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«Gabriel Miró», en Las letras y la vida en la España de entreguerras (Madrid: Editora Nacional, 1958), pp. 171-79.

 

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Parte de su apología viene inserta al final de la edición de Niño y grande de Atenea (Madrid, 1922). Es una tajante y sensata defensa de las intenciones artísticas de Miró, certeramente dirigida al farisaico escándalo de la opinión ultramontana. Miró había escrito en 1914 ciertos artículos (no conocidos o identificados hoy) en defensa de Maura, cuya fortuna política se hallaba en momento de la más completa bajamar. En la misma fecha le escribía también, ofreciéndole sus simpatías personales y declarándose a la vez sin inclinaciones a la actividad política. Maura en vano le apoya después en la Academia para su candidatura al premio Fastenrath. El tema de tan interesantes relaciones queda someramente resumido por el Duque de Maura en su preliminar para Años y leguas (Barcelona, 1949) de la Edición Conmemorativa.

 

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Es notablemente inexacta y simplista la acusación de que Miró se pusiera «al servicio de las fuerzas más Conservadoras de la España de su época, representada en Antonio Maura» (Julio Rodríguez Puértolas, «Decadentismo, pesimismo, modernismo: Los cuentos de Gabriel Miró», en Homenaje a Gabriel Miró, p. 153). Se impone recordar a esto que ni Maura (aunque oficialmente conservador) era un político retrógrado, ni Miró pasaba de expresarle un respeto personal que honra y ennoblece a ambos. Miró no «sirvió» nunca a nada ni a nadie. Para una visión más ponderada, pero todavía esquemática, del trasfondo político-social de la obra de Miró, véase José C. Mainer, La edad de plata (Barcelona: Ediciones Asenet, 1975), pp. 180-82.

 

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Curiosos datos para la historia de esta modesta incorporación de Miró a la burocracia madrileña (y testimonio a la vez de su dignidad en el papel de suplicante) se hallan en Rafael Olivar Bertrand, «Tribulaciones e ilusiones en el mundo de las letras españolas contemporáneas», Revista de la Universidad de Madrid, 6, n.º 2 (1957), 57-63.

 

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«El obispo leproso», novela por Gabriel Miró», en Obras completas (Madrid: Revista de Occidente, 1947), III, 540-46. Originalmente publicado en 1927, año de recia controversia en torno a la obra de Miró. Juicio comentado, en la perspectiva general de las ideas literarias de Ortega, por Francisco Ayala, «Ortega y Gasset, crítico literario», Revista de Occidente, n.º 140 (noviembre, 1974), p. 227. Detenidamente estudiado también por Macdonald, para quien «Ortega's approach [...] is fundamentally old-fashioned, a more sophisticated version of earlier criticism of Miró» (Gabriel Miró, p. 30). Entre algún que otro eco expreso del juicio de Ortega descuella el de Max Aub, «Discurso de la novela española contemporánea», en Jornadas-50 (México, 1945), p. 71.

 

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Suscribió éste un juicio durísimo sobre el valor de la prosa de Miró en una declaración a la prensa madrileña, en enero de 1927 (Macdonald, Gabriel Miró, p. 32). En privado hacía bromas crueles sobre el excesivo «dulce» en su obra (A. Lizón, Gabriel Miró y los de su tiempo, p. 148). En 1919, tras un mutuo intercambio de libros, Miró escribía a Juan Ramón Jiménez en los términos más cordiales y le anunciaba la dedicatoria de sus nonatas Estampas o Viñetas («Epistolario de Juan Ramón Jiménez», Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 56 [agosto, 1954], pp. 171-72). El archivo particular de Juan Ramón Jiménez (Universidad de Puerto Rico) conserva tres cartas autógrafas de Miró, escritas a raíz de su mudanza a Madrid. Dentro de un tono de la mejor voluntad, delatan ya cierta tensión relativa a la etiqueta de una visita que no se rodea fácilmente. En una de ellas Miró se esfuerza por defender a su amigo Óscar Esplá de la despectiva mordacidad del poeta. No se sabe de ninguna reacción de Miró a estos juicios de Juan Ramón Jiménez. También es oportuno recordar que no perduró resquemor alguno en el ambiente familiar; su hija Clemencia visitaba a Juan Ramón en el Madrid de los años treinta y lo tomaba como obvio maestro de su propia poesía.

 

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«Gabriel Miró y el cubismo», La Torre, 5 (1957), 98.

 

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«Socialmente no ejerzo de escritor, por desgana y por escasez de horas», escribía en noviembre de 1929 a José María Ballesteros (Archivo J. G. R., Puerto Rico). También en el texto autobiográfico de 1927 inserto en el primer volumen de la Edición Conmemorativa: «Pero esta máxima no me lleva a mirar con malhumor a los que bullen y se afanan por alcanzar sus deseos. Ellos ejercen verdaderamente su oficio de escritor» (Barcelona, 1931, p. XI). Y a Ermesinda Ferrari, en carta de 1918: «Yo, gracias a Dios, no actúo de literato» (Archivo J. G. R., Puerto Rico). «Cada día más lejos del oficio», escribe desde Polop a Carmen Conde el 25 de septiembre de 1928 (ibid.).

 

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«Había que llenar el ritual de visiteo a los Inmortales. Y eso yo no lo hago», afirma haberle oído decir, acerca de su fracasada candidatura académica, Juan Gil Albert, Gabriel Miró (El escritor y el hombre), Cuadernos de Cultura (Valencia, 1931), p. 48.

 

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José Zorrilla, Recuerdos del tiempo viejo (Madrid: Publicaciones Españolas, 1961), I, 266.