Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —194→  

ArribaAbajoCanto X

Ufanos los araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales hubo grandes pruebas y diferencias.



   Cuando la varia diosa favorece
y las dádivas prósperas reparte,
¡cómo al ánimo flaco fortalece,
que de triste mujer se vuelve un Marte,
y derriba, acobarda y enflaquece  5
el esfuerzo viril en la otra parte,
haciendo cuesta arriba lo que es llano
y un gran cerro la palma de la mano!
    ¡Quién vio los españoles colocados
sobre el más alto cuerno de la luna  10
de sus famosos hechos rodeados,
sin punto y muestra de mudanza alguna!
¡Quién los ve en breve tiempo derribados!
¡Quién ve en miseria vuelta su fortuna,
seguidos, no de Marte, dios sanguino,  15
mas del tímido sexo femenino!
—195→
   Mirad aquí la suerte tan trocada,
pues aquellos que al cielo no temían,
las mujeres, a quien la rueca es dada,
con varonil esfuerzo los seguían;  20
y con la diestra a la labor usada
las atrevidas lanzas esgrimían,
que, por el hado próspero impelidas,
hacían crudos efetos y heridas.
   Estas mujeres digo que estuvieron  25
en un monte escondidas, esperando
de la batalla el fin; y cuando vieron
que iba de rota el castellano bando,
hiriendo el cielo a gritos decendieron,
el mujeril temor de sí lanzando;  30
y de ajeno valor y esfuerzo armadas,
toman de los ya muertos las espadas.
   Y a vueltas del estruendo y muchedumbre,
también en la vitoria embebecidas,
de medrosas y blandas de costumbre  35
se vuelven temerarias homicidas:
no sienten ni les daba pesadumbre
los pechos al correr, ni las crecidas
barrigas de ocho meses ocupadas,
antes corren mejor las más preñadas.  40
   Llamábase infelice la postrera,
y con ruegos al cielo se volvía,
porque a tal coyuntura en la carrera
mover más presto el paso no podía.
Si las mujeres van desta manera,  45
¿la bárbara canalla cuál iría?
De aquí tuvo principio en esta tierra
venir también mujeres a la guerra.
—196→
   Vienen acompañando a sus maridos,
y en el dudoso trance están paradas;  50
pero, si los contrarios son vencidos,
salen a perseguirlos esforzadas:
prueban la flaca fuerza en los rendidos
y si cortan en ellos sus espadas,
haciéndolos morir de mil maneras,  55
que la mujer cruël eslo de veras.
   Así a los nuestros esta vez siguieron
hasta donde el alcance había cesado,
y desde allí la vuelta al pueblo dieron,
ya de los enemigos saqueado.  60
Que cuando hacer más daño no pudieron,
subiendo en los caballos que en el prado
sueltos sin orden y gobierno andaban,
a sus dueños por juego remedaban.
   Quién hace que combate, y quién huía,  65
y quién tras el que huye va corriendo:
quién finge que está muerto, y se tendía,
quién correr procuraba no pudiendo:
la alegre gente así se entretenía,
el trabajo importuno despidiendo,  70
hasta que el sol rayaba los collados
que el general llegó y los más soldados.
   Los unos y los otros aguijaban
con gran priesa a abrazarse estrechamente;
pero algunos, por más que se esforzaban,  75
la envidia les hacía arrugar la frente:
francos los vencedores se mostraban,
repartiendo la presa alegremente;
que aún en el pecho vil contra natura
puede tanto la próspera ventura.  80
—197→
   Una solemne fiesta en este asiento
quiso Caupolicán que se hiciese,
donde del araucano ayuntamiento
la gente militar sola estuviese;
y con alegre muestra y gran contento,  85
sin que la popular se entremetiese,
en danzas, juegos, vicio y pasatiempo
allí se detuvieron algún tiempo.
   Los juegos y ejercicios acabados,
para el valle de Arauco caminaron,  90
do a las usadas fiestas los soldados
de toda la provincia convocaron;
fueron bastantes plazos señalados,
joyas de gran valor se pregonaron,
de los que en ellas fuesen vencedores,  95
premios dignos de haber competidores.
   La fama de la fiesta iba corriendo
más que los diligentes mensajeros,
en un término breve apercibiendo
naturales, vecinos y extranjeros:  100
gran multitud de gente concurriendo,
creció el número tanto de guerreros,
que ocupaban las tiendas forasteras
los valles, montes, llanos y riberas.
   Ya el esperado catorceno día,  105
que tanta gente estaba deseando,
al campo su color restituía,
las importunas sombras desterrando;
cuando la bulliciosa compañía
de los briosos jóvenes, mostrando  110
el juvenil hervor y sangre nueva,
en campo estaban, prestos a la prueba.
—198→
   Fue con solemne pompa referido
el orden de los precios, y el primero
era un lustroso alfange, guarnecido  115
por mano artificiosa de platero:
este premio fue allí constituido
para aquel que con brazo más entero
tirase una fornida y gruesa lanza,
sobrando a los demás en la pujanza.  120
   Y de cendrada plata una celada,
cubierta de altas plumas de colores,
de un cerco de oro puro rodeada,
esmaltadas en él varias labores,
fue la preciada joya señalada  125
para aquel que, entre diestros luchadores,
en la difícil prueba se extremase
y por señor del campo en pie quedase.
   Un lebrel animoso, remendado,
que el collar remataba una venera  130
de agudas puntas de metal herrado,
era el precio de aquel que en la carrera,
de todas armas y presteza armado,
arribase más presto a la bandera
que una gran milla lejos tremolaba  135
y el trecho señalado limitaba.
   Y de niervos un arco, hecho por arte,
con su dorada aljaba que pendía
de un ancho y bien labrado talabarte
con dos gruesas hebillas de taujía,  140
éste se señaló y se puso aparte
para aquel que con flecha a puntería,
ganando por destreza el precio rico,
llevase al papagayo el corvo pico.
—199→
   Un caballo morcillo, rabicano,  145
tascando el freno estaba de cabestro,
precio del que con suelta y presta mano
esgrimiese el bastón como más diestro.
Por juez se señaló a Caupolicano,
de todos ejercicios gran maestro.  150
Ya la trompeta con sonada nueva
llamaba opositores a la prueba.
   No bien sonó la alegre trompa, cuando
el joven Orompello, ya en el puesto,
airosamente el manto derribando,  155
mostró el hermoso cuerpo bien dispuesto
y en la valiente diestra blandeando
una maciza lanza. Luego en esto
se ponen asimismo Lepomande,
Crino, Pillolco, Guambo y Mareande.  160
   Estos seis en igual hila corriendo,
las lanzas por los fieles igualadas,
a un tiempo las derechas sacudiendo,
fueron con seis gemidos arrojadas:
salen la astas con rumor crugiendo,  165
de aquella fuerza e ímpetu llevadas,
rompen el aire, suben hasta el cielo,
bajando con la misma furia al suelo.
   La de Pillolco fue la asta primera
que falta de vigor a tierra vino,  170
tras ella la de Guambo, y la tercera
de Lepomande, y cuarta la de Crino,
la quinta de Mareande, y la postrera,
haciendo por más fuerza más camino,
la de Orompello fue, mozo pujante,  175
pasando cinco brazas adelante.
—200→
   Tras éstos otros seis lanzas tomaron,
de los que por más fuertes se estimaban,
y aunque con fuerza extrema procuraron
sobrepujar el tiro, no llegaban:  180
otros tras éstos, y otros seis probaron,
mas todos con vergüenza atrás quedaban;
y por no detenerme en este cuento,
digo que lo probaron más de ciento.
   Ninguno con seis brazas llegar pudo  185
al tiro de Orompello señalado,
hasta que Leucotón, varón membrudo,
viendo que ya el probar había aflojado,
dijo en voz alta: «De perder no dudo,
mas porque todos ya me habéis mirado,  190
quiero ver deste brazo lo que puede
y a dó llegar mi estrella me concede».
   Esto dicho, la lanza requerida,
en ponerse en el puesto poco tarda;
y dando una ligera arremetida,  195
hizo muestra de sí fuerte y gallarda:
la lanza por los aires impelida
sale cual gruesa bala de bombarda,
o cual furioso trueno que, corriendo,
por las espesas nubes va rompiendo.  200
   Cuatro brazas pasó con raudo vuelo
de la señal y raya delantera;
rompiendo el hierro por el duro suelo,
tiembla por largo espacio la asta fuera:
alza la turba un alarido al cielo,  205
y de tropel con súbita carrera
muchos a ver el tiro van corriendo,
la fuerza y tirador engrandeciendo.
—201→
   Unos el largo trecho a pies medían
y examinan el peso de la lanza,  210
otros por maravilla encarecían
del esforzado brazo la pujanza:
otros van por el precio, otros hacían
al vencedor cantares de alabanza;
de Leucotón el nombre levantando  215
le van en alta voz solemnizando.
   Salta Orompello, y por la turba hiende.
Y aquel rumor, colérico, baraja,
diciendo: «Aún no he perdido, ni se entiende
de sólo el primer tiro la ventaja.»  220
Caupolicán la vara en esto tiende,
y a tiempo un encendido fuego ataja,
que Tucapel al primo había acudido,
y otros con Leucotón se habían metido.
   Caupolicán, que estaba por juez puesto,  225
mostrándose imparcial, discretamente
la furia de Orompello aplaca presto
con sabrosas palabras blandamente:
y así, no se altercando más sobre esto,
conforme a la postura, justamente  230
a Leucotón, por más aventajado,
le fue ceñido el corvo alfange al lado.
   Acabada con esto la porfía,
y Leucotón quedando vitorioso,
Orompello a una parte se desvía,  235
del caso algo corrido y vergonzoso;
mas como sabio mozo lo encubría,
de verse en ocasiones deseoso
por do con Leucotón, y causa nueva,
venir pudiese a más estrecha prueba.  240
—202→
   Era Orompello mozo asaz valido,
que desde su niñez fue muy brioso,
manso, tratable, fácil, corregido,
y en ocasión metido, valeroso;
de muchos en asiento preferido  245
por su esfuerzo y linaje generoso,
hijo del venerable Mauropande,
primo de Tucapel y amigo grande.
   Puesto nuevo silencio y despejado
el campo do la prueba se hacía,  250
el diestro Cayeguán, mozo esforzado,
a mantener la lucha se metía:
no pasó mucho, cuando de otro lado
con gran disposición Torquín salía
de haber en él pujanza y ligereza;  255
ambos en el luchar de gran destreza.
   Dada señal, con pasos ordenados
los dos gallardos bárbaros se mueven;
ya los viérades juntos, ya apartados,
ora tienden el cuerpo, ora le embeben:  260
por un lado y por otro recatados
se inquieren, cercan, buscan y remueven,
tientan, vuelven, revuelven y se apuntan,
y al cabo con gran ímpetu se juntan.
   Hechas las presas y ellos recogidos,  265
en su fuerza procuran conocerse;
pero de ardor colérico encendidos
comienzan por el campo a revolverse:
cíñense pies con pies, y entretegidos
cargan a un lado y otro, sin poderse  270
llevar cuanto una mínima ventaja,
por más que el uno y otro se trabaja.
—203→
   Andando así, en un tiempo, cauteloso
metió la pierna diestra Cayeguano;
quiso Torquín ceñirla codicioso  275
cargando con gran fuerza a aquella mano:
sácala a tiempo Cayeguán mañoso,
y el cuerpo de Torquín quedando en vano,
del mismo peso y fuerza que traía
a los pies enemigos se tendía.  280
   Tras éste el fuerte Rengo se presenta,
el cual, lanzando fuera los vestidos,
descubre la persona corpulenta,
brazos robustos, músculos fornidos:
mírale la confusa turba atenta,  285
que de cuatro entre todos escogidos
este valiente bárbaro era el uno,
jamás sobrepujado de ninguno.
   Con gran fuerza los hombros sacudiendo
se apareja a la lucha y desafío,  290
y al vencedor contrario apercibiendo
le va a buscar con animoso brío:
de la otra parte Cayeguán saliendo
en medio de aquel campo a su albedrío,
vienen los dos gallardos a juntarse,  295
procurando en la presa aventajarse.
   Un rato los juzgaron igualmente,
y anduvo en duda la vitoria incierta;
mas luego Rengo dio señal patente
con que fue su pujanza descubierta:  300
que entre los duros brazos reciamente
al triste Cayeguán, la boca abierta,
sin dejarle alentar, le retraía,
y acá y allá con él se revolvía.
—204→
   Alzole de la tierra, y apretado,  305
en el aire gran pieza le suspende;
Cayeguán sin color, desalentado,
abre los brazos y las piernas tiende:
viéndolo así rendido, el esforzado
Rengo que a la vitoria sólo atiende,  310
dejándole bajar, con poca pena
le estampa de gran golpe en el arena.
   Sacáronle del campo sin sentido,
y a su tienda en los hombros le llevaron:
todos la fuerza grande y el partido  315
de Rengo en alta voz solemnizaron:
pero cesando en esto aquel ruïdo,
a sus asientos luego se tornaron,
porque vieron que Talco aparejado
el puesto de la lucha había tomado.  320
   Fue este Talco de pruebas gran maestro,
de recios miembros y feroz semblante,
diestro en la lucha y en las armas diestro,
ligero y esforzado aunque arrogante;
y con todas las partes que aquí muestro,  325
era Rengo más suelto y más pujante,
usado en los robustos ejercicios,
que dello su persona daba indicios.
   Talco se mueve y sale con presteza;
Rengo espaciosamente se movía;  330
fíase mucho el uno en la destreza,
el otro en su vigor sólo se fía:
en esto con extraña ligereza,
cuando menos cuidado en Talco había,
un gran salto dio Rengo no pensado,  335
cogiendo al enemigo descuidado.
—205→
   De la suerte que el tigre cauteloso,
viendo venir lozano al suelto pardo,
el cuello bajo, lerdo y perezoso,
con ronco son se mueve a paso tardo,  340
y en un instante súbito y furioso
salta sobre él con ímpetu gallardo,
y echándole la garra, así le aprieta,
que le oprime, le rinde y le sujeta:
   de esta manera Rengo a Talco afierra,  345
y, antes que a la defensa se prevenga,
tan recio le apretó contra la tierra,
que el lomo quebrantado lo derrienga:
viéndolo pues así lo desafierra,
y a su puesto, esperando que otro venga,  350
vuelve, dejando el campo con tal hecho
de su extremada fuerza satisfecho.
   Mas no hubo en hombre allí tal osadía
que a contrastar al bárbaro se atreva;
y así, porque la noche ya venía,  355
se difirió la comenzada prueba
hasta que el carro del siguiente día
alegrase los campos con luz nueva:
sonando luego varios instrumentos,
de las mesas hinchieron los asientos.  360
   Pues otro día, saliendo de su tienda
el hijo de Leocán, acompañado
de gran gente, al lugar de la contienda
con altos instrumentos fue llevado:
Rengo, porque su fama más se extienda,  365
dando una vuelta en torno del cercado
entró dentro con una bella muestra,
y a mantener se puso la palestra.
—206→
   Bien por dos horas Rengo tuvo el puesto
sin que nadie la plaza le pisase,  370
que no se vio soldado tan dispuesto
que, viéndole, el lugar vacío ocupase:
pero ya Leucotón mirando en esto,
que, porque su valor más se notase,
hasta ver el más fuerte había esperado,  375
con grave paso entró en el estacado.
   Luego un rumor confuso y grande estruendo
entre el parlero vulgo se levanta
de ver estos dos juntos, conociendo
en ambos igualmente fuerza tanta.  380
Leucotón, la persona recogiendo,
a recibir a Rengo se adelanta,
que con gallardo paso se venía
de esfuerzo acompañado y lozanía.
   Vienen al paragón dos animosos  385
que en esfuerzo y pujanza par no tienen:
unas veces aguijan presurosos
otras frenan el paso y lo detienen:
andan en torno y miran cautelosos,
y a todos los engaños se previenen;  390
pero no tardó mucho que cerraron,
y con estrechos ñudos se abrazaron.
   Juntándose los dos pechos con pechos,
van las últimas fuerzas apurando:
ya se afirman y tienden muy estrechos,  395
ya se arrojan en torno volteando,
ya los izquierdos, ya los pies derechos
se enclavijan y enredan, no bastando
cuanta fuerza se pone, estudio y arte,
a poder mejorarse alguna parte.  400
—207→
   Acá y allá furiosos se rodean,
la fuerza uno del otro resistiendo;
tanto forcejan, gimen, ijadean,
que los miembros se van entorpeciendo:
tiemblan de la fatiga y titubean  405
las cansadas rodillas, no pudiendo
comportar el tesón y furia insana,
que al fin eran de hueso y carne humana.
   De sudor grueso y engrosado aliento
cubiertos los dos bárbaros andaban,  410
y del fogoso y recio movimiento
roncos los pechos dentro resonaban:
ellos siempre con más encendimiento,
sacando nuevas fuerzas, procuraban
llegar la empresa al cabo comenzada  415
por ganar el honor y la celada.
   Pero ventaja entre ellos conocida
no se vio allí, ni de flaqueza indicio;
ambos jóvenes son de edad florida,
iguales en la fuerza y ejercicio:  420
mas la suerte de Rengo enflaquecida,
y el hado, que hasta allí le fue propicio,
hicieron que perdiese a su despecho
del precio y del honor todo el derecho.
   Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,  425
engaste de un guijarro, y nuevamente
estaba de su encaje levantado
por el concurso y huella de la gente:
desto el cansado Rengo no avisado,
metió el pie dentro, y desgraciadamente,  430
cual cae de la segur herido el pino,
con no menos estruendo a tierra vino.
—208→
   No la pelota con tan presto salto
resurte arriba del macizo suelo,
ni la águila, que al robo cala de alto,  435
sube en el aire con tan recio vuelo;
como de corrimiento el seso falto,
Rengo rabioso, amenazando al cielo,
se puso en pie, que aun bien no tocó en tierra,
y contra Leucotón furioso cierra.  440
   Como en la fiera lucha Anteo temido
por el furioso Alcides derribado,
que de la Tierra madre recogido,
cobraba fuerza y ánimo doblado;
así el airado Rengo embravecido,  445
que apenas en la arena había tocado,
sobre el contrario arriba de tal suerte,
que al extremo llegó de honrado y fuerte.
   Tanta afrenta, vergüenza y dolor siente,
el público lugar considerando,  450
que, abrasado de fuego y rabia ardiente,
se le fueron las fuerzas aumentando;
y furioso, colérico, impaciente,
de suerte a Leucotón va retirando,
que apenas le resiste; y el suceso  455
oiréis en el siguiente canto expreso.