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La paloma de San Severo

Tradición barcelonesa

Francisco de Paula Capella i Sabadell

I

El obrero

La mayor parte de las tradiciones y leyendas religiosas tienen su origen en algún bosque, castillo, pueblo pequeño, santuario, monasterio, templo y hasta en alguna calle de la ciudad, pero pocas arrancan del taller de un artesano, o mejor, de un oscuro obrero.

La tradición que nos ocupa era repetida en Barcelona, no en sus calles y templos, sino en los vastos talleres de nuestras fábricas, llamados cuadras, y no había obrero alguno que la ignorase cuando nuestra ciudad no era tan cosmopolita, y el pobre industrial barcelonés no había oído tantas barbaridades y creía en Dios, no frecuentaba los Clubs, ni conocía las huelgas, ni soñaba en discutir sobre religión, y era doblemente feliz que hoy, en su sencillez y amor al trabajo.

La leyenda, o mejor dicho, tradición, decía así:

«Era el tercer siglo de la era cristiana, y en una pequeña casa de la romana Barcino, compuesta solo de bajos y un pequeño huertecillo, se veía a un hombre, joven aun, tejiendo en un telar.

No lejos de él una mujer, joven también, hacia andar el torno e hilaba el cáñamo, cuyo hilo tejía el obrero; tanta era la afición con que ambos se dedicaban al trabajo, que no se hablaban, palabra, afanándose por concluir su tarea.

Por la puerta abierta penetró un hombre de buena figura, pero tostado por el sol, vestido con una corta túnica de lana basta, ceñida con una correa de piel de cordero negro sin curtir, lo cual denotaba que era un labrador, formando contraste con las facciones blancas del industrial y de su compañera, propias de las personas que viven a la sombra.

-¿Eres tú, Ermedino? -dijo el obrero, al ver al labrador, sin abandonar su tarea, y añadió:

-Dios sea contigo.

-Y vosotros también -contestó Ermedino-; siempre entregados al trabajo, tú, Severo, y tu, Agatodia.

-Es preciso -respondió esta-: Dios no quiere que comamos el pan de balde. Solos en el mundo, reunimos los dos como tú sabes, y a pesar de que Severo es un ministro de Dios, trabaja para ganarse su subsistencia como lo hacía San Pablo, el apóstol de las gentes, que tenía necesidad de hacer cestillos de mimbres para mantenerse.

-Y la buena Agatodia, la virgen cristiana, me ayuda -dijo Severo-. Los gentiles imbuidos en las historias de sus lascivos dioses, no pueden comprender que un hombre joven pueda vivir castamente teniendo junto a sí a una virgen, pero los apóstoles mismos vivían en comunidad con sus discípulos y con las discípulas del hombre-Dios, y jamás la belleza de la que fue pública pecadora, Magdalena, produjo ni un pensamiento entre los discípulos del crucificado, y Magdalena y Marta, bellas como ángeles, fueron las hermanas de los apóstoles como lo habían sido de Lázaro.

Esto no lo comprenden los hijos de una religión sensual.

-Hoy debemos reunirnos -dijo Ermedino- para elegir a nuestro Prelado, y venía a decírtelo Severo, para que te dispusieras para acto tan solemne.

-Hace muchos días -dijo Agatodia-, que en esta casa se ayuna a pan y agua a fin de alcanzar de Dios el feliz acierto en la elección del Pastor de Barcino, y Severo pasa la mayor parte de la velada en oración.

-Pues esta noche nos veremos en las catacumbas -dijo Ermedino preparándose para marcharse.

Severo se levantó de su telar, y dio, según costumbre de los primeros cristianos, el ósculo de paz al labrador.

Ermedino le devolvió el beso y se retiró.

II

La elección de obispo

Las catacumbas de Barcino estaban situadas no lejos del anfiteatro, en el lugar sobre el cual está hoy edificado el templo de los Santos Mártires Justo y Pastor, cuyos cimientos se puede decir están amasados con la sangre de los mártires barceloneses, cuyos cuerpos desconocidos descansan allí, mezclados con la tierra que sirve de asiento al templo.

Muchedumbre de cristianos llenaba las catacumbas, alumbradas de cobre que ardían delante de un altar, en el cual se ostentaba una cruz de piedra; pero, ¡cosa rara!, ¡esta muchedumbre, compuesta se puede decir de santos, no podía ponerse de acuerdo!

Dios quería probar a sus siervos con la tribulación en tiempos tan difíciles.

Se trataba de elegir a un príncipe de la Iglesia y los barceloneses no acertaban a elegir a su prelado, pues en aquella época los obispos eran elegidos por aclamación popular.

Un sacerdote al ver este desacuerdo dijo con voz conmovida y con los ojos arrasados en lágrimas:

-Hermanos, pongámonos de rodillas, y pidamos a Dios una señal que nos indique quién debe ser nuestro obispo.

El pueblo se arrodilló y oró con fervor.

Entonces apareció una paloma blanca y brillante como de plata, revoloteó por aquellas bóvedas y se puso encima de la cabeza del pobre tejedor Severo.

-¡Milagro, milagro! -gritaron los cristianos, y el humilde obrero fue llevado junto al altar, pálido y trémulo; y la estola y la faja que ciñó su cabeza, fueron los ornamentos episcopales con que, según costumbre de la época, se vio pronto adornado.

-Yo no lo merezco -repetía llorando el pobre industrial-. Yo soy el deshecho de la plebe.

-Dios lo quiere -dijeron los cristianos; y todos se postraron a los pies del nuevo Prelado y le besaron las manos.

Más tarde, Severo siendo unos de los más obispos de Barcelona, selló con el martirio su angelical vida, siendo atravesada su venerable cabeza coa tres clavos en el Castro Octaviano.

Ermedino el labrador fue también sacrificado, y dio su sangre por la fe da Cristo en el mismo lugar.

Agatodia también dio su vida en la comarca del Penedés a donde se había retirado.

Los tres santos son hoy la gloria de Cataluña.

San Severo, obispo y mártir, es uno de los primeros patronos de Barcelona»1.

Ermedino es conocido por San Medí.

Agatodia no es tan conocida.

Muchos autores han puesto en duda; no su existencia, sino su patria; pero de todos modos se venera la memoria de Santa Agatodia, virgen y mártir.

FUENTE

Francisco de P. Capella, «La paloma de San Severo», La Verdad: diario de la mañana, Santander, Año II, Número 324-1884, febrero 16, pp. 1-2.- A petición de los suscriptores se vuelve a repetir el 22 de abril de 1884, núm. 375. También incluida en Leyendas y tradiciones.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

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