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La inspiradora de Hernán Cortés

Concepción Gimeno de Flaquer



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Todos los grandes hombres han tenido su ninfa Egeria, lo cual denota que ni el heroísmo, ni el arte, ni la política, ni la literatura son ajenos a la dulce influencia de la mujer. Una india, una hermosa india fue la inspiradora del colosal Cortés, en las audaces aventuras que este ambicioso genio emprendió. Muy importante debió ser Doña Marina, para haber podido figurar al lado del Conquistador, sin que este la haya eclipsado.

Grato, gratísimo será siempre a los españoles el recuerdo de la Malinche. Malinche se deriva del nombre azteca Malintzin, con el cual fue conocida la bella amada de Hernán Cortés, que tomó el nombre de Marina al recibir el bautismo.

Las personas de moral más austera que indudablemente reprobarán las relaciones ilícitas de Cortés y Marina, como es muy justo que así sea, no podrán menos de admirar los actos heroicos de esta singular, mujer, verificados bajo la influencia del amor. Es preciso que enmudezcan por unos momentos mis sentimientos de española para que pueda hablar alto mi corazón de mujer en pro de la famosa hija del Anáhuac. Marina no es culpable de sus estrechos lazos con Cortés. La inocente había nacido en medio de la idolatría, donde no pudo conocer las leyes perfectas de la moral cristiana. La moral es distinta según las épocas, los pueblos y las razas. Ciertas costumbres de los tiempos bíblicos repugnan hoy a la depurada moral católica. Además, ¿qué idea podía tener de la propia dignidad y de la estimación de sí misma, una criatura vendida como esclava? Marina nació en Goatzacoalco, casi al confín S.O. de lo que hoy es República Mexicana. Su padre era un poderoso cacique que murió dejando a Marina en los primeros años de su infancia. La madre de esta casó otra vez y tuvo un hijo al que quería más que a Marina. Deseando favorecerle con la herencia que pertenecía a la niña, concibió la Criminal idea de declarar que esta había muerto. Para conseguir el éxito de su infame trama la vendió secretamente a unos mercaderes de Xicalango; y tomando el cadáver de la hija de una esclava, lo colocó en un ataúd e hizo que se celebrasen pompas funerales a la memoria de Marina. Los mercaderes vendieron a la hermosa india en Tabasco, siendo el comprador un importante cacique de allí. Cuando Cortés hizo la paz con los tabasqueños estos regalaron a los españoles veintitantas jóvenes, entre las cuales se hallaba Marina. Destacábase sobre ellas por su inteligencia, su hermosura, y por la suavidad de sus modales. Marina era de pura raza india perteneciendo a muy alta clase, porque su padre fue un poderoso cacique. Conocía la inteligente joven el dialecto maya y la lengua azteca, y debido a estos conocimientos fue presentada a Hernán Cortés para que le sirviera de intérprete.

Rápidamente pasó de intérprete a secretaria del Conquistador, pues Marina había aprendido en brevísimo tiempo el español y prestaba grandes servicios al héroe extremeño. No pudo menos de sentirse cautivado Cortés por los encantos de la dulce criatura que desinteresadamente le ayudaba en sus empresas. La que le fue presentada como esclava, trasformose en reina de su corazón. ¡Oh sublime poder del amor! Tú nivelas todas las diferencias de edad, cuna, razas y clases. Tú aproximas a los seres más antitéticos, armonizas los caracteres más divergentes y las naturalezas más opuestas. Para ti no hay antípodas, ni tiempo, ni distancias. Eres más fuerte que la muerte, porque salvas del olvido a los que se han hecho grandes por influencia tuya y les concedes la gloria que es la inmortalidad. ¡Bendito seas!

El amor sublimó a Marina: no hay virtud que no le hiciera practicar. Por amor a Cortés se hizo cristiana, rompió todos sus ídolos y fue el ángel tutelar de los españoles. El amor la hizo valerosa, sagaz e intrépida. Salvaba de las asechanzas de los indios a los soldados del Conquistador, imploraba por sus hermanos, suavizaba las amarguras de todos y curaba las heridas de españoles y aztecas indistintamente. ¡Cuán noble proceder!

Algunos indios bárbaros la maldecían, la injuriaban, la denominaban traidora y le dirigían duras amenazas. No comprendían la sublime misión que esta gran mujer se había impuesto. Empero Marina no vacilaba en sus propósitos, y acompañaba al Conquistador en todas sus peligrosas aventuras. César Cantú da a Marina el glorioso título de consejera de Cortés, añadiendo: «le fue más útil a aquel, que un ejército». Marina era el amparo de toda expedición: al entrar en Cholula fueron muy bien recibidos los conquistadores, pero este recibimiento era un engañoso ardid para asediarles. Marina, con el instinto de mujer enamorada que todo lo adivina con el corazón, comprendió que había gran espíritu de hostilidad hacia Cortés, y queriendo averiguar lo que se tramaba contra él, para conseguirlo se hizo amiga de la mujer de un conspirador, le aseguró que los blancos la tenían cautiva contra su voluntad y que solo deseaba verse libre de ellos. Ganose por este medio la confianza de la crédula cholulteca, y consiguió descubrir la conspiración. Se preparaba un espantoso asalto contra los españoles. Los cholultecos tenían cerca de la ciudad veinte mil indios; esperábase que los españoles tendrían que sucumbir a tan gran número de enemigos. Mil veces salvó Marina la vida de Cortés exponiendo la suya.

Asombraría la abnegación de Marina si la abnegación no fuese patrimonio exclusivo del corazón de la mujer. Muchas eran las virtudes de la Malinche: los indios conservan todavía algunos cantares que las recuerdan.

El honrado y verídico Bernal Díaz refiere el siguiente rasgo de Marina, que demuestra una vez más sus nobles sentimientos.

Al atravesar el ejército español la provincia de Goatzacoalco, país natal de Marina, decidió Cortés detenerse unos días para conferenciar con los caciques acerca de asuntos de religión y de gobierno.

Terminada la conferencia, la madre de Marina y su hijo se presentaron al Conquistador, al cual anhelaban conocer. Marina, que siempre acompañaba a este por todas partes, viose inesperadamente en presencia de su desnaturalizada madre. Atónita quedó la madre sin entrañas al encontrarse con Marina: en los primeros momentos considerola una aparición que se ofrecía a su vista para pedirle cuenta de su inicua conducta; pero la generosa Marina se arrojó en sus brazos asegurándole que no le guardaba ningún rencor y que olvidaba completamente el pasado. Marina ofreció a la madre que la había vendido, todas las joyas que ella llevaba, y dirigiéndose a los circunstantes (mudos de asombro ante aquel sublime rasgo), les dijo que estaba segura de que su madre no supo lo que hacía cuando la vendió a los mercaderes, y que en lo sucesivo ya no se separarían jamás.

Con esta acción aparece Marina modelo de buenas hijas, y tal virtud sería suficiente para que se intentase perpetuar su memoria, aunque no hubiese poseído los diferentes méritos que la hacen acreedora al respeto de la posteridad.

En el curso de la expedición a Honduras, agobiado Cortés por las frecuentes amonestaciones que le dirigía el sabio y virtuoso misionero Bartolomé Olmedo para que rompiera unas relaciones que le hacían vivir en el pecado, resolvió separarse de Marina. La amada del Conquistador vertió copioso llanto al saber por su mismo amante una resolución que llenaba su vida de dolor. Cortés la tranquilizó diciéndola que no quería cayesen sobre ella las maldiciones de su esposa y su hija.

Hernán Cortés, hombre de gran talento, generoso, noble y esforzado, fue en amor tan pequeño como son la mayor parte de los hombres, desde los más famosos hasta los más oscuros. Hernán Cortés tenía más cabeza que corazón, y con Marina fue egoísta e ingrato.

Estúdiese la historia de la mayor parte de los amantes, y se verá siempre una víctima sacrificada, el ser que ama con más abnegación, la mujer; ¡Pobres mujeres! ¡Cuán triste es el privilegio de poseer un gran corazón! ¡Cuán cara les cuesta la superioridad de sentimientos sobre el hombre!

Cortés casó a Marina con un caballero castellano, llamado Juan Xaramillo: Marina fue dócil a la voluntad del que ejercía sobre ella irresistible fascinación. Hernán Cortés concedió tierras a Marina en su provincia natal.

¡Pequeña recompensa para la mujer que le había entregado su corazón, que le había consagrado su existencia exponiendo mil veces su vida por la de él! El amor solo puede pagarse con amor, porque no admite otra moneda.

¡Mezquina recompensa la que ofrecieron a Marina!

Dar un puñado de tierra a la que había ayudado a conquistar un reino, no era espléndido donativo. Marina no quiso nunca gloria, ni honores, ni riquezas; solo anhelaba amor. Simpático es el tipo de la Malinche cuya silueta no se ha de borrar jamás, en el país de Moctezuma. Fue tan popular que algunos indios la divinizaron, consagrándole una montaña que todavía se denomina hoy la Malinche.

La memoria de Marina tiene que ser muy querida; tanto para los españoles como para los mexicanos. A los españoles les prestó gran ayuda en sus conquistas; a los indios les suavizó sus penas y amarguras influyendo en el ánimo de Cortés en favor de ellos.

El recuerdo de Marina debe ser grato también a la iglesia católica, pues Marina fue intérprete de los dignos misioneros que predicaban la fe cristiana. Marina adoptó nuestra religión y la propagó, entre los indios, inspirándoles gran horror hacia los sacrificios humanos y contribuyendo a exterminar el sanguinario culto de los aztecas.

La historia ha sido ingrata con Marina, pues merecía página más extensa la gran mujer que propagó nuestra santa fe y que ayudó en sus conquistas al gran héroe, al gran general del siglo XVI.





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