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ArribaAbajoHilando otras memorias (hebras de vida y páginas de historia en relatos de narradoras del Caribe y Venezuela)

María Julia Daroqui



Universidad Simón Bolívar (Caracas-Venezuela)

A Eleonora, Raquel y Lourdes

Si pensamos en el éxito obtenido por el discurso de la «historia oficial», debido a su contribución para proporcionar un sentido articulado y coherente del pasado; para construir personajes -héroes o villanos-; para fijar fechas fundacionales; para crear una red de mitos originados en los relatos de los primeros cronistas de Indias; para alcanzar un grado consensual de reconocimiento e interpelación de los imaginarios culturales y transformar estos relatos como propios dentro de las comunidades imaginadas; entonces, sería impensable que hubiera ranuras por donde se filtraran escrituras excluidas de esa voz compacta y monocorde de la fijeza y la univocidad de sentido.

No obstante, en estas últimas décadas, el fuerte interés de todo el aparato crítico desconstructivista, postmoderno y posestructuralista por desmontar las formas, las funciones, los poderes y las limitaciones de los megarrelatos; asimismo, la relectura de los documentos históricos como materiales poco inocentes y para nada inertes, ha alimentado un uso diferente de la palabra en los juegos ficcionales y en la historiografía. Sabemos, por cierto, que algunos de estos enunciados favorecen, oblicuamente, zonas de tensión cultural poco o nada verbalizadas o carentes de legitimación; además, sus modulaciones antiautoritarias vehiculizan a la figura del margen en una figura que desenmascara valores canonizados, aquellos cuyas bases se fundaron en problematicidades binarias, tales como las paridades de la racionalidad/irracionalidad, lo meditado/instintivo,   —182→   lo artificial/natural, lo foráneo/auténtico251. Si bien, en América Latina, el pensamiento cultural (pienso en F. Ortiz, P. Henríquez Ureña, G. Freyre, posteriormente en A. Rama, R. Gutiérrez Girardot, en estos últimos años en N. García Canclini, J. Martín Barbero, B. Sarlo, R. Ortiz, entre tantos otros) ha subrayado las prácticas de resistencia del ethos cultural del continente frente al Logos Occidental, prácticas que estampan una verdad ligada más a los ritos que a la palabra y a los mitos que a la historia; no nos autoriza a desconocer el silenciamiento de ciertas voces relegadas hacia los bordes de los mismos espacios culturales. «El problema del silencio. La ironía como sustitución especial del silencio. La palabra eliminada de la vida: la palabra del idiota, del loco, del niño, del moribundo, en parte la palabra de la mujer. Delirio, sueño, inspiración, inconsciencia, alogismo, espontaneidad, epilepsia»252. Esta palabra eliminada de la vida, como sugiere Bajtin, que hurga en lo cotidiano, que sabe más de diálogos que no consiguen cabida, ni atención, ni respuesta, esta palabra que carece de autoridad para hacerse oír fuera de su propio ámbito de minusvalía, es decir la que no es de interés general o público; también esta palabra ha puesto en práctica la disidencia y ha gestado una escritura que desregula los monumentos del discurso mayoritario. Son escrituras que persiguen descontrolar las pautas establecidas de la discursividad hegemónica/patriarcal y operan como estrategias de desterritorialización de los regímenes de poder y captura de la identidad normada y centrada por la cultura dominante253.

El uso diferente de valores, lenguaje o referentes ya articulados, es decir, lo que De Certau llama la novación de lo ya simbolizado254, afecta de algún modo la sintaxis establecida y propicia una resignificación de las lecturas que hasta el momento han circulado, por ejemplo, de «la historia oficial». Sin embargo, este descentramiento en torno a la inamovilidad de los saberes que ordenan el mapa de las configuraciones de la identidad nacional y social no es exclusivo de las prácticas escriturales de las mujeres, no es tampoco menos cierto que las mujeres se enfrentan de un modo distinto a la disolución de los monumentos históricos y ficcionales. Es posible afirmar, entonces, que dentro de la narrativa continental de estas últimas décadas, novelas y relatos, escritos algunos de ellos por mujeres, representan la historia y la sociedad como textos en tramas de significaciones provisorias y transitorias. La inestabilidad de los sujetos encabalgados entre dos culturas es la maquinaria sígnica por donde desplaza la escritura la gringa/dominicana Julia Álvarez; la preocupación por encastrar las piezas olvidadas del pasado y la reconstrucción de momentos significativos de vidas intrascendentes movilizan el proyecto narrativo de la puertorriqueña Magali García Ramis. Para la venezolana Ana Teresa Torres resulta indispensable la batalla contra la desmemoria.

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- I -

Hay una nueva forma de conciencia y de acción política donde el lenguaje constituye uno de los grandes ejes de los movimientos de hispanos radicados en el Norte. De hecho las condiciones para la conformación de la identidad, en todas sus dimensiones: sociales, políticas y estéticas forcejean con la necesidad de legislar y conservar la lengua [...] En los nuevos movimientos (antes hubo lo se que llamó el melting pot a comienzos del siglo o la nueva etnicidad de los años 50-60) si bien las reivindicaciones por la raza, el género, el medio ambiente y la religión siguen presentes, ahora, como una fuerte demanda, se incorporan el cuerpo, la sexualidad y la lengua, a pesar de que antes eran consideradas esferas de lo privado. [...] La afirmación Latina es en primer lugar un reconocimiento de un sentimiento de esquizofrenia, de esta patología de la dualidad nace, quizás, el contenido cultural de su mundo y significativamente presionan sobre los procesos de exclusión e incorporación. [...] El tropo de una cultura borde no es simplemente otra expresión de la indeterminación de la estética postmoderna, de acuerdo con los postulados descontructivistas de Derrida: cuando reconoce en la retícula: la incomprehensibilidad del borde en el borde o en la propuesta baudrillariana de simulacro (ni copia ni original). En realidad el tropo emerge en la forma en cómo el latino disemina su lenguaje en la vida diaria. Esto corresponde a un ethos sobre la formación. Podríamos ver que es más una práctica que una representación de la identidad255.

En estos «nuevos movimientos de la hispanidad», donde confluyen las propuestas estéticas de chicanos e hispanos neoyorquinos (puertorriqueños, cubanos y dominicanos), Juan Flores advierte un desplazamiento de los procesos de afirmación identitaria cuando enfatiza que para el latino residente en USA, la lengua y su uso tropológico -tanto en la vida cotidiana por las distintas maneras de gestar la identificación, como en las interferencias textuales-, diseñan un nuevo estado de conciencia. Estas vías complementarias que subrayan la noción de borde nos obligan a acentuar ciertos interrogantes sobre la inmigración, el exilio o la reconstrucción del árbol genealógico dentro de otro imaginario donde será necesario refuncionalizar nociones tales como lengua, cuerpo y sexualidad.

Allí estaban ellas pugnando por encajar en Estados Unidos; necesitaban ayuda para establecer con claridad quiénes eran, por qué los mocosos irlandeses cuyos abuelos fueron micks las llamaban a ellas spics. ¿Por qué, ante todo, habían venido a este país?256.



Crecer, educarse, adueñarse de una lengua, comunicarse en distintos registros, escribir en un suelo distinto al que el sujeto mismo fue diseñado por sus mayores, desconocer las fronteras de la comunidad que lo interpela; son las redes semióticas De cómo las chicas García perdieron su acento, primera novela de Julia Álvarez. En ella se construye para conjurar, por medio de la escritura, la disyunción entre contenido y expresión. «Yolanda,   —184→   apodada Yo en castellano, erróneamente convertida en Joe en inglés, o con la sílaba duplicada y pronunciada como el clásico juguete, Yoyo o también, si se ve obligada a elegir un llavero que lleve estampado su nombre, se transforma en Joey»257. El nombre propio, que se conmuta y no logra un lugar de pertenencia, termina no teniendo un sentido en sí mismo, salvo mediante los procesos de localización de los sujetos trasplantados: «Ahora Yolanda corría frenéticamente hacia el refugio de su idioma materno, un lugar donde John, orgullosamente monolingüe, no podría atraparla por mucho que lo intentase»258.

Al producirse un borramiento de los contornos de la propia lengua, las cuatro hermanas, sujetos del enunciado novelesco, desvinculadas del medio físico originario reterritorializan con relatos independientes el árbol genealógico familiar y los retazos del pasado: «Se había percatado de que su padre había perdido hermanos y amigos a manos del dictador Trujillo. Durante el resto de su vida le perseguiría el recuerdo de la sangre en las calles y las desapariciones en la madrugada»259. Poco a poco y a medida que se avanza en las historias se descifran signos, recuerdos que se han vuelto opacos, pero que son centrales, problemáticos. La novela lee al revés, desanda la cronología, las escenas próximas al presente de los narradores resultan borrosas, en cambio, son más nítidas cuando el relato se acerca al momento de la partida/exilio de República Dominicana. Pareciera que la memoria se constituyera a la manera de las culturas narrativas y orales, como consigna Walter Ong:

Las culturas orales utilizan historias de acción humana para guardar, organizar y comunicar lo mucho que saben [...]. Los hechos en medio de los cuales la acción debe empezar nunca se dispone en un orden cronológico para establecer una trama. No se encuentran tramas lineales en las vidas de las personas, aunque las vidas reales puedan proporcionar el material el relato se construye con la eliminación de algunos incidentes, sólo se ponen de relieve aquellos que enriquecen la historia [...]. La narración oral no se ocupa mucho del paralelismo cronológico exacto entre la secuencia en la narración y la secuencia en los puntos de referencia de éstas.260



Las memorias de los hijos de los exiliados suplantan y reacomodan la univocidad de sentido de cómo, hasta ese momento, se había leído el pasado. Jo, una de las narradoras, la que tiene conciencia de la lengua y la escritura, se refugia en la lengua/inglés: escribe poesía. Crea la huella de la lengua y cicatriza el inconsciente con la práctica de la letra. Al interrogante: ¿qué lugar ocupar en la frontera? La novela responde: el espacio de la escritura, un modo de establecer y marcar un dominio. Un armazón que ocupa un lugar compensatorio.



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- II -

He buscado en el fondo del cartapacio, para sacar los retratos más adecuados, los que no se exhiben; los que cuentan la vida paralela de cada hombre o cada mujer. Son los que no se ponen en álbumes. Los que no se mandan a ampliar para colocarlos en marcos en la sala. Los retratos oscuros, los retratos del tiempo viejo que uno quiere creer que ha pasado.261



El anuncio de este gesto de mirarse a sí mismo como otro condiciona un reconocimiento, porque mirar al otro fuera de sí supone ir señalando las diferencias. En «Retratos urbanos», Magali García Ramis conecta las historias de solidaridad, afecto y abandono con ese sujeto de «los no lugares» fragmentado y desfamiliarizado. Su narrativa se distancia de la propuesta que apostaba en los 70 a representar la voz de una memoria colectiva para apuntar a una memoria personal y aleatoria detonada por esos cuerpos que evaden su rostro. Ante estos seres anónimos es posible desacralizar una inflexión que había acompañado por más de medio siglo al pensamiento puertorriqueño: la idea de que la objetivación y la distancia crítica era el acertado punto focal del sujeto de la escritura, más aún que esa supuesta neutralidad era la pose necesaria para interpretar y traducir al otro.

Porque bien es sabido que mucha gente tiene memoria -pero no todos quieren testimoniar. Hay que tener algo de exhibicionista para dar testimonio de lo que uno ha vivido, sentido, querido o perdido, como también hay que tener algo de fisgón para querer escuchar al que narra. Nos metemos en la vida y los recuerdos de otros buscando perfiles de nosotros mismos.262



El carácter anti-jerárquico y anti-autoritario de sus relatos, así como de su novela Felices días, tío Sergio, enlaza, en parte, con cierta crítica feminista, pero como su narratividad apuesta a la hibridez por sus puntos de contacto con las estrategias textuales mass-mediáticas; sus textos pueden ubicarse al margen del canon paternalista, pero dentro de las nuevas propuestas culturalistas.

Ella le dijo cuánto lo quería, porque de verdad está enamorada de él. Él la acurrucó y le dijo esas cosas que los hombres dicen porque se las creen ellos mismos: que ella es lo mejor que le ha sucedido a él (lo cual es verdad); qué linda que se ve cuando acaba de llorar porque sus ojos toman un brillo distinto (lo cual es cierto también); y que él tratará de poner en orden su cabeza y romper definitivamente con su esposa y mudarse a vivir con ella (lo cual es falso también).263



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El modo como la enunciación se acerca, toca linderamente los recursos remanidos de los enunciados telenovelescos en un juego paródico sobre la postura femenina, nos permiten advertir la distancia que hay entre la propuesta narrativa de García Ramis y los textos feministas. Si bien hay puestas en escenas donde circulan las problematicidades propias de la mujer, no se enfatiza la crisis que ésta sufre por defender su individualidad frente a las imposiciones de la sociedad. En sus textos se borra la línea demarcadora entre un mundo doméstico y femenino y el mundo de la «historia».




- III -

En este país de la desmemoria yo soy puro recuerdo. Hoy que me despido de mi paisaje, ya muerto hace mucho, y que mis ojos de cadáver recorren la ausencia de lo que tanto amé, sé que mi empeño ha sido inútil, voz de cadáver para oídos de cadáver, pero acaso la memoria sea la más útil de las cualidades.264



La disputa que por más de trescientos años entabla Doña Inés Villegas y Solórzano por la posesión de unas tierras en Curiepe, litigio que metafóricamente la novela de Ana Teresa Torres, Doña Inés contra el olvido, lee como el enfrentamiento clasista de una mantuana contra su paje y liberto, Juan del Rosario Villegas (hijo bastardo de su propio esposo); enmascara el conflicto de interpretación de los registros de la «historia oficial» con la versión narrada o des-narrada de la experiencia de dislocamiento de una memoria excluida. El largo parlamento de «una muerta sin oficio» que recorre sin pausa más de doscientas páginas en un simulacro de confesión y denuncia, persigue desaforadamente volver a acomodar los recuerdos. La gran memoria ensamblada en la per-versión del relato de Doña Inés persigue, en definitiva, iluminar de sentido las zonas en blanco dejadas por los cuadros completos de significación de los discursos del poder. Su aparición fantasmática tiene como objetivo único y primordial reclamar el uso que sistemáticamente se ha hecho del olvido, el afán por enterrar la memoria de los conflictos y las diferencias, el hábito del discurso de las verdades absolutas por la CLAUSURA.

La igualación amnésica de la historia265 obtura cualquier intento de revisión del pasado, si se permite la tachadura de una voz que versiona de otra manera el pretérito, insiste la narradora, no habrá manera de leer nuestro presente. Por lo tanto es imprescindible poner en circulación el «documento del litigio» y su fehaciente existencia proporciona en la misma medida tanta fuerza a la memoria como al olvido. Un documento que se imponga como sustento de la memoria hace la diferencia entre la memoria que recoge la historia y la memoria que recoge el colectivo. Entonces, la cuestión pasa por una materialidad nueva que el detalle acumula y que siempre está en proceso de olvido. Aun cuando piense que se sabe, en esta seguridad de saber siempre habrá un malentendido, nunca se sabe todo y, tampoco, nunca podrá resignarse a un saber parcial que es a la vez inevitable y enemigo de la memoria. Los minuciosos detalles de El Exilio del tiempo, primera novela de la misma autora:

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Esta silla reina Ana que es necesario mandar a arreglar porque está desfondada, entonces recordábamos, esta silla era de la casa de Veroes, pero no, esta silla la compramos mucho después, pero bueno, están locos, esta silla, ésta, es del juego de la antesala de mamá Isabel, pero qué cosas dices, si es muy anterior, la trajo tío Eulogio de un viaje a Inglaterra donde compró el juego completo y se lo dio de regalo a tu bisabuelo cuando se casó con Isabel. Estas discusiones no eran tan banales, como parecen, porque al discutir los detalles del pasado del objeto, también discutíamos su pertenencia y sucesión, quién se lo había regalado a quién, y así trazábamos su presente, y por consiguiente, su futuro que también era preocupante;266



los detalles, decía, garantizan una impronta a la memoria y a la vez pelean por la presentificación del pasado. En realidad, pienso que en estas novelas no se intenta un movimiento sólo de reconstrucción de la memoria sino una prospección para conjurar las nuevas tachaduras del presente.

Ya es un lugar casi común en nuestra experiencia como lectores de páginas ajenas decir que el lenguaje al nombrar recorta la experiencia en categorías mentales, segmenta la realidad mediante nombres y conceptos que delimitan unidades de sentido y de pensamiento. La experiencia del mundo que verbaliza el lenguaje depende del orden semántico que moldea esa experiencia en función de un determinado patrón de inteligibilidad y comunicabilidad de lo real y lo social. El modo en que cada sujeto se vive y se piensa está mediado por el sistema de representación del lenguaje que articula los procesos de subjetividad a través de formas culturales y relaciones sociales. Si pensamos que estas novelas representan la posible eliminación de su propia palabra, la amenaza de un encapsulamiento en la cultura dominante y, peor aún, la condena al silencio; entonces, el propósito de estos relatos consiste en examinar el lenguaje en sus supuestos ontológicos y enfatizar esos supuestos en sus consecuencias políticas; ya que son estos supuestos los que confunden hecho (naturaleza) y valor (significación) con el afán de frustrar todo impulso transformativo en una condición puramente biológica. Hacer de la palabra la defensa de la identidad es supuestamente caer en los discursos legislados por reglas patriarcales, pero si aunamos las tres voces, sin importar el género desde donde se represente, la palabra remite a una pluralidad disímil de voces y estratos de identidad que derivan de espacios y tiempos irregulares, de memorias y tradiciones híbridas, entonces la «toma de la palabra» no será desde la voz hegemónica, sino desde la diferencia.