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Juan José

Joaquín Dicenta


[Nota preliminar: edición digital a partir de la edición de La novela corta, año I, núm. 17 (1 de Mayo, 1916) y cotejada con la edición crítica de Jaime Mas (Madrid, Cátedra, 1982).]


Carta a modo de prólogo

Sr. D. José de Urquía

Querido amigo y compañero:

Me pide usted autorización para publicar Juan José en La novela corta y dedicar el número, en que mi drama se publique, a los obreros españoles.

La miseria me llevó a convivir con los humildes y con los miserables.

Entre ellos escogí modelos para personajes de mi obra; ellos, con sus dolores, con sus ignorancias, con la pobreza material y moral a que les reducían la codicia, el egoísmo y la (crueldad) de explotadores y viciosos, trajeron a mi corazón primero que a mi inteligencia el trágico poema de los desheredados, al cual quise dar vida escénica en Juan José.

Mucho ha progresado el obrero español desde que escribí la obra; pero la médula de mi drama subsiste, subsistirá mientras la mujer pueda ser empujada a la prostitución y el hombre honrado al crimen, por la miseria, por el abandono y por las explotaciones sociales.

Dedicando usted, querido Urquía, mi drama a los obreros en la fecha 1.º de Mayo, satisface mi deseo más firme. No lo he realizado antes por mi propio, temeroso de que tal acción se atribuyera a vanidad o a ansias ruines de lucro.

Gracias pues y una usted la mía a su dedicatoria.

Muy sinceramente amigo y admirador de usted.

JOAQUÍN DICENTA



PERSONAJES
 

 
ROSA.
TOÑUELA.
ISIDRA.
MUJER 1.ª
MUJER 2.ª
JUAN JOSÉ.
PACO.
ANDRÉS.
EL CANO.
IGNACIO.
PERICO.
EL TABERNERO.
UN CABO DE PRESIDIO.
BEBEDOR 1.º
BEBEDOR 2.º
Un mozo de taberna.
Bebedores.





ArribaAbajoActo I

 

El teatro representa el interior de una taberna de los barrios bajos. Al fondo una puerta de cristales, de dos hojas, con cortinillas en las vidrieras. Al lado derecho de la puerta del fondo, un escaparate con fondo y puertecillas de cristal. En segundo término, a la izquierda, un mostrador de madera forrado de cinc en su parte superior y en los bordes; sobre el mostrador, empotrada en él una cubeta de cinc, de la que arranca una pequeña cañería de fuente rematada por un tubo de goma. Encima del mostrador, vasos, copas, botellas, frascos llenos de vino y una jarra con tapadera de madera. Entre el mostrador y el escaparate, una trampa practicable que da acceso a la cueva del establecimiento. A la izquierda del mostrador, entre éste y el escaparate, una puerta que comunica con la cocina.

   

En primer término, a la izquierda, un velador, en torno del cual, así como en el de tres o cuatro veladores que ocuparán la escena convenientemente distribuidos, se colocarán taburetes de madera.

   

A la derecha, una puerta de cristales con cortinillas encarnadas que da paso a una habitación reservada. Sobre la puerta de la derecha, un reloj de pared. A lo largo de la pared de la derecha, una estantería de madera pintada, con botellas de varias clases llenas y vacías.

   

Cuídese mucho de todo lo referente al servicio de vino, enjuague de las copas y demás detalles que se irán marcando en el curso de la representación.

   

La escena, lo mismo que el escaparate y la habitación reservada, cuando de ella se haga uso, estarán alumbradas por mecheros de gas.

   

Al levantarse el telón, aparecen en escena cuatro

   

Bebedores jugando a las cartas en un velador de segundo término. En un taburete colocado al lado de los jugadores habrá una bandeja con varias copas de vino a medio apurar. El TABERNERO al lado de los jugadores, mirando el juego.

   

IGNACIO y PERICO sentados frente al velador de la izquierda. Encima de este velador habrá una botella y dos vasos. PERICO tiene un periódico en la mano. El MOZO estará en pie detrás del mostrador.

 

Escena I

 

IGNACIO, PERICO, el TABERNERO, el MOZO, BEBEDOR 1.º, BEBEDOR 2.º y dos bebedores; al final, ANDRÉS.

 

BEBEDOR 1º.-   ¡Envido!

BEBEDOR 2º.-   Diez más.

BEBEDOR 1º.-   ¡Órdago!

BEBEDOR 2º.-   Quiero.

BEBEDOR 1º.-   Perder.  (Enseñando las cartas.)  Duples de reyes y caballos.

BEBEDOR 2º.-    (Tirando las cartas sobre la mesa con despecho.)  ¡Qué suerte!... Hay que hablar con Dios pa llevar eso.

BEBEDOR 1º.-    (Tirando una raya con yeso sobre la mesa.)  A dos juegos.

BEBEDOR 2º.-    (Al MOZO.)  ¡Chico, media docena!

 

(El MOZO llena unas copas en el mostrador; las coloca en una bandeja y las lleva adonde están los jugadores. Cada uno de éstos coge una copa. Cuando terminan de beber, el MOZO coloca una bandeja en el taburete y retira lo que está sobre el mismo. Llega con ella al mostrador, vacía el sobrante de los vasos en la jarra y enjuaga las copas. Todas estas operaciones las hará mientras sigue el diálogo.)

 

BEBEDOR 1º.-    (A otro de los bebedores.)  Tú das.

PERICO.-    (Leyendo en voz alta el periódico que tiene en la mano y deletreando al leer.)  «No... es... posi... ble... sopor... tar... en... si... lencio... la... con... du... ta... de... un... go... bierno... que... así... vi... vio... viola... los... sa... cra... tí... si... mos... de... re... chos... del... ciu... da... dano... Hora... es... ya... de... que... el... noble... pue... blo... es... pañol... pro... tes... te... de... tan... ini... ini... ini... ini... cuos... a... ten... tados... y... salga a... la... defen... sa... de... la... libertá... y... de... la... patria... escar... escarnecidas... por... los... se... se... secuaces de la reación.»  (Deja el periódico y da un puñetazo sobre la mesa.)  ¡Pero que ni más ni menos!... Este papel está muy bien.  (A IGNACIO.)  ¡Hay que echarse a la calle y acabar con el hato de granujas que nos oprime!

IGNACIO.-    (Con desdén.)  ¡Echarse a la calle!... No sería mala primáa.

PERICO.-    (Con tono de sorpresa.)  ¡Primáa!

IGNACIO.-   Lo que oyes. Soy más viejo y sé más que tú esas cosas.

PERICO.-  ¿Qué sabes tú?... Vamos a ver.

IGNACIO.-   ¿Qué sé?... También me echao a la calle yo, y he andao a tiro limpio en las barricás, y hasta renqueo de un balazo que me atizaron en esta pierna... Pues oye: albañil era, y albañil soy; diez reales ganaba, y diez reales gano; los que me metieron en el ajo van en coche y yo a pie; ellos sacaron de las barricás una excelencia y yo un mote. A ellos les llaman el excelentísimo señor don Fulano de tal, y a mí, Ignacio el Cojo... Ahí tienes lo que yo he sacao con echarme a la calle.

PERICO.-   Pero lo que dice el papel... la libertá, los...

IGNACIO.-    (Con desdén.)  Palabras, música... el tío del hiqui. Esas revoluciones de quita a ésta pa que suba yo, las aprovechan los políticos, los señorones de levita... ¿Son pa ellos? Que las hagan ellos.

PERICO.-   De modo que tú...

IGNACIO.-   ¡Como no hallen otro!... Pon que te metes en una trifulca, y pon que ganas y suben los tuyos. Ya están arriba. ¿Y qué? ¿Echarás un kilo más de carne en el puchero al día siguiente?... No. Al día siguiente volverás a morirte de hambre, a trabajar como una bestia, y los que te, dijeron: «Ayúdame», te dirán: «¡Arrima el hombro y revienta, que pa eso has nacido!»

PERICO.-   Es que...

 

(Entra ANDRÉS por el fondo, desde donde avanza sin ser visto de IGNACIO y PERICO hasta una distancia suficiente para oír la conversación. El TABERNERO se dirige al mostrador y permanece en él.)

 

IGNACIO.-   No. Perico, no. Pa luchar por nosotros, pa vengarnos de los que nos explotan, pa eso estoy pronto siempre, y te diré ¡Sí! no una, cien veces que me lo preguntes. Por hacer una revolución así, nuestra, de nosotros, sí me echaría yo a la calle, y hasta perdería con gusto las dos piernas.

ANDRÉS.-    (Que ha llegado hasta ellos, dice apoyando la mano en el hombro de IGNACIO.)  Como no las pierdas hasta entonces irás al cementerio andando.

IGNACIO.-  ¡Eres tú!... ¿qué dices?

ANDRÉS.-   Que me deis una copa, y os dejéis de revoluciones.

PERICO.-   (Llena un vaso y se lo ofrece a ANDRÉS.)  Bebe.

 

(ANDRÉS apura el vaso. Los jugadores se levantan y se dirigen al mostrador.)

 

BEBEDOR 1º.-    (Al TABERNERO.)  ¿Se debe algo?

TABERNERO.-   Una buena voluntá.

BEBEDOR 2º.-   Échenos unté otro pa digno.

 

(El TABERNERO llena unas copas, que beben los otros.)

 

PERICO.-    (A ANDRÉS.)  ¿Quieres más?

ANDRÉS.-   Venga.

 

(Apura la copa que le da PERICO. Salen los bebedores por el fondo.)

 


Escena II

 

ANDRÉS, IGNACIO, PERICO, el TABERNERO y el MOZO.

 

IGNACIO.-    (A ANDRÉS.)  A ti, en diciendo que tienes vino, no te hace falta náa.

ANDRÉS.-   Porque el vino es la sola cosa buena de este mundo. Si lo será, que con todo y con lo que echan los taberneros, aún se puede beber.

TABERNERO.-    (Acercándose a la mesa.) ¡Muchas gracias!

ANDRÉS.-   No hay de qué darlas.  (A IGNACIO.)  Lo que oyes, y lo que yo le decía la primera vez que tuve voto a un caballero que me lo compró en tres pesetas. Allá estas, de pintor de puertas no he de pasar; conque vengan las tres pesetas y pague unté una copa, y de unté es mi voto y el de mi novia, si sirve, que quizá que sirva.

IGNACIO.-   ¿Y por qué partido votaste?

ANDRÉS.-  ¡Yo qué sé!... Por el partido de las tres pesetas y una copa; Maldito si me importaba aquello.

PERICO.-  ¿No?

ANDRÉS.-    (Haciendo ademán de morderse la uña del pulgar.) ¡Ni esto!... Yo tengo mi idea. La política, pa los políticos; la mujer, a ratos, y el vino, a cualquier hora.

TABERNERO.-   Conformes.

IGNACIO.-    (Al TABERNERO.)  Faltaría que tú no lo estuvieras.

ANDRÉS.-   El vino es el cúralo todo. ¿Que estás cansao de trabajar? Bajas del andamio, te echas una limpia entre pecho y espalda, y tan guapo. ¿Que tienes penas? ¿A quién vas a ir con ellas? ¿A una mujer? Una mujer te las aumenta. ¿A un amigo? Un amigo las oye si no está de prisa y para de contar. Al vino, hombre, al vino. Y mejor que al vino, al aguardiente.

PERICO.-   Si quieres aguardiente, pídelo.

ANDRÉS.-   Que lo traigan.

TABERNERO.-    (Al MOZO.)  ¿Oyes, chico?

 

(El MOZO llena unas copas de aguardiente y las lleva a la mesa.)

 

ANDRÉS.-    (Cogiendo una copa.)  ¡Vaya por el triple!...  (A IGNACIO.)  ¿Tú, no bebes?

IGNACIO.-   Aguardiente, no. Me emborracha en seguida.

ANDRÉS.-   ¡Buen defecto le pones!... ¿Pa qué bebe uno?... Pa emborracharse. Pues cuanto antes, mejor.

PERICO.-   Verdá.

ANDRÉS.-   Pa mí el aguardiente está de non. Porque con esto de la bebida pasa como en la guerra; lo he visto muchas veces cuando era soldao. Nos decían los jefes: «¡A ver, muchachos, hay que tomar esa trinchera!...» Y echábamos por la cuesta arriba con la cabeza gacha y el fusil enristrao, mientras los contrarios nos freían a tiros; y aquí caía uno, y allí otro, y luego diez, y después veinte, y ¡hala! adelante, siempre adelante; hasta que llegábamos; pero ¡cómo llegábamos!... Chorreando sangre y sudor, y dejando el camino lleno de hombres patas arriba. En cambio, les decían a los artilleros: «¡Abajo esa casa!», y ¡bum!, ¡bum!, a los cuatro disparos, la casa hecha cisco. Pues con esto   (Golpeando la mesa con el vaso.)  sucede igual. Las botellas de vino son la infantería: Hay que tumbar muchas pa coger la mona, las medias copas de aguardiente son los artilleros: con pocas basta. Voy a dispararme el primer cañonazo.  (Apura la media copa.) ¡Esto es gloria, hombre!

IGNACIO.-   ¿Y Juan José?

ANDRÉS.-   Esperándole estoy. Nos ha salido una chapuza, y vamos juntos a arreglarla.

PERICO.-   ¿Sigue con la Rosa?

ANDRÉS.-   Y más emperrao cada vez. Ahora somos vecinos; vivimos en el veintitrés, dos puertas más arriba de la taberna. Rosa trabaja con Toñuela. Aquí vendrán a buscarnos cuando salgan de la fábrica.

PERICO.-   ¿Conque Rosa...?

ANDRÉS.-   Le tiene vuelto el juicio. Lo malo es que él lo ha tomao por donde quema, y ella...

IGNACIO.-   Ella, ¿qué?

ANDRÉS.-   Ella es, como todas las mujeres, mala.

IGNACIO.-   Como todas, no. Me parece a mí que Toñuela...

TABERNERO.-   No tendrás queja, Andrés.

ANDRÉS.-  Por la presente, no la tengo. Toñuela se sujeta a mí; si hay dos, con dos pasa; si no los hay, pone los pucheros a la funerala; y a esperar otro día; y si se me baja el aguardiente a los deos y si se me suben los deos a la cara de ella, se aguanta y como si tal cosa; pero ya verás cómo a lo mejor sale por peteneras.

PERICO.-   ¡Que tú digas eso!...

ANDRÉS.-   No me cogería de susto. En fin, Toñuela es Toñuela, y Rosa...

IGNACIO.-   ¿Qué?

ANDRÉS.-   Está hecha a otra vida. Mucha juerga, y mucho vestido de raso, y mucha bota de charol. Lo que tiene siempre una mujer cuando es guapa y tira la vergüenza a la calle. Así es que la viene muy pelo arriba agarrarse al trabajo. Y si le quisiera, menos mal.

PERICO.-   ¿No le quiere?

ANDRÉS.-   De capricho no pasa.  (A IGNACIO.)  Ya sabes cómo se conocieron.

PERICO.-   ¿Cómo?

ANDRÉS.-   Rosa estaba de juerga con unos señoritos en una taberna donde entró Juan José, que entonces bebía más que ahora. En cuanto vio aquella cara de cielo, y aquel cuerpo, y aquellos ojazos, y oyó cantar a Rosa con la voz de ángel que Dios la ha dao, se quedó con tres cuartas de boca abierta. Siguió la broma, y no sé cómo fue que se emborracharon los señoritos y quisieron pegar a la chica. Allí fue la gorda; Juan José, que ya estaba prendao de ella, se levantó y dijo: «A ésta no hay quien la toque.» Total, que se movió el broncazo padre; y como Juan José es de los que empujan, y cuando se arranca se lleva por delante lo que le estorba, echó de la tasca a los señoritos y se quedó solo.

PERICO.-   ¡Bien hecho!

ANDRÉS.-   A ella le gustó aquel desplante, y lo que pensaría: «Tropecé con mi hombre.» Cerca de un año lo ha estao creyendo, y va pa dos meses que quiere volar por su cuenta.

PERICO.-   ¿Tú sabes...?

ANDRÉS.-   Sé que no falta quien la ronde, y sé que a ella no le parece costal de paja porque es joven y de posibles, y no le duele tirar cinco duros a tiempo.

IGNACIO.-   ¿Le conoces?

ANDRÉS.-   Y tú, y éste. Es Paco.

IGNACIO.-   ¿El maestro de la obra donde trabaja Juan José?

ANDRÉS.-   Y si te digo quién trastea a Rosa de parte suya, verás que el caso no es de los buenos pa Juan José.

PERICO.-   ¿Pues quién?...

ANDRÉS.-   ¡Quién ha de ser! La infiernacasas de este barrio: la señá Isidra.

 

(Se abre la puerta del fondo y entra por ella JUAN JOSÉ.)

 

TABERNERO.-    (A ANDRÉS.)  ¡Chist!... Juan José.

 

(JUAN JOSÉ se dirige hasta el sitio donde está ANDRÉS; el TABERNERO se va al mostrador.)

 


Escena III

 

JUAN JOSÉ, ANDRÉS, IGNACIO, PERICO, el TABERNERO y el MOZO.

 

JUAN JOSÉ.-   ¡Buenas noches!

ANDRÉS.-   ¿Qué hay?

JUAN JOSÉ.-   Lo que hay cuando se trabaja desde las siete de la mañana hasta anochecío, mucho cansancio y mucho sueño.  (Se deja caer en uno de los taburetes que hay junto al velador.) 

PERICO.-   (Levantándose.) Y mucha hambre. Por mí lo digo, que ya me está haciendo cosquillas éste.  (El estómago. A IGNACIO.)  ¿Vienes, tú?

IGNACIO.-   Sí; la vieja tendrá el pucherillo a la lumbre y no es cosa de dejar enfriar las patatas. ¡Valiente cena pa el que llega a su casa destrozao de fatiga!

JUAN JOSÉ.-   Menos mal que lo haya.

IGNACIO.-  Verdá; porque hasta eso falta muchas veces.  (A JUAN JOSÉ y ANDRÉS.)  ¿Os quedáis?

ANDRÉS.-   Esperando que den las siete pa ir en busca de Antonio y arreglar la chapuza.

IGNACIO.-   A más ver.

 

(IGNACIO y PERICO se dirigen hacia el fondo, por donde salen, no sin pagar antes al TABERNERO.)

 

TABERNERO.-    (Al MOZO.)  Súbete dos frascos de vino.

 

(El MOZO abre la trampa de la cueva y baja por ella con dos frascos vacíos. A poco vuelve con ellos, los deja en el mostrador y entra en la cocina. El TABERNERO se pone a leer un periódico.)

 


Escena IV

 

JUAN JOSÉ, ANDRÉS y el TABERNERO.

 

ANDRÉS.-    (A JUAN JOSÉ.)  Bebe.  (Alargándole una media copa.) 

JUAN JOSÉ.-    (Rechazándola con la mano.) No tengo sed.  (Queda en silencio, con la cabeza apoyada en la mano.) 

ANDRÉS.-   ¿Qué tienes entonces?

JUAN JOSÉ.-   Ya lo he dicho antes. Estoy cansao.

ANDRÉS.-   No es eso.

JUAN JOSÉ.-   Lo que te dé la gana.   (Con impaciencia y mirando el reloj de pared.)   ¡Cuánto tardan!

ANDRÉS.-   ¡Qué han de tardar, si salen a las siete largas de la fábrica y necesitan más de un cuarto de hora pa llegar aquí!... Tus celos son los que tienen prisa, y te traen a mal traer. ¡Parece mentira que tú!...

JUAN JOSÉ.-   Déjalo estar. No hablemos de ello.

ANDRÉS.-   Es pa empezar contigo a trastazos. Estaría bueno que un hombre se acongojase por una mujer. Todas juntas no valen una perra.

JUAN JOSÉ.-   ¡Qué sabes tú!

ANDRÉS.-   Más que tú, que no sabes lo que te pescas porque estás encelao.

JUAN JOSÉ.-   Sí lo estoy, Andrés, y la sangre se me enciende en el cuerpo cuando imagino que Rosa puede dejarme de querer.

ANDRÉS.-   ¿Y quién te manda imaginarlo?

JUAN JOSÉ.-   ¡Qué sé yo!... Es una idea que se me ha metido aquí dentro   (Señalando la frente.)  poco a poco, pero con fuerza; igual que si me la hubieran clavao a martillazos; y no puedo deshacerme de ella, y me martiriza, y me azuza, y me tiene como sobre carbones encendíos.

ANDRÉS.-   Eres un chico de la escuela.

JUAN JOSÉ.-   No sé lo que soy; sólo sé lo que me sucede; sólo sé que Rosa no es la misma de antes pa mí.  (Con tono sombrío.)  Y luego, Paco, ese mozo que no ha tenido más que hacer en el mundo que heredar la parroquia y los dineros de su padre, no la deja ni a sol ni a sombra. Él se figura que no me entero. ¡Sí me entero!  (Con acento amenazador.)  ¡Que lleve cuidao!

ANDRÉS.-   Serán cavilaciones tuyas.

JUAN JOSÉ.-   No lo son, Andrés, no lo son. Hace tiempo que le vengo oservando. La otra mañana me fue Rosa a buscar a la obra, y Paco se puso delante de ella y empezó a soltarle requiebros y pasearle por los ojos sus deos llenos de sortijas, y a decirle, mirando pa mí y como en broma: «¡Qué suerte tienen algunos hombres y qué mal ganáa...» Ella se reía de oírle, y yo... Yo seguía trabajando mientras bromeaba el señorito, y me fijaba en él, y a la vez que en él, en mi blusa remendáa y en su ropa nueva, en el yeso que había en mis manos y en las sortijas que había en las suyas, y sentí... No sé lo que sentí entonces; pero apreté con rabia el mango del palustre y estuve a punto de meterle por el pecho adelante aquella herramienta mancháa con la cal que nosotros amasamos pa que él se luzca...

ANDRÉS.-    (Con zumba.)  Haberlo hecho, y después, ¡a presidio!...   (Con ironía triste.)  Tienes una manera de arreglar las cosas, que da gozo.

JUAN JOSÉ.-    (Luego de pasarse la mano por la frente como si quisiera desechar un mal pensamiento.)  Yo no soy malo, Andrés, no quiero serlo. Y ocasiones de serlo he tenido muchas, que a quien le dejan en la calle sin otro amparo que el de Dios, más cerca le ponen del presidio que de la iglesia. No, no quiero; no he querido ser mal hombre nunca; pero en tocante a Rosa, ¡qué no la toquen!, ¡que no me la toquen, porque seré peor que malo!...  (Con desesperación.)  ¡Si ella!...

ANDRÉS.-    (Interrumpiéndole.) A eso voy. Si yo sospechase que me faltaba una mujer, ¿sabes tú lo que haría?

JUAN JOSÉ.-   ¿Qué?

ANDRÉS.-   Lo primero, enterarme si era verdad, que a veces, se le meten a uno los infundios en la sesera porque sí, y cree que un cañamón es una bola del puente de Segovia.

JUAN JOSÉ.-   ¿Y si era verdad?

ANDRÉS.-   ¡Si era verdad!...

JUAN JOSÉ.-   ¿Qué harías?

ANDRÉS.-   Muy sencillo. A él nada; porque, bien mirao, nadie tiene la culpa de que sea mala la mujer que vive con uno. A ella, sí; a ella, cogerla por el moño y madurarla las costillas con un garrote, y abrirle la puerta y darle dos patás y ponerla al fresco y quedarme tan fresco.

JUAN JOSÉ.-   ¡Yo dejar a Rosa!...

ANDRÉS.-   Si te engañaba, ¿por qué no? ¿Has firmao escritura pa vivir con ella hasta que te entierren?

JUAN JOSÉ.-   No hace falta. En las cosas del querer, se firma con éste  (El corazón.) ; y cuando éste dice «quiero de veras», firmao está pa toa la vida.

ANDRÉS.-    (Con tono de broma.) ¡Pocas firmas así he puesto yo! Y luego a borrarlas. Ni señal queda. Antes se borra el querer que la tinta.

JUAN JOSÉ.-   Será el tuyo, que el mío, no. ¡Dejar yo a mi Rosa!... ¡Perderla!... ¡Echarla de aquí!...  (Golpeándose el pecho.)  No podría; está muy agarráa y... Yo me entiendo... no sé explicarlo, pero me entiendo... Vamos, que si yo dijese, se acabó Rosa, mi corazón, y mi alma, y todo yo, nos habíamos acabao con ella.

ANDRÉS.-   ¡Bah! ¡En seguida me desazonaba yo por ninguna! Ponte en lo peor, en que la pena sea tan grande que no consigas descuajarla de un tironazo. ¡A distraerse!, ¡qué contra!... no se acabó el mundo por eso. Otros quereres hay, a ellos se coge uno hasta que no se le pase la basca...

JUAN JOSÉ.-   Tú, sí, porque tienes padres, hermanos, familia que te consuele y te saque las malas ideas del cuerpo. Yo no tengo nada. ¿Padres?... Dios los dé; no sé quiénes fueron los míos, sólo sé que me tiraron a la calle, mismamente que se tira la basura al arroyo pa que la recoja el trapero.  (Con tristeza profunda.)   ¡Debe ser tan bueno tener padres!... Lo veo por ti cuando vas a casa de los tuyos, y la pobre vieja de tu madre se alza de su silla y te mira que parece que se te va a comer con los ojos, y te dice: «¡A ser hombre de bien, Andrés!» Tú te ríes, como si no te importase verla ni oírla; pero en la cara se te conocen que no te cogen el gozo en el cuerpo y la alegría en el corazón.

ANDRÉS.-    (Con ternura.)  Porque ciego por ella; porque se trata de mi madre, y la madre es la sola mujer que no engaña.

JUAN JOSÉ.-   Yo no he conocido a esa mujer. Sólo he conocido a la mujer que me recogió junto a las piedras de una cantería pa llevarme en brazos por las calles y compadecer a la gente llamándome hijo suyo. ¡Pa eso me recogieron! Y luego, cuando fui mayor y pude andar solo, pa que pidiera limosna, con los pies descalzos, y la pidiera bien, y llevase mucha, que si llevaba poca, me ponían maduro a palos.

ANDRÉS.-   ¡Sí es desgracia!   (Con tristeza.) 

JUAN JOSÉ.-   No lo sabes, Andrés, hay que pasarlo. Pidiendo un pedazo de pan pa que comieran otros, como ahora lo gano pa que otros disfruten, he vivido yo mucho tiempo. Cariño, ninguno. Malas razones y peores hechos. Golpes, no golpes buenos, de los que los padres dan a sus hijos pa que se corrijan, sino golpes de los que da el arriero a su bestia cuando no puede con la carga. A mí nunca me han dicho al pegarme: «¡Toma, pillastre, pa que te enmiendes!» A mí me decían: «¡Toma, granuja, pa que traigas más!» ¡Ya ves qué diferencia! El recuerdo de aquellos golpes, de los que dan los padres, debe saber a gloria; el de los que yo recibía me sabe amargo, y me trae a la boca mucho rencor y muchos odios.

ANDRÉS.-   ¡Pobre Juan José!

JUAN JOSÉ.-   Más tarde, cuando me vi libre de la caena y dije: «¡a trabajar!», ¿qué encontré? De aprendiz, cachetes del maestro, y de los oficiales, y una cazuela de sobras en un rincón; después, mucho trabajo y muchas fatigas, y un jornal escaso ganao sobre dos tablones mal unidos, tiritando de frío en invierno, abrasándome la piel en verano, afanándome desde la mañana a la noche, pa llegar por la noche a mi casa y encontrarme solo sin que nadie viniera a decirme: «¡Descansa, hombre, que bien lo mereces!» Así vivía cuando conocí a Rosa. Ella me dio lo que aún no había encontrao en el mundo, cariño. ¿Crees tú que puedo dejarla, o conformarme con que me deje?...

ANDRÉS.-   Yo...

JUAN JOSÉ.-   ¡Dejarme ella a mí!... No, Andrés, ¡que no lo haga, que no lo intente!... ¡Si se atreviera a hacerlo!...  (Con tono de amenaza.) 

ANDRÉS.-   ¿Vuelves a las mismas?

JUAN JOSÉ.-   ¡Eso quisiera yo, no volver!... Pero estas cavilaciones mías pueden más que yo, me levantan en peso, y cuando imagino que Rosa me puede abandonar, marcharse con otro, se me pone una nube de sangre delante de los ojos, y...   (Con angustia y odio.) ¡Que no suceda, Andrés, que no suceda; porque si sucede, estoy perdío!

ANDRÉS.-   Déjate de tontunas, que por la presente, no tienes fundamento y bébete esa media copa.  (Alargando la que habrá quedado llena sobre el velador.) 

JUAN JOSÉ.-   Tienes razón. Más vale callar.

 

(Apurando la copa de un sorbo. Se abre la puerta del fondo y entra por ella ISIDRA, que se dirige al mostrador.)

 


Escena V

 

JUAN JOSÉ, ANDRÉS, ISIDRA y el TABERNERO.

 

ISIDRA.-    (Al TABERNERO.)  Dame una de tiple

 

(El TABERNERO sirve la copa a ISIDRA; ésta la apura a sorbos junto al mostrador.)

 

ANDRÉS.-   La Isidra.  (A JUAN JOSÉ, que se habrá vuelto al oír la voz de ISIDRA.) 

JUAN JOSÉ.-   Esta vieja es la que trae a mal traer a Rosa con sus comadreos.

ISIDRA.-   (Como si viera por primera vez, desde que entro, a JUAN JOSÉ y ANDRÉS.)  ¡No había reparao!  (Acercándose a ellos.)   ¡Buenas noches hijos!

ANDRÉS.-   Señora, haga usté el favor de no faltar, que nadie se ha metido con usté.

ISIDRA.-    (Sorprendida.)  ¡Faltar!

ANDRÉS.-   Dice que no, y acaba de llamarnos hijos. Contentos andarían los suyos como los tuviese.

ISIDRA.-    (Con despecho.)  ¡Poca vergüenza!

ANDRÉS.-    (Con seriedad cómica.) A todo hay quien gane.

ISIDRA.-    (A JUAN JOSÉ.)  ¿Ves qué mala lengua?

JUAN JOSÉ.-    (Con sequedad.) Peores las hay y más daño hacen.  (Con dureza.)  Miré usté en qué emplea la suya, porque puede salirle caro.

ISIDRA.-   ¿A mí?  (Como sorprendida.) 

JUAN JOSÉ.-    (Con el mismo tono de antes.)  ¡A usté!

ISIDRA.-    (Como si no le entendiera y con fingida sinceridad.) ¿Qué te pasa, chico?... ¿Te ha picao la víbora?

JUAN JOSÉ.-   Quizá que sí. Ya sabe usté lo que quiero decirle, y ándese con cuidao porque too el monte no es orégano, y un día, por culpa de sus trapisondas, va usté a tropezarse con algo que le duela.

ISIDRA.-   ¡Yo! ¿Pero qué dices?

JUAN JOSÉ.-   Lo que he dicho, y con ello basta.  (A ANDRÉS.)  Vamos en busca de Antonio, que ya es hora.  (Levantándose.) 

ANDRÉS.-   Vamos.  (Se levanta también.)   Cuando vengan ésas, que esperen.

TABERNERO.-   Quedar con Dios.

 

(JUAN JOSÉ y ANDRÉS se dirigen al fondo; al llegar delante de ISIDRA, ANDRÉS le da a ésta un golpecito en el hombro, y le dice con tono zumbón:)

 

ANDRÉS.-    (A ISIDRA.)  Hasta luego, mamá...

 

(Salen por el fondo ANDRÉS y JUAN JOSÉ.)

 


Escena VI

 

El TABERNERO e ISIDRA.

 

ISIDRA.-    (Por JUAN JOSÉ y ANDRÉS.)  ¡Condenaos!... Y no es más que porque Juan José ha pensao que yo aconsejo mal a Rosa  (Al TABERNERO.) 

TABERNERO.-  ¿No lo hace usté?  (Con sorna.) 

ISIDRA.-    (Con tono de inocencia.)  ¡El Señor me libre!... Usté me conoce, Manuel.

TABERNERO.-   Porque la conozco a usté no la creo.

ISIDRA.-   ¿No?

TABERNERO.-   Dígame usté, señá Isidra. Yo no me meto en los asuntos de mi parroquia porque no debo, y porque todo el que entra en mi casa a dejar un duro, o una peseta, o una perra chica, es sagrao pa mí. Yo sé oír, y ver, y callar, y respetar a cada uno su marcha, que ese es mi oficio y mi negocio; pero no me venga usté con pamplinas. Aquí no cuelan.

ISIDRA.-   ¿Yo?

TABERNERO.-   Déjese usté de historias. Desde que Paco se mudó a esta calle y conoció a Rosa, ¿qué ha hecho Paco sino rondar a Rosa, y qué ha hecho usté más que meter a Paco por los ojos de Rosa?

ISIDRA.-   ¿Soy yo responsable de que se echen a mala parte mis buenas intenciones?

TABERNERO.-    (Con tono de duda.) ¿Buenas intenciones usté?

ISIDRA.-   ¡Claro! Paco es una gran proporción, y me duele que no se aproveche de ella Rosa. Eso es cierto; tan cierto, como no me he metido nunca en que ella quiera o deje de querer a Juan José. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?

TABERNERO.-   ¡Una friolera!... ¿Usté se ha creído que Juan José iba a conformarse?

ISIDRA.-   No sería el primero.

 

(Se abre la puerta del fondo y entra PACO seguido de dos mujeres y dos hombres. Los hombres llevan capas y sombreros anchos, las mujeres pañuelos de seda a la cabeza y mantones de flecos.)

 

PACO.-    (Desde la puerta.)  ¡Adentro!... ¡Ahora veréis si llevo razón!

 

(Entran los dos hombres y las dos mujeres.)

 


Escena VII

 

ISIDRA, PACO el TABERNERO, dos mujeres y dos hombres; luego, el MOZO.

 

TABERNERO.-    (Dirigiéndose a PACO con la oficiosidad propia de un tabernero cuando entra un buen parroquiano en su casa.)  ¡Señor Paco!...

PACO.-   ¡Hola, Manuel! Les he dicho a éstos que tienes la mejor copa de vino del distrito, conque echa unas pa que se enteren.

TABERNERO.-    (Llenando unas copas y poniéndolas sobre la repisa del mostrador.)  Éstas son las mías.

PACO.-    (A ISIDRA.)  ¿Qué bebe usté?

ISIDRA.-   Aguardiente.

 

(El TABERNERO sirve a ISIDRA; los demás apuran sus copas.)

 

PACO.-   (A los que le acompañan.)  ¿Qué tal?

MUJER lª.-   ¡Superior!

PACO.-    (Al TABERNERO.)  Danos otras, y que nos arreglen un arroz con pollos y unas chuletas. Cenamos aquí.

TABERNERO.-  ¡Chico!  (El TABERNERO sirve otras copas; el MOZO sale por la puerta de la izquierda. Al MOZO.)  Entra en la cocina y que avíen un arroz con pollos y unas chuletas. Son pa el señor Paco; no digo más. Ponles la mesa en ese cuarto.

 

(El de la derecha. El MOZO sale por la izquierda.)

 

PACO.-    (Al TABERNERO.)  ¿Tienes guitarra?

TABERNERO.-    (Con afán de agradar.) Pa usté se buscaría aunque no la hubiera. Ahí dentro  (Por el cuarto de la derecha.)   encontrarán ustedes una, y de primera.

PACO.-    (A las mujeres.)  ¿No bebéis?

MUJER 1ª.-  ¿Digo?  (Apurando la copa.) 

PACO.-   (Al TABERNERO.)  Repite.  (El TABERNERO llena otras copas. PACO se dirige al velador de la izquierda, enfrente del cual se habrá sentado ISIDRA. El MOZO sale de la cocina con un servicio de platos y manteles; atraviesa la escena y entra en la habitación de la derecha, que se ilumina como si acabasen de encender el gas. A ISIDRA.)  ¿La ha visto usté?

ISIDRA.-   Sí.

PACO.-  ¿Y qué?

ISIDRA.-  Durilla anda; pero déjela usté de mi cuenta, que ya se dará.

PACO.-   Si me ayuda usté no ha de pesarle.

ISIDRA.-   ¿Ayudarle a usté...? Con alma y vida. A un mozo tan rumboso y tan guapo se le ayuda siempre. Y no lo hago por interés, Dios lo sabe; lo hago porque le tengo a usté simpatías.

PACO.-   Si yo pudiera hablar a solas con ella; pero no encuentro ocasión nunca; se pasa el día en el taller; sale del taller con Toñuela, y en cuanto Juan José viene de la obra, no se aparta de ella un instante.

ISIDRA.-   ¿Ocasión?... Esta noche se le puede ofrecer a usté una.

PACO.-   ¿Esta noche?

ISIDRA.-   Rosa vendrá aquí, y vendrá antes que él, porque él ha ido a arreglar un negocio, y a poco que tarde, tardará un poco; si en tan y mientras ella se queda sola, sale usté del cuarto, se hace el encontradizo, y... Créame usté, Paco, con dinero y con simpatías se va a todas partes.

 

(Sale el MOZO de la habitación de la derecha y se dirige al mostrador.)

 

PACO.-    (A ISIDRA.)  ¿Quiere usté cenar?

ISIDRA.-   Gracias, ya lo he hecho. Ahora voy en casa de una vecina a que me preste unos cuartejos. Poca cosa: un apuro de veinte reales.

PACO.-    (Metiendo la mano en el bolsillo del chaleco y sacando de él unas monedas.) Ahí van dos duros, y quédese usté por si la necesito.

ISIDRA.-    (Toma el dinero y lo guarda con expresión de profunda codicia.) ¡De rodillas le serviría yo a usté, Paco!

TABERNERO.-    (A PACO.)  Cuando ustées quieran; eso está listo.  (Por la habitación de la derecha.) 

PACO.-    (A los que le acompañan.) Vamos.

TABERNERO.-    (Abriendo de par en par la puerta de la derecha.) Pasen ustées.

 

(Entran los dos hombres y las dos mujeres en la habitación de la derecha.)

 

PACO.-   (Al TABERNERO desde la puerta de la derecha.)  Mándanos dos docenas y unas aceitunas, pa hacer boca.

 

(Entra PACO en la habitación de la derecha, cuya puerta se cierra tras él.)

 


Escena VIII

 

ISIDRA, el TABERNERO y el MOZO; luego, ROSA, TOÑUELA.

 

ISIDRA.-    (Al TABERNERO.)  ¡Es un chorro de oro este Paco!

TABERNERO.-    (Mientras llena unas copas, que coloca sobre una bandeja, y pone en un plato, sacándolas de un frasco que habrá en el mostrador, dos o tres cacillos de aceitunas.)  Y usté bebe de él a borbotones. Con tal de que no se le atragante a usté Juan José y la ahogue.

ISIDRA.-   En peores me he visto.

TABERNERO.-    (Al MOZO.)  Lleva esto.  (El TABERNERO entrega al chico la bandeja de copas y el plato de aceitunas; el chico las entra en la habitación de la derecha, de la que sale breves momentos después de entrar. A ISIDRA.)  ¡En fin, allá usté! A mí no ha de dolerme.

 

(Se abre la puerta del fondo y entran por ella ROSA y TOÑUELA en traje de obreras, mantón de lana, delantal azul, falda corta, pañuelo a la cabeza y manguitos azules en los brazos.)

 

TOÑUELA.-   (A ROSA.)  ¡Una quincena sin trabajo!... ¡Estamos lucías!

ROSA.-    (Con indiferencia y como pensando en otra cosa.)  Cierto que sí.  (Al TABERNERO.)  ¿Han venido ésos?

TABERNERO.-  Me dejaron razón de que les esperaseis. No tardarán.

ISIDRA.-   (Dirigiéndose a ROSA y TOÑUELA.)  ¡Hola, muchachas!

TABERNERO.-    (Al MOZO que ya habrá salido de la habitación de la derecha.)  Estate al cuidado. Voy a dar una vuelta por la cocina.

 

(Sale por la izquierda.)

 


Escena IX

 

ROSA, ISIDRA, TOÑUELA y el MOZO.

 

TOÑUELA.-   (A ROSA.)  ¡De bonito humor va a ponerse Andrés cuando lo sepa!...

ISIDRA.-  ¿Qué ocurre?

TOÑUELA.-  ¡Qué va a ocurrir, señora! Que han puesto en la calle, por una quincena, a la mitá de las obreras de la fábrica, y nos ha tocao la china a nosotras.

ISIDRA.-  ¡Vaya por Dios, mujer!

TOÑUELA.-  ¡Dos pesetas diarias que se va a baños! ¡Qué remedio! ¡Tendremos paciencia!

ROSA.-  ¡Pa lo que yo ganaba!... ¡Valiente puñao son tres moscas o seis reales, que era mi jornal, por estarme dale que le das desde las siete de la mañana!

TOÑUELA.-   No es tan poco. Con seis reales se puede hacer mucho.

ISIDRA.-   (Con burla.)  ¡Lo menos un hotel!...

ROSA.-    (Riendo.)  ¡Sí!...

TOÑUELA.-   Menos mal que quince días pasan a escape. Lo siento por Andrés, que tendrá que acortar su ración de vino.

ISIDRA.-   Que se aguante. Demás hacéis con trabajar pa ellos y estropearos las manos por ellos.

ROSA.-    (Mirándose las manos con aire triste y mal humorado.)  ¡Buenas las tengo yo!

TOÑUELA.-   Cuando se es pobre, hay que arrimar el hombro. A mí me sabe a gloria el dinero que gano pa ayudar a Andrés. ¿A ti no te sucede igual?  (A ROSA.) 

ROSA.-   (Con displicencia.) Sí, claro está que sí.

ISIDRA.-    (Con desdén.)  ¡Aperrearse por un hombre!...

TOÑUELA.-   Queriéndole y viéndole apurao, se hace a gusto.

ROSA.-  ¡Queriéndole!...

ISIDRA.-  Déjate de quereres. El querer se acaba un día u otro. ¡Cualquiera me tosía a mí si fuese joven y bonita como vosotras dos!...  (A ROSA.)  ¡Quita allá, infeliz!... Mujeres conozco que no valen la mitá que vosotras y viven con desahogo, y las tienen a boca que pides, y son las reinas de su casa.

ROSA.-  Sí las hay, y están como se les antoja, y se ríen del mundo.

TOÑUELA.-  Mientras que les dura el palmito. Cuando éste se acaba, ¿qué es de ellas? Ni los perros las quieren.

ISIDRA.-  ¡Qué sabes tú!...

TOÑUELA.-   ¡Quiá!... Prefiero sujetarme a mi Andrés, y sufrir su pobreza, y aguantar su genio, a pasar lo que pasan otras, y llegar a vieja y verme como usté se ve, sola, sin la calor de nadie.

ISIDRA.-  ¿Y por qué me veo yo así?... Por tonta y por no llevarme de buenos consejos... Y si no, anda, fíate de los hombres; quiérelos por ellos, pasa por ellos fatigas, y penas, y disgustos... ¡ya verás qué pago te dan!

ROSA.-    (A TOÑUELA.)  En eso tiene razón la seña Isidra. Te afanas por un hombre, pasas con él tu juventud, te aperreas por él, y el día menos pensao se cansa de ti, te pone en la del rey, y si te he visto no me acuerdo. Ahí está lo que ocurre.

TOÑUELA.-   No siempre. En fin, cada uno hace de su capa un sayo; y yo me voy a casa a dejar este lío  (Uno que habrá puesto al entrar sobre un taburete.)  y a preparar la cena, que esta noche tengo convidaos.  (Se levanta.) 

ISIDRA.-  ¿Convidaos?...

ROSA.-   Sí; Juan José y yo.

TOÑUELA.-  Pa mí, como si fuéseis el rey y la reina de España.  (Coge el lío de encima del taburete. A ROSA.)  ¿Me esperas aquí?

ROSA.-  Bueno.

TOÑUELA.-  Bajo en un Jesús. ¡Pobre Andrés!... ¡Tan contento como estaba, y ahora dos semanas de ahogos!...  (Como desechando su mal humor.)  ¡Qué demonio!... Dios proveerá. Menos ganan los gorriones y viven

 

(Sale por el fondo.)

 


Escena X

 

ROSA, ISIDRA y el MOZO; al final, PACO y sus compañeros, dentro.

 

ROSA.-   (A ISIDRA, por TOÑUELA, y con acento de despecho.)  Ahí la tiene usté, tan satisfecha y tan alegre... Parece que le ha tocao el premio gordo con su Andrés. ¿Cómo podrá estar alegre con la vida que lleva?

ISIDRA.-   Porque está acostumbrá a ella desde que nació y no ha visto el mundo por un bujero, ni sabe lo que son comodidades y bienestares y llevar a los hombres de mérito amarraos a la cola del vestido.  (Con desprecio.)  ¡Qué sabe esa méndiga!...  (Con fingida compasión y cariño, y cogiendo las manos de ROSA entre las suyas.)  No te ocurre a ti lo mismo, pobrecilla. ¡Quién te ha visto y te ve! Caro estás pagando el capricho.

ROSA.-    (Con tristeza.) ¡Sí lo pago, sí!...  (Con despecho.)  ¡Encontrarme como me encuentro!... ¡Ay, señá Isidra, cada día me acostumbro menos a estas miserias!...

ISIDRA.-   Naturalmente.

ROSA.-   Nada, que no es posible. Yo procuro, y quisiera y no puedo... ¡Vamos, que no sé a punto fijo lo que me pasa! Un deo de la mano diera yo por saberlo, y por explicármelo.

ISIDRA.-   A que yo te lo explico.

ROSA.-   Usté...

ISIDRA.-   Yo... En primer lugar, te figuras que quieres a Juan José, y no lo quieres.

ROSA.-    (Con sorpresa.)  ¿No?

ISIDRA.-   Vamos, quererle, sí le quieres; pero no con ese cariño que ciega y pone una venda en los ojos.

ROSA.-   Yo...

ISIDRA.-   No, así no le quieres. La prueba es, que notas lo que al lado suyo te falta; y como no eres una imbécil, reflexionas en que vales mucho y dices: «¿Voy yo a conformarme con esto?», y no te conformas; y haces bien.

ROSA.-   ¡Conformarme!...

ISIDRA.-   ¡Calla, mujer, calla!... Es un dolor que estés como estás. ¿Y por quién? Por un... Así como así, lo merece la prenda.

ROSA.-    (En un arranque de vanidad de hembra.)  Eso no; Juan José es un buen mozo.

ISIDRA.-   Los domingos, que se lava y se desenyesa la cara; los demás días cualquiera averigua lo que es. ¡Y aunque sea un buen mozo!... Tan buenos los hay y se mueren por tus pedazos, y no te obligarían a trabajar y a sufrir privaciones... Quita, que no tienes perdón de Dios. ¡Si yo estuviera en tu pellejo!...

ROSA.-   Señá Isidra, ¿qué voy a hacer sino lo que hago? ¿Cómo le dejo, si no me da motivo, y se muere por mí, y me considera, y dos que gane, míos son? No tengo más remedio que agradecérselo y aguantarme.

ISIDRA.-   Y morirte de agradecimiento en un rincón.

ROSA.-   Es...

ISIDRA.-    (Interrumpiéndole.) ¡Ése sí que es un hombre ñora; porque sólo agradecimiento le tienes ya! ¿Crees que yo me chupo el dedo?... pues no; yo sé de alguien que no te disgusta, y te ha ido interesando poco a poco, y metiéndose en tu sentir.  (Como respondiendo a una señal negativa de ROSA.)  No me hagas señas de que no, porque es verdad. ¿Quieres que te lo nombre? Paco.

ROSA.-   No; no suponga usté...

ISIDRA.-    (Interrumpiéndole.)  ¡Ése sí que es un hombre cabal y buen mozo, y dispuesto a cuanto sea menester por gustarte!... Sólo que tú, con tus desprecios y con tus repulgos, acabarás por aburrirle y hacer que se canse de ti...

ROSA.-    (Con orgullo.) ¡Cansarse!... Apueste usté que no. ¡Como yo quisiera!...

ISIDRA.-   Pero no quieres, y acaso cuando vayas a acordarte de él, se haya él olvidao hasta del santo de tu nombre.

ROSA.-   ¡Quiá! Paco será el mismo de hoy mientras a mí me dé la gana. No me gusta presumir ni echar plantas, pero, sépalo usté; así, mal vestida, y con esta facha, y sin dármelas de farolera, donde estuviera Paco y mi cuerpo se presentase, no habría más que un ama; yo.

ISIDRA.-    (Con cariño.)  ¡Vanidosa!

 

(Se escucha en la habitación de la derecha el rasgueo de una guitarra, acompañado con palmadas y taconazos.)

 

ROSA.-   ¿Hay música ahí dentro?

 

(UNA VOZ DE HOMBRE entona dentro la salida de una malagueña.)

 

ISIDRA.-   Es...

ROSA.-    (Levantándose y dirigiéndose hacia la derecha.)  Oiga usté, que va a cantar.

UNA VOZ
DE HOMBRE.-

 (Dentro y cantando acompañado por la guitarra.) 

vivir sin ti no es vivir,
y sin ti no vivo yo;
más vale esperanza en ti
que no andar en procesión,
hoy aquí, mañana allí.

VOCES.-    (Dentro.) ¡Olé! ¡Viva lo bueno!... ¡Viva!...

ROSA.-   (Con alegría.)  ¡Olé!  (A ISIDRA.)  ¡Que muy rebién cantao!

ISIDRA.-   (A ROSA.)  ¿Lo ves? No puedes remediarlo. Ya te está saltando el alma del cuerpo. De buena gana entrarías a echar una copla.

ROSA.-  ¡Que lo diga usté!...

ISIDRA.-   (Con sorna y haciendo un gesto picaresco.)  Ahora que caigo... ¡Pues no se me había olvidao!... ¿A qué no adivinas quién está ahí dentro?

ROSA.-   ¿Quién?

ISIDRA.-  Paco. Ha venido con unos amigos y con dos mujeres muy guapas  (Recalcando la frase.) 

ROSA.-  ¿Sí?  (Con despecho mal disimulado.) 

ISIDRA.-   ¡Guapas de veras!  (Con tono insidioso.)  Lo que pensará el hombre: un clavo saca otro...

ROSA.-  Lo que tiene es rabia porque no le hago cara.

 

(Se abre la puerta de la derecha y sale por ella PACO.)

 

PACO.-   (Desde la puerta. Al MOZO.)  ¡Chico!... ¡Vino!...  (Como si reparase en ROSA.)  ¿Es usté, vecina?  (Dirigiéndose a ella.) 

ROSA.-   Ya me ve usté.

PACO.-  ¡Y la veo tan real moza como siempre!

ROSA.-  Como que soy la misma.

 

(El MOZO llena una bandeja de copas, la lleva a la habitación de la derecha. ISIDRA se retira al segundo término.)

 


Escena XI

 

ROSA, ISIDRA y PACO; luego, el MOZO.

 

PACO.-   (A ROSA.)  ¿Me deja usté que la convide?

ROSA.-   Se estima.  (Con ligero acento de despecho.)  No quiero entretenerle. Podía enfadarse la reunión.

PACO.-  ¡Valiente cuidao se me da! Estando como estoy ahora, al lado de usté, cien años me parecerían un minuto.

ROSA.-  ¡Cien años!  (Con acento irónico.)   Iba usté a encontrar calvo cuando volviese, a las señoras que le acompañan.

PACO.-  Por mí, que se les caiga el pelo.

 

(Sale el MOZO de la habitación de la derecha con una bandeja llena de copas a medio apurar; llega con ellas al mostrador y vacía el sobrante de las copas en la jarra.)

 

ROSA.-    (A PACO.)  Ande usté, que le esperan; ande usté con ellas y diviértase.

PACO.-  ¡Divertirme!... ¡Yo ya no me divierto, Rosa!

ROSA.-   (Con ironía.)  ¿Le ha ocurrido a usté alguna desgracia?

PACO.-  La mayor de todas, penar por causa de una mujer, que maldito si hace caso de mí.

ROSA.-  ¡Qué pícara!... ¿Y quién es? ¿Alguna de las señoras que está ahí dentro?

PACO.-  No se burle usté. Conmigo no ha venido nadie. Esas mujeres vienen con dos amigos míos, y están ahí porque ellos las han invitao. Pa mí, como si no estuvieran.

ROSA.-  ¡Vamos!...

PACO.-  La persona por quien yo peno no está en aquel cuarto; usté lo sabe, y si cualquiera de esas mujeres le estorba a usté, lo dice y se marcha a la calle, y si la estorbo yo, me voy yo; porque donde yo esté y usté se presente, usté es la dueña, y la que manda, y la que dispone, y aquí está quien lo dice, y no se ha ido.

ROSA.-   Gracias, Paco.  (Dirige a ISIDRA una mirada de triunfo y orgullo satisfecho.)  No lo decía yo por tanto.  (Después de una ligera pausa y como si quisiera variar de conversación.)  ¡Vaya una malagueña bien cantáa la de antes!

PACO.-   No está mal; pero al lado de usté... ¡Usted sí que canta como un ángel del cielo!

ROSA.-   (Entre satisfecha y avergonzada.)  ¡Eche usté arena!

PACO.-  Como si fuese hoy, tengo presente la primera vez que la oí a usté cantar. Llevo la copla en el corazón, y daría lo que me pidiesen por volverla a oír.

ROSA.-  No sea usté romancero, Paco. Cualquiera pensará que nunca ha escuchado usté nada mejor.

PACO.-  ¡Nada! Y, ahora que caigo en ello, ¿por qué no entra usté a cantarnos una malagueña?

ROSA.-  ¿Yo?

PACO.-  Hágame usté ese obsequio.

ROSA.-  De buena gana; pero no es posible.

PACO.-  ¿Por qué?

ROSA.-  Estoy esperando a Juan José; él es muy poco aficionao a que yo entre y salga y alterne. Podía enfadarse.

PACO.-  ¡Enfadarse! Si yo fuera un desconocido, se comprende que se enfadara. Tratándose de mí, no hay caso.

ROSA.-  Claro que usté es su maestro, y Juan José le debe los dos o los cuatro que gana, pero...

PACO.-  Pero, ¿qué?

ROSA.-  No puedo; de veras no puedo. Él tiene su carácter, y si lo toma a mal...

PACO.-  No lo tomará. Es un momento, y si en ese momento llega él, que pase y se beba una copa, o diez, o cuarenta; están ustedes con nosotros lo que les cumpla, y cuando les dé la gana, se van.  (Con insistencia cariñosa y como tratando de vencer la actitud indecisa de ROSA.)  Vaya, haga usté algo en su vida por mí; aunque sólo sea cantarse una copla...  (A ISIDRA, que permanece en segundo término junto a un velador, apurando a sorbos un vaso pequeño de aguardiente.)  Señá Isidra, ayúdeme usté a convencerla.

ISIDRA.-   (Acercándose.)  ¿Qué es ello?

ROSA.-   Que Paco se empeña en oírme cantar un rato; yo no me atrevo a complacerle, porque Juan José va a venir y puede figurarse cualquier cosa y darme un disgusto.

ISIDRA.-  No hay motivo pa que Juan José se incomode; entre amigos un obsequio se acepta, que no somos salvajes pa desairar a las presonas.

ROSA.-  Yo...

ISIDRA.-  Anda, mujer, anda; y no te hagas de rogar tanto.

ROSA.-  Iré.  (A PACO.)  Advierto que no hago más que cantar dos coplas y salir.

PACO.-  A gusto de usté. De esa puerta adentro, usté es la reina.  (A ISIDRA.)  ¿Viene usté?

ISIDRA.-  Yo me voy a acostar.

PACO.-   (Abriendo la puerta de la derecha.)  Entre primero la gracia de Dios.

 

(Entran PACO y ROSA en la habitación de la derecha, cuya puerta se cierra detrás de ellos.)

 


Escena XII

 

ISIDRA y el MOZO; a seguida, el TABERNERO; luego, JUAN JOSÉ y ANDRÉS.

 

ISIDRA.-    (Al MOZO.)  Dame otra copita, que quiero coger el sueño a gusto.  (Sale el TABERNERO por la izquierda y oye a ISIDRA.) 

TABERNERO.-   (Al MOZO.)  Yo la serviré. Anda tú a la cocina, y en cuanto echen el arroz, llévalo.  (Entra el MOZO en la habitación de la izquierda. A ISIDRA.)  ¿Aquí todavía?

 

(Entran por la puerta del fondo JUAN JOSÉ y ANDRÉS.)

 

ANDRÉS.-  Ya estoy templao. Esta noche la tomo.  (A JUAN JOSÉ.)  He dicho que la tomo, y no estaría bien que un hombre faltase a su palabra; la tomo, aunque no se haya arreglao esa chapuza.

JUAN JOSÉ.-  También es capricho.  (Reparando en la ausencia de ROSA.)  ¿No ha venido aún?

ISIDRA.-   (Aparte.)  ¡El otro! Yo me largo.  (Alto. Al TABERNERO.)  Hasta mañana.  (Dirigiéndose al fondo.) 

ANDRÉS.-  ¿Se va usté, doña siglo?

ISIDRA.-  A mi nido a dormir.

ANDRÉS.-  ¿Pues cómo, si ésta es la hora de las lechuzas?

 

(ISIDRA se encoge de hombros y sale por el fondo sin contestar.)

 


Escena XIII

 

JUAN JOSÉ, ANDRÉS y el TABERNERO; al final, TOÑUELA.

 

ANDRÉS.-   (Al TABERNERO.)  ¿Y ésas? ¿No han venido?

TABERNERO.-  Hace tiempo. Aquí las dejé con la señá Isidra, cuando entré en la cocina.

JUAN JOSÉ.-  ¿Dónde han ido?  (Al TABERNERO.)  ¿No lo sabes tú?

TABERNERO.-  No.

ANDRÉS.-  A mi casa; a aviar el guisao. No te apures. ¡Verás cómo vuelven antes de lo que yo quisiera! ¡Miá que sábado y retrasarse sabiendo que llevamos dinero en los bolsillos!... ¡Si fuera lunes!...

JUAN JOSÉ.-  Subiremos nosotros.

ANDRÉS.-  Sí que tienes tú prisa. No habrá que buscarlas.  (Viendo a TOÑUELA que entra por el fondo.)   ¿Te convences? Aquí está Toñuela.

TOÑUELA.-   (Dirigiéndose a ANDRÉS.)  ¿He tardao?



Escena XIV

 

TOÑUELA, JUAN JOSÉ, ANDRÉS y el TABERNERO; dentro, PACO, ROSA, los dos hombres y las dos mujeres.

 

ANDRÉS.-  ¡Qué vas a tardar, si eres un conómetro pa eso de quitarme el beber! ¡Sólo que hoy te has retrasao, prenda! Llevo sopláas unas pocas.

TOÑUELA.-  No lo digas, que bien se te conoce, borracho.

ANDRÉS.-  A mucha honra.  (Se acerca a TOÑUELA y la pone la mano en el hombro cariñosamente.) 

TOÑUELA.-   (Rechazándole cariñosamente también.)  Aparta, que no estoy pa bromas.  (A JUAN JOSÉ.)  ¿Y Rosa?

JUAN JOSÉ.-   (Sorprendido.)  ¿No subió contigo?

TOÑUELA.-  No; la dejé aquí.

JUAN JOSÉ.-  ¡Aquí!... ¿Dónde puede haberse marchao?

 

(Vuelve a oírse dentro el rasgueo de la guitarra.)

 

ANDRÉS.-   (Al TABERNERO.)  ¿Tienes gente?

VOCES.-   (Dentro.)  ¡Olé!... ¡Vamos a oírla!...

 

(Una voz de mujer entona dentro la salida de una malagueña.)

 

JUAN JOSÉ.-  ¡Qué!...  (A ANDRÉS.)  ¿No es esa voz la de Rosa?   (Avanza hacia la derecha; al oír el comienzo de la copla se detiene.) 

ROSA.-

  (Dentro. Cantando.) 

Compañero de mi alma
mira lo que están hablando;
sin tener que ver contigo
la gente anda murmurando.

VOCES.-   (Dentro.)  ¡Olé! ¡Olé!

JUAN JOSÉ.-    (Que ha llegado seguido por ANDRÉS hasta la puerta de la derecha, luego de mirar por el hueco que dejan libres las cortinas. A ANDRÉS.)  ¡Es ella!   (Con ansiedad.)  ¿Quién está con ella?  (Vuelve a mirar. Con rabia.)  ¡Paco!... ¡Lo ves, Andrés!... ¡Está cantando paque él la escuche!... ¡Y él la obsequia!... ¡Y ella le mira!... ¡Te juro que va a durarles poco la diversión!...

 

(Abre la puerta de la derecha con violencia. Estas frases las dirá JUAN JOSÉ al mismo tiempo que canta ROSA; de suerte que cuando él abra la puerta del cuarto, quede cortada la copla donde sea y llegue el canto.)

 

TABERNERO.-   ¿Qué es esto?

JUAN JOSÉ.-   (Desde la puerta y hablando con los de dentro.)   ¡Rosa!  (Con dureza.) 

PACO.-   (Dentro.) Entra, Juan José.

JUAN JOSÉ.-   (Con sequedad.)  No, señor.  (Como si hablara a ROSA.)  ¡Has oído, que vengas aquí!... ¡Date prisa!...   (Con impaciencia y cólera.) 

TOÑUELA.-    (Bajo a ANDRÉS. Por ROSA.)  ¡Qué loca!

 

(Sale ROSA por la puerta de la derecha.)

 

ROSA.-    (A JUAN JOSÉ.)  Aquí estoy.  (Reparando en la actitud descompuesta de JUAN JOSÉ.)  ¿Qué tienes?

JUAN JOSÉ.-    (Cogiendo a ROSA por la muñeca con dureza y llevándola al primer término.)  ¡Qué tengo!... Y tú, ¿qué hacías en esa habitación?... ¡No te he dicho que no quiero verte con nadie, y menos con él!...

 

(Sale PACO por la puerta de la derecha, y detrás de él las dos mujeres y los dos hombres.)

 


Escena XV

 

ROSA, TOÑUELA, JUAN JOSÉ, PACO, ANDRÉS, el TABERNERO, los dos hombres y las dos mujeres.

 

PACO.-   (Dirigiéndose a JUAN JOSÉ.)  ¿Qué es esto, Juan José?

JUAN JOSÉ.-    (Con dureza.)  Ya lo ve usté. Saco de ahí a Rosa, porque tal es mi gusto; y no creo que haya quien me lo estorbe.

PACO.-   ¿Te enfadas porque la he convidao a una copa? Mía es la culpa; la vi al entrar y la invité de buena manera.

ROSA.-   (A JUAN JOSÉ.)  Yo no quería. Fue él quien se empeñó.

PACO.-   Me parece a mí que un amigo no ofende convidando a la mujer de otro.

JUAN JOSÉ.-   Un amigo, no.

PACO.-   Entonces...

JUAN JOSÉ.-   Pero, ¿usté es un amigo mío?

PACO.-   (Sorprendido.)  ¿Qué dices?

JUAN JOSÉ.-   Que no es amigo de uno el que enamora a la mujer que vive con uno y quiere quitársela.

ANDRÉS.-   ¡Juan José!...

JUAN JOSÉ.-   Estoy harto de disimulos.

PACO.-   ¿Tú dices?

JUAN JOSÉ.-   Lo que usté sabe tanto como yo; que Rosa le parece buena para sus entretenimientos, y que yo he debido parecerle a usté muy poca cosa cuando se atreve a poner en ella sus ojos.

TABERNERO.-    (A PACO.)  No le haga usté caso.

ROSA.-    (Como asustada.) ¡Dios mío!

TOÑUELA.-   Tú tienes la culpa.

PACO.-   Está loco.

JUAN JOSÉ.-   No estoy loco. Hace tiempo que le vengo observando a usté y sabiendo que, con capa de amigo, quiere usté robarme lo que más aprecio en el mundo, lo sé; y como alguna vez teníamos que jugar limpio, hice antes lo que hice, y le hablo a usté como le estoy hablando en este momento.

ANDRÉS.-    (A JUAN JOSÉ.)  ¡Ten prudencia!

PACO.-    (A JUAN JOSÉ.)  Pues hablas mal y apuras mi paciencia, y te olvidas de quien soy yo.

JUAN JOSÉ.-   No me olvido. Usté es mi maestro, el que me da el jornal con que como, y dispone de mí y de estos brazos desde que sale el sol hasta que anochece. ¡Ya ve usté cómo no me olvido! Sin duda por eso, porque me paga usté, ha llegao a creerse que todo lo mío le pertenece, y no contento con lucirse a costa de mi sangre, quiere usté mandar también aquí dentro y coger lo que aquí dentro vive y llevárselo. ¡Pues eso no, no señor Paco; eso, no!

PACO.-    (Con cólera.) ¡Mira lo que dices!

JUAN JOSÉ.-   Digo, que pobre, pero no tanto. Mi sudor, bueno; mi trabajo, bueno también; de usté son, porque usté los paga.  (Cogiendo a ROSA por un brazo y atrayéndola a sí.)  Pero esto no se paga con dinero; no hay dinero que lo pague en el mundo. Esto es mi vida, mi alma, me pertenece y no lo suelto.

TABERNERO.-   (A JUAN JOSÉ.)  No armes escándalo en mi casa.

PACO.-    (A JUAN JOSÉ.)  Acaba de faltarme, porque se me acaba el aguante.

 

(Avanzando hacia JUAN JOSÉ; los hombres que acompañan a PACO hacen ademán de seguirle.)

 

ANDRÉS.-    (Interponiéndose entre los que avanzan.)  Quietos, que son dos hombres solos.

PACO.-   (A JUAN JOSÉ.)  ¿Conque buscas peleas?

JUAN JOSÉ.-  ¡Yo no busco nada; digo lo que debo decir, y me atengo a los resultaos!  (Con energía.) 

PACO.-   (Con ira.) Tentao estoy de responderte que tienes razón, que la quiero, y que he de poder poco si no te la quito, aunque sea delante de tus ojos.

 

(Trata de avanzar hacia JUAN JOSÉ; los que van con él le detienen.)

 

JUAN JOSÉ.-    (Avanza al mismo tiempo que PACO.)  ¡Quitármela!...  (Se detiene como reprimiendo su cólera. A los hombres que contienen a PACO.)  No sujetarle.  (A PACO.)  Pruebe usté. A la calle vamos.  (Dirigiéndose a ROSA.)  Sal delante, y sal tranquila, y ve despacio. Anda.

TOÑUELA.-   Yo iré.

 

(Haciendo ademán de acompañar a ROSA, que se dirige al fondo.)

 

JUAN JOSÉ.-    (A TOÑUELA.)  He dicho que sola.  (A PACO.)  Esa mujer es la mía, la que yo quiero; y la quiero pa mí solo, ¡solo!...  (ROSA abre la puerta del fondo y sale por ella.)  ¿Hay quien dice que desea quitármela? ¡Que pruebe!... Sola va. El que la quiera que salga por ella. ¡Pero no olvide que tiene que salir por esta puerta  (La del fondo.) , y que en esta puerta estoy yo!...

 

(La actitud de los actores será la siguiente: JUAN JOSÉ en el fondo. PACO, en primer término, sujeto por los hombres y las mujeres que le acompañan. El TABERNERO al lado de PACO. ANDRÉS cerca de JUAN JOSÉ. TOÑUELA junto a ANDRÉS.)

 


 
 
FIN DEL ACTO PRIMERO
 
 


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