Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo II

 

El teatro representa el interior de la casa en donde habitan ROSA y JUAN JOSÉ. Puerta al fondo, que supone ser la de la calle; una en el lateral derecho y otra en la izquierda.

   

En el primer término a la derecha, una cómoda de pino, pintada, desvencijada y resquebrajada por varios sitios; encima de la cómoda, dos floreros de loza con flores de papel, una imagen de barro y un quinqué de hoja de lata con pantalla de cartón verde; pegado a la pared, encima de la cómoda, un periódico taurino con el retrato de un torero; una mesilla baja de pino; tres o cuatro sillas de Vitoria en mal uso y un banquillo de madera, completan el mueblaje de la habitación. En los dos costados del fondo y pegados a la pared, dos números ilustrados de La Lidia. En la pared de la izquierda, un espejo de mano pendiente de un clavo. A la derecha, un brasero de hierro con tarima y sin lumbre, mediado de ceniza.

   

Al levantarse el telón aparecen en escena ROSA, ISIDRA y TOÑUELA. TOÑUELA y ROSA, sentadas en primer término junto a la mesa. ISIDRA, en pie, cerca de la puerta del fondo, como si acabara de entrar.

 

Escena I

 

ROSA, TOÑUELA e ISIDRA.

 

ISIDRA.-   (Restregándose las manos.)  ¡Vaya un frío!... ¡Se quedan los pájaros tiesos en la calle! ¡Hay más de una cuarta de nieve, y dura como un mármol!...  (Acercándose al brasero y removiendo la ceniza con la badila. A ROSA.)  ¿No tienes lumbre?

ROSA.-    (Con ironía amarga.)  ¡Lumbre!... ¡Dios la dé!... ¡Por supuesto pa la falta que hace!... El fogón no la necesita, porque está huérfano de alimento, y yo... Acostumbrándose a no comer, bien puede una acostumbrarse a tiritar.

TOÑUELA.-   Y que las desgracias siempre vienen juntas. ¡Parece que nos ha caído una maldición! Primero, nosotras; al día siguiente, Juan José sin trabajo, y el viernes, Andrés.  (A ISIDRA.)  ¡Le digo a usté que es pa tirarse de los pelos!

ISIDRA.-   ¡Ya! ¡Ya!...

TOÑUELA.-   ¡Y gracias a que Andrés tiene la casa de su madre!

ISIDRA.-    (A ROSA.)  ¡Qué quincena lleváis!

ROSA.-   ¡Y cada vez peor!  (Con desesperación.) 

ISIDRA.-   (Con fingido cariño.)  ¡No te apures!... Como a hija te quiero, y no consentiré que lo pases mal en tan y mientras yo pueda evitarlo. Una cazuela de sopas he puesto a la lumbre y media espuerta de cisco en el brasero. Las sopas vienes a comerlas cuando estén aviáas, y el cisco, tu brasero me llevo, le echo la mitá del mío y te traigo un poco de calor.   (Haciendo ademán de coger el brasero.) 

ROSA.-   ¡Déjelo usté!...

ISIDRA.-   ¡Miá que dejarlo!...  (Cogiendo el brasero.)  ¡Vuelvo enseguida!...

 

(Sale por el fondo. Comienza a obscurecer.)

 


Escena II

 

ROSA y TOÑUELA.

 

ROSA.-   (Por ISIDRA.)  ¡Qué buena es!...

TOÑUELA.-   ¡Bondades hay que meten miedo! ¡La de la señá Isidra es una de ellas!

ROSA.-    (Con tono de reproche.) ¿Vas a tomarla con la pobre?

TOÑUELA.-   Sí la tomo; porque esa vieja es lo mismo que la polilla: donde entra, daña.

ROSA.-  ¡Qué cosas dices!

TOÑUELA.-   Y hace mal en venir a tu casa. El mejor día la saca arrastras Juan José.

ROSA.-   No tiene motivos.

TOÑUELA.-   ¿Me quieres hacer comulgar con rueas de molino?

ROSA.-  No te quiero hacer comulgar con náa. Tú eres la que miras bultos donde no los hay.

 

(Entra ISIDRA por el fondo con el brasero apoyado en una cadera y sujeto con la mano derecha, y una alcuza de aceite en la mano izquierda. Al entrar deja la alcuza encima de la cómoda.)

 


Escena III

 

ISIDRA, ROSA y TOÑUELA; al final, IGNACIO y ANDRÉS.

 

ISIDRA.-    (Dejando el brasero en el suelo.)  ¡Ya está aquí el brasero! ¡Y calienta que es una bendición! ¡Acercarse, hijas, acercarse!...

 

(ROSA y TOÑUELA se acercan al brasero.)

 

ROSA.-    (Poniendo las manos cerca de la lumbre.) ¡Estoy arrecía!...

ISIDRA.-   También traigo un poquillo de mineral; las noches son largas, y se pone una muy triste cuando está a obscuras.

ROSA.-    (Con tono de gratitud.)  ¡Por Dios!... ¿Cómo pagar a usté?...

ISIDRA.-   Ya me pagarás, hija; ya me pagarás. Este mundo da muchas vueltas.  (Al ver que ROSA hace ademán de levantarse a arreglar el quinqué, la detiene.)  Yo misma le avío. Caliéntate tú, que buena falta te hace.

 

(ISIDRA se dirige hacia la cómoda, y sigue la conversación mientras arregla el quinqué y lo enciende. ROSA vuelve a sentarse.)

 

ROSA.-    (Con desesperación.)  ¡Qué vida, Santísima Virgen, qué vida!

ISIDRA.-   ¡Pensar que todo esto lo ha traído el pícaro genio de tu hombre!...

TOÑUELA.-   Eso no es verdad.

ROSA.-   ¿Le defiendes?

TOÑUELA.-   Pues claro. Si te vio con quien le das celos, ¿qué iba a hacer? Si yo me hubiese atrevido a lo que tú, y Andrés se hubiera portao como se portó Juan José, más le querría yo desde entonces, y todo lo llevaría con gusto sabiendo que él se jugaba la vida y el pan porque otros ojos que los suyos no me mirasen como él me mira.

ISIDRA.-    (Con ironía.) ¿Sí?

TOÑUELA.-   No era mi hombre, y se me erizó la carne de orgullo cuando le vi ponerse delante de la puerta y decir: «¡El que la desee, que salga a buscarla!» El otro no salió; por supuesto, hizo bien. Si sale, de la puerta no pasa. Había en la cara de Juan José algo que hablaba y decía: «Al que se la atreva, lo mato.»

ISIDRA.-   Calla, mujer, calla. ¡Paece que te has pasao los años leyendo esas historias que tiran por debajo de las puertas a cinco céntimos el cuaerno!

TOÑUELA.-   No sé leer.

ISIDRA.-   Nadie lo diría; que eres pintiparáa a un presonaje de los que salen en esos libros. Bueno que una persona se acalore cuando hay fundamento. Aquella noche no lo había.

ROSA.-   Eso digo yo. Paco me invitó a buen hacer. Si a Juan José no se le hubiera subido la sangre a la cabeza, nos habríamos evitao el disgusto y las resultas, que no son flojas.

ISIDRA.-  Juan José lo echó todo a barato.

ROSA.-   ¿Y qué ha sucedío? Que a la mañana siguiente le dieron la cuenta y le despidieron de la obra; que durante ocho días hemos ido tirando con lo que había en casa, y que, a la presente, se consumió todo. La lana del colchón, a puñaos hemos ido vendiéndola; miá dos pares de enaguas, las sábanas, la colcha y media docena de camisas que teníamos entre los dos, están en la casa de préstamos; su capa no la ha llevao porque no la toman; de manta nos sirve. Antiayer empeñé mi mantón en diez reales; con ellos hemos pasao hasta hoy, y hoy, naa, un cacho de pan raciao con aguardiente, y a esperar el maná, porque lo que traiga Juan José, en la frente dejo que me lo claven.

ISIDRA.-   ¡Jesús, qué desdicha!

ROSA.-  ¡A ver si hay quien lo aguante!... ¡Yo, no!

TOÑUELA.-   ¡Mujer!

ROSA.-  ¡Y que esto ocurra por no venirse él a razones!...

TOÑUELA.-   Ocurre por ser tú ligera de cascos, y meterte a cantar donde estaba Paco y no haberle parao a tiempo los pies.

ROSA.-   ¿Yo?

TOÑUELA.-   De más hizo Juan José, que se creyó lo que le dijiste y no te rompió un hueso.

 

(Aparecen en la puerta del fondo ANDRÉS e IGNACIO.)

 

ROSA.-   ¡Hubiera estao bien que me pegase!

TOÑUELA.-   Por menos he llevao yo muchos cachetes.

ANDRÉS.-   (Desde la puerta.)  ¡Y los que llevarás!... ¡Más efecto os hace a las mujeres un cachete a tiempo que un sermón de Cuaresma!... Entra, Inacio.

 

(Entran ANDRÉS e IGNACIO.)

 


Escena IV

 

ROSA, TOÑUELA, ISIDRA, ANDRÉS e IGNACIO.

 

IGNACIO.-   (A ROSA.)  ¿No ha vuelto ése?

ROSA.-   No.

ANDRÉS.-   Como si lo viera, vuelve con las manos vacías. Así como así es fácil encontrar trabajo. ¿Sales de una parte?... Pues aguarda sentao a que te llamen de otra.

IGNACIO.-   Y Juan José, menos. Ya has oído al maestro con quien hemos estao hablando por él.

ROSA.-   ¿Qué os ha dicho?

ANDRÉS.-   Pues nos ha dicho: «Juan José es un buen oficial; pero no puedo darle ocupación. ¿Sabéis lo que hizo con Paco la otra noche? Gasta muy mal genio, y no respeta a nadie.»

IGNACIO.-   ¿Que no respeta?... ¿Por qué no respeta?... ¡Porque no ha querido sufrir que su maestro se burle de él y requiebre a la mujer que vive con él!... ¡Peazos le hubiera hecho yo!

ANDRÉS.-   No faltó mucho. ¡Negro me vi pa sujetarle!  (A ROSA.)  ¡En menudo fregao nos metiste!

ROSA.-   ¿Yo?... ¿Dirás que tuve yo la culpa?

ANDRÉS.-   ¿Pues quién la tuvo? ¿La Cibeles?

ROSA.-   ¿En qué he faltao yo? ¿Porque un hombre le diga a una mujer buenos ojos tienes ya han faltao la mujer y el hombre? ¿Se ha propasao Paco conmigo? ¿Le he dejao yo que se propase? ¡Entonces!... Sólo que Juan José, y Toñuela, y tú os empeñáis en echarme los cargos encima; y yo aquí pa sufrirlo todo: privaciones, desconfianzas... Y si un día me harto y tiro por la calle de en medio me pondréis como un trapo.  (Llorando, más de rabia que de sentimiento.)  ¡Vaya que tiene esto mucho que ver!

ISIDRA.-   No te apures.

TOÑUELA.-   ¡Chica, no es pa tanto!

ANDRÉS.-   Ahora unas lagrimitas... Toas las mujeres sois lo mismo. A creeros, nunca tenéis la culpa de nada. Os dejáis requebrar sin mala intención; dais en cara a un hombre con otro como quien da una broma; os reís con el que os piropea; le hacéis arrumacos delante del que os quiere, y un día, esos dos hombres, que se han tomao entre ojos, se disparan, se dicen cuatro desvergüenzas, la emprenden a navajazo limpio, van el muerto al hoyo y el vivo a la cárcel, y vosotras rompéis a llorar y a decir, con cara de inocentes: ¡Yo no tengo la culpa!... ¡Quién iba a pensarlo!... ¿Verdá?

ROSA.-    (Con despecho.)  ¡Andrés!...

ANDRÉS.-  Si os damos celos, os ponéis moños; si os advertimos, os reís; si os reprendemos, os enfadáis, y si os pegamos, nos llamáis brutos... ¡Brutos!... ¡Más vale ser bruto que...! ¡Como los hombres siguieran mi consejo no haríais tantas piernas vosotras!

ISIDRA.-    (Bajo a ROSA.)  ¡Qué borrico!

TOÑUELA.-   (A ANDRÉS.)  ¡Déjala en paz!

ROSA.-    (A ANDRÉS.)  ¡Si Juan José te oyera!...

TOÑUELA.-  Si lo oyera, ¿qué?

ANDRÉS.-   Quizás se pusiese de su parte; porque el que media entre un hombre y una mujer, ése pierde. Lo sé de buena tinta.

IGNACIO.-   ¿Tú?

ANDRÉS.-   En persona; y no hace veinte días que pasó.

TOÑUELA.-   ¿Qué pasó?

ANDRÉS.-   Verás. Bajaba yo por la calle de Embajadores, y al desembocar en el barranco, me veo a uno que le estaba atizando a su mujer, o lo que fuera, un palizón órdago. No es que yo me asuste porque se les tiente el traje a las mujeres; pero aquel ciudadano pegaba tan fuerte y ella soltaba tales quejíos que me dio lástima y me metí por medio, y sujeté la mano del hombre y le dije: ¡Camará, basta; ni que fuese la señora una caballería! El sujeto era razonable, y se contuvo; ¡pero ella!... ¡A ella había que verla!... Se puso en jarras, se vino pa mí, arrimó su cara a la mía, como si quisiera tragárseme, y me soltó esta rocida: «¿A usté qué si me pega, tío morral?... Pa eso es mi marido...» Vamos que si me descuido me pega ella a mí.

IGNACIO.-   ¿Y qué hiciste?

ANDRÉS.-   ¡Calcula!... Gritarle al otro: ¡Siga usté hasta que se canse, buen amigo! Y echar por el barranco abajo, jurando no meterme en jamás en líos de mujeres y de hombres.

ISIDRA.-  Pronto has olvidao el juramento.

ANDRÉS.-  Porque se trata de Juan José... Juan José es un amigo, y no quiero que ni él ni ésta  (Por ROSA.)  tengan que sentir.  (Se acerca a ROSA.)  ¡Déjate ya de lloriqueos!

ISIDRA.-    (A ROSA.)  Claro; no te aflijas ni hagas caso de éste.

ANDRÉS.-   Hazlo de ella, que irá mejor.

IGNACIO.-   Haya paz; basta de tontunas...  (A ANDRÉS.)  Puesto que Juan José se tarda, bajaremos tú y yo a la taberna. Enrique debe estar allí con el recao de si hay o no obra en ese pueblo.

ANDRÉS.-   Dios lo haga, porque estamos todos en las últimas.  (A ROSA.)  Cuando venga, dile que abajo le aguardamos.

IGNACIO.-    (A ANDRÉS.)  Anda.

ANDRÉS.-    (A TOÑUELA.)  Tú, vete a aviar y que estés lista pa cuando yo suba.

ROSA.-    (A ANDRÉS.)  ¿Cenáis en casa de tu madre?

ANDRÉS.-  Y si no cenamos allí, no cenamos... Hay donde escoger. Hasta luego.

 

(Salen por el fondo TOÑUELA, ANDRÉS e IGNACIO.-La primera por el lado derecho de la puerta, y los otros por el izquierdo.)

 


Escena V

 

ROSA e ISIDRA.

 

ISIDRA.-   ¡Los ves!...

ROSA.-   Sí, señora, lo veo; estoy conforme con usté; ¡es ya demasiao!

ISIDRA.-   Naturalmente.

ROSA.-   ¡Y no aguanto más!... ¡Ea, que no!... Si Juan José no cambia de genio, si no halla trabajo, si él y todos siguen mortificándome con el otro, yo sé lo que tengo que hacer.

ISIDRA.-   ¡Cambiar de genio!... ¡Sí, sí!... ¡Otro gallo te cantaría! ¿Te crees que si le hubiese hablao a Paco y se hubiera rebajao unas miajas con él, Paco le hubiese echao de la obra? De ningún modo. Paco no es malo; ¡qué va a serlo! Tiene un corazón de oro, y respective a ti, descolgaría la luna del cielo por complacerte.

ROSA.-   ¿Él?

ISIDRA.-   Más que tú padece viéndote padecer. Sólo que, lo que dice: «¡Gotas de mi sangre diera yo pa que a Rosa no le faltara nada; pero si me desprecia y prefiere las fatigas y los malos tratos con él, al bienestar y al descanso conmigo, allá se las componga, mientras yo me como los puños de rabia! Ya que rabio yo, rabiaremos todos».

ROSA.-   ¡No será tanto!

ISIDRA.-   ¿Que no?... De sobra conocemos lo enamorao que está de ti. ¡Pena da ver lo que sufre por causa tuya!... ¡Lástima de hombre! ¡Tan fino, tan simpático y con muchos billetes en la cartera!... ¡Lástima de ti, que podrías estar a la hora de ahora en una buena casa y con un mantón alfombrao en los hombros y dos orlas de brillantes en las orejas, y cuatro o cinco sortijas en esos deos tan bonitos que Dios te ha dao!

ROSA.-    (Suspirando.)  ¡Ay!

ISIDRA.-  ¡Qué pareja haríais!... De ti no hay que hablar; y él... ¡No me negarás que Paco es un buen mozo!

ROSA.-   ¡Si no lo niego!

ISIDRA.-  Como que te gusta más que el otro; y te pondría a flote... No sé qué esperas.

ROSA.-  ¡Yo!  (Como vacilando. Con tono de duda.)  No me determino, señá Isidra, no me determino.

ISIDRA.-   Haces mal. ¿Sabes lo que me ha dicho esta mañana Paco?

ROSA.-  ¿Qué?

ISIDRA.-   Pues me ha dicho: «Vea usté a Rosa; pregúntele si puedo hablar con ella, y asegúrela que como ella me quiera haré lo que me pida y no habrá quien la toque el pelo de la ropa, porque yo estoy pa salir por todo y a mí no se me come nadie».

ROSA.-   ¿Le ha dicho a usté eso?

ISIDRA.-   Como lo oyes. Conque tú verás.

ROSA.-  ¡Hablar con él!...  (Como si dudara.) 

ISIDRA.-   Y ello ha de ser hoy. A Paco se le ha rematao la paciencia; vendrá a verme luego pa saber tu resolución. Además, yo también necesito que decidas una cosa u otra, porque me estoy exponiendo a que Juan José me dé un disgusto. Anda muy escamao conmigo, y más va a escamarse si me ve que hablo con el otro, y que entro y salgo mucho en tu casa.

ROSA.-   Pero...

ISIDRA.-   ¡No seas tonta!... ¡Con hablar a Paco no adquieres compromiso formal! Hablas con él, le oyes...

ROSA.-   (Mirando hacia la puerta del fondo.) ¡Chist!... Juan José.

 

(Entra JUAN JOSÉ por el fondo, donde se detiene.)

 


Escena VI

 

ROSA, ISIDRA, JUAN JOSÉ.

 

JUAN JOSÉ.-   (Desde la puerta. Con desaliento.)  ¡Nada!... ¡Nada!... Parece que el hielo de la calle se les ha metido en el corazón a los hombres, según lo tienen de duro y de frío pa mí.   (Avanza hacia ROSA, que le mira como interrogándole.)  ¿Qué me miras?... Ya puedes suponértelo; no hay trabajo; no lo encuentro en ninguna parte, ¡en ninguna!... ¿De qué sirve tener buena voluntá y buenos brazos y saber su oficio?... ¿De qué?... ¡Ni que el trabajo fuese una limosna pa que a uno se lo nieguen!... Pues qué, ¿no hay más que condenar a un hombre a morirse de hambre o a pedir por Dios?... ¿Hay en esto justicia?... Y si no la hay, ¿por qué sucede? ¡Luego dicen que si los hombres matan y roban!... ¡Qué van a hacer!...   (Se deja caer junto a la mesa en actitud desesperada, y oculta la cabeza entre los puños.) 

ISIDRA.-   Ten calma y ven a calentarte un poco, que hace mucho frío en la calle.

JUAN JOSÉ.-    (Levanta la cabeza. Con amargura y sorpresa.) ¡Calentarme!... ¿Dónde?...  (Reparando en el brasero encendido. A ROSA.)  ¿Tienes fuego?

ROSA.-   Gracias a la señá Isidra, que me ha traído un poco de lumbre.

JUAN JOSÉ.-    (A ISIDRA. Con ironía amarga.)  ¡Ah! ¿Conque es usté la buena alma que se ha compadecío de nosotros?... ¿Y quién le ha dao a usté los dineros pa hacer la obra de caridá?

ISIDRA.-  ¿Qué dices?

JUAN JOSÉ.-  ¡Que en jamás se ha compadecío usté de nadie sin su cuenta y razón!

ISIDRA.-  ¡Juan José!...  (Como ofendida.) 

JUAN JOSÉ.-  ¡Le tiene usté mucha ley a esta casa! Sobre todo cuando no estoy yo en ella.

ROSA.-   (Con tono de reproche.)  ¿Te enfadas con la pobre después de lo que hace por mí?...

JUAN JOSÉ.-  ¡Por ti!...  (Con sarcasmo.) ¡Es muy buena la señá Isidra, muy buena!... Miá si lo es que sólo procura por tu felicidá, y viendo que no las has encontrao conmigo, viene a proporcionártela con otro. ¡Con Paco!

ROSA.-  No hables así.

JUAN JOSÉ.-    (A ISIDRA.)  ¿Imagina usté que ando ignorante de sus manejos? Pues estoy al cabo de la calle. Tan enterao vivo de lo que Paco trata con usté, como de lo que usté viene a hacer a mi casa.

ISIDRA.-   Te equivocas; te juro que...

JUAN JOSÉ.-  No jure usté en falso. Usté se ha conchavao con el otro pa engañarme a mí, pa convencer a ésta. Y la ocasión no es mala. ¡Saben ustees que estamos en las últimas, que la desgracia nos tiene apretaos por el cuello, y se piensan que ella cederá, que yo bajaré la cabeza, porque el hambre es mal consejero del querer y la miseria mala compañera de la honra; se figuran ustees eso, y él se achanta y espera, mientras usté le ayuda y viene a robarnos lo único que nos ha quedao, un poco de cariño!... Pues se equivoca él y se equivoca usté. No sé cuál es o cuál será el sentir de Rosa; el mío... Hay algo que no me hará vender el hambre: la vergüenza.

ISIDRA.-    (A ROSA.)  ¿Ves que mal pensao, hija?...  (A JUAN JOSÉ.)  ¿Me tienes por capaz de favorecer a éste con mala intención?...  (Como indignada y sorprendida.)  ¡Jesús, María y José!... No estás en tus cabales.

ROSA.-   (A JUAN JOSÉ.)  ¡Parece mentira que la insultes, cuando viene a darnos su miaja de pobreza!

JUAN JOSÉ.-   No la defiendas. ¡Mira que me resisto a dudar de ti, y si la defiendes voy a hacerlo!  (Con tono de amenaza. A ISIDRA.)  ¡A usté!... Ya se lo he dicho; no quiero nada que de usté venga. Sólo un favor la pido: que salga de esta casa y que no se le ocurra más poner los pies en ella.

ISIDRA.-   ¿Me echas de tu casa?

JUAN JOSÉ.-   Sí, la echo a usté.

ROSA.-   Pero...

JUAN JOSÉ.-   ¡No has oído que calles!...  (A ISIDRA.)  Nada quiero de usté, lo repito; ni el pan que me ofrece, y se me atravesaría en la garganta antes de tragarlo; ni esa lumbre maldita   (Empuja con el pie el brasero, que medio se vuelca, en forma que gran parte de la lumbre se desparrama por el suelo.)  que me enciende la cara y me da más frío en el corazón que la nieve de la calle en el cuerpo.  (Avanzando hacia ISIDRA.)  ¡No quiero nada, nada más que no verla a usté; conque andando y de prisa, si no prefiere usté que la coja por el cogote y la eche yo mismo!

ISIDRA.-    (Con temor.)  ¡Basta, hombre, basta!... Ya me voy.  (Retrocediendo hasta la puerta; cuando llega a ella se detiene, se encoge de hombros y le dice a JUAN JOSÉ.)  ¡Tú te arrepentirás!

 

(Sale ISIDRA por el fondo.)

 


Escena VII

 

ROSA y JUAN JOSÉ.

 

JUAN JOSÉ.-    (Con desprecio.)  ¡Arrepentirme!...

ROSA.-    (Con enfado.)   No te arrepentirás. No hay cuidao. Sería la primera vez que te arrepintieses de tus prontos.

JUAN JOSÉ.-    (Sorprendido.)  ¡Mis prontos!... ¿He hecho mal despidiéndola?

ROSA.-    (Con ironía.)  ¡Quiá! ¡Si lo has hecho perfectamente! ¿A qué ha venido la señá Isidra? A ofrecerme una cazuela de sopas y a traerme un cogedor de cisco. ¡Miá que ofrecernos eso a nosotros, que tenemos medio cordero en el fogón y un quintal de cok en la chimenea!... ¡Es mucho faltar!... ¡Bien prudente has estao!... ¡Había pa ahorcarla!...

JUAN JOSÉ.-   ¿Pero estás ciega, o te burlas de mí?  (Con enojo.)  ¿Aún no has entendido lo que huronea esta mujer?  (Con tono de recelo.)  ¿Es qué te has propuesto no entenderlo?...

ROSA.-   Como nada malo me ha dicho, nada malo tengo que pensar de ella.  (Con displicencia.) 

JUAN JOSÉ.-   ¿Conque no?... ¿Conque te encierras en negar sus propósitos? ¿Conque no los conoces?

ROSA.-   No. Sólo sé que por causa de tus cavilaciones y de tus recelos estamos como estamos.

JUAN JOSÉ.-   (Con enojo.)  ¡Rosa!

ROSA.-    (Con sarcasmo.)  No te incomodes. Ya te se ha satisfecho el gusto. ¿Qué más quieres si te has salido con la tuya? ¡Aunque yo reviente, no importa!

JUAN JOSÉ.-   ¿Pero cómo voy a portarme? ¿Iba yo a sufrir que Paco te cortejase y me ofendiese por no perder el jornal que me daba? ¿Voy por una cucharaa de sopas a conformarme con los trapicheos de la Isidra? ¿Voy a hacer eso?... ¿Te has creído que voy a hacer eso?... ¿Quieres que lo haga?... ¡Habla y acaba de una vez!

ROSA.-   Yo me refiero a lo que sucede; a que tu genio nos lleva de mal en peor, y te pregunto hasta cuándo van a durar estas desdichas.

JUAN JOSÉ.-   Tú...

ROSA.-   Sin duda tendrás algún medio pa salir del atranco cuando te atreves a resollar tan fuerte. Lo tienes, ¿verdá?

JUAN JOSÉ.-   No; no tengo ninguno, ¡ninguno!...   (Con desesperación.) 

ROSA.-   ¿Qué aguardas entonces? ¿Que yo me consuma aquí dentro como un candil falto de aceite?... Claro; como los hombres entráis y salís, nunca os falta un amigo que os convide a una copa u otra. Con eso se va uno defendiendo, y a la mujer, que la parta un rayo.

JUAN JOSÉ.-   Pero, ¡qué hablas!... ¿No sabes que si alguien me diera un pedazo de pan, ese pedazo de pan llegaría a tus manos sin que yo lo tocase?...  (Con pasión.)  ¿No comprendes lo que tú significas pa mí? ¿Ignoras que desde el punto de conocerte sólo en ti he pensao y de cuanto he tenido has dispuesto?... Pa mí se acabó el mundo al mirarte. Amigos, diversiones, ¡hasta el vaso de vino que tomaba en la taberna al volver de la obra!... A trabajar pa ella, me dije, y con calor, con frío; cortándome el viento la carne o abrasándome el sol la piel, cantaba yo encima del andamio, más contento que nunca; porque aquel frío, y aquel calor, y aquel dale que le das sin descanso eran mi jornal, el cuarto donde habitas, tu comida diaria, tu paseo de los domingos, el vestido de percal pa tu cuerpo, el mantón de lana pa tus hombros, ¡tú entera que vivías por mí!... ¡Qué me importaban el cansancio, y la faena, y el peligro!... ¡Calcúlate lo que iba a importarme padecer de día si me esperabas tú por la noche!... Ahí tienes lo que he hecho; lo que haría hoy mismo si pudiese; lo que deseo hacer... ¡Si hasta pediría pa ti una limosna, pa ti; pa mí, no! ¡Si no creyera que ibas a avergonzarte de que esta juventud y estos brazos servían sólo pa echarse pa alante y pedir por Dios! ¡Y aún dices que no me interesas, que te abandono y te descuido!... ¡No lo digas, Rosa, no lo digas!... ¡Por ti lo intento yo todo, todo!... ¿Qué quieres que haga?...

ROSA.-   Tú lo sabrás. ¿Qué voy yo a decirte?... ¿Qué sé yo?...

JUAN JOSÉ.-   (Con tristeza y asombro.)  ¡Nada más que eso me contestas!...

ROSA.-   ¿Qué voy a contestarte? Como no te conteste que no he comido desde ayer y que esta noche nos helaremos juntos en aquel camastro.

JUAN JOSÉ.-   ¿Tú crees que yo puedo evitarlo?

ROSA.-   ¿Crees tú que se puede vivir de este modo?

JUAN JOSÉ.-   ¡Rosa!  (Con desesperación.) 

ROSA.-    (Con acritud.)  No; así no se vive; así no se puede vivir.

JUAN JOSÉ.-   ¿Y cómo impedir lo que está ocurriendo? ¿No pido trabajo?... ¿No lo busco? ¿Tengo la culpa de no encontrarlo?

ROSA.-   ¿La tengo yo de que no lo encuentres?

JUAN JOSÉ.-   (Con asombro y pena.)  ¿Qué te propones al contestarme de esa forma? ¿No es bastante martirio el mío pa que tú lo aumentes?... ¿Te has propuesto desesperarme?

ROSA.-   No me he propuesto nada; te cuento lo que hay; te lo pongo delante de los ojos. ¡Tú eres el hombre y debes resolver, porque yo no resisto más!

JUAN JOSÉ.-   (Con enojo.)  ¿No?

ROSA.-    (Con firmeza.)  No.

JUAN JOSÉ.-   ¿Te has olvidao de que la mujer tiene obligación de sufrir por el hombre que vive con ella?

ROSA.-   ¿Te has olvidao tú de que el hombre tiene obligación de que no se muera de hambre la mujer que vive con él?

JUAN JOSÉ.-    (Con enojo.)  ¡Oh!... ¡Esto es demasiao!...

ROSA.-    (Con sequedad.)  Demasiao, sí.

JUAN JOSÉ.-   (Luego de contemplar a ROSA un instante. Con tono desengañado y duro.) Rosa, ¡tú eres mala!

ROSA.-    (Con brusquedad.)  ¡No sé lo que soy, pero carezco de todo, de lo más preciso, y no puedo pasar sin ello; porque sin nada no se pasa! ¡Si tú no me lo das tendré que buscarlo!

JUAN JOSÉ.-    (Con ira.)  ¡Buscarlo!... ¿Has dicho buscarlo?...  (Acercándose a ROSA y mirándola cara a cara. Con furor.)  ¡A ver, repite eso, repítelo!... ¡Vamos, que yo lo oiga!

ROSA.-   ¿Pa qué repetirlo?

JUAN JOSÉ.-   ¡No; si no tienes que repetirlo con la lengua, si lo repites con los ojos, si te sale por ellos la dañina intención!  (Cogiendo bruscamente a ROSA por el brazo.)  ¡Eres una infame!... ¡Una infame!...

ROSA.-   ¡Suelta, que me haces daño!...  (Con dolor y rabia.) 

JUAN JOSÉ.-    (Sin soltar el brazo de ROSA.)  ¡Daño!... ¡Mayor me lo has hecho tú a mí, y más adentro!...  (Fuera de sí.)  Eres una infame, te lo repito. ¡No; tú no mereces que se te trate como te he tratao yo!... A ti hay que tratarte de otro modo; ¡como lo que eres, como lo que eras cuando te conocí! ¡Como...! ¡Así!

 

(Levanta la mano y la deja caer sobre ROSA. Aparece en el fondo TOÑUELA, ROSA hace un esfuerzo y se desase de JUAN JOSÉ, retrocediendo hacia el fondo. JUAN JOSÉ avanza hacia ella y vuelve a levantar la mano. TOÑUELA se interpone y sujeta el brazo de JUAN JOSÉ.)

 

TOÑUELA.-   ¿Qué es eso, Juan José?...



Escena VIII

 

ROSA, TOÑUELA y JUAN JOSÉ; luego, ANDRÉS.

 

JUAN JOSÉ.-   No me sujetes; ¡suelta!...  (A TOÑUELA.) 

TOÑUELA.-   ¿Te has vuelto loco?... ¿Vas a pegarla después de lo que la pobre está sufriendo?  (Con tono de reproche.) 

ROSA.-    (Llorando.)  Deja que me pegue. Se conoce que no le basta con medio matarme a privaciones y quiere rematarme a golpes

 

(Al oír estas palabras JUAN JOSÉ, retrocede y depone su actitud de violencia.)

 

TOÑUELA.-    (A JUAN JOSÉ.)  ¡Vamos!...  (Con tono contemporizador.)  ¡Cuidao que sois brutos los hombres! La veis a una ahogándose de pena, y entoavía apretáis la argolla...

JUAN JOSÉ.-   ¡No sabes cómo me ha tratao!

TOÑUELA.-   ¡Si creerás que cuando se tiene éste vacío  (El estómago.) se está con humor de templar gaitas!

 

(Entra ANDRÉS por el fondo.)

 

ROSA.-   ¡Pegarme a mí! ¡A una mujer!... ¡Qué valentía!...  (Se deja caer llorando en una silla.) 

ANDRÉS.-    (A ROSA.)  ¿Ha habido solfa?  (A JUAN JOSÉ, como quien no da importancia al suceso.)  Abajo ha estao Enrique.

JUAN JOSÉ.-   ¿Y qué dice?... ¿Hay trabajo?  (Con ansiedad.) 

ANDRÉS.-   Luego, cuando alarguen los días, que se paga lo mismo y se trabaja más.

JUAN JOSÉ.-   Y hasta entonces, ¿qué va a ser de nosotros?  (Con espanto.) 

ANDRÉS.-    (Con sarcasmo.)  Lo que sea. ¿Qué les importamos a ellos nosotros?... ¿Que nos morimos de necesidad? Tal día hará un año.

JUAN JOSÉ.-  ¡Dios mío!... ¡Dios mío!...  (Se deja caer con desaliento junto a la mesa.) 

ANDRÉS.-   ¿Estás lista?  (A TOÑUELA.) 

TOÑUELA.-  Sí.

ANDRÉS.-  Pues vamos a casa de madre. Gracias a que vive cerquita; si no, íbamos a quedar acaramelaos en el camino. ¡Cae una helaa, superior!... De modo que nos embaulamos la cena y a casa corriendo, a meterse en la cama, que es donde nos abrigamos en invierno los pobres. La suerte es muy sabia. ¿No nos da dinero pa carbón? Pues nos da lo justo pa comprarnos camas estrechas, muy estrechas, y váyase lo uno por lo otro.

ROSA.-    (Sollozando.) ¡No; no lo sufro!...

ANDRÉS.-    (A ROSA.)  ¡Bah, chica; nubes de verano!... Lo que habrá pensado Juan José: a falta de pan buenas son tortas.

JUAN JOSÉ.-    (Aparte.)  Rosa tiene razón; la tiene. Así no se puede seguir.

ANDRÉS.-    (A JUAN JOSÉ.)  Oye, tú: no sé lo que habrá puesto la vieja; pero de lo que haya os traeremos un poco.

JUAN JOSÉ.-   ¡Gracias, Andrés!

ANDRÉS.-   ¡Gracias!... ¡Has estao bueno, hombre!

ROSA.-    (Bajo a TOÑUELA.)  No te vayas. Es una fiera.  (Por JUAN JOSÉ.) 

TOÑUELA.-   ¡No ves que está llorando! Las fieras no lloran.

ANDRÉS.-    (A TOÑUELA.)  Anda, tú.  (Marcando con los dedos el movimiento de salida, y haciendo la pausa que el actor juzgue necesaria.) 

TOÑUELA.-   (A ROSA.)  Hasta después.  (A JUAN JOSÉ.)  ¡Cuidao con volver a las andaas!...

 

(Salen por el fondo ANDRÉS y TOÑUELA. Después de una ligera pausa, durante la cual ROSA permanece sentada dando la espalda a JUAN JOSÉ, y éste mirándola con expresión de angustia y amor, JUAN JOSÉ se dirige hacia ROSA, se detiene antes de llegar a ella y vacila algunos instantes como si no supiera de qué modo romper el silencio.)

 


Escena IX

 

ROSA y JUAN JOSÉ.

 

JUAN JOSÉ.-    (Bajo.)  ¡Rosa!...   (Viendo que ésta continúa con la cabeza oculta entre las manos sin contestarle.)  ¡Rosa!  (En tono de súplica.)  ¿No me contestas?... ¡Mírame!... ¿No quieres mirarme?...

ROSA.-   (Como si no oyera a JUAN JOSÉ.)  ¡Verme como me veo por él y pegarme encima!... ¡Era lo único que faltaba, y ya llegó!...

JUAN JOSÉ.-    (Dando la vuelta por detrás de la silla y poniéndose delante de ROSA.)  ¡Oye; por lo que más aprecies en el mundo, oye!... ¡Quítate las manos de la cara!  (Viendo que ROSA no lo hace, se las aparta el con las suyas cariñosamente.)  ¡Así!... ¡Que yo te vea! ¡Que pueda mirarte!...  (Acercando su cara a la de ROSA.) 

ROSA.-   (Echando el cuerpo hacia atrás y sin mirar a JUAN JOSÉ.)  ¡Déjame!... ¿No dices que soy mala?... ¡De lo malo se huye! ¡Déjame!

JUAN JOSÉ.-    (Con pasión.)  ¡Dejarte! ¡Pues si todo lo que hago es por miedo a quedarme sin ti!... ¡Si te quiero más que a las niñas de mis ojos!... ¡Si al ponerte la mano encima he sentido el golpe aquí dentro!...  (El corazón.)  ¡Si me ha dolido más que a ti!... ¿No comprendes que me ha dolido más que a ti?...

ROSA.-   Comprendo que me has maltratao sin motivo. ¿Qué te hecho pa que me maltrates? Cuando todo me falta, ¿a quién voy a volverme?...

JUAN JOSÉ.-  ¡A mí, Rosa, a mí! Si te digo que tienes razón; que he procedío malamente; que me perdones... Pero tú no sabes lo que es encelarse de una mujer que vale pa uno lo que la Virgen del altar, y tener incaa en el corazón esta espina. ¡Ojalá y no lo sepas nunca!... Es un dolor muy perro; y cuando a uno le viene la basca no da cuenta de sí. ¡Se aturulla la cabeza, se llenan los ojos de sangre, se levantan los puños sin querer, ocurre lo que ocurre, sin que uno mismo pueda evitarlo, y se acabó!...

ROSA.-  Y porque a ti te entren esas bascas y des en recelarte de mí y de cualquiera, ¿voy yo a sufrir tus prontos y a quedarme luego tranquila hasta que se te ocurra recelar otra vez?

JUAN JOSÉ.-  No, Rosa; ¡te juro que no! ¡Te lo juro!... Ya no dudo; te creo... ¡Dime lo que te dé la gana, y te creo! Me hace tanta falta creer en ti...  (Con tristeza y amor.) 

ROSA.-   Si te hace falta, ¿por qué te empeñas en lo contrario? ¿Por qué en vez de oírme la emprendes a trastazos conmigo?... ¡Buen modo tienes tú de arreglar las cosas y de consolar a una!

JUAN JOSÉ.-   ¡Es que me has tratao de una forma, y me has dirigido unas expresiones tan duras!...

ROSA.-  ¿No eran verdad?... ¡Qué culpa me tengo de que la verdad no sepa mejor!

JUAN JOSÉ.-  ¡Verdad, sí, verdad! Todas tus palabras lo son. Verdad que yo me digo a cada momento, cuando entro aquí y te veo desesperaa, sola, malviviendo de la compasión de los vecinos. ¡Tú; porque yo he soñao lo que no había soñao nunca, lo que no me ha traído nunca con pena: ser rico, muy rico, como esos que pasean en coche! ¡tú, por cuyo bienestar arrancaría piedras con los dientes!... ¡Tú; que sufres, que no puedes resistir más; porque no puedes, porque si esto sigue, si no traigo a casa lo preciso, tú tendrás que abandonarme, y harás bien, porque no has nacido pa sufrir y pa martirizarte!... Ahí tienes lo que yo imagino, lo que pienso, mientras el frío me hiela las lágrimas en los ojos. Pero cuando tú me lo dices entonces creo que yo no soy nadie pa ti, que estás deseando dejarme, que no me quieres, que quieres a otro, que ese otro va a robarme el cariño tuyo, y se secan mis lágrimas, y me vuelvo loco, y me dan ganas de matarte!...  (Con desesperación.) 

ROSA.-   ¡Calla; no pongas ese gesto! ¡Me asustas!  (Con terror.) 

JUAN JOSÉ.-  ¡No te asustes, no; nada cavilo contra ti: esto es hablar!... ¡Pero debemos hablar de otra cosa; de buscar un recurso que remedie nuestra desgracia!... ¡Necesito que no padezcas más, lo necesito!

ROSA.-  ¡Un medio! ¿Cuál?

JUAN JOSÉ.-   (Con decisión.)  ¡Uno; el que sea!  (Deteniéndose un momento como si meditara. Después de una pausa, con desaliento.)   ¡No lo hallo! ¡No lo hallo!... ¡No tengo dónde hallarlo!... Hay pocas obras en tarea, las precisas, y sobra gente; las otras descansan; y si te acercas a los contratistas, a los dueños, te responden: «Más adelante, cuando entre el buen tiempo, cuando alarguen los días. Espera.»  (Con desesperación.)   ¡Espera!... ¡Como si el estómago pudiese esperar! ¡Como si se le pudiese decir al hambre: «Aguarda, no nos muerdas hasta dentro de un par de meses»; y al frío: «No nos entumezcas las manos, no nos agarrotes el cuerpo, ten paciencia hasta que podamos comprar una manta.» ¡Espera! ¡Espera a que alarguen los días! ¡Espera!... ¡Espera!...   (Con desesperación.) 

ROSA.-   ¿A qué te acaloras?... ¿Qué consigues con acalorarte y con maldecir de la gente?

JUAN JOSÉ.-   ¿Qué consigo?...  (Con acento amenazador.)  ¡Enterarme de que no es justo que un hombre trabajador se quede sin trabajo; enterarme de que no hacen bien en negármelo los que me lo niegan; saber que cuando me quejo llevo razón! ¿Te parece poco?... ¡Pues ya es algo!

ROSA.-  ¿Algo?  (Sin comprender.) 

JUAN JOSÉ.-   Más que algo, mucho.

ROSA.-   No te entiendo.

JUAN JOSÉ.-  ¡Me entiendo yo!   (Con angustia.)  ¿Conque todos son a acorralarle a uno?...  (Con energía desesperada.)  ¡Pues el animal, cuando se mira acorralao, muerde!... ¡Yo también morderé! Si la bestia tiene ese derecho, mejor debe tenerlo el hombre, porque vale más.

ROSA.-    (Con temor.)  ¿En qué piensas?... ¿Por qué arrugas el entrecejo? ¿Por qué te retuerces las manos?... ¿Qué te pasa?... ¿Qué quieres decir?

JUAN JOSÉ.-   ¡Que deben acabarse nuestras fatigas; que no quiero perderte y no te perderé!  (Con decisión.) 

ROSA.-    (Con tono de duda.)  ¿Acabarse nuestras fatigas?... ¿Cómo?

JUAN JOSÉ.-   Aún no lo sé de cierto. Está aquí, aquí.  (Golpeándose la frente.)   Lo veo como se ve al anochecer, muy oscuro. ¡Pero esta noche tendrás todo lo que necesitas, te aseguro que lo tendrás!

ROSA.-   ¿Vas a ver a alguien, a pedir?

JUAN JOSÉ.-    (Con energía salvaje.)  ¡Pedir!... ¡Que pidan los viejos, los inútiles, los que no se puedan valer! El que, como yo, tiene fuerzas en los brazos, y no es perezoso en la faena, y sabe ganarlo, sólo debe pedir una cosa, trabajo. Si no lo encuentra, si no se lo dan... Entonces le queda un recurso; ¡uno!... No hay duda... ¡Ni sé cómo he dudao tanto tiempo!  (Con tono resuelto y sombrío.) 

ROSA.-   ¿Qué te propones?

JUAN JOSÉ.-  Que no pases hambre, y miseria, y frío; que no me abandones, que no necesites ir a buscarlo; porque tienes razón, cuando todo falta, hay que buscarlo; y antes que la mujer lo busque, lo busca el hombre. ¡Yo lo encontraré!  (Con dureza.) 

ROSA.-   ¡Oye!...

JUAN JOSÉ.-   Te digo que lo encontraré.  (Se dirige hacia el fondo. Antes de llegar al fondo vuelve hacia ROSA.)  ¡Espérame; tardaré una hora, dos; quizás menos; pero traeré a mi casa lo que en ella no hay; lo que tú me pides, lo traeré!... Lo juro por lo más sagrao, por... Los que han tenido madre, juran por ella. ¡Yo lo juro por ti!... ¡Espérame; adiós!

 

(Sale JUAN JOSÉ por el fondo en actitud resuelta. ROSA se queda mirando hacia el fondo como sorprendida y sin acertar a darse cuenta de los propósitos de JUAN JOSÉ.)

 


 
 
FIN DEL ACTO SEGUNDO