Escena I
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ROSA,
TOÑUELA e
ISIDRA.
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ISIDRA.-
(Restregándose las manos.)
¡Vaya un frío!... ¡Se quedan los pájaros tiesos en la
calle! ¡Hay más de una cuarta de nieve, y dura como un
mármol!...
(Acercándose al brasero y
removiendo la ceniza con la badila. A
ROSA.) ¿No tienes lumbre?
|
ROSA.-
(Con ironía amarga.)
¡Lumbre!... ¡Dios la dé!... ¡Por supuesto
pa la falta que hace!... El fogón no
la necesita, porque está huérfano de alimento, y yo...
Acostumbrándose a no comer, bien puede una acostumbrarse a tiritar.
|
TOÑUELA.-
Y que las desgracias siempre vienen
juntas. ¡Parece que nos ha caído una maldición! Primero,
nosotras; al día siguiente, Juan José sin trabajo, y el viernes,
Andrés.
(A
ISIDRA.) ¡Le digo a
usté que es
pa tirarse de los pelos!
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ISIDRA.-
¡Ya! ¡Ya!...
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TOÑUELA.-
¡Y gracias a que Andrés
tiene la casa de su madre!
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ISIDRA.-
(A
ROSA.) ¡Qué quincena
lleváis!
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ROSA.-
¡Y cada vez peor!
(Con desesperación.)
|
ISIDRA.-
(Con fingido cariño.)
¡No te apures!... Como a hija te quiero, y no consentiré que lo
pases mal
en tan y mientras yo pueda evitarlo. Una
cazuela de sopas he puesto a la lumbre y media espuerta de cisco en el brasero.
Las sopas vienes a comerlas cuando estén aviáas, y el cisco, tu
brasero me llevo, le echo la
mitá del mío y te traigo un
poco de calor.
(Haciendo ademán de coger el
brasero.)
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ROSA.-
¡Déjelo
usté!...
|
ISIDRA.-
¡Miá que dejarlo!...
(Cogiendo el brasero.)
¡Vuelvo enseguida!...
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(Sale por el fondo. Comienza a
obscurecer.)
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Escena III
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ISIDRA,
ROSA y
TOÑUELA; al final,
IGNACIO y
ANDRÉS.
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ISIDRA.-
(Dejando el brasero en el suelo.)
¡Ya está aquí el brasero! ¡Y calienta que es una
bendición! ¡Acercarse, hijas,
acercarse!...
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(ROSA y
TOÑUELA se acercan al brasero.)
|
ROSA.-
(Poniendo las manos cerca de la
lumbre.) ¡Estoy arrecía!...
|
ISIDRA.-
También traigo un poquillo de
mineral; las noches son largas, y se pone una muy triste cuando está a
obscuras.
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ROSA.-
(Con tono de gratitud.)
¡Por Dios!... ¿Cómo pagar a
usté?...
|
ISIDRA.-
Ya me pagarás, hija; ya me
pagarás. Este mundo da muchas vueltas.
(Al ver que
ROSA hace ademán de levantarse a arreglar
el quinqué, la detiene.) Yo misma le avío.
Caliéntate tú, que buena falta te hace.
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(ISIDRA se dirige hacia la
cómoda, y sigue la conversación mientras arregla el
quinqué y lo enciende.
ROSA vuelve a sentarse.)
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ROSA.-
(Con desesperación.)
¡Qué vida, Santísima Virgen, qué vida!
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ISIDRA.-
¡Pensar que todo esto lo ha
traído el pícaro genio de tu hombre!...
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TOÑUELA.-
Eso no es verdad.
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ROSA.-
¿Le defiendes?
|
TOÑUELA.-
Pues claro. Si te vio con quien le das
celos, ¿qué iba a hacer? Si yo me hubiese atrevido a lo que
tú, y Andrés se hubiera
portao como se portó Juan
José, más le querría yo desde entonces, y todo lo
llevaría con gusto sabiendo que él se jugaba la vida y el pan
porque otros ojos que los suyos no me mirasen como él me mira.
|
ISIDRA.-
(Con
ironía.) ¿Sí?
|
TOÑUELA.-
No era mi hombre, y se me erizó
la carne de orgullo cuando le vi ponerse delante de la puerta y decir:
«¡El que la desee, que salga a buscarla!» El otro no
salió; por supuesto, hizo bien. Si sale, de la puerta no pasa.
Había en la cara de Juan José algo que hablaba y decía:
«Al que se la atreva, lo mato.»
|
ISIDRA.-
Calla, mujer, calla. ¡Paece que te has
pasao los años leyendo esas
historias que tiran por debajo de las puertas a cinco céntimos el
cuaerno!
|
TOÑUELA.-
No sé leer.
|
ISIDRA.-
Nadie lo diría; que eres
pintiparáa a un presonaje de los que
salen en esos libros. Bueno que una persona se acalore cuando hay fundamento.
Aquella noche no lo había.
|
ROSA.-
Eso digo yo. Paco me invitó a
buen hacer. Si a Juan José no se le
hubiera subido la sangre a la cabeza, nos habríamos
evitao el disgusto y las resultas, que no
son flojas.
|
ISIDRA.-
Juan José lo echó todo
a barato.
|
ROSA.-
¿Y qué ha
sucedío? Que a la mañana
siguiente le dieron la cuenta y le despidieron de la obra; que durante ocho
días hemos ido tirando con lo que había en casa, y que, a la
presente, se consumió todo. La lana del colchón, a
puñaos hemos ido vendiéndola;
miá dos pares de enaguas, las sábanas, la colcha y media docena
de camisas que teníamos entre los dos, están en la casa de
préstamos; su capa no la ha
llevao porque no la toman; de manta nos
sirve. Antiayer empeñé mi mantón en diez reales; con ellos
hemos
pasao hasta hoy, y hoy,
naa, un cacho de pan
raciao con aguardiente, y a esperar el
maná, porque lo que traiga Juan José, en la frente dejo que me lo
claven.
|
ISIDRA.-
¡Jesús, qué
desdicha!
|
ROSA.-
¡A ver si hay quien lo
aguante!... ¡Yo, no!
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TOÑUELA.-
¡Mujer!
|
ROSA.-
¡Y que esto ocurra por no
venirse él a razones!...
|
TOÑUELA.-
Ocurre por ser tú ligera de
cascos, y meterte a cantar donde estaba Paco y no haberle
parao a tiempo los pies.
|
ROSA.-
¿Yo?
|
TOÑUELA.-
De más hizo Juan José,
que se creyó lo que le dijiste y no te rompió un hueso.
|
|
(Aparecen en la puerta del fondo
ANDRÉS e
IGNACIO.)
|
ROSA.-
¡Hubiera
estao bien que me pegase!
|
TOÑUELA.-
Por menos he llevao yo muchos
cachetes.
|
ANDRÉS.-
(Desde la puerta.) ¡Y los
que llevarás!... ¡Más efecto os hace a las mujeres un
cachete a tiempo que un sermón de Cuaresma!... Entra, Inacio.
|
|
(Entran
ANDRÉS e
IGNACIO.)
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Escena IV
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ROSA,
TOÑUELA,
ISIDRA,
ANDRÉS e
IGNACIO.
|
IGNACIO.-
(A
ROSA.) ¿No ha vuelto
ése?
|
ROSA.-
No.
|
ANDRÉS.-
Como si lo viera, vuelve con las manos
vacías. Así como así es fácil encontrar trabajo.
¿Sales de una parte?... Pues aguarda
sentao a que te llamen de otra.
|
IGNACIO.-
Y Juan José, menos. Ya has
oído al maestro con quien hemos
estao hablando por él.
|
ROSA.-
¿Qué os ha dicho?
|
ANDRÉS.-
Pues nos ha dicho: «Juan
José es un buen oficial; pero no puedo darle ocupación.
¿Sabéis lo que hizo con Paco la otra noche? Gasta muy mal genio,
y no respeta a nadie.»
|
IGNACIO.-
¿Que no respeta?... ¿Por
qué no respeta?... ¡Porque no ha querido sufrir que su maestro se
burle de él y requiebre a la mujer que vive con él!... ¡Peazos le hubiera hecho yo!
|
ANDRÉS.-
No faltó mucho. ¡Negro me
vi
pa sujetarle!
(A
ROSA.) ¡En menudo
fregao nos metiste!
|
ROSA.-
¿Yo?... ¿Dirás
que tuve yo la culpa?
|
ANDRÉS.-
¿Pues quién la tuvo?
¿La Cibeles?
|
ROSA.-
¿En qué he
faltao yo? ¿Porque un hombre le diga
a una mujer buenos ojos tienes ya han
faltao la mujer y el hombre? ¿Se ha
propasao Paco conmigo? ¿Le he
dejao yo que se propase?
¡Entonces!... Sólo que Juan José, y Toñuela, y
tú os empeñáis en echarme los cargos encima; y yo
aquí
pa sufrirlo todo: privaciones,
desconfianzas... Y si un día me harto y tiro por la calle de en medio me
pondréis como un trapo.
(Llorando, más de rabia que de
sentimiento.) ¡Vaya que tiene esto mucho que ver!
|
ISIDRA.-
No te apures.
|
TOÑUELA.-
¡Chica, no es
pa tanto!
|
ANDRÉS.-
Ahora unas lagrimitas... Toas las
mujeres sois lo mismo. A creeros, nunca tenéis la culpa de nada. Os
dejáis requebrar sin mala intención; dais en cara a un hombre con
otro como quien da una broma; os reís con el que os piropea; le
hacéis arrumacos delante del que os quiere, y un día, esos dos
hombres, que se han
tomao entre ojos, se disparan, se dicen
cuatro desvergüenzas, la emprenden a navajazo limpio, van el muerto al
hoyo y el vivo a la cárcel, y vosotras rompéis a llorar y a
decir, con cara de inocentes: ¡Yo no tengo la culpa!...
¡Quién iba a pensarlo!... ¿Verdá?
|
ROSA.-
(Con despecho.)
¡Andrés!...
|
ANDRÉS.-
Si os damos celos, os ponéis
moños; si os advertimos, os reís; si os reprendemos, os
enfadáis, y si os pegamos, nos llamáis brutos...
¡Brutos!... ¡Más vale ser bruto que...! ¡Como los
hombres siguieran mi consejo no haríais tantas piernas vosotras!
|
ISIDRA.-
(Bajo a
ROSA.) ¡Qué borrico!
|
TOÑUELA.-
(A
ANDRÉS.) ¡Déjala en
paz!
|
ROSA.-
(A
ANDRÉS.) ¡Si Juan José
te oyera!...
|
TOÑUELA.-
Si lo oyera, ¿qué?
|
ANDRÉS.-
Quizás se pusiese de su parte;
porque el que media entre un hombre y una mujer, ése pierde. Lo
sé de buena tinta.
|
IGNACIO.-
¿Tú?
|
ANDRÉS.-
En persona; y no hace veinte
días que pasó.
|
TOÑUELA.-
¿Qué pasó?
|
ANDRÉS.-
Verás. Bajaba yo por la calle
de Embajadores, y al desembocar en el barranco, me veo a uno que le estaba
atizando a su mujer, o lo que fuera, un
palizón
órdago. No es que yo me asuste
porque se les tiente el traje a las mujeres; pero aquel ciudadano pegaba tan
fuerte y ella soltaba tales
quejíos que me dio lástima y
me metí por medio, y sujeté la mano del hombre y le dije:
¡Camará, basta; ni que fuese la señora una
caballería! El sujeto era razonable, y se contuvo; ¡pero ella!...
¡A ella había que verla!... Se puso en
jarras, se vino
pa mí, arrimó su cara a la
mía, como si quisiera tragárseme, y me soltó esta
rocida: «¿A
usté qué si me pega,
tío morral?... Pa eso es mi
marido...» Vamos que si me descuido me pega ella a mí.
|
IGNACIO.-
¿Y qué hiciste?
|
ANDRÉS.-
¡Calcula!... Gritarle al otro:
¡Siga
usté hasta que se canse, buen amigo!
Y echar por el barranco abajo, jurando no meterme
en jamás en líos de mujeres y
de hombres.
|
ISIDRA.-
Pronto has
olvidao el juramento.
|
ANDRÉS.-
Porque se trata de Juan
José... Juan José es un amigo, y no quiero que ni él ni
ésta
(Por
ROSA.) tengan que sentir.
(Se acerca a
ROSA.) ¡Déjate ya de
lloriqueos!
|
ISIDRA.-
(A
ROSA.) Claro; no te aflijas ni hagas caso
de éste.
|
ANDRÉS.-
Hazlo de ella, que irá
mejor.
|
IGNACIO.-
Haya paz; basta de tontunas...
(A
ANDRÉS.) Puesto que Juan
José se tarda, bajaremos tú y yo a la taberna. Enrique debe estar
allí con el
recao de si hay o no obra en ese
pueblo.
|
ANDRÉS.-
Dios lo haga, porque estamos todos en
las últimas.
(A
ROSA.) Cuando venga, dile que abajo le
aguardamos.
|
IGNACIO.-
(A
ANDRÉS.) Anda.
|
ANDRÉS.-
(A
TOÑUELA.) Tú, vete a aviar y
que estés lista
pa cuando yo suba.
|
ROSA.-
(A
ANDRÉS.) ¿Cenáis en
casa de tu madre?
|
ANDRÉS.-
Y si no cenamos allí, no
cenamos... Hay donde escoger. Hasta luego.
|
|
(Salen por el fondo
TOÑUELA,
ANDRÉS e
IGNACIO.-La primera por el lado derecho de la puerta,
y los otros por el izquierdo.)
|
Escena V
|
|
ROSA e
ISIDRA.
|
ISIDRA.-
¡Los ves!...
|
ROSA.-
Sí, señora, lo veo;
estoy conforme con
usté; ¡es ya demasiao!
|
ISIDRA.-
Naturalmente.
|
ROSA.-
¡Y no aguanto más!...
¡Ea, que no!... Si Juan José no cambia de genio, si no halla
trabajo, si él y todos siguen mortificándome con el otro, yo
sé lo que tengo que hacer.
|
ISIDRA.-
¡Cambiar de genio!...
¡Sí, sí!... ¡Otro gallo te cantaría!
¿Te crees que si le hubiese
hablao a Paco y se hubiera
rebajao unas miajas con él, Paco le
hubiese
echao de la obra? De ningún modo.
Paco no es malo; ¡qué va a serlo! Tiene un corazón de oro,
y respective a ti, descolgaría la luna del cielo por complacerte.
|
ROSA.-
¿Él?
|
ISIDRA.-
Más que tú padece
viéndote padecer. Sólo que, lo que dice: «¡Gotas de
mi sangre diera yo
pa que a Rosa no le faltara nada; pero si
me desprecia y prefiere las fatigas y los malos tratos con él, al
bienestar y al descanso conmigo, allá se las componga, mientras yo me
como los puños de rabia! Ya que rabio yo, rabiaremos todos».
|
ROSA.-
¡No será tanto!
|
ISIDRA.-
¿Que no?... De sobra conocemos
lo
enamorao que está de ti. ¡Pena
da ver lo que sufre por causa tuya!... ¡Lástima de hombre!
¡Tan fino, tan simpático y con muchos billetes en la cartera!...
¡Lástima de ti, que podrías estar a la
hora de ahora en una buena casa y con un
mantón
alfombrao en los hombros y dos orlas de
brillantes en las orejas, y cuatro o cinco sortijas en esos
deos tan bonitos que Dios te ha
dao!
|
ROSA.-
(Suspirando.) ¡Ay!
|
ISIDRA.-
¡Qué pareja
haríais!... De ti no hay que hablar; y él... ¡No me
negarás que Paco es un buen mozo!
|
ROSA.-
¡Si no lo niego!
|
ISIDRA.-
Como que te gusta más que el
otro; y te pondría a flote... No sé qué esperas.
|
ROSA.-
¡Yo!
(Como vacilando. Con tono de
duda.) No me determino,
señá Isidra, no me
determino.
|
ISIDRA.-
Haces mal. ¿Sabes lo que me ha
dicho esta mañana Paco?
|
ROSA.-
¿Qué?
|
ISIDRA.-
Pues me ha dicho: «Vea
usté a Rosa; pregúntele si
puedo hablar con ella, y asegúrela que como ella me quiera haré
lo que me pida y no habrá quien la toque el pelo de la ropa, porque yo
estoy
pa salir por todo y a mí no se me
come nadie».
|
ROSA.-
¿Le ha dicho a
usté eso?
|
ISIDRA.-
Como lo oyes. Conque tú
verás.
|
ROSA.-
¡Hablar con él!...
(Como si dudara.)
|
ISIDRA.-
Y ello ha de ser hoy. A Paco se le ha
rematao la paciencia; vendrá a verme
luego
pa saber tu resolución.
Además, yo también necesito que decidas una cosa u otra, porque
me estoy exponiendo a que Juan José me dé un disgusto. Anda muy
escamao conmigo, y más va a
escamarse si me ve que hablo con el otro, y que entro y salgo mucho en tu
casa.
|
ROSA.-
Pero...
|
ISIDRA.-
¡No seas tonta!... ¡Con
hablar a Paco no adquieres compromiso formal! Hablas con él, le
oyes...
|
ROSA.-
(Mirando hacia la puerta del
fondo.) ¡Chist!... Juan José.
|
|
(Entra
JUAN JOSÉ por el fondo, donde se
detiene.)
|
Escena VI
|
|
ROSA,
ISIDRA,
JUAN JOSÉ.
|
JUAN JOSÉ.-
(Desde la puerta. Con
desaliento.) ¡Nada!... ¡Nada!... Parece que el hielo de la
calle se les ha metido en el corazón a los hombres, según lo
tienen de duro y de frío
pa mí.
(Avanza hacia
ROSA, que le mira como
interrogándole.) ¿Qué me miras?... Ya puedes
suponértelo; no hay trabajo; no lo encuentro en ninguna parte, ¡en
ninguna!... ¿De qué sirve tener buena
voluntá y buenos brazos y saber su
oficio?... ¿De qué?... ¡Ni que el trabajo fuese una limosna
pa que a uno se lo nieguen!... Pues
qué, ¿no hay más que condenar a un hombre a morirse de
hambre o a pedir por Dios?... ¿Hay en esto justicia?... Y si no la hay,
¿por qué sucede? ¡Luego dicen que si los hombres matan y
roban!... ¡Qué van a hacer!...
(Se deja caer junto a la mesa en actitud
desesperada, y oculta la cabeza entre los puños.)
|
ISIDRA.-
Ten calma y ven a calentarte un poco,
que hace mucho frío en la calle.
|
JUAN JOSÉ.-
(Levanta la cabeza. Con amargura y
sorpresa.) ¡Calentarme!... ¿Dónde?...
(Reparando en el brasero encendido. A
ROSA.) ¿Tienes fuego?
|
ROSA.-
Gracias a la
señá Isidra, que me ha
traído un poco de lumbre.
|
JUAN JOSÉ.-
(A
ISIDRA. Con ironía amarga.)
¡Ah! ¿Conque es
usté la buena alma que se ha
compadecío de nosotros?... ¿Y
quién le ha
dao a
usté los dineros
pa hacer la obra de
caridá?
|
ISIDRA.-
¿Qué dices?
|
JUAN JOSÉ.-
¡Que
en jamás se ha
compadecío usté de nadie sin
su cuenta y razón!
|
ISIDRA.-
¡Juan José!...
(Como ofendida.)
|
JUAN JOSÉ.-
¡Le tiene
usté mucha ley a esta casa! Sobre
todo cuando no estoy yo en ella.
|
ROSA.-
(Con tono de reproche.)
¿Te enfadas con la pobre después de lo que hace por
mí?...
|
JUAN JOSÉ.-
¡Por ti!...
(Con sarcasmo.) ¡Es muy
buena la
señá Isidra, muy buena!...
Miá si lo es que sólo procura
por tu
felicidá, y viendo que no las has
encontrao conmigo, viene a
proporcionártela con otro. ¡Con Paco!
|
ROSA.-
No hables así.
|
JUAN JOSÉ.-
(A
ISIDRA.) ¿Imagina
usté que ando ignorante de sus
manejos? Pues estoy al cabo de la calle. Tan
enterao vivo de lo que Paco trata con
usté, como de lo que
usté viene a hacer a mi casa.
|
ISIDRA.-
Te equivocas; te juro que...
|
JUAN JOSÉ.-
No jure
usté en falso.
Usté se ha
conchavao con el otro
pa engañarme a mí,
pa convencer a ésta. Y la
ocasión no es mala. ¡Saben
ustees que
estamos en las últimas, que la
desgracia nos tiene
apretaos por el cuello, y se piensan que
ella cederá, que yo bajaré la cabeza, porque el hambre es mal
consejero del querer y la miseria mala compañera de la honra; se figuran
ustees eso, y él se
achanta y espera, mientras
usté le ayuda y viene a robarnos lo
único que nos ha
quedao, un poco de cariño!... Pues
se equivoca él y se equivoca
usté. No sé cuál es o
cuál será el
sentir de Rosa; el mío... Hay algo
que no me hará vender el hambre: la vergüenza.
|
ISIDRA.-
(A
ROSA.) ¿Ves que mal
pensao, hija?...
(A
JUAN JOSÉ.) ¿Me tienes por
capaz de favorecer a éste con mala intención?...
(Como indignada y sorprendida.)
¡Jesús, María y José!... No estás
en tus cabales.
|
ROSA.-
(A
JUAN JOSÉ.) ¡Parece mentira
que la insultes, cuando viene a darnos su miaja de pobreza!
|
JUAN JOSÉ.-
No la defiendas. ¡Mira que me
resisto a dudar de ti, y si la defiendes voy a hacerlo!
(Con tono de amenaza. A
ISIDRA.) ¡A
usté!... Ya se lo he dicho; no
quiero nada que de
usté venga. Sólo un favor la
pido: que salga de esta casa y que no se le ocurra más poner los pies en
ella.
|
ISIDRA.-
¿Me echas de tu casa?
|
JUAN JOSÉ.-
Sí, la echo a
usté.
|
ROSA.-
Pero...
|
JUAN JOSÉ.-
¡No has oído que
calles!...
(A
ISIDRA.) Nada quiero de
usté, lo repito; ni el pan que me
ofrece, y se me atravesaría en la garganta antes de tragarlo; ni esa
lumbre maldita
(Empuja con el pie el brasero, que medio
se vuelca, en forma que gran parte de la lumbre se desparrama por el
suelo.) que me enciende la cara y me da más frío en el
corazón que la nieve de la calle en el cuerpo.
(Avanzando hacia
ISIDRA.) ¡No quiero nada, nada
más que no verla a
usté; conque andando y de prisa, si
no prefiere
usté que la coja por el cogote y la
eche yo mismo!
|
ISIDRA.-
(Con temor.) ¡Basta,
hombre, basta!... Ya me voy.
(Retrocediendo hasta la puerta; cuando
llega a ella se detiene, se encoge de hombros y le dice a
JUAN JOSÉ.) ¡Tú te
arrepentirás!
|
|
(Sale
ISIDRA por el fondo.)
|
Escena VII
|
|
ROSA y
JUAN JOSÉ.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con desprecio.)
¡Arrepentirme!...
|
ROSA.-
(Con enfado.) No te
arrepentirás. No hay
cuidao. Sería la primera vez que te
arrepintieses de tus prontos.
|
JUAN JOSÉ.-
(Sorprendido.) ¡Mis
prontos!... ¿He hecho mal despidiéndola?
|
ROSA.-
(Con ironía.)
¡Quiá! ¡Si lo has hecho perfectamente! ¿A qué
ha venido la
señá Isidra? A ofrecerme una
cazuela de sopas y a traerme un cogedor de cisco. ¡Miá que ofrecernos eso a nosotros, que tenemos medio
cordero en el fogón y un quintal de cok en la chimenea!... ¡Es
mucho faltar!... ¡Bien prudente has
estao!... ¡Había
pa ahorcarla!...
|
JUAN JOSÉ.-
¿Pero estás ciega, o te
burlas de mí?
(Con enojo.) ¿Aún
no has entendido lo que huronea esta mujer?
(Con tono de recelo.) ¿Es
qué te has propuesto no entenderlo?...
|
ROSA.-
Como nada malo me ha dicho, nada malo
tengo que pensar de ella.
(Con displicencia.)
|
JUAN JOSÉ.-
¿Conque no?... ¿Conque
te encierras en negar sus propósitos? ¿Conque no los conoces?
|
ROSA.-
No. Sólo sé que por
causa de tus cavilaciones y de tus recelos estamos como estamos.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con enojo.) ¡Rosa!
|
ROSA.-
(Con sarcasmo.) No te incomodes.
Ya te se ha satisfecho el gusto. ¿Qué más quieres si te
has salido con la tuya? ¡Aunque yo reviente, no importa!
|
JUAN JOSÉ.-
¿Pero cómo voy a
portarme? ¿Iba yo a sufrir que Paco te cortejase y me ofendiese por no
perder el jornal que me daba? ¿Voy por una
cucharaa de sopas a conformarme con los
trapicheos de la Isidra? ¿Voy a hacer eso?... ¿Te has
creído que voy a hacer eso?... ¿Quieres que lo haga?...
¡Habla y acaba de una vez!
|
ROSA.-
Yo me refiero a lo que sucede; a que
tu genio nos lleva de mal en peor, y te pregunto hasta cuándo van a
durar estas desdichas.
|
JUAN JOSÉ.-
Tú...
|
ROSA.-
Sin duda tendrás algún
medio pa salir del atranco cuando te atreves a resollar tan fuerte. Lo tienes,
¿verdá?
|
JUAN JOSÉ.-
No; no tengo ninguno,
¡ninguno!...
(Con desesperación.)
|
ROSA.-
¿Qué aguardas entonces?
¿Que yo me consuma aquí dentro como un candil falto de aceite?...
Claro; como los hombres entráis y salís, nunca os falta un amigo
que os convide a una copa u otra. Con eso se va uno defendiendo, y a la mujer,
que la parta un rayo.
|
JUAN JOSÉ.-
Pero, ¡qué hablas!...
¿No sabes que si alguien me diera un pedazo de pan, ese pedazo de pan
llegaría a tus manos sin que yo lo tocase?...
(Con pasión.) ¿No
comprendes lo que tú significas
pa mí? ¿Ignoras que desde el
punto de conocerte sólo en ti he
pensao y de cuanto he tenido has
dispuesto?...
Pa mí se acabó el mundo al
mirarte. Amigos, diversiones, ¡hasta el vaso de vino que tomaba en la
taberna al volver de la obra!... A trabajar
pa ella, me dije, y con calor, con
frío; cortándome el viento la carne o abrasándome el sol
la piel, cantaba yo encima del andamio, más contento que nunca; porque
aquel frío, y aquel calor, y aquel dale que le das sin descanso eran mi
jornal, el cuarto donde habitas, tu comida diaria, tu paseo de los domingos, el
vestido de percal
pa tu cuerpo, el mantón de lana pa
tus hombros, ¡tú entera que vivías por mí!...
¡Qué me importaban el cansancio, y la faena, y el peligro!...
¡Calcúlate lo que iba a importarme padecer de día si me
esperabas tú por la noche!... Ahí tienes lo que he hecho; lo que
haría hoy mismo si pudiese; lo que deseo hacer... ¡Si hasta
pediría
pa ti una limosna,
pa ti;
pa mí, no! ¡Si no creyera que
ibas a avergonzarte de que esta juventud y estos brazos servían
sólo
pa echarse
pa alante y pedir por Dios! ¡Y
aún dices que no me interesas, que te abandono y te descuido!...
¡No lo digas, Rosa, no lo digas!... ¡Por ti lo intento yo todo,
todo!... ¿Qué quieres que haga?...
|
ROSA.-
Tú lo sabrás.
¿Qué voy yo a decirte?... ¿Qué sé yo?...
|
JUAN JOSÉ.-
(Con tristeza y asombro.)
¡Nada más que eso me contestas!...
|
ROSA.-
¿Qué voy a contestarte?
Como no te conteste que no he comido desde ayer y que esta noche nos helaremos
juntos en aquel camastro.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Tú crees que yo puedo
evitarlo?
|
ROSA.-
¿Crees tú que se puede
vivir de este modo?
|
JUAN JOSÉ.-
¡Rosa!
(Con desesperación.)
|
ROSA.-
(Con acritud.) No; así no
se vive; así no se puede vivir.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Y cómo impedir lo que
está ocurriendo? ¿No pido trabajo?... ¿No lo busco?
¿Tengo la culpa de no encontrarlo?
|
ROSA.-
¿La tengo yo de que no lo
encuentres?
|
JUAN JOSÉ.-
(Con asombro y pena.)
¿Qué te propones al contestarme de esa forma? ¿No es
bastante martirio el mío
pa que tú lo aumentes?... ¿Te
has propuesto desesperarme?
|
ROSA.-
No me he propuesto nada; te cuento lo
que hay; te lo pongo delante de los ojos. ¡Tú eres el hombre y
debes resolver, porque yo no resisto más!
|
JUAN JOSÉ.-
(Con enojo.) ¿No?
|
ROSA.-
(Con firmeza.) No.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Te has
olvidao de que la mujer tiene
obligación de sufrir por el hombre que vive con ella?
|
ROSA.-
¿Te has
olvidao tú de que el hombre tiene
obligación de que no se muera de hambre la mujer que vive con
él?
|
JUAN JOSÉ.-
(Con enojo.) ¡Oh!...
¡Esto es
demasiao!...
|
ROSA.-
(Con sequedad.)
Demasiao, sí.
|
JUAN JOSÉ.-
(Luego de contemplar a
ROSA un instante. Con tono desengañado y
duro.) Rosa, ¡tú eres mala!
|
ROSA.-
(Con brusquedad.) ¡No
sé lo que soy, pero carezco de todo, de lo más preciso, y no
puedo pasar sin ello; porque sin nada no se pasa! ¡Si tú no me lo
das tendré que buscarlo!
|
JUAN JOSÉ.-
(Con ira.) ¡Buscarlo!...
¿Has dicho buscarlo?...
(Acercándose a
ROSA y mirándola cara a cara. Con
furor.) ¡A ver, repite eso, repítelo!... ¡Vamos, que
yo lo oiga!
|
ROSA.-
¿Pa
qué repetirlo?
|
JUAN JOSÉ.-
¡No; si no tienes que repetirlo
con la lengua, si lo repites con los ojos, si te sale por ellos la
dañina intención!
(Cogiendo bruscamente a
ROSA por el brazo.) ¡Eres una
infame!... ¡Una infame!...
|
ROSA.-
¡Suelta, que me haces
daño!...
(Con dolor y rabia.)
|
JUAN JOSÉ.-
(Sin soltar el brazo de
ROSA.) ¡Daño!... ¡Mayor
me lo has hecho tú a mí, y más adentro!...
(Fuera de sí.) Eres una
infame, te lo repito. ¡No; tú no mereces que se te trate como te
he
tratao yo!... A ti hay que tratarte de otro
modo; ¡como lo que eres, como lo que eras cuando te conocí!
¡Como...! ¡Así!
|
|
(Levanta la mano y la deja caer sobre
ROSA. Aparece en el fondo
TOÑUELA,
ROSA hace un esfuerzo y se desase de
JUAN JOSÉ, retrocediendo hacia el fondo.
JUAN JOSÉ avanza hacia ella y vuelve a levantar
la mano.
TOÑUELA se interpone y sujeta el brazo de
JUAN JOSÉ.)
|
TOÑUELA.-
¿Qué es eso, Juan
José?...
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Escena VIII
|
|
ROSA,
TOÑUELA y
JUAN JOSÉ; luego,
ANDRÉS.
|
JUAN JOSÉ.-
No me sujetes; ¡suelta!...
(A
TOÑUELA.)
|
TOÑUELA.-
¿Te has vuelto loco?...
¿Vas a pegarla después de lo que la pobre está sufriendo?
(Con tono de reproche.)
|
ROSA.-
(Llorando.) Deja que me pegue. Se
conoce que no le basta con medio matarme a privaciones y quiere rematarme a
golpes
|
|
(Al oír estas palabras
JUAN JOSÉ, retrocede y depone su actitud de
violencia.)
|
TOÑUELA.-
(A
JUAN JOSÉ.) ¡Vamos!...
(Con tono contemporizador.)
¡Cuidao que sois brutos los hombres! La veis a una
ahogándose de pena, y
entoavía apretáis la
argolla...
|
JUAN JOSÉ.-
¡No sabes cómo me ha
tratao!
|
TOÑUELA.-
¡Si creerás que cuando se
tiene éste vacío
(El estómago.) se
está con humor de templar gaitas!
|
|
(Entra
ANDRÉS por el fondo.)
|
ROSA.-
¡Pegarme a mí! ¡A
una mujer!... ¡Qué valentía!...
(Se deja caer llorando en una
silla.)
|
ANDRÉS.-
(A
ROSA.) ¿Ha habido
solfa?
(A
JUAN JOSÉ, como quien no da importancia al
suceso.) Abajo ha
estao Enrique.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Y qué dice?...
¿Hay trabajo?
(Con ansiedad.)
|
ANDRÉS.-
Luego, cuando alarguen los
días, que se paga lo mismo y se trabaja más.
|
JUAN JOSÉ.-
Y hasta entonces, ¿qué
va a ser de nosotros?
(Con espanto.)
|
ANDRÉS.-
(Con sarcasmo.) Lo que sea.
¿Qué les importamos a ellos nosotros?... ¿Que nos morimos
de necesidad? Tal día hará un año.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Dios mío!...
¡Dios mío!...
(Se deja caer con desaliento junto a la
mesa.)
|
ANDRÉS.-
¿Estás lista?
(A
TOÑUELA.)
|
TOÑUELA.-
Sí.
|
ANDRÉS.-
Pues vamos a casa de madre. Gracias a
que vive cerquita; si no, íbamos a quedar
acaramelaos en el camino. ¡Cae una
helaa, superior!... De modo que nos
embaulamos la cena y a casa corriendo, a meterse en la cama, que es donde nos
abrigamos en invierno los pobres. La suerte es muy sabia. ¿No nos da
dinero
pa carbón? Pues nos da lo justo
pa comprarnos camas estrechas, muy
estrechas, y váyase lo uno por lo otro.
|
ROSA.-
(Sollozando.) ¡No; no lo
sufro!...
|
ANDRÉS.-
(A
ROSA.) ¡Bah, chica; nubes de
verano!... Lo que habrá
pensado Juan José: a falta de pan
buenas son tortas.
|
JUAN JOSÉ.-
(Aparte.) Rosa tiene
razón; la tiene. Así no se puede seguir.
|
ANDRÉS.-
(A
JUAN JOSÉ.) Oye, tú: no
sé lo que habrá puesto la vieja; pero de lo que haya os traeremos
un poco.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Gracias, Andrés!
|
ANDRÉS.-
¡Gracias!... ¡Has
estao bueno, hombre!
|
ROSA.-
(Bajo a
TOÑUELA.) No te vayas. Es una
fiera.
(Por
JUAN JOSÉ.)
|
TOÑUELA.-
¡No ves que está
llorando! Las fieras no lloran.
|
ANDRÉS.-
(A
TOÑUELA.) Anda, tú.
(Marcando con los dedos el movimiento de
salida, y haciendo la pausa que el actor juzgue necesaria.)
|
TOÑUELA.-
(A
ROSA.) Hasta después.
(A
JUAN JOSÉ.) ¡Cuidao con volver a las
andaas!...
|
|
(Salen por el fondo
ANDRÉS y
TOÑUELA. Después de una ligera pausa,
durante la cual
ROSA permanece sentada dando la espalda a
JUAN JOSÉ, y éste mirándola con
expresión de angustia y amor,
JUAN JOSÉ se dirige hacia
ROSA, se detiene antes de llegar a ella y vacila
algunos instantes como si no supiera de qué modo romper el
silencio.)
|
Escena IX
|
|
ROSA y
JUAN JOSÉ.
|
JUAN JOSÉ.-
(Bajo.) ¡Rosa!...
(Viendo que ésta continúa
con la cabeza oculta entre las manos sin contestarle.) ¡Rosa!
(En tono de súplica.)
¿No me contestas?... ¡Mírame!... ¿No quieres
mirarme?...
|
ROSA.-
(Como si no oyera a
JUAN JOSÉ.) ¡Verme como me
veo por él y pegarme encima!... ¡Era lo único que faltaba,
y ya llegó!...
|
JUAN JOSÉ.-
(Dando la vuelta por detrás de la
silla y poniéndose delante de
ROSA.) ¡Oye; por lo que más
aprecies en el mundo, oye!... ¡Quítate las manos de la cara!
(Viendo que
ROSA no lo hace, se las aparta el con las suyas
cariñosamente.) ¡Así!... ¡Que yo te vea!
¡Que pueda mirarte!...
(Acercando su cara a la de
ROSA.)
|
ROSA.-
(Echando el cuerpo hacia atrás y
sin mirar a
JUAN JOSÉ.)
¡Déjame!... ¿No dices que soy mala?... ¡De lo malo se
huye! ¡Déjame!
|
JUAN JOSÉ.-
(Con pasión.)
¡Dejarte! ¡Pues si todo lo que hago es por miedo a quedarme sin
ti!... ¡Si te quiero más que a las niñas de mis ojos!...
¡Si al ponerte la mano encima he sentido el golpe aquí dentro!...
(El corazón.) ¡Si me
ha dolido más que a ti!... ¿No comprendes que me ha dolido
más que a ti?...
|
ROSA.-
Comprendo que me has
maltratao sin motivo. ¿Qué te
hecho
pa que me maltrates? Cuando todo me falta,
¿a quién voy a volverme?...
|
JUAN JOSÉ.-
¡A mí, Rosa, a
mí! Si te digo que tienes razón; que he
procedío malamente; que me
perdones... Pero tú no sabes lo que es encelarse de una mujer que vale
pa uno lo que la Virgen del altar, y tener
incaa en el corazón esta espina.
¡Ojalá y no lo sepas nunca!... Es un dolor muy perro; y cuando a
uno le viene la basca no da cuenta de sí. ¡Se aturulla la cabeza,
se llenan los ojos de sangre, se levantan los puños sin querer, ocurre
lo que ocurre, sin que uno mismo pueda evitarlo, y se acabó!...
|
ROSA.-
Y porque a ti te entren esas bascas y
des en recelarte de mí y de cualquiera, ¿voy yo a sufrir tus
prontos y a quedarme luego tranquila hasta que se te ocurra recelar otra
vez?
|
JUAN JOSÉ.-
No, Rosa; ¡te juro que no!
¡Te lo juro!... Ya no dudo; te creo... ¡Dime lo que te dé la
gana, y te creo! Me hace tanta falta creer en ti...
(Con tristeza y amor.)
|
ROSA.-
Si te hace falta, ¿por
qué te empeñas en lo contrario? ¿Por qué en vez de
oírme la emprendes a trastazos conmigo?... ¡Buen modo tienes
tú de arreglar las cosas y de consolar a una!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Es que me has
tratao de una forma, y me has dirigido unas
expresiones tan duras!...
|
ROSA.-
¿No eran verdad?...
¡Qué culpa me tengo de que la verdad no sepa mejor!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Verdad, sí, verdad!
Todas tus palabras lo son. Verdad que yo me digo a cada momento, cuando entro
aquí y te veo
desesperaa, sola, malviviendo de la
compasión de los vecinos. ¡Tú; porque yo he
soñao lo que no había
soñao nunca, lo que no me ha
traído nunca con pena: ser rico, muy rico, como esos que pasean en
coche! ¡tú, por cuyo bienestar arrancaría piedras con los
dientes!... ¡Tú; que sufres, que no puedes resistir más;
porque no puedes, porque si esto sigue, si no traigo a casa lo preciso,
tú tendrás que abandonarme, y harás bien, porque no has
nacido
pa sufrir y
pa martirizarte!... Ahí tienes lo
que yo imagino, lo que pienso, mientras el frío me hiela las
lágrimas en los ojos. Pero cuando tú me lo dices entonces creo
que yo no soy nadie
pa ti, que estás deseando dejarme,
que no me quieres, que quieres a otro, que ese otro va a robarme el
cariño tuyo, y se secan mis lágrimas, y me vuelvo loco, y me dan
ganas de matarte!...
(Con desesperación.)
|
ROSA.-
¡Calla; no pongas ese gesto!
¡Me asustas!
(Con terror.)
|
JUAN JOSÉ.-
¡No te asustes, no; nada cavilo
contra ti: esto es hablar!... ¡Pero debemos hablar de otra cosa; de
buscar un recurso que remedie nuestra desgracia!... ¡Necesito que no
padezcas más, lo necesito!
|
ROSA.-
¡Un medio!
¿Cuál?
|
JUAN JOSÉ.-
(Con decisión.)
¡Uno; el que sea!
(Deteniéndose un momento como si
meditara. Después de una pausa, con desaliento.) ¡No lo
hallo! ¡No lo hallo!... ¡No tengo dónde hallarlo!... Hay
pocas obras en tarea, las precisas, y sobra gente; las otras descansan; y si te
acercas a los contratistas, a los dueños, te responden:
«Más adelante, cuando entre el buen tiempo, cuando alarguen los
días. Espera.»
(Con desesperación.)
¡Espera!... ¡Como si el estómago pudiese esperar!
¡Como si se le pudiese decir al hambre: «Aguarda, no nos muerdas
hasta dentro de un par de meses»; y al frío: «No nos
entumezcas las manos, no nos agarrotes el cuerpo, ten paciencia hasta que
podamos comprar una manta.» ¡Espera! ¡Espera a que alarguen
los días! ¡Espera!... ¡Espera!...
(Con desesperación.)
|
ROSA.-
¿A qué te acaloras?...
¿Qué consigues con acalorarte y con maldecir de la gente?
|
JUAN JOSÉ.-
¿Qué consigo?...
(Con acento amenazador.)
¡Enterarme de que no es justo que un hombre trabajador se quede sin
trabajo; enterarme de que no hacen bien en negármelo los que me lo
niegan; saber que cuando me quejo llevo razón! ¿Te parece
poco?... ¡Pues ya es algo!
|
ROSA.-
¿Algo?
(Sin comprender.)
|
JUAN JOSÉ.-
Más que algo, mucho.
|
ROSA.-
No te entiendo.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Me entiendo yo!
(Con angustia.) ¿Conque
todos son a acorralarle a uno?...
(Con energía desesperada.)
¡Pues el animal, cuando se mira
acorralao, muerde!... ¡Yo
también morderé! Si la bestia tiene ese derecho, mejor debe
tenerlo el hombre, porque vale más.
|
ROSA.-
(Con temor.) ¿En
qué piensas?... ¿Por qué arrugas el entrecejo? ¿Por
qué te retuerces las manos?... ¿Qué te pasa?...
¿Qué quieres decir?
|
JUAN JOSÉ.-
¡Que deben acabarse nuestras
fatigas; que no quiero perderte y no te perderé!
(Con decisión.)
|
ROSA.-
(Con tono de duda.)
¿Acabarse nuestras fatigas?... ¿Cómo?
|
JUAN JOSÉ.-
Aún no lo sé de cierto.
Está aquí, aquí.
(Golpeándose la frente.)
Lo veo como se ve al anochecer, muy oscuro. ¡Pero esta noche
tendrás todo lo que necesitas, te aseguro que lo tendrás!
|
ROSA.-
¿Vas a ver a alguien, a
pedir?
|
JUAN JOSÉ.-
(Con energía salvaje.)
¡Pedir!... ¡Que pidan los viejos, los inútiles, los que no
se puedan valer! El que, como yo, tiene fuerzas en los brazos, y no es perezoso
en la faena, y sabe ganarlo, sólo debe pedir una cosa, trabajo. Si no lo
encuentra, si no se lo dan... Entonces le queda un recurso; ¡uno!... No
hay duda... ¡Ni sé cómo he
dudao tanto tiempo!
(Con tono resuelto y
sombrío.)
|
ROSA.-
¿Qué te propones?
|
JUAN JOSÉ.-
Que no pases hambre, y miseria, y
frío; que no me abandones, que no necesites ir a buscarlo; porque tienes
razón, cuando todo falta, hay que buscarlo; y antes que la mujer lo
busque, lo busca el hombre. ¡Yo lo encontraré!
(Con dureza.)
|
ROSA.-
¡Oye!...
|
JUAN JOSÉ.-
Te digo que lo encontraré.
(Se dirige hacia el fondo. Antes de
llegar al fondo vuelve hacia
ROSA.) ¡Espérame;
tardaré una hora, dos; quizás menos; pero traeré a mi casa
lo que en ella no hay; lo que tú me pides, lo traeré!... Lo juro
por lo más
sagrao, por... Los que han tenido madre,
juran por ella. ¡Yo lo juro por ti!... ¡Espérame;
adiós!
|
|
(Sale
JUAN JOSÉ por el fondo en actitud resuelta.
ROSA se queda mirando hacia el fondo como sorprendida
y sin acertar a darse cuenta de los propósitos de
JUAN JOSÉ.)
|