocracia de nacimiento es una autosugestión. Por eso, nadie cree en el linaje de otro». Y fue gracias a ese «linaje» que, Ramos Sucre contó con una formación académica privilegiada e inusual en su niñez y adolescencia. Su precoz interés por la lectura alentó en su madre especialmente, a procurar mejores oportunidades. En ese afán de cultivar al pequeño Ramos Sucre, sus padres acordaron delegar la responsabilidad de su crianza en su tío-abuelo paterno, José Antonio Ramos Martínez quien era un conocido historiador, letrado y presbítero.

El tío Ramos Martínez vio el potencial del joven sobrino y quiso llevárselo a Carúpano1 para «esmerarse en su instrucción» (Medina XVI-XVII). Sin embargo, el rol de educador del tío lo llevó a extremos, pues se empeñaba en que Ramos Sucre, quien apenas contaba con 10 años de edad, no se distrajera en nada que no fuese académico. Horas incontables de lectura, aprendiendo el latín y el griego, extenuaban al niño, quien anhelaba salir a jugar cuando escuchaba los sonidos de sus coetáneos en la calle.

La rigurosidad académica e intransigencia del tío demarcó la vida y psiquis del joven poeta, pues debió permanecer con este por tres años. Aunado a este sentimiento de encierro e infelicidad, que dejó plasmado en sus poemas y epístolas, la noticia de la muerte de su padre biológico en 1902, además de triste, representó un soplo de esperanza de retornar al seno materno; no obstante, Ramos Sucre debió permanecer un año más con su tío hasta la muerte de este en 1903:

«Carúpano fue un encierro. El padre Ramos ignoraba por completo el miramiento que se debe a un niño. Incurría en una severidad estúpida por causas baladíes. De allí el ningún afecto que siento por él. Yo pasaba días y días sin salir a la calle y me asaltaban entonces accesos de desesperación y permanecía horas llorando y riendo al mismo tiempo. Yo odio a las personas encargadas de criarme. No acudí a papá por miedo. El P. Ramos era una eminencia y yo no era nadie, sino un niño mal humorado. La humanidad bestial no veía que el mal humor venía de la desesperación del encierro y de no tener a quién acudir».


(Ramos Sucre 457)                





Detrás de una identidad propia

La obra de Ramos Sucre, como la de tantos autores de su época, se inició en 1912 en periódicos y revistas, tales como: El Heraldo, El Universal, El Nuevo Diario, Actualidades y Élite. Muchos de sus poemas y ensayos se recopilaron en Trizas de Papel (1921), Las huellas de Humboldt (1923), Las formas del fuego y El cielo de esmalte (1929)2.

Si queremos entender su obra es menester apelar a su vida personal, a sus emociones y cosmovisión del mundo. No hacerlo sería caer en un vacío sin fin y catalogarlo como un simple poeta fatalista y misántropo. Su definición como hombre y autor es el reflejo de su atormentada niñez y la influencia de sus lecturas. En esa simbiosis de mundo real y literario, construyó una identidad propia, en la que se permitió escribir diferente y hasta ir contracorriente con la poesía en prosa y no utilizar el verso y la rima. Se nutrió de muchas fuentes: el romanticismo, el modernismo, el simbolismo francés, el parnasianismo y la vanguardia (Medina XL).

Esa identidad propia se forjaría aún más por el abordaje de temas como la soledad, la muerte, la misantropía y la misoginia3. Muchas de estas temáticas eran consideradas tabú en la Venezuela de principios de siglo XX regida por el caudillo Juan Vicente Gómez4. La dictadura de Gómez, como todas las dictaduras suelen controlar todos los ámbitos de la vida de un país, y el sector intelectual no sería la excepción. Ramos Sucre debió sortear el hostigamiento del régimen gomecista, al punto de ser encarcelado por una semana por considerar el dictador que no hablaba bien del Gobierno en sus clases de inglés (Carrano par. 20).

La poética de Ramos Sucre, al igual que la de su generación, se vio «condenada al sacrificio y a encerrarse en el cultivo aséptico de la literatura, porque la literatura no es siempre campo propicio para la beligerancia política, sobre todo cuando las armas que se tienen a mano para el enfrentamiento no son las más adecuadas para una lucha de esa naturaleza» (Medina XXVII). Por ello, la poesía de Ramos Sucre debe verse no solo desde su experiencia personal, sino también desde la perspectiva político-social en la que debió desenvolverse. Es una poética biográfica, pues refleja su existencia, con sus altas y sus bajas:

Su prosa poética tiene un sentido autobiográfico, no por azar sino por ser fidedigna «como un acto de desgarramiento y confesión. La poesía es una forma de transferir a la palabra esa fuerza interior que desgarra y ennoblece, al propio tiempo, la expresión...» (LXI).

La poesía ramosucreana es compleja, pero penetrable; es densa y simple a la vez. Es una poesía que se arriesga sin importar la amenaza del status quo de la época. Es una literatura que agrupa desde los filósofos griegos (Ruiz 333 2), los sofistas5, los estoicos, a Virgilio, Dante, Shakespeare, entre otros (Medina LXXXIII). A través de su poética se entrevé su conocimiento de la historia de Venezuela, y también de la historia universal, ya que su espíritu parecía pertenecer a otras latitudes más allá del trópico.

La atmósfera sombría que se representaba en muchos de sus poemas distaba del soleado paisaje venezolano, y, más aún del cumanés, bañado por el Mar Caribe. La influencia literaria de Ramos Sucre, por tanto, vendría de experiencias foráneas extraídas de sus lecturas, más cercanas a un clima nórdico que ecuatorial. No por ello, se puede desdecir que los movimientos literarios gestados en América Latina, como el modernismo de Rubén Darío (XXXIIII), no influyeron en su poética, mas sí hubo mayor inclinación por los legados del simbolismo francés.

Del modernismo, Ramos Sucre comparte similitudes con el rebuscamiento expresivo del movimiento:

«La insistencia en términos raros y fuera del tiempo, ya utilizados a veces por la misma vigencia del pasado, que se da sobre todo en sus dos últimos libros, es característico de esta tendencia que, de alguna forma, lo acerca a las huestes rubenianas, ya en franca decadencia a finales de la segunda década del siglo. Pero de esta tentación lo salva, finalmente, su conciencia de escritor comprometido con un esfuerzo de mayor envergadura, desasido de la obediencia formal y lógica a una determinada escuela».


(XVI)                


Además del modernismo, la vanguardia también influyó en su obra (XVI). Aun así, no puede tampoco encasillársele dentro de esta última. El poeta, al que muchos han catalogado de hermético, rehusó reducir su poesía a lo estéticamente bello y placentero. Apostó por la poesía en prosa, osó introducir neologismos, y, a pesar de que en sus textos aparecían con palabras muy cultas, estas podían ser descifradas:

«Es un poeta hermético, en el sentido ritual y ocultista del término, no lo es en el sentido histórico-literario del vocablo, pues su poesía está compuesta de una prosa diáfana, cristalina, de claros períodos y vocabulario relativamente simple [...] Es, en todo caso, un gran mago poético».


(LXIII)                


La libre decisión de escribir poesía en prosa fue consciente y se sustenta en la tradición simbolista de Baudelaire y Rimbaud. Así que, no debería haber duda respecto a la incapacidad de Ramos Sucre de rimar (XXXVI).

A juicio de algunos críticos (XVI), Ramos Sucre fue el precursor de la vanguardia venezolana y del surrealismo: «Lo cual solo puede explicarse por la calidad de su poesía inscrita en los cuadros más rigurosos del hermetismo y del simbolismo en general» (XVI). Cabe acotar que Ramos Sucre no se consideraba a sí mismo surrealista, pues concebía el acto de crear demasiado serio y riguroso para dejárselo a la «inspiración». Ya Ludovico Silva comentaba que en Ramos Sucre, hay un «cálculo prosódico muy riguroso; sus adjetivos tienden a una precisión casi matemática...» (LXIII).

Por su fecha de nacimiento, 9 de junio de 1890, debería incluirse al poeta, según Patricia Spinato, en el modernismo; pero esa sería una aseveración simplista, pues al autor hay que estudiarlo desde muchos ángulos. Es lógico pensar que la influencia del modernismo de Rubén Darío estuviese presente en 1928, cuando el poeta tenía 38 años de edad; y, aunque haya leído extensivamente al poeta nicaragüense, su carácter polifacético no lo ceñía a un movimiento literario específico. Ramos Sucre tenía un sentido de la vida anticonformista, reacio «a los lugares comunes y focalizaba su atención en todos los aspectos que el hábito vacía por completo de contenido» (Spinato 5).




Aunque tardía, vanguardia al fin

Respecto al sucesor del modernismo en Venezuela, el vanguardismo, este se hizo sentir desde 1909, aproximadamente después de la publicación del famoso artículo del italiano Filippo Tommaso Marinetti, Manifesto Futurista (El futurismo de Marinetti, 1909), publicado en el periódico francés Le Figaro. En Venezuela, dicho artículo se publicó, a su vez, en la revista El Cojo Ilustrado (1909), donde los intelectuales venezolanos no solo se hacían eco de las tendencias europeas, sino que tenían sentido crítico de estas (2).

En El Cojo Ilustrado, reseña Spinato, la recepción fue parca: «Las escasas alusiones eran irónicas y despectivas: "Jesús Semprún los rechazó de las páginas del semanario satírico Fantoches, y hasta Gallegos, apreciado y respetado por las vanguardias, inicialmente, manifestó su reluctancia por la poética de las nuevas tendencias"» (2).

Así como en España se gestó la Generación del 98 (siglo XIX), integrada por pensadores de la talla de Juan Ramón Jiménez (asimismo enmarcado en la vanguardia), Miguel de Unamuno, Azorín, Ramiro de Maetzu, Ramón del Valle-Inclán, Antonio Machado, los hermanos Pío y Ricardo Baroja, entre otros; y la Generación del 27 (siglo XX) por Jorge Guillén, Federico García Lorca, Jorge Salinas, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Rafael Alberti, Miguel Hernández, por nombrar algunos de los exponentes en el campo literario específicamente -pues sabemos que este movimiento también se extendió al arte pictórico, cinematográfico, político y cultural-, en Venezuela se conformó la denominada «Generación del 28» o la «Generación de la vanguardia», según lo indica Spinato.

Los jóvenes intelectuales se percataron del movimiento social y político que invadía Europa, de los movimientos revolucionarios en México y Rusia, e impulsaron el sentido renovador de este grupo para atreverse a proponer y expresarse con una estética más libre. En su afán de renovación, se inclinaron hacia la «evocación lírica de la historia nacional o el problema de la originalidad del arte americano, sobre todo con respecto a Europa» (Spinato 3). Todo ese ímpetu se vio restringido, claro está, por las imposiciones del régimen de Juan Vicente Gómez, quien veía como amenaza las ideas «revolucionarias» de los jóvenes escritores, indica Spinato.

Considerado por Ludovico Silva «el poeta más avanzado de su generación. La poesía de Ramos Sucre puede leerse hoy con delicia, sin tener la sensación de estar estudiando a un poeta pretérito» (Medina XXXVII). Con el poema «El Cortesano» participa en el único número de la revista Válvula que marca la consolidación de la vanguardia en Venezuela en 1928; Ramos Sucre lo hace con cautela, y «no se deja arrastrar por la euforia y entusiasmo de los jóvenes» (XXX). Y, si Válvula, se puede «considerar participante de una vanguardia tardía, el grupo rechaza cualquier etiqueta que les relacione con los influjos extranjeros, pero inevitablemente, ya desde su grafía y el significado otorgado al nombre, indican una influencia futurista» (Vázquez 1).

Algunos críticos del genio cumanés, hasta coinciden en señalar que hay semejanzas entre la propuesta ramosucreana y la de Ramón del Valle-Inclán perteneciente a la generación del 98 (siglo XIX). En Las Sonatas de Valle-Inclán hay un punto de encuentro «en la forma de composición, el poema en prosa, además de otras aproximaciones estéticas» (Medina XXXV). Según Félix Armando Núñez, Ramos Sucre «prodigó la riqueza verbal como el Valle-Inclán de La Pipa de Kiff, Los esperpentos y el Ruedo Ibérico» (XXXV).




Viento, fuego, aforismos y mucho más

En la poesía ramosucreana, las imágenes tienen gran importancia. Ya Eugenio Montejo resalta la atmósfera simbólica que encontraremos en sus textos. Hay un insistente uso de aves, aves de rapiña, ruinas, destrucción y fuego. Las aves que abundan en su obra adquirían diversas funciones: vuelo, libertad, visión sagrada del universo y ritualista, o demarcación del poema. Las aves, que incluso han sido asociadas a través de la historia a eventos premonitorios (LXV), lo son igualmente en su obra. En cuanto al fuego, este es otro símbolo de gran relevancia en su poética, tanto así que le dedicó el título de uno de sus libros Las formas del fuego. El fuego se enmarca en una «dialéctica de purificación». Y, finalmente, la imagen de las ruinas, la destrucción que se repite, y que, en Ramos Sucre, simboliza «la destrucción de la cultura, la belleza y el saber por obra de la barbarie, la fuerza y la ignorancia. Este es un tema que irriga la escritura de Ramos Sucre como posteriormente lo hará con la de Borges de la década del cuarenta» (LXVI).

Otra de las características del estilo de Ramos Sucre, muy estudiada por sus diversos críticos, es la reiteración del «yo» y la supresión del «que», las cuales no hacía por mero capricho. «En La Torre de Timón, se ve tal eliminación, como solo índice de otros comportamientos lingüísticos que a su vez se traducen en concepciones artísticas previas; la lengua se ajusta a una concepción estética». La aventura planificada de eliminar el «que», lo conduce a «construir la frase del tal modo que el verbo queda al desnudo, soportando sobre sí la carga de la expresión» (LXVII).

Particular atención merecen los aforismos de Ramos Sucre a lo largo de su obra, y muy especialmente en «Granizada» (Los aires del presagio), que le valieron el calificativo de misántropo debido a las sentencias que en ella reposan. Ramos Sucre, sin embargo, llegó a desmentir en varias de sus epístolas, que tuviera ninguna aversión por la humanidad. Con estos aforismos, que el poeta llamó «disparos al aire» (Ramos Sucre 461), el escritor expone «su temperamento, su relación con la vida, la sociedad, los conocimientos humanos y la realidad circundante: filosofía del desencanto y de la absoluta soledad...» (Medina LII). Para muestra un botón: «Dios se ensaña con los pobres», «Dios carece de existencia práctica», «El bien es el mal menor», «La humanidad es una reata de monos», «Los varones deben pagar el privilegio de haber nacido varones», «Las mujeres se dividen en bellas y feas», «El matrimonio: azotes y galera», «El feminismo es una pretensión de la mujer a justificar lo gastado en su crianza» (Ramos Sucre 423).

En uno de sus poemas, «La vida del maldito», delata ese desencanto aforístico, que se fue posicionando en el poeta desde la niñez y que echaría raíces hasta llevarlo a un estado de «autoexilio» interno la mayor parte de su vida. Aquí habría que recordar que, después de la muerte de su padre en 1902, su madre se vio forzada a trabajar y vivía agobiada por la responsabilidad de criar a todos sus hijos. Tras regresar a Cumaná6, luego de la muerte del tío presbítero, Ramos Sucre se encuentra con «una madre obsesiva y tiránica puertas adentro, haciéndole infernal la existencia cotidiana al adolescente retraído y ensimismado» (Almadoz 6).

«Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.

Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos...».


(Ramos Sucre 103)                


Tal vez «La vida del maldito» fue una simple creación basada en los innumerables cuentos que leyó; el rasgo autobiográfico del texto es lo suficientemente elocuente, si se toma en consideración que el escritor vivía en dolor permanente y agonizante por no poder dormir. El insomnio, fue una enfermedad a la que trató de vencer, sin mucho éxito. El hecho de no dormir por más de 8 años pudo haber acelerado en el poeta la crudeza de sus piezas literarias y por tanto, su paranoia:

«Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes solo me inspiran epigramas inhumanos, y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro».


(103)                


Aunado a sus títulos de abogado y doctor en Ciencias Políticas, la mejor descripción de su espíritu intelectual de Ramos Sucre era el autoaprendizaje. Con ese afán autodidacta, indica Ramón Medina, aprendió varios idiomas, tales como el francés, el danés, el sueco, el inglés, el italiano y, el alemán, con destreza suficiente para traducir textos al español. Gracias a esa habilidad logró ser traductor e intérprete oficial de la Cancillería venezolana y, posteriormente, ocupar la posición de cónsul en Ginebra en 1929. Pese a esa dinámica vida profesional y al afecto que le profesaban sus amigos escritores y también amigos de su ciudad de origen Cumaná, Ramos Sucre optó por el aislamiento. Una soledad escogida que lo llevó inclusive a rentar dos piezas, una contigua a la otra, para no escuchar ruidos de un vecino, pues le atormentaban los ruidos internos que no distinguía si venían de afuera o yacían en su cabeza producto del insomnio; este sería el escenario donde comenzaría a probar con somníferos (Fraile 96).

Apartando esas excentricidades, sus amigos entendían la paranoia del genio creador de Ramos Sucre, y hasta contradictorio, pues el escritor mostraba signos de querer vivir y crear. Quería terminar con el tormento de no poder dormir, y, tras ser nombrado cónsul de Venezuela, buscó, en centros de investigación en Italia y Alemania (Ramos Sucre 467), ayuda hasta el final de sus días. En muchos de sus poemas rociados de aforismos, vaticinó lo que muchas veces contempló tras la incapacidad de no poder descansar:

«Mi vida había cesado en la morada sin luz, un retiro desierto, al cabo de los suburbios. El esplendor débil, polvoso, de las estrellas, más subidas que antes, abocetaba apenas el contorno de la ciudad, sumida en una sombra de tinte horrendo. Yo había muerto al mediar la noche, en trance repentino, a la hora misma disipada en el presagio».


(105)                


José Antonio Ramos Sucre parecía vivir en dos mundos: el real, donde su pluma creaba, y el irreal, mas no imposible, donde el dolor no existía; en este último, la muerte era la solución. Además de una muerte natural, Ramos Sucre contempló el suicidio en algunos de sus poemas y cartas. Al final, el verdugo del insomnio lo llevó a lo que tanto quiso prevenir y, al mismo tiempo, recreó en su imaginación. En carta dirigida a su prima decía:

«Te advierto que mis dolores siguen tan crueles como cuando me consolabas en Caracas. Yo no me resigno a pasar el resto de mi vida, ¡quién sabe cuántos años!, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado. Temo muchísimo perder la voluntad para el trabajo. Todavía me afeito diariamente. Apenas leo. Descubro en mí un cambio radical en el carácter. Pasado mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo una línea. Apenas puedo consolarme buscando la vida de enfermos ilustres a quienes la fatalidad apagó en plena juventud...».


(482)                


El hechizo por la muerte, y de lo que pasaba después de esta, era una invitada permanente en su poesía. En la apertura de La Torre de Timón, con el poema en prosa «Preludio», y narrando en primera persona, nos recuerda cuán intrigado y ansioso estaba de abandonar el dolor corporal por un estado más allá del bien y del mal, al estilo epicuriano; mas, en el caso de Ramos Sucre, el dolor físico lo sobrecoge (457).

«Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor».


(3)                





Ruptura con el olvido

El desconocimiento u olvido al que fue destinado José Antonio Ramos Sucre después de su muerte, es difícil de entender (Medina XXXI), o tal vez no: quizá su vanguardismo incomodaba lo suficiente como para exaltarlo entre los poetas clásicos o políticamente correctos del país. La misantropía que se le atribuía y el estilo anticonforme pudo haber sido parte de tal recepción. No obstante, ese olvido no fue total. El gran redescubrimiento del cumanés tuvo a cargo de El Techo de la Ballena, grupo literario y artístico formado a finales de los años 50 al cual pertenecían escritores de la estatura literaria de Adriano González León, Juan Calzadilla, Salvador Garmendia y Rodolfo Izaguirre en narrativa; Francisco Pérez Perdomo, Edmundo Aray, Caupolicán Ovalles y Efraín Hurtado en poesía7. Fueron estos quienes rescataron del olvido a Ramos Sucre; luego caería nuevamente en un letargo y no se cultivaría por años el legado del escritor, por lo menos de forma constante; por tanto, su difusión no llegó a los niños y jóvenes que se forman en las escuelas de primaria y secundaria, y mucho menos en la educación superior, sino que estaría reducido a un grupo de intelectuales que sí lo conocía.

Un segundo aire provino de las editoriales españolas en la década del 80, lo cual despertó mayor interés en Europa y, por ende, en Venezuela. Un ejemplo de ello es la Antología Poética publicada por Monte Ávila Editores en 1969 (Medina XXXI). Nótese que la mayoría de las publicaciones más recientes datan de 1978, 1986 y 1989 hasta la fecha. Y es que hay tanto que explorar en Ramos Sucre que su obra parecerá cada vez más actualizada y sin catalogamientos de tiempo. Los atrevimientos estilísticos que se permitió sin consentimiento de nadie lo elevan a la categoría de genio creador. Fue un hombre que saboreó el éxito. El reconocimiento de su intelecto como abogado, juez, doctor en Ciencias Políticas, maestro, traductor, intérprete, diplomático, poeta, lector compulsivo e historiador, merece ser conocido, merece ser leído y que se le dé su lugar como uno de los precursores de la vanguardia venezolana. Es cierto que la publicación de sus obras es más común en los últimos 30 años, pero no se podría especular en este análisis si, todavía hoy, Ramos Sucre sigue siendo mejor conocido en Europa que en Venezuela.

En Estados Unidos ha habido aportes importantes, como la del traductor y escritor norteamericano Guillermo Parra, quien en 2012 publicó una antología del poeta. «Me sorprende que no existan otras traducciones de su obra», dijo en una entrevista publicada en el diario El Universal de Venezuela ese mismo año. «De acuerdo con mis investigaciones, mi libro es el primero. En 2008, mi amigo el poeta norteamericano Cedar Sigo publicó un plaquette en California con cinco poemas de Ramos Sucre que él tradujo al inglés, en colaboración con Sara Bilandzija. Yo fui el que le dio los poemas a Cedar, con la idea de que él los tradujera. Él se ha convertido en fanático de Ramos Sucre, junto a algunos otros poetas norteamericanos con quienes he ido compartiendo mis traducciones durante los años 2008 hasta ahora (Payares 4)», agregó.

Lo que ha ocurrido con Ramos Sucre, salvando las distancias y sin caer en comparaciones chocantes, es de alguna manera equiparable al mundo del olvido al que se ha sometido a Antonio Espina, asociado a la Generación del 27, pero que, como lo sostiene Cristóbal Serra8, por diferencias ideológicas e históricas «se le condenó al anonimato». Este no fue el caso de Lorca, Alberti, Guillén, Salinas, Hernández, o de los posmodernistas como Machado, Ramón Jiménez, Unamuno, Azorín, del Valle-Inclán, etc. Asimismo, tenemos el ejemplo de las poetas de la Generación del 27 que fueron ampliamente respaldadas por Juan Ramón Jiménez y publicadas por José Ortega y Gasset en su Revista de Occidente. Entre ellas están, María de Maeztu, Josefina Carabias, María Zambrano, Zenobia Camprubí, Maruja Mallo, Victoria Kent9, según la recopilación de Miguel Lorenci en su artículo publicado en El Norte de Castilla.

La invitación para conocer a Ramos Sucre sigue abierta, y tal vez, este ensayo sea una ventana más que ayude en el proceso de rescate del insomnio y amnesia histórica al que se ha confinado no solo a José Antonio Ramos Sucre, sino a tantos poetas españoles y latinoamericanos. No negamos que existan procesos reivindicadores como el de Pepa Merlo con su antología de las escritoras de la Generación del 27, Peces en la tierra, o las traducciones de Guillermo Parra10, o los crecientes ensayos y estudios que se llevan a cabo en centros universitarios de Europa, y del trabajo compilatorio de muchos amantes de Ramos Sucre, tales como el profesor Víctor Azuaje11, quien mantiene un blog con información pertinente al poeta, y que representan un esfuerzo loable, pero, lamentablemente, no es suficiente. Tal vez, el temor de quedar en el olvido, algo a lo que el propio Ramos Sucre temía, sea cuestión normal en una sociedad altamente digitalizada, pero no tiene por qué ser así.

No sería utópico afirmar que, aún en medio de esta sociedad de principios de siglo XXI, pueda haber una vuelta al pasado. Un giro a lo viejo con tintes contemporáneos, pues los libros ya se leen en formato digital. Amén de que ese proceso no surge por generación espontánea; hurgar en el pasado no debe causar tanto estupor. La historia es cíclica según Vico, nada más hay que echar las páginas de los libros atrás para reencontrarnos con el incomprendido José Antonio Ramos Sucre.








Referencias Bibliográficas


Obras citadas

  • ALMADOZ MARTE, Arturo, «Ramos Sucre, el tío políglota». Prodavinci. Web: <prodavinci.com/>. 5 de marzo, 2016.- Web 8 de mayo, 2016. 1:24 p. m.: <http://prodavinci.com/blogs/ramos-sucre-el-tio-poliglota-porarturo-almadoz-marte/>.
  • AZUAJE, Victor. Ramosucreana. Web: <https://ramosucreana.com/>. April 22, 2016. 9:59 p. m.: <https://ramosucreana.com/acerca-de-mi/>.
  • CARRANO, Ana María. «Apología de la soledad. Obras completas de José Antonio Ramos Sucre». El Nacional. «Papel literario»: <http://www.el-nacional.com/papel_literario/>. Venezuela. 27 de septiembre de 2015. 11:51 a. m. Web 19 Feb. 2016. 8:23 p. m.: <http://www.el-nacional.com/papel_literario/Apologia-Jose-Antonio-Ramos-Sucre_0_709729039.html>.
  • MEDINA, José Ramón, «Prólogo». Trayectoria de José Antonio Ramos Sucre. En: José Antonio Ramos Sucre. Obra completa. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1989.
  • PAYARES, Gabriel. «Guillermo Parra: "La tradición literaria venezolana no tiene nada que envidiarle a la de nadie"». Prodavinci. Web: <prodavinci.com/>. Web 14 de septiembre, 2012.- Web 3/28/2016: <http://prodavinci.com/2012/09/14/actualidad/guillermo-parra-la-tradicion- literaria-venezolana-no-tiene-nada-que-envidiarle-a-la-de-nadie/>.
  • RAMOS SUCRE, José Antonio. Obra completa. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1989. Impreso.
  • SPINATO, Patricia. «Dos escritos programáticos de la vanguardia en Venezuela». CNR-Centro per lo Studio delle letterature e delle culture delle Aree Emergenti-Università di Milano.- Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2001. Web 29 de marzo de 2016: <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dos-escritos-programaticos-de-la-vanguardia-en-venezuela--0/html/>.
  • VÁZQUEZ, M.ª Ángeles. «Las vanguardias en nuestras revistas», 28. Venezuela: Revista Válvula. Instituto Cervantes. Martes, 25 de abril de 2006.- Web 4-25-2016 1:01 a. m.: <http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/abril_06/25042006_01.htm>.



Obras consultadas

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