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ArribaActo III

 

El intermedio entre los dos cuadros será breve y corriendo el telón de boca.

 
Cuadro I

 

Telón corto, representando un ángulo del patio de la Cárcel Modelo de Madrid, destinada a los presos de tránsito y a los sentenciados a cumplir condena en otros presidios. Una rompiente a la derecha y otra a la izquierda. En primer término, a la derecha, un banco de madera.

 

Escena I

 

El CANO y un PRESIDIARIO.

 

PRESIDIARIO.-   ¿Conque al escurecer liáis el petate y salís con la condución?

CANO.-   ¡Ya era tiempo! Esta cárcel es mu aburría. ¡Se está más a gusto en los presidios; hay más libertá y mejor gente!

PRESIDIARIO.-   ¿Verdá? ¡Yo que estoy de cabo, lo sé!

CANO.-   Aquí todos son prencipiantes. ¡Un hato de panolis que no sirven pa na! Con decirte que, fuera parte de la tuya, no he encontrao ninguna cara conocía!

PRESIDIARIO.-   ¡Y miá que pa no conocerlos tú! ¡No hay gachó que valga tanto así en los presidios a quien no te sepas de memoria!

CANO.-   ¡Como que dende los veintidós años, descontando los que he andao huío por ahí, me los he pasao de inquilino perpetuo en veró! ¡Voy a cumplir cincuenta y seis! ¡Calcúlate si se me despintará ninguno de la cuerda!

PRESIDIARIO.-   ¡Y lo que te respetan toos!

CANO.-   ¡Faltaría!...  (Con arrogancia.) (Con desprecio.)  ¡El respeto de éstos no es pa presumir! ¡Ninguno de ellos se las trae, ni tié guapeza!... Digo ninguno, y miento. ¡Hay uno!

PRESIDIARIO.-   ¿Juan José?

CANO.-   ¡El mismo! ¡Te lo certifico yo que lo entiendo!

PRESIDIARIO.-   Conformes; pero como si no lo fuera, porque ni se pone a ello ni quié hacerse un sitio y achicar a los otros.

CANO.-   Entoavía es temprano. Anda el pobre mu entristecío con su desgracia, y se figura que achantándose y cumpliendo con formaliá podrá salir antes y volver a ser hombre de bien. La de toos, la primera vez que nos echan mano... Ya se le pasará. Sin embargo, en una ocasión ha tenío que probarlo, y lo ha probao el mozo.

PRESIDIARIO.-   ¡Vaya!

CANO.-   Fue el día que lo bajaron del chiquero, después del juicio y de la sentencia, en que le salieron ocho años. ¿Te acuerdas tú?

PRESIDIARIO.-   ¡Si me acuerdo!... ¡Vaya un chavó!... ¡Cómo atizaba!...

CANO.-   Hizo bien. Estos sinvergüenzas, en cuanto se presumen que un perro no muerde, son toos a tirarle del rabo. Como le vieron tan callao y tan humilde, se dijeron: «¡Ha llegao la nuestra!» A mí me dio lástima, e iba a salir por él. No hizo falta. El perro mordió.

PRESIDIARIO.-  Y cogió carne.

CANO.-  En cuanto el Mellao, ese charrán que aún se cree que anda por las tabernas asustando a los tontos, la tomó con él, ya le viste. Al principio procuraba zafarse de la bronca; pero al convencerse de que no tenía más remedio de pegar o que le pegasen, se fue pa el Mellao, alzó el puño y lo tiró roando contra la tapia con la cara llena de sangre.

PRESIDIARIO.-   ¡Buen golpe fue! ¡Lo espaletilló!

CANO.-   Y luego al otro, al Churro, que se le venía dando voces y haciendo esplantes y ramitagos con la cuchara... De poco le sirvieron. Juan José le tendió la zarpa, le trincó, así, por la muñeca, y salieron por un lao el Churro y la cuchara por el otro... ¡Inútil le ha dejao pa unos días!... ¡Na, que es un bravo! ¡Desde entonces le miran con un lente!

PRESIDIARIO.-   Y desde entonces no ha vuelto a meterse con nadie. Sigue como cuando bajó: huraño, callao y sin que un alma le saque las palabras del cuerpo. Contigo es con el único con quien se franquea unas miajas.

CANO.-   Porque es agradecío, y no olvida de lo que yo quise hacer por él.

PRESIDIARIO.-   ¿Te ha contao los motivos de su desgracia?  (El CANO hace con la mano el movimiento de robar.)  Un robo corriente; pero antes del robo ha de haber una historia mu negra. Él está muy preocupao. ¿Tú no sabes?...

CANO.-   Aunque lo supiera no te lo contaría. Que te lo cuente él si le da la gana. Lo que sí te digo, es que le aprecio, y he de hacer lo que puea por él.  (Como respondiendo a sus pensamientos.)  Esta noche salimos juntos en la condución, y nos toca ir apareaos. ¡Como él quiera!...

PRESIDIARIO.-    (Con curiosidad.)   ¿Qué?

CANO.-    (Con mal gesto.)  ¡A ti qué te importa! ¡Déjame en paz!

PRESIDIARIO.-   (Con tono sumiso.)  ¡Bueno, hombre!  (Mirando hacia la derecha.) Miá por aonde viene. Sin fijarse en na, con los ojos clavaos en las baldosas Y los brazos cruzaos. Se encamina pa aquí.

CANO.-   Pues alivia, que necesito hablar con él y quiero estar solo.

 

(Con imperio. Entra JUAN JOSÉ por la derecha en actitud reconcentrada y triste, y se dirige hacia donde está el CANO sin reparar en él. El PRESIDIARIO sale por la rompiente de la izquierda.)

 


Escena II

 

JUAN JOSÉ y el CANO.

 

CANO.-    (Deteniendo a JUAN JOSÉ por el brazo cuando éste llega al lado suyo.)  ¿Qué hay, Juan José?

JUAN JOSÉ.-  ¡Qué quieres que haya! ¡Penas; lo de siempre; lo que tengo desde el día en que la miseria y el cariño de una mujer me volvieron loco!

CANO.-   ¡Bah, chico, lo que no tié remedio no lo tié, y sansacabó!... Pecho al agua, que el mundo es ancho, y en el presidio hay muchas puertas.

JUAN JOSÉ.-   ¡No es el presidio lo que me trae así! Ocho años son muy largos y tienen muchos días, muchos y muy tristes; sin más consuelo que el que recibe uno de afuera. Parece que no van a acabarse nunca... y se acaban. Entre tantas horas de sufrimiento hay una en que te gritan: «¡Ya eres libre; ya pagaste el daño; anda, sal, vuelve con los tuyos, con los que han sufrío por ti mientras tú sufrías por ellos; vuelve donde te esperan, contando minuto a minuto los que faltan pa que llegues tú!» ¡Aguardando a que suene esa hora puede uno paecerlo todo; porque esa hora, con ser una sola, paga las demás, con ser las demás tantas y tan crueles; ¡pero cuando con el presidio acaba una pena y empieza otra; cuando sabes que nadie vendrá a verte a la reja, que nadie te esperará tampoco al salir, entonces la misma libertá mete miedo, y por mucho corazón que tengan los hombres, no pueden hacer más que desgarrárselo con las uñas, y llorar pa dentro y maldecir, apretando los dientes! ¡Eso es lo que me pasa a mi!

CANO.-   ¿Y a quién no le ha pasao algo parecío? ¿Te piensas que el mundo es una viña? Pues al que no le ahorcan por la cabeza lo ahorcan por los pies. Custión de postura. ¿Y no sabés tú lo que hay que hacer? Lo que yo. Tener cachaza y mala idea y esperar; el que sabe esperar, tarde o temprano se sale con la suya.

JUAN JOSÉ.-   ¡Esperar!  (Con desaliento.)  Esperar, ¿a qué?

CANO.-  ¿A qué? A cobrarte; a desquitarte de la charraná que te ha jugao la que te ha metío a ladrón y ya no se acuerda de ti.

JUAN JOSÉ.-   ¡Que no se acuerda!...  (Con ansiedad.)  ¿Estás seguro?

CANO.-   ¡Es lo más probable! ¡No te hagas ilusiones!

JUAN JOSÉ.-   ¡Cómo no he de hacérmelas, si mi vida está en esa mujer!...

CANO.-    (Con desprecio.)  ¡Bah!...

JUAN JOSÉ.-   El día de la audiencia, al entrar en la sala donde iba a jugarse mi suerte, no tenía más que una idea, ésta: Ella vendrá aquí a declarar con los testigos; ¡voy a verla, a oírla, a tenerla un momento cerca de mí! Lo demás no me importaba nada; ¡y lo demás era mi castigo, mi honra, mi sentencia!... ¡Ya ves!... Cuando supe que no venía por impedírselo una enfermedá, justificá por un certificao de los médicos, pensé que acababa de sucederme todo lo malo que me podía suceder en aquella casa, y escuché la sentencia encogiéndome de hombros; y volví a la cárcel preguntándome, lo que me pregunto a todas horas: ¿Qué será de ella? ¿Por qué no viene a verme? ¿Qué debo creer?...

CANO.-   Cree lo peor, y estarás cerca de no engañarte.

JUAN JOSÉ.-   ¡Y luego, Andrés, mi amigo, sin contestar a la primera carta que le hice escribir, sin contestar tampoco a la que tú le pusiste hace cuatro días. ¿Por qué no me contesta?

CANO.-   Porque no habrá podío, o porque no le habrá dao la gana. Vete a averiguar. Lo seguro es que te encuentras solo y que debes pensar en algo.

JUAN JOSÉ.-   ¿En qué?... ¿En mi desgracia?... ¿En el presidio que me espera?...

CANO.-   El presidio no es tan malo como paece, así, visto de golpe, la primera vez que se entra en él. El que tie valor, y puños, y no es tonto, pue hacerse el amo, y el amo está bien en cualquiera parte; en la cárcel, como en su casa; en su casa, como en un monte, y en un monte, como en un trono. La cuestión es mandar. El demonio vive en los infiernos y es rey... Tú también puees vivir a gusto en presidio, y buscártelas cuando salgas de él.

JUAN JOSÉ.-   (Con asombro.)  ¡Yo!... ¡Buscármelas yo como tú te las buscas!... ¡Como se las buscan los otros!...

CANO.-   ¡A ver!

JUAN JOSÉ.-  ¡No, yo no haré eso!  (Con energía.)  ¡Perdona, Cano; pero la vida vuestra no es pa mí! ¡Me da repunancia! ¡Yo sólo apetezco rematar mi condena, y saber de Rosa, y volver a ser lo que he sido antes!

CANO.-    (Con ironía.)  ¡Lo que ha sío antes!

JUAN JOSÉ.-   Lo que fui siempre, siempre; hasta después de hacer lo que hice. Un hombre honrao.

CANO.-   ¡Pa ti, que podrás serlo! No deliries, muchacho.

JUAN JOSÉ.-    (Sorprendido.)  ¡Delirar!...

CANO.-   Tú ya no puees ser más que una cosa, licenciao de presidio.

JUAN JOSÉ.-   (Con angustia.)  ¡Qué!...

CANO.-   Sal de aquí; vete a peír trabajo; acércate a la gente honraa, y verás lo güeno.

JUAN JOSÉ.-   ¿Qué es lo que voy a ver?  (Con espanto.) 

CANO.-   Que nadie le da trabajo a un sentenciao por robo; que nadie abre las puertas de su casa a un ladrón.

JUAN JOSÉ.-    (Con angustia y como aterrado por las palabras que acaba de decir el CANO.) ¡Oh!...

CANO.-   La noche que robaste a un hombre, tomaste en tu mundo, en el mundo de las personas honraas, billete pa otro mundo distinto: el nuestro. En estos viajes no hay billete de vuelta.

JUAN JOSÉ.-   ¡No; no digas eso; porque me da horror escucharte!... ¡Yo!...

CANO.-   ¡Too es hasta que uno se acostumbra! ¡Luego se hace a ello el garlochí y en paz!

JUAN JOSÉ.-   ¿Pero tú hablas de veras? ¿Crees lo que piensas? ¿Estás seguro de que todo ha acabao pa mí?

CANO.-   ¡No; sacabó aquello y empieza esto!

JUAN JOSÉ.-    (Con energía.)  ¡No!... ¡No!... ¡Yo no entro en esa vida!...   (Con desesperación.)  ¡Una vida de crímenes, de remordimientos, sin más esperanza que el presidio!... ¡No!... ¡Te repito que no!...

CANO.-   ¡Los crímenes!... ¡Los remordimientos!... ¡Ptchs!... ¡Por lo que hace al presidio, ya te lo dije antes: del presidio se sale!

JUAN JOSÉ.-   Cuando se cumple.

CANO.-   O sin cumplir, si sabe uno arreglárselas.

JUAN JOSÉ.-   Eso lo dices...

CANO.-   ¡Y lo pruebo!

JUAN JOSÉ.-   ¡Probarlo! ¿Cómo?

CANO.-   Como se prueban estas cosas; haciéndolas. Como tengo confianza en ti, no te oculto los planes míos; al contrario, estoy pronto a darte parte en ellos. Si quiés escaparte esta noche conmigo, no tiés más que abrir la boca.

JUAN JOSÉ.-   ¡Esta noche!

CANO.-   Al salir de la cárcel; en el camino de la estación. Vamos apareaos. Es coser y cantar.

JUAN JOSÉ.-   ¡Escaparnos!... ¿Te has vuelto loco? ¿Y los grillos? ¿Y la caena?

CANO.-    (Con desprecio.)  ¿Eso? Se lima.

JUAN JOSÉ.-   ¡Que se lima!... ¿Cuándo? ¿Con qué?

CANO.-   ¿Cuándo?... En el tiempo que estamos ataos en el patio. ¿Con qué? Con esto.  (Saca del bolsillo una moneda de veinte reales.) 

JUAN JOSÉ.-   ¿Dinero?

CANO.-   ¡No seas gili!... Pa los vigilantes esto es una monea; pa mí es una caja. Mírala bien.  (Hace como quien desenrosca la moneda, y la deja dividida en dos partes; la de la parte de abajo tiene un hueco libre.)  La monea está hueca y se abre así, desenroscándola.

JUAN JOSÉ.-    (Con asombro.) ¡Es verdad!

CANO.-   También se trabaja pa uno en presidio. ¿Ves?  (Sacando del fondo de la caja una laminilla de acero.)  ¿Qué te paece a ti esto?

JUAN JOSÉ.-   Una hojilla de acero.

CANO.-   ¡Y qué pequeña! No paece na; pues es la libertá, porque es una lima.

JUAN JOSÉ.-   ¿Esto?  (Con sorpresa.) 

CANO.-   ¡Esto! Sabiéndola manejar corta más que las grandes. Con esto se lima la caena... ya te diré cómo. Nadie lo nota; ni los que remachan el anillo; sales andando, busca una ocasión, das un golpe en los hierros, salta la caena y aprietas a correr. Llevas la contra de que un guardia te meta una bala en el cuerpo, y te tumbe patas arriba; pero de alguna muerte se tié que morir. Si no te matan, estás libre. ¿Quieres?

JUAN JOSÉ.-   No es la muerte lo que me asusta...

CANO.-   En tal caso...

JUAN JOSÉ.-   ¿Y si lo cogen a uno vivo? Recargo de pena, más años de martirio, de encierro... No; yo no hago eso, Cano; callaré, pero no te sigo. Aún confío, aún creo que cuando salga de presidio podré volver a ser honrao; aún espero encontrar a Rosa, convencerme de que no es culpable, trabajar pa ella... ¡Qué se yo!... ¿Son delirios? Bueno: déjame con los delirios míos, y escapa.

CANO.-   ¡Tú sí que eres loco rematao!

 

(Entra el PRESIDIARIO por la derecha y se dirige a JUAN JOSÉ.)

 


Escena III

 

JUAN JOSÉ, el CANO y un PRESIDIARIO.

 

PRESIDIARIO.-   ¿Juan José?...

CANO.-    (Con dureza.) ¿A qué nos vienes a estorbar?

PRESIDIARIO.-   Es que el vigilante me ha mandao con un recao pa éste.

JUAN JOSÉ.-   ¿Pa mí?

PRESIDIARIO.-   Me ha dicho: busca a Juan José, y dale esta carta.

JUAN JOSÉ.-   ¡Una carta!... ¿Dónde la tienes?  (Con impaciencia.) 

PRESIDIARIO.-   Aquí está.  (Enseñando una carta a JUAN JOSÉ.) 

JUAN JOSÉ.-    (Arrebatándole la carta.)  ¡Dámela!... Tráela pronto.

 

(El PRESIDIARIO se dirige a la izquierda, por donde sale. JUAN JOSÉ saca la carta del sobre -que vendrá abierto- con precipitación; la abre y se queda con ella entre las manos dándole vueltas y mirándola.)

 

CANO.-   Vamos, ¿a qué esperas?

JUAN JOSÉ.-    (Con tristeza.)  ¿No sabes que no sé leer? Léemela tú.

 

(El CANO coge la carta que JUAN JOSÉ le entrega.)

 


Escena IV

 

JUAN JOSÉ y el CANO; al final, el PRESIDIARIO.

 

CANO.-    (Leyendo.)  «Madrid, quince...»

JUAN JOSÉ.-   No; eso no; a la firma... ¡Lo primero, la firma!  (Con impaciencia. Con tono de esperanza.)  ¡Si fuese de ella!... ¡Anda, pronto, lee la firma!  (Con impaciencia y anhelo.) 

CANO.-   ¿La firma?  (Volviendo una cara de la carta.)  La firma dice: Andrés.

JUAN JOSÉ.-    (Con desaliento.)  ¡Andrés!...  (Con tristeza profunda.)   ¡No es de ella!

CANO.-    (Leyendo.) «Querido Juan José: Me alegraré que al recibo de ésta...»

JUAN JOSÉ.-    (Interrumpiéndole.)  Salta, salta; un poco más abajo; donde acaba el saludo.

CANO.-  Allá voy...  (Como si recorriese los renglones.)  «La mía... a Dios gracias...» Aquí. «Sabrás de cómo no te he escrito antes, porque he estao afuera trabajando; luego no te quería contestar, porque como lo que tú me pedías eran noticias de la Rosa... y...   (Deteniéndose.) 

JUAN JOSÉ.-    (Con gran impaciencia.)  ¿A qué te detienes? No te detengas. Sigue.

CANO.-  «Y no eran buenas, pues por eso note escribí.»

JUAN JOSÉ.-    (Con angustia.)  ¡Adelante!...

CANO.-   (Leyendo.)  «Pues sabrás de cómo no te puse dos letras, por eso; porque te quería evitar un disgusto, que bastante tienes con estar en presidio por ella; así hubieran degollao a la primera que nació.»  (Deja de leer.)  Este gachó es un vivo.

JUAN JOSÉ.-   No te pares; ¿no ves que me estoy muriendo de ganas de saberlo todo?

CANO.-    (Volviendo a la lectura.)  «En fin, como alguna vez han de contártelo y me lo pides con tantas fatigas, allá va: La Rosa está buena; lo de la enfermedad fue una farsa. No fue al juicio porque no quiso verte; y como ahora tiene enflujo y dinero, pues lo arregló.»

JUAN JOSÉ.-   ¡No quiso verme!... ¡A mí!  (Con desesperación. Reponiéndose. Al CANO.)  ¿Qué más?

CANO.-    (Leyendo.)  «Ahora están en grande; no se ha mudao de casa; pero vive en el principal, y vive con Paco...»

JUAN JOSÉ.-    (Con espanto, odio y dolor.) ¡Con Paco!... ¿Eso es cierto?... ¿Has leído bien?...  (Con desesperación.)  ¿Dónde dice eso?... ¡A ver!, ¡enséñamelo!. ¡que yo lo vea!... ¿Dónde lo dice?... ¿Dónde, Cano, dónde?

CANO.-    (Señalándole con el dedo un párrafo de la carta.)  En este renglón. Míralo...

JUAN JOSÉ.-    (Se abalanza a mirar la carta y el sitio de ella donde señala el CANO.)  ¡Mirarlo!...  (Con angustia.)  ¡Cómo lo voy a mirar, si no entiendo esas rayas!...  (Al CANO.)  ¿Pero se ha ido con él?... ¿Lo dice ahí?... ¡Sí, lo dice! ¡Pa qué ibas a engañarme tú!... ¡Está con él!... ¡Con él!...  (Reponiéndose; con calma siniestra.)  Sigue, Cano, sigue; léelo todo. Después de lo que me has leído, ¿qué cosa mala ha de venir? Lee desde donde pone «vive con Paco».

CANO.-   (Leyendo.) «Vive con Paco, y vive, como te decía antes, en nuestra casa, en el principal; hecha una princesa. Por supuesto, que ni la Toñuela ni yo la saludamos. Aquí la tienes con su maestro de obras, mientras tú te pudres en presidio. Ya lo sabes todo.»

JUAN JOSÉ.-   ¡Todo, sí; todo!... ¡Qué más necesito saber!...  (Se deja caer sobre el poyo con abatimiento profundo.) 

CANO.-    (Leyendo sin que JUAN JOSÉ le oiga.)  «Consérvate bueno, y con expresiones de la Toñuela, manda en lo que se ofrezca a tu amigo, que lo es, Andrés Pérez.»

JUAN JOSÉ.-    (Levantándose.)  Trae esa carta; tráela, que yo lo toque. ¡Paece mentira que un cacho de papel haga tanto daño!...

 

(Entra el PRESIDIARIO por la derecha.)

 

PRESIDIARIO.-   ¡Cano!

CANO.-   ¿Qué?

PRESIDIARIO.-   Te llaman en la Dirección.

CANO.-   Voy a escape.  (A JUAN JOSÉ.)  No te olvides de lo que hemos hablao.

 

(Sale el CANO por la derecha.)

 


Escena V

 

JUAN JOSÉ, sólo.

 

JUAN JOSÉ.-    (Con desesperación.)  ¡Con Paco!... ¡Y no hay duda!... No la puede haber. Tengo la prueba; ¡y está escrita!... La tengo aquí, ¡aquí!...   (Mirando la carta que conserva en la mano. Desdobla la carta.)  ¡Aquí es donde pone: «¡Rosa vive con Paco!...»  (Recorre la carta con los ojos.)  Lo pone, sí; pero ¿dónde lo pone?... ¿En qué cara?... ¿En qué sitio?...  (Revolviendo la carta en todos los sentidos.)  ¿Será en éste?... ¿Será más arriba?...  (Con amargura desesperada.)  ¡No sé!  (Con sarcasmo doloroso.)  Parece que estos garrapatos malditos juegan al esconder con mi pesadumbre, y me dicen: Aquí está eso de que Paco vive con Rosa; pero, ¿a qué no sabes en dónde está?... ¿A qué no lo encuentras?...  (Con angustia y cólera.)  ¡Y no lo encuentro!  (Con profunda amargura.)   ¡Dios mío, qué desgracia tan grande la de los que nacen como yo!... ¡Ni a leer aprenden! No les enseñan; y cuando llega un instante así, en que con cuatro rayas de tinta le tiran a uno el mundo sobre la cabeza, se ve uno privao hasta del último consuelo, del único que le queda ya: ¡Buscar esos renglones y tragárselos con los ojos, y apretujarlos con los deos, y atravesarlos con los dientes!... ¡Con qué placer retorcería yo, y mordería yo esas cuatro palabras: «¡Rosa vive con Paco!» ¡Nada más que ésas! ¡Esas solas!... ¡Y no puedo! ¡No puedo! ¡No puedo más que estrujar la carta al tuntún, como si todo fuera igual, el cariño de Andrés y la infamia de Rosa; la firma del amigo y la traición de la mujer!... ¡No es eso; no es eso lo que deseo yo!... ¡Es un renglón solo el que necesito, el que quiero estrujar y morder, y romper en tantos pedazos como pedazos me ha hecho el alma!... ¡Y no sé cuál es; no lo sé; no sé dónde está!...  (Después de una pausa.)  ¡Ella con Paco!... ¡Rosa, mi Rosa de otro! ¡Del hombre a quien aborrezco más en el mundo!...  (Con profunda pena, y rompiendo en sollozos. Con ira.)   ¡Y lloro!... Los hombres no lloran; se desquitan.  (Con energía rencorosa. Con sarcasmo.)  Ellos dirán: «Tiene pa mucho tiempo; pa ocho años; después, veremos. ¡A gozar, mientras él padece!» ¡Cómo se reirán de mí!...  (Con expresión de odio y acento de venganza.)  ¡No se reirán mucho; lo juro por todo el odio que les tengo!... El Cano me ha dicho que esta noche podemos escaparnos... ¡Conformes! Esta noche o caeré muerto en la carretera de un tiro, o estaré libre: y si estoy libre, reiremos todos...  (Con acento sombrío.)  ¡Todos!... ¡Ellos y yo!...

 

(Entra el CANO por la derecha.)

 


Escena VI

 

JUAN JOSÉ y el CANO.

 

CANO.-   Ya estoy aquí de vuelta.

JUAN JOSÉ.-   Me alegro, porque me corría prisa hablarte. ¿Estás seguro de que nos podemos escapar esta noche?

CANO.-   Te respondo con mi cabeza.

JUAN JOSÉ.-   Y después de escaparnos, ¿podremos entrar en Madrid sin que nos vea nadie?

CANO.-   Si quieres, también... Tengo aonde ir y aonde nos proporcionen ropa pa disfrazarnos y herramientas pa defendernos. Dinero llevo yo.

JUAN JOSÉ.-  Cuenta conmigo; huiremos juntos.

CANO.-    (Con alegría.) ¿Por fin te decides?

JUAN JOSÉ.-    (Con tono sombrío y resuelto.)   ¡Sí! ¡Me decido!

CANO.-   Pues hasta luego, y sonsi.  (Tendiéndole la mano.) 

JUAN JOSÉ.-   (Estrechando la mano del CANO con fuerza.) ¡Hasta luego!





Cuadro II


Escena I

 

(ROSA e ISIDRA.)

 

ROSA.-   (Como si acabara de secarse las manos y colgando la toalla en un travesaño que tendrá el tocador. A ISIDRA.)  No traiga usté más este jabón. Me pone muy ásperas las manos.

ISIDRA.-   Pues, hija, a mí por bueno me lo dieron. Ya ves, dos pesetas.

ROSA.-   Es rematao. Tráigame usté mañana una caja del otro; aquel blanco que huele tan bien. ¿Y mis sortijas?... ¡Aquí están!   (Sacando tres o cuatro sortijas de un joyero que habrá encima del velador.)  Voy a decirle a Paco que me compre un ajustador, porque ésta me viene ancha.  (Una de las sortijas, las cuales se habrá ido poniendo mientras habla.) 

ISIDRA.-    (Acercada a ella para enseñarle las sortijas.)  ¡Y qué hermosa es!... No se cansa una de mirarla. ¡Vaya unas luces!

ROSA.-   Cien duros costó.

ISIDRA.-   Cuéntamelo a mí que fui a comprártela con Paco. Miá que está enamorao. No hay gasto que le paezca grande siendo pa tu persona.

ROSA.-  Paco es un Dios pa mí. Me basta decirle esto me apetece, pa que lo traiga; y en tocante a cariño, usté lo está viendo; cada día me quiere más.

ISIDRA.-   Y tú a él.

ROSA.-   Sí, señora; y él se lo merece; le quiero, es el único hombre a quien he querido de verdá.

ISIDRA.-   Sí; pero el cariño a palo seco tiene mal pasar.  (Como tratando de quitar importancia al recuerdo de JUAN JOSÉ.)  Eso es una historia acabaa; no hay pa qué mentarla.

ROSA.-   ¡Verdá!  (Después de una pausa, cogiendo un peine del tocador y dirigiéndose al armario de luna, cuyas velas enciende.)  Voy a arreglarme un poco el pelo.  (Empezando a soltarse el pelo.)  Paco me ha dicho que saldremos juntos esta noche.  (Peinándose.) 

ISIDRA.-   ¿Y la criáa nueva?.

ROSA.-   Mañana vendrá. Falta me hace, porque llevo unos días... Si no fuese por usté que me ayuda.

ISIDRA.-   ¡No he de ayudarte, hija; si gracias a ti y a tu Paco estoy en la gloria!... ¡Eso es portarse!

 

(Sale PACO por la puerta de la izquierda, donde se detiene, contemplando a ROSA con cariño.)

 


Escena II

 

ROSA, ISIDRA y PACO.

 

PACO.-    (Desde la puerta de la izquierda. A ROSA, en tono de broma y con cariño.) No hay como tener una buena mata de pelo pa presumir.

ROSA.-   (Con coquetería.)  ¡Pues, hijo, todo es mío!

PACO.-    (Con gachonería y cogiendo el pelo a ROSA entre sus manos.)  ¡Y mío!

ROSA.-    (Con cariño.)  De eso no hay que hablar...  (Rechazando a PACO.)  ¡Quita, que no puedo peinarme!...  (Mirando a PACO y acercándose a él con el peine metido en el pelo.)  Ya podías arreglarte ese lazo, el de la corbata. Lo llevas con una punta mirando palas nubes y la otra pa las alcantarillas. ¡Trae, que te lo arreglaré yo, desastrao!...  (Arreglando la corbata a PACO.)  Así.

PACO.-    (Mirando a ROSA con pasión. A ISIDRA.)  ¿Lo ve usté, señá Isidra? ¡Hay que comérsela!...  (A ROSA.)  ¿Tardarás mucho en aviarte?

ROSA.-   No.

PACO.-   Pues, en tanto acabas, voy a la taberna a ajustar cuentas con los capataces. Mañana es sábado y hay que pagar a la gente.

ROSA.-   ¡No tardes!

PACO.-  ¡Calcula!... En cuanto que termine, subo, y nos vamos a dar una vuelta por la verbena en coche. Julián y Faustino me han dicho que irán también con la Indalecia y con la Antonia. Allí nos reuniremos con ellos, y luego nos iremos juntos a tomar un bocao...  (A ISIDRA.)  Venga usté con nosotros.

ISIDRA.-  No, hijo; yo no estoy pa verbenas; pa lo que estoy es pa meterme en cama; lo que haré dentro de un poquillo.

PACO.-  Pues hasta mañana, y que usté descanse.

 

(PACO coge un sombrero ancho, claro, que habrá encima de la mesa, y sale por el fondo.)

 


Escena III

 

ROSA e ISIDRA.

 

ROSA.-    (Volviéndose hacia la ISIDRA.)  Ya me peiné.

ISIDRA.-  ¡Vaya si estás guapa!... Vales... así como el doble que hace ocho meses.

ROSA.-   Es que el trabajo y las necesidades matan mucho... ¡Si aún no sé cómo yo...!

ISIDRA.-   ¡Locuras que hacemos las mujeres!... Gracias a que abriste a tiempo los ojos.

ROSA.-    (Que mientras habla ha estado en el tocador, pasándose una borla de polvos por la cara.)  ¡Ya!... ¡Ya!...  (Contemplándose en el espejo del tocador.) 

ISIDRA.-  ¿Qué vestido vas a ponerte?

ROSA.-  Esta misma falda y la blusa encarnaa. Allí la tengo, en aquel cuarto.  (El de la derecha.)  Voy a buscarla.  (Entra en el cuarto de la derecha.)  En seguida vuelvo.

ISIDRA.-   ¿Quieres que te ayude?

ROSA.-    (Dentro.) No hace falta. Sáqueme usté de ese armario el mantón.

ISIDRA.-   ¿Cuál de ellos?

ROSA.-   (Dentro.)  El negro de Manila, bordao.

ISIDRA.-    (Abre el armario de la izquierda del fondo.) ¡Tienes aquí una tienda!  (Registrando entre la ropa.)  ¿Dónde tienes el mantón?

ROSA.-    (Dentro.)  A la derecha; junto al vestido azul.

ISIDRA.-   Ya di con él. ¡Cuidao si es rico!...  (Mirando el mantón.)  Aquí te lo dejo; en esta silla.

 

(Deja el mantón sobre una silla. Sale ROSA de la habitación de la derecha, abrochándose la blusa.)

 

ROSA.-   ¡Malditas mangas!... Cuesta un año metérselas.

ISIDRA.-   ¿Quieres algo más?

ROSA.-   Nada; hasta mañana. Deje usté entornaa la puerta de la calle pa cuando suba Paco.

 

(Sale ISIDRA por el segundo fondo, y deja entornada la puerta.)

 


Escena IV

 

ROSA; al final, JUAN JOSÉ.

 

ROSA.-    (Acabando de abrocharse la blusa delante del espejo.)  Ya está. Ahora, un pañuelillo de sea al cuello.  (Se dirige al tocador, abre un cajón y hace como que busca en él; luego, saca un pañuelo.) Este.  (Doblando el pañuelo y anudándoselo a la garganta.)  ¿Con qué lo sujeto?... Con el alfiler de oro.  (Coge un alfiler de oro del joyero y se dirige al armario de luna, donde acaba de arreglarse el pañuelo.) Con esto, sobra pa que rabien de envidia la Indalecia y la Antonia. ¡La verdá es que no hay dos como Paco!  (Con alegría.)  ¡Esto es vivir a gusto!  (Entra por la puerta del fondo JUAN JOSÉ.) 

JUAN JOSÉ.-    (Desde el fondo.)  ¡Por fin!...

ROSA.-   ¡Entran!...  (Sin volver la cabeza.)  ¿Eres tú?

JUAN JOSÉ.-    (Avanzando con calma siniestra.)  ¡Sí, yo! No el que tú esperabas; pero soy yo.

 

(ROSA levanta los ojos y ve reflejada en la luna del espejo la figura de JUAN JOSÉ.)

 

ROSA.-    (Con espanto.)  ¡Juan José!...  (ROSA, con la cabeza baja.) 



Escena V

 

ROSA y JUAN JOSÉ.

 

JUAN JOSÉ.-   (Luego de hacer la pausa que indica la acotación anterior, avanza algunos pasos hacia ROSA y se detiene, sin apartar los ojos de ella.)  ¡Con qué lujo vives!... ¡Y qué bien trajeá estás!... ¡Vaya que no te has vendido por cualquier cosa!  (Con sarcasmo y dolor.) 

ROSA.-   ¡Dios mío!...  (Sin atreverse a cambiar de actitud.) 

JUAN JOSÉ.-   (Con sarcasmo.)  ¿No te atreves a volverte pa mí?... ¿Tienes miedo?... ¿Te da reparo hablar conmigo?... ¡Reparo!... ¡Bueno que lo tuvieses antes de que yo robara pa ti! ¡Entonces era yo honrao, y tú, no!... ¡Ahora somos iguales!

ROSA.-    (En la misma actitud y con tono de súplica.)   ¡Juan José!

JUAN JOSÉ.-   ¿Conque tienes miedo?... ¡Claro! ¡La sorpresa!  (Con ira reconcentrada.)  ¡Cómo ibas a pensarte que yo, condenao a ocho años de presidio, iba a venir, así, de pronto, y a entrar en tu casa, y a echarte en cara el mal que me has hecho!... ¿Cómo ibas a pensarlo?...  (Con amenazadora calma.)  ¡Pues he venido; ya lo ves!

ROSA.-   ¡Has venido!...

JUAN JOSÉ.-  ¡Sí!  (Cogiendo a ROSA por el brazo y obligándola a que se vuelva hacia él.)  ¡Vamos, vuélvete de frente pa mí!  (Con cólera.)  ¿Sabes a qué he venido?

ROSA.-    (Con terror.)  ¡Oh! ¡Por caridá!

JUAN JOSÉ.-   ¡Caridá!... ¿De quién voy a tenerla?... ¿La ha tenido alguien de mí en el mundo?

ROSA.-   ¡Tenla tú de mí!  (Como aturdida y sin saber lo que dice.)   ¡Vete, por Dios! ¡Vete!

JUAN JOSÉ.-  ¡Que me vaya!  (Rompe a reír con risa siniestra.)  Mira; no creía reírme, y me has hecho reír... ¡Que me vaya!... ¡Estás loca!

ROSA.-    (Con espanto.)  ¿A qué vienes?... ¿A qué vienes? Dilo.

JUAN JOSÉ.-   A cobrarme en una hora ocho meses de angustia. ¡Ocho meses que he pasao abandonao, solo, imaginando la verdá! ¡Que me habías dejao por otro!... ¡Qué noches tan horribles las mías!... ¡Cuando mi cabeza se dejaba caer en la almohada de crin, veía la tuya dejándose caer en el hombro de él; y miraba tus ojos puestos en los del otro, mientras se clavaban los míos en la oscuridá; y os contemplaba juntos, muy juntos, mientras yo mordía la manta pa ahogar mis sollozos!... ¡Eso he hecho yo: blasfemar, llorar, dudar de ti, y después, ni dudar siquiera; convencerme de tu engaño, y huir de la cárcel, y buscarte a ti, y buscarle a él!... ¡Y aún me preguntas a qué vengo a esta casa!... Vengo a matar a Paco.

ROSA.-    (Con terror.)  ¡A matarle!

JUAN JOSÉ.-   ¡Sí!

ROSA.-   ¡Tú matarle a él!... ¡Tú matar a mi Pa...!  (Conteniéndose como comprendiendo el efecto que hacen sus palabras en JUAN JOSÉ.) 

JUAN JOSÉ.-   (Con odio y asombro.)  ¡Tu Paco!... ¿Has dicho tu Paco?... ¡Y lo dices delante de mí!  (Con ira y amargura profundas.)  ¿Pero te has olvidao de que primero que él fuese tu Paco he sido yo tu Juan José?

ROSA.-    (Con terror.) ¡Márchate! ¡Márchate, por Dios!... ¡Si él viniese!...

JUAN JOSÉ.-   Eso aguardo, que venga. ¿No ves que de ti no he hablao entoavía?... ¡Que no te digo aún lo que de ti deseo!... Pues es por eso; porque le espero a él, a Paco, ¡a tu Paco!

ROSA.-    (Con ansiedad.) ¡No; no harás lo que dices! ¡Yo lo evitaré!

JUAN JOSÉ.-    (Con desprecio.)  ¿Cómo?

ROSA.-  ¡Avisando! ¡Gritando!

JUAN JOSÉ.-    (Con ferocidad.) ¿Avisarle?... No tienes tiempo... ¡Gritar!... Tan cierto como te he querido con toda mi alma, que si gritas, te mato a ti también.

ROSA.-    (Aterrada.)  ¡No, Juan José! ¡Te lo suplico!... ¿Quieres que te lo pida con los brazos en cruz?... ¡No lo esperes!... ¡Perdóname!... ¡Vete!

JUAN JOSÉ.-   ¡Perdonarte cuando pides por él! ¡Irme!... ¡Claro; tan hecha estás a mandar en mí, a que nunca haya dicho «no» cuando me has suplicao, que hasta ahora mismo, en este momento, crees que te haré caso, que me iré!... Crees mal; no me voy. Espero.

ROSA.-   ¡Por piedá!

JUAN JOSÉ.-   ¡Piedá! ¡A otros hombres pueden ablandarles el corazón pidiéndoles por sus padres, por sus madres, por sus hermanos, por sus hijos, por un cariño que tire de ellos!... ¡A mí, no! ¡Yo no tengo padres, ni hermanos, ni familia!... ¡Nada!... ¡Te tenía a ti, y te he perdido! ¡No hay nadie que pueda llamar a éste!   (El corazón.)  ¡Nadie! ¡Conque no supliques, porque tus súplicas dan en piedra!

ROSA.-  ¡Oye!...

JUAN JOSÉ.-    (Con firmeza.)  ¿No has oído que no?  (Prestando atención hacia fuera.)  ¡Suben!...

ROSA.-    (Poniendo tambien atención.)  ¡Sí!  (Con angustia.)  ¡Es él!... ¡Son sus pasos!   (Con terror.) 

JUAN JOSÉ.-   ¡Sus pasos!...  (Con amargura e ira.) ¡Conoces sus pasos!... Nunca has conocido los míos.  (Con desesperación.)  ¡Te juro que no volverás a oír los de él!  (Se dirige al fondo.) 

ROSA.-   ¡No!  (Tratando de detener a JUAN JOSÉ.) 

JUAN JOSÉ.-   ¡Que no! ¡Pues si la esperanza de matarlo es lo único que me tiene vivo!... ¡Quita mujer, quita!...

 

(Rechaza a ROSA con violencia; ésta cae al suelo, y JUAN JOSÉ sale precipitadamente por el fondo, cuya puerta cierra tras él.)

 


Escena VI

 

ROSA, luego JUAN JOSÉ.

 

ROSA.-   ¡No!  (Levantándose.)  ¡Imposible!... ¡No!  (Se dirige hacia la puerta del fondo y la empuja.)  ¡Cerrada!... ¡Y Paco!...  (Como si prestara atención.)  ¡Qué! ¡Qué grito es ese!...  (Con desesperación.)  ¡Paco!... ¡Abre, por Dios, abre!...

 

(Se abre la puerta del fondo y entra por ella JUAN JOSÉ en actitud descompuesta. ROSA retrocede con espanto; luego avanza hacia JUAN JOSÉ.)

 


Escena VII

 

ROSA y JUAN JOSÉ; PACO, muerto.

 

ROSA.-    (A JUAN JOSÉ, con espanto.) ¡Tú! ¿Y Paco?... ¿Qué has hecho de Paco?

JUAN JOSÉ.-   (Señalando hacia el fondo, con alegría salvaje.)  Ahí lo tienes.

ROSA.-  ¡En el suelo!  (Mirando hacia el fondo.)  ¡Muerto!

JUAN JOSÉ.-   ¡A la fuerza! ¡De los dos uno! Le tocó a él.

ROSA.-    (Con desesperación.)  ¿Le has matao tú?... ¡Tú has matao a Paco, asesino!

JUAN JOSÉ.-    (Con fiereza.)  ¡Asesino, no! Le he matao dándole tiempo pa defenderse; de cara; peleando, como matan los hombres.

ROSA.-    (Con espanto.) ¡Oh!...

JUAN JOSÉ.-   Y lo he matao porque ningún hombre, ninguno, te poseerá mientras yo viva, sin que yo lo mate como a ése.   (Cogiendo a ROSA por el brazo.) 

ROSA.-    (En un arranque de energía.)  ¿Y de qué te sirve haberle matao si era a él, a mi Paco, a quien yo quería?...

JUAN JOSÉ.-    (Con estupor.)  ¡A él!...  (Suelta el brazo de ROSA.) 

ROSA.-   ¡A él!... ¡Y le vengaré!...   (Aprovechando el estupor de JUAN JOSÉ, se dirige al balcón y lo abre.)  ¡Socorro!...

JUAN JOSÉ.-    (Levanta la cabeza.) ¿Qué haces?... ¿Gritas?...  (Se dirige hacia ROSA.) 

ROSA.-   ¡Socorro!

JUAN JOSÉ.-    (Apartando a ROSA del balcón, tapándole la boca con una mano y sujetándola con la otra.)  ¡Calla! ¿Hasta cuándo vas a gozarte en mi perdición? ¡Calla!

ROSA.-   ¡Soco...!  (Haciendo esfuerzos para gritar y desasirse.) 

JUAN JOSÉ.-   ¡Calla! ¡No quieras escaparte! ¡Calla!  (Apretando más la boca de ROSA y sujetándola por la garganta.)  ¡No callarás!...  (Después de una breve lucha, viendo que ROSA permanece rígida e inmóvil.)  ¡Ya era razón que callases y no te movieras!  (Suelta a ROSA, que cae muerta en el suelo.)  ¡Calla, sí!...  (Acercándose a ROSA.)  Pero, ¿qué silencio es el suyo?...  (Tocando a ROSA, con angustia.)   ¿Qué es esto?   (Con espanto.)  ¡Esto es la muerte!...  (Con desesperación.)  ¿Y he sido yo?... ¡Yo!

 

(Entra ANDRÉS por el fondo.)

 


Escena VIII

 

Dichos, ANDRÉS, que entra por el fondo.

 

ANDRÉS.-   ¡Un hombre muerto!... ¡Y Rosa!... ¡Quién!...  (Viendo a JUAN JOSÉ.)  ¿Tú?

JUAN JOSÉ.-   ¡Sí!

ANDRÉS.-   ¿Tú?

JUAN JOSÉ.-   ¡Yo! ¡No te digo que yo!

ANDRÉS.-   ¿A qué esperas?... ¡Escápate!... ¡Huye!...

JUAN JOSÉ.-   ¡Huir!... ¿Y pa qué voy a huir?... ¿Qué libro con huir?... ¡La vida! ¡Mi vida era esto  (Por ROSA.) , y lo he matao!







 
 
FIN DEL DRAMA