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ArribaAbajoIV. Sobre tres recepciones americanas para conmemorar en 2005

José Carlos Rovira



Universidad de Alicante

Se preguntaba una vez Alfonso Reyes, en Letras de la Nueva España, cuándo el español en México deja de ser español y pasa a ser mexicano, y se respondía a continuación que, probablemente, en el siglo XVII, cuando el dramaturgo Pedro Ruiz de Alarcón triunfa en Madrid donde vive, o la décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz, publica su obra en Madrid gracias a la condesa de Paredes. Son rastros de una historia que tiene que ver con lo que nos estamos preguntando, es decir, cuándo la literatura hispanoamericana toma el camino inverso y empieza a influir en el marco español y europeo. Porque no es, como sabemos, el llamado boom de los 60 el que extiende una presencia y una influencia, sino que hay datos previos que nos la sitúan de una forma determinante. Max Henríquez Ureña publicó en 1930, en Madrid, El retorno de los galeones, una interesante metáfora constructiva de la inversión de influencias entre América y España que el crítico dominicano tenía que rastrear en la colonia pero que, desde luego, situaba ya en el modernismo y en Darío de manera principal.

A Darío es al primero que me quiero referir y aprovecharé para hacerlo un detalle cronológico que no quiero que pase desapercibido: 1905, es decir hace un siglo, cuando aparece en Madrid Cantos de vida y esperanza.

La segunda referencia en el orden cronológico que quiero establecer es 1935, hace 70 años, cuando aparece también en Madrid Residencia en la tierra de Pablo Neruda.

Seguimos con este mágico 5 que nos depara aniversarios: 1945, hace 60 años, cuando Gabriela Mistral gana el Premio Nobel de Literatura, siendo la primera figura latinoamericana que obtiene este galardón universal.


Rubén Darío

«En el principio fue Rubén Darío», es un eslogan que he utilizado ya para situarme en este centenario de Cantos de vida y esperanza, en el que el formidable centenario de El Quijote puede tener efectos devastadores para todo lo que no sea la obra de Cervantes. Curándome en salud he anunciado ya conferencias que se titulan «1905: Rubén Darío ante Cervantes», como forma de introducir al nicaragüense en medio de la conmemoración universal que hacemos. Y sí, sin duda, en el principio fue Rubén Darío, en el principio de una modernidad de nuestra lengua que, por él, sobre todo por él, se vio transformada y liberada de las retóricas continuidades de la poesía del siglo XIX. En 1905 Darío está en Madrid y publica, pagándose la edición, en una tirada de 500 ejemplares que realiza la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, sus Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas. Tuve la fortuna de que en el 2004 me encargara Alianza editorial una edición de la obra que apareció en diciembre pasado, no sólo con introducción, sino con las 100 páginas de anotación (resueltas como comentario) que consideré necesarias para acompañar a los poemas. Porque quería resaltar con ellas el carácter ejemplar del libro que editaba, porque quería situarlo en el espacio canónico que Darío consiguió con esta obra para la poesía en lengua española.

Aquel Darío de 1905 es revelador y patético, dependiente de todos los vicios, dependiente con abundancia de un alcohol que lo está destruyendo. Pierde sus papeles que, afortunadamente, ha enviado desde tres años antes a quien será en ese año su cuidador literario, Juan Ramón Jiménez, que tuvo mucho que ver, como sabemos, con la edición de los Cantos de vida y esperanza y que nos ha dado en Mi Rubén Darío imágenes desoladoras del poeta, que contaba 38 años, imágenes desoladoras como aquellos encuentros en los que, en medio de una conversación, se refugiaba en su habitación y Juan Ramón veía a través de los cristales rayados cómo iba a su mesa de noche a beber whisky y regresaba a la estancia contigua tras enjuagarse la boca, o cuando se lo encontró borracho en la calle de Veneras, «sentado en el suelo, la cabeza en la pared, abierta la levita, y el sombrero de copa y los guantes en el arroyo». Sin embargo, a quien Juan Ramón llama, cuando bebía, «hipopótamo callado», seguía escribiendo el libro que apareció en julio. Dos fechas concretas para el libro de hace un siglo.

El 28 de marzo en el Ateneo de Madrid, Darío hace el estreno universal de una obra que ha escrito en los días anteriores. Según Juan Ramón y Vargas Vila, con diferentes versiones, la noche antes la concluye en medio de una descomunal borrachera. Se trata de la «Salutación del optimista», que lee el día 28 en el Ateneo madrileño:


Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!



He contado ya una vez cómo el Darío de nuestra juventud se ve muy confuso por la utilización imparable que el nacionalismo de cuando éramos jóvenes, el español, hace de poemas como la «Salutación del optimista», o la «Marcha triunfal», publicados inevitablemente en nuestras enciclopedias escolares al lado de un dibujo de Darío con el uniforme de Embajador de Nicaragua ante su Majestad católica, el rey de España. Hubo que rescatar a Darío de esa imagen para encontrárnoslo repleto de sentimientos de lo personal en la que considero su obra más importante mediante una escritura que, sin abandonar los mundos estéticos de Azul y Prosas profanas, significa la irrupción de lo personal en su poesía: gozos, culpas, pesares, temores, eros, espiritualidad, historia reciente, etc. Todo confluye en aquel libro ejemplar que estaba siendo asumido por el mundo cultural español como la lección de un primer maestro americano: Rafael Cansinos Assens dio cuenta de aquel episodio de 1905, de la lectura en el Ateneo, en su novela Bohemia (aparecida sólo en el 2002). La admiración de los presentes tiene la desenfadada frase de Valle-Inclán, cuando Darío concluye la lectura: «-¡Magnífico! ¡A ver qué dicen ahora esos académicos viejos e idiotas!».

La admiración era la de Valle -a pesar de la despiadada imagen que construye de Darío en Luces de Bohemia-, pero era también la de los hermanos Machado, la de Juan Ramón o Eduardo Marquina. Son raros los ejemplos de rechazo a Darío y, entre las figuras principales, sólo tenemos el de Leopoldo Alas, Clarín, y las distancias de Unamuno y Baroja. Los jóvenes encuentran apasionante su transformación del lenguaje poético, su uso magistral del alejandrino y su dominio de la estrofa clásica, junto al versolibrismo rítmico poderosísimo. He analizado algunas veces a algunos escritores que se formaron con Darío y concretamente con los Cantos de vida y esperanza bajo el brazo. El niño Neruda, el de los 15 años, o el niño Miguel Hernández, son ejemplos que he seleccionado para analizar lo que había pasado en el mundo hispánico: los jóvenes poetas y los que iban a serlo se formaban con Darío en la memoria rítmica y lingüística de una imitatio primeriza y eficaz.

Tal día como el 13 de mayo de 1905, Rubén, por enfermedad, no pudo ir a leer en el paraninfo de la Universidad Central el poema que había escrito para la conmemoración cervantina, para el III centenario de El Quijote. Lo leyó el actor Ricardo Calvo:


Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.



Las «Letanías de Nuestro Señor Don Quijote» resonaron con fuerza en aquel Madrid conmemorativo. Algunos de entre el mundo académico no debieron conciliar el sueño aquel día por el estupor que le habría producido las palabras del nicaragüense leídas en aquel acto:


de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos, señor.






Pablo Neruda

Septiembre de 1935, aparece en Madrid Residencia en la tierra en la editorial Cruz y Raya de Bergamín. Es la segunda Residencia lo nuevo. La primera había aparecido en Santiago en 1933 en edición limitadísima. Unos meses antes, el 6 de diciembre de 1934, Neruda lee poemas de la obra y Federico García Lorca lo presenta en un recital en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Los términos de la presentación son rotundos en la dimensión de elogio y reconocimiento. Dice por ejemplo:

Al lado de la prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío [...] la poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura y de sinceridad. Se mantiene frente a un mundo de sincero asombro [...] Cuando va a castigar y levanta la espada, se encuentra de pronto con una palabra herida entre los dedos. Yo os aconsejo oír con atención a este gran poeta y tratar de conmoveros con él.50



Las noticias de los reconocimientos de Neruda en España provocaron una lamentable respuesta en Santiago de Chile51. En primer lugar, quien luego sería amigo y biógrafo de Neruda, Volodia Teitelboim, encontró que el poema 16 de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada era una paráfrasis pura del poema 30 de El Jardinero de Rabindranath Tagore, a través de la traducción precisa de Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez. El asunto, que con dificultades explicó Neruda cuando modificó en la edición de 1938 la entrada del poema, escribiendo «Paráfrasis de Rabrindanath Tagore»52, había saltado al mundo literario en Pro, revista que dirigía en Santiago Vicente Huidobro, por información de alguien al que se lo había comunicado Teitelboim, en un artículo titulado «El affaire Neruda-Tagore» en noviembre de 1934. El 6 de diciembre, Pablo de Rokha acusaba de plagiario a Neruda en La opinión. El 15 del mismo mes, también en el mismo periódico, era Huidobro el que lanzaba los ataques en la misma dirección, recogiendo, muy molesto, la afirmación de Lorca en la conferencia donde «lo proclama el mejor poeta de América después de Rubén Darío». Lógicamente, la molestia de Huidobro procedía de considerarse precisamente él lo que Lorca había afirmado de Neruda. Otros ataques (Jaime Dvor, Alfonso Toledo Muñoz, etc.) y defensas (Tomás Lago, Diego Muñoz, Antonio Rocco del Campo, etc.) surgieron en Santiago53.

Neruda contestó con un poema no firmado que circuló por España e inmediatamente por Santiago. Se trata de «Aquí estoy (Madrid 1935)». Autentificó el poema, probablemente en 1962, poniendo sus iniciales en una copia, según informa Loyola54. Se trata de una durísima y extensa imprecación donde sus enemigos literarios son llamados «perros», «lobos», «ladillas», aparte de mentarles directamente e insultantemente a la madre. Por las referencias del texto nos vamos encontrando con Huidobro y Pablo de Rokha como principales objetivos de su violenta respuesta.

Los amigos poetas españoles iniciaron un homenaje posiblemente como respuesta a unos ataques que conocían. Confluyen en abril de 1935 con la publicación de un libro memorable: Homenaje a Pablo Neruda, en la madrileña editorial Plutarco. Se anticipan en él los tres cantos materiales de la segunda Residencia -«Entrada a la madera», «Apogeo del apio» y «Estatuto del vino»-, donde algunos críticos han visto el origen del lenguaje de las Odas elementales. Abre la publicación un manifiesto de homenaje a Neruda que firman Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, León Felipe, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Miguel Hernández, José Antonio Muñoz Rojas, Leopoldo Panero, Juan Panero, Luis Rosales, Arturo Serrano Plaja y Luis Felipe Vivanco55. En una cena-homenaje, organizada por Lorca el 14 de junio, participan todos los citados.

Juan Ramón Jiménez, que estaba ya muy cansado de lo que consideraba excesos de los jóvenes poetas españoles, que había fulminado ya a Lorca y a Alberti56, la emprende con violencia verbal inusitada en la prensa, en El sol, en una serie de intervenciones que concluyen con la valoración posterior, en 1939, de Residencia en la tierra como «estercolero»:

Tiene Neruda mina explotada y por explotar; tiene rara intuición, busca extraña, hallazgo fatal, lo nativo del poeta: no tiene acento propio ni crítica llena. Posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cuál flor, un metal en buen estado aún y todavía bellos. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y transmutadora [...]. A Neruda, para ser lo que algunos, bastantes creen o dicen que es, le faltan algunas cosas menores que la contención; le sobran más que le faltan, sobre todo irresponsabilidad mayor. ¡Qué monótona irresponsabilidad la suya!57



El momento clave de la enemistad bien pudo ser cuando Juan Ramón se negó a firmar el documento de homenaje de los poetas españoles a Neruda al que, sin duda, fue invitado.




Gabriela Mistral

El 15 de noviembre de 1945 Gabriela Mistral recibe la noticia de que le ha sido concedido el Premio Nobel de Literatura. Tiene 56 años de edad. Es la primera figura literaria latinoamericana que lo obtiene. Las relaciones de Lucila Godoy con España fueron difíciles. Era de una inoportunidad diplomática que la acompañó toda su vida. Incluso su vida consular. En el 32, en Italia como Cónsul de Chile, se había declarado antifascista; en el 35, como Cónsul en Madrid, aparece un artículo suyo en la revista Familia de Santiago, un artículo que no es tal, sino una carta privada que, por vericuetos imprevistos, había llegado a aquella revista. En la carta, Gabriela pasaba revista a su insoportable vida española, detestaba la vida política (estábamos además en el «bienio negro», el gobierno de la derecha) y se apiadaba de la pobreza social española, aunque critica con dureza el conformismo social que había permitido de nuevo el triunfo de la derecha. Critica a los escritores y provoca, con su visión de España, una crisis de la colonia española en Santiago, secundada por la derecha chilena. Su cese diplomático fue fulminante, aunque paliado por su nombramiento como Cónsul General en Lisboa.

Hay un detalle en esta relación que me inquieta y es la distancia con la que Gabriela Mistral fue tratada durante años por la crítica española. De su mundo de relaciones españolas tan sólo le quedó el aprecio de su admirado Unamuno, al que no perdonaba sin embargo la visión de la América indígena que este sustentaba.

En la visión trasmitida en España han prevalecido las insoportables visiones de la ternura que algunos seleccionaron. Ha prevalecido aquella inapropiada canonización que el ecuatoriano Benjamín Carrión hizo tempranamente, el año antes de su muerte, en 1957, en su Santa Gabriela Mistral. Este año, a los sesenta del Premio Nobel, podemos destacar que sí tuvo presencia y traducciones en Europa, que fue reconocidísima en Estados Unidos, y que, desde luego, merece relecturas de sus grandes obras (Desolación, Tala, Sonetos de la muerte, Poema de Chile) y nuevas perspectivas para las que recomiendo el libro de Grínor Rojo en el Fondo de Cultura Económica, Dirán que está en la gloria... (Mistral), que ha invertido la edulcorada lectura previa de quien es, desde luego, un ejemplo de universalidad americana incuestionable.