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ArribaAbajoII. La instrucción de Ercilla

Limitada instrucción de Ercilla.- Consecuencias que a tal respecto fluyen de LA ARAUCANA.- Referencias a la historia romana.- Sus lecturas de Virgilio, de Lucano y del Ariosto.- Las que hubo de hacer como examinador de libros.- Escaso número de volúmenes que componían su librería.- La ilustración de Ercilla procedió de sus largas peregrinaciones y del conocimiento de los hombres.


Y aquí se impone el averiguar cual fue la instrucción que Ercilla recibiera y alcanzara. Ya se comprende por lo dicho, que ella no pudo ser mucha, de tal modo que con perfecta razón Saavedra Fajardo llegó a calificarle de inerudito, sin tratar, por eso, de apocarle, sino, por el contrario, para ponderar lo que, sin ella, logró realizar con su talento20. El estudio de La Araucana prueba que sus lecturas clásicas debieron de ser bien pocas, tanto, que en la Primera Parte apenas si tropezamos con media docena de referencias mitológicas o de la historia romana21. Las más frecuentes alusiones a los autores de la antigüedad se hallan en las partes restantes del poema y, especialmente, en el Canto XXI, cuando recuerda a las mujeres heroicas de aquella edad, entre ellas, a Penélope, a


[...] Lucrecia, que al marido
Lavó con sangre la violada cama,



y a tantas otras, e indican, nos parece, que ha sido a su regreso de América cuando pudo adelantar algo más su caudal literario.

Conocía, de seguro, a Virgilio, pues no necesitamos decir que en su episodio de Dido se propuso contradecir sus asertos, sin que ello implique, que lo leyera en su original latino, puesto que en España era ya en su tiempo muy popular la traducción de Hernández de Velasco, hecha en 155722. A Lucano debemos contar también entre los poetas latinos que Ercilla leyó, -ya lo prueba la factura misma de su poema,- y a esa creencia contribuye, si aquello no fuera bastante a demostrarlo, el que circulaba en castellano desde que Martín Laso de Oropesa daba a luz su traducción en 1541.

Muestra también haber leído la Biblia23, y tampoco le eran extrañas algunas nociones de filosofía natural, en la cual se comprendía en aquellos tiempos la astrología   —14→   y la astronomía, de que se hallan no pocas reminiscencias en su poema, como cuando pinta el saber del mago Fitón y describe los diversos aspectos de los astros al señalar ciertas fechas24.

De los autores italianos apenas parece necesario recordar que se sabía de memoria al Ariosto, que Urrea había hecho vulgarísimo en su versión poética, la cual aparecida en 1549, alcanzó no menos de cuatro ediciones antes de que Ercilla diera a luz la Primera Parte de su Araucana25. Es indudable que tuvo noticia del Infierno del Dante, que don Pero Fernández de Villegas había dado a conocer en castellano en 1515, y del Laberinto de amor de Bocaccio, con el cual hizo otro tanto luego López de Ayala, en 1546; y La Arcadia de Sannazzaro, que se conocía en España desde 1547, y, seguramente, del Petrarca, si bien sólo hallamos huellas de su lectura de tales obras26.

De las poéticas de españoles, le eran familiares las de Garcilaso, a quien celebraba como se merece27, y es de suponer que también, para no citar otras, La Carolea de Jerónimo Sempere y el Carlo Famoso de don Luis Zapata, poemas que, como La Araucana, y antes que ella, aspiraban a la nota de históricos.

Esto por lo que toca a sus conocimientos anteriores a la publicación de la Primera Parte, que después, ya en vida de más reposo y de asiento en Madrid y por virtud de los frecuentes encargos que el Consejo le hizo para que examinara los libros que ante él se presentaban para su impresión, podemos seguir paso a paso sus lecturas. Sería importantísimo, a este respecto, conocer cuales eran las obras que el poeta guardaba en su biblioteca, cosa que no es posible por haberse perdido ese inventario; pero sí sabemos que no alcanzaban a un centenar, lo que la hacía muy inferior en número a las que atesoraban otros vates españoles, por ejemplo, la de Luis Barahona de Soto, que contaba, viviendo allá en un rincón de Andalucía, no menos de cuatro veces más, e inferior aún a la del Ingenioso Hidalgo, que en una aldea del corazón de la Mancha guardaba en ella sus cien cuerpos de libros28.

Empero, los conocimientos de Ercilla no debemos buscarlos en el orden científico o literario. Acaso fue, un beneficio para su obra esa falta de educación clásica, de que otros autores, a fuerza de querer mostrarla, cayeron en la pedantería, de la que él había de librase por completo: ellos hemos de encontrarlos en el resultado que para el cultivo de su espíritu le produjeron los viajes, tenidos entonces por tan dilatados, que su encomiador Mosquera de Figueroa los anteponía a los de Alejandro el Grande y Magallanes y al de Juan Sebastián del Cano, que, había con él dado la vuelta al mundo. En primer término, pues, sus conocimientos geográficos, a cuyo despliegue no supo resistir cuando Fitón le mostraba el orbe de la tierra, pero que eran un grato   —15→   recuerdo para su memoria de viajero cuando se veía ya en el sosiego de su casa. En vísperas de dar por concluidos sus cantos en aquella especie de testamento poético conque parece despedirse del mundo, presintiendo no lejano el fin de sus días, volvía a hablar de sus peregrinaciones, sin olvidar todavía en tales momentos, como verdadera obsesión que hasta allí le perseguía y se había cernido sobre todos los accidentes de su vida, ese su afán de consagrarse por entero al servicio de aquel monarca omnipotente, al que había entrado en los primeros albores de su juventud:


¡Cuántas tierras corrí, cuántas naciones
Hacia el helado norte atravesando,
Y en las bajas antárticas regiones
El antípoda ignoto conquistando;
Climas pasé, mudé constelaciones,
Golfos innavegables navegando,
Extendiendo, señor, vuestra corona
Hasta casi la austral frígida zona!



Así se explican las repetidas muestras que nos da en su obra de los conocimientos náuticos que llegó a adquirir en sus largos viajes por mar, que fueron, por lo demás, tan corrientes en los escritores de su tiempo, y de que, a veces, por ostentarlos, cayeron en la pesadez29.

¡Cuántas cosas aprendió en esas peregrinaciones! ¡Cuántas que parecían mentiras al referirlas y que, sin embargo, eran ciertas! Y así exclamaba él con razón:


Quien muchas tierras vee, vee muchas cosas
Que las juzga por fábulas la gente...;



y si a esto se agrega que estaba dotado de un espíritu observador30 y que continuamente le labraba el deseo de inquirir31, ya se comprenderá que las enseñanzas que en ellas había de hallar no iban a caer en terreno que no estuviese bien preparado para aprovecharlas. Pero en ellas, con preferencia al estudio de las cosas, que podía encontrarse en los libros, halló el conocimiento de los hombres, que era más importante en la vida, vertiéndolo y comunicándolo en sentencias adornadas del ropaje de la poesía, en forma tan suave como sana en su alcance, propia de su alma honrada y candorosa.

Tal es lo que hemos alcanzado de la ilustración que tuviera Ercilla. Vamos a seguirle ahora en su primer viaje.



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ArribaAbajoIII. Los primeros viajes de Ercilla

Ercilla acompaña en calidad de paje al príncipe don Felipe en su viaje a Flandes.- Itinerario de esa jornada.- Ercilla en Augsburgo.- Regresa a España.- Parte de nuevo en acompañamiento de su madre, que iba a Viena.- De vuelta en Valladolid, pasa a Inglaterra, siempre en el séquito de don Felipe.- Recíbese en Londres la noticia del levantamiento de Hernández Girón en el Perú.


Dijimos ya que corría el año de 1548 y Ercilla enteraba el decimoquinto de su edad, cuando en Valladolid se hallaba el Príncipe don Felipe ocupado en preparar la jornada que había de hacer pura visitar en Flandes al Emperador su padre. Acababa de ordenar su casa conforme a la orden que éste, por conducto del Duque de Alba, le mandaba y, con tal motivo, había recibido a muchos caballeros en los diferentes oficios de su cámara y de otras dependencias, hasta que, dispuesto ya todo, se empezó a servir en ella al uso de Borgoña el día 15 de agosto de aquel año32. Estaban también allí las infantas y, entre ellas, doña María, la hermana mayor del Príncipe, que días después había de casarse con Maximiliano, rey de Bohemia33. Concluidos los regocijos y fiestas que con ocasión del casamiento se celebraron, emprendía su viaje don Felipe con su séquito, en el cual iba Ercilla34, el 1.º de octubre.

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Llegados a Barcelona, se alojó el Príncipe en casa de doña Estefanía de Requesens, viuda de don Juan de Zúñiga, que había sido su ayo35. Allí se embarcaron, para partir el 2 de noviembre, en la escuadra mandada por el veterano Andrea Doria, (a quien tuvo también Ercilla oportunidad de mencionar en su poema) con rumbo a Génova, adonde arribaron en 25 días de navegación; de allí salieron el 11 de diciembre para Milán, ciudad que excedía entonces a todas las de Italia, sin exceptuar a Nápoles, que sólo le sobrepujaba en población, en la magnificencia de sus edificios, en la industria de sus habitantes y en el esplendor de su nobleza, y en la cual se celebraron fiestas magníficas, y, entre ellas, un torneo en que tomaron parte los principales acompañantes del Príncipe, espectáculo nuevo allí hasta entonces; de Milán partieron para Mantua el 7 de enero de 1549; de esa ciudad para Trento diez días más tarde; luego a Inspruck el 29; a Munich, el 7 de febrero; a Heildeberg, el 20; a Lutzelburg, el 11 de marzo; a Bruselas el 23, haciendo su entrada solemne en ella el 1.º de abril36.

No sería posible asegurar que Ercilla siguiese paso a paso ese itinerario, pero sí tenemos su testimonio expreso de haberse hallado en Augsburgo en la dieta germánica que allí se celebró en agosto de aquel año, «donde el rey don Felipe se halló, siendo príncipe, de quien este testigo era paje», declara en cierta información, y aun da testimonio de que allí fue a visitarle un caballero que se llamaba don Miguel de Zúñiga, «de la Casa de Zúñiga», asegurándole que, así, por esa parte, eran deudos37.

Deseoso ya el Príncipe de volver a España, emprendió su viaje de regreso, sin detenerse esta vez en el camino a recibir las demostraciones de los pueblos que iba cruzando en su jornada, con excepción de Trento, que allí por entonces se hallaba   —18→   reunido el célebre concilio de ese nombre, y cuyos padres le obsequiaron con mascaradas y representaciones teatrales basadas sobre escenas del Ariosto; de allí tomó por la posta el camino de Génova, donde se embarcó en la escuadra que mandaba todavía el gran marino Doria, y después de llegar a Barcelona el 12 de julio de 1551, siguió sin detenerse a Valladolid, donde volvió a empuñar las riendas del gobierno, que habían estado, como sabemos, a cargo de Maximiliano y su mujer doña María, quienes, a su vez, emprendieron pronto su viaje a Viena38.

El príncipe Maximiliano

El príncipe Maximiliano

En su séquito iban doña Leonor de Zúñiga y sus hijas. Con el deseo tan natural de acompañarlas en tan dilatado viaje, Ercilla solicitó y obtuvo de don Felipe la licencia consiguiente, contando de antemano con la voluntad de Maximiliano y su mujer. Hizo, pues, aquella jornada por la vía de Italia, y «después de haber temporizado algún tiempo en el archiducado de Austria y en los reinos de Bohemia y Hungría y en otras provincias de Alemaña, en su servicio, tornó a España al del mismo príncipe don Felipe...»39

Infanta Doña María

Infanta Doña María

No podríamos señalar fecha precisa a su regreso, pero sí consta que en principios de mayo de 1554 se hallaba Ercilla en Valladolid, de donde debía partir el Príncipe en su viaje a Inglaterra para casarse allí en segundas nupcias con la reina María, conforme a los arreglos que para ello había hecho el Emperador. Se formó el séquito del novio con personajes de la más alta nobleza del reino, y con tal boato y pompa hubieron   —19→   de aderezarse todos, que los cronistas de aquel suceso no se cansan de describir los trajes, joyas y arreos que llevaban. Los pajes recibieron también, como no podía menos de ser, los auxilios pecuniarios convenientes para presentarse en la forma que correspondía al alto señor a quien servían.