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Párrafo VI

Discurso a las gentes cristianas de un doctor antiguo y célebre

Parte primera

266. «Se piensa comúnmente entre los Cristianos, que el Dios de Abrahán, de Isaac y Jacob, el cual agradose tanto en la inocencia y justicia de estos tres patriarcas, que quiso ser llamado eternamente con este nombre, diciendo: Éste es mi nombre para siempre, y éste es mi memorial por generación y generación346; que este Dios infinitamente veraz y fiel en todas sus palabras, ha abandonado eternamente la descendencia de estos justos. Se piensa que la arrojó de sí para siempre, por aquel gran delito que cometieron cuando clamaron: Crucifícale, crucifícale... Sobre nosotros, y sobre nuestros hijos sea su sangre.347 Se piensa que este delito es irremisible; sin que pueda valerles el castigo y penitencia durísima de tantos siglos, ni aun aquella misma sangre de infinito valor que ellos derramaron, sin saber lo que hacían. Se piensa, que este Dios grande e infinito, cuyos juicios aunque inescrutables (sin embargo son), verdaderos, justos en sí mismos348, no tiene ya algunos designios, dignos de su grandeza, sobre estos   —184→   hijos infelices, ingratos y rebeldes, sino solamente que se conviertan al fin del mundo los que entonces quedaren. Mas este modo de pensar, ¿en qué se funda? ¿Acaso en alguna revelación tomada de los libros sagrados, o en alguna buena y sólida razón? Digo pues, decía el doctor y maestro de las gentes: ¿Por ventura, ha desechado Dios a su pueblo? No por cierto... No ha desechado Dios a su pueblo, al que conoció en su presciencia.349

267. »Primeramente, debemos traer a la memoria todo lo sucedido con este pueblo ingrato, en los primeros años después de la muerte del Mesías. Tan lejos estuvo Dios de vengar la muerte de su Hijo, ni el Hijo de vengarse a sí mismo con el abandono total de los hijos de Abrahán, que antes por el contrario, éstos fueron los primeros llamados, y convidados con instancia a la gran cena; a éstos se ofreció, en primer lugar, con infinita generosidad todo el fruto precioso de aquella muerte, en que ellos mismos habían tenido toda la culpa. Los siervos que luego fueron enviados por todo el mundo350, a convidar a todo el linaje humano, tuvieron orden expresa de empezar por Jerusalén, por los hijos de Israel, y de trabajar en ellos con el mayor empeño hasta que aceptasen el convite, o hasta que su dureza y obstinación llegase al extremo de no dejar arbitrio351 ni esperanza. Si se leen los hechos de los Apóstoles, allí se verá lo que hizo el Señor por medio de sus enviados para vencer su obstinación. Allí se verá, que no se pasó del todo a las gentes, sino después que ellos repelieron del todo la palabra o el convite de Dios, y se enfurecieron contra sus enviados, como lo había anunciado todo en términos clarísimos el mismo Señor en la parábola de las nupcias352, con lo cual se hicieron indignos del bien que se les ofrecía, y llenaron todas las medidas del sufrimiento. A vosotros convenía que se hablase primero la palabra de Dios (les   —185→   dijo al fin San Pablo, y San Bernabé); mas porque la desecháis; y os juzgáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volvemos a los gentiles; porque el Señor así lo mandó.353 No obstante esta obstinación general de toda la nación, no dejaron de salvarse algunas reliquias, según la elección de la gracia... y los demás fueron cegados; así como está escrito354; dándoles Dios en castigo de su iniquidad... ojos para que no vean, y orejas para que no oigan, hasta hoy día.355

Parte segunda

268. »No hablando ya de aquellos primeros tiempos de la Iglesia, ni de los pocos judíos que entonces creyeron, convirtamos ahora toda nuestra atención a los que no creyeron y se obstinaron en su incredulidad, que fueron casi todos. Éstos solos debemos considerar aquí, pues éstos son los que se piensan olvidados enteramente de su Dios. Es innegable, que estos infelices fueron cegados, así como estaba escrito; dieron contra la piedra fundamental, y tropezaron en ella, como también estaba escrito; siendo para ellos por su ceguedad piedra de tropiezo, y piedra de escándalo. ¿Mas pensáis que de tal modo tropezaron, que cayesen? ¿Que cayesen, digo, con toda su posteridad en la desgracia y olvido eterno del Dios de Abrahán? No por cierto.356 La verdad es, que Dios por sus juicios altísimos, siempre llenos de sabiduría, de bondad, de rectitud y justicia, lo permitió así, y así lo dispuso con grande acuerdo, y con designios dignos de su grandeza, para sacar de este   —186→   mal innumerables bienes, como los ha sacado efectivamente. No tenéis que preguntar, qué bienes son éstos, pues no los ignoráis, pues los gozáis con suma abundancia; pues ha pasado a vosotros lo que ellos no estimaron por su grosería, y despreciaron por su ignorancia; pues, en fin, su delito, su incredulidad, su obstinación, ha sido vuestra salud: por el pecado de ellos (o por su caída) vino la salud a los gentiles, para incitarlos a la imitación.357

269. »Pues si el delito de los judíos ha sido la salud del mundo; si su incredulidad, su ceguedad, su castigo, su humillación, su disminución, han sido las riquezas de las gentes, ¿cuánto más lo será su plenitud?358 (De estas palabras del Apóstol se sigue natural y legítimamente, que debemos esperar en lo futuro esa plenitud de Israel, la cual hará al mundo todavía mayores bienes que los que ha hecho su delito, su incredulidad, su obstinación, su castigo y su humillación; de lo cual se pueden sacar otras consecuencias, no menos legítimas ni menos importantes.)

Sigue el discurso de este doctor.

270. »Con vosotros hablo, gentes cristianas, creyentes de todas las naciones, tribus y lenguas. Siendo yo vuestro predicador y maestro, a quien se ha fiado el ministerio de la palabra, debo honrar este ministerio sagrado, diciendo y enseñando a todos lo que aprendí del Señor Jesús, esto es, la pura verdad; oídme pues, hermanos, y dad atención.

271. »Si la ceguedad de los judíos, si su incredulidad, si su obstinación, si la pérdida que Dios ha hecho de ellos ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué pensáis será su asunción359? ¿Qué pensáis será cuando el misericordioso   —187→   Dios de sus padres, que levanta de la tierra al desvalido, y alza del estiércol al pobre360, les dé la mano, y los levante del polvo de la tierra; cuando les abra los ojos y los oídos; cuando los llame; cuando los traiga a sí; cuando los reciba entre sus brazos como aquel buen padre de la parábola del hijo pródigo? ¿Qué pensáis, será esta asunción, y esta plenitud de los judíos, sino vida de los muertos? Entonces verá el mundo con admiración y pasmo, no sólo vivos a los que tenía por muertos (habiéndose introducido en los huesos áridos y secos el espíritu de vida) sino que de estos muertos sale la vida, dando ellos la vida verdadera al mundo muerto; muerto digo, en el mismo sentido en que ellos están ahora. Porque si la pérdida de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino vida de los muertos?

272. »¿Qué tenéis que maravillaros? Si el primer fruto es santo, lo es también la masa; y si la raíz es santa, también los ramos.361 Es decir, habiendo sido tan santos y tan agradables a Dios todos aquellos frutos, que en varios tiempos se le han ofrecido de toda la masa de la casa de Jacob, como son, fuera de los patriarcas, tantos profetas y justos, como son los apóstoles de Cristo, los discípulos de la clase inferior, los fieles de la primitiva Iglesia, la santa Madre del Mesías, y sobre todo el Mesías mismo; debe también mirarse como santa, como consagrada a Dios, y como herencia suya toda esta casa de Jacob, que es la masa de donde salieron frutos tan preciosos. Del mismo modo, siendo santa la raíz de un árbol, es santo todo el árbol con todas sus ramas362. ¿Y qué diremos si algunas o muchas de las ramas de este árbol tan santo se han quebrado? Oídme otra vez, gentes, y no olvidéis esta gran verdad.

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273. »Todo el gentilismo de donde habéis sido elegidos era y entresacados con tanta misericordia, ¿qué otra cosa era sino un monte de oleastros infructíferos, que no daban fruto alguno, digno de Dios, ni lo hubieran dado jamás, dejados a su natural rusticidad? Vosotros, pues, a quienes no tenía Dios obligación alguna, ni por pacto, ni por promesa, ni por vuestra justicia, ni por la justicia de vuestros padres, fuisteis sacados de vuestros bosques por pura bondad del Dios de Israel; fuisteis injeridos por su sabia y omnipotente mano, en aquel mismo árbol santo, en aquella misma oliva buena, cuyas ramas naturales se habían quebrado, y entrasteis a ocupar su lugar. Con esto, participando del jugo pingüe de la raíz, quedasteis ya en estado de dar aquellos frutos que no llevaba vuestra naturaleza: tú siendo acebuche (dice San Pablo), fuiste injerido en ellos, y has sido hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva.363 De aquí se sigue inmediata y legítimamente, que no tenéis razón alguna, ni apariencia de razón, para gloriaros, para engreíros, para despreciar e insultar a las ramas naturales, aunque quebradas, secas y estériles, por su infelicidad. Y si acaso entra en vosotros alguna elación, algún engreimiento, alguna vana seguridad, sabed, hermanos, que no lleváis vosotros a la raíz, sino la raíz os lleva a vosotros. Que es lo mismo que decir: vuestro sustento, vuestro verdor, vuestra fecundidad, vuestra vida, os viene de la raíz del árbol donde estáis injertos, y no al contrario. No te jactes contra los ramos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti.364

274. »Dirás acaso: Los ramos han sido quebrados para que yo sea injerido.365 Las ramas naturales de esta buena oliva se quebraron, y fueron arrojadas por su inutilidad   —189→   para injerirnos a nosotros en su lugar. Bien, alabad por ello al Dios de Israel, y sed agradecidos a esta suma misericordia. Ésta es la consecuencia legítima y justa que debéis sacar de aquella verdad: no elación, no seguridad, no propia satisfacción, mucho menos desprecio de las ramas, y odio de las ramas quebradas. Éstas se han secado y hecho inútiles por su incredulidad; vosotros, que ahora estáis injertos en el mismo árbol por la fe, no presumáis tanto de vosotros mismos, no deis lugar a pensamientos de elación y de vana seguridad; obrad vuestra salud con temor y temblor, porque no hay razón alguna para persuadirse, que Dios ha de contemplar más a las ramas extrañas, por estar injertas en buena oliva, que lo que contempló a las ramas naturales. Mas tú por la fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti.366 De aquí se sigue, que no es imposible que suceda a los injertos aquel mismo trabajo, que sucedió a las ramas naturales.

275. »En este consejo de Dios, admirable o inescrutable, debemos considerar por una parte, la bondad y misericordia del Señor, y por otra su justicia y severidad. La severidad para con los judíos ingratos, que fueron infieles a su vocación, y se obstinaron en su infidelidad; la bondad para con las gentes, que fueron llamadas en su lugar. Mas esta bondad para con las gentes (no menos que la severidad para con los judíos) es necesario entenderla bien, porque es muy fácil abusar de una y de otra. Así como la severidad para con los judíos debe durar indispensablemente todo el tiempo que durare su infidelidad, y nada más, así la bondad para con las gentes deberá durar todo el tiempo que éstas permanecieren en aquella fe y bondad, que Dios ha pretendido de ellas, y nada más. Si este tiempo   —190→   se llena alguna vez, como está escrito, así como se ha de llenar el tiempo de la incredulidad de los judíos, como también está escrito, ¿qué otra cosa, ni qué suerte mejor pueden esperar los injertos, sino la misma severidad que han experimentado las ramas naturales, y tal vez mayor? Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con aquellos que cayeron; y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en la incredulidad, serán injeridos, pues Dios es poderoso para injerirlos de nuevo.367

276. »Si esto os causa gran novedad, si os parece dura cosa y difícil de creer, volved los ojos a vosotros mismos, y haced esta breve, fácil y justa reflexión. Yo fui sacado por la bondad de Dios de mi oleastro inútil, e infructuoso, que sólo era bueno para el fuego; fui injerido en buen olivo por la sabia, omnipotente y benéfica mano del Padre celestial. Por este beneficio quedé en estado de poder gozar abundantísimamente del jugo pingüe de la raíz del árbol, y por consiguiente de dar frutos dignos de Dios. Pues cuando las ramas propias y naturales del mismo árbol le sean enteramente restituidas (como es cierto que lo han de ser); cuando sea como injeridas de nuevo, según su naturaleza, por la misma mano sabia, omnipotente y benéfica del Dios de Abrahán, ¿qué frutos no podrán dar, y qué frutos no darán? Porque si tú fuiste cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injerido en buen olivo; ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injeridos en su propio olivo?368

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Parte tercera

277. »La incredulidad presente de los judíos, su obstinación, su dureza, su ceguedad en medio de tan gran luz, y el estado singular en que por esto se hallan, es un fenómeno bien extraordinario, y como un enigma o misterio más digno de una atenta consideración, que de una inconsiderada indignación. Porque el conocimiento de este gran misterio, desde su principio hasta su fin, puede ser utilísimo a todos los creyentes de todas las naciones, yo que no deseo otra cosa que vuestro verdadero bien, quiero descubriros este misterio y revelaros este secreto porque no seáis sabios en vosotros mismos369; para que moderéis vuestra nimia confianza, que puede fácilmente pasar a presunción, y aun a temeridad, y deis lugar a un santo y religioso temor. Sabed, hermanos, que la ceguedad presente de los judíos con todas sus consecuencias, es un misterio grande, unido estrechísimamente con el misterio no menos grande de vuestra vocación; de modo que aquel primero depende de este segundo, y durará tanto, cuanto éste durare. Es a saber, hasta que entre la plenitud de las gentes; no cierto todas, sino las que han de entrar, según la presciencia y elección de Dios: Porque muchos son los llamados, más pocos los escogidos370; hasta que ya no se halle entre las gentes quien quiera entrar; hasta que los que estaban dentro se vayan saliendo, y los que quedaren se vayan resfriando en la caridad, por la abundancia de la iniquidad; hasta que en fin, se llenen los tiempos de las naciones.

278. »Llegado este tiempo y concluido este misterio, tiene determinado el misericordioso y justo Dios, de llamar a los judíos, y recoger todas sus reliquias con grandes piedades, así como está escrito, anunciado y prometido en sus Escrituras. Porque no es posible citar aquí todos los lugares de las Escrituras que hablan de esto, bastará por   —192→   ahora el capítulo LIX de Isaías, donde se dice: cuando viniere a Sión (o como leen todas las versiones, vendrá a Sión, o por Sión) el Redentor... (y el de San Pablo que dice): Vendrá de Sión el Libertador que desterrará la impiedad de Jacob. Y ésta será mi alianza con ellos, cuando quitare sus pecados.371 Por tanto, si Dios los trata ahora como a enemigos, esta enemistad no sólo es justísima respecto de ellos, sino también llena de bondad respecto de vosotros. Mejor diré, esta enemistad con los judíos, es solamente por causa de vosotros, por vuestro amor, por vuestra contemplación, por vuestro mayor bien; pues en la presente providencia estrecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de caer; y una manta corta no puede cubrir al uno, y al otro.372 Mas si por este respecto son ahora enemigos, por otro respecto, no lo son, sino antes carísimos a Dios, que no puede negarlo del todo sin negarse a sí mismo, pues tiene empeñada su real palabra, que es ésta: En verdad según el Evangelio son enemigos por causa de vosotros; mas según la elección son muy amados por causa de sus padres.373 Si ellos son ahora dignos de ira por su incredulidad, por su obstinación y por causa de vosotros, también son dignos de misericordia por la justicia de sus padres, por los méritos de sus padres, por las promesas hechas a sus padres: Pues los dones y vocación de Dios son inmutables.374 No puede Dios arrepentirse de haber prometido, ni niega sus promesas, ni deja de cumplirlas con toda plenitud.

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Parte cuarta

279. »Así como vosotros, estabais en aquel tiempo sin Cristo, separados de la comunicación de Israel, y extranjeros de los testamentos (del antiguo y del nuevo), no teniendo esperanza de la promesa, y sin Dios en este mundo375; así como vosotros no conocíais al verdadero Dios, y ahora le habéis hallado sin buscarlo376 y habéis conseguido misericordia por la incredulidad de los judíos; así éstos ahora no creen, ni quieren oír hablar de la misericordia que vosotros habéis hallado, creyendo en aquel que ellos reprobaron y crucificaron. ¿Y pensáis que no habrá en esto algún gran misterio digno de la grandeza, sabiduría y bondad de Dios? No por cierto... Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen también misericordia.377 El gran misterio es: que quiere Dios, y lo tiene así determinado, que los judíos hallen misericordia de aquel mismo modo, y por aquel mismo camino por donde la hallaron las gentes. Éstas hallaron misericordia sin buscarla, por la incredulidad de los judíos: y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos.378 Pues aplicad la semejanza, y sacad fielmente la buena y legítima consecuencia: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad,   —194→   para usar con todos de misericordia.379 Dios por su infinita grandeza, y por sus juicios incomprensibles ha encerrado todo este gran misterio (de las gentes y de los judíos) en la incredulidad de los unos y de los otros, para hacer misericordia con todos. En la incredulidad de los judíos, para llamar a las gentes en su lugar, y hacer con ellas grandes misericordias; y en la incredulidad de las gentes, cuando ésta suceda, y está anunciada y llegue a cierto punto, para volver a llamar a los judíos, y hacer con ellos todas aquellas misericordias, que ya están escritas. Misterio verdaderamente grande o incomprensible, al paso que cierto o innegable, del cual nos dan ideas bien claras todas las Escrituras.»

280. El autor mismo de este discurso, siendo uno de los hombres más sabios y más ilustrados del cielo, da muestras, llegando aquí, de hallarse todo sumergido, y como perdido en el abismo insondable de los juicios de Dios; y no pudiendo pasar adelante, concluye con aquella célebre exclamación, tan llena de piedad, como de verdad.

«¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le sea recompensado? Porque de él, y por él, y en él son todas las cosas; a él sea gloria en los siglos. Amen.»380

Párrafo VII

En que se declara quién es el autor del precedente discurso.

281. Por estas últimas palabras, conoceréis ya claramente, si acaso no lo habéis conocido desde el principio,   —195→   quién es el autor de este discurso. Si os parece duro y amargo, y por eso inacordable con las ideas favorables, podéis dar vuestras quejas amorosas a vuestro propio Apóstol y doctor, el cual inspirado por el Espíritu de Dios, lo predicó así a todos los creyentes de las naciones, y no sin misterio lo envió directamente a los Romanos; protestando sobre este punto particular, que aunque Apóstol propio de las gentes, no podía menos que honrar su ministerio.

282. Y no he hecho otra cosa, que traducir este discurso en mi propio idioma, con aquella especie de extensión o explanación, que llamamos paráfrasis; atándome escrupulosamente, no tanto a las palabras o sílabas, cuanto al fondo de la doctrina, y a la mente expresa del autor. Lo cual me ha parecido tanto más importante y necesario, cuanto veo con mis ojos y toco con las manos, la gran oscuridad y tinieblas en que nos dejan los intérpretes sobre este lugar de San Pablo, y sobre tantos otros que tienen con éste, no sólo estrecha relación, sino verdadera identidad. El punto que aquí trata el Apóstol, es el misterio grande y admirable de la vocación de las gentes, tomado este misterio todo entero desde su principio hasta su fin, esto es, desde que a los judíos se les quitó enteramente el reino de Dios, se dio a las gentes, hasta la vocación y asunción y plenitud futura de los mismo judíos, o hasta la consumación del misterio de Dios, a donde se encaminan, y a donde van a parar todos las profecías. El Apóstol revela aquí claramente el misterio diciendo que como fiel ministro de Dios, no puede hacer otra cosa que decir la pura verdad, y con ella honrar su ministerio: Porque con vosotros hablo, gentiles: mientras que yo sea apóstol de las gentes, honraré mi ministerio.381

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283. Con todo esto parece innegable (a lo menos a quien quiera mirar estas cosas con simplicidad, poniendo aparte por un momento todos los efugios y las sutilezas), parece, digo, innegable, que este misterio grande y cierto de la vocación de las gentes, como se halla en las Escrituras, y como aquí lo propone en compendio el Apóstol de las mismas gentes, no se ha entendido hasta ahora, o no se ha querido entender perfectamente. (Perdonad la descortesía, o la rusticidad, o la audacia, o como queráis llamarla; con tal que no digáis la falsedad, no pienso yo contradeciros.) Han tomado, es verdad, las gentes cristianas, han creído, han abrazado, han ponderado todo lo que en el misterio admirable de su vocación les es favorable; pensando buenamente que los pérfidos judíos ya están reprobados, y absolutamente abandonados de su Dios; pensando píamente que todo el misterio de Dios, que contienen las Escrituras, debe encaminarse únicamente, debe terminarse, debe concluirse y perfeccionarse en la vocación de las gentes; ha sido imposible, que den entrada a otras ideas poco agradables, aunque partes esenciales de este misto misterio. Así se ve, y es bien fácil repararlo, el esfuerzo grande que hacen los doctores, y las sutilezas e ingeniosidades que ponen en obra, especialmente sobre este lugar de San Pablo para separar lo amargo de lo dulce, y salir con felicidad del gran embarazo en que los pone su propio Apóstol. Tanto, que muchos de ellos, no atreviéndose a disimular del todo, lo que aquí dice el Apóstol en favor de los judíos, han creído, no obstante que les era lícito usar con estos miserables cierta especie de compensación; quiero decir, negarles lo que dice San Pablo y anuncian los Profetas, porque es demasiado para los viles y pérfidos judíos; ni se puede entender ni conceder sin deshonor de las gentes cristianas, que son el verdadero Israel de Dios; y para compensar esta pequeña falta, concederles generosamente otras muchas cosas bien ordinarias, de que no hablan ni los Profetas ni San Pablo; las cuales se pueden muy bien conceder, sin perjuicio alguno de los que creen ser dueños de los tesoros de Dios.   —197→   Si esta compensación es justa o no, a mí no me toca el decirlo; pues al fin soy parte, y puede cegarme la pasión. En efecto, esto me parece lo mismo que dar pedazos de vidrio en abundancia a aquella misma persona a quien se le quitan sus diamantes.

284. Si hacéis, amigo, alguna reflexión, no dejaréis de acordaros, que esto mismo, en sustancia, sucedió antiguamente a los doctores judíos cuando llegaban a la explicación de algunos lugares de la Escritura, no menos contrario, a su pueblo, que favorables a las gentes. Ellos concedían liberalmente, mas concedían lo que la Escritura no dice; y negaban al mismo tiempo, o disimulaban lo que dice, endulzándolo de tal modo, que no perjudicase al pueblo santo. Creo que ésta fue una de las principales causas de su perdición. Este amor desordenado de sí mismo; esta confianza desmedida; esta nimia satisfacción; este retenerlo todo para sí; este interpretarlo todo a su favor, etc.

285. Deseara, amigo, si esto fuera posible, que todas estas cosas se considerasen con la mayor formalidad posible; no despreciando, ni perdiendo vista cierta luz, que empieza ya a aclararnos todo el misterio, mostrándonos el camino fácil y llano, que conduce a la verificación plena y perfecta de todas las profecías; y haciéndonos ver desde el principio hasta el fin el misterio grande de la vocación de las gentes y ceguedad de los judíos. Esta luz de que hablo, no es otra que el sistema presente del mundo, y del estado en que ya se halla entre las naciones la Iglesia de Cristo por la mayor parte: esto es, ni fría, ni caliente.382

286. Para que podáis ahora comparar con el texto mismo de San Pablo la traducción y paráfrasis que acabáis de leer, os presento aquí el mismo texto original, dividido así mismo en sus cuatro partes, que son como cuatro rayos de luz que se unen en un mismo punto.

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Epístola de San Pablo Apóstol a los romanos, capítulo XI

Parte primera

287. Digo pues: ¿Por ventura ha desechado Dios su pueblo? No por cierto, porque también yo soy Israelita del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al que conoció en su presciencia. ¿O no sabéis lo que dice de Elías la Escritura, cómo se queja a Dios contra Israel? Señor, mataron tus Profetas, derribaron tus altares, y yo he quedado solo, y me buscan para matarme. ¿Mas qué le dice la respuesta de Dios? Me he reservado siete mil varones, que no han doblado los rodillas delante de Baal. Pues así también en este tiempo, los que se han reservado de ellos, según la elección de la gracia, se han hecho salvos. Y si por gracia, luego no por obra, de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Pues qué? Lo que buscaba Israel, esto no lo alcanzó, mas los escogidos lo alcanzaron; y los demás fueron cegados, así como está escrito: Les dio Dios espíritu de remordimiento, ojos para que no vean, y orejas pará que no oigan hasta hoy día.383

288. Pues digo: ¿Que tropezaron de manera que cayesen? No por cierto. Mas por el pecado de ellos vino   —199→   la salud a los gentiles, para incitarlos a la imitación. Y si el pecado de ellos son las riquezas del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los gentiles; ¿cuánto más la plenitud de ellos? Porque con vosotros hablo, gentiles: Mientras que yo sea Apóstol de las gentes, honraré mi ministerio, por si de algún modo puedo mover a emulación a los de mi nación, y hacer que se salven algunos de ellos. Porque si la pérdida de ellos es la reconciliación del mundo: ¿qué será su restablecimiento, sino vida de los muertos? Y si el primer fruto es santo, lo es también la masa; y si la raíz es santa, también los ramos. Y si algunos de los ramos fueron quebrados, y tú siendo acebuche, fuiste injerido en ellos, y has sido hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva, no te jactes contra los ramos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea injerido. Bien, por su incredulidad fueron quebrados, mas tú por la fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti. Mira pues la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con aquellos que cayeron; y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos si no permanecieren en la incredulidad, serán injeridos; pues Dios es poderoso para injerirlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injerido en buen olivo; ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injeridos en su propio olivo?384

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Parte tercera

289. Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos) que la ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que haya entrado la plenitud de las gentes, y que así todo Israel se salvase, como está escrito: Vendrá de Sión, (o a Sión) el libertador, que desterrará la impiedad de Jacob. Y ésta será mi alianza con ellos, cuando quitare sus pecados. En verdad, según el evangelio, son enemigos por causa de vosotros; mas según la elección son muy amados por causa de sus padres. Pues los dones y vocación de Dios son inmutables.385

Parte cuarta

290. Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos ahora no   —201→   han creído en vuestras misericordias, para que ellos realicen también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio a él primero, para que le sea recompensado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas; a él sea gloria en los siglos. Amen.386

Reflexiones

Párrafo VIII

291. Esta cuarta parte del discurso de San Pablo (empecemos por aquí) no contiene otra cosa que una proposición y una exclamación. La proposición descubre y afirma un misterio oculto que ninguno pudiera saber, ni aun el mismo Apóstol sin revelación expresa de Dios. Este misterio debe ser sin duda muy grande, pues sólo propuesto en cuatro palabras, ha producido dos efectos, ambos grandes y bien notables, aunque muy diversos entre sí. Un efecto produjo en el Apóstol mismo, luego al punto que reveló el misterio inspirado por el Espíritu Santo. Otro efecto, al parecer infinitamente diverso, ha producido en los doctores que verosímilmente han mirado dicha proposición por todos sus aspectos. El efecto que produjo en San Pablo, fue hacerlo prorrumpir inmediatamente en aquella célebre exclamación,   —202→   que es una de las piezas más sublimes, más expresivas y más religiosas que se leen en todas las Escrituras. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Mas el efecto que ha producido en los doctores, ¿cuál será? Confieso, amigo mío, que me falta el ánimo para decirlo; y ciertamente omitiera esta verdad (como omito tantas otras que vos no sabéis), si por otra parte no entendiese, que en las presentes circunstancias debo también honrar mi ministerio, no disimulando una verdad tan importante por respetos puramente humanos. Hablando, pues, francamente, y salvo el respeto que se les debe, el efecto que ha producido en ellos, según el sistema favorable, ha sido no admitir dicha proposición, ni el misterio contenido en ella, según está, sino después de bien acrisolado, después de bien limado, y después de haberle quitado algunas superfluidades, no sólo molestas o incómodas, sino también absolutamente insufribles. ¿No me entendéis?

292. Así suavizada la proposición, y dulcificado el misterio, yo pregunto ahora: ¿qué juicio podremos hacer de la gran exclamación de San Pablo? ¿Qué quiere decir en la boca o pluma del doctor de las gentes, una exclamación tan expresiva, y tan llena de religioso entusiasmo, para una cosa respectivamente tan pequeña; para una proposición, digo, que después de bien acrisolada, o pasada, esto es, por él, ya no contiene misterio alguno digno de tal exclamación? ¿No podremos con razón decir, que el doctor y maestro de las gentes, podía haber reservado una pieza tan sublime para otro misterio mayor? ¿No podremos con razón decir, que su exclamación, por el mismo caso que es tan sublime parece un verdadero despropósito?

293. En efecto, supongamos por un momento que la proposición así moderada y dulcificada, como se halla en los doctores, sea en la realidad lo que intentó decirnos el apóstol San Pablo; supongamos que esta proposición reducida a sus justos quilates, sólo contenga, o sólo deba contener este pequeño misterio: Porque como también vosotros   —203→   (las gentes) en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. Esto es: así como vosotros, gentiles, no conocíais al verdadero Dios, ni creíais en él, y no obstante, ahora habéis hallado misericordia sin buscarla, por la incredulidad de los judíos; así éstos no creen ahora en vuestra misericordia, y no obstante esta incredulidad y obstinación presente, hallarán también misericordia en algún tiempo, esto es, al fin del mundo, porque provocados de vuestro buen ejemplo, y avergonzados de haber creído en el Anticristo, abrirán finalmente los ojos, creerán en Cristo, y la Iglesia los recibirá en su seno. Ya veis, que la proposición de que vamos hablando, no está todavía concluida, le falta una cláusula brevísima, pero tan llena de sustancia, que ella sola aclara toda la proposición, y produce al punto la exclamación: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¿Qué quiere decir esta breve cláusula? A San Pablo le pareció un misterio tan alto, que confesando tácitamente su pequeñez, exclamó diciendo: ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos!

294. Mas esta misma cláusula después de pasada por el crisol, se ve ya tan pequeña, y su misterio tan claro, que no parece digno de tal exclamación. Parece que el Apóstol debía haber reservado una pieza tan sublime para otro misterio mayor. Después de dulcificada la cláusula con todo su misterio, el sentido único que le queda es éste: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. Dios ha permitido que todos los hombres, así gentiles como judíos, cayesen en el gravísimo delito de la infidelidad o incredulidad, y que en él estuviesen todos comprendidos y como encarcelados,   —204→   para hacer ostentación de su misericordia con todos los hombres, así gentiles como judíos, perdonando sucesivamente a los unos y a los otros, y recibiéndolos en su gracia y amistad. A los gentiles conforme han ido creyendo el evangelio y agregándose a la Iglesia de Cristo; y a los judíos, cuando crean también ellos y se agreguen a la misma Iglesia, lo cual sucederá algún día, esto es, al fin del mundo. ¿Y no hay más misterio que éste en la cláusula que vamos observando? No, amigo, no hay más misterio que éste por cuanto yo he podido averiguar. Esto es lo único que, según los intérpretes de San Pablo, se puede conceder. Todo lo demás que se presenta obvia y naturalmente a cualquiera que lee, no es posible que halle lugar. ¿Por qué razón? Porque entonces se siguieran obvia y naturalmente sin poder evitarlas, algunas consecuencias sumamente duras, que no dicen bien con su sistema.

295. Siguiera lo primero: que así como las gentes hallaron misericordia sin buscarla, así como estaba escrito... halláronme los que no me buscaron. Dije: Vedme, vedme, a una nación, que no invocaba mi nombre387, y esto por la incredulidad de los judíos388, así los judíos han de hallar misericordia sin buscarla, por la incredulidad de las mismas gentes; por consiguiente, que esta general incredulidad de las gentes se puede algún día verificar. Se siguiera lo segundo: que así como por la incredulidad de los judíos llamó Dios a las gentes, las hizo entrar a la cena, y ocupar el puesto de los incrédulos (cumpliéndose puntualmente lo que ya había dicho Moisés, y nota San Pablo: Yo os provocaré a celos con una que no es gente; yo os moveré a ira con una gente ignorante389), así, dejando de creer las   —205→   gentes en algún tiempo, volverá Dios a llamar a los judíos, y les hará ocupar con grandes ventajas aquel mismo puesto que habían perdido; trocándose las suertes, pasando de unos a otros la triste emulación, e inclinándose el cáliz de la una a la otra parte. Se siguiera lo tercero: que así como las gentes entraron a ser el pueblo de Dios, y también la esposa de Dios, por la incredulidad de los judíos; así éstos por el contrario, entrarán algún día por la misma causa a ser otra vez pueblo de Dios, Israel de Dios, esposa de Dios: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. Se siguiera...

296. Bien, ¿y qué dificultad hay en todo esto? ¿Qué repugnancia? ¿Qué contradicción? ¿No es esto mismo lo que dice el texto del Apóstol, y lo que predica claramente todo su contexto? ¿No es esto mismo lo que anuncian otras muchas Escrituras de que ya hemos hablado? ¿No es esto mismo lo que hizo prorrumpir al Apóstol en aquella religiosa exclamación; por qué no queremos recibirlo? ¿Acaso porque no es favorable? ¡Dura cosa parece! Mas la verdad es, que a esta sola razón se reduce todo. Temo no obstante, que todavía os parezca buena aquella razón que apuntamos en otra parte, y que queráis proponerla de nuevo, como un misterio sagrado, que no se puede escudriñar sin temeridad. Si se admitiese (pensáis decirme) la proposición de San Pablo, así cruda, áspera y amarga, según está, sería necesario, guardando consecuencia, admitir del mismo modo dos o tres centenares de proposiciones semejantes, que se leen frecuentemente en los Profetas, en los Salmos y aun en las Escrituras del Nuevo Testamento; y en este caso, ¿qué se siguiera? Se siguiera, decís, con gran formalidad, que las promesas tan grandes y tan absolutas que Jesucristo tiene hechas a su Iglesia, no pudieran tener lugar; se falsificaran infaliblemente, faltara el Hijo de Dios a su real palabra.

297. ¿Cómo faltara el Hijo de Dios en este caso a su real palabra? ¿Sus promesas infalibles no pudieran verificarse?   —206→   ¿Y vos creéis390, señor, que el Hijo de Dios era capaz de prometer alguna cosa contraria a lo que tenían anunciado los Profetas? ¿No declaró él mismo todo lo contrario, diciendo en términos formales: No penséis que he venido a abrogar la ley, o los Profetas; no he venido a abrogarlos, sino a darles cumplimiento391? ¿No añadió luego para mayor claridad: Porque en verdad os digo, que hasta que pase el cielo y la tierra, no pasará de la ley ni un punto, ni un tilde, sin que todo sea cumplido392? ¿Y vos creéis393, que el apóstol San Pablo era capaz de adelantar inconsideradamente alguna proposición incompatible con las promesas del Hijo de Dios, que él no podía ignorar?

298. Vengamos no obstante al examen de estas promesas, y veremos, que no hay nada en lo dicho contra ellas. Las que se hallan a este propósito en todos los cuatro evangelios son éstas. Primera: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.394 Segunda: Mas yo he rogado por ti (Simón), que no falte tu fe.395 Tercera: Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo.396 Si hay alguna otra promesa a este propósito, no me ocurre; mas téngase por cierto, que no será mejor que estas tres. Mas de todas ellas, ¿qué se concluye? Nada, amigo, a vuestro favor, y menos que nada; porque son conocidamente muy fuera de propósito. En alegar aquí dichas promesas, nos dais a entender, que todavía no habéis advertido bien el gran equívoco que han ocasionado.   —207→   Parece que todavía pensáis, que las promesas de Cristo a su Iglesia, que se hallan registradas en los Santos Evangelios, hablan solamente con las gentes que fueron llamadas en lugar de los judíos, por su incredulidad. Parece que todavía pensáis, que todo el misterio de Dios, de que hablan las Escrituras, se encierra, se concluye y se perfecciona en la vocación de las gentes. Parece que todavía pensáis que las gentes llamadas, y recibidas con tan grandes misericordias en lugar de los incrédulos judíos, perseverarán hasta la fin del mundo en aquella fe, en aquella bondad y fidelidad a que fueron llamadas. Parece que todavía pensáis que los injertos contra la naturaleza en buen olivo, darán siempre, constantemente frutos abundantes y dignos de Dios; y aunque llegue el tiempo en que no den tales frutos, así como está escrito, serán no obstante respetados y privilegiados, mucho más de lo que lo fueron las ramas naturales. Parece, en fin, que las promesas que hizo Cristo a su Iglesia, os han hecho olvidar del todo aquella amenaza del Apóstol, enderezada a los mismos injertos: Si permanecieres en la bondad, de otra manera serás tú también cortado; mirando esta sentencia como cruda, áspera y amarga, y por consiguiente como vacía de significación, como metal que suena, o campana que retiñe.397

299. Imaginad ahora que yo, imitando vuestro modo de discurrir, y alegando las mismas promesas del Hijo de Dios, os propusiese esta dificultad: Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y en solos los judíos, pues así San Pedro, a quien entregó las llaves, como los demás apóstoles y discípulos, a quienes dejó sus órdenes, con todas las facultades necesarias para ejecutarlas, eran todos judíos, no habiendo entre ellos uno solo que no lo fuese. El mismo Jesucristo, hablando con estos santos judíos, sin nombrar expresamente a las gentes, les hizo aquellas promesas de que hablamos, y les empeñó su real palabra, diciéndoles entre otras cosas al despedirse de ellos, que estaría con ellos hasta la   —208→   consumación del siglo. No obstante estas promesas, es cierto que pocos años después dejó a los judíos, arrojándolos a las tinieblas exteriores, y se pasó enteramente a las gentes; sacó de Jerusalén el candelero grande, y lo puso en Roma, etc. Se pregunta ahora: ¿cómo podremos componer esta conducta del Señor con sus promesas infalibles? ¿Cómo podremos salvar intacta la palabra real del Hijo de Dios?

300. Yo no dudo que os reiréis de mi dificultad, creyendo facilísima la solución. A mí también me parece fácil, absolutamente hablando, pero si queréis guardar consecuencia, se me figura bien difícil. Mas sea como fuere, yo la ofrezco al punto por solución de398 vuestra dificultad. Si a ésta no satisface, tampoco puede satisfacer a la mía; pues ambas se fundan sobre un mismo principio, o por mejor decir, sobre un mismo equívoco. Jesucristo, sin faltar a sus promesas, sacó el gran candelero de Jerusalén, y lo puso en Roma; ¿y creéis que faltará a sus promesas si en algún tiempo por las mismas razones saca de Roma el mismo candelero, y después de bien purificado lo vuelve a poner en Jerusalén? Jesucristo, sin faltar a sus promesas, arrojó de sí a los judíos, les quitó el reino de Dios, principalmente lo activo de él, y se lo dio enteramente a las gentes; ¿y creéis que faltará a sus promesas si en algún tiempo por las mismas razones, y tal vez mayores, arroja de sí a las gentes ingratas, les quita el reino de Dios que les había dado, y lo vuelve a dar a los judíos? Si acaso lo creéis, deberéis mostrarnos alguna Escritura auténtica y clara, de donde conste este privilegio; la cual os será tan difícil de hallar, que antes hallaréis en su lugar no pocas, que prueban expresamente todo lo contrario, según hemos observado hasta aquí, y todavía iremos observando. Y aunque no hubiera otra, que el discurso de San Pablo, ¿no debía bastar esto solo para hacernos abrir los ojos, y confesar sinceramente vuestra equivocación?

301. Fuera de esta primera reflexión, podemos fácilmente hacer otras muchas, atendiendo bien a algunas expresiones   —209→   bien notables del mismo apóstol. Por ejemplo, estas cuatro: (del capítulo XI de su epístola a los Romanos). Primera: Si el pecado de ellos son las riquezas del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los gentiles, ¿cuánto más la plenitud de ellos? Segunda: versículo 15. Porque si la pérdida de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento sino vida de los muertos? Tercera: versículo 25. Mas no quiero, hermanos, ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos). Cuarta: versículo 28. Enemigos por causa de vosotros... muy amados por causa de sus padres. Todas estas expresiones en boca del Apóstol propio de las gentes, del predicador de la verdad, del hombre más ilustrado del cielo y más amante de las mismas gentes, deben tener alguna propia significación, proporcionada a la grandeza de las expresiones, y al contexto mismo de todo el discurso. Mas si se miran estas expresiones después de haber salido del crisol, ya no se halla en ellas otra cosa que disonancia o impropiedad. Aquellas palabras que en el texto de San Pablo parecen tan llenas de sustancia: verbigracia plenitud de Israel, asunción de Israel, la vida de los muertos, etc., después de haber pasado por él, se ve con los ojos que han perdido toda su sustancia, no quedándoles otra cosa que aire, sonido y pompa.

302. ¿Qué plenitud de Israel, ni qué asunción de Israel, ni qué vida de los muertos (podía decir cualquiera) es el convertirse a Cristo los judíos que sobrevivieren al Anticristo; el ser admitidos como de limosna en la iglesia de las gentes, la víspera de acabarse el mundo; el golpearse los pechos, y pedir misericordia estos miserables poco antes que se acabe el mundo, y caiga sobre toda la tierra un diluvio de fuego? ¿Esto merece el nombre de plenitud de Israel? ¿Esto llama San Pablo asunción de Israel? ¿Esta asunción podrá ser en algún sentido la vida de los muertos? ¿Merece esto el nombre de misterio que le da San Pablo? ¿Éste es el gran misterio que revela a las gentes, diciéndoles que no quiere que lo ignoren, para que no se envanezcan, para que no se engrían, para que se   —210→   conserven en temor y caridad cristiana, añadiéndoles: porque no seáis sabios en vosotros mismos? Cierto que parece difícil, por no decir imposible, conciliar unas ideas con otras, sin que mutuamente se aniquilen.

303. «¡Quién no temblará (decía pocos años ha uno de los sabios y más celosos prelados de Francia, considerando el discurso mismo de San Pablo, que hemos considerado), quién no temblará al oír estas cosas de la boca del Apóstol y doctor de las gentes! ¿Podemos mirar con indiferencia aquella venganza o aquel castigo terrible, que tantos siglos ha se manifiesta contra los judíos, cuando el mismo Apóstol nos anuncia de parte de Dios que nuestra ingratitud e infidelidad nos atraerá algún día un semejante tratamiento?»399

Última observación

El texto de Isaías citado por San Pablo.

Párrafo IX

304. El sabio y juicioso autor que acabamos de citar, da grandes muestras en el mismo lugar de haber comprendido perfectamente todo el discurso del apóstol San Pablo, se hace cargo de casi todas sus expresiones, y de toda su fuerza y propiedad. Habla del estado futuro de los judíos (aunque brevemente, y sólo en general) como pudiera hablar el más circuncidado. Representa entre otras cosas con suma viveza y elocuencia, aquel gran milagro que todo el mundo tiene a la vista, sin merecerle alguna atención particular, es a saber, que los judíos, esparcidos tantos siglos ha entre todas las naciones, subsisten aún sin haberse mezclado y confundido con ellas; y aun podemos decir (añade con gran verdad y propiedad) que han sobrevivido a todas las naciones que en varios tiempos los han oprimido y procurado exterminar. ¿Quién podrá mostrar ahora los verdaderos descendientes de los antiguos Egipcios, de los antiguos Asirios, de los antiguos Babilonios, de los antiguos Griegos,   —211→   ni aun de los antiguos Romanos? ¿Y pudiera añadirse, de todas las naciones bárbaras que destruyeron este imperio? Todas estas razas de gentes ya no se conocen, todas se han mezclado y confundido entre sí. Sólo la descendencia del justo Abrahán, sola la casa de Jacob, en medio de tantas persecuciones, en medio de su extremo abatimiento y vilipendio, subsiste, hasta el día de hoy, y subsiste, no en algún ángulo de la tierra, no en alguna isla incógnita, separada del comercio de las otras naciones, sino a vista de ellas, en medio de ellas, y a pesar de ellas mismas; sin haberles sido posible exterminarla, ni confundirla, ni aun siquiera desconocerla. Todo esto en sustancia reflexiona este gran hombre, y cierto que con gran razón. A lo cual pudiera añadirse otra brevísima y utilísima reflexión, es a saber, que todo esto en sustancia, y otras mil cosas más particulares, están ya registradas desde los días antiguos, anunciadas, amenazadas y prometidas a toda la casa de Jacob, en sus Santas Escrituras. En suma, Monseñor Bosuet concede aquí a los judíos (acomodándose al texto de San Pablo) aun algo más de lo que puede permitir el sistema general, y mucho más de lo que conceden los otros doctores. Asimismo da grandes y manifiestas400 señales, de haber penetrado bien el misterio entero de la vocación de las gentes, desde su principio hasta su fin; pues dice y confiesa, aunque muy de paso, lo que ningún otro que yo sepa, ha confesado jamás, esto es, que el Apóstol amenaza de parte de Dios a las gentes cristianas, con aquel mismo tratamiento y severidad extrema, con que vemos tratados a los judíos. Mirad, pues, la bondad y la severidad de Dios, dice San Pablo, la severidad para con aquellos que cayeron; y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en la incredulidad, serán injeridos, etc. Estas palabras del Apóstol las recibe con toda su amargura este gran sabio, cuando otros, en su modo de hablar confuso, nos tiran a insinuar, que esta sentencia del Apóstol habla   —212→   solamente con algunos cristianos los más criminales, no en general con la iglesia de las gentes. Y lo tiran a insinuar porque, aunque se infiera de su contexto, no se atreven a decirlo en términos formales.

305. No obstante todo esto, Monseñor Bosuet, llegando a lo más inmediato y sustancial de los misterios que aquí revela el Apóstol, se ve que al punto muda de tono; y cómo contemporizando con el sistema general, o con el favorable modo de discurrir, nos deja al fin en401 la misma perplejidad, y en la misma confusión de ideas; hablando como todos, con voz tan baja, y pasando con tanta prisa por lo más sustancial del discurso de San Pablo, que parece imposible entender aquí aquel mismo escritor, cuyo propio carácter es la claridad. Sin duda le pareció a este gran hombre que no era todavía tiempo de explicar con más claridad sus propios sentimientos.

306. Aunque pudiera notar aquí algunas otras cosas particulares, no poco interesantes, lo que por ahora me lleva toda la atención, es la inteligencia que da, siguiendo a otros intérpretes, a aquel lugar de Isaías, que cita San Pablo cuando dice, hablando con las gentes cristianas: Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos) que la ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que haya entrado la plenitud de la gentes, y que así todo Israel se salvase, como está escrito; para probar que lo que dice está registrado en las Escrituras, para verificar este como está escrito, entre otros muchos lugares que podía citar, elige uno, atendiendo a la brevedad, el cual le pareció el más acomodado a su asunto particular. Considerémoslo todo entero.

Vistiose de justicia como de loriga, y yelmo de salud en su cabeza; se puso vestidos de venganza, y cubriose de celo como de un manto. Como para hacer venganza, como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversarios, a las islas dará su merecido. Y los que están al occidente temerán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él, cuando   —213→   viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor impele. Y cuando viniere a Sión el Redentor, y a aquellos que se vuelven de la maldad en Jacob, dice el Señor: Ésta será mi alianza con ellos.402

307. Sobre este texto que cita San Pablo, dice Monseñor de Meaux estas precisas palabras. Así los Judíos entrarán algún día, y entrarán para no desviarse jamás; pero no entrarán sino después que el oriente y el occidente, esto es, todo el universo estará lleno del temor y del conocimiento del Señor.

308. Quien leyere esta sentencia de un hombre tan sabio, y por tantos títulos grande y digno de este nombre, pensará sin duda, que así el Profeta como el Apóstol que lo cita, no quieren decirnos otra cosa, sino que Israel estará ciego, como lo está ahora, hasta que el oriente y el occidente, esto es, todas las naciones del universo estén dentro de la Iglesia, llenas de religión, de piedad y de aquel santo temor de Dios, que es uno de los dones del Espíritu Santo, y el propio distintivo de la verdadera justicia; por consiguiente de la verdadera403 fe. ¿Mas no es ésta una inteligencia infinitamente ajena del texto, mucho más de su contexto, y aun de todas las Escrituras? Los que están al occidente temerán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él. Estas palabras por sí solas, sin atender a las que preceden, ni a las que siguen en el mismo texto, es facilísimo acomodarlas a cuanto se quisiere; mas ¿cómo será esto posible, si se leen unidas con su contexto? ¿Cómo será posible no reconocer en todo el contexto entero la venida del Señor en gloria y majestad,   —214→   en la cual deberá temer el oriente y el occidente; esto es, todo el universo? No ciertamente con aquel temor religioso y santo, que es el principio de la sabiduría y el carácter de la justicia (porque esta idea es diametralmente opuesta a todas las ideas que nos dan sobre esto las Escrituras, como tantas veces hemos notado), sino con aquella otra especie de temor, que es propio de los reos en presencia de su rey, a quien tienen ofendido y agraviado. Turbados quedarán a la presencia de él, se dice en el salmo LXVII, a la presencia del padre de los huérfanos, y juez de viudas404; y en el evangelio: Quedando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas, que sobrevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos serán conmovidas; y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad.405 Y en el Apocalipsis VI, 15: Y los reyes de la tierra, y los príncipes, y los tribunos, y los ricos, y los poderosos, y todo siervo, y libre se escondieron en las cavernas, y entre las peñas de los montes. Y decían a los montes, y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos de la406 presencia del que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero. Porque llegado es el grande día de la ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse en pie?407

309. Unid ahora el texto de Isaías con todo su contexto, y entenderéis al punto lo que quiere decir, como también lo que quiere decir San Pablo, cuando lo cita para probar la   —215→   vocación futura de los judíos. Los que están al occidente temerán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él. Ésta es la primera mitad, no echéis en olvido la segunda: cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor impele. Y cuando, viniere a Sión el Redentor, etc. De modo que, temerán los de oriente y occidente, cuando venga el Señor como un río tempestuoso, e impelido por el Espíritu de Dios; y cuando venga a Sión su Redentor. Leído este texto así entero se ve claramente lo que dice, y también lo que no dice. No dice, vendrá a Sión su Redentor, cuando tema el oriente y occidente; mucho menos cuando todo el universo estará lleno del temor y del conocimiento del Señor; sino al contrario; temerán los de oriente y occidente, cuando venga a Sión su Redentor. Temerán, dice, cuando viniere; no dice: vendrá cuando hayan temido.

310. Esto mismo que aquí dice Isaías, y San Pablo que lo cita, lo había dicho David en varias partes de sus salmos. El salmo CI por ejemplo, parece una oración fervorosísima, en que el Espíritu Santo por boca de David representa a la infeliz Sión, en el estado en que actualmente se halla, y en que la misma Sión habla en espíritu, se lamenta de su desamparo, y pide con gemidos inexplicables. Entre otras cosas bien notables, le dice a Dios estas palabras: Tú levantándote tendrás misericordia de Sión; porque tiempo es de apiadarte de ella, porque ya viene el tiempo... Y temerán las naciones tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria.408 Y para mayor claridad añade luego la causa o la ocasión de este temor: Porque edificó el Señor a Sión, y será visto en su gloria. Miró a la oración de los humildes, y no despreció el ruego de ellos. Escríbanse estas cosas a la otra generación (o como leen las otras versiones, en la novísima generación).409 Este   —216→   mismo temor se lee en el salmo IX, en el XLVII, y frecuentemente en casi todos los Profetas, como podéis haber notado en los lugares que hemos observado hasta aquí.

311. Fuera de esto, si Isaías en el lugar citado habla del temor santo de Dios que supone la verdadera fe; si de esta fe y temor santo de Dios estará lleno el oriente y el occidente, esto es, todo el universo cuando los judíos se conviertan a Cristo, y cuando venga su Redentor, ¿a qué propósito se nos representa este Redentor vestido de venganza, y cubierto de celo como de un manto410? ¿A qué propósito se dice que viene como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversarios411? ¿A qué propósito se añade: a las islas daré su merecido412? ¿Contra quién puede ser esta indignación y esta venganza? ¿Contra Sión? No, pues antes viene como su Redentor para librarla de su cautiverio; el tiempo de venganza para esta miserable, ya entonces se ha llenado: recibió de la mano del Señor al doble por todos sus pecados.413 ¿Contra el oriente y occidente, o contra todas las naciones del universo? Tampoco puede ser, porque todas se suponen ya llenas del temor, y del conocimiento del Señor, que parece lo mismo que llenas de fe y sabiduría. ¿Pues contra quién tanta ira, y tanto aparato de venganza? Si vos señor, lo podéis concebir, yo confieso simplemente mi pequeñez. En este caso no hallo sentido o significado alguno a todo el texto de Isaías, sus expresiones por el mismo caso que vivísimas, me parecen la misma impropiedad; y por otra parte, no hallo para qué fin pueda citar San Pablo este mismo lugar de Isaías.

312. Parece que estos inconvenientes los consideraron bien otros muchos doctores, los cuales huyendo de ellos,   —217→   tiraron por otro rumbo diverso, que les pareció menos embarazoso y mucho más breve, diciendo que el Profeta habla aquí, no de la segunda, sino de la primera venida del Mesías y de sus efectos admirables. Así, el verdadero sentido de esta profecía es este (reparadlo bien). El Mesías vendrá con todo el aparato y majestad, representado por estas semejanzas, es a saber: se puso vestidos de venganza, y cubriose de celo como de un manto, como para hacer venganza, como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversarios, a las islas dará su merecido. Y... temerán, etc. Todo lo cual, ¿qué sentido tiene? Vedlo aquí. El sentido es, que así como varias gentes y naciones, esto es, egipcios, asirios, caldeos, griegos y romanos, sujetaron, afligieron, oprimieron en varios tiempos al pueblo de Dios; así por el contrario, todas estas naciones se sujetarán al Mesías, y serán dominadas por él, porque creyendo en él, recibirán su yugo suave, y observarán sus leyes con fidelidad y bondad, etc. ¡Oh, amigo!, todas estas violencias tan notorias que las puede reparar el hombre más distraído, se hacen necesarias, y necesarias con demasiada frecuencia para poder mantener el sistema favorable; para poder, digo, explicar o acomodar las Santas Escrituras, siempre a favor de la nueva plebe y de la nueva dilecta, y siempre en contra de la otra antigua; desamparada y aborrecida.

313. De todo lo que hemos observado en este fenómeno parece ya tiempo de sacar la última consecuencia, sin esperar otras noticias, ni detenernos inútilmente en más observaciones. La consecuencia sea: que habiendo todavía otro tiempo para los judíos, habiendo de llegar infaliblemente este tiempo de misericordia, por más que se repugne, habiendo de suceder en este tiempo la plenitud de Israel, la asunción de Israel, etc., en este mismo tiempo se verificarán plenísimamente, según la letra, todas cuantas profecías hay a su favor, por grandes e increíbles que parezcan; por consiguiente, el recurso tan frecuente de los doctores a la primera fortaleza, esto es, a la Iglesia cristiana presente,   —218→   en sentido alegórico, para explicar dichas profecías (echando fuera de ellas a los judíos como si no hablaran con ellos) es un recurso a lo menos poco seguro, donde parece imposible defender largo tiempo las ideas favorables, e impedir el paso a las contrarias. Pasemos ahora a examinar de cerca y más de propósito, la segunda fortaleza que está a la otra parte del camino real. Aunque ésta parece mucho menor o menos respetable, ordinariamente incomoda más, pues en ella se hacen fuertes, no ya con la pura alegoría, sino con la letra misma o sentido literal de la Escritura. Mas antes de llegar a esta operación, debemos como por especie de paréntesis responder a dos objeciones.

Anotación primera

314. Las ideas que se proponen en este fenómeno, así del misterio grande de la vocación de las gentes, como del misterio no menos grande de la vocación futura de los judíos, aunque parecen muy conformes a las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, ciertamente no se hallan en los intérpretes sagrados, ni en los teólogos, ni en los padres antiguos de la Iglesia; luego son, o pueden ser unas ideas falsas con apariencia de verdad; pues no parece verosímil que siendo verdaderas y justas, se hubiesen ocultado a tantos sabios que pasaron toda su vida en el estudio y meditación de las mismas Escrituras, ni mucho menos, que éstos las hubiesen disimulado después de conocidas.

Respuesta

315. En otros tiempos confieso francamente que esta reflexión me hacía temblar; mas queriendo luego sacar aquella consecuencia, sentía clara y distintamente (y lo siento cada día más) que la repugnaba toda el alma, como si fuese una injuria a Dios, o una falta de respeto a su veracidad, por respetos puramente humanos, y éstos no tanto positivos, cuanto negativos; digo negativos, porque aunque las ideas de que hablamos no se hallan ciertamente en los doctores; mas tampoco se hallan expresa y formalmente   —219→   contradichas con pruebas, y razones capaces de destruirlas, ni aun siquiera de hacerles alguna directa y formal oposición. No obstante, como este argumento aunque, puramente negativo, puede fácilmente ocasionar algún embarazo o algún escrúpulo (grande o pequeño según diversas complexiones) nos es necesario examinarlo de cerca, y decir sobre él tres o cuatro palabras.

316. Dos cosas debemos considerar aquí. La primera, es un hecho de que no se puede dudar. La segunda, es la causa o el origen verdadero de este mismo hecho. El hecho es, que ni los antiguos padres de la Iglesia, ni los otros doctores eclesiásticos que han escrito después, han tratado este punto particular de que hablamos, de propósito y a fondo. Ninguno que yo sepa, ha mirado el misterio entero de la vocación de las gentes, desde su verdadero principio hasta su verdadero fin, haciéndose cargo, digo, de todo lo que hay sobre esto en las Escrituras, así del Antiguo, como del Nuevo Testamento, explicando de un modo claro y natural dichos lugares, comparando los unos con los otros, atendiendo a todo su contexto y respondiendo a las dificultades, etc.

317. Por una consecuencia natural, tampoco se han aplicado a examinar de cerca aquellos lugares de la escritura, tantos y tan notables que hablan del estado futuro de los judíos, y de los grandes designios que Dios tiene todavía sobre ellos. El cual estado futuro de los judíos parece absolutamente inseparable del misterio entero y completo de la vocación de las gentes. Es verdad que muchos tocan el punto de la conversión de los judíos, y algunos dan tal cual señal nada equívoca, de haber divisado todo el misterio, especialmente cuando llegan a ciertos lugares más notables que no es posible disimular; mas según todo lo que yo puedo alcanzar, me parece que apenas lo tocan por la superficie, y siempre con tanta priesa, con tanta indiferencia, con tanto disgusto, que es capaz de advertirlo el hombre menos reflexivo. Confiesan en general, sobre alguno de estos lugares, que allí se encierran grandes misterios,   —220→   mas no nos dicen, qué misterios son, ni de qué personas se habla, ni para qué tiempos, etc.

318. Muchísimas veces hablan como en suposición, es decir, como si fuese cierta e indubitable alguna suposición implícita, sobre que proceden manifiestamente, o como si esta implícita suposición quedase ya probada y sólidamente asegurada. Mas no es difícil conocer, que realmente están muy lejos de entrar en el examen de la misma suposición, ni aun siquiera de confesar que proceden sobre ella. Suponen, por ejemplo (para explicarnos un poco más) que la iglesia cristiana debe durar indefectiblemente hasta el fin, o hasta que ya no haya hombres vivos y viadores en esta nuestra tierra. Esta suposición es ciertísima y de fe divina. Al mismo tiempo suponen, aunque implícitamente sin explicarse mucho, que la Iglesia cristiana deberá siempre estar y permanecer en las gentes, como está ahora, sin novedad alguna. Suponen demás de esto, que los judíos conservados de Dios entre las naciones, sin confundirse con ellas, con una providencia tan admirable, serán alguna vez llamados del mismo Dios, y se convertirán de todo corazón a su Mesías, que ahora no quieren reconocer. Mas en la suposición implícita, que ninguno piensa examinar de cerca, de que la Iglesia estará siempre entre las gentes, como lo está ahora, se guardan bien de entrar en el examen prolijo y exacto de aquellos mismos lugares de la Escritura, con que establecen la conversión futura de los judíos, muchos de los cuales, mirados de cerca, parece que destruyen y aniquilan su implícita suposición. Todo esto que acabo de decir me parece la pura verdad, sin quedarme sobre ello alguna duda o sospecha racional. Cualquiera que tuviere alguna práctica, entenderá al punto lo que quiero decir; quien no la tuviere, quién sabe lo que podrá entender.

319. Siendo, pues, este hecho cierto e innegable, es preciso que esto haya dependido de algún principio, o de alguna causa legítima y justa; con la cual los doctores se puedan no solamente excusar, sino justificar plenamente   —221→   delante de Dios y de los hombres. Porque pensar que hombres tan cuerdos, tan píos, tan santos han procedido en estos asuntos, o por pasión, o por algún otro afecto menos ordenado, lo tengo por un pensamiento injusto y formalmente temerario. ¿Cuál, pues, habrá sido la verdadera causa del silencio de los doctores eclesiásticos, especialmente de los antiguos padres, sobre el misterio entero y completo de la vocación de las gentes, como también sobre el gran misterio de la vocación futura de los judíos? Esto es lo que voy ahora a proponer. Y para no detenerme en preámbulos inútiles, me parece que no hay que buscar esta verdadera causa, sino en la misma vocación de los santos doctores, o en el ministerio propio e inmediato a que fueron llamados. Hablo en primer lugar y principalmente de los antiguos, y a proporción de todos los otros, que en diversos tiempos han servido a la iglesia con sus escritos.

320. Los antiguos padres fueron en su tiempo aquella lengua erudita, o de disciplina y enseñanza, que después de los apóstoles dio el Señor a la nueva plebe, a la nueva dilecta, a la nueva esposa, a aquélla de quien decía San Pedro, que en algún tiempo eráis no pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios414; y San Pablo citando a Oseas: Llamaré pueblo mío, al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó misericordia, al que no había alcanzado misericordia.415 Así, el oficio o ministerio propio de estos santos doctores, no era otro que servir con todas sus fuerzas y talentos a esta nueva dilecta, atender en todo a su mayor utilidad, y mirar con verdadero celo y continuada vigilancia por todos sus intereses. Debían, en primer lugar, darle ideas justas del verdadero Dios, quitándole al mismo tiempo y procurando borrarle del todo aquellas ideas miserables en que se había criado, de sus dioses   —222→   de palo y de piedra. Debían darle a conocer, y hacer digno concepto de la persona infinitamente admirable y amable del esposo, haciendo que entendiesen bien que era verdadero Dios, como Hijo natural de Dios mismo; y juntamente verdadero Hombre, como Hijo natural de la santísima virgen María, y por ella Hijo también de David, y Abrahán; y esto sin confusión de las dos naturalezas divina y humana. Este solo punto tuvo bien ocupados a todos los doctores de los primeros siglos.

321. Debían, fuera de esto, hacerla comprender la pureza y santidad de vida a que era llamada, explicándole clara y distintamente toda la moral de las Escrituras, máximamente de los evangelios. Debían alentarla con la esperanza cierta de un eterno galardón, y retraerla de toda la gloria vana del mundo, y de todos sus venenosos placeres, con el temor de un castigo asimismo eterno y terrible que está aparejado para el diablo y para sus ángeles416. Debían exhortarla únicamente a la práctica de todas las virtudes, como que son el ornamento único con que puede aparecer graciosa y agradable a los ojos del esposo. Debían inclinarla con la mayor prudencia, discreción y suavidad posible, al amor verdadero e íntimo del esposo, como que éste es el principio de todos los bienes, como que hace fáciles las cosas más difíciles, y como que significa y santifica todas las acciones por pequeñas y ordinarias que sean. Debían celar con sumo cuidado y vigilancia, que no aprendiese de falsos maestros algún error contrario, o ajeno de la sana doctrina, así en el dogma, como en la moral. Debían, en fin, instruirla perfectamente, y exhortarla continuamente a la práctica de todas las cosas pertenecientes a su nueva dignidad. Veis aquí en resumen la vocación de los santos doctores, o el ministerio a que fueron llamados. Para este ministerio se les dieron los talentos, o dones y gracias del Espíritu Santo, a unos más, a otros menos; según la medida de la donación de Cristo417, y ellos correspondieron   —223→   fielmente, trabajando con ellos, y mirando siempre en su trabajo la mayor gloria de Dios en la utilidad de la Iglesia.

322. Es verdad que muchos de estos fieles y celosos ministros, especialmente los más célebres, no se contentaron con esto solo. Habiendo registrado cuidadosamente todas las galas y joyas preciosas, que se hallaban en los tesoros de la primera esposa (los cuales habían quedado en poder de la que había ocupado su puesto) les pareció engalanar a ésta con todas ellas, creyendo buenamente que arrojada aquélla por sus gravísimos delitos, debía ya mirarse como realmente muerta, y sepultada en la tierra del olvido. Por consiguiente, que aquellas galas pertenecían todas a la nueva esposa, y podía ésta servirse de todas según su voluntad. Entre ellas no hay duda que se hallaban algunas que le armaban bien y le venían justas; por tanto parecía claro, que para ella se habían hecho y guardado; otras se hallaban de no muy difícil acomodación; con un poco de trabajo e industria, se podían hacer servir. La gran dificultad estaba en otras muchísimas (las más y mejores) que llegando a la prueba se hallaban visiblemente desproporcionadas, y por eso inservibles. ¿Qué se hace pues con éstas? Dejarlas dobladas sin algún uso, no puede ser, pues al fin no se hicieron sin gran acuerdo, ni se guardaron para que no sirviesen. Es necesario, pues, hacerlas servir todas del modo posible. Esto que intentaron algunos pocos de los antiguos, los más ingeniosos y elocuentes, lo han proseguido con mayor empeño otros muchos doctores, animados del mismo celo por la gloria y utilidad de la nueva dilecta. Mas después de tantas y tan ingeniosas diligencias, es bien fácil conocer al punto por varias señas infalibles, que aquellas son galas prestadas, no propias; que no se hicieron realmente para el uso que se les quiere dar, sino que son acomodadas con industria y con artificio.

323. Mas volviendo a nuestro propósito actual, es ciertísimo que los antiguos padres, como maestros y ministros   —224→   de la Iglesia presente, llamados de Dios para aquel ministerio, no miraron otra cosa que su mayor servicio y utilidad. Se ve frecuentemente que casi siempre en todos sus escritos, trayendo a consideración varios lugares de la Escritura Santa (ya de profecía, ya también de historia) y hablando sobre ellos, prescinden absolutamente del verdadero historial y literal sentido de aquellos lugares de la Escritura sobre que hablan, declinando luego a sentidos morales y puramente místicos, para buscar en ellos alguna mayor utilidad y edificación de los fieles. Así les decía a éstos San Agustín: Porque si sólo queremos entender esto literalmente, muy poco o ningún fruto sacaremos de las lecciones divinas.418

324. Siendo esto así, ¿cómo era posible que los celosos y prudentísimos padres hablasen una sola palabra en favor de la primera esposa de Dios? ¿Cómo era posible que se divirtiesen a otras cosas, que podían ser en aquellos tiempos perjudiciales? ¿Cómo era posible que se atreviesen a anunciar prosperidades a la primera esposa en presencia de la que ocupaba su puesto? ¿Cómo era posible que no temiesen afligirla, desconsolarla, desanimarla y aun resfriarla en la caridad? ¿Cómo era posible por consiguiente que no procurasen interpretar o acomodar las Escrituras todo a su favor, a su edificación, a su utilidad? Lo contrario hubiera sido, atendidas las circunstancias, una suma imprudencia. ¿Por qué? Porque en las circunstancias en que se hallaban los antiguos doctores, no había razón alguna para esperar de esto alguna utilidad, hubieran hecho más daño que provecho. En aquellos primeros tiempos estaba la esposa en su juventud, y como joven en sus primeros amores y fervores. Así, era necesario confirmarla en ellos, no amedrentarla con amenazas importunas; era necesario animarla más y más, no desanimarla; nutrirla con alimentos de vida, proporcionados a su edad y a su complexión   —225→   delicada, no con alimentos difíciles de digerir, aun a las personas muy robustas. Era necesario alegrarla en el Señor, y dilatarle el corazón para que creciese cada día más en número y fervor, no desconsolarla y desanimarla con anuncios tristes y amargos, que por entonces no podían tener sino pésimas consecuencias.

325. Así lo pensaron sin duda, y así lo practicaron los santos y prudentes doctores. Tan lejos estuvieron de hablar una palabra favorable a la antigua esposa de Dios, que antes por el contrario, se nota facilísimamente en todos sus escritos, que siempre que se ofrece alguna ocasión (y no pocas veces sin ocasión alguna) hablan mal de ella, y dicen sin faltar a la verdad todo el mal posible, ya ponderando sus antiguos delitos, sus infidelidades, sus adulterios, ya trayendo a consideración el mal recibimiento que hizo a su Mesías, y la bárbara crueldad con que lo trató, ya reprendiendo su ingratitud, su dureza, su obstinación presente, etc. Y todo esto ¿para qué? Para que sirva de lección, de escarmiento y de edificación de la esposa actual, y ésta se anime y enfervorice más en ejercicio de todas las virtudes contrarias, correspondiendo fidelísimamente a su vocación. Por esta razón no se explicaron los prudentísimos padres, ni aun siquiera tocaron muchos puntos verdaderamente delicados y críticos, temiendo las consecuencias legítimas y justas que naturalmente debían inferirse, las cuales por entonces parecían más propias para la destrucción, que para la edificación. Por esta razón hablaron tan poco, y esto en términos muy generales, de la segunda venida del Señor, sin descender a tantas otras cosas particulares, que sobre esto hay en las Escrituras. Por esta razón jamás se explicaron clara y distintamente sobre el juicio de vivos. Por esta razón, el Anticristo con que estamos amenazados para los últimos tiempos, les pareció que no podía salir de las gentes sin gran deshonor de éstas, y desconsuelo de los fieles; por tanto debía salir de los judíos, debía ser creído y recibido de éstos; debía ser un monarca universal,   —226→   que con todo su poder hiciese la más sangrienta guerra a la Iglesia, o a la nueva dilecta. Por esta razón el cuarto reino de la gran estatua fue el romano, y la piedra ya bajó del monte al vientre de la Virgen, y entonces destruyó la estatua, destruyendo o empezando a destruir el imperio del diablo, y formando otro nuevo imperio, esto es, la Iglesia presente o la nueva esposa. Por esta razón en suma, hasta ahora no sabemos bien qué es lo que pedimos al Señor por aquellas palabras: Venga el tu reino. (Véase la anotación siguiente.)

326. Debo ahora satisfacer en breve a esta réplica, o admonición que se me puede hacer, pues ya se me ha hecho. Aunque estas ideas, oigo decir, fuesen realmente buenas y justísimas, aunque fuesen tan conformes a las Escrituras, como ciertamente lo parecen, debía yo no obstante, y todo fiel cristiano, observar el mismo silencio, y proceder con la misma prudencia y circunspección con que en estos asuntos han procedido los doctores, no negando expresa y formalmente lo que está declarado en la Escritura de verdad, lo cual es cierto que no es permitido; mas interpretándolo de algún modo no imposible ni difícil a favor de la nueva dilecta, pues al fin es nuestra señora, nuestra reina, nuestra madre, a quien tenemos tantas y tan grandes obligaciones; la antigua esposa de Dios infiel y adúltera, y por esto tan justamente desamparada y aborrecida, debe contentarse con que sus reliquias sean recogidas hacia el fin de los siglos, y agregadas misericordiosamente a la iglesia de las gentes. Tanto más dicen que debería yo proceder en este modo cortés y prudente, cuanto debo mirarme como un triste judío que no tengo otra esperanza, ni puedo tenerla de salud, sino en cuanto he sido llamado y agregado a la nueva plebe, o nuevo pueblo de Dios, etc.

327. Dos descargos tengo que dar a esta admonición los cuales se deben mirar como dos disparidades, o como dos razones que tengo propias y peculiares, que419 no tuvieron otros escritores. Por estas dos razones (no divididas sino   —227→   juntas y unidas entre sí) creo que no debo guardar el silencio que ellos guardaron, ni proceder con la misma circunspección y prudencia con que ellos procedieron.

Primera razón

328. Yo soy un cristiano y un católico, por la gracia y misericordia de Dios; mas no por eso dejo de ser judío; así, aunque pertenezco inmediatamente a la esposa actual, y la reconozco y venero por mi señora y madre, no por esto dejo de pertenecer de algún modo propio y natural a la esposa antigua de Dios, madre común de todos los creyentes; no por eso puedo olvidarla, ni dejar de amarla con ternura (sin temer que por esto me llamen judaizante); no por esto puedo negar sin impiedad a esta madre mía, aunque por la presente tan deshonrada y envilecida. En esta consideración, ¡qué mucho que no guarde aquel silencio, que por justísimas causas han guardado otros escritores! ¡Qué mucho que mire por el consuelo, y por el verdadero bien de esta madre infeliz, actualmente combatida de tempestad, sin ningún consuelo420! ¡Qué mucho que pretenda hacer valer a su favor tantas escrituras auténticas y claras, que suelen ser ordinariamente todo el caudal de las viudas! Fuera de esto, no dejo de temer ser comprendido en aquella queja amarguísima del Mesías, el cual, en el capítulo LI de Isaías, mirando a esta paupércula en el estado de viudez, de soledad y desamparo en que ahora se halla, abatida y casi confundida con el polvo, le da la mano, lleno de compasión y de ternura, diciéndole: Álzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces.421 Luego como mirando a todas partes, y como extrañando la indiferencia y frialdad de   —228→   tantos hijos, respecto de su propia madre, se lamenta de ellos, y los culpa y reprende, diciendo: No hay quien la sostenga a ella (o no tiene quien la guíe) de todos los hijos que engendró; y no hay quien la tome por la mano de todos los hijos, que crió.422

Segunda razón

329. La segunda razón de disparidad, mucho más inmediata o más sensible, es el tiempo mismo en que nos hallamos, infinitamente diverso del tiempo de los antiguos padres, y a proporción del de los otros escritores eclesiásticos. En cuya consideración discurro así. Yo aunque judío del linaje de Abrahán, soy por la bondad de Dios un cristiano, un católico, un hijo, un súbdito de la esposa de Dios, que actualmente reina; luego debo servirla con todas mis fuerzas y talentos, no puramente con cortesías y palabras estériles, sino mucho más con servicios reales y oportunos, según los tiempos y circunstancias; luego según estos tiempos y circunstancias debo no lisonjearla vanamente, sino decirla con toda reverencia la verdad pura; luego debo atender en mis obsequios y servicios, no ya a lo que en otros tiempos y circunstancias le pudo haber sido conveniente y útil, verbigracia en los tiempos de su juventud y primeros amores, sino a lo que entiendo le es útil, conveniente y aun necesario en el estado presente. Ésta es una regla de verdadera prudencia que dicta la recta razón, y que el Espíritu Santo no dejó de enseñarnos en particular: Todas las cosas tienen su tiempo, y por sus espacios pasan todas ellas debajo del cielo. Hay tiempo de nacer, y tiempo de morir... Tiempo de matar, y tiempo de sanar. Tiempo de derribar, y tiempo de edificar... Tiempo de callar, y tiempo de hablar.423

  —229→  

330. Ahora, yo no puedo saber lo que se pensará entre los sabios sobre la oportunidad de estas ideas. Lo que a mí me parece es lo que únicamente puedo decir; remitiéndome enteramente a su juicio y discreción. A mí me parece, hablando en verdad, y simplicidad de corazón, que en estos asuntos ya es pasado el tiempo de callar o de prescindir, que fue el tiempo de los antiguos padres, y de los doctores que les sucedieron, y que ya nos hallamos en los tiempos de hablar. La revelación o manifestación de aquellas cosas, que en otros tiempos hubieran sido poco convenientes, y aun dañosas a la joven esposa, ahora en estos tiempos parecen ya convenientes, y casi absolutamente necesarias. Cualquiera que lo dudare, no tiene otra cosa que hacer, sino abrir los ojos y mirar. Con esta sola diligencia podrá fácilmente salir de toda duda.

331. ¿Cómo es posible confundir los tiempos presentes con los pasados; los tiempos de la juventud de la esposa, con los de la mayor edad; los tiempos de inocencia y de simplicidad, con los tiempos de sagacidad y aun de malicia; los tiempos de amor y de fervor, con los tiempos que ya parece amenazan, prenunciados por San Pablo, vendrán tiempos peligrosos424, de tibieza, y aun de frío en la caridad; porque se multiplicará la iniquidad, dice el esposo mismo, se resfriará la caridad de muchos425; y en otra parte: tardándose el Esposo, comenzaron a cabecear, y se durmieron todas (las vírgenes).426 Pues mudadas ya las circunstancias en que se hallaban los santos padres, en esta sensualidad, en esta delicadeza y pompa mundana, en esta distracción, en esta soñolencia, descuido y aun tedio formal   —230→   de los verdaderos intereses del esposo (que ven y lloran los que tienen ojos), ¿no será ya tiempo de decirle, de advertirle, de acordarle, lo que está declarado en la Escritura de verdad? ¿No será ya tiempo de decirle lo que en otros tiempos no convenía? ¿Se podrá mirar como un delito, y no antes como un verdadero servicio, el decirle con reverencia, mas clara y distintamente, que está amenazada del esposo con aquel mismo castigo y tal vez mayor, con que fue castigada la primera esposa? Tú por la fe estás en pie, pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado.427

Anotación segunda

332. En dos o tres lugares de esta obra se insinúa, y en el último se dice claramente, que hasta ahora no sabemos bien lo que pedimos al Señor por aquellas palabras: venga el tu reino; lo cual parece falso, o poco conforme a la verdad por esta razón: Jesucristo en su primera venida fundó un reino espiritual de justicia y santidad, que él mismo llamaba frecuentemente reino de los cielos, y reino de Dios. Aunque después en su segunda venida haya de fundar otro reino, según las Escrituras, o haya de hacer lo que quisiere, como Señor absoluto de todo, no por eso ha de destruir el reino de justicia ya fundado; luego si hasta ahora se ha pedido este reino, se ha entendido muy bien lo que se ha pedido. Yo confieso que no entiendo bien, sino confusamente, lo que pretende esta anotación. No obstante, a esto poco que me parece entiendo en general, voy a responder con toda brevedad.

Respuesta

333. Jesucristo en su primera venida fundó un reino   —231→   espiritual de justicia y santidad, que él mismo llamaba frecuentemente reino de los cielos, y reino de Dios. Bien, luego este reino ya vino al mundo, ya lo tenemos con nosotros en nuestra tierra. Si ya vino, y ya lo tenemos, ¿para qué pedimos que venga? ¿No será ésta una petición inútil o injuriosa a Dios? O creemos que ya vino al mundo el reino que pedimos, o no lo creemos; si lo primero, luego no tenemos ya que esperarlo, por consiguiente deberemos excusar ya esta petición, porque lo que uno ve, ¿cómo lo espera?... lo que no vemos, esperamos428; si lo segundo, ¿por qué no nos explicamos un poco más?

334. Este embarazo parece que obligó a otros sabios a tirar por otro camino. Así, dicen, que lo que pedimos a Dios por estas palabras venga el tu reino, es, que la Iglesia presente (que es sin duda el reino de Dios) crezca y se extienda a todo el linaje humano, y que todos sus individuos entren en la Iglesia y sean justos y santos, etc. Esta petición no hay duda que es buena, y digna de un verdadero cristiano; mas para pedir este bien no parecen tan propias las palabras venga el tu reino; antes parecen sumamente impropias, oscuras, y nada acomodadas al fin. Venga tu reino, esto es, el reino que ya vino, crezca y se extienda por toda la tierra. Venir y crecer son ciertamente dos palabras, cuyo diverso significado no podía ignorar el que nos enseñó a orar con esta admirable oración.

335. Mas si por ellas entiendo el reino que ha de venir; cuando venga el rey, según me lo anuncian las Santas Escrituras, las palabras con que pido las hallo claras, simples, propias y escogidas entre millares de otras que pudieran imaginarse. Con ellas pido, y entiendo clarísimamente lo que pido; y si tengo verdadero celo del bien de mis prójimos, si deseo con verdad que todos los pueblos, tribus429 y lenguas, adoren al verdadero Dios, que todos sean cristianos, que todos sean justos y santos, etc., todo esto lo comprendo en mi petición, y todo lo pido confiadamente   —232→   sin salir de aquellas tres palabras: venga el tu reino. Digo confiadamente, porque sé por las mismas Escrituras que este bien que deseo a todo el linaje humano, no puede ser en el estado presente; pero será sin falta cuando venga el reino que pido. Por tanto, lejos de temer la venida del rey en gloria y majestad, antes la deseo con las mayores ansias, y la pido con todo el fervor de que soy capaz; así por el remedio pleno de los miserables judíos, como también por todo el residuo de las gentes; las cuales después de acabada la vendimia... levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar.430 De todo lo cual hablaremos de propósito cuando sea su tiempo.

336. Jesucristo en su primera venida fundó (dicen) un reino espiritual, que él mismo llamaba reino de los cielos, y reino de Dios. Aquí se divisa fácilmente un equívoco de no pequeña consideración. Lo que Jesucristo llama frecuentemente en sus parábolas reino de los cielos, reino de Dios, no es otra cosa las más veces por confesión de todos, que lo que él mismo llama el reino del evangelio, esto es, la noticia, buena nueva, anuncio, predicación del reino de Dios. Reino de los cielos (dice San Jerónimo) es la predicación del Evangelio, y la noticia de las Escrituras, que conduce a la vida.431 Esta predicación y noticia del reino parece claro, que no puede ser el reino mismo, sino como un pregón o convite general que se hace a todos, para que se alisten los que quisieren bajo esta bandera; para que admitan, o no, según su voluntad la filiación de Dios, que a todos se ofrece con ciertas condiciones; y de esta suerte puedan tener parte y herencia perpetua en el reino de Cristo, y de Dios.

  —233→  

337. Ahora, todos los que son llamados a este reino, son al mismo tiempo obligados a poner de su parte ciertas condiciones indispensables, comprendidas todas en estas dos palabras: fe y justicia, o según se explica San Pablo fe que obra por caridad432. Los que observaren fielmente estas dos leyes con toda su extensión pueden mirarse ya como hijos del reino, y esperar para su tiempo ser herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo433. Mas no podrán decir que ya están en posesión de esta herencia; antes deberán siempre vivir en solicitud, en vigilancia, en temor y temblor, teniendo presente aquella sentencia del Señor: el que perseverare hasta el fin, este será, salvo.434 Por eso el mismo Señor, preguntándole los Fariseos: ¿Cuándo vendrá el reino de Dios?435 les dio aquella divina respuesta: el reino de Dios está dentro de vosotros...436 Como si dijera: pensad en haceros dignos del reino de Dios, con lo que está dentro de vosotros y de vuestra parte; no en inquirir curiosamente cuándo vendrá. Esta justicia o disposición para el reino de Dios, este convite al reino, esta predicación de la fe y justicia necesaria para conseguirlo, no es ciertamente el reino mismo, y si se llama reino, es solamente en sentido latísimo; así como se llama templo o palacio un edificio que se está haciendo. La noticia de este reino ya la tenemos por la predicación de los Apóstoles; lo que se nos pide de nuestra parte no lo ignoramos; por consiguiente creemos este reino, lo esperamos y deseamos; si lo creemos, esperamos y deseamos, luego todavía no lo tenemos, luego podemos y debemos pedirlo con aquellas divinas palabras venga el tu reino, luego podemos y debemos esperar que a su tiempo se nos concederá   —234→   lo que pedimos. Dicen que esto sucederá en el cielo después de la general resurrección, y fin del mundo; mas si las Escrituras dicen clara y expresamente, como tantas veces hemos observado, que sucederá en esta nuestra tierra, ¿a quién deberemos creer? El explicar estas cosas diciendo: sucederá en la tierra, esto es, en la tierra de los que viven; esto es, en el cielo, ¿son palabras que deben hacer poca impresión a quien las considera de cerca, y las confronta con las Escrituras?

338. En suma, el reino de Dios, o el reino de los cielos, no ha venido hasta ahora, y por eso pedimos ahora que venga. Lo que únicamente ha venido es la noticia, la relación, la fe, el convite, el evangelio del reino, con las condiciones arriba dichas. Todo esto nos trajo el Mesías en su primera venida; lo demás lo esperamos para la segunda: la piedra que había herido la estatua, se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra.437 Si todo lo que nos dicen las Escrituras del reino de Dios, debe verificarse allá en el cielo, parece que debiéramos pedir, ir nosotros o ser llevados al cielo, al reino de Dios; no que el reino de Dios viniese a nuestra tierra, a nosotros. En este mismo caso el maestro bueno nos hubiera enseñado otras palabras con que pedir. Y así concluyo con el doctísimo padre Maldonado, que el verdadero sentido es el que insinúan Teofilato y Ruperto, cuando afirman: que se llama reino de Dios aquél en que haciendo de sus enemigos escabel de sus pies reinará en todas partes, y será, en expresión de San Pablo, el todo en todas las cosas438; pues aunque actualmente en todas partes domina; no decimos que reina, porque no lo hace en paz, sino en guerra, a la frente de enemigos y de rebeldes que le resisten. Pero, subyugados sus contrarios, libres ya sus amigos y condenados sus enemigos, su imperio será completo. Que éste sea el verdadero sentido, se colige claramente, así del   —235→   texto ya citado del Apóstol, como de que aquí pedimos que venga a nosotros, no nuestro reino, sino el de Dios. Esto no significa, pues, que Dios reine en nuestros corazones, o que nosotros reinemos con los bienaventurados (que es nuestra principal petición); sino que Dios reine absolutamente y libre de contrarios, por eso decimos, venga el tu reino439; como hijos que al rey nuestro padre le deseamos el reino pacífico y la victoria de sus enemigos, no para nuestro reino, sino para el suyo. Deseamos, pues, que venga, como desean que venga Jesucristo los que le aman.440 Esto es lo que yo digo, ni más ni menos.



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ArribaAbajoFenómeno VII

Babilonia y sus cautivos.

Párrafo I

339. Cualquiera que lea con atención los Profetas, reparará fácilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los judíos en particular que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente de todo Israel, y de todas sus tribus para cuando salgan de su cautiverio, y vuelvan a su patria, de su destierro. Uno y otro con figuras y expresiones tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.

340. Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, se lee en los libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el estado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a su patria; se leen en los dos libros de los Macabeos, los grandes trabajos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; se lee después de esto en los evangelios, el estado de vasallaje y opresión formal en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el cruelísimo Herodes; se lee por otra parte, ya en la historia profana, ya también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella aquellos cautivos, se mantuvo en su ser sin novedad alguna sustancial, por espacio de muchos siglos, que no la destruyó Darío Medo, ni Ciro Persa, ni alguno   —237→   otro de sus sucesores, que no se destruyó repentinamente en un solo día, aquellas dos grandes calamidades que parece le anuncia Isaías, cuando le dice: Te vendrán estas dos cosas súbitamente en un solo día, esterilidad y viudez.441 Con estas noticias ciertas y seguras, no puede menos de maravillarse, de ver empleadas por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse, si advierte y conoce sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha verificado hasta el día de hoy, de lo que con tantas y tan vivas expresiones parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.

341. Difícilmente se hallará otro punto en toda la divina Escritura, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios, que Babilonia y sus cautivos. Embarazo en que no pocas veces se hallan los intérpretes; y la gran fuerza que hacen para salir con honor es tan visible, que puede fácilmente repararlo el hombre menos reflexivo. Ya suponen cosas que debían no suponerse sino probarse en toda forma; ya conceden a lo menos en parte en general y en confuso lo que en otras ocasiones más inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya usan de un sentido, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, y esto en un mismo individuo o texto; ya siguen el sentido literal hasta cierta distancia, y hallándose atajados por el texto mismo, que visiblemente protesta la violencia, vuelven un poco más atrás buscando por todos los otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos inflexible. Si éste se halla, éste solo basta para decir, que aunque aquel sentido (que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas este otro es el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo.

342. Después de todas estas diligencias no por eso queda resuelta la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera, como si no se hubiese tocado. Las profecías son   —238→   muchas y muy claras a favor de los miserables hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y por eso mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los intérpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando muchos siglos ha. Mas, ¿cómo? Una pequeña parte literalmente en aquellos pocos que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de Ciro; la mayor parte alegóricamente en los redimidos por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y otra parte, que no puede explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se verifica, dicen, anagógicamente en aquellas almas santas, que rotas las prisiones del cuerpo, vuelan al cielo su verdadera patria, donde gozan en paz y quietud de todos los bienes. Nada decimos por ahora de aquella otra parte bien considerable, que tal vez se omite por excusar prolijidad.

343. Mas, ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu de Dios que habló por sus Profetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase por sus Profetas sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en otro, parte en muchos, parte en ninguno? ¿Sería creíble este modo de hablar de la veracidad de Dios y de su santidad infinita? Aun en el hombre más ordinario se tuviera esto, y con gran razón, por un defecto intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que Dios vivo y verdadero, hablando nominadamente con los hijos de Abrahán, de Isaac, y de Jacob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido entre las naciones, les permitiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su patria; sino junto con esto, otros innumerables bienes y misericordias, que no habían de verificarse en ellos, sino en las gentes; y esto en un sentido puramente espiritual? ¿Y esto o muchísimo de esto en sentido parte espiritual, parte alegórico, parte anagógico, parte místico y espiritual? No puedo negar, que me parece todo esto duro y difícil de creer. Y no obstante sé de cierto, que en el sistema ordinario no hay otro modo de resolver la gran dificultad.

  —239→  

344. El modo ordinario de discurrir es éste en sustancia, y sobre él no faltan algunas reglas generales. Las profecías, dicen, y con gran razón, son verdaderas y de fe divina, Dios es quien habla en ellas, y no el hombre; estas profecías no se han verificado plenamente según la letra, como es claro y por sí conocido, y consta de la Escritura; luego... (repárese con cuidado en esta consecuencia) luego es preciso decir, que en ellas se encierra algún gran misterio, mucho mayor que la salida material de Babilonia de los Caldeos, el cual misterio no puede ser otro que la liberación por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio. Por consiguiente, todo lo que anuncian las profecías, tocante a la justicia, a la santidad, a la paz, a la felicidad estable y permanente de los que vuelven de su destierro, y son restablecidos de nuevo en la tierra prometida a sus padres etc., se debe entender de los hijos de la Iglesia presente, que son el verdadero Israel de Dios, la cual justicia, santidad, paz, justificación y felicidad, empiezan en la tierra, y se consuman y perfeccionan enteramente en el cielo. Esta consecuencia, o este modo de discurrir, como si fuese justísimo en todas sus partes, es de gran uso para desembarazarse sin oposición alguna, antes con sumo honor, de toda suerte de dificultades.

Se propone otra consecuencia.

Párrafo II

345. Así como yo no repruebo absolutamente el sentido alegórico, anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la consecuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto aspecto, me parece buena y propísima para la utilidad y edificación. A todos los creyentes nos importa saber y no olvidar que fuimos redimidos y librados por Cristo, del poder de las tinieblas; que este mundo es un verdadero destierro; que nuestra   —240→   patria es el cielo; que la justicia, y santidad, y paz, y gozo en el Espíritu Santo, empiezan aquí, y allá se perfeccionan; que todos los fieles cristianos, de cualquiera nación que sean, son el verdadero Israel de Dios. No obstante estas verdades, que yo creo y confieso con todos los fieles cristianos, propongo a la consideración y juicio de los sabios otra consecuencia sacada de las mismas premisas que supongo ciertas y evidentes, y pido que se compare esta segunda consecuencia con la primera, en sencillez y verdad. Discurro, pues, así: las profecías de que hablamos son ciertas y seguras, pues en ellas no habla el hombre sino Dios mismo; estas profecías no se han cumplido hasta ahora plenamente según la letra; luego debe llegar tiempo en que todas se cumplan plenamente según la letra. Digo según la letra plenamente, para comprender, así las cosas mismas que anuncian, como las personas de quienes hablan expresa y nominadamente.

346. Más claro: las profecías hablan expresa y nominadamente de los judíos en general, o de todas las tribus de Israel sin excluir a ninguna, para cuando vuelvan de su cautividad y destierro, y sean introducidas y planteadas de nuevo en la tierra prometida a sus padres. Ahora, pues, es cierto y evidente, que los judíos desterrados a Babilonia, y cautivos en Babilonia, volvieron muchos días ha de su cautividad y destierro; es cierto y evidente, que entonces edificaron de nuevo su templo y su ciudad de Jerusalén; es cierto y evidente, que entonces se establecieron de nuevo en aquella tierra, de donde habían sido desterrados; por otra parte, también es cierto y evidente (por confesión forzosa e innegable de todos los intérpretes) que las profecías innumerables, que hablan de la vuelta de la cautividad y destierro de los hijos de Israel, no se han verificado ni de ciento una, no se han verificado plenamente según la letra, no se han verificado, ni en lo que anuncian clara y distintamente, ni en las personas de quienes hablan expresa y nominadamente, etc. Luego... Luego... (ved ya   —241→   la consecuencia que ofrezco a vuestra consideración) Luego la cautividad y destierro de los hijos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la cautividad y destierro de Babilonia, a que fueron llevados por Nabucodonosor.

347. De aquí se sigue otra consecuencia, o por mejor decir una cadena de consecuencias. Luego la cautividad y destierro de que hablan las profecías no se ha concluido hasta el tiempo presente, pues si se hubiese ya concluido, ya se hubieran verificado las profecías; luego los hijos de Israel no han vuelto hasta ahora de la cautividad y destierro de que hablan las profecías; luego deberemos esperar otro tiempo, en que los hijos de Israel vuelvan de su cautividad y destierro, y en que por consiguiente se verifiquen en ellos las profecías; luego el descanso, el sabatismo, la independencia de toda potestad y dominación de la tierra, la justicia, la santidad, la paz, la felicidad estable y permanente bajo un solo rey, a quien se da el nombre de David, anunciado todo clara y distintamente a los hijos dispersos de Jacob, para cuando vuelvan de su dispersión, de su cautividad, de su destierro, se verificará en ellos plenamente, cuando se verifique esta vuelta, la cual está anunciada del mismo modo que todo lo demás.

348. En efecto, esta última consecuencia no sólo se infiere de aquellas premisas, sino que se lee expresamente en el capítulo XII de Daniel, versículo 7: cuando fuere cumplida la dispersión de la congregación del pueblo santo, serán cumplidas todas estas cosas.442 Después que el ángel que vestido de ropas de lino443 reveló a este Profeta muchos y grandes misterios contenidos en todo el largo capítulo antecedente, en especial lo que debía suceder al pueblo de Israel en los últimos tiempos; pues a esto sólo le dice que viene determinadamente: he venido a mostrarte las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días,   —242→   porque la visión es aún para días444; después de todo esto, preguntando el mismo Profeta: ¿cuándo se cumplirán estas maravillas?445, le respondió al punto levantando las manos al cielo, y jurando por el que siempre vive diciendo, que en tiempo, y tiempos, y mitad de tiempo446. Y concluye inmediatamente su respuesta, o la explica y aclara diciendo que todas aquellas cosas de que acaba de hablar, tendrán su perfecto cumplimiento cuando se complete o concluya enteramente la dispersión del pueblo santo hecha por la mano de Dios447. Estas palabras combinadas con aquellas otras del capítulo X: he venido a mostrarte las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días, porque la visión es aún para días, parecen la verdadera llave de todos los misterios del capítulo XI y XII de este Profeta, los cuales misterios se verificarán y entenderán perfectamente, cuando se acaben los trabajos de los hijos de Israel, y cuando tenga fin su destierro, su dispersión y cautiverio. De un modo semejante podemos discurrir en lo que toca a las amenazas terribles que se leen en las Santas Escrituras contra Babilonia, como veremos más adelante.

Sumario de la historia de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro y dispersión, hasta la época presente.

Párrafo III

349. Ciento veinte y dos años después que las diez tribus, que componían el reino de Israel o de Samaria, salieron desterradas de su Dios, y fueron llevadas cautivas a la Asiria por Salmanasar, rey de Nínive, las dos tribus que restaban y componían el reino de Judá, fueron del   —243→   mismo modo, y por las mismas causas desterradas y conducidas a Babilonia por Nabucodonosor. Esta transmigración se concluyó perfectamente once años después, cuando el mismo Nabuco irritado por la rebelión de Sedecías, tío del último rey (a quien había fiado la regencia del reino y honrado con el título de rey) volvió con más furor contra Jerusalén; y habiéndola saqueado y arruinado enteramente y ejecutado casi lo mismo con todas las ciudades de Judea, se llevó consigo a sus habitadores, no dejando en toda la tierra sino algunos pocos de la plebe de los pobres, que absolutamente no tenían cosa alguna448; los cuales no dándose por seguros, no tardaron mucho en desterrarse a sí mismos, huyendo a Egipto.

350. Cumplidos los 70 años que había predicho Jeremías, capítulo XXIX, el rey Ciro que por muerte de Darío acababa de sentarse en el trono del imperio, movido e inspirado de Dios (como él mismo lo dice en su edicto público, y como lo había anunciado Isaías capítulo XLV, llamando a este príncipe con su propio nombre Ciro, doscientos años antes) concedió licencia a los judíos que quisieran, y aun los exhortó a volver a Jerusalén, y a edificar de nuevo el templo del verdadero Dios, mandando que se les restituyesen los vasos sagrados que había transportado Nabucodonosor, y se les ayudase con todo lo necesario para el edificio sagrado. Con esta licencia volvieron algunos con Zorobabel, señalado del mismo rey Ciro por conductor de aquella tropa de voluntarios (los cuales todos fueron de la tribu de Judá y Benjamín) con algunos sacerdotes y levitas, como se lee expreso en el libro primero de Esdras, capítulo primero: levantáronse los príncipes de los padres de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes, y los levitas.449 En el capítulo segundo para mayor claridad se dice, que los que volvieron a Jerusalén eran descendientes   —244→   de aquellos mismos, que había llevado cautivos a Babilonia Nabucodonosor: que subieron del cautiverio, que había hecho trasladar a Babilonia Nabucodonosor rey de Babilonia, y volvieron a Jerusalén y a Judá.450 De las otras diez tribus no se habla jamás una palabra.

351. Aunque las ciudades y provincias de la Media, donde dichas tribus habían sido colocadas, eran en aquel tiempo de la jurisdicción de Ciro, que hacían una parte considerable de su imperio, es cierto que a éstas no se les dio facultad para volver a sus respectivos países; ya porque estos países estaban ocupados por otras naciones que el mismo Salmanasar había enviado en lugar de Israel, como se dice en el libro 4 de los reyes, capítulo XVII, versículo 24; ya porque la intención de Ciro sólo miraba al templo del verdadero Dios. Así se ve que su edicto o cédula real habla solamente de la reedificación del templo del Dios del cielo, que estaba antes en Jerusalén, y del culto del mismo Dios. Por consiguiente sólo habla con los judíos y sacerdocio a quienes esto pertenecía. Esto dice Ciro rey de los Persas: (dice el edicto) Todos los reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén... Y todos los varones que hubieren quedado en todos los lugares donde moran, desde el lugar donde están, ayúdenle con plata y oro, y hacienda y bestias, sin contar lo que voluntariamente ofrecen al templo del Dios que está en Jerusalén.451

352. Después de muchos años (que según me parece, no pudieron ser menos de sesenta) el año séptimo de Artajerjes, volvió de Babilonia a Jerusalén, acompañado de seiscientas   —245→   personas el santo y sabio sacerdote Esdras, enviado del mismo rey como de visitador de sus hermanos, para que viese si éstos observaban fielmente las leyes de su Dios, y las leyes regias, para hacer observar ambas leyes con toda perfección y puntualidad, y para que como hombre lleno de sabiduría, de celo y de piedad, instruyese libremente y sin embarazo alguno a los ignorantes. Y tú, Esdras (le dice el rey) según la sabiduría de tu Dios, que hay en tu mano, establece jueces, y presidentes para que juzguen a todo el pueblo, que está de la otra parte del río, conviene a saber, a los que tienen noticia de la ley de tu Dios, y a los que la ignoran enseñadla libremente. Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu Dios, y la ley del rey, será condenado, o a muerte, o a destierro, o a una multa sobre sus bienes, o a lo menos a cárcel.452 A los 13 años después de Esdras, el año 20 del mismo Artajerjes, Nehemías, que era su copero y favorito, consiguió licencia del rey para ir a Jerusalén, llevando facultad amplia (que hasta entonces no se había dado a los judíos) para edificar de nuevo la ciudad, y ceñirla de muros en toda forma, como lo hizo, no sin grandes oposiciones de todas las naciones circunvecinas; como se puede ver en el libro del mismo Nehemías, que llamamos el segundo de Esdras453.

353. Ahora, es cierto por la misma Escritura que los que volvieron de Babilonia a Jerusalén, en estas tres partidas, apenas hicieron la suma de cuarenta y dos mil y seiscientos, que es lo mismo que decir, sólo fueron una parte no muy considerable de las tribus de Judá y Benjamín (las cuales pocos años antes de la cautividad, en tiempo del rey Josafat, podían dar un millón ciento y setenta mil   —246→   soldados, que estaban alistados y prontos bajo cinco capitanes generales, exentos los que guardaban los presidios, como se dice expresamente en el libro segundo del Paralipómenos capítulo XVII); por consiguiente, los más individuos de Judá y Benjamín se quedaron en su destierro, o porque no pudieron venir, o porque no quisieron, mirando con indiferencia la tierra de sus padres y el culto de su Dios. Todas estas noticias ciertas y seguras nos deben servir para conocer, o para advertir una verdad importantísima en el asunto que tratamos, es a saber: que los judíos que volvieron en aquellos tiempos de Babilonia a Judea, no volvieron más libres que los que quedaron, ni vivieron más libres en la tierra de sus padres, que lo que habían vivido en la Caldea. Salieron de Babilonia con licencia del príncipe, mas no salieron de la servidumbre de Babilonia. Mudaron de terreno, mas no mudaron de condición, casi del mismo modo que si hubiesen pasado de una provincia a otra del mismo imperio. De esto se lamentaban ellos mismos, más de 70 años después de haber salido de Babilonia, cuando congregados en Jerusalén por Nehemías y Esdras, a celebrar las fiestas de los tabernáculos, y oír la lectura de la ley, prorrumpieron un día en un amargo llanto, a que se siguió una fervorosa oración, y entre otras cosas le decían al Señor estas palabras: He aquí que nosotros mismos hoy somos esclavos; y la tierra, que diste a nuestros padres para que comiesen su pan, y los bienes que produce, y nosotros mismos somos en ella esclavos. Y sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuerpos, y sobre nuestras bestias, a su voluntad, y estamos en grande tribulación.454

  —247→  

354. ¡Qué buena libertad! ¡Qué república tan digna de este nombre! Éste es, amigo mío, el título ilustre con que honran los doctores cristianos comúnmente a los judíos que volvieron de Babilonia con Zorobabel, Esdras y Nehemías. La razón que tienen para darle el nombre de república es tan clara, que la puede ver el más corto de vista. En suma, les es preciso suavizar un poco del mejor modo posible la interpretación (durísima a la verdad) de tantas y tan claras, y tan magníficas profecías, que hablan de la vuelta de todos los hijos de Israel a la tierra de promisión, de donde fueron desterrados, como si estas magníficas profecías se hubiesen ya cumplido en aquellos pocos esclavos, que sin dejar de serlo volvieron a la Judea.

355. Después de edificado el templo y la ciudad; después que se establecieron, los que volvieron, en Judea, que verosímilmente hallaron desierta, pues no se dice que los reyes de Babilonia enviasen alguna otra nación para que la poblase, como se dice respecto de las tierras que ocupaban las otras diez tribus; después de todo esto, hasta las revoluciones causadas por Alejandro, parece evidente e innegable, que así Jerusalén como toda la Judea quedaron como antes sin novedad alguna, en cuanto a la sujeción y dependencia total del imperio de Babilonia. Ni se sabe que los habitadores de Judea tuviesen otra exención, respecto de los habitadores de la Caldea, Media o Persia, etc., sino la facultad que le dieron Ciro, Darío, y Artajerjes de poder dar a su Dios un culto público en Jerusalén, y vivir según las leyes que habían recibido del mismo Dios; sin dejar por eso de observar puntualmente las leves regias: Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu Dios (le dice el rey a Esdras), y la ley del rey, será condenado o a muerte, o a destierro, etc.

356. El príncipe Zorobabel era, no sólo de la casa y familia de David, sino nieto por línea recta del último rey de Judá (digo último, porque Sedecías, que reinó últimamente no tenía derecho alguno a la corona, sino que fue puesto con violencia por Nabucodonosor); mas Zorobabel   —248→   tenía derecho legítimo por ser hijo legítimo primogénito de Salatiel, el cual lo había sido de Jeconías o Joaquín, que fue llevado a Babilonia y encerrado en ella hasta que subió al trono Evilmerodach455. Con todo eso, ni Zorobabel ni los que con él fueron, pensaron jamás en tal reino ni en tal corona; ni se sabe que tuviese entre ellos más mando ni más autoridad que la que le había dado Ciro sumamente escasa, limitada a sola la reedificación del templo, y también la que le daba el respeto y cortesía de los que sabían quién era.

257. Después que el imperio de Caldeo o Persia (que es lo mismo) fundado por Nabucodonosor, y acrecentado por sus sucesores, fue enteramente destruido por los griegos, que se apoderaron de él, lo dividieron en varias piezas, y lo hicieron mudar enteramente de semblante; no por eso quedaron libres los judíos que habitaban en Jerusalén y Judea; no por eso pensaron poner en el trono algún descendiente de David; no por eso pensaron en alzarse en república libre; ni aun siquiera en negar su tributo y vasallaje a los nuevos amos. Siempre fueron siervos y súbditos de los príncipes griegos, ya de éste, ya del otro, según el partido dominante. Estos príncipes, así como mandaban y disponían de todo en las otras provincias de su imperio, así disponían también en Jerusalén y Judea, metiendo la mano aun en lo más sagrado; pues se sabe por los dos libros de los Macabeos, que quitaban y ponían a su arbitrio el sumo Sacerdote, y se apoderaban de los tesoros del templo, destinados para el culto divino, y para el sustento de los pobres.

358. La única novedad de consideración que hubo en aquellos tiempos, fue la que ocasionó la impiedad o imprudencia de uno de estos reyes, a quien llama la divina Escritura una raíz pecadora, Antioco el ilustre456. Este rey inicuo e insensato, habiendo salido mal de su expedición contra el Egipto, pensó consolarse de algún modo, convirtiendo   —249→   toda su rabia y furor contra los judíos. Así, sin otro motivo que una leve sospecha de su infidelidad, se fue derecho a Jerusalén con todas sus tropas, se apoderó de ella sin oposición, la saqueó, la incendió, la destruyó casi enteramente, derramó la sangre inocente de ochenta mil personas, vendió otros tantos por esclavos, hizo cesar el sacrificio continuo, despojó el templo de Dios de todos sus ornamentos y riquezas, lo profanó con la profanación y más sacrílega; ya colocando en él la estatua de Júpiter Olímpico, ya permitiendo en él aquellos excesos que disuenan y causan horror aun a los oídos menos castos. Porque el templo (dice la Escritura) estaba lleno de lascivias y glotonerías propias de gentiles, y de hombres, que pecaban con rameras457; y sobre todo, como si esto fuera poco, pretendió también con empeño, que todos los judíos se hiciesen gentiles, y renunciasen a su Dios y a su religión, que adorasen a los dioses de palo y de piedra que adoraban las otras naciones, y se acomodasen enteramente a sus costumbres y modo de vivir; y todo esto pena de muerte. Pero Dios, que velaba sobre la conservación de su Iglesia, al mismo tiempo que castigaba sus pecados, permitiendo tan graves males para corregirnos y enmendarnos458, hizo en esta ocasión una clarísima ostentación de su grandeza. Excitó su espíritu en una familia sacerdotal; la vistió de la virtud de lo alto; la armó de celo y de coraje sagrado; y por medio de esta familia hizo con pocos hombres tantos prodigios, cuantos se leen con asombro en los dos libros de los Macabeos. Pasado este intervalo, que no fue muy largo, ni muy feliz, pues todo él estuvo siempre lleno de guerras, de inquietud y de turbación, y habiendo triunfado la verdadera religión de tantas y tan graves oposiciones, lo demás prosiguió como antes con poquísima o ninguna novedad en la sustancia. Los habitadores de Jerusalén y de Judea, no menos que las naciones circunvecinas, prosiguieron sirviendo   —250→   como vasallos y súbditos del imperio de los griegos, pagando sus tributos y sufriendo su dominación, hasta que los romanos se hicieron dueños absolutos de todo el oriente, como se habían hecho de todo el occidente.

359. En este estado estaban las cosas cuando vino el Mesías, el cual lejos de sacarlos de aquella servidumbre en que estaban quinientos años había desde Nabucodonosor, les declaró por el contrario en términos formales, que debían pagar al César lo que era del César, como a Dios lo que era de Dios, y él mismo pagó su tributo459. Poco después, estando cerca de Jerusalén, donde iba a padecer, se declaró más con sus discípulos y amigos que lo seguían, y que iban en la persuasión de que luego se manifestaría el reino de Dios460; se declaró, digo, con aquella parábola admirable y clarísima, que se lee en el capítulo XIX del Evangelio de San Lucas: Un hombre noble fue a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse.461 Con lo cual les dio bien claro a conocer, que lo que ellos pensaban y esperaban, aunque expreso en las Escrituras, estaba todavía muy lejos. Que primero se debían cumplir otras muchas Escrituras, igualmente claras y expresas, que hablaban de su pasión, de su muerte y de todas sus consecuencias: Mas primero es menester, que él padezca mucho, y que sea reprobado de esta generación.462

360. Finalmente, muerto el Mesías, glorificado y resucitado, no por esto se acabó, ni mitigó la servidumbre y cautividad de los hijos de Israel; antes ésta se agravó más, y se hizo más dura sin comparación en castigo de haber reprobado a su Mesías, como lo anunciaban las Escrituras, y como el mismo Señor lo había predicho pocos   —251→   días antes de su pasión: Porque éstos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas, que están escritas... Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, etc.463 En efecto, pocos años después de la muerte del Mesías, fueron otra vez arrojados de Jerusalén y de Judea, por los Romanos; el templo y la ciudad fueron destruidos desde los cimientos; y su cautiverio, y su servidumbre, sus angustias, sus tribulaciones, no sólo siguieron como antes; sino que crecieron y se agravaron notablemente, y después acá no han dejado de crecer, y a tiempos agravarse más en todas las naciones.

361. Mas esta cautividad presente, esta servidumbre en que ve todo el mundo a los judíos después de la destrucción de Jerusalén por los romanos, no puede llamarse con propiedad una cautividad y servidumbre nueva, aunque se considerasen solamente los que entonces habitaban en la Judea, que era una parte bien pequeña respecto de la que en aquel tiempo se llamaba dispersión de las doce tribus; aun hablando, digo, de estos solos, parece cierto que los romanos no hicieron otra cosa en la realidad, sino revocar la licencia que les había dado el rey Ciro, Darío, y Artajerjes, para edificar el templo de su Dios, y vivir en Jerusalén y en Judea. Así como Dios movió el corazón de estos príncipes para que concediesen aquella licencia, así movió después el corazón a Vespasiano y Tito, y mucho más a Adriano para que la revocasen del todo, confirmando, el primer decreto de Nabuco, y haciéndolo ejecutar sin misericordia.

362. Aquella licencia de Ciro, anunciada por el Espíritu Santo doscientos años antes464 había sido sin duda conveniente y aun necesaria; ya para que se diese a Dios vivo el culto debido en su santo templo; ya para que no se pervirtiese el pueblo de Dios entre la idolatría e iniquidades   —252→   de Babilonia; ya también y principalmente para que pudiese haber a su tiempo en la tierra santa un cuerpo considerable de la nación y del sacerdocio, el cual, o recibiese al Mesías que estaba ya cerca, o le reprobase y pusiese en una cruz, pues uno y otro extremo se debía dejar en su libertad.

Se confrontan estas noticias con las profecías.

Párrafo IV

363. Lo que acabamos de decir sumariamente tocante, a los sucesos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro, dispersión y cautiverio, hasta la presente, nos parece que es la pura verdad. No se halla a lo menos otra idea ni en la Historia sagrada, ni tampoco en la profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y Media por Salmanasar, rey de Nínive, es ciertísimo a quien quiera mirarlo, que hasta ahora no han vuelto de su destierro; y si no dígase cuándo; y no obstante, las profecías anuncian y aseguran clarísimamente que han de volver. Las otras dos tribus de Judá y Benjamín, que fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por Nabucodonosor, volvieron es verdad a Jerusalén y Judea (no todos sus individuos, sino una parte bien pequeña respecto del todo); más aún estos pocos que quedaron, volvieron tan cautivos como habían ido; vivieron en Jerusalén y Judea, en la misma opresión y servidumbre en que quedaban en Babilonia y Caldea, los que no volvieron. En suma, no volvieron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y Judea, como anuncian las profecías.

364. Esto último es tan claro, que para convencerse basta una simple lección de las Escrituras. Y para acabar de convencerse plenamente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta leer con algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación, como hombres llenos de ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven   —253→   en la necesidad inevitable de confesar, algunos expresamente y todos implícitamente, que es una empresa no sólo difícil, sino imposible al ingenio humano, el acomodar o verificar las profecías en la vuelta de Babilonia, que sucedió en tiempo de Ciro. Si esto fuese posible de algún modo, con esto sólo quedaba ahorrado todo el trabajo. No había necesidad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y acogerse a cada paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros, de que tantas veces hemos hablado.

365. Porque la confrontación de las profecías con la historia es un punto de suma importancia en el asunto que tratamos; aunque ya quedan notadas muchas de estas cosas en todo el fenómeno de los judíos, especialmente en el aspecto II, párrafo IV, todavía me parece necesario apuntar en breve, y poner a la vista algunas de estas profecías, para que teniéndolas presentes, se empiece a ver con los ojos, y se prosiga viendo con la lección de las demás, la distancia suma y la desproporción infinita que hay entre ellas, y la vuelta de la antigua Babilonia.

366. Primeramente, en Isaías se dice, que Dios congregará a los prófugos de Israel, y a los dispersos de Judá de todas las cuatro plagas de la tierra465; que congregados éstos en sus propias tierras, serán señores de aquellos mismos de quienes habían sido esclavos466; que el Señor les dará entonces descanso de sus trabajos, de su opresión, y de aquella servidumbre en que han estado por tantos siglos; que no se oirá ya entre ellos el nombre de exactor, ni de tributo; que dirán entonces llenos de regocijo: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban467;   —254→   que quebrantada, y hecha mil pedazos esta vara de la dominación de los hombres, toda la tierra quedará quieta y en silencio, y al mismo tiempo, llena de gozo y exultación468; que en aquel día en fin, el Señor quitará del cuello y de los hombros de Israel aquel yugo y aquella carga tan pesada que ha llevado en su largo cautiverio469.

367. En Jeremías se dice que Dios congregará las reliquias de su grey de todas las tierras donde estuvieren dispersas, y las conducirá con su brazo omnipotente, a sus campos; que allí crecerán y multiplicarán en paz y quietud, sin miedo ni pavor de las malas bestias; tanto que ninguno faltará ni se echará menos en la cuenta470; y en los capítulos XXXII, XXXIII, y XXXIV, se dice que Dios congregará a todos los hijos de Israel de todas las naciones, tierras y lugares a donde los arrojó en medio de su furor, de su ira, de su indignación grande y justísima, y los reducirá otra vez a su propia tierra, donde habitarán confiadamente; que serán entonces su pueblo; que les dará a todos un corazón, y una alma; que celebrará con ellos un pacto sempiterno; que en adelante no dejará jamás de beneficiarlos; que se gozará en sus beneficios, y no tendrá por qué arrepentirse de haberlos hecho; que les infundirá en sus corazones su santo temor, para que ya no ofendan a su Dios, ni se aparten de él; que sanará sus heridas, y cerrará del todo las cicatrices; que perdonará sus pecados e iniquidades, y echará en perpetuo olvido todo lo pasado; que todas las gentes que oyeren, o supieren los bienes innumerables y estupendos que les ha de dar, se asombrarán,   —255→   y se turbarán por todos los bienes, y por toda la paz, que yo (dice el Señor) les haré a ellos471; que, en fin, los plantará de nuevo en la tierra misma que prometió a sus padres, y esto con todo su corazón y con toda su alma: pondré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y los volverá a traer a esta tierra; y los edificaré, y no los destruiré; y los plantaré y no los arrancaré472; que en aquellos tiempos ya no dirán: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; Sino. Vive el señor, que sacó, y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tierras a las cuales los había... echado allá; y habitarán en su tierra473; porque vendrá tiempo, dice el Señor, en el cual levantaré para David un pimpollo justo; y reinará rey, que será sabio; y hará el juicio y la justicia en la tierra. En aquellos días, prosigue inmediatamente, se salvará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre, que le llamarán, el Señor nuestro justo474; y para decirlo todo en una palabra: en el capítulo I, versículo 4, se lee: En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor: vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Judá... Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza, que ningún olvido la borrará...475 y más abajo versículo 20:   —256→   En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor: será buscada la maldad de Israel, y no existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado.476

368. En Baruc se dice, que los cautivos que salieron de su tierra con ignominia, a pie llevados por los enemigos477, volverán de oriente y occidente conducidos con honor como hijos del reino: mas el Señor te los traerá (a Jerusalén) levantados con honra como hijos del reino478; lo cual concuerda perfectamente con lo que se lee en Isaías: que los árboles les harán sombra por mandamiento de Dios; que el Señor los traerá en la lumbre de su majestad, con la misericordia, y con la justicia, que viene de él479; que su justicia, santidad y fidelidad a su Dios, será entonces diez veces mayor de lo que había sido su iniquidad; que en fin, los revocará a la tierra que prometió con juramento a sus padres Abrahán, Isaac y Jacob; y esto ya bajo otro testimonio firme y sempiterno, y que no los volverá otra vez a mover de la tierra que les dio: los volveré a la tierra, que juré a los padres de ellos, Abrahán, Isaac, y Jacob... Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para que yo les sea a ellos Dios, y ellos a mí me sean pueblo; y no removeré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di.480

369. En Ezequiel se dice que Dios congregará los dispersos de Israel de todas las tierras donde se hallaren,   —257→   y les dará su propia tierra; que entonces dará a todos un corazón y un espíritu nuevo, quitándoles el corazón de piedra, y dándoles corazón de carne481; que romperá y hará pedazos su yugo y sus cadenas, librándolos enteramente de la mano de los que los dominan482, y que en adelante habitarán en su tierra confiados sin ningún espanto... ni llevarán más el oprobio de las gentes483; que derramará sobre ellos una agua pura y limpia, con que los lavará de todas sus iniquidades pasadas484. En suma, en el capítulo XXXVII, versículo 21, se leen estas palabras: He aquí yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones, a donde fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos... Y mi siervo David será rey sobre ellos, etc.485

370. En Oseas486 se dice que los hijos de Judá y de Israel, que antes eran dos reinos enemigos entre sí, se congregarán después de su destierro y se unirán otra vez, como lo estuvieron en tiempo de David, y Salomón, y que entonces se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tierra; pues grande es el día de Jezrahel487. La interpretación que se da comúnmente a este texto de Oseas, es verdaderamente curiosa, y por eso digna de alguna atención. Se congregarán en uno los hijos de Judá, y los hijos de Israel.488 Los hijos de Judá y de Israel (nos dicen) significan   —258→   aquí los judíos y los gentiles que creyeron por la predicación de los apóstoles. Unos y otros, y prosigue la explicación, reconocieron de común acuerdo a Jesucristo, por hijo de David e Hijo de Dios; por consiguiente lo miraron como a su cabeza, como a su Señor, como a su verdadero y legítimo rey. Unos y otros se levantarán de la tierra489, esto es, de los pensamientos, afectos y deseos terrenos, porque será grande el día de Jezrael490. ¿Qué querrá decirnos este Profeta con estas cuatro palabras? ¿Qué día de Jezrael será éste? El día de Jezrael (concluye la explicación) no quiere decir otra cosa, sino el día de la muerte de Cristo, el día de su resurrección, el de su ascensión491 a los cielos, el día de la venida del Espíritu Santo, etc. Todos estos días sagrados vienen aquí significados por el día de Jezrael: pues grande es el día de Jezrahel.

371. Ahora bien, ¿y toda esta explicación, se puede aquí preguntar, sobre qué fundamento estriba? ¿Con qué razón se asegura, que los hijos de Judá492 significan en general los judíos creyentes y los hijos de Israel los gentiles? ¿Con qué razón se asegura, que el día grande de Jezrael, de que habla el Profeta, son aquellos cuatro días de la muerte, resurrección, ascensión de Cristo, y venida del Espíritu Santo? ¿Acaso porque esto se sabe y se cree, y lo otro, o no se quiere creer, o no se quiere que se sepa?

372. Oíd ahora otra explicación sencilla, sí, pero bien fundada y por eso clara y natural. Los hijos de Judá, y los hijos de Israel, no sólo significan, sino que son real y verdaderamente los que se llaman así en toda la Escritura, esto es, los reinos diversos, y siempre enemigos de Israel y Judá. El primero, que comprendía diez tribus, y cuya capital era Samaria. El segundo, que comprendía solas dos, y cuya capital era Jerusalén. Estos reinos que antes de la cautividad no sólo eran dos reinos diversos sino   —259→   dos enemigos, llegará tiempo, dice el Profeta, en que se unan entre sí, y formen un solo reino bajo una sola cabeza, o de un solo rey, descendiente de David (que es lo mismo que acaba de decirnos Ezequiel); entonces, prosigue, se levantarán ambos de la tierra donde han estado como muertos y sepultados; el uno desde Salmanasar, el otro desde Nabucodonosor, y subirán de la tierra.

373. Este gran milagro, concluye el profeta, sucederá en el mundo infaliblemente, porque el día de Jezrael será grande493. Estas últimas palabras, aunque a primera vista no ofrecen otra cosa que la misma oscuridad; mas si queréis tomar el pequeño trabajo de leer el capítulo VII del libro de los Jueces, con esto solo creo firmemente quedaréis del todo satisfecho. Allí leeréis con admiración, y con no pequeña diversión, lo que sucedió antiguamente en el gran valle de Jezrael, a donde clara y visiblemente alude Oseas. Leeréis, digo, la célebre batalla, o por mejor decir, el horrible destrozo que hizo Gedeón en el ejército innumerable y formidable de Madianitas, Amalecitas, y otras naciones orientales, que como langostas venían a desolar la tierra; los cuales todos estaban acampados y cubrían el gran valle de Jezrael494. A este ejército formidable, en su mismo campo acometió Gedeón por orden de Dios con solos 300 soldados, todos ellos tan bien armados, que ninguno de ellos llevaba espada, ni lanza, ni alguna otra arma ofensiva, ni aun defensiva. En lugar de armas llevaba cada uno una trompeta en la mano diestra, y en la siniestra una hidria o vaso de tierra, que escondía dentro una lámpara encendida. Dada la señal, debían todos romper los vasos, chocándolos mutuamente cada uno con el que tenía a su lado, con lo cual, apareciendo las luces, debían todos a un mismo tiempo sonar sus trompetas y correr al rededor del campo. No fue menester otra diligencia   —260→   de parte de Gedeón, y de sus fieles compañeros; lo demás lo hizo Dios: Y el Señor hizo que tirasen de la espada en todo el campo, y se mataban unos a otros, etc.495

374. Todo esto, vuelvo a decir, sucedió en el valle de Jezrael, y este suceso tan memorable toma aquí este Profeta como por recuerdo, señal o parábola de lo que debe suceder cuando llegue el día del Señor, o la revelación de Jesucristo que es lo mismo; del cual día nos hablan tanto y de tantas maneras todas las Escrituras. A esta misma expedición de Gedeón en el valle de Jezrael alude claramente Isaías, hablando de la venida del Señor en gloria y majestad, cuando dice: He aquí que el Dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantarilla con espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes abatidos.496 A esto alude David en muchísimos salmos, en especial el CIX, cuando le dice al Mesías su hijo: El Señor está a tu derecha, quebrantó a los reyes en el día de su ira. Juzgará a las naciones, multiplicará las ruinas; castigará cabezas en tierra de muchos.497 A esto alude el mismo Isaías, cuando dice en el capítulo XIV: Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban.498 A esto alude todo el cántico de Habacuc, en especial versículo 12 (en el que dice): Con estruendo hollarás la tierra, y espantarás con furor las gentes. Saliste para salud de tu pueblo, para salud con tu Cristo... Maldijiste sus cetros, a la cabeza de sus guerreros, que venían como un torbellino para destrozarme.499 A esto alude en sustancia   —261→   la caída de la piedra sobre los pies de la estatua; y a esto alude todo el capítulo XIX del Apocalipsis. Con esta idea, volved a leer el texto de Oseas, y me parece que lo entenderéis sin dificultad: se congregarán en uno los hijos de Judá, y los hijos de Israel; y se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tierra, pues grande es el día de Jezrahel. Excusad la digresión, y volvamos a tomar el hilo que dejamos suelto.

375. En Joel se dice, hablando con todo Israel en general: os recompensaré los años, que comió la langosta, el pulgón, y la roya, y la oruga; mi ejército terrible, que yo envié contra vosotros.500 Los cuales años no son otros, sino aquellos mismos que les anuncia el mismo Profeta en el capítulo antecedente, versículo 4, por estas palabras: Lo que dejó la oruga, comió la langosta, y lo que dejó la langosta, comió el pulgón, y lo que dejó el pulgón comió la roya.501 Y estos años o tiempos de tribulación y calamidades, significados por estas expresiones tan naturales y tan vivas, es cierto que hasta ahora no se los ha vuelto el Señor como aquí se los promete.

376. En Amós se dice, capítulo IX: los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra, que les di, dice el Señor.502 En Abdías se dice, versículo 17: la casa de Jacob poseerá a los que la habían poseído.503 En Miqueas se dice: Según los días de tu salida de la tierra de Egipto, le haré ver maravillas. Lo verán las gentes, y serán confundidas con todo su poder... al Señor Dios   —262→   nuestro respetarán, y te temerán.504 En Sofonías se dice: Las reliquias de Israel no harán injusticia, ni hablarán mentira, y no será hallada en la boca de ellos lengua engañosa505; y hablando con la madre Sión, le dice, versículo 19: He aquí yo mataré a todos aquellos, que te afligieron en aquel tiempo; y salvaré a la que cojeaba; y recogeré aquella que había sido desechada; y los pondré por loor, y por renombre en toda la tierra de la confusión de ellos.506 Finalmente, en Zacarías, que profetizó después de la vuelta de Babilonia, se dice, capítulo XIV, versículo 11: morarán en ella, y no será más anatema, sino que reposará Jerusalén sin recelo.507 De estas cosas hallaréis a cada paso en los Profetas todos, empezando desde Moisés.

377. Ahora, decidme, amigo, con sinceridad y verdad, ¿qué os parece de estas profecías? Supongamos por un momento que no hubiese otras en toda la Escritura divina, sino estas pocas que aquí hemos apuntado. Aun hablando de estas solas, ¿será posible verificarlas en aquellos pocos esclavos que volvieron, con licencia de Ciro, de Babilonia a la Judea? Reflexionad, señor mío, este punto capital con toda vuestra atención y con todo vuestro juicio. Yo esperaré con paciencia vuestra respuesta. Entre tanto debéis contentaros de que yo saque como legítimas y forzosas aquellas consecuencias, que me quedaron suspensas en el párrafo II.

  —263→  

378. Primera: luego la cautividad y destierro y dispersión de los hijos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la que padecieron solas dos tribus en tiempo de Nabucodonosor. Segunda: luego la vuelta de la cautividad, destierro y dispersión de los hijos de Israel de que hablan las profecías, no puede ser la vuelta de algunos individuos de solas dos tribus, que sucedió en tiempo de Ciro, y con su licencia y beneplácito; mucho más cuando dichas profecías no nombran a Babilonia, sino que sólo dicen en general, que volverán de todas las tierras, de Oriente y Occidente, de las cuatro plagas de la tierra, etc. Tercera consecuencia: luego esta vuelta y todas las cosas, así generales como particulares que se dicen de ella, no se han verificado hasta ahora. Cuarta: en fin, luego una de tres, o los profetas erraron, o Dios no es veraz, o todas se han de verificar en algún tiempo, ni más ni menos como están escritas. Yo suscribo a esto tercero, y dejo lo primero y la segundo a quien lo quisiere.

Amenazas contra Babilonia.

Párrafo V

379. Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos de Babilonia podemos decir de Babilonia misma. Las profecías que hay contra ella son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según parece, tan ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable, que no se han cumplido hasta la presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me imagino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios) que la Babilonia contra quien hablan directa e inmediatamente508 los Profetas, es una Babilonia más general que particular, quiero decir, así como los cautivos, en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras, no pueden limitarse de modo alguno a aquellos solos que llevó a Babilonia Nabucodonosor, y que volvieron a la Judea con licencia de Ciro, como acabamos de probar; así la Babilonia509 contra quien se habla, tampoco puede limitarse   —264→   a aquella sola e individua Babilonia, que fue otros tiempos la capital del primer imperio del mundo. Parece que los Profetas de Dios no hicieron510 otra cosa, que tocar lo uno y lo otro de paso, como un correo, que llegando a una ciudad intermedia, deja en ella algunas órdenes del príncipe, que le pertenecen inmediatamente511; mas no para, ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin y término de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profetas de Dios. No pudiendo parar como en término último, ni en aquellos cautivos de Babilonia, ni tampoco en aquella Babilonia, como que no eran el objeto primario y directo de su misión, aunque tocaron lo uno y lo otro; mas no se detuvieron mucho; pasaron por ambas cosas como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida a Babilonia (con toda la extensión de esta palabra) y sus hermanos en plena y perfecta512 libertad.

380. El carácter propio del profeta Isaías, es andarse casi siempre por las cosas últimas, como que eran éstas su principal ministerio, y su particular vocación: Con espíritu grande vio los últimos tiempos, y alentó a los que lloraban en Sión513, dice la misma Escritura. Así, se ve este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio hasta el fin, en las cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece que debían distraerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas consuela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulaciones que él mismo les anuncia. De manera que aunque toca muchos puntos pertenecientes al estado en su tiempo del pueblo de Dios, ya reprendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y siempre con una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas veces de la primera venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su doctrina, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte; aunque habla del estado infelicísimo en que quedaría   —265→   Israel después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de haberlo reprobado; aunque habla clara y expresamente de la vocación de las gentes en lugar de Israel, etc.; mas en estos y otros muchos puntos que toca es fácil observar que casi siempre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave hacia donde lo llama su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que era lo último.

381. Esto que decimos en general de toda la profecía de Isaías, se hace más notable, y casi se toca con las manos, cuando habla de Babilonia al capítulo XIII. Por ejemplo, le pone por título: Carga de Babilonia, que vio Isaías514; y todo el capítulo (exceptuados dos o tres versículos cuando más) es absolutamente inacomodable a la antigua Babilonia; todo él se endereza visiblemente a lo último, como puede verlo quien tuviere ojos. Lo mismo sucede con el capítulo XIV en que sigue la misma materia. En todo él dice de Babilonia y de su rey cosas tan grandes, tan extraordinarias y tan nuevas, que es imposible acomodarlos a aquella Babilonia, y a su rey Baltasar. Los expositores más literales, después de haberse fatigado no poco en dicha acomodación, lo confiesan así aunque de paso y en confuso; y muchos son de parecer, que aquí se habla del Anticristo, bajo del rey de Babilonia (y por eso tal vez lo hacen nacer de Babilonia, y empezar a reinar en ella, como dijimos en el fenómeno III, artículo II). La verdad es, que no se habla aquí de cosas ya pasadas, sino de cosas mucho mayores y todavía futuras. Aunque no hubiera otra contraseña que las últimas palabras con que se concluye la profecía, esto solo bastaba para comprender todo el misterio: Éste es el consejo (dice el Señor), que acordé sobre toda la tierra, y ésta es la mano extendida sobre todas las naciones.515 Del capítulo XLVII del mismo Isaías, en que vuelve a hablar de Babilonia, decimos lo mismo y mucho más.

  —266→  

382. Jeremías en sus dos capítulos L y LI hace lo mismo que Isaías, con más difusión y prolijidad. Esto es, pasa por encima de aquella Babilonia de Caldea, descarga sobre ella una tempestad de rayos, le hace saber las órdenes de Dios, que le pertenecen a ella inmediatamente, después de lo cual desembarazado en breve de un interés respectivamente tan pequeño, pasa luego más adelante hasta llegar en espíritu a otra Babilonia, dicha así por semejanza no por propiedad, de donde finalmente saca libres a todos los cautivos, así de Judea, como también de Israel; y no sólo libres, sino justos, santos, reconciliados enteramente con su Dios, y restituidos con grandes ventajas al honor y dignidad de pueblo suyo; los planta de nuevo en la tierra prometida a sus padres, y les promete de parte de Dios que ya no volverán otra vez a ser dominados por alguna potestad516 de la tierra.

383. Para que esto se haga más sensible, hagamos dos o tres observaciones, como por muestra de las que se pudieran hacer.

Primera observación

En el capítulo L, versículo 3 dice así: Porque subió contra ella (contra Babilonia) una nación del Norte, que pondrá su tierra en soledad; y no habrá quien la habite, desde el hombre hasta la bestia; y se movieron, y se fueron, etc.517 Si el Profeta habla aquí de la antigua Babilonia Caldea, parece claro que nada de esto se verificó cuando fue contra ella la gente del Aquilón con Darío y Ciro. Esta gente, lejos de destruir a Babilonia, lejos de ponerla a ella y a toda la Caldea en desierto y soledad, no hizo en ella otra mudanza de consideración, que poner en el trono del imperio, en lugar del hijo o nieto de Nabucodonosor, primero a Darío Medo, y después a Ciro Persa. Babilonia después de esta época quedó de corte principal del mismo imperio   —267→   muchos años, y se mantuvo en pie muchos más sin novedad alguna. Alejandro Magno, que destruyó este primer imperio, doscientos años después de Darío Medo, tampoco destruyó a Babilonia, ni puso su tierra en soledad; antes en ella vivió, y en ella acabó sus días. En tiempo de Antioco, que empezó a reinar el año ciento y treinta y siete del imperio de los Griegos518, Babilonia era todavía ciudad considerable, donde habitaban cuando les parecía los reyes sucesores de Alejandro; pues expresamente dice la Escritura que no habiendo podido el rey Antioco despojar de sus riquezas el templo y la ciudad de Climaide en Persia: se retiró con gran pesar, y se volvió a Babilonia.519

Segunda observación

384. El mismo Jeremías, en el mismo lugar citado, prosigue inmediatamente diciendo: En aquellos días y en aquel tiempo, dice el Señor: vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Judá; andando y llorando se apresurarán y buscarán al Señor su Dios. Preguntarán el camino para Sión, hacia acá sus rostros. Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza, que ningún olvido la borrará.520 Si se habla aquí de la antigua Babilonia, y de los tiempos en que fue tomada por los Medos y Persas, es cierto cuanto puede caber en la certeza, que en aquellos días, y en aquel tiempo nada de esto se verificó. Después que los Medos y Persas se hicieron dueños de Babilonia, volvieron algunos hijos de Judá; mas no volvieron los que en toda la Escritura se llaman hijos de Israel, a contradistinción de los de Judá; no volvieron   —268→   ellos, y juntamente los hijos de Judá. De los que volvieron con licencia de Ciro, tampoco se verificó entonces, ni se ha verificado hasta la presente lo que se sigue: vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza.

Tercera observación

385. En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor, será buscada la maldad de Israel, y no existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado. En aquellos días, y tiempos de Darío y Ciro, ni en todos los que han pasado hasta la presente, ¿cómo podremos verificar estas palabras? Volved los ojos a todos los tiempos pasados hasta tocar con Ciro y Darío, buscando en todos estos tiempos la iniquidad en Israel, y la hallaréis; buscad el pecado de Judá, y también lo hallaréis; ni será necesaria mucha diligencia, ni mucho estudio para hallar lo que ha estado y está patente a los ojos de todos: Duros de cerviz, e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros521; se les dijo con gran verdad más de quinientos años después de Ciro. Con la misma verdad les dijo el Mesías mismo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas el corazón de ellos lejos está de mí, y en otra parte. Así también vosotros, de fuera os mostráis en verdad justos a los hombres, mas de dentro estáis llenos de hipocresía, y de iniquidad.522

386. Podrá decirse lo que sobre este texto de Jeremías dicen comúnmente los intérpretes, es a saber, que el Profeta con estas palabras, maldad de Israel... pecado de Judá, sólo habla de la idolatría; la cual, dicen, cesó enteramente   —269→   después de la vuelta de Babilonia. ¿Quién creyera que en una cosa tan clara no había de faltar algún efugio? Mas este efugio, si se mira de cerca, se halla muy semejante a una perspectiva. La apariencia se desvanece al punto, si se da algún lugar a la reflexión. Primeramente, ¿con qué fundamento se asegura en tono decisivo que la iniquidad y pecado de que habla este Profeta es solamente la idolatría? Cierto que con ninguno. Estas palabras, iniquidad y pecado, no solamente en la Escritura divina, sino en todas las naciones y en todas las lenguas, son y han sido siempre unas palabras universales que comprenden todo mal moral, ya respecto de Dios, ya respecto del prójimo; ¿por qué, pues, ve contraen aquí a sola la idolatría? La idolatría es cierto que es iniquidad y pecado gravísimo, ¿mas todo pecado y toda iniquidad deberá reputarse por idolatría? Lo segundo, expresamente habla el Profeta de Israel y de Judá, como que vuelven juntos a la tierra de sus padres, sin llevar consigo el pecado y la iniquidad que antes los oprimía; y es cierto y claro, que aunque volvió Judá en aquel tiempo sin idolatría, mas Israel no volvió sin idolatría, ni con ella, porque no volvió. Lo tercero, aun hablando solamente de los que volvieron, éstos no estuvieron tan libres de idolatría, que no fueran idólatras casi todos en tiempo de Antioco; y Judas Macabeo que los persiguió con tanto celo y fervor, no tuvo gran necesidad de encender lámparas y antorchas para encontrarlos; por todas partes se le presentaban. ¿Y qué diremos del resto de los hijos de Judá? Que no volvieron, sino que quedaron en Babilonia y en toda la Caldea. ¿Qué diremos de los hijos de Israel, o de las diez tribus? Que tampoco volvieron, sino que quedaron dispersos en la Media y en otras provincias del imperio. ¿Sería necesario encender muchas lámparas y linternas, para hallar su iniquidad y su pecado?

387. Síguese de aquí (y de otras mil observaciones que podrían hacerse sobre estas profecías) síguese (digo) que o las profecías se han falsificado, o no tienen por objeto primario   —270→   y directo la antigua Babilona de Caldea, sino que en ellas se encierra otro misterio mayor y más general que pide toda nuestra atención. La antigua Babilonia no parece que entra en dichas profecías, sino como una señal, o semejanza, o parábola de todo lo que ha sucedido, y se ha continuado desde Nabuco hasta ahora, y está todavía por concluirse. En efecto, así se lee expreso en Isaías, capítulo XIV, en que hablando con todo Israel en general, y anunciándole la vuelta de su destierro y el fin de sus trabajos, le dice estas palabras: Y será en aquel día, cuando te diere Dios descanso de tu trabajo, y de tu apremio, y de tu dura servidumbre, en que antes serviste; tomarás esta parábola contra el rey de Babilonia, y dirás: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban.523

388. Si este texto seriamente considerado se pudiera aplicar, o acomodar de algún modo razonable a la antigua Babilonia y a su rey Baltasar, y a aquellos pocos cautivos, que sin dejar de serlo volvieron con Zorobabel, etc., parece que no hubiera gran dificultad en creer que la palabra parábola no tiene aquí otro misterio ni otro significado, que el de cántico elegante y festivo, como pretenden insinuarnos; mas el trabajo es, que no siendo posible lo primero, quedamos en nuestra posesión sobre lo segundo. La palabra, Parábola, debe significar aquí lo mismo que en tantas otras partes de la Escritura, esto es, locución por semejanza, no por propiedad. Así, este cántico que pone Isaías para cierto tiempo en boca de Israel, sin dejar de ser festivo y elegante, es al mismo tiempo una verdadera parábola; y todo lo que se dice en él, se dice por semejanza, no por propiedad. Por consiguiente, el rey de Babilonia y Babilonia misma, se deben mirar como una   —271→   verdadera similitud, no como propiedad. ¿Con qué propiedad, y con qué verdad pudo Israel decir este cántico en tiempo de Ciro; ni aun siquiera sus primeras palabras que son éstas: ¿Como cesó el exactor, se acabó el tributo? Si alguno las hubiere dicho, o al salir de Babilonia, o después de estar en Judea, cierto que no hubiera sido creído sobre su palabra; todos lo hubieran desmentido al punto, diciendo con verdad lo que decían en tiempo de Nehemías: He aquí que nosotros mismos hoy somos esclavos; y la tierra, que diste a nuestros padres para que comiesen su pan, y los bienes que produce, y nosotros mismos somos en ella esclavos. Y sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuerpos, y sobre nuestras bestias a su voluntad, y estamos en grande tribulación. Comparad este texto con aquel otro: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo?, y ved si los podéis concordar en un mismo tiempo y personas.

Se confirma y aclara más este modo de discurrir.

Párrafo VI

389. Para entender bien todas las profecías que hay contra Babilonia, y el fin y término verdadero a donde todas se enderezan, paréceme a mí que basta tomar las llaves en las manos, y abrir las puertas. La misma Escritura nos ofrece estas llaves, con las cuales todo se facilita; sin ellas todo queda obscuro, difícil e inaccesible.

Primera llave

390. El apóstol San Pedro escribiendo desde Roma a todas las iglesias de Asia, concluye su primera epístola por estas palabras: Os saluda la iglesia, que está en Babilonia.524 ¿Qué quiere decir esto? San Pedro ciertamente no escribía desde el Eúfrates, sino desde el Tíber, no desde la Caldea, sino desde Roma. En tiempo de San Pedro, la   —272→   antigua Babilonia ya no existía, ya estaba casi tan olvidada como lo está ahora, ¿pues de qué Babilonia habla? De Roma misma. Mas, ¿por qué razón le da este nombre a la capital del imperio Romano? Fuera de esto, los cristianos a quienes escribía, debían sin duda estar bien enterados de que Babilonia y Roma no eran dos cosas diversas, sino una misma. Sin esta noticia, la dicha salutación, como de personas incógnitas e inciertas, hubiera sido inútil, y por lo mismo indigna del supremo pastor. Si sabían esto los cristianos, ¿de dónde lo sabían?

391. A esta dificultad responden comúnmente los intérpretes, que el apóstol San Pedro puso Babilonia en lugar de Roma, sólo por precaución, esto es, para no ocasionar sin necesidad, alguna persecución, o contra sí, o contra los cristianos, si esta epístola llegase por algún accidente a manos de los étnicos, y a noticia del emperador. Mas, ¿qué tenían que temer en este caso, ni San Pedro, ni los cristianos? ¿Qué hubieran hallado en ello que reprender, ni por qué perseguir al cristianismo? Antes hubieran hallado mucho que alabar en aquella parte que ellos podían entender, que es la moral, por ejemplo: Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios, ya sea al rey, como soberano que es, ya a los gobernadores... Porque así es la voluntad de Dios... Honrad a todos, amad la hermandad, temed a Dios, dad honra al rey. Siervos, sed obedientes a los señores con todo temor, no tan solamente a los buenos y moderados, sino aun a los de recia condición...525 mancebos, obedeced a los ancianos...526 ¡No sé yo que algún príncipe o república pueda reprender, o no alabar esta doctrina del sumo pastor de los cristianos!

392. Acaso se dirá, que San Pedro no temía por la moral   —273→   de su epístola, sino porque en ella habla de Jesucristo, y de la religión cristiana. ¿Y es creíble, digo yo, que San Pedro temiese por esta parte? En la misma epístola exhorta a los cristianos a no temer la persecución que les venga en cuanto cristianos; sino la que puede venirles en cuanto reos y delincuentes: ninguno de vosotros padezca como homicida o ladrón... Mas si padeciere como cristiano, no se avergüence; antes dé loor a Dios en este nombre.527 Fuera de que cuando San Pedro escribió esta epístola, no había edicto alguno del emperador contra los cristianos, ni prohibición del cristianismo, pues los mismos autores afirman, que esta epístola la escribió San Pedro el año 13 después de la muerte del Señor, que según parece corresponde a los principios del emperador Claudio, esto es, más de 20 años antes de la primera persecución de la Iglesia, que fue la de Nerón. ¿A qué venía pues en este tiempo el temor y la persecución de San Pedro? Y dado caso que quisiese usar de alguna precaución, ¿no era más natural que dijese a los cristianos, a quienes escribía: os saluda esta Iglesia; sin nombrar a Roma, ni a Babilonia, ni alguna otra ciudad determinada? ¿No sabrían los cristianos en qué parte del mundo se hallaba en aquel tiempo el príncipe de los Apóstoles y el vicario de Cristo?

Segunda llave

393. Después de algunos años (y no pocos, pues pasaron a lo menos 30) escribió San Juan su Apocalipsis; y en los capítulos XVI, XVII, XVIII, y XIX, habla expresa y nominadamente de Babilonia, profetizando contra ella cosas nada ordinarias. Y para que ninguno desconozca la Babilonia de que habla, para que ninguno se equivoque pensando que habla de la antigua, que ya no existía, le pone tantas señas y distintivos, que es preciso conocerla por más que se repugne. De modo, que aun los doctores más corteses   —274→   o más apasionados por Roma, se ven en la necesidad inevitable de confesar y conceder en este punto la pura verdad. Lo que se debe notar principalmente sobre estos lugares del Apocalipsis, es el reclamo, o la alusión clarísima que hacen a todas las profecías que hay contra Babilonia. Todas son llamadas aquí, todas se hacen comparecer, todas son obligadas a servir contra la nueva Babilonia. No sólo se traen las expresiones vivas de los Profetas, sino tal vez sus mismas palabras, como luego veremos. Y es bien fácil notar, que el amado discípulo se sirve puntualmente de aquellas palabras y expresiones vivísimas de los profetas, que no tuvieron lugar ni pudieron tenerlo en la antigua Babilonia. Para que no se piense que queremos ser creídos sobre nuestra palabra, será bien poner aquí a algunos ejemplares.

Alusiones o reclamos de la Babilonia del Apocalipsis, a la Babilonia de los Profetas.

Párrafo VII

394. Isaías, hablando de Babilonia, dice: Dura visión me ha sido noticiada... Por esto se han llenado mis lomos de dolor, congoja me tomó, como congoja de mujer, que está de parto; me caí cuando lo oí, quedé turbado cuando lo vi. Desmayose mi corazón, me horrorizaron las tinieblas; Babilonia, la mi amada, es para mí un asombro.528 ¿Os parece verosímil que la toma de Babilonia por Darío y Ciro, pudiese causar en Isaías unos efectos tan grandes, como él mismo dice y pondera con tanta viveza?

395. San Juan hablando de Roma futura, dice con más brevedad, mirándola sentada sobre la bestia: cuando la vi,   —275→   quedé maravillado de grande admiración.529 Leed este capítulo XVII y el siguiente, y allí veréis cuan gran razón tenía el amado discípulo para admirarse con tan gran admiración, de ver a Roma en el estado infelicísimo que él misino anuncia.

396. El mismo Isaías le dice a Babilonia: Ahora, pues, escucha esto, tú delicada, y que habitas confiadamente, la que dices en tu corazón: Yo soy, y fuera de mí no hay más; no me sentaré viuda, ni conoceré esterilidad. Te vendrán estas dos cosas subitáneamente en un solo día, esterilidad y viudez. Todas estas cosas vinieron sobre ti... Este tu saber y ciencia, te engañó. Y dijiste en tu corazón: Yo soy, y fuera de mí no hay otra. Vendrá mal sobre ti, y no sabrás de dónde nacerá; y se desplomará sobre ti una calamidad, que no podrás espiar; vendrá sobre ti repentinamente una miseria, que no sabrás.530

397. ¿Cómo es posible acomodar todo esto a la antigua Babilonia, tomada por Darío y Ciro? Leed, amigo, cualquier expositor; comparad lo que os dijere con el texto, y con la historia de este suceso que no ignoráis; y con esto solo podéis salir de toda duda; mucho más si reparáis en el texto del Apocalipsis, que hablando de Roma futura, dice así:

Cuanto ella se ha glorificado, y ha vivido en deleites, tanto le daréis de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Por esto en un día vendrán sus plagas,   —276→   muerte, y llanto, y hambre, y será quemada con fuego; porque es fuerte el Dios que la juzgará.531

Jeremías. Retornadle según su obra, según todas las cosas que hizo, hacedle a ella.532

Apocalipsis. Tornadle a dar así como ella os ha dado, y pagadle al doble según sus obras.533

Jeremías. La que moras sobre muchas aguas, rica en tesoros.534

Apocalipsis. Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande ramera, que está sentada sobre las aguas.535

Jeremías. Súbitamente cayó Babilonia, y fue desmenuzada.536

Apocalipsis. Y después de esto vi descender del cielo otro ángel, que tenía gran poder, y la tierra fue esclarecida de su gloria. Y exclamó fuertemente, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande... Lo mismo se dice en el capítulo XIV, versículo 8. Y otro ángel le siguió diciendo: Cayó, cayó aquella Babilonia la grande... Lo cual también alude al capítulo XXI de Isaías, versículo 9, donde se lee: Cayó, cayó, Babilonia.537

  —277→  

Jeremías. Huid de en medio de Babilonia, y salve cada uno su alma... y versículo 45. Salid de en medio de ella, pueblo mío, para que salve cada uno su alma de la ira del furor del Señor.538

Apocalipsis. Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no tengáis parte en sus pecados, y que no recibáis de sus plagas.539

Jeremías. Cáliz de oro Babilonia en la mano del Señor, que embriaga toda la tierra; del vino de ella bebieron todas las naciones, y por esto fueron conmovidas.540

Apocalipsis. Y se embriagaron los moradores de la tierra con el vino de su prostitución.541 Porque todas las gentes han bebido del vino de la ira de su fornicación, y los reyes de la tierra han fornicado con ella.542

Jeremías. Así será sumergida Babilonia, y no se levantará de la aflicción.543

Apocalipsis. Y un Ángel fuerte alzó una piedra como una grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será hallada jamás.544

  —278→  

Jeremías. Y los cielos y la tierra, y todas las cosas que hay en ellos, darán alabanza sobre lo de Babilonia.545

Apocalipsis. Regocíjate sobre ella, cielo, y vosotros santos Apóstoles, y Profetas; porque Dios ha juzgado vuestra causa cuanto a ella.546 Y en el capítulo XIX prosigue diciendo: Después de esto oí como voz de muchas gentes en el cielo, que decían: Aleluya, la salud, y la gloria, y el poder es a nuestro Dios. Porque sus juicios verdaderos son y justos, que ha condenado a la grande ramera, que pervirtió la tierra con su prostitución, y ha vengado la sangre de sus siervos de las manos de ella. Y otra vez dijeron: Aleluya. Y el humo de ella sube en los siglos de los siglos.547

398. Basten estas pocas alusiones que acabamos de notar, para conocer, o a lo menos entrar en grandes y vehementes sospechas, de que la Babilonia de los Profetas no puede limitarse a aquella antigua e individua ciudad, que fue la corte del primer imperio. Así como aquel primer imperio, que al principio estuvo en la cabeza de oro de la estatua, se ha ido bajando con el tiempo, de la cabeza al pecho y brazos, después al vientre y muslos, y últimamente del vientre y muslos a las piernas, pies y dedos (como actualmente lo vemos); así aquella primera Babilonia considerada, no en lo material, sino en lo formal, ha ido siguiendo los mismos pasos; no digo solamente desde Nabucodonosor, o desde el primer imperio de los cuatro   —279→   más célebres, sino aun desde que comenzó el imperio, o el principado de un hombre solo sobre muchos, que llamamos monarquía; lo cual como se lee en el capítulo X, versículo 10 del Génesis, tuvo su primer principio en Babilonia.

399. En este aspecto, pues, me parece a mí que consideran los Profetas a Babilonia, cuando le anuncian con tantas, tan vivas y tan magníficas expresiones, cosas que hasta ahora no se han visto en el mundo, ni se han verificado de modo alguno en aquella primera y antigua Babilonia. Considerada Babilonia en este aspecto, se entienden al punto sin embarazo alguno dichas profecías; las cuales sin esto quedan ciertamente algo más que difíciles, oscuras e inaccesibles. Este mismo aspecto parece que es el que tuvieron muy presente los apóstoles San Pedro y San Juan, cuando la dieron el nombre propio de Babilonia a aquella gran ciudad, que en su tiempo era la señora del mundo, como la capital del imperio romano. Es verdad que este imperio ha bajado muchos días ha, desde el vientre hasta los pies y dedos de la estatua; mas con todo eso podemos decir, que persevera, no física sino moralmente, en uno de sus efectos principales, dignos por cierto de todas las atenciones de los Apóstoles y Profetas. Persevera, digo, moralmente en lo que es relativo al pueblo de Israel (pueblo propio de los unos y de los otros); persevera, vuelvo a decir, en cuanto al cautiverio y dispersión entera y completa de este pueblo infeliz, ejecutada por los romanos después de la muerte del Mesías, y continuada, confirmada y agravada por el cuarto imperio; y persevera también moralmente perseverando en su lustre, gloria y esplendor aquella misma ciudad, que fue corte y capital del mismo imperio; y ahora lo es de un estado o imperio pequeño en lo material, mas en lo espiritual de un imperio o estado mayor, cual es, o debía ser todo el orbe cristiano.

400. No sé, amigo mío, si en este último punto me he explicado bien; pienso que no, mas no por eso quedo   —280→   sin consuelo, o sin esperanza cierta y segura. Lo que falta a mi explicación lo puede suplir muy bien abundante y copiosamente vuestra juiciosa reflexión. Os remito de nuevo al fenómeno III, párrafo XIV, cuyo título es: la mujer sobre la bestia.

Resumen o conclusión

Párrafo VIII

401. En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Eúfrates, ya no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que resucite jamás: ni será edificada, hasta en generación y generación... no morará allí varón, ni la habitará hijo de hombre.548 Con todo eso las profecías que hay contra Babilonia no se han verificado hasta ahora plenamente. Digo plenamente, porque aunque Babilonia se destruyó (que es una de las cosas que anuncian549 claramente los Profetas) mas no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias particulares que se leen expresas en sus profecías.

402. Muchos autores, no solamente de los intérpretes de la Escritura, mas también los historiadores, entre ellos el sabio y pío Monseñor Rolin, en su historia antigua, hablan de la destrucción de Babilonia, y citan las profecías con una especie de confianza y seguridad, como si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen perfectamente de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad, ¿de qué monumentos, de qué archivos y de qué fuentes han sacado unas noticias tan singulares?, nos hallamos con la extraña y gran novedad, de que realmente no han tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos sino las mismas profecías, las cuales han suplido por todo. Bien, y si hay monumentos en contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la historia profana (que esto importa poco),   —281→   sino mucho más en la historia sagrada; en este caso, ¿no sería cosa justísima no hacernos desentendidos de dichos monumentos? Pues así es.

403. Por lo que toca a la historia sagrada, os he hecho ya notar en varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias ciertas, del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras muchas más con poco trabajo material; mas ¿para qué? ¿No bastan y aun sobran las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia profana, me parece que bastará deciros o acordaros, que Alejandro Magno murió en Babilona 200 años después que Babilonia debía estar enteramente destruida, si los Profetas hubiesen hablado de ella directa o inmediatamente.

404. Fuera de esto, también os he hecho notar (y debéis notarlo con especial cuidado y exactitud), que todas aquellas cosas y circunstancias más graves, que miradas las profecías ciertamente faltaron en la destrucción de la antigua Babilonia, se ven aparecer y como resucitar, después de algunos siglos, en el Apocalipsis de San Juan; y esto como unas cosas propias y peculiares, no de aquella antigua y difunta Babilonia, sino de otra nueva que todavía existe, para cuando llegue para aquel tiempo y momentos, que puso el Padre en su propio poder.

405. Del mismo modo discurrimos de los cautivos de Babilonia, según las profecías. Muchos días, o muchos siglos ha que salieron de aquella antigua Babilonia algunos cautivos de Judá. Muchos siglos ha que se establecieron de nuevo en la Judea, muchos siglos ha que edificaron de nuevo su templo y ciudad de Jerusalén. Mas con todo, es cierto e innegable (cuanto puede extenderse esta palabra certeza en asuntos semejantes), que las profecías innumerables que hablan en general de la vuelta de los cautivos a su tierra, no se han verificado, ni una entre mil. No hay duda que algunos de los cautivos, que había hecho trasladar a Babilonia Nabucodonosor rey de Babilonia, y volvieron   —282→   a Jerusalén550, y Judá551; mas ni aquella salida de Babilonia, ni aquella vuelta, ni aquel nuevo establecimiento en Jerusalén y Judea, sucedió entonces de aquel modo y con aquellas circunstancias gravísimas, que anuncian clara y distintamente las profecías.

406. Pues a todo esto, ¿qué podremos decir? ¿Que las profecías se han falsificado? ¿Que los Profetas erraron, o el Espíritu Santo que habló por los Profetas? ¿Que los Profetas fingieron aquellas cosas por orgullo de su corazón? ¿Que Dios ha faltado a su palabra? Todos estos despropósitos se presentan naturalmente y como de tropel; o es muy fácil que se presenten a cualquier hombre reflexivo, por pío que sea, si por otra parte no tiene ni admite otras ideas, que las que puede dar el sistema ordinario. Mas estos mismos despropósitos u otros semejantes se desvanecen al punto, si dejado por un momento el sistema ordinario de los doctores e intérpretes, nos atenemos al sistema ordinario de la Escritura. En este sistema (si es lícito darle este nombre) todo se compone sin la menor dificultad. Es cierto que las profecías no se han cumplido hasta la presente; mas también es cierto que todavía no se ha acabado el mundo. También es cierto que los cautivos, de quienes se habla, existen todavía en el mundo, y existen en calidad de cautivos. También es cierto que no ha sido posible exterminarlos, ni confundirlos con las otras naciones, ni iluminarlos, ni abrirles el oído interno, ni quitarles el corazón de piedra, ni el velo del corazón, etc., cosas todas que están clarísimamente anunciadas en las mismas profecías. ¿Quién, pues, nos impide el pensar y decir libremente lo que de suyo se presenta a la razón, ilustrada con la lumbre de la fe? ¿Quién nos impide el pensar y decir libremente, que así como ya se han cumplido muchísimas profecías, de las que se leen en las Escrituras, así se cumplirán a su tiempo otras muchas que todavía   —283→   quedan? ¿Hay cosa más conforme a razón, ni más digna de Dios? Piensen, pues, los hombres como pensaren, y acomoden como les fuere posible o imposible; siempre será verdadera aquella sentencia del Apóstol: Dios es veraz, y todo hombre falaz, como está escrito.552

407. De todo lo que hemos observado en estos dos últimos fenómenos, la conclusión sea: que aquellas dos grandes fortalezas donde se acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura (es a saber, Babilonia y sus cautivos, en cuanto se puede; y en cuanto no se puede, que es casi todo, la Iglesia cristiana, compuesta de las gentes que entraron en lugar de los judíos) son en realidad dos fortalezas que tienen mucho de perspectiva. No hay duda, que miradas de cierta distancia, muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas la apariencia y pavor van desapareciendo, al paso que los ojos o la reflexión se van acercando.

408. Lo primero: la Iglesia cristiana no puede faltar. Es su edificio tan indestructible y eterno, como lo es el fundamento sobre que estriba, que es Cristo Jesús; pero sin faltar la Iglesia cristiana, puede muy bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse el candelero de una parte a otra, o inclinarse el cáliz para éste y para aquél553; porque como está escrito, sus heces no se han apurado; beberán todos los pecadores de la tierra554; y como nos advierte el Apóstol: ...Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia.555

409. Lo segundo: salieron de Babilonia algunos cautivos; mas no salieron como anuncian las profecías claramente; pues no salieron libres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón circuncidado, ni salieron de todos los países   —284→   y naciones de la tierra, ni salieron todos sin quedar alguno, ni salieron los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Judá, ni salieron para vivir en quietud y seguridad en la tierra prometida a sus padres, ni salieron, en suma, para no ser otra vez movidos y desterrados de aquella tierra, cosas todas anunciadas y repetidas de mil maneras en toda la Escritura. Luego lo que entonces no sucedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte ni un punto, ni un tilde, sin que todo sea cumplido.556

Apéndice

410. Las cosas que acabamos de observar en este fenómeno forman en sustancia la dificultad más grave de todas cuantas han opuesto, y oponen hasta ahora los judíos, a los que les hablan de la venida del Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con sus mismas escrituras; después que ya no hallan qué responder a los argumentos clarísimos y eficacísimos que les hacen los doctores cristianos; después que se ven convencidos y concluidos con suma evidencia; se acogen, al fin a aquella última fortaleza, que sin razón han tenido en todos tiempos por inexpugnable; se acogen, quiero decir, a las profecías. Su modo de discurrir, reducido a cuatro palabras, es éste. Las profecías (digan lo que dijeren los cristianos e intérpretes, y acomoden como mejor les pareciere), las profecías es cierto que no se han cumplido; luego el Mesías no ha venido. El antecedente lo prueban, mostrando una por una (con grande y molestísima prolijidad) no solamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino otras muchas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen a su parecer clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil notar que unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente, que toda visión y profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Mesías, o se   —285→   acabará de cumplir plena y perfectamente en su venida. Basta leer el capítulo IX de Daniel, en donde se hallan juntas, y unidas, y como inseparables estas dos cosas entre otras, a saber, el cumplimiento pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo de los santos557. Conque si el Mesías ha venido, deberá ya haber sucedido la unción del Santo de los santos. Si ésta ha sucedido deberá ya haberse cumplido plena y perfectamente toda visión y profecía. Esto último es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no hay más razón para lo uno, que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor no ha venido, etc.

411. Este argumento de los doctores judíos es el único entre todos a que no han podido responder hasta ahora los doctores cristianos, a lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a quien desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás tengo por cierto e indubitable, que convencen evidentemente a los doctores judíos, los confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta eficacia y evidencia, que algunos rabinos más modernos (y sin duda más doctos y sinceros que los antiguos) se han visto precisados a decir en fuerza de los argumentos, que el Mesías debía haber venido muchos siglos ha, según las Escrituras; mas que ha dilatado su venida por los pecados de su pueblo. Otros todavía más doctos y más sinceros han dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin entenderla) que el Mesías ya vino; pero que está oculto por la misma razón, esto es, por los pecados de su pueblo558.

412. Mas aunque en todo lo demás convencen los doctores cristianos, y confunden a los judíos, en el punto particular que ahora tratamos, parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que hablar en tono decisivo, ponderar, suponer mucho, y al fin dejar intacta la dificultad,   —286→   o por mejor decir, dejarla más visible y más indisoluble. Ved aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima dificultad. Lo primero: saludan a los doctores judíos con la salutación acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han imaginado que las profecías dictadas por el Espíritu Santo, se habían de cumplir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto último no dejan de tener razón, y gran razón). Lo segundo559: les añaden, que han entendido las Escrituras según la letra que mata, y no según el espíritu que vivifica560 (lo cual también puede ser verdad, y lo es en gran parte, mas en su verdadero sentido). Lo tercero: les enseñan, como si fueran capaces de admitir, o de entender una doctrina tan extraña, y tan repugnante al sentido común, que las profecías se deben entender, no como suenan, o según el sentido que aparece; pues en este sentido, añaden, sería necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y oídos materiales, todo lo cual se lee frecuentemente en las profecías, sino que se deben entender solamente en aquel sentido verdadero en que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es, dicen, el sentido espiritual y figurado. Y en este verdadero sentido se han verificado ya en la Iglesia presente casi todas aquellas profecías, que no pudieron verificarse, ni tener lugar en los judíos; exceptuando algunas pocas, cuyo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, esto es, a todo entero el linaje humano, que lo espera en el gran valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc. ¿Y no hay más respuesta que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No, amigo, no hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego la posibilidad absoluta de alguna solución más probable o perceptible; mas en el sistema ordinario no comprendo como pueda ser.

413. ¡Oh, verdaderamente pobres e infelices judíos! Por   —287→   todas partes os sigue y acompaña el reato de vuestros delitos, y la justa indignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos funesto y perjudicial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente vuestros doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la esperanza de Israel, y os redujo por buena consecuencia al estado miserable en que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras profecías; y este otro sistema en que os quieren hacer entrar con una violencia tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vuestros doctores es evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la mitad del Mesías mismo; y a este segundo sistema es no menos evidente, que le falta la otra mitad. Una y otra falta ha recaído sobre vosotros, y ha completado vuestra infelicidad. ¡Oh, si fuese posible unir entre sí estas dos mitades, según las Escrituras! Con esto solo parece que estaba todo remediado por una y otra parte. No era menester otra cosa, así para el verdadero y sólido bien de las gentes cristianas, como para remedio de los infelices judíos; pero ahí está la dificultad, éste es el trabajo. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿cómo pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo que se lee en contra de los judíos, y en favor de las gentes que ocuparon su puesto? ¿Cómo pudiera cumplirse asimismo lo que se lee, para otro tiempo en contra de las gentes y en favor de los judíos? Conque los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por consiguiente la creyeran; y los primeros que creen la primera ya cumplida, y esperan la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, hagan reflexión sobre tantas profecías, que hablan manifiestamente de ésta, y no de la primera, y por tanto entonces sólo tendrán su entero cumplimiento.