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ArribaAbajoPoesías

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ArribaAbajo[Soneto]

A la señorita Beatriz Sardi



El poeta Li-Tai-Pé
que hacía versos en prosa,
tuvo una novia preciosa
de color de rosa thé.

Y aseguraba en su fe  5
que su frase vagarosa
era el alma melodiosa
de su pequeña musmé.

Si amas algún poeta
hay que dar a su paleta  10
de tus labios el carmín.

Y serás en su regazo
la musmé de seda y raso
del sueño de un mandarín.



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ArribaAbajoRimas guaireñas




ArribaAbajoSanta Fe


Bajo la paja oscura de la ranchada,
junto a las llamas rojas de los fogones,
mientras el arpa suena casi velada
atisban a las hembras los mocetones.

En sus grandes oscuros brillantes ojos  5
se refleja la fuerza de sus pasiones;
parece que quisieran en sus antojos
zapatear sobre alfombras de corazones.

Las muchachas ocultan su seno fuerte
entre ramos de rosas y de alelíes,  10
y la carne bronceada, casta, se advierte
tras impalpables velos de ñandutíes.

Las caderas se enarcan entre la falda
hecha toda una espuma de albos encajes,
y las trenzas que caen sobre la espalda  15
parecen cintas negras sobre los trajes.

El arpista modula en su instrumento
un ritmo apasionado, suave, ligero;
en su nido de plumas lanza un lamento
el zorzal que soñaba sobre el alero.  20

Entre frases punzantes y carcajadas
van tomando sus puestos las tres parejas;
las mozas llevan flores anacaradas
y los hombres claveles tras las orejas.
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Vuelan los largos ponchos en amplios giros  25
formando vastas combas al agitarse,
y se escucha que estallan hondos suspiros
cuando el mozo y la niña van a chocarse.

Las parejas saludan; marcan las notas
el compás pronto y recio del zapateado,  30
y los rostros expresan ansias ignotas,
dulces sueños y besos de enamorado.

El arpa lanza un largo postrer gemido;
se agitan bravamente las tres parejas,
y al terminar el valse han ya perdido  35
los mozos los claveles de sus orejas.

Y llevando las hembras de negros ojos
en sus brazos robustos los mocetones,
parece que quisieran en sus antojos
zapatear sobre alfombras de corazones.  40

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ArribaAbajoÑandutíes


Van cruzando las mozas por el camino
con sus faldas de nieve llenas de encajes;
y en sus crenchas prendidas como celajes
llevan blancos pimpollos de flor de espino.

Un jilguero modula su breve trino,  5
soñando en los lejanos, verdes mirajes;
y las mozas reciben sus blancos trajes
con rosas amarillas como oro fino.

Tras las largas pestañas muestran los ojos,
radiantes de alegrías, dulces antojos,  10
y los labios incendios son de rubíes.

Y parecen, marchando con leve paso,
las mozas, diez querubes que hacia el ocaso
volaran con sus alas de ñandutíes.

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ArribaAbajoPalabras supremas


El viejo mar peinaba sus barbas venerables,
en los gruesos peñascos de lomos formidables,
en tanto que un enorme y ardiente pensamiento
a su espíritu hablaba con un extraño acento
de tempestad. El Mar piensa a rugidos,  5
sus palabras son siempre tremendos alaridos
que llevan en sus gamas de extrañas inflexiones
la métrica del trueno, la voz de los cañones,
la nota apocalíptica del insultante grito
del volcán, que escupiendo su lava al infinito  10
agita entre la noche que trémula se azora,
como un pendón flotante la llama de una aurora.
Su pensamiento estaba poblado de mutismo.
Si el amor y el cielo piensan en un instante mismo,
el cielo enciende todas sus leves luminarias  15
y es una idea ardiente la estrella solitaria
que traza entre la sombra su pálido miraje.
El océano pone su idea en el oleaje.
Por eso es que se alza, bravea y se agiganta.
Y en una sola onda suspira, ruega, canta;  20
por eso sobre el liquen que en pliegues se arrebuja
engarza nebulosa de fúlgidas burbujas
y que al venir la aurora en un divino escorzo
hace rugir su labio y hace crujir su torso.

El mar había visto surgir, cuando el Ocaso  25
pinta la nota roja de su candente raso,
sobre el escudo de oro del sol una figura
que remedaba un árbol, un monte, una altura.
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La tarde, al contemplarla con sus pupilas graves,
vistiose de crepúsculo, hizo callar sus aves  30
y en el zafir profundo marcó sus breves huellas
el paso dolorido que llevan las estrellas.
El Mar se embriagaba de luz. Su borrachera
de sol, llenaba todo su ser de primavera.
Estaba todo lleno de fecundidad. Rugía  35
como una enorme bestia, de amor ante su cría.
Todo en él era fuerte, soberbio, omnipotente,
su bíceps sin medida se hinchaba fuertemente,
y abofeteaba playas y deshacía riscos
para cubrirlos luego de nácar y mariscos.  40

El Mar ante la efigie plegó su grave labio
y calló. Era un silencio profundamente sabio
el del océano. Era el silencio de las meditaciones
poblado de misterios, de sueños, de visiones,
en medio de la sangre llameante del Ocaso  45
aquella efigie alzaba su gigantesco brazo;
entre sus labios llenos de raros esplendores,
crispábase la angustia de todos los dolores,
gustábanse las hieles de todas las angustias;
y sobre su cabeza palidecían mustias  50
las vastas nebulosas en cuyas albas crestas,
trazaban sus meteoros sus incendiarias gestas.
De pronto, el Mar herido lanzó un rabioso grito
llenando con su acento bravío el Infinito.
Aquel hombre tenía en su pupila el rayo 55  55
y su pupila estaba fija sobre el Mar.
Hendió su cayo
soberbio el oceano en la revuelta hondura
alzose hacia el espacio hirviente de bravura
escupiendo su rabia sobre el Cielo y el Mundo.
Era aquél un instante de silencio profundo,  60
temblando en sus engastes los astros contemplaban
aquel raro combate. Sus ojos se entornaban
preñados de horror. Y el Mar cayó vencido
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ahogando su rabia en un leve gemido

Bajo la línea enorme de aquel ideal abrazo  65
todo se perfilaba como un Apocalipsis;
los astros tambaleantes marchaban por la elipsis;
algún planeta herido con cien tajos profundos
rugía en la agonía suprema de los mundos
y en medio de sus cascos flotaban como versos  70
las angustias supremas de todo un universo.
A los pies de la efigie la humanidad pasaba
en un vuelco sin fin. El Mar absorto espiaba
con su pupila azul llena de horrores
aquel raro desfile de lacras y dolores.  75
Y con un eco impetuoso de tempestades lleno
aquel hombre así habló:
Yo soy la luz y el trueno;
soy el primer arpegio, soy el postrer vagido;
el rayo es mi pupila; mi voz el alarido  80
que rueda sobre el caos de un mundo agonizante;
yo soy el astro fijo y el meteorito errante;
soy fuego entre la nube, capullo de oro ardiente;
soy alba en el levante y ocaso en el poniente;
yo hago del silencio la suprema elocuencia;  85
y el peso de los orbes sostengo con mi ciencia;
color soy en el iris, esencia en las violetas;
mi cuerpo es la gran lira que pulsan los poetas.

El Mar estaba mudo, suspenso de aquel grito
continuo que partía de ese labio infinito.  90
Escuchaba transido, hirviente de emociones
-sus olas parecían gigantes corazones-,
estaba meditando, hablando con sí mismo
-su oído era la curva gigante del abismo-;
la efigie proseguía:  95
Yo soy como una llama
la púrpura y el oro de su candente gama;
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Son grandes los colores de mi ardiente bandera;
soy nieve en los inviernos, sonrisa en primavera;
yo soy como los ritmos de todos los poemas;  100
yo soy el rayo fuerte que hace sangrar las gemas;
las mieses se fecundan al calor de mi pecho;
de besos y tormentas todo mi ser fue hecho;
mi alma es el espacio, mi sien el firmamento;
cuando hablo todo nace al soplo de mi acento;  105
los surcos de mi sangre son rastros de cometas;
el huracán me anuncia con sus cien mil trompetas;
¡por eso es que mi frente de luz y de tormenta
la potencia de un orbe como una flor sustenta!

Los labios de aquel Hombre de golpe se cerraron;  110
sobre él en ese instante los astros reflejaron
sus tenues esplendores. Y un enorme lucero
fue a sellar en sus labios ese acento postrero.

El Mar hinchó su lomo soberbio, infinito,
abrió su enorme boca y en un sublime grito  115
que desgarró las tocas nupciales de la bruma
y desflocó los rizos ducales de la espuma,
con un acento extraño y un ademán no visto
llenó todos los mundos con esta frase:
-¡Cristo!  120

Sobre la noche viuda que trémula venía
fundiose aquella sombra como el oro de un día,
en tanto que a lo lejos mostraban los volcanes,
como gigantes fraguas, sus ojos de titanes.

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ArribaAbajoObsequio de boda


La secular pobreza que asedia a los poetas
hace que sólo ofrezca un ramo de violetas
a vuestra grácil novia, pues en cuestión de amores
una epopeya ha sido siempre un ramo de flores.

Vuestra novia es graciosa y muy dulce y muy bella;  5
lo galante sería ofrendarle una estrella
o un cordero blanco con grandes moños rosas,
o sobre una azucena un par de mariposas.

Y en su defecto, fuera un obsequio cumplido
dos tórtolas albísimas sobre el plumón de un nido,  10
mas, como enviaros eso no puedo, por mis penas,

aunque haya mariposas, estrellas y azucenas,
luciendo una sonrisa, va el ramo de violetas
como la pobre ofrenda que usamos los poetas.





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ArribaAbajoApéndice documental

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ArribaAbajoEl raído

Goycoechea Menéndez


El raído constituye, sin duda alguna, la porción más curiosa del pueblo paraguayo. Tiene algo del lazarone, tal cual nos lo describe Dumas, en su indolencia nativa; mucho del aborigen en su fiero e inmenso amor a la libertad. Levanta su rancho al pie de los cocotales sombríos, y es el señor del bosque solitario y del estero infranqueable.

Tipo intermediario entre el guaraní primitivo y el hombre civilizado, el raído guarda en su espíritu las suspicacias del segundo. Soñador por naturaleza, sobrio y sencillo, no aspira a otra cosa, que a mantener intacta su noble independencia, su rancho y su cría. Ante su criterio, el mundo concluye allí donde su afecto o su interés terminan.

Si llegáis a su rancho, el raído os recibirá con franca y alegre sonrisa, ofrecerá lo mejor que posee y no preguntará de dónde venís ni a dónde vais. Generoso y amable, os dará su propia cama para que descanséis y no exigirá por ello otro pago que el de un afectuoso apretón de manos. Y la mayor parte de las veces, el pedazo de carne y el plato de mandiocas con que os obsequia, es el almuerzo o la cena destinada a la familia. Si no hay más víveres en su hogar, la selva se encargará de proveerlos con los frutos en que desborda su inagotable fecundidad.

El raído desconoce, por lo tanto, la miseria, y, sin otra aspiración que continuar viviendo en su eterna pobreza, sin noción de otro bienestar que el que posee, cuando desea algún objeto de lujo para sí o sus mujeres, toma su hacha, se interna en el bosque, derriba un árbol de madera estimada, hace de su tronco una viga, y, llenando con el producto obtenido el objetivo de sus empeños, vuelve a tenderse en su hamaca de filamentos de cuero, para pasar los largos días caniculares haciendo vagar su pupila indiferente por sobre las vastas campiñas inundadas de sol.

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Este ser simple y noble del cual hablo, es, generalmente, un hombre de estatura más que mediana, de piel ligeramente cobriza y rostro inteligente, en el que campean unos ojos pardos, rasgados y luminosos. La espesa y ensortijada cabellera oscura va cubierta por sombrero de paja de anchas alas, y su ropaje, de burdo lienzo extranjero o de algodón silvestre, deja adivinar a través de sus pliegues, una musculatura ágil, sana y poderosa. Lleva constantemente los anchos pies desnudos, y cuando se aleja de su hogar, deja caer sobre los hombros el largo y fino poncho de abundantes flecos, mientras que luce en su cuello un pañuelo de vivísimos colores. Así vestido, el hijo de las selvas paraguayas, presenta ante las pupilas del viajero una silueta casi exótica, llena de nobleza en su actitud y de gracia en sus movimientos.

El alma del raído ha sido formada para la indolencia, la poesía y el amor. Es un tipo casi oriental, bajo este punto de vista, y cuando se le contempla enamorando a las mujeres en una de esas ruidosas y pintorescas fiestas a que acude, el observador piensa en cosas amables y lejanas, y llega a creer que rostros semejantes a los que mira y palabras idénticas a las que allí resuenan, ha visto y escuchado en los mercados de Esmirna y en las tortuosas calles de la lejana Alejandría. Es el amor libremente ejercido, sancionado por la costumbre, hermoseado por la ingenuidad.

Ese desdoble de los sentimientos pasionales, en forma que en cualquier otro país se reputaría indecoroso, tiene en el Paraguay una razón social y otra razón histórica. La primera es la desproporción evidente y considerable entre uno y otro sexo, excediendo las mujeres en gruesas cifras al número total de hombres. A pesar de lo que expresan caprichosas estadísticas, basta, para darse cuenta de dicho desequilibrio, el hecho de existir en el centro del país poblaciones habitadas casi totalmente por mujeres. Estos pobres seres sufragan todas sus necesidades con el duro trabajo impuesto a sus endebles brazos, y la única compensación que obtienen es la natural y santa del amor.

Cuando el último disparo de Cerro Corá anunció el final de la larga tragedia que ensangrentó la historia americana, la mujer paraguaya se encontró con un gran deber que realizar: ella tenía que reconstruir la patria del futuro.

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Sobre la tierra paraguaya no quedaban casi hombres. Los ancianos, los esposos y los niños sucumbieron en los campos de batalla para marcar con sus huesos las líneas gloriosas de las trincheras. Corría entonces, por sobre las selvas, las montañas y las llanuras, un triste viento de miseria, de llanto y desolación. La paraguaya, olvidando los propios sacrificios, con sus manos finas y pequeñas reconstruyó las poblaciones, abrió picadas en los montes, empuñó el arado para arrancar a la tierra las primicias de su fecundidad; y de esa pobre carne flagelada y de aquella gran alma llena de amargura, ha nacido el Paraguay moderno. Es ésta una sublime, heroica epopeya, que no ha encontrado aún el rapsoda genial que ha de cantarla.

¿Qué extraño es, pues, que impulsada por una tradición que ha hecho del hombre un ser querido y disputado, tanto más envidiable cuanto más escaso, qué extraño es, pues, decía, que la paraguaya, obrera gloriosa de su pueblo, haya hecho del amor un culto amplio, noble y desinteresado?

La cuñataí, es decir, la compañera del raído, no sabe otra cosa que ésta muy pura y muy sencilla: la mujer ha nacido para el amor. Cierta vez una muchacha del pueblo, respondió a una viajera que lanzó una frase airada sobre estas modalidades: Señora, nadie ha dicho que sea un crimen el tener hijos.

El raído es un poeta y cabe añadir que toda su poesía se dedica a la mujer. El dulce guaraní en que se expresa, hace que sus frases se destaquen llenas de colorido, desbordantes de ideas y de imágenes. La cuñataí, con la cabeza baja, escucha sus palabras, mientras se desgranan uno a uno los pétalos de las rosas y las azucenas que ha prendido en el nacimiento de sus trenzas.

Las expresiones amorosas del guaraní no tienen símil en ninguna otra lengua indígena, en lo relativo a la forma en que expresan los sentimientos, entre las galas de una frondosa retórica. Un raído no le dirá a su amada: Eres bella; pero, en cambio, ha de murmurarle al oído: Tu rostro es resplandeciente como un dorado amanecer. O si no: Tus largas trenzas son menos largas que mis suspiros y menos negras que mis penas. En circunstancias que llovía, escuché esta frase admirable: El cielo llora, porque has ocultado los ojos bajo la sombra esquiva de tus pestañas.

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Y todo este desborde de intensa poesía, no es otra cosa que la impresión del paisaje en aquellos espíritus soñadores. Todo en la tierra paraguaya es sugestivo, delicado, armonioso. La selva casi sin límites, pomposa, eternamente florida; las montañas azuladas, de suaves lineamientos, que se dirían rítmicos; los lagos tranquilos y profundos, donde los pájaros del cielo, los flamencos, muestran el nácar y el rosa de sus tersos plumajes; los valles llenos de limoneros siempre en flor, bajo cuyos azahares muestran los pumas la regia altivez de sus pieles doradas; los grandes ríos anchurosos, solemnes; el cielo, en fin, de un azul intenso y radiante, hacen que toda esa poesía maravillosa estalle en el labio con la divina palabra del amor.

El raído, artista poderoso para exteriorizar sus afectividades, es un creador en sus expresiones musicales. Sus instrumentos son el arpa y el violín, ambos construidos rudimentariamente con finas maderas olorosas. Casi toda su música acompaña las danzas y va rimando quejumbrosos versos. El compás con que las notas vibran, breve, raudo, vagoroso, no es otra cosa que un remedo de los rumores de la naturaleza. Entre aquellos acordes arrancados a las cuerdas amarillosas por la ágil mano del arpista, parece que resonaran los sonidos misteriosos y dulces de las florestas, estremecidas por un viento tibio, en una tranquila tarde de primavera.

Ferviente católico, el raído celebra las fiestas de sus santos predilectos con estruendosas zambras. Durante aquellas solemnidades, que suelen durar varios días, baila y reza, ríe y ama. El señor San Pedro y el señor San Juan tienen siempre una abundante cosecha de plegarias, de cantos, de flores y de besos.

En la época del año en que la iglesia conmemora la Exaltación de la Cruz, grupos crecidos de hombres, mujeres y niños, marchan a través de los campos, llevando una cruz de madera barnizada de negro, que ostenta una estola de hilo finísimo. En ciertos lugares, ya fijados por la tradición, el cortejo se detiene, clávase en tierra el símbolo sagrado, los rezos plañideros y los himnos quejumbrosos se entonan por los labios de las mujeres, y luego la música suena, iniciándose la danza.

Las prácticas religiosas del campesino paraguayo guardan profundas reminiscencias de los cultos indígenas. Curuzú-yeguá   —87→   (cruz-adornada) no es otra cosa que la ofrenda del hombre agradecido a los dones de la divinidad. La ceremonia consiste en reír y bailar frente a un blanco calvario orlado de chipas, panes fabricados con harina de mandioca. En la elaboración del pan sagrado se hace gala de una fauna y de una flora fabulosas, surgidas a la evocación de aquellas imaginaciones ardientes y primitivas.

Así, antes de la Conquista, los guaraníes, en varias épocas del año, ofrendaban a Curupí los frutos de la tierra, que hacía surgir con su soplo creador y benevolente. Curupí era todo lo bueno y amable de la vida; la encarnación del placer y de la dicha; lo fecundo, lo amable y lo hermoso; el iris de la burbuja y la púrpura del sol en las rompientes de nubes del ocaso. Estaba en la estrella lejana y melancólica, en el humus de la tierra, en la flor, en el fruto; en todo lo que da vida al cuerpo y agiganta el alma.

El ser amable y bueno aún tiene su culto. Sólo que Curupí se ha encarnado en la cruz.

*  *  *

El raído sustenta una gran pasión: su partido; y un vicio terrible: el alcohol. Su creencia partidaria se simboliza con un color, rojo o azul, y por ella es capaz de llegar al término de todos los sacrificios. Alrededor de estas convicciones partidarias, ciertos vivos de la política paraguaya han ejercido y ejercen una explotación inconsiderada e indecente, cuyo punto de partida es la mentira sectaria, sirviendo como base a sus afirmaciones, y cuyo final no puede ser otro que el retroceso definitivo de la nacionalidad. De lo que menos se acusan las fracciones de opinión, es, las unas de empobrecer y barbarizar al país, y las otras de pretender entregar la patria al extranjero. El raído, acostumbrado desde hace largos años a escuchar como verbo encarnado la palabra de sus directores de opinión, ha llegado a creer en la evidencia indiscutible de estas afirmaciones.

El alcohol diezma al raído, con especialidad en los pueblos de la costa donde no es difícil tropezar con un número crecido de personas mordidas por la tisis o agobiadas por incurables enfermedades   —88→   cerebrales. El examen científico indica que esos gravísimos males tienen un solo punto de partida: el alcohol. Los viejos y los niños beben a gruesas dosis el aguardiente de la caña de azúcar, y el embriagarse con ese fermento de agradable perfume y cristalina transparencia, es para el raído, más que una costumbre, un deber. La caña es el elemento principal de sus alegrías y el bálsamo con que calma todas sus penas.

No a todas las horas de la vida el habitante de las selvas permanece inactivo. Tiene sus épocas de labor, aquellas en que ha de plantar en los rozados los tallos prolíficos de la mandioca. Es ese tubérculo el pan del pueblo paraguayo. Sus prolongados bulbos contienen un fino almidón que se presta a mil combinaciones y que sale de los hornos convertido en la chipa dorada y sustanciosa. Cuando los jesuitas gobernaban las Misiones, la siembra de la mandioca daba motivo a solemnes festivales religiosos. Las imágenes de los santos colocadas frente a las tierras de labor, protegían el esfuerzo del hombre, que inclinando su cabeza sobre el surco, balbuceaba los ruegos de una plegaría. Hoy, todavía no se han extinguido esos recuerdos; he visto a una anciana, casi centenaria, dejar caer sobre la tierra recién arada, la bendición de sus manos temblorosas.

El raído sólo siembra mandioca, maíz o maní, pues aquello llena sus más íntimas necesidades. Rara vez ara la tierra con el propósito de comerciar, e indiferente y silencioso, se limita a sonreír cuando se le dice que la promesa de un agradable futuro le está aguardando en aquellos campos incultos, visitados tan sólo por los animales salvajes.

La existencia plácida, patriarcal del guaraní moderno, tiene también sus luchas. La naturaleza, que le viste y le sustenta, suele presentar a su paso temibles peligros. Al lado de la selva está el estero, pantano inmenso, en el que se reconcentran las aguas de las grandes lluvias, junto con el humus que las corrientes arrastran desde el fondo de las florestas impenetrables. El estero, desbordante de flores, luciendo una perpetua primavera, tiene el fondo negro y tenebroso del abismo.

Los esterales están extendidos profusamente por todo el país y engendran los afluentes de los estuarios que van hacia el   —89→   Plata. El estero es de fondo movible; cuando se pone el pie en sus márgenes, se le siente estremecerse por entero. Para cruzarlo hay que entablar una terrible lucha entre el fango que atrae y aprieta las carnes y el cuerpo que le huye. Bajo cada mata de pasto hay un peligro; en cada claro recubierto de musgo aterciopelado, un precipicio. Los saurios duermen al sol con sus largas mandíbulas entreabiertas, y las serpientes temibles ocultan sus nidos en los talles finos y ondulantes de los piríes. A esto hay que agregar que el estero no tiene caminos. La única ruta posible es la de la audacia. Y, sin embargo, el raído cruza el estero, despreciando el peligro y burlándose de la muerte.

Hay mucho de fatalista en el espíritu de ese hijo de las selvas tropicales. La firme y tranquila audacia de que está revestido, no es otra cosa que el producto de un indiferentismo absoluto hacia ese término extremo que marca el límite entre el ser y el no ser. Y, así, como se le ve luchar con el estero, vencer el fuego que le cerca el hogar, cuando los bosques se incendian, atacar a un tigre con un simple facón y dejarlo muerto de una sola puñalada, a sus pies, así también se le vio en otra hora entre el estruendo de los combates, firme, recto, sonriente...

En la memoria del raído perduran aún los recuerdos de aquellas epopeyas ya lejanas. El desastre ha dejado en el alma del hijo del pueblo un sedimento de amarga melancolía. Relata los trágicos hechos de que sus padres, y aun él mismo, fueron actores, con palabras en que trasciende dolorosa emoción. Sabe que la revancha es imposible, y quizás, por eso mismo, abismándose en sus sentimientos fatalistas, no quiere saber lo que significa ese término tan vago y a la vez tan real que suena: porvenir.

El hijo de las selvas guaireñas nada ha pedido hasta hoy a sus conciudadanos, sino su libertad dentro de los bosques. Allí, en el contacto directo de esas grandes cosas creadas por la omnipotencia de la vida, su espíritu sensitivo se impregna de poesía, para verterla5 después en las canciones que ha de entonar al compás del arpa indígena, ante la maravilla de las noches rumorosas.

Ser libre por excelencia, trata de tú a Dios y a los hombres; su ancha frente bronceada está siempre erguida; su corazón no   —90→   conoce las hondas decepciones, que amargan a las colectividades modernas.

Ignorante y feliz, altivo y a la vez humilde, ama lo bello de la existencia, y su retina, al reflejar las líneas y el color de aquellos mágicos panoramas, ante los cuales sus años se deslizan, imprime a sus sensaciones cadencias que vibran en sus palabras y fulgores que centellean en los reflejos de sus morenas pupilas.

De todas las cualidades enumeradas y que forman la esencia moral e intelectual del habitante de las selvas paraguayas, puede resultar, por un vasto y constante trabajo de asimilación de ideas, un elemento utilísimo para los destinos de la democracia americana. Hay que elaborar asiduamente ese carácter, impregnándolo con el perfume de los ideales de su pueblo y de su siglo.

Pero, mientras esto suceda -hora quizás muy lejana- el raído es y será la porción más bella de esa tierra en que aún se cuentan las hazañas del fiero Lambaré, y el viajero que quiere conocerle, tendrá que ir a encontrarlo en su rancho de madera de palmas, bajo las gráciles palmeras coronadas de lianas que abren castamente sus soberbios pompones azulados.



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ArribaAbajoDel señor Goycoechea Menéndez

[Noticia autobiográfica]


Humaitá, enero 14 de 1904

Señor director de LA TARDE:

Un señor, corresponsal de La Democracia, quien pasta por estos lados, se ha dignado acordarse del que suscribe en forma que cuadra plenamente con su indumentaria moral de pillete descocado.

Aunque no acostumbro a recoger las verduras de mercado que se me arrojan, cabe, sin embargo a la más elemental cultura, hacer una aclaración en homenaje a un nombre respetable y respetado. Y he aquí que me veo en la obligación, siempre molesta, de referirme a la propia persona.

Goycoechea Menéndez ha efectuado realmente algunas curas felices en Humaitá, por falta de un médico diplomado o autorizado que atendiera a los que sufren, y, sobre todo, por tener títulos para ello, los cuales se presentarán ante el Consejo Nacional de Higiene, a fin de eliminar la presencia de varios facultativos ilustres diplomados en las universidades chaquenses. Goycoechea Menéndez, confiesa humildemente, que sus pretensiones no llegan hasta el punto de hacer competencia a ciertos sabios eminentes que por aquí huelgan, los cuales -nuevos Cristos- tienen la asombrosa virtud de resucitar muertos para hacerles transferir campos siete años después de fallecidos.

Goycoechea Menéndez, que fue el primer escritor argentino que levantó su voz de protesta contra la ley militar de servicio obligatorio fabricada por el coronel Richeri, no podía permanecer en las filas del ejército de su país, cuando se le obligaba a ello en contra de convicciones hondamente arraigadas. Así es que consideró como un honor el abandonar las filas que le denigraban, en señal de levantadísima protesta.

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Y, como el corresponsal en cuestión habla de un individuo llamado Goycoechea Menéndez, voy a tener el ingenuo placer de presentarle a ese originalísimo sujeto: Goycoechea Menéndez es argentino y de yapa cordobés, mide 1.60 metros de altura, ostenta una silueta más o menos favorecida por esa eterna caprichosa a quien llaman Naturaleza y ha sido a veces estudiante, a veces literato, la mayor parte de sus años, periodista. Su nombre alguna vez tuvo resonancia americana y hace justamente dos años que los diarios paraguayos le saludaran en una hora de triunfo. El DESERTOR aludido fue en Asunción redactor de La Patria, El Paraguay y El País; escribió también, en El Cívico y en la misma Democracia; ha pronunciado conferencias en el Instituto Paraguayo; su pluma se ha ejercitado en los más grandes diarios del Plata; hablando de algo local, no se han olvidado aún los acentos con que le saludaran la palabra de Cecilio Báez y la ética prosa de Manuel Domínguez, y, por fin, ha escrito dramas que María Guerrero representa aún en Madrid y libros que se han traducido al francés.

Ya ve el señor corresponsal que Goycoechea Menéndez, bien conocido en París, no tiene la culpa de pasar desapercibido en Humaitá.

Como es necesario referirse, también, a los demás, debo agregar que el referido corresponsal está mistificando groseramente a un diario que, por sus antecedentes y sus años, merece el mayor respeto.

Amparado por la distancia y el desconocimiento que en Asunción se tiene de las cosas que por aquí pasan, denigra caprichosamente a funcionarios públicos que no han cometido otro pecado que imprimir a este pueblo una franca y alentadora corriente de progreso.

Se insulta al jefe político porque no permite que las calles estén llenas de temibles beodos y porque ha garantizado la persona y la propiedad; y se arrojan todo género de dicterios sobre el presidente de la municipalidad, por exigir el cumplimiento de ordenanzas que disponen la construcción de veredas, de murallas en los terrenos baldíos, de plazas y mercados. Me parece que estos delitos hacen acreedores a los déspotas y a los anarquistas, por lo menos, a la gratitud y al aplauso de los hombres de bien.

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Como el referido corresponsal peca de deslenguado y agresivo, manifiéstole que no es en el terreno de las procacidades donde las gentes decentes ventilan sus asuntos personales. Y, debo agregar, que, a falta de guantes, soy capaz de recibirle hasta una media.

Suyo afectísimo.

M. Goycoechea Menéndez

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ArribaAbajoIntermedio


ArribaAbajoCerro Corá

Guillermo Saraví


La última revista


Canto inspirado por una página en prosa del malogrado e inolvidable escritor Martín Goycoechea Menéndez




I



En la calma solemne de la noche
el férreo Mariscal, por vez postrera
su ejército revista. Sobre el negro
manchón de las vecinas arboledas,
se distinguen los cuerpos alineados  5
como una tenue pincelada. Llegan
con el viento los débiles rumores
que alza el Aquidabán. Alguna enseña
deshilachada, trágica, en la brisa
se extiende como un ala gigantesca,  10
y sobre ese puñado de guerreros
-la última falange que le queda-,
¡parece el alma de la Patria misma
llamándolos a sucumbir con ella!

-«¡Soldados del 14! ¡Cuatro pasos  15
al frente!» -dice el Mariscal, y apenas
quince sombras altivas adelantan,
¡quince sombras el arma le presentan!
—95→
Tras una larga pausa dolorosa
impregnada de fúnebre tristeza,  20
los del 43 fueron llamados...
Cuatro sobrevivientes, -cuatro lentas
figuras espectrales- se movieron...
¡Dormían los demás, pero en la espesa
noche definitiva, a campo raso,  25
con las pupilas al espacio abiertas,
aunque sin ver la claridad del día
ni la vislumbre azul de las estrellas!

-«¡Los del 46! ¡A revistarse!»
-siguió la voz del adalid, siniestra,  30
como si desde el fondo de la noche
estremecida de dolor viniera.
Y adelantose un hombre, un hombre solo,
pero sobre él alguna cosa inmensa,
desmesurada, informe, se movía:  35
¡era el ala gloriosa y macilenta
que en la angustiosa víspera del drama
desplegaba en las sombras la bandera!

Una inflexión más áspera, más ronca,
mandó después: -«¡Soldados del 40!  40
¡Soldados del 40! ¡A la revista!»...


II

¡Cerro Corá, Cerro Corá!... En tu cumbre
culminó aquella noche la tragedia...
¡En ti la angustia de Solano López,
más grande aún, más vasta aún que aquella  45
que desbordó en la cima de Berruecos,
su desmedida cruz halló pequeña...!

¡En ti su Patria, el Paraguay entero
desangrado en un lustro de Epopeya,
—96→
juró el desesperado sacrificio,  50
su legendaria inmolación suprema!

Aún la nación mártir apretaba
el arma rota entre las manos yertas,
sus épicos fantasmas se movían
entre las ruinas de las fortalezas,  55
los niños de Humaitá se incorporaban
apoyando el fusil sobre las piedras,
Curupayty velaba amenazante
cañones mudos y apagadas mechas,
de Boquerón el trueno formidable  60
estremecía el alma de la selva,
¡y Curuzú con su legión de espectros
cavaba más profundas sus trincheras...!

¡La última revista...! Fue un recuento
de claros y de muertes... Una tétrica  65
ceremonia delante de la gloria
y la noche sin fin que estaba cerca.

Antes del grito varonil y heroico
del «muero con mi Patria», entre las nieblas
de esa última noche de febrero,  70
no quiso el Mariscal contar sus fuerzas:
pasó revista a su cortejo fúnebre...
¡No era otra cosa su legión deshecha!

Regimientos, brigadas, divisiones...
Cuando a todo lo largo de la tierra  75
(desde el lejano Itapirú perdido
hasta aquella fatídica eminencia),
no quedaba un rincón que no estuviese
cubierto de sagradas osamentas,
esos extraños nombres sin sentido  80
se convertían en palabras huecas.
—97→

-«¡Soldados del 40! ¡A la revista!»
Y ni un sobreviviente que se mueva,
ni un bisoño soldado que responda...
Y atrás lejos, la oscura cordillera  85
de Amambay... Y el río más cercano
que refracta la luz de las estrellas
como siempre... Y la mancha de los montes
tendidos hacia allá, como el esquema
de los fieros ejércitos diezmados  90
en una lucha desigual y cruenta...


III

¡Cerro Corá, Cerro Corá...! Tú eres
del Paraguay, pero también de América.

Ara del holocausto mitológico:
¡en ti ha quedado la indeleble huella  95
de un horrendo dolor que no se olvida
y de una sangre que jamás se seca!





  —98→  

ArribaAbajoOpiniones


ArribaAbajoTorres humanas

Manuel Domínguez


(Paraguay, 1868-1935)

Este diario publicó ayer un hermoso escrito, inspirado por las ruinas de Humaitá.

Su autor, el joven argentino Goycoechea Menéndez, nuestro distinguido huésped, ha mirado con ojos de esteta aquellas ruinas, y ha cantado lo que ha sentido. Cantado digo, porque su prosa, vibrante y sonora, parece verso.

En la torre aquella, «lacerada en su frente por el salivazo brutal de la metralla», ha visto una epopeya de piedra. Y la rauda fantasía del escritor quiso que sea como una visión del alma de López. Cierto. La torre carcomida por el tiempo, pero inquebrantable en su pedestal, levanta su cabeza negra, cabeza de guerrero, sobre un fondo de tul, en el espacio etéreo. En sus agujeros negros aúlla la tormenta, cuando la tormenta sopla. Entristece, pero atrae. Aprieta el alma, pero cautiva. Es una cabeza épica, de belleza arrogante, con penumbra y sin penumbra.

Y así es López, así me parece a mí. En el interior de su cabeza había lo propio que en la torre en la hora de la borrasca: ruidos de tormenta.

¡Llevaba la tempestad bajo el cráneo!

Destino fue el suyo como el de la torre esbelta, ennoblecido por el heroísmo y la desgracia.

Como la torre, entristece, pero atrae, oprime el corazón, pero seduce. Torre es, muy alta, visible desde lejos, desde los Andes, desde Europa. Se dibuja su contorno épico y sombrío, se dibuja con soberbia. ¡Monumento digno de una ciudad heroica!

Detrás de esa construcción altiva, allá lejos, entre sombras espesas, se destaca otra arquitectura, arquitectura criolla, de género único, poblada de leyendas.

  —99→  

Es de granito durísimo, triste, sin curvas áticas, construcción solitaria. Una cosa tremenda, que parece espectro. Razones buenas y fuertes hay para mirarla con temor. Francamente, yo le tengo miedo... Pero ¡qué diantre! Confieso que también ejerce su atracción, que tiene cierto encanto extraño, el encanto del abismo, o del demonio, si les parece bien. Asusta, pero atrae de manera diferente que el otro. Es el doctor Francia, carácter de granito. ¡Francia, el de las pupilas de fuego!

Y hombres semejantes no se miden con un solo paso, ni con dos, ni con tres.

Quiere decir que no eran de la muchedumbre anónima.

No fueron «hombres de bien» en cierto sentido; pero tampoco fueron pillos excelentes, de esos que abundan en todas partes. Eran otra cosa, eran torres, o montañas, lo que ustedes quieran.

El análisis exacto ha de encontrar metal de ley en su estructura resistente. Se me antoja que naturalezas así, dañinas, si lo exigen, terriblemente tenaces, poderosas, se forjan con alambres de acero bien templado.

Tal es la verdad, señor Menéndez.

Usted la sabido ver el lado fuerte de las dos construcciones ciclópeas, únicas a su modo que, soberbias y terribles, dominan por su altura la historia americana.



  —100→  

ArribaAbajoLos Sucesos

Asunción, 1906


ArribaAbajoMartín Goycoechea Menéndez
Su fallecimiento


Diríase que el destino ha querido burlar nuestras esperanzas precisamente cuando las expresábamos con más fe en el retorno del querido compañero. Hace unos cuantos días, con motivo de celebrarse en esta casa el primer aniversario de la fundación de Los Sucesos, nuestro Director recordaba con palabras afectuosas y justicieras el nombre de aquel escritor vibrante y delicado que colaboró con su privilegiada inteligencia en esta hoja, contribuyendo a prestigiarla con el prestigio de su firma que es una de las que más alto se cotizan en el mercado actual del Río de la Plata. En esta oportunidad todos los de esta casa acogimos con aplausos los votos formulados por el pronto regreso de quien en medio de nosotros tenía su puesto reservado para que lo ocupara tan presto como volviera en su peregrinación de arte por los países europeos, y mientras bebíamos a su salud la copa de champagne brindada en su honor por nuestro Director, en lo más íntimo de nuestras almas nos regocijábamos con la idea de estrechar muy pronto la mano del noble amigo y de verlo a la par nuestra contribuir con su talento prodigioso a la formación diaria de Los Sucesos. Y hoy, después de tres días que no bastaron para desvanecer el eco de aquellos votos amistosos, el cable nos trasmite la noticia de la muerte de Goycoechea Menéndez acaecida en México, adonde en su peregrinar por el mundo había llegado por el nombre de aquella tierra de tradiciones, en la cual la poesía de América tiene su más alto solio.

Nuestra hoja está de duelo. Lo está ella por sí misma, porque guardaba estrecho parentesco intelectual con aquel artista que en sus columnas derramó la sangre de su cerebro, convertida en raudales de poesías, como un padre amoroso derrama en la sangre de   —101→   su hijo querido la sangre de sus propias venas. Lo está por nosotros, que fraternizamos estrechamente con el exquisito autor de los Cantos Helénicos y para quienes la muerte del antiguo camarada es un intenso duelo de familia. Y a la par nuestra están de duelo las letras americanas y los lectores también emparentados por los lazos del espíritu con aquel artífice que con prodigalidad oriental les daba tantos ratos purísimos de placer.

Ya nuestras tradiciones paraguayas no tendrán quién las cante en períodos de oro que valen por la más ricamente cincelada estrofa. Ya no habrá quién en las noches de verano, bajo la plácida luz de la luna, recorra nuestros valles y atraviese montes para descubrir los misterios de que hablan las leyendas y cantarlos en frases y en versos de dulzura incomparable. Ya no habrá quién, igualmente en las noches tibias del verano, cruce los esteros paraguayos para escudriñar en las aguas turbias las huellas de algún misterioso personaje de leyendas poetizado por la imaginación popular en el transcurso de varias generaciones. Y los soldados heroicos, los que en la gran guerra ofrecían el holocausto de sus vidas con la misma bravura de los espartanos, los que en los altos de las fortalezas medio derruidas asían de sus brazos heridos y chorreando sangre astas para sostener la bandera invicta, los que uno tras otro cayeron en las filas del famoso batallón 40, todos esos valientes ignorados no tendrán ya quién recorra sus tumbas para preguntarles sus hazañas y cantarlas después en páginas destinadas a la perduración de la belleza.

Sabemos que Goycoechea Menéndez amaba a nuestra patria por lo mismo que le profesaba profunda admiración. Soñaba con la fraternidad de nuestra patria con la suya y a este sueño, que constituía uno de sus ideales predilectos, consagró muchas de sus mejores inspiraciones de poeta y escritor. Nos amó hasta el extremo de anhelar que la muerte lo6 sorprendiera en nuestro suelo, para morir, decía, aspirando el perfume de los azahares en flor. Llegó un día como peregrino después de recorrer y no quiso marcharse más. Nuestras leyendas ejercieron sobre él una sugestión irresistible y para conocer el teatro de muchas de ellas abandonó un día la capital y cruzó todo el territorio hasta el Aquidabán, en cuya orilla evocó el episodio final de la gran contienda del 65,   —102→   imaginando aquella última lista pasada por el Mariscal ante las filas deshechas de sus postreros soldados. Nuestras tradiciones le inspiraron ese su último libro Guaraníes, que todos hemos saboreado con infinito placer.

Hace como diez meses que Goycoechea Menéndez se despedía de nosotros para irse a París; se marchó dejándonos su promesa de volver y desde la capital del mundo nos llegaron más de una vez noticias suyas que nos impusieron que el joven literato había sido recibido como un hermano por los intelectuales de París. Ávido de conocer México marchó a la tierra de Moctezuma, donde es seguro que como en París le recibieron con los brazos abiertos los poetas mexicanos, para quienes no podía ser desconocido el autor de los Poemas Helénicos. Y allá, en aquel país de la poesía y de las tradiciones, le ha sorprendido la muerte cuando tal vez soñaba con volver a estos lugares, donde le aguardábamos cariñosamente conservando siempre en nuestra mesa de trabajo vacío lugar que él ocupó, como en los hogares cariñosos conserva la familia desocupado y con el cubierto puesto en todas las comidas, el sitio que ocupó el padre o la madre que ya han dejado de existir.

No encontramos palabras con que expresar nuestro profundo sentimiento. Esa muerte inesperada nos abruma. Ni siquiera tenemos el consuelo de ir a visitar su tumba para dejar que en ella nuestros recuerdos lloren y para adornarla7 con las flores del cariño, que iríamos a buscar en los jardines cantados por el poeta en sus versos perfumados. Manos menos amigas que las nuestras se habrán8 apoderado de su cadáver y corazones no tan amantes como los nuestros le habrán dado la despedida suprema junto a la tumba abierta en la tierra mexicana. Pero no importa, la distancia no existe para el amor de las almas y a través de los mares nuestro espíritu irá a visitar la tumba del poeta amigo para hablarle del dolor inconsolable en que nos ha dejado su muerte, cuando más esperanza cifrábamos en su gloriosa vida de artista.

¡Paz en su tumba!





  —103→  

ArribaAbajo[El poeta]

Juan E. O'Leary


(Paraguay, 1879-1969)

(Fragmento)

Sin dejar el periodismo, escribiendo con el pseudónimo de Lucio Stella páginas admirables sobre los temas del día, pensó en un vasto poema que trasuntara todo el esplendor de nuestra epopeya nacional, como el que D'Esparbés dedicó a la leyenda napoleónica.

Fui, más que su amigo, su confidente literario, y sé como nadie los secretos de su pensamiento. Conozco, pues, sus proyectos, y puedo hablar de su obra.

Una noche, en mi sala de estudio, me reveló la dificultad con que chocaba para realizar el plan que se había trazado: no conocía sino superficialmente nuestro pasado, y necesitaba penetrar en sus profundidades para acabar de sentirlo y destilar su íntima poesía. Y yo era el único que podía encaminarlo en la selva oscura, aclarándole las sombras del camino. Y el pacto quedó firmado, empezando nuestra labor fraternal.

Primero se devoró todos mis libros y papeles sobre la guerra inicua, y después oyó de mis labios todo cuanto necesitaba saber, los detalles íntimos, los hechos aislados que escapan a la historia, las explicaciones que aclaran los misterios. Con aquel su inmenso poder de asimilación, pronto dominó el cuadro de nuestro trágico ayer, acrecentándose en su alma ardiente y soñadora su admiración por nuestro heroísmo desgraciado. Sólo faltaba que fundiera en su prosa rutilante los medallones que proyectaba, los épicos altos relieves en que pensaba hacer desfilar la teoría de nuestros guerreros. Y un buen día me sorprendió con la lectura del primer canto de su heroico poema... ¿Cómo pintar mi emoción? Goycoechea acababa de vaciar en bronce resonante, en un bronce inmortal, la estatua del hombre formidable, cuya silueta había visto de pie, sobre lo alto de las ruinas sagradas de Humaitá, al entrar   —104→   por primera vez en nuestro país. Con la inconciencia del poeta había sellado su propia inmortalidad en ese canto conmovedor que se llama ¡La Noche Antes!

Síntesis suprema es la poesía, y ese canto de Goycoechea Menéndez lo dice todo, es la epopeya de un pueblo y la tragedia del hombre que encarnó a ese pueblo; todo está allí, sin que nada falte: el esplendor de nuestra gloria, el fulgor de nuestro poderío, la alegría de la victoria, la desolación de la última derrota, la via crucis nacional, la agonía desesperada... Resume todo nuestro martirologio, y con más elocuencia que un libro contesta a todas las interrogaciones de la posteridad sobre la obra de ese taumaturgo de la guerra que en su hora, se «sintió inmenso porque se sintió la patria». Allí está el Mariscal López en la cumbre de su vida, contemplando su pasado en el abandono de su infortunio, contemplándose a sí mismo en la realidad abrumadora de su dolor, solo frente a la historia, orgulloso de sí mismo, seguro de su gloria... «en la noche precursora de lo inevitable, entre el claroscuro que anunciaba el alba, el día próximo que iba a traer con su luz, con las sonrisas de los cielos y las alegrías intensas de la vida, la caricia desoladora de la muerte, la desesperación de la última derrota, el vértigo sin límites de la postrer caída».

Se siente algo como el terror sagrado que infundía la tragedia antigua ante ese hombre solitario, de pie en la cima de su destino, que, mientras lo azotan todas las tormentas de su contraria suerte, contempla con olímpica serenidad el áspero sendero recorrido para llegar a su calvario, mide sin inmutarse la enormidad de su dolor, que es el dolor de su pueblo, aprestándose a rimar el último canto de la Epopeya, en el último linde de la patria, después de verla derrumbarse en el medio del estrépito de las batallas.

«Aquello era el crimen de que se le acusaba, exclama el poeta, el gran delito de caer con su pueblo, de sumirlo en su fosa, de arrastrarlo en su caída de coloso herido y hostigado a la profundidad del abismo en que se tumbaba, en el vértigo de esa parábola inmensa, cuyo término fatal tenía que ser la trágica hediondez de un sudario.»

¡Sí, aquello era su crimen, el crimen de su amor, orgulloso y altivo, a su patria, el crimen de caer con ella después de haber   —105→   agotado los recursos del heroísmo, el crimen de no querer sobrevivir a su derrota, y el crimen inmenso de no querer ser testigo de sus mutilaciones y de preferir el sacrificio supremo a una vida de humillación y de miseria!

El poeta está en el corazón del Héroe, o el Héroe está en el corazón del poeta que habla su lenguaje e interpreta sus sentimientos.

¡Y el final! No puede darse nada más bello:

«Llegaba el día. Y ante el ejército que se aprestaba a la pelea, el Mariscal saludó por última vez el estandarte, mientras el Aquidabán mugía a la distancia entre sus rocas centenarias, como si llevara a los mares rumorosos y lejanos el alarido de protesta con que se desplomaban un ideal, una patria y una raza.»

He ahí el monumento del caído de Cerro Corá, mucho más alto y duradero que el monumento de bronce y piedra que le debe su pueblo.

El cincel trabaja un material menos noble que la pluma. El escultor fija la imagen, asegurando su duración en el tiempo; sólo el poeta resucita y hace andar, sólo él tiene el privilegio de invadir los dominios de la eternidad.

Y en esa poesía en prosa de Goycoechea, es y será el paladín del Paraguay, ¡pero en una vida luminosa, digna de dioses, superior a las miserias rencorosas de los hombres!

Después de este admirable poema vinieron los otros cantos que integran este libro, todos ellos de soberbia entonación, elocuentes y patéticos, y, al mismo tiempo, tiernos y sentimentales, roncos con la voz de la derrota, vibrantes y sonoros como gritos de victoria, amargos a ratos como el odio, dulces como la esperanza, trasuntos, en fin, del drama terrible en que la muerte iba mezclada a la vida, el amor a la patria al odio al extranjero, la desesperación a un imposible optimismo.



  —106→  

ArribaAbajoUn poeta bohemio

Martiniano Leguizamón


(Argentina, 1858-1935)

Recorría días pasados un diario sin mayor curiosidad, cuando al pronto mis ojos se detuvieron ante esta breve información transmitida por el telégrafo con su lacónico frigidismo: «Ha muerto en Mérida, Méjico, el joven escritor argentino Martín Goycoechea Menéndez.»

El diario no agregaba ningún comentario sobre aquella muerte prematura. Quizá pasó desapercibida la noticia, o bien no le conocían en la redacción y no se tomaron la molestia de averiguar de quién se trataba.

Y, sin embargo, ¡qué vida más curiosa y accidentada la de ese bohemio peregrino, condenado quién sabe por qué secreta fatalidad a cruzar melancólico la tierra tras la sombra de una dicha quimérica que no debía alcanzar jamás!...

Nacido en Córdoba -en la tranquila ciudad montañesa de las iglesias y los conventos vetustos-, un buen día, siendo aún casi un adolescente, empezó a hacer sonar su nombre como un ruidoso cascabel con los primeros escritos, donde al decadentismo de la forma se mezclaban audaces ideas libertarias, lo que le obligó a abandonar el nativo terruño para emprender su peregrinaje de eterno forastero, en medio de las ciudades indiferentes, a que la muerte acaba de poner piadoso término.

Hoy en Buenos Aires de cronista ganándose penosamente la vida; de marinero mañana en un buque de la armada en viaje de turista hacia los mares australes; de vigilante rural otro día para nutrirse de sol y de pampa; de revolucionario uruguayo después a fin de estudiar la tierra gaucha; de yerbatero en las selvas guaraníes en seguida, rastreando las huellas del indio y del jesuita; enamorado más tarde de la figura del autócrata Francia, cuya imagen quería evocar sobre el polvo que holló su calcañar de dictador por cerca de treinta años, sin un estremecimiento misericordioso ni siquiera para su anciano padre moribundo...

  —107→  

Aquella extraordinaria y férrea energía del bárbaro que tentara el humorismo de la pluma del gran Carlyle, debió seducir poderosamente la fantasía de Goycoechea a fin de burilarla en un soneto, su forma poética favorita. Ignoro si concluyó algún trabajo sobre el particular, pues a su regreso del Paraguay sólo estuvo de paso en Buenos Aires y desapareció nuevamente para cruzar con su sombra extraña de bohemio por el asfalto de los bulevares de París, emprendiendo al día siguiente su vagabundaje a través de los mares, hasta arribar a la tierra esplendorosa de recuerdos y de leyendas de aquel soberbio príncipe Moctezuma, con que lo deslumbraron las rimas extrañas de Rubén Darío.

Tutecotzimi, Guaucmichin y las cobrizas mujeres toltecas; los bosques de esmeraldas, la montaña que guarda los ignorados tesoros, el indio cubierto de míticos tatuajes y los combates de los rudos flecheros, fueron tal vez el postrer ensueño del nómade soñador.

Y allí ha quedado inmóvil para siempre aquel pequeño cuerpo, inquieto y vagabundo, que parecía eternamente empujado hacia un misterioso más allá...

Especie de Childe Harold sin dinero, pero con su tedio fatal, con su maldición ambulatoria y su ensueño insaciado, ¡cuántas penurias no habrá tenido que soportar esa atormentada y errática vida que rodó por tantos mares y tierras extrañas sin un solo día de reposo!

Le conocí en 1900 en aquella salita de conversación de Caras y Caretas, que el espíritu burbujeante de Fray Mocho hacía tan amena con sus alegres charlas. Goycoechea Menéndez acababa de llegar desterrado de Córdoba; era un tipo inconfundible de escritor bohemio por las ideas y por la catadura. Hablaba poco, porque el director no le dejaba meter baza. Pero cuando lograba tomar la palabra, lo hacía con garbo, y sobre todo mentía, mentía gravemente, de una manera admirable. Como el famoso tarasconés de Daudet, contaba cosas asombrosas, narraba aventuras extraordinarias de regiones que nunca conociera, que muchas veces sólo había visto a través de un relato recién escuchado, y lo hacía, sin embargo, con tal colorido de verdad, que uno, al escucharlo,   —108→   no podía menos de admirar aquel prodigio de imaginación fantasista.

Y así se pasó la breve existencia, engañando o engañado, pero sin ser jamás gravoso, menospreciando el adverso destino con su desgaire de poeta, y mientras acariciaba la quimera interior, iba tejiendo sueños el eco de su palabra que tanto prometía y que bien poco cumplió.

Quedan, empero, algunos ecos de las melodías que dejó al pasar, como hojas dispersas arrebatadas por los vientos del camino, y bien valdría la pena de que alguna mano amiga las recogiera para perpetuar una memoria que no puede sernos indiferente, porque había en él un temperamento de artista rico de emoción, un alma vibrante de poeta que sentía nuestra naturaleza y hubiera dado, sin duda, lozanos frutos consagrando a la obra artística más tiempo y reposo.

De aquella época en que yo le conocí y me interesé por su extraña existencia data la siguiente composición, su mejor obra posiblemente, porque ha pintado con pincelada feliz y duradera a la brava gauchada batalladora.

Es toda una gallarda evocación de las caballerías de la patria vieja, de aquellos montoneros hirsutos de Ramírez y de Güemes, que avanzan y se alejan dejando en las arenas del sendero las huellas de los crinados redomones... En catorce versos, admirables por la sonora armonía de sus cláusulas y el vigoroso colorido local, está pintado un cuadro genuinamente argentino.

Contribuyo por mi parte a la exhumación de las poesías del pobre poeta con ese hermoso soneto que basta para salvar su nombre del olvido. Helo aquí;




La montonera


Flamean en el viento las banderolas
y se encrespan las crines y las melenas,
y aúnan al reflejo de las arenas
su brillo diamantino las tercerolas.

Los pañuelos anudan sus rojas golas
a las bravas gargantas de insultos llenas,
—[109]→
y el prepotente puño muestra las venas
donde pinta la sangre violadas olas.

Se encabritan los potros en el sendero,
las virolas responden en el apero
a las dulces milongas de las cigarras,

y en el hinchado lomo los mocetones
van llevando la carga de sus canciones
pendientes de las cuerdas de las guitarras.

Poco tiempo después me tocó formar parte del jurado en un concurso de novelas y cuentos abierto por la dirección de El País, en compañía de David Peña, Martín Coronado y Francisco Durá. Adjudicado el primer premio a la novela La rendición, de Arturo Giménez Pastor -discutido entonces por algún despechado y que llevada al teatro recientemente ha triunfado de nuevo, dándonos la razón-, entramos a premiar los cuentos, entre los cuales sobresalía uno fechado en las Misiones; sencillo como una égloga, con perfumes y melancolías selváticas. Se titulaba Guarany, y decía bien su asunto de sabor añejo, con su título salvaje. Era la obra de un poeta. Abierto el sobre para descubrir al autor, resultó ser de Martín Goycoechea Menéndez. Son las únicas composiciones que le conozco, y pienso que ambas son dignas de la recolección.

Después no lo vi más; apenas si de tarde en tarde en alguna charla de amigos alguien daba una vaga referencia venida de las regiones más distantes. El bohemio seguía su eterno peregrinaje llevando a la grupa la insaciable quimera.

¿Tedio de la vida, misantropía, manía ambulatoria o anhelo de ver más y siempre más?...

¡Quién lo sabe! ¿Y para qué lanzarse en averiguaciones psicológicas sobre los misterios de esa alma buena, si ése era precisamente su rasgo característico? Hay que dejarlo como fue, con su leyenda aventurera de sombra fugaz, que cruzó por el mundo sin hacer mucho ruido, y que se ha ido con su quimera en viaje a la isla del Ensueño, llevándose el arcano de una vida que nadie logró penetrar jamás...

  —110→  

Lo chistoso sería que esta muerte noticiada por el cable, nos resultara mañana uno de los tantos viajes imaginarios del fantasista Goycoechea, y que un buen día resucitara vagabundeando entre las ruinas de California o comiendo mariscos allá, sobre la ribera del mar donde la enamorada Rarahú de Pierre Loti lloró a raudales su perdido amor.

La verdad es que el caso no deja de hacerme cavilar; y bien, si ocurriera, siempre tendría que agradecerme el haberle dado tema para que nos hiciera la patética descripción de sus funerales, los que seguramente no tendrán de verdad más que este melancólico responso.









  —111→  

ArribaAbajoFuentes y referencias9

Guaraníes

GUARANÍ, en: Guaraníes, p. 5-34. Según el testimonio de Martiniano Leguizamón (ob. cit.) fue premiado en el concurso que convocara el diario «El País» de Buenos Aires, en 1901.

LA BATALLA DE LOS MUERTOS - CURUPAYTY, en: «Vida Moderna», Montevideo, VII (19), junio de 1902.

EN LAS SELVAS LEJANAS - EX VOTO GUARANÍ, en: Rev. cit., VIII (22), setiembre de 1902.

EL ASTA DE LA BANDERA, en: «La Tarde», Asunción, 28 de julio de 1903, p. 2. Cfr.: Concepción en las Artes, Concepción, Futuro, 1973, p. 167-173.

LA NOCHE ANTES - CERRO CORÁ, en: «Los Sucesos», Asunción, 29 de setiembre de 1905. Cfr.: «El Diario», Asunción, 14 de febrero de 1906.

LA ESPADA ROTA, en: «El Monitor», Asunción, 7 de junio de 1911.

Otras páginas

LAS RUINAS GLORIOSAS - ANTE HUMAITÁ, en: «La Patria», Asunción, 1 de junio de 1901.

LOS HOMBRES MONTAÑAS, en: «La Patria», Asunción, 13 de junio de 1901. Cfr.: «Patria», Asunción, 1.º de marzo de 1920.

Poesías

(SONETO) «A la señorita Beatriz Sardi». Fechado en Asunción el 17 de marzo de 1902 y escrito para el álbum de la joven a quien está dedicado. La inclusión se debe a una gentileza del señor Miguel Chase Sardi.

RIMAS GUAIREÑAS / SANTA FE, en: «Revista del Instituto Paraguayo», Asunción, IV (34), p. 331-333, febrero de 1902.

Ntilde;ANDUTÍES, en: Páginas selectas, Buenos Aires, Ediciones Mínimas,   —112→   1918. Cfr.: CARLOS ALBERTO LOPRETE, ob. cit., p. 75; 2.ª ed., p. 107.

PALABRAS SUPREMAS, en: «Anales del Gimnasio Paraguayo», Asunción, t. IV (2), p. 135-139, agosto de 1919. Cfr. RAÚL AMARAL: El modernismo poético en el Paraguay, ob. cit., p. 97-101. En una explicación previa queda señalado que se trata de un poema desconocido que se publica por primera vez en ese medio.

OBSEQUIO DE BODA, en: «Patria», Asunción, 28 de mayo de 1923. Se trata de una exhumación cuyo origen no está determinado.

Apéndice documental

EL RAÍDO, en: «Revista de Derecho, Historia y Letras», Buenos Aires, t. XVI (VI), p. 573-581, octubre de 1903. Publicado con el seudónimo de «Alberto Sáenz Valiente». La revista aclara que ese estudio fue acompañado por una carta, fechada el 22 de agosto de ese año en Formosa, y agrega: «El autor reside en aquella capital de una gobernación chaqueña. Es un observador y será escritor si persevera». Como se advierte Goycoechea Menéndez ha eludido tanto su identidad como su residencia, pues en ese entonces vivía en Asunción. Sólo alcanza a decir que carece de historia intelectual y que tiene 27 años.

(NOTICIA AUTOBIOGRÁFICA) «Del señor Goycoechea Menéndez». Carta fechada el 14 de enero de 1904 en Humaitá como respuesta a apreciaciones vertidas por el corresponsal de «La Democracia», en: «La Tarde», Asunción, 19 de enero de 1904.

Intermedio

GUILLERMO SARAVÍ: «Cerro Corá», en: «Selva Sonora», Paraná, s. e., 1932, p. 97-105.

Opiniones

MANUEL DOMÍNGUEZ: «Torres humanas», en: «La Patria», Asunción, 12 de junio de 1901.

«LOS SUCESOS» (Necrológica): «Martín Goycoechea Menéndez», 20 de agosto de 1906.

JUAN E. O'LEARY: «Martín de Goycoechea Menéndez» (Prólogo), en: Guaraníes, 2.ª ed., ob. cit., p. XXXII-XXXIX.

MARTINIANO LEGUIZAMÓN: De cepa criolla, Buenos Aires, Solar / Hachette, 1961, p. 117-121 (1.ª ed. 1908).



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ArribaAbajoSíntesis cronológica

  • 1877 (Agosto 14) Nace en la capital de la provincia de Córdoba (República Argentina) en un hogar de origen vascuence y de sólida posición económica.
  • 1896 (Octubre 15) Llegada de Rubén Darío a la capital cordobesa, donde lee -no sin escándalo público- su poema a Fray Mamerto Esquiú. En la recepción del Ateneo actúa el poeta Carlos Romagosa, entusiasta del modernismo y maestro de Leopoldo Lugones y de Goycoechea Menéndez.
  • 1897 Publica su primer libro en prosa: Los Primeros, medallones de figuras literarias y políticas de su país, entre ellas el doctor Leandro N. Alem, fundador de la Unión Cívica Radical, que se suicidara el año anterior.
  • 1898 Emprende viaje a Buenos Aires, vinculándose con los escritores del viejo Ateneo, a la vez que colabora en revistas como «El Mercurio de América», literaria, y «Caras y Caretas», de información popular.
  • 1899 Edita Poemas Helénicos, que merecerán una carta laudatoria de Pierre Loüys, el autor de Aphrodite.
  • 1900 Se vincula con el grupo intelectual humorístico de «La Siringa», que dirige el joven sabio José Ingenieros.
  • 1901 Desaparece de los ambientes literarios porteños. Se cree que entra al Paraguay por Humaitá.
  • (Junio 11) Se presenta en la redacción de «La Patria», donde se halla el director, don Enrique Solano López, y uno de sus redactores, Juan E. O'Leary. Lee su poema en prosa «Las Ruinas Gloriosas. Ante Humaitá», que traía preparado. Su lectura produce un evidente impacto emocional. Queda incorporado a dicho diario, donde el mismo día se lo hace conocer.
  • (Junio 28) Diserta en el Instituto Paraguayo sobre «El pensamiento argentino. Sus relaciones con el Paraguay», que la revista de la institución incorpora a su número de agosto.
  • (Junio 29) Informa «La Patria» que «ante una numerosa y selecta concurrencia dio su anunciada conferencia». Informa que insertará el texto en la edición de la tarde.
  • (Noviembre 12) Aparece entre los colaboradores de una nueva revista que se imprimirá en Buenos Aires: «Argentina Literaria». Participarán   —114→   de la misma, además de sus directores, Ernesto Mario Barreda, poeta, y Julio Sánchez Gardel, dramaturgo, otros escritores como Leopoldo Lugones, José Ingenieros, Mario Bravo y Antonio Monteavaro.
  • 1902 Se incorpora a la redacción del diario «El Paraguay», que tiene como propietario al senador don Juan Cogorno y como jefe de redacción a Adolfo Riquelme.
  • (Abril 19) Desaparece de su trabajo y del ambiente. «El Paraguay» se refiere al juicio por injurias que le ha iniciado el señor Cogorno, de quien ha dicho, en la tertulia del Centro Español: «Es un armiño de imbecilidad, sin una sola mancha de inteligencia».
  • (Junio 21) El ex senador Cogorno es designado ministro de la Legación en Chile, a donde viaja con su secretario Ignacio A. Pane. El problema judicial queda superado.
  • 1903 (Octubre) la «Revista de Derecho, Historia y Letras» de Buenos Aires, que dirige el doctor Estanislao S. Zeballos, publica su ensayo sociológico «El Raído», que ha enviado desde el territorio argentino de Formosa con el seudónimo de «Alberto Sáenz Valiente».
  • Ese mismo año se producen dos aportes más a esa disciplina: «Las clases rurales del Paraguay» de Carlos Rey de Castro, e «Introducción al estudio de la sociología» por Cecilio Báez.
  • Viaja a Encarnación por la misma fecha en que Lugones anda inspeccionando las ruinas jesuíticas y cruza desde Posadas, pero no se encuentran.
  • 1904 (Enero 14) Fecha en Humaitá una carta autobiográfica como aclaración a conceptos vertidos sobre su persona por el corresponsal de «La Democracia». La difunde desde «La Tarde» cinco días después.
  • (Junio 13) Informa «La Tarde» de Asunción: «Misteriosa desaparición».
  • (Julio 5) El mismo diario hace saber que está vivo y que reside en Villa Concepción, donde colabora en «El Municipio».
  • (Agosto) Luego de estallada la revolución se traslada a Villa Rica del Espíritu Santo, suponiéndose después que se ha incorporado a la sanidad del ejército rebelde, pero esto no está confirmado. Se sabe que fue amigo del general Benigno Ferreira y del doctor Cecilio Báez, liberales, pero al mismo tiempo lo era también de don Enrique Solano López y don Juan E. O'Leary, republicanos.
  • 1905 (Julio 25) «La Tarde» da la noticia de que acaba de reaparecer. Dicho diario se felicita por ello y termina expresando: «Tendrá sus cosas particulares, pero es un joven de talento (que) ha escrito páginas brillantes en favor del Paraguay».
  • (Julio 30) El semanario «Cri-Kri» de Asunción lo incorpora a su «Mundo social».
  • —115→
  • (Agosto 22) «Los Sucesos» informa que «por el tren de ayer llegó procedente de Caapucú, después de haber permanecido un mes en aquel punto».
  • (Agosto 26) En su «Crónica mundanal», el diario «La Tarde» hace saber que se halla atareado en la publicación de «El Guaraní» (sic), que probablemente aparecerá en la segunda quincena del mes entrante.
  • (Octubre 1) «Cri-Kri» le dedica una caricatura.
  • (Octubre 27) Pone en manos de O'Leary el primer ejemplar de Guaraníes, con esta dedicatoria: «Fraternalmente en el Arte y en el Ideal».
  • (Noviembre 11) Dice «La Tarde»; en su sección de crónica: «Este amigo nuestro se encuentra actualmente en Montevideo, de donde piensa regresar en breve».
  • (Diciembre 1) Escribe desde Lisboa de paso para París.
  • 1906 (Enero 17) Un suelto de «Los Sucesos», tomado de «El Municipio» de Concepción anuncia su residencia en París.
  • Desde esa capital escribe a su amigo Modesto Guggiari, recomendándole saludos para Rafael Barrett, señal inequívoca de que se trataron al llegar éste a la Asunción.
  • (Julio 4) Víctima del tifus muere en Mérida del Yucatán, México, cuando le faltaban dos meses y diez días para cumplir los 29 años. Había llegado procedente de Cuba.
  • (Agosto 20) «Los Sucesos» publica una sentida nota necrológica mencionando los vínculos que lo unían a sus redactores.
  • (Agosto 21) «El Diario», en la sección de sociales, da cuenta de su muerte.
  • (Agosto 26) El semanario «El Liberal» no cree que haya fallecido.
  • (Agosto 27) «Los Sucesos» confirma su deceso pero equivocadamente dice que se produjo el 14 de ese mes, confundiendo con su fecha de nacimiento.
  • (Setiembre 4) «El Diario» toma la noticia de «El País» de Buenos Aires.
  • (Octubre 23) «El Diario» trascribe un artículo de Juan José de Soiza Reilly: «Un atorrante lírico», publicado en «Caras y Caretas» de Buenos Aires, además inserta una foto del poeta en París acompañado de los paraguayos doctores Justo Vera y Andrés Gubetich y finaliza su breve comentario expresando: «En el pensar y vivir fue el reverso de sus comprovincianos».
  • 1908 (Enero 1) «La Patria» publica un artículo titulado: «¡Goycoechea vivo!», en el que se manifiesta que de París pasó a España y de allí a Cuba y luego a México.
  • 1925 (Julio 29) «El Liberal» da la información de que se prepara una nueva edición de Guaraníes.
  • 1926 La Editorial de Indias, con sede en París, dirigida por Natalicio   —116→   González y Tomás Romero Pereira anuncia, entre las «obras en prensa», a Guaraníes y Poemas Helénicos.
  • 1929 El mismo sello editor repite la noticia anterior pero sólo para Poemas Helénicos.
  • 1939 (Julio-agosto) En la «Revista Americana de Buenos Aires» se publica la tercera y última edición de Guaraníes.
  • 1967 (Abril 13) Por Ordenanza Municipal N.º 6.117 se le da su nombre a una calle del barrio Cañada del Ybyray «unos 300 metros al Sur de la vía férrea y perpendicular a la Avenida Molas López».
  • 1970 (Setiembre 18) Una nueva versión circula sobre su llegada: la de que habría sido invitado por el Coronel Bento Gosálvez da Silva, del ejército brasileño. En la misma se agrega que estando en Concepción sacó la lotería que posibilitó su viaje a Europa, según informe del señor don Tomás Martínez Bento, de Asunción, al historiador concepcionero don Pedro Alvarenga Caballero.
  • 1980 (Mayo-agosto) Estudio sobre su vida y obra incluido en N.º 27-28 de la revista «HOY» de Asunción, donde se lo declara iniciador del modernismo literario y precursor de la tercera revisión histórica en el Paraguay.


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ArribaBibliografía

1. DEL AUTOR

1.1. Obras, artículos, poemas

-Los Primeros. Ensayos literarios. Córdoba, 1897. Incluye a Groussac, Alem, Martí, Avellaneda, Andrade, Gutiérrez Nájera, Rubén Darío, Sarmiento, Ricardo Palma, Julián del Casal, Chocano, Lord Byron y Guido y Spano (los subrayados por el compilador tienen relación con el modernismo).

-Poemas Helénicos. Buenos Aires, 1899. Cfr.: «Eutaxía», México, I (1), p. 157-174, cuarto trimestre de 1961. Incluye la carta celebratoria de Pierre Loüys y estos poemas: Orfeo, Safo, Fidias, Tirteo, Apolodoro, Narciso, Afrodita Anciana, Holocausto y Anacreonte.

-El pensamiento argentino. Sus relaciones con el Paraguay. Conferencia pronunciada en el Instituto Paraguayo el 28 de junio de 1901, en: «Revista del Instituto Paraguayo», Asunción, III (30), p. 186-196, agosto de 1901.

-«El Centinela», en: «El Paraguay», Asunción, 15 de setiembre de 1901.

-«Discurso de recepción al doctor Báez», en: JOSÉ ANTONIO PÉREZ, El doctor Cecilio Báez. Su actuación dentro y fuera del país. Asunción, 1907, p. 91-92.

-«Báez, el profeta», en: «El Municipio», Concepción, 13 de setiembre de 1904.

-«Heredia», en: «Los Sucesos», Asunción, 5 de octubre de 1905 (Seudónimo: Lucio Stella).

-«La venganza de España», en: «Los Sucesos», Asunción, 21 de octubre de 1905.

-Guaraníes. Cuentos de los héroes y de las selvas. Asunción, Imprenta «El País», 1905, 98p; segunda edición con un prólogo biográfico de Juan E. O'Leary, Asunción, Imprenta Ariel, 1925, III-LXIX, 113p; tercera edición, igual a la anterior en: «Revista Americana de Buenos Aires», anterior. Incluye: Guaraní, El asta de la bandera, La espada rota, En las selvas lejanas, La batalla de los muertos (Curupayty), La noche antes y El raído. Además, figuran en el estudio preliminar: Las ruinas gloriosas. Ante Humaitá y Los hombres montañas.

-«El General Ferreira ante el país», en: «El Liberal», Asunción, 4 de febrero   —118→   de 1906. El periódico aclara que este artículo fue publicado en «El Municipio» de Concepción durante la revolución de 1904.

-«Ibis Alba», en: «Los Sucesos», Asunción, 21 de abril de 1906.

-«Safo», en: «Los Sucesos», Asunción, 26 de abril de 1906.

-«El último sueño de Babaré», en: «El Nacional», Asunción, 23 de febrero de 1910. Cfr.: «El Monitor», 23 de enero de 1911; también: «Crónica», Asunción, II (40), 15 de noviembre de 1914.

1.2 Teatro

MARTÍN GOYCOECHEA MENÉNDEZ: A través de la vida. Con noticia de Carlos Vega, en: Orígenes del Teatro Nacional. Textos dramáticos, t. VI, N.º 3, Buenos Aires, Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1936.

1.3 Compilaciones

(Varios Autores): La prosa modernista. Selección e introducción de Guillermo Ara. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. Incluye de Poemas Helénicos: Apolodoro, Narciso y Holocausto.

1.4 Antologías

FLOREAL P. BLANCO: Antología poética gauchesca de ambas orillas del Río de la Plata. Buenos Aires, Almafuerte, 1969, p. 415. Incluye: «La montonera».

E. M. S. DANERO: Antología gaucha. Santa Fe, Castellví, 1965, p. 321. El mismo soneto.

ERNESTO MORALES y DIEGO NOVILLO QUIROGA: Antología contemporánea de poetas argentinos. Buenos Aires, 1917.

JULIO NOÉ: Antología de la Poesía Argentina Moderna (1900-1925). Buenos Aires, Nosotros, 1926. En la 2.ª ed., Buenos Aires, El Ateneo, 1930, excluye de la anterior los sonetos «Cortesana» y «La montonera».

2. PARAGUAY

2.1. Periodismo

«Un libro interesante de M. Goycoechea Menéndez», en: «Cri-Kri», Asunción I (34), p. 3, 3 de setiembre de 1905.

«Un libro interesante. Pasado mañana se pondrá en venta Guaraníes, dedicado al doctor Domínguez», en: «La Tarde», Asunción, 25 de setiembre de 1905.

«Bibliografía: 'Cuentos de los héroes y las selvas'» (Sin firma), en: «La   —119→   Tarde», Asunción, 29 de setiembre de 1905.

«Guaraníes» (Bibliografía), en: «Cri-Kri», Asunción, I (38), p. 10, 1.º de octubre de 1905.

2.2 Crítica nacional

ARTURO ALSINA: «Prólogo», en: CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de la cultura paraguaya. Asunción, Biblioteca «Ortiz Guerrero», 1961, t. I, p. XXIX. Cfr.: «Tiempos y nombres en la cultura paraguaya», en: Paraguayos de otros tiempos. Asunción, Napa, 1983, p. 30.

AURORA ÁLVAREZ GONZÁLEZ y ROSARIO ARMENDÁRIZ AGORRETA: Panorama de la literatura paraguaya. Asunción, Loyola, (1967), p. 121-122.

RAÚL AMARAL: «Rubén Darío, Valle-Inclán y el modernismo paraguayo», en: «Cuadernos Americanos», México, v. CLXXXIX, (4), p. 199, 209 julio-agosto de 1973.

-«Goycoechea Menéndez, una revisión necesaria». Disertación leída por Radio Charitas, Asunción, 10 y 17 de mayo de 1974.

-«Argentino, pero no se alarmen...» (rl. al.), en: «Colección HOY Popular», N.º 34, Asunción, 31 de mayo de 1980, p. 2.

-«Goycoechea Menéndez y el Paraguay (De la revisión histórica al modernismo literario». «Pliegos de HOY», N.º 4, «Serie Ensayos», en: Revista «HOY», Asunción, 2.ª época, VI (27-28), mayo-agosto 1980, 8p (separata).

-El modernismo poético en el Paraguay (1901-1916), Asunción, Alcándara, 1982 (Colección Poesía, 5).

-«Goycoechea Menéndez», en: «El Diario», Asunción, 8 de julio de 1985.

JUSTO PASTOR BENÍTEZ: El solar guaraní. Buenos Aires, Ayacucho, 1947, p. 179. Cfr. 2.ª ed., Asunción-Buenos Aires, Nizza, 1959, p. 151.

-«Perfiles de una generación», en: Páginas libres. Asunción, El arte, 1956, p. 96.

LUIS G. BENÍTEZ: «La reivindicación del Mariscal López», en: Historia Cultural. Reseña de su evolución en el Paraguay. 2.ª ed., Asunción s. e., 1973, p. 138.

EFRAIM CARDOZO: «Extranjeros intelectuales», en: Apuntes de historia cultural del Paraguay. Asunción, Colegio de San José, 1963, p. 374. Cfr. 2.ª ed., Asunción, Biblioteca de Estudios Paraguayos, 1985, p. 316.

CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas. Buenos Aires, Editorial Asunción, 1948, t. II, p. 279-281.

-Historia de la cultura paraguaya. Asunción, Biblioteca «Ortiz Guerrero», 1961, t. I, p. 561-563.

-«Martín de Goycoechea Menéndez, poeta argentino que vive en el alma popular», en: «La Prensa», Buenos Aires, 8 de octubre de 1961.

JULIO CÉSAR CHAVES: «De literatura argentina», en: Unamuno y América. Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1964, p. 231. Menciona a   —120→   Goycoechea Menéndez como a uno de los corresponsales del polígrafo español en la Argentina.

MANUEL DOMÍNGUEZ: Rafael Barrett. Asunción, La Colmena, 1913. Cfr.: El milagro de lo eterno y otros ensayos. Buenos Aires, Emedé, 1948, p. 185-187; del mismo autor: Estudios históricos y literarios. Asunción, Emedé, 1957, p. 192-194. Se trata de un paralelo con Goycoechea Menéndez. Al respecto ver: O'Leary, «Prólogo» a Guaraníes, 2.ª ed. 1925, p. XXII-XXIV.

FEDERICO A. GUTIÉRREZ: «Lucio Stella», en: «El Nacional», Asunción, 5 de setiembre de 1910.

OSVALDO KALLSEN: Asunción y sus calles. Antecedentes históricos. Asunción, s. e., 1974, p. 135.

JUAN MANUEL MARCOS: «Primeras manifestaciones», en: Nociones de narrativa. Asunción, Independencia, 1976, p. 162.

JUAN E. O'LEARY: «Martín de Goycoechea Menéndez», en Guaraníes, 2.ª ed., ob. cit., p. V-LXIX.

IGNACIO A. PANE: «Los cantos extranjeros al Paraguay», en: «Revista del Instituto Paraguayo». Asunción, IV (35), p. 389, 1902. Menciona a «su novelita El Guaraní» (sic).

JUAN F. PÉREZ ACOSTA: Núcleos culturales del Paraguay contemporáneo. Buenos Aires, s. e., 1959, p. 41 y 42.

FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH: «Introducción», en: Breve antología del cuento paraguayo. Asunción, Comuneros, 1969, p. 13.

-«La gran generación alienada», en: La poesía y la narrativa en el Paraguay. Asunción, Del Centenario, 1969, p. 35 y 57.

JOSEFINA PLA y FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH: «Narrativa paraguaya (Recuento de una problemática)». México, Sobretiro de «Cuadernos Americanos», N.º 4, julio-agosto 1968, p. 185.

JOSEFINA PLA: «La poesía. Antecedentes. Fijación romántica», en: Literatura paraguaya del siglo XX. Asunción, Comuneros, 1972, p. 10; 2.ª ed., Asunción, 1976, p. 10.

HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ: «Los escritores del 900», en: La literatura paraguaya. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968 (Enciclopedia Literaria, 39), p. 30.

-«Los escritores del 900», en Literatura paraguaya. Asunción, Comuneros, 1971, p. 49.

-«Algunos escritores extranjeros que contribuyen al progreso», en: Historia de la literatura paraguaya. Asunción, Colegio de San José, 1971, p. 55.

-«La narrativa paraguaya en el siglo XX. Los fundadores», en: Narrativa hispanoamericana. Madrid, Gredos, 1973, p. 182-188, 190.

JOSÉ RODRÍGUEZ-ALCALÁ: El Paraguay en marcha. Asunción, Manuel W. Chaves Editor, 1907, p. 344.

PASTOR URBIETA ROJAS: «El incomprendido», en: Paraguay, destino y esperanza. Buenos Aires, Colección Paraguay, 1968, p. 131-135.

ROQUE VALLEJOS: «El nacionalismo cultural», en: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional. 2.ª ed., Asunción, Don Bosco, 1971, p. 33.

  —121→  

-«Martín de Goycoechea Menéndez», en: Antología de la prosa paraguaya. La generación del 900. Asunción, Del Pueblo, 1973, p. 95-97.

-(ANT.) ROBERTO VELÁZQUEZ: «Un raro. Goycoechea Menéndez», en: Revista del Instituto Paraguayo. Asunción, XII (59), p. 543-548. 1908.

RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ: «El modernismo en las letras», en: Breve historia de la cultura en el Paraguay. 6.ª ed., Asunción, s. e., 1978, p. 237. Sin modificaciones.

ALFREDO VIOLA: Curso de historia de la cultura en el Paraguay. Asunción, s. e., 1977, p. 113.

-Reseña del desarrollo cultural del Paraguay. Asunción, Comuneros, 1979, p. 156; 2.ª ed., 1982, p. 162. Igual a lo anterior.

3. OTROS PAÍSES

ADELFO L. ALDANA: «La narrativa paraguaya en el siglo XX y Augusto Roa Bastos», en: Cuentística de Augusto Roa Bastos. Montevideo, Géminis, 1975, p. 30-32. Repite opiniones de Hugo Rodríguez-Alcalá.

FERNANDO ALONSO y ARTURO REZZANO: «Modernistas y postmodernistas», en: Novela y sociedad argentinas. Buenos Aires, Piadós, 1971, p. 60.

ENRIQUE ANDERSON IMBERT: Historia de la literatura hispanoamericana. 2.ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1970, t. I, p. 410.

GUILLERMO ARA: «Martiniano Leguizamón y el regionalismo literario», en: MARTINIANO LEGUIZAMÓN: De cepa criolla. Buenos Aires, Solar / Hachette, 1961, p. 24.

-Introducción a la literatura argentina. Buenos Aires, Columba, 1966, p. 73 y 75.

RAFAEL ALBERTO ARRIETA: «El modernismo 1893-1900», en: Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, Peuser, 1959, t. III, p. 469-470.

-Introducción al modernismo literario. 2.ª ed., Buenos Aires, Columba, 1961, p. 29.

SERGIO BAGU: «El sacerdocio de la risa», en: Vida ejemplar de José Ingenieros. 2.ª ed., Buenos Aires, El Ateneo, 1953, p. 50, 201.

ROY BARTHOLOMEW: «Nota sobre la poesía en el Río de la Plata», en: Cien poesías rioplatenses. Buenos Aires, Raigal, 1954, p. XLI.

ARTURO BERENGUER CARISOMO: «La poesía lírica / Modernismo y posmodernismo», en: Literatura argentina. Barcelona, Labor, 1970, p. 115.

-Las corrientes estéticas en la literatura argentina. Buenos Aires, Librería Huemul, t. III, 1973, p. 267; t. IV (1.ª parte), 1978, p. 53; (2.ª parte), 1979, p. 73, 74, 103, 120-121, 123-124.

EFRAÍN U. BISCHOFF: Historia de la Provincia de Córdoba. Buenos Aires, Géminis, 1970, t. III, p. 166, 185.

PAULO DE CARVALHO NETO: Folklore del Paraguay. Quito, Ecuador, Universitaria, 1961, p. 324 y 389.

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RAÚL H. CASTAGNINO: «La vida literaria argentina entre 1862 y 1930», en: Academia Nacional de la Historia. Historia Argentina Contemporánea, Buenos Aires, El Ateneo, 1966, t II (2), p. 138, 167.

LEOPOLDO DURÁN: Contribución a un diccionario de seudónimos en la Argentina. Buenos Aires, Librería Huemul, 1961, p. 48. Fija los siguientes: Lucio Stella, Timón, Geme, Shipman, Lemis Terrieux. No consigna el de «Alberto Sáenz Valiente».

TITO LIVIO FOPPA: Diccionario teatral del Río de la Plata. Buenos Aires, Argentores / El Carro de Tespis, 1962, p. 342-343.

MANUEL GÁLVEZ: «Mi generación» (1903-1905), en: Amigos y maestros de mi juventud. Recuerdo de la vida literaria I. Buenos Aires, Hachette, 1961, p. 35 (1.ª ed., Buenos Aires, Kraft, 1944).

MAX HENRÍQUEZ UREÑA: Breve historia del modernismo. 2.ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1962, p. 211-212, 382.

JULIO IMBERT: Florencio Sánchez, vida y creación. 2.ª ed., Buenos Aires, Paidós, 1967, p. 59. Vinculación con Goycoechea Menéndez.

NOÉ JITRIK: «El modernismo», en: Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, t. II, p. 599.

DELIA KAMIA (Seudónimo de Delia Ingenieros de Rothschild): «La Syringa», en: Las sociedades literarias argentinas. La Plata, Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1968, p. 204, 211, 212, 213, 215, 216, 222.

HÉCTOR RENÉ LAFLEUR y otros: Las revistas literarias argentinas. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962, p. 31. Referencia a una nota de Ricardo Olivera aparecida en «Ideas», Buenos Aires, I (1), p. 37, 1.º de mayo de 1903 sobre «El Mercurio de América».

JULIO A. LEGUIZAMÓN: «La literatura dramática», en: Historia de la literatura hispanoamericana. 2.ª ed., Buenos Aires, Librería Huemul, 1976, t. II, p. 389 (1.ª ed. 1945).

MANUEL LÓPEZ CEPEDA: «Marcos N. Juárez, su vida y su tiempo», en: «Revista de la Universidad Nacional de Córdoba», 2.ª serie, I (1-2), p. 69, marzo-junio de 1961. Se refiere al padre del poeta.

CARLOS ALBERTO LOPRETE: «Martín Goycoechea Menéndez», en: La literatura modernista en la Argentina. Buenos Aires, Poseidón, 1955, p. 74-76. Cfr. 3.ª ed., Buenos Aires, Plus Ultra, 1976, p. 105-108. Sin modificaciones.

RICARDO M. LLANES: «El Ateneo», en: La Avenida de Mayo. Buenos Aires, Kraft, 1955, p. 260. Lo menciona entre quienes leyeron obras o pronunciaron conferencias en el antiguo Ateneo de Buenos Aires.

EMILIO MENÉNDEZ BARRIOLA: «Lucio Stella», en: «Nosotros», Buenos Aires, Año 14, v. 34 (129), p. 183-203, febrero de 1920.

  —123→  

ANTONIO MONTEAVARO: «Martín Goycoechea Menéndez», en: «Nosotros». Buenos Aires, Año 4, v. 5 (21), p. 184-191, abril de 1911.

JORGE A. NÚÑEZ: Leopoldo Lugones. Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, 1956, p. 19.

LUIS EMILIO PEÑA: «Goycoechea Menéndez tiene un monumento en Yucatán», en: «Nosotros». Buenos Aires, XVIII (1982), p. 399-400, julio de 1924. Tirata del homenaje del «Boletín de Ideas, Libros y Revistas de América Latina» de Buenos Aires, en el número aparecido en julio de ese año.

JUAN PINTO: Breviario de la literatura argentina contemporánea. Buenos Aires, La Mandrágora, 1958, p. 42.

RICARDO ROJAS: Historia de la literatura argentina. Los Modernos II. Buenos Aires, Kraft, 1960, t. VIII, 628-629.

ANTONIO SELUJA CECIN: «Los poetas menores», en: El modernismo literario en el Río de la Plata. Montevideo, 1965, p. 82.

REYNA SUÁREZ WILSON: «El Ateneo», en: Sociedades literarias argentinas, ob. cit., p. 148.

MANUEL UGARTE: Escritores iberoamericanos de 1900. 2.ª ed., México, Vértice, 1947. p. 145, 153-157 (1.ª ed., Santiago de Chile, Orbe, 1942).

Aacute;LVARO YUNQUE: Síntesis de la literatura argentina. Buenos Aires, Claridad, 1957, p. 112-173.