Escena I
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El
CANO y un
PRESIDIARIO.
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PRESIDIARIO.-
¿Conque al
escurecer liáis el petate y
salís con la
condución?
|
CANO.-
¡Ya era tiempo! Esta
cárcel es
mu aburría. ¡Se está
más a gusto en los presidios; hay más
libertá y mejor gente!
|
PRESIDIARIO.-
¿Verdá? ¡Yo que estoy de cabo, lo sé!
|
CANO.-
Aquí todos son
prencipiantes. ¡Un hato de
panolis que no sirven
pa na! Con decirte que, fuera parte de la
tuya, no he
encontrao ninguna cara
conocía!
|
PRESIDIARIO.-
¡Y
miá que
pa no conocerlos tú! ¡No hay
gachó que valga tanto así
en los presidios a quien no te sepas de memoria!
|
CANO.-
¡Como que
dende los veintidós años,
descontando los que he
andao huío por ahí, me los
he
pasao de inquilino perpetuo en
veró! ¡Voy a cumplir
cincuenta y seis! ¡Calcúlate si se me despintará ninguno de
la
cuerda!
|
PRESIDIARIO.-
¡Y lo que te respetan
toos!
|
CANO.-
¡Faltaría!...
(Con arrogancia.) (Con
desprecio.) ¡El respeto de éstos no es
pa presumir! ¡Ninguno de ellos
se las trae, ni
tié guapeza!... Digo ninguno, y
miento. ¡Hay uno!
|
PRESIDIARIO.-
¿Juan José?
|
CANO.-
¡El mismo! ¡Te lo
certifico yo que lo entiendo!
|
PRESIDIARIO.-
Conformes; pero como si no lo fuera,
porque ni se pone a ello ni
quié hacerse un sitio y
achicar a los otros.
|
CANO.-
Entoavía es temprano. Anda el pobre
mu entristecío con su desgracia, y
se figura que
achantándose y cumpliendo con
formaliá podrá salir antes
y volver a ser hombre de bien. La de
toos, la primera vez que
nos echan mano... Ya se le pasará.
Sin embargo, en una ocasión ha
tenío que probarlo, y lo ha
probao el mozo.
|
PRESIDIARIO.-
¡Vaya!
|
CANO.-
Fue el día que lo bajaron del
chiquero, después del juicio y de
la sentencia, en que le salieron ocho años. ¿Te acuerdas
tú?
|
PRESIDIARIO.-
¡Si me acuerdo!... ¡Vaya
un chavó!... ¡Cómo
atizaba!...
|
CANO.-
Hizo bien. Estos sinvergüenzas,
en cuanto se presumen que un perro no muerde, son
toos a tirarle del rabo. Como le vieron
tan
callao y tan humilde, se dijeron:
«¡Ha
llegao la nuestra!» A mí me
dio lástima, e iba a salir por él. No hizo falta. El perro
mordió.
|
PRESIDIARIO.-
Y cogió carne.
|
CANO.-
En cuanto el
Mellao, ese
charrán que aún se cree que
anda por las tabernas asustando a los tontos, la tomó con él, ya
le viste. Al principio procuraba
zafarse de la
bronca; pero al convencerse de que no
tenía más remedio de pegar o que le pegasen, se fue
pa el
Mellao, alzó el puño y lo
tiró
roando contra la tapia con la cara llena
de sangre.
|
PRESIDIARIO.-
¡Buen golpe fue! ¡Lo
espaletilló!
|
CANO.-
Y luego al otro, al
Churro, que
se le venía dando voces y haciendo
esplantes y ramitagos con la cuchara... De poco le sirvieron. Juan
José le tendió la
zarpa, le
trincó, así, por la
muñeca, y salieron por un
lao el
Churro y la cuchara por el otro...
¡Inútil le ha
dejao pa unos días!... ¡Na, que es un bravo! ¡Desde entonces le
miran con un lente!
|
PRESIDIARIO.-
Y desde entonces no ha vuelto a
meterse con nadie. Sigue como cuando bajó: huraño,
callao y sin que un alma le saque las
palabras del cuerpo. Contigo es con el único con quien se franquea unas
miajas.
|
CANO.-
Porque es
agradecío, y no olvida de lo que
yo quise hacer por él.
|
PRESIDIARIO.-
¿Te ha
contao los motivos de su desgracia?
(El
CANO hace con la mano el movimiento de robar.)
Un robo corriente; pero antes del robo ha de haber una historia
mu negra. Él está muy
preocupao. ¿Tú no
sabes?...
|
CANO.-
Aunque lo supiera no te lo
contaría. Que te lo cuente él si le da la gana. Lo que sí
te digo, es que le aprecio, y he de hacer lo que
puea por él.
(Como respondiendo a sus
pensamientos.) Esta noche salimos juntos en la
condución, y nos toca ir
apareaos. ¡Como él
quiera!...
|
PRESIDIARIO.-
(Con curiosidad.)
¿Qué?
|
CANO.-
(Con mal gesto.) ¡A ti
qué te importa! ¡Déjame en paz!
|
PRESIDIARIO.-
(Con tono sumiso.)
¡Bueno, hombre!
(Mirando hacia la derecha.) Miá por
aonde viene. Sin fijarse en
na, con los ojos
clavaos en las baldosas Y los brazos
cruzaos. Se encamina
pa aquí.
|
CANO.-
Pues
alivia, que necesito hablar con él
y quiero estar solo.
|
|
(Con imperio. Entra
JUAN JOSÉ por la derecha en actitud
reconcentrada y triste, y se dirige hacia donde está el
CANO sin reparar en él. El
PRESIDIARIO sale por la rompiente de la
izquierda.)
|
Escena II
|
|
JUAN JOSÉ y el
CANO.
|
CANO.-
(Deteniendo a
JUAN JOSÉ por el brazo cuando éste
llega al lado suyo.) ¿Qué hay, Juan José?
|
JUAN JOSÉ.-
¡Qué quieres que haya!
¡Penas; lo de siempre; lo que tengo desde el día en que la miseria
y el cariño de una mujer me volvieron loco!
|
CANO.-
¡Bah, chico, lo que no
tié remedio no lo
tié, y
sansacabó!... Pecho al agua, que
el mundo es ancho, y en el presidio hay muchas puertas.
|
JUAN JOSÉ.-
¡No es el presidio lo que me
trae así! Ocho años son muy largos y tienen muchos días,
muchos y muy tristes; sin más consuelo que el que recibe uno de afuera.
Parece que no van a acabarse nunca... y se acaban. Entre tantas horas de
sufrimiento hay una en que te gritan: «¡Ya eres libre; ya pagaste
el daño; anda, sal, vuelve con los tuyos, con los que han
sufrío por ti mientras tú
sufrías por ellos; vuelve donde te esperan, contando minuto a minuto los
que faltan
pa que llegues tú!»
¡Aguardando a que suene esa hora puede uno
paecerlo todo; porque esa hora, con ser
una sola, paga las demás, con ser las demás tantas y tan crueles;
¡pero cuando con el presidio acaba una pena y empieza otra; cuando sabes
que nadie vendrá a verte a la reja, que nadie te esperará tampoco
al salir, entonces la misma
libertá mete miedo, y por mucho
corazón que tengan los hombres, no pueden hacer más que
desgarrárselo con las uñas, y llorar
pa dentro y maldecir, apretando los
dientes! ¡Eso es lo que me pasa a mi!
|
CANO.-
¿Y a quién no le ha
pasao algo
parecío? ¿Te piensas que el
mundo es una viña? Pues al que no le ahorcan por la cabeza lo ahorcan
por los pies.
Custión de postura. ¿Y no
sabés tú lo que hay que hacer? Lo que yo. Tener cachaza y mala
idea y esperar; el que sabe esperar, tarde o temprano se sale con la suya.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Esperar!
(Con desaliento.) Esperar,
¿a qué?
|
CANO.-
¿A qué? A cobrarte; a
desquitarte de la
charraná que te ha
jugao la que te ha
metío a ladrón y ya no se
acuerda de ti.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Que no se acuerda!...
(Con ansiedad.)
¿Estás seguro?
|
CANO.-
¡Es lo más probable!
¡No te hagas ilusiones!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Cómo no he de
hacérmelas, si mi vida está en esa mujer!...
|
CANO.-
(Con desprecio.)
¡Bah!...
|
JUAN JOSÉ.-
El día de la audiencia, al
entrar en la sala donde iba a jugarse mi suerte, no tenía más que
una idea, ésta: Ella vendrá aquí a declarar con los
testigos; ¡voy a verla, a oírla, a tenerla un momento cerca de
mí! Lo demás no me importaba nada; ¡y lo demás era
mi castigo, mi honra, mi sentencia!... ¡Ya ves!... Cuando supe que no
venía por impedírselo una
enfermedá,
justificá por un
certificao de los médicos,
pensé que acababa de sucederme todo lo malo que me podía suceder
en aquella casa, y escuché la sentencia encogiéndome de hombros;
y volví a la cárcel preguntándome, lo que me pregunto a
todas horas: ¿Qué será de ella? ¿Por qué no
viene a verme? ¿Qué debo creer?...
|
CANO.-
Cree lo peor, y estarás cerca
de no engañarte.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Y luego, Andrés, mi
amigo, sin contestar a la primera carta que le hice escribir, sin contestar
tampoco a la que tú le pusiste hace cuatro días. ¿Por
qué no me contesta?
|
CANO.-
Porque no habrá
podío, o porque no le habrá
dao la gana. Vete a averiguar. Lo seguro
es que te encuentras solo y que debes pensar en algo.
|
JUAN JOSÉ.-
¿En qué?... ¿En
mi desgracia?... ¿En el presidio que me espera?...
|
CANO.-
El presidio no es tan malo como
paece, así, visto de golpe, la
primera vez que se entra en él. El que
tie valor, y puños, y no es tonto,
pue hacerse el amo, y el amo está
bien en cualquiera parte; en la cárcel, como en su casa; en su casa,
como en un monte, y en un monte, como en un trono. La cuestión es
mandar. El demonio vive en los infiernos y es rey... Tú también
puees vivir a gusto en presidio, y
buscártelas cuando salgas de él.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con asombro.) ¡Yo!...
¡Buscármelas yo como tú te las buscas!... ¡Como se
las buscan los otros!...
|
CANO.-
¡A ver!
|
JUAN JOSÉ.-
¡No, yo no haré eso!
(Con energía.)
¡Perdona, Cano; pero la vida vuestra no es
pa mí! ¡Me da repunancia!
¡Yo sólo apetezco rematar mi condena, y saber de Rosa, y volver a
ser lo que he sido antes!
|
CANO.-
(Con ironía.) ¡Lo
que ha
sío antes!
|
JUAN JOSÉ.-
Lo que fui siempre, siempre; hasta
después de hacer lo que hice. Un hombre
honrao.
|
CANO.-
¡Pa ti,
que podrás serlo! No
deliries, muchacho.
|
JUAN JOSÉ.-
(Sorprendido.)
¡Delirar!...
|
CANO.-
Tú ya no
puees ser más que una cosa,
licenciao de presidio.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con angustia.)
¡Qué!...
|
CANO.-
Sal de aquí; vete a
peír trabajo; acércate a la
gente
honraa, y verás lo
güeno.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Qué es lo que voy a
ver?
(Con espanto.)
|
CANO.-
Que nadie le da trabajo a un
sentenciao por robo; que nadie abre las
puertas de su casa a un ladrón.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con angustia y como aterrado por las
palabras que acaba de decir el
CANO.) ¡Oh!...
|
CANO.-
La noche que robaste a un hombre,
tomaste en tu mundo, en el mundo de las personas
honraas, billete
pa otro mundo distinto: el nuestro. En
estos viajes no hay billete de vuelta.
|
JUAN JOSÉ.-
¡No; no digas eso; porque me
da horror escucharte!... ¡Yo!...
|
CANO.-
¡Too es
hasta que uno se acostumbra! ¡Luego se hace a ello el
garlochí y en paz!
|
JUAN JOSÉ.-
¿Pero tú hablas de
veras? ¿Crees lo que piensas? ¿Estás seguro de que todo ha
acabao pa mí?
|
CANO.-
¡No;
sacabó aquello y empieza esto!
|
JUAN JOSÉ.-
(Con energía.)
¡No!... ¡No!... ¡Yo no entro en esa vida!...
(Con desesperación.)
¡Una vida de crímenes, de remordimientos, sin más esperanza
que el presidio!... ¡No!... ¡Te repito que no!...
|
CANO.-
¡Los crímenes!...
¡Los remordimientos!... ¡Ptchs!... ¡Por lo que hace al
presidio, ya te lo dije antes: del presidio se sale!
|
JUAN JOSÉ.-
Cuando se cumple.
|
CANO.-
O sin cumplir, si sabe uno
arreglárselas.
|
JUAN JOSÉ.-
Eso lo dices...
|
CANO.-
¡Y lo pruebo!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Probarlo!
¿Cómo?
|
CANO.-
Como se prueban estas cosas;
haciéndolas. Como tengo confianza en ti, no te oculto los planes
míos; al contrario, estoy pronto a darte parte en ellos. Si
quiés escaparte esta noche
conmigo, no
tiés más que abrir la
boca.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Esta noche!
|
CANO.-
Al salir de la cárcel; en el
camino de la estación. Vamos
apareaos. Es coser y cantar.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Escaparnos!... ¿Te has
vuelto loco? ¿Y los grillos? ¿Y la
caena?
|
CANO.-
(Con desprecio.) ¿Eso?
Se lima.
|
JUAN JOSÉ.-
¡Que se lima!...
¿Cuándo? ¿Con qué?
|
CANO.-
¿Cuándo?... En el
tiempo que estamos
ataos en el patio. ¿Con
qué? Con esto.
(Saca del bolsillo una moneda de veinte
reales.)
|
JUAN JOSÉ.-
¿Dinero?
|
CANO.-
¡No seas
gili!...
Pa los vigilantes esto es una
monea;
pa mí es una caja. Mírala
bien.
(Hace como quien desenrosca la moneda,
y la deja dividida en dos partes; la de la parte de abajo tiene un hueco
libre.) La
monea está hueca y se abre
así, desenroscándola.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con asombro.) ¡Es
verdad!
|
CANO.-
También se trabaja
pa uno en presidio. ¿Ves?
(Sacando del fondo de la caja una
laminilla de acero.) ¿Qué te
paece a ti esto?
|
JUAN JOSÉ.-
Una hojilla de acero.
|
CANO.-
¡Y qué pequeña!
No
paece na; pues es la
libertá, porque es una lima.
|
JUAN JOSÉ.-
¿Esto?
(Con sorpresa.)
|
CANO.-
¡Esto! Sabiéndola
manejar corta más que las grandes. Con esto se lima la
caena... ya te diré cómo.
Nadie lo nota; ni los que remachan el anillo; sales andando, busca una
ocasión, das un golpe en los hierros, salta la
caena y aprietas a correr. Llevas la
contra de que un guardia te meta una bala en el cuerpo, y te tumbe patas
arriba; pero de alguna muerte se
tié que morir. Si no te matan,
estás libre. ¿Quieres?
|
JUAN JOSÉ.-
No es la muerte lo que me
asusta...
|
CANO.-
En tal caso...
|
JUAN JOSÉ.-
¿Y si lo cogen a uno vivo?
Recargo de pena, más años de martirio, de encierro... No; yo no
hago eso, Cano; callaré, pero no te sigo. Aún confío,
aún creo que cuando salga de presidio podré volver a ser
honrao; aún espero encontrar a
Rosa, convencerme de que no es culpable, trabajar
pa ella... ¡Qué se yo!...
¿Son delirios? Bueno: déjame con los delirios míos, y
escapa.
|
CANO.-
¡Tú sí que eres
loco rematao!
|
|
(Entra el
PRESIDIARIO por la derecha y se dirige a
JUAN JOSÉ.)
|
Escena IV
|
|
JUAN JOSÉ y el
CANO; al final, el
PRESIDIARIO.
|
CANO.-
(Leyendo.) «Madrid,
quince...»
|
JUAN JOSÉ.-
No; eso no; a la firma... ¡Lo
primero, la firma!
(Con impaciencia. Con tono de
esperanza.) ¡Si fuese de ella!... ¡Anda, pronto, lee la
firma!
(Con impaciencia y anhelo.)
|
CANO.-
¿La firma?
(Volviendo una cara de la
carta.) La firma dice: Andrés.
|
JUAN JOSÉ.-
(Con desaliento.)
¡Andrés!...
(Con tristeza profunda.)
¡No es de ella!
|
CANO.-
(Leyendo.) «Querido Juan
José: Me alegraré que al recibo de ésta...»
|
JUAN JOSÉ.-
(Interrumpiéndole.)
Salta, salta; un poco más abajo; donde acaba el saludo.
|
CANO.-
Allá voy...
(Como si recorriese los
renglones.) «La mía... a Dios gracias...»
Aquí. «Sabrás de cómo no te he escrito antes, porque
he
estao afuera trabajando; luego no te
quería contestar, porque como lo que tú me pedías eran
noticias de la Rosa... y...
(Deteniéndose.)
|
JUAN JOSÉ.-
(Con gran impaciencia.)
¿A qué te detienes? No te detengas. Sigue.
|
CANO.-
«Y no eran buenas, pues por
eso note escribí.»
|
JUAN JOSÉ.-
(Con angustia.)
¡Adelante!...
|
CANO.-
(Leyendo.) «Pues
sabrás de cómo no te puse dos letras, por eso; porque te
quería evitar un disgusto, que bastante tienes con estar en presidio por
ella; así hubieran
degollao a la primera que
nació.»
(Deja de leer.) Este
gachó es un vivo.
|
JUAN JOSÉ.-
No te pares; ¿no ves que me
estoy muriendo de ganas de saberlo todo?
|
CANO.-
(Volviendo a la lectura.)
«En fin, como alguna vez han de contártelo y me lo pides
con tantas fatigas, allá va: La Rosa está buena; lo de la
enfermedad fue una farsa. No fue al juicio porque no quiso verte; y como ahora
tiene
enflujo y dinero, pues lo
arregló.»
|
JUAN JOSÉ.-
¡No quiso verme!... ¡A
mí!
(Con desesperación.
Reponiéndose. Al
CANO.) ¿Qué
más?
|
CANO.-
(Leyendo.) «Ahora
están en grande; no se ha
mudao de casa; pero vive en el principal,
y vive con Paco...»
|
JUAN JOSÉ.-
(Con espanto, odio y
dolor.) ¡Con Paco!... ¿Eso es cierto?... ¿Has
leído bien?...
(Con desesperación.)
¿Dónde dice eso?... ¡A ver!,
¡enséñamelo!. ¡que yo lo vea!... ¿Dónde
lo dice?... ¿Dónde, Cano, dónde?
|
CANO.-
(Señalándole con el dedo
un párrafo de la carta.) En este renglón.
Míralo...
|
JUAN JOSÉ.-
(Se abalanza a mirar la carta y el
sitio de ella donde señala el
CANO.) ¡Mirarlo!...
(Con angustia.)
¡Cómo lo voy a mirar, si no entiendo esas rayas!...
(Al
CANO.) ¿Pero se ha ido con
él?... ¿Lo dice ahí?... ¡Sí, lo dice!
¡Pa qué ibas a engañarme
tú!... ¡Está con él!... ¡Con él!...
(Reponiéndose; con calma
siniestra.) Sigue, Cano, sigue; léelo todo. Después de lo
que me has leído, ¿qué cosa mala ha de venir? Lee desde
donde pone «vive con Paco».
|
CANO.-
(Leyendo.) «Vive con Paco,
y vive, como te decía antes, en nuestra casa, en el principal; hecha una
princesa. Por supuesto, que ni la Toñuela ni yo la saludamos.
Aquí la tienes con su maestro de obras, mientras tú te pudres en
presidio. Ya lo sabes todo.»
|
JUAN JOSÉ.-
¡Todo, sí; todo!...
¡Qué más necesito saber!...
(Se deja caer sobre el poyo con
abatimiento profundo.)
|
CANO.-
(Leyendo sin que
JUAN JOSÉ le oiga.)
«Consérvate bueno, y con expresiones de la Toñuela,
manda en lo que se ofrezca a tu amigo, que lo es, Andrés
Pérez.»
|
JUAN JOSÉ.-
(Levantándose.) Trae
esa carta; tráela, que yo lo toque. ¡Paece
mentira que un
cacho de papel haga tanto daño!...
|
|
(Entra el
PRESIDIARIO por la derecha.)
|
PRESIDIARIO.-
¡Cano!
|
CANO.-
¿Qué?
|
PRESIDIARIO.-
Te llaman en la
Dirección.
|
CANO.-
Voy a escape.
(A
JUAN JOSÉ.) No te olvides de lo
que hemos
hablao.
|
|
(Sale el
CANO por la derecha.)
|
Escena I
|
|
(ROSA e
ISIDRA.)
|
ROSA.-
(Como si acabara de secarse las manos y
colgando la toalla en un travesaño que tendrá el tocador. A
ISIDRA.) No traiga
usté más este jabón.
Me pone muy ásperas las manos.
|
ISIDRA.-
Pues, hija, a mí por bueno me
lo dieron. Ya ves, dos pesetas.
|
ROSA.-
Es
rematao. Tráigame
usté mañana una caja del
otro; aquel blanco que huele tan bien. ¿Y mis sortijas?...
¡Aquí están!
(Sacando tres o cuatro sortijas de un
joyero que habrá encima del velador.) Voy a decirle a Paco que
me compre un ajustador, porque ésta me viene ancha.
(Una de las sortijas, las cuales se
habrá ido poniendo mientras habla.)
|
ISIDRA.-
(Acercada a ella para enseñarle
las sortijas.) ¡Y qué hermosa es!... No se cansa una de
mirarla. ¡Vaya unas luces!
|
ROSA.-
Cien duros costó.
|
ISIDRA.-
Cuéntamelo a mí que
fui a comprártela con Paco. Miá que está
enamorao. No hay gasto que le
paezca grande siendo
pa tu persona.
|
ROSA.-
Paco es un Dios
pa mí. Me basta decirle esto me
apetece,
pa que lo traiga; y en tocante a
cariño,
usté lo está viendo; cada
día me quiere más.
|
ISIDRA.-
Y tú a él.
|
ROSA.-
Sí, señora; y
él se lo merece; le quiero, es el único hombre a quien he querido
de
verdá.
|
ISIDRA.-
Sí; pero el cariño a
palo seco tiene mal pasar.
(Como tratando de quitar importancia al
recuerdo de
JUAN JOSÉ.) Eso es una historia
acabaa; no hay
pa qué mentarla.
|
ROSA.-
¡Verdá!
(Después de una pausa, cogiendo
un peine del tocador y dirigiéndose al armario de luna, cuyas velas
enciende.) Voy a arreglarme un poco el pelo.
(Empezando a soltarse el pelo.)
Paco me ha dicho que saldremos juntos esta noche.
(Peinándose.)
|
ISIDRA.-
¿Y la
criáa nueva?.
|
ROSA.-
Mañana vendrá. Falta
me hace, porque llevo unos días... Si no fuese por
usté que me ayuda.
|
ISIDRA.-
¡No he de ayudarte, hija; si
gracias a ti y a tu Paco estoy en la gloria!... ¡Eso es portarse!
|
|
(Sale
PACO por la puerta de la izquierda, donde se
detiene, contemplando a
ROSA con cariño.)
|
Escena
III
|
|
ROSA e
ISIDRA.
|
ROSA.-
(Volviéndose hacia la
ISIDRA.) Ya me peiné.
|
ISIDRA.-
¡Vaya si estás
guapa!... Vales... así como el doble que hace ocho meses.
|
ROSA.-
Es que el trabajo y las necesidades
matan mucho... ¡Si aún no sé cómo yo...!
|
ISIDRA.-
¡Locuras que hacemos las
mujeres!... Gracias a que abriste a tiempo los ojos.
|
ROSA.-
(Que mientras habla ha estado en el
tocador, pasándose una borla de polvos por la cara.)
¡Ya!... ¡Ya!...
(Contemplándose en el espejo del
tocador.)
|
ISIDRA.-
¿Qué vestido vas a
ponerte?
|
ROSA.-
Esta misma falda y la blusa
encarnaa. Allí la tengo, en aquel
cuarto.
(El de la derecha.) Voy a
buscarla.
(Entra en el cuarto de la
derecha.) En seguida vuelvo.
|
ISIDRA.-
¿Quieres que te ayude?
|
ROSA.-
(Dentro.) No hace falta.
Sáqueme
usté de ese armario el
mantón.
|
ISIDRA.-
¿Cuál de ellos?
|
ROSA.-
(Dentro.) El negro de Manila,
bordao.
|
ISIDRA.-
(Abre el armario de la izquierda del
fondo.) ¡Tienes aquí una tienda!
(Registrando entre la ropa.)
¿Dónde tienes el mantón?
|
ROSA.-
(Dentro.) A la derecha; junto
al vestido azul.
|
ISIDRA.-
Ya di con él. ¡Cuidao si es rico!...
(Mirando el mantón.)
Aquí te lo dejo; en esta silla.
|
|
(Deja el mantón sobre una silla. Sale
ROSA de la habitación de la derecha,
abrochándose la blusa.)
|
ROSA.-
¡Malditas mangas!... Cuesta un
año metérselas.
|
ISIDRA.-
¿Quieres algo más?
|
ROSA.-
Nada; hasta mañana. Deje
usté entornaa la puerta de la
calle
pa cuando suba Paco.
|
|
(Sale
ISIDRA por el segundo fondo, y deja entornada la
puerta.)
|
Escena V
|
|
ROSA y
JUAN JOSÉ.
|
JUAN JOSÉ.-
(Luego de hacer la pausa que indica la
acotación anterior, avanza algunos pasos hacia
ROSA y se detiene, sin apartar los ojos de
ella.) ¡Con qué lujo vives!... ¡Y qué bien
trajeá estás!...
¡Vaya que no te has vendido por cualquier cosa!
(Con sarcasmo y dolor.)
|
ROSA.-
¡Dios mío!...
(Sin atreverse a cambiar de
actitud.)
|
JUAN JOSÉ.-
(Con sarcasmo.) ¿No te
atreves a volverte
pa mí?... ¿Tienes miedo?...
¿Te da reparo hablar conmigo?... ¡Reparo!... ¡Bueno que lo
tuvieses antes de que yo robara
pa ti! ¡Entonces era yo
honrao, y tú, no!... ¡Ahora
somos iguales!
|
ROSA.-
(En la misma actitud y con tono de
súplica.) ¡Juan José!
|
JUAN JOSÉ.-
¿Conque tienes miedo?...
¡Claro! ¡La sorpresa!
(Con ira reconcentrada.)
¡Cómo ibas a pensarte que yo,
condenao a ocho años de presidio,
iba a venir, así, de pronto, y a entrar en tu casa, y a echarte en cara
el mal que me has hecho!... ¿Cómo ibas a pensarlo?...
(Con amenazadora calma.)
¡Pues he venido; ya lo ves!
|
ROSA.-
¡Has venido!...
|
JUAN JOSÉ.-
¡Sí!
(Cogiendo a
ROSA por el brazo y obligándola a que se
vuelva hacia él.) ¡Vamos, vuélvete de frente
pa mí!
(Con cólera.)
¿Sabes a qué he venido?
|
ROSA.-
(Con terror.) ¡Oh!
¡Por
caridá!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Caridá!... ¿De quién voy a tenerla?...
¿La ha tenido alguien de mí en el mundo?
|
ROSA.-
¡Tenla tú de mí!
(Como aturdida y sin saber lo que
dice.) ¡Vete, por Dios! ¡Vete!
|
JUAN JOSÉ.-
¡Que me vaya!
(Rompe a reír con risa
siniestra.) Mira; no creía reírme, y me has hecho
reír... ¡Que me vaya!... ¡Estás loca!
|
ROSA.-
(Con espanto.) ¿A
qué vienes?... ¿A qué vienes? Dilo.
|
JUAN JOSÉ.-
A cobrarme en una hora ocho meses de
angustia. ¡Ocho meses que he
pasao abandonao, solo, imaginando la
verdá! ¡Que me habías
dejao por otro!... ¡Qué
noches tan horribles las mías!... ¡Cuando mi cabeza se dejaba caer
en la almohada de crin, veía la tuya dejándose caer en el hombro
de él; y miraba tus ojos puestos en los del otro, mientras se clavaban
los míos en la
oscuridá; y os contemplaba juntos,
muy juntos, mientras yo mordía la manta
pa ahogar mis sollozos!... ¡Eso he
hecho yo: blasfemar, llorar, dudar de ti, y después, ni dudar siquiera;
convencerme de tu engaño, y huir de la cárcel, y buscarte a ti, y
buscarle a él!... ¡Y aún me preguntas a qué vengo a
esta casa!... Vengo a matar a Paco.
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ROSA.-
(Con terror.) ¡A
matarle!
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JUAN JOSÉ.-
¡Sí!
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ROSA.-
¡Tú matarle a
él!... ¡Tú matar a mi Pa...!
(Conteniéndose como
comprendiendo el efecto que hacen sus palabras en
JUAN JOSÉ.)
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JUAN JOSÉ.-
(Con odio y asombro.) ¡Tu
Paco!... ¿Has dicho tu Paco?... ¡Y lo dices delante de mí!
(Con ira y amargura profundas.)
¿Pero te has
olvidao de que primero que él
fuese tu Paco he sido yo tu Juan José?
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ROSA.-
(Con
terror.) ¡Márchate! ¡Márchate, por Dios!...
¡Si él viniese!...
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JUAN JOSÉ.-
Eso aguardo, que venga. ¿No
ves que de ti no he
hablao entoavía?... ¡Que no
te digo aún lo que de ti deseo!... Pues es por eso; porque le espero a
él, a Paco, ¡a tu Paco!
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ROSA.-
(Con ansiedad.) ¡No; no
harás lo que dices! ¡Yo lo evitaré!
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JUAN JOSÉ.-
(Con desprecio.)
¿Cómo?
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ROSA.-
¡Avisando!
¡Gritando!
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JUAN JOSÉ.-
(Con
ferocidad.) ¿Avisarle?... No tienes tiempo... ¡Gritar!...
Tan cierto como te he querido con toda mi alma, que si gritas, te mato a ti
también.
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ROSA.-
(Aterrada.) ¡No, Juan
José! ¡Te lo suplico!... ¿Quieres que te lo pida con los
brazos en cruz?... ¡No lo esperes!... ¡Perdóname!...
¡Vete!
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JUAN JOSÉ.-
¡Perdonarte cuando pides por
él! ¡Irme!... ¡Claro; tan hecha estás a mandar en
mí, a que nunca haya dicho «no» cuando me has
suplicao, que hasta ahora mismo, en este
momento, crees que te haré caso, que me iré!... Crees mal; no me
voy. Espero.
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ROSA.-
¡Por
piedá!
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JUAN JOSÉ.-
¡Piedá! ¡A otros hombres pueden ablandarles el
corazón pidiéndoles por sus padres, por sus madres, por sus
hermanos, por sus hijos, por un cariño que tire de ellos!... ¡A
mí, no! ¡Yo no tengo padres, ni hermanos, ni familia!...
¡Nada!... ¡Te tenía a ti, y te he perdido! ¡No hay
nadie que pueda llamar a éste!
(El corazón.)
¡Nadie! ¡Conque no supliques, porque tus súplicas dan en
piedra!
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ROSA.-
¡Oye!...
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JUAN JOSÉ.-
(Con firmeza.) ¿No has
oído que no?
(Prestando atención hacia
fuera.) ¡Suben!...
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ROSA.-
(Poniendo tambien
atención.) ¡Sí!
(Con angustia.) ¡Es
él!... ¡Son sus pasos!
(Con terror.)
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JUAN JOSÉ.-
¡Sus pasos!...
(Con amargura e
ira.) ¡Conoces sus pasos!... Nunca has conocido los míos.
(Con desesperación.)
¡Te juro que no volverás a oír los de él!
(Se dirige al fondo.)
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ROSA.-
¡No!
(Tratando de detener a
JUAN JOSÉ.)
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JUAN JOSÉ.-
¡Que no! ¡Pues si la
esperanza de matarlo es lo único que me tiene vivo!... ¡Quita
mujer, quita!...
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(Rechaza a
ROSA con violencia; ésta cae al suelo, y
JUAN JOSÉ sale precipitadamente por el fondo,
cuya puerta cierra tras él.)
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Escena
VII
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ROSA y
JUAN JOSÉ;
PACO, muerto.
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ROSA.-
(A
JUAN JOSÉ, con
espanto.) ¡Tú! ¿Y Paco?... ¿Qué has
hecho de Paco?
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JUAN JOSÉ.-
(Señalando hacia el fondo, con
alegría salvaje.) Ahí lo tienes.
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ROSA.-
¡En el suelo!
(Mirando hacia el fondo.)
¡Muerto!
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JUAN JOSÉ.-
¡A la fuerza! ¡De los
dos uno! Le tocó a él.
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ROSA.-
(Con desesperación.)
¿Le has
matao tú?... ¡Tú has
matao a Paco, asesino!
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JUAN JOSÉ.-
(Con fiereza.) ¡Asesino,
no! Le he
matao dándole tiempo
pa defenderse; de cara; peleando, como
matan los hombres.
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ROSA.-
(Con espanto.) ¡Oh!...
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JUAN JOSÉ.-
Y lo he
matao porque ningún hombre,
ninguno, te poseerá mientras yo viva, sin que yo lo mate como a
ése.
(Cogiendo a
ROSA por el brazo.)
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ROSA.-
(En un arranque de
energía.) ¿Y de qué te sirve haberle
matao si era a él, a mi Paco, a
quien yo quería?...
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JUAN JOSÉ.-
(Con estupor.) ¡A
él!...
(Suelta el brazo de
ROSA.)
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ROSA.-
¡A él!... ¡Y le
vengaré!...
(Aprovechando el estupor de
JUAN JOSÉ, se dirige al balcón y
lo abre.) ¡Socorro!...
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JUAN JOSÉ.-
(Levanta la
cabeza.) ¿Qué haces?... ¿Gritas?...
(Se dirige hacia
ROSA.)
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ROSA.-
¡Socorro!
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JUAN JOSÉ.-
(Apartando a
ROSA del balcón, tapándole la boca
con una mano y sujetándola con la otra.) ¡Calla!
¿Hasta cuándo vas a gozarte en mi perdición?
¡Calla!
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ROSA.-
¡Soco...!
(Haciendo esfuerzos para gritar y
desasirse.)
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JUAN JOSÉ.-
¡Calla! ¡No quieras
escaparte! ¡Calla!
(Apretando más la boca de
ROSA y sujetándola por la garganta.)
¡No callarás!...
(Después de una breve lucha,
viendo que
ROSA permanece rígida e inmóvil.)
¡Ya era razón que callases y no te movieras!
(Suelta a
ROSA, que cae muerta en el suelo.)
¡Calla, sí!...
(Acercándose a
ROSA.) Pero, ¿qué silencio
es el suyo?...
(Tocando a
ROSA, con angustia.) ¿Qué
es esto?
(Con espanto.) ¡Esto es
la muerte!...
(Con desesperación.)
¿Y he sido yo?... ¡Yo!
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(Entra
ANDRÉS por el fondo.)
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