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ArribaAbajo- 21 -

Letra para don Juan de Mendoça, en la cual se declara qué cosa es ira y cuán buena es la paciencia.


Espectable señor y magnífico caballero:

Si os paresce que respondo a vuestras letras tarde, echad la culpa a Palomeque, vuestro criado, que es cojo, y el caballo que le distes es manco, y el camino es largo, y el invierno es recio, y yo también estoy siempre ocupado, aunque de mis obligaciones e ocupaciones he sacado poco provecho. A lo que sospecho, si ese vuestro criado tardó en llegar acá y tardó en tornar allá, fué la causa el ser en el camino enamorado; y si esto es así, ya, señor, podéis pensar cuánto querrá él más cumplir con el amor que le arde en el pecho, que no con las cartas que trae en el seno. Si me queréis creer, a hombres enamorados nunca çometeréis vuestros negocios, porque su oficio no es ocuparse en negocios, ni escrevir cartas, sino de aguardar esquinas, tañer guitarras, escalar paredes y ogear ventanas.

A todo lo que me escrebís en vuestra carta habreos de responder más breve que vos, señor, queréis, y más largo que yo podré. Como voy a la Inquisición a votar y a Palacio a predicar, y cada día en las chrónicas de César escrebir, sóbranme negocio s y fáltame tiempo. Per sacra numina le juro que a muchos cortesanos que se andan por esta Corte baldíos tengo yo más envidia del tiempo que pierden que a los dineros que tienen.

Viniendo, pues, ya al propósito, yo le juro, a ley de amigo, que me ha pesado de su desastre y infortunio como si por mí pasara el caso, que como decía Chito el philósopho, los trabajos de los amigos no sólo los hemos de remediar, mas aún llorar. Preguntado Agesilao, el griego, que porqué lloraba más las tristezas de los amigos que no las muertes de los hijos, respondió: «No lloro la falta de la muger, ni la pérdida de la hacienda, ni la muerte de los hijos, porque todos éstos son parte de mí, y lloro la muerte del amigo, que es otro yo». Digo esto, señor, que pues no me puedo hallar allá presente para con vos llorar, ni tampoco me hallo acá poderoso para os remediar, quiero escrebir os alguna letra para os consolar, porque a las veces no menos usa de piedad con el amigo la pluma, que de crueldad con el enemigo la lança.

Aconsejaros que no sintáis lo que tanta razón hay para sentir, sería ocasión para que a mí me notasen de descomedido y a vos acusen de insensato; lo que yo osaré decir es que lo sintáis como hombre, y lo disimuléis como discreto. Las injurias que tocan en honrra, y nos las hizo de quien no podemos tomar vengança, el más sano consejo es dejarlas caer, pues no se pueden vengar. Si en estos trabajos presentes queréis tomar el camino de christiano y dejar el de caballero, pornéis, señor, los ojos, no en quien os persigue, sino en Dios que lo permite, delante del cual os hallaréis tan culpado, que es poco lo que padescéis a respecto de lo que merescíades padescer. Más y allende desto debéis pensar que las tribulaciones que Dios permite no son para perdernos, sino para probarnos, porque en los libros de Dios a ninguno asientan quitación, sino al que es para trabajo, y en los del mundo a ninguno dan sueldo, sino al que es para regalo.

Escrebisme, señor, que os escriba qué cosa es ira y qué sea la definición della, para ver si podréis perder la saña de aquel que os hizo tan atroz injuria. Saber qué cosa es ira y irle a la mano a la ira, no me paresce, señor, mal consejo; porque, sabida la verdad, a las veces es más seguro al que está injuriado disimular la injuria, que no vengarla. Arístides dice que no es otra cosa ira sino un encendimiento de la sangre, y aun a alteración del coraçón. Posidonio dice que no es otra cosa ira sino una breve locura. Cicerón dice que a lo que los latinos llaman ira, los griegos llaman deseo de vengança. Eschines decía que la ira se causaba del vaho de la hiel, y del calor del coraçón. Macrobio dice que mucho va de la ira a la iracundia, porque la ira nasce de la ocasión y la iracundia de la mala condición. El divino Platón decía que no estaba la culpa en la ira, sino en aquello porque nos airamos. Laercio dice que cuando la pena excede a la culpa, entonces es vengança y no celo; mas cuando la culpa excede a la pena, es celo y no vengança. Plutarco dice que los previlegios de la ira son no creer a los amigos, ser súbito en los hechos, tener encendidas las maxillas, aprovecharse presto de las manos, tener desenfrenada la lengua, decir a cada palabra una malicia, enojarse de pequeña ocasión y no admitir ninguna razón. Preguntado Solón Solonino que quién se podía llamar ayrado, respondió: «El que tiene en poco perder los amigos y no hace caso de cobrar enemigos».

Después de tantos y tan grandes philósophos, lo que osaría yo decir es que el vicio de la ira es ligero de escrebir, fácil de persuadir, aplazible de predicar, provechoso de aonsejar y muy difícil de refrenar. De cualquier vicio podemos decir mal; mas del vicio de la ira podemos decir mucho y mucho mal, porque la ira no sólo nos torna locos, mas aún nos hace de todos ser aborrescidos. Templar la ira es cosa assaz virtuosa, mas desecharla del todo es cosa muy más segura, porque todo lo que en sí es malo y de su condición dañoso, más fácilmente se rescibe que se alarga. En los principios muchas cosas están en nuestras manos de admitirlas o despedirlas; mas después que se han de nosotros muy bien apoderado, si por caso se levanta contra ellas la razón, dicen que no se quieren ir, pues están ya en posesión. Es de tan mala yacija la ira, que de sola una vez que le damos el nuestro querer hace después ella del nuestro querer el nuestro no querer. En los rectores que gobiernan la república no condenamos la buena o mala corrección que hacen, sino la mucha ira que en ello muestran, porque si tienen obligación a castigar los vicios, no tienen obligación y licencia para mostrarse apasionados. A los que pecan, justa cosa es no queden sin pena; mas esta pena no ha de ser con que parezcan que toman dellos vengança, porque por bruto que un hombre sea, sin comparación siente más el odio que le muestran que no el castigo que le dan. El açote, el palo, la puñada y la disciplina que se da a la carne, aunque duele, presto pasa; mas la palabra injuriosa nunca el coraçón la olvida.

Ser uno poderoso de refrenar la ira, no es virtud humana, sino heroica y divina, porque no hay en el mundo más alto género de triumpho que triumphar cada uno de su coraçón proprio. Sócrates el philósopho, teniendo ya la mano empuñada para herir a su criado, deteniéndola así alçada, dixo: «Acordándome que soy philósopho y que estoy agora ayrado, no quiero darte el merescido castigo». ¡Oh exemplo muy digno por cierto de notar y mucho más y más de imitar!, del cual podernos coligir que en el tiempo que de la ira estamos enseñoreados no hemos de osar hablar y mucho menos a nadie castigar. Ligurguio el philósopho mardaba a los gobernadores de su república que de todo lo malo y desonesto que lo condenasen y castigasen, mas que por ninguna manera a los malhechores aborresciesen, diciendo que no había para los pueblos tan grave pestilencia como era el juez que se emborrachaba de ira. Peces son los que este consejo toman y muy muchos los que lo contrario desto hacen, porque ya nadie se aira contra los pecados, sino contra los pecadores. Para mí, y aun para quien quiera, grandísimo trabajo es comunicar y tratar con hombres furiosos y mal sufridos, porque son incomportables para servir y muy peligrosos para los conversar.

Pues he dicho qué cosa es ira, y los daños que hace la ira, digamos agora qué remedios se pueden dar para la ira, porque no es en mi fin enseñaros a enojar, sino a desenojar. Osaría yo decir que es muy gran remedio para la ira refrenar, cuando está enojado, la lengua, y dilatar para adelante la vengança, porque muchas cosas hace y dice y promete un hombre con enojo, las cuales no querría después que le hubiesen pasado por el pensamiento. Al hombre airado no le hemos de importunar, que del pie a la mano perdone la injuria, sino rogarle mucho que para adelante dilate mucho la vengança, porque, durante el enojo, no se ha de hacer cuenta que el injuriado perdone, sino que se aplaque. Al hombre furioso y airado, quererle alguno poner en concierto y justicia es falta de cordura o sobra de diligencia, porque la ira muy encendida y el coraçón muy furioso ni admite consolación ni se vence con razón. Aviso y torno a avisar al hombre que presume de cuerdo no se tome jamás con alguno que esté airado, porque si así no lo hace a mejor librar, él escapará de allí, o lastimado en la honrra o descalabrada la cabeça. Aunque uno sea amigo del que está airado, más bien le hace en dexarle que en hablarle, ni en ayudarle, porque en aquellas horas más ha menester freno que le enfrene que no espuela que le toque. Con el hombre que está airado, más es menester usar de maña que emplear en él la fuerça, porque dado caso que se enoje de súbito, el amansarle ha de ser de espacio. Plutarco, en los libros de su República, aconseja al emperador Trajano que sea paciente en los trabajos, manso en los negocios y sufrido con los furiosos, afirmándole y jurándole que muchas más cosas son las que el tiempo cura, que no las que la razón concierta. Entre personas grandes hemos visto grandes enemistades, las cuales pasiones y enojos no se pudieron atajar con ruegos de amigos, amenazas de enemigos, dádivas de dineros, ni aun con cansancio de trabajos, y después que hizo su curso el tiempo, y tornó sobre sí cada uno, acordaron ellos mesmos entre sí mesmos, sin que nadie les fuese a rogar de se hablar y concertar. Finalmente, digo que cuando el amigo viere la cólera de su amigo encendida, si le quiere hacer buena obra, échele agua para amansarle, y no leña para más embravescerle.

Yo, señor don Juan, me he alargado en esta letra mucho más de lo que pensaba, y aún de lo que deseaba, sino que vuestra sobrada pena ha hecho ser descortés a mi pluma. Sufrid, callad, disimulad, y dexad pasar el tiempo y olvidarse un poco el negocio, que si yo no me engaño, veréis arder en sus entrañas el fuego que metieron por vuestras puertas. Salomón el hebreo, decía que el sabio tiene la lengua en el coraçón, y el que es loco y furioso tiene el coraçón en la lengua. Agis el griego, decía que al hombre loco pésale de lo que sufre. Agora, si no nunca, es menester que os aprovechéis de vuestra sciencia, prudencia y cordura, porque no pequeña especie de locura es saber a otros curar, y no querer a sí mismo remediar. No estoy desacordado, que cuando murió doña Francisca, mi hermana, en su Torre Mexia, me escrebistes tantas y tan buenas cosas, que abastaron para aliviarme la pena, y, aunque no del todo, la lástima; y digo esto, señor, porque sería razón que de aquella vendimia tomásedes para vos alguna rebusca.

En todo lo demás, no tengo más que os escrebir, sino el crédito que truxo vuestro criado con vuestra carta para lo que me dixese, ese mesmo crédito le da mi carta para que os responda.

De Toledo, a VI de abril de MDXXIII.




ArribaAbajo- 22 -

Letra para el embajador don Hierónimo Vique, en la cual se tracta cuán dañosa es la mucha libertad.


Muy magnífico señor y cesáreo Embaxador:

Somos en Granada a XX de julio, a do rescebí la carta de vuestra merced, y para venir de tan lejos como es de Valencia a Granada, ella se dió en el camino buena priesa, pues partió de allá el sábado y llegó acá el lunes. Viniendo, como venís, de tierra tan estraña como es Roma, y habiendo pasado mar tan peligroso como es el golfo de Narbona, no quiero preguntaros si venís sano, sino dar gracias a Dios, pues venís vivo.

Plega a Nuestro Señor que vengáis de Italia tan sano en el cuerpo y tan limpio en el ánima, como cuando partistes de España, porque en las nuevas tierras siempre se aprenden nuevas costumbres. El buen Ligurguio mandó a los lacedemonios que ni fuera del reino saliesen a negociar, ni en sus tierras dexasen peregrinos entrar, diciendo que si los reinos se hacen ricos con tractos estraños, se tornan pobres de virtudes proprias. Hablando, señor, con verdad, y aun con libertad, a pocos he visto venir de Italia que no vengan absolutos, y aun disolutos, y esto no porque la tierra no esté consagrada de sanctos, sino porque agora está poblada de pecadores. La propiedad de las campanas es que llaman a todos para que vengan a misa, y ellas nunca entran en la iglesia, y a mi parescer tal es la condición de Italia, do hay grandes sanctuarios que provocan a oración, y en la gente de ella no hay devoción. Muchos dicen que todo el bien de Italia es ser libre; yo digo que todo su daño está en no ser a nadie sujeta, porque de hacer los hombres todo lo que quieren, vienen a hacer lo que no deben. Si Trogo Pompeo no nos engaña, dando los romanos libertad a los bathros, porque habían socorrido al cónsul Ruso en la guerra de los parthos, no quisieron usar de la tal libertad, diciendo que el día que les hiciesen libres harían por do meresciesen ser esclavos. Hablando la verdad, no hay repúblicas más perdidas que aquellas a do las gentes son libertadas, porque la condición de las libertades es ser de muchos deseada y en pocos bien empleada. A do no hay subjeción, no hay rey; a do no hay rey, no hay ley; a do no hay ley, no hay justicia, a do no hay justicia, no hay paz; a do no hay paz, hay continua guerra, y a do hay guerra, es imposible que dure mucho la república. Nunca a la potentísima Roma la pudieron subjetar los griegos, los pennos, los gallos, los hunnos, los epirotas, los sabinos, los sannitas, ni bruscos, y al fin fin asolóse y perdióse por la soberbia que tenían en el mandar, y por la mucha libertad para pecar. El divino Platón decía muchas veces a los athenienses, de que les veía andar muy sueltos: «Mirad, athenienses, por vosotros, y no perdáis por viciosos lo que ganastes por esforçados, porque os hago saber que la libertad no menos necesidad tiene de cordura para conservarse, que de esfuerço para ganarse».

La experiencia nos enseña cada día que en una república libre más daños hacen, más blasphemias dicen, más delitos cometen, más escándalos levantan, más buenos infaman y más hurtos intentan solos dos mancebos libres que doscientos que estén subjectos. Si curiosamente lo miramos, hallaremos por verdad que no empozan ni agotan, ni destierran, ni degüellan, ni ahorcan, ni desorejan, ni encarcelan, sino a los hombres perdidos que gastan el tiempo en vanidad y emplean en vicios su libertad. En la vida humana no hay otra riqueza como es la libertad; mas junto con esto no hay cosa más peligrosa que es ella, si no la saben medir, y no todas veces della usar. La libertad hase de ganar, procurar, negociar, comprar, amparar y defender; mas junto con esto, amonesto y aconsejo y aún aviso al que la tuviere, no use de ella cuando se lo rogare el apetito, sino cuando le diere licencia la razón, porque de otra manera pensando que tenía libertad para toda su vida no habrá en ella para un mes. La libertad de Phalaris turbó a los griegos; la de Robohán perdió a los hebreos; la de Cathilina escandalizó a los romanos; la de Jugurta infamó a los pennos; la de Dionisio asoló a los sículos, y al fin a las repúblicas se les acabaron los trabajos, y a ellos las vidas y tiranías.

Muchos hombres son los que dexan de hacer mal por no querer, mas muchos más son los que dexan por no poder. Muchos son los que abstienen por la conciencia, y muchos más por la vergüença. Muchos se refrenan por el amor, mas muchos más por el temor. Muchos viven recatados por ser buenos, y muchos más por no ser deshonrrados. Ora por temor, ora por amor, ora por conciencia, ora por vergüença, siempre nos hemos de arrimar a la verdad, y irle a la mano a la libertad, porque si a la sensualidad soltamos la rienda, y a la libertad no cerramos la puerta, ternemos que contar de día, y aun que llorar de noche.

Esto, señor, os he querido traer a la memoria para que, pues venís de Roma, no curéis presciaros mucho de las costumbres de allá, porque habéis de saber, si no lo sabéis, que las cosas de Italia más sabrosas son para contar, que seguras para immitar. Si os viniere a la memoria la generosidad de Roma, la libertad de los vecinos, la variedad de las gentes, la frescura de las romanas, la grosura de las vitellas, la bondad de los vinos, el regocijo de las fiestas y la opulençia de las plaças, acordaos, señor, que allí es a do se gasta la hacienda, se encarga la consciencia y aun se pierde muchas veces el ánima. La gente romana, en Roma, mucha della es buena; mas la gente estrangera puesta en Italia, por la mayor parte es mala, porque son muy poquitos los que con devoción van a Roma, y son infinitos los que se pierden en la ramería. No es ya Roma en poder de los christianos la que era en tiempo de los gentiles, porque siendo madre de todas las virtudes, la hemos tornado escuela de todos los vicios. La auctoridad, el poderío, la grandeza y gravedad del Pontífice Romano, aunque pese a los hereges, la admitimos, confesamos y creernos, porque, en realidad de verdad, es de toda la Iglesia único pastor, y en lugar de Christo único Gobernador. Que haya tantos vicios en Roma no es de echar toda la culpa a los Pontífices Romanos, porque allende que dellos ha habido muchos sanctos y en estos tiempos hay muchos virtuosos, no hay ninguno tan malo que no trabaje de acertar en su gobierno.

Dexado esto aparte, ¿qué diremos de un pobre clérigo que va a Roma, atravesando a España, Francia y Lombardía, y antes que haya sentencia de su beneficio comete mil vicios, gasta sus dineros y hace mil maleficios? De mi digo que a Roma fuí, a Roma vi, a Roma visité, a Roma contemplé, en la cual vi muchas cosas que me pusieron devoción, y vi otras que me truxeron en admiración.

¡Oh!, cuánto y cuánto va de la costumbre italiana a la ley que es puramente christiana, porque en la una dicen que hagáis todo lo que queréis, y en la otra no, sino lo que debéis.

En la una, que neguéis a todos para medrar, y en la otra que os neguéis a vos mismo para os salvar.

En la una, que tengáis mucha consciencia, y en la otra que no hagáis caso de vergüença.

En la una, que trabajéis por ser buen christiano, y en la otra que os desveléis por ser muy rico.

En la una, que viváis conforme a la virtud, y en la otra que no curéis sino de gozar la libertad.

En la una, que por ninguna cosa digáis mentira, y en la otra, en caso de intereses, no hagáis cuenta de la verdad.

En la una, que viváis con solo lo vuestro, y en la otra que os aprovechéis de lo ageno.

En la una, que siempre os acordéis de morir, y en la otra que por ninguna cosa os dexéis mal pasar.

En la una, que os ocupéis siempre en saber, y en la otra que os déis mucho a valer.

En la una, que repartáis de lo que tenéis con los pobres y amigos, y en la otra que siempre guardéis para los años caros.

En la una, que seais muy callado, y en la otra que presumáis de muy elocuente.

En la una, que creáis en sólo Christo, y en la otra que procuréis tener dineros.

Si con estas doce condiciones queréis, señor embaxador, ser romano, haga os muy buen provecho, porque el día de la cuenta más querríades haber sido labrador en España que no embaxador en Roma.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda, y a él y a mi nos dé buena postrimería.

De Granada, año MDXXV, día y mes sobredicho.




ArribaAbajo- 23 -

Letra para el mismo don Hierónimo Vique, en la cual se declara un epitaphio romano.


Muy magnífico señor y cesáreo Embaxador:

Por la letra que rescebí suya fui certificado el haber rescibido otra mía, y no tengo en mucho haberle caído en gracia, pues debaxo de vuestra buena condición no cabe ninguna cosa de desalabar, ni menos condenar. Mosén Rubín me dixo que de dormir en un lugar fresco estábades muy arromadizado, bien tengo creído que todo esto causa el calor del mes de agosto; mas, a mi parescer, ni lo debéis hacer, ni a nadie aconsejar, porque menos mal es en el verano sudar que no toser.

Escrebisme y aún enviáisme unas letras góticas que hallastes en una antigualla de Roma escriptas, las cuales ni vos, señor, las sabéis leer, ni allá en Italia las supo ninguno declarar. Yo, señor, las he muy bien visto y las he muy bien mirado y aun remirado, y a quien no sabe mucho desta girigonça romana parescerle han inlegibles y inteligibles, y que para bien se entender a leer era necesario que los hombres que son vivos adevinasen o los que las escribieron resucitasen. Y pues para declararos estas letras no ha de resucitar ningún muerto, ni tampoco soy yo adevino, he fatigado mi juicio y llamado a mi memoria, he revuelto a mis libros y aun he mirado inmensas historias, para ver y saber quién fué el que las escribió. Al fin, como no hay cosa que un hombre haga que otro no la pueda hacer, ni lo que uno sabe que otro no lo pueda saber, quiso vuestra dicha y mi buena diligencia que topé con lo que vos, señor, queríades y yo buscaba. Y porque no parezca que hablamos de gracia, contaremos en breves palabras la historia.

Es, pues, el caso que en los tiempos del emperador Octavio Augusto hubo en Roma un caballero romano llamado Thito Annio, varón por cierto muy diestro en las cosas de la guerra y muy cuerdo en la gobernación de la República. Había en Roma un oficio que se llamaba tribunus scelerum, y éste tenía cargo de los casos del crimen: es a saber, de ahorcar, agotar, desterrar, degollar, aspar y empozar; por manera, que el censor juzgaba lo cevil y el tribuno lo criminal. Era este oficio entre los romanos de muy grande preheminencia, y no de menor confiança, y nunca le daban sino a persona que en sangre fuese limpio; en edad, antiguo; en las leyes, docto; en la vida, honesto, y en la justicia, bien moderado. Por concurrir en Titho Annio todas estas condiciones, fué del emperador Augusto en tribuno nombrado, y por el Senado confirmado y del pueblo aprobado. Vivió y residió en este officio Titho Annio XXV años, en los cuales todos a ninguno dixo palabra lastimosa, ni hizo alguna injusticia. En remuneración a su trabajo, y en premio de su bondad, diéronle por previlegio que se enterrase dentro de los muros de Roma, y que enterrase cabe si alguna moneda, y que en aquel sepulchro jamás se pudiese enterrar otro. Enterrarse uno dentro de Roma era entre los romanos muy grande preheminencia: lo uno, porque los sacerdotes consagraban el sepulchro; lo otro, porque para acogerse los malhechores, valían más los sepulchros que no los templos.

Quieren, pues, decir estas letras que Titho Annio, juez del crimen cabe el su sagrado sepulchro, escondió cierto dinero; es a saber, diez pies más atrás, y que en aquel sepulchro manda el Senado que no se entierre ningún su heredero. Este Titho Annio, cuando murió, dexó viva a su muger, que se llamaba Cornelia, la cual en el sepulchro del marido puso este epitaphio: «Son auctores de esta historia Vulpicio, Valerio y Trebelio». Y porque la declaración de la historia parezca más clara, ponemos la exposición sobre cada letra. Son, pues, éstas las letras:

Tithus. Annius tribunus sceleruin sacro suo sepulchro.

T. A. T. Sce. S. S. S.

pecuniam condidit. non. longe. pedes. decem.

P. Con. N. Lon. P. X.

hoc. monumentum. heres. non. sequitur. iure. senatus.

H. M. H. N. S. I. S.

Cornelia. Dulcisima. eius. coniux. posuit.

Cor. D. E. Con. P.



He aquí, pues, señor embaxador, vuestras letras expuestas y no soñadas, que a mi parescer esto que hemos dicho quieren ellas decir; y si desta interpretación no os contentáis, expónganlas los muertos que las escribieron, o los vivos que os las dieron.

No más, sino que Nuestro Señor sea en vuestra guarda y nos dé su gracia para que acabemos en su servicio.

De Toledo, a III de abril, año MDXXVI.




ArribaAbajo- 24 -

Letra para el obispo de Badajoz, en la cual se declaran los fueros antiguos de Badajoz.


Muy magnífico señor y cesáreo pretor:

Rescebí la letra de Vuestra Señoría, con la cual me regocigé mucho antes que la leyese, y después quedé enojado cuando la hube leído, no porque me escrebía, sino por lo que me mandaba y aun demandaba. Si Plutarco no nos engaña, en la cámara de Dionisio Siracusano ninguno entraba; en la librería de Lúculo ninguno se asentaba; Marco Aurelio, la llave de su estudio, aun de su Faustina no fiaba. Y, a la verdad, ellos tenían razón, porque cosas hay de tal calidad que no sólo no se han de dexar tractar, mas aún ni mirar. Eschines el philósopho, decía que por amicísimo que fuese uno de otro, no le había de mostrar todo lo que había en casa ni comunicarle todo lo que el coraçón piensa, diciendo que el hombre no es más suyo de lo que tiene en sí mesmo secreto. Grandes días ha que yo encomendé a la memoria aquella sentencia del divino Platón a do dice que a quien descubrimos el secreto damos la libertad. Digo esto, señor, porque si yo no metiera a vuestro secretario en mi estudio, ni él fuera parlero ni Vuestra Señoría importuno.

Decísme, señor, que os dixo haber visto en mi librería un banco de libros vicios, dellos góthicos, dellos latinos, dellos moçabes, dellos caldeos, dellos arábigos, y que acordó de hurtarme uno, el cual hacía mucho a vuestro propósito. En lo que él os dixo, él os dixo verdad, y en lo que hizo él hizo muy grande ruindad, porque entre hombres doctos las burlas estiéndense hasta decirse palabras, mas no hasta hurtarse escripturas. Como, señor, no tengo otra hacienda que grangear, ni otros pasatiempos en que me recrear, sino en los libros que he procurado y aun de diversos reinos buscado, creedme una cosa, y es que llegarme a los libros es sacarme los ojos. De mi natural condición siempre fuí enemigo de opiniones nuevas, y muy amigo de libros viejos, porque si dice Salomón: «Quod in antiquis est sapientia», para mí yo no pienso que la sabiduría está en los hombres canos, sino en los libros vicios. El buen rey don Alonso, que tomó a Nápoles, decía que todo era burla, sino leña seca para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino añejo para beber, amigos ancianos para conversar, y libros viejos para leer. Los libros viejos tienen muchas ventajas a los nuevos; es a saber, que hablan verdad, tienen gravedad y muestran auctoridad; de lo cual se sigue que los podemos leer sin escrúpulo y alegar sin verguença.

Es, pues, el caso que en el año de mil y quinientos y veinte y tres, pasando yo por la villa de Çafra, me allegué a la tienda de un librero, el cual estaba deshojando un libro viejo de pargamino, para encuadernar otro libro nuevo, y como conoscí que el libro era mucho mejor para leer que no para encuadernar libros, dile por él ocho reales, y aún diérale ocho ducados. Ya, señor, sabéis cómo era el libro de los fueros de Badajoz que hizo el rey don Alonso el Onceno, príncipe que fué muy esforçado y valeroso, y no poco sabio. Este libro es el que vuestro secretario me hurtó y el que allá os llevó, y ha me placido mucho que le hayáis visto y no te hayáis entendido; de manera que si me lo tornáis, no es porque lo habéis gana de restituir, sino porque os le haya de declarar.

Algunos fueros hay escriptos en tan breves palabras, y con tan escuras razones, que apenas se saben leer, cuanto más entender, porque se ha limado y polido tanto la lengua española y es tan diferente el hablar de entonces al hablar de agora, que paresce haberse mudado el lenguaje como se mudó el traje. Enviáisme, señor, señalados algunos fueros, los cuales, a vuestro parescer, son muy obscuros, y así es la verdad que lo son, porque si yo no estuviese tan diestro ya en las cosas antiguas, apenas podría aún entender las palabras. Será, pues, el caso que palabra por palabra pondremos lo que dice el fuero, y luego al pie dél declararemos lo que quiere decir, y soy cierto que muchos se reirán y otros se espantarán. Dice, pues, así uno de los fueros que no entendéis:

«Cui dixier hastas homes hastas homes peche diez maravedís a los camperos; mas si se firmare con tres no peche cosa». Antiguamente, en España llamaban a las lanças hastas, y por decir «al arma, al arma», decían «hasta, homes», «hastas, homes». A los que agora llamamos en la hermandad cuadrilleros, llamaban ellos camperos, porque corrían el campo. Como agora decimos que es necesario alguno se abone con tres testigos, decían ellos «fírmese con tres». Quiere, pues, el fuero decir que si ulgún vecino de Badajoz, de su propria auctoridad apellidare, diciendo «al arma, al arma», llévenle de pena los alcaldes de la Hermandad diez maravedís. Mas si el tal hombre probare con tres testigos que no dixo tal cosa no le den pena alguna.

«Todo home qui truxer cuchiello en villa o en villar, peche de caloña tres maravedís». Antiguamente, en España, al traer decían «trujer», y al cuchillo llamaban «cuchiello», y como agora decimos villa y arrabal, decían ellos «villa o villar», y a lo que llamamos nosotros pena, llamaban ellos «caloña». Quiere, pues, decir el fuero, que todo hombre de Badajoz, que dentro de la villa o fuera en el arrabal truxere armas sin licencia, pague de pena tres maravedís.

«Todo home que ir quisier, fuer de villa o fuer de villar, si ezquerdare cuchiello sin fe de campero, peche de caloña diez maravedís». Antiguamente, en España, por decir el hombre que quisiere ir camino, decían ellos «home que ir quisier fuera de villa o villar». Como agora decimos: Si el tal hombre ciñere espada, decían ellos «si ezquerdare cuchiello». «Ezquerdar» espada es ceñir bajo el lado izquierdo como agora se ciñe. A lo que nosotros decimos que trae uno armas sin licencia de la justicia, decían los antiguos «sin fe de campero», que era el alcalde de la Hermandad. Quiere decir el fuero: «Todo hombre vecino de Badajoz que quisiere salir de la ciudad y sus arrabales para ir camino, si el tal llevare espada ceñida por el campo, sin licencia de los alcaldes de la Hermandad, peche cinco maravedís».

«Todo burgo que ficier enforça al campero campreando, si ficier apellido, y no fuer subvenido, peche una gran caloña». Antiguamente, en España, a lo que nosotros llamamos caserías llamaban ellos «burgos», y a lo que nosotros decimos agora socorrer, decían ellos «subvenir», y por decir hacer fuerça decían ellos «facer enforça», y como nosotros decimos campear, decían los antiguos «camprear». Quiere, pues, decir el fuero que si entierra de Badajoz, andando visitando algún alcalde de la Hermandad le hicieron alguna resistencia en alguna aldea, si por casoél apellidare a otra aldea que le socorra y no le socorriere, pague por ello una muy gran pena.

«Todo hombre que al día comprar más de una dinerada de pan ferial, peche diez maravedís». Antiguamente, en España llamaban pan ferial al trigo que se compraba en el mercado, y como nosotros decimos un maravedí, decían ellos una «dinerada», y por decir cada día, ellos no decían sino «al día». Quiere, pues, decir el fuero que si algún vecino de Badajoz comprare en el mercado más trigo de un maravedí para cada día, peche ocho maravedís. En aquellos tiempos con un maravedí de trigo se mantenía una casa, y no querían que nadie comprase pan para revender.

«Mande concejo que no manquen en ferial los ochavos y ochaveros, porque non anden hi malas estrañeras, y si anduvieren los alcaldes las enfornen». Antiguamente, en España llamaban a la hanega «ochavera», porque era de ocho celemines, y no de doce como agora, y el que agora llamamos medidor llamaban «ochabero», y a las medidas que no eran de la tierra llamaban las «estrañeras», y por decir que quemasen las medidas falsas o foreras, decían que las «enfornasen». Quiere, pues, decir el fuero que los del concejo de Badajoz provean para cada mercado de medidas y medidores, para medir el pan que allí se viniere a vender, y que si por caso se hallare alguna medida que no sea por el Concejo puesta, la quemen luego en un horno.

«Moquilón que vez destajare y ficiere avieso, peche al que se lo firmare cinco maravedís, y si tomare alfadías, sea encepado». Llamaban antiguamente en España moquilón al que agora llamamos «maquilón» en los molinos, y a lo que agora decimos nosotros avenir decían ellos «destajar», y por decir si se lo probare, decían los antiguos «si se lo firmare», y a lo que agora llamamos cohechos, llamaban en aquellos tiempos «alfadías». Quiere, pues, agora decir el fuero que si algún molinero de Badajoz concertare con algún vecino de molerle a tal hora su trigo, y no moliere, que pague cinco maravedís, si le probare habérselo prometido y hecho esperar. Así mismo dice el fuero que si el tal molinero cohechare algo a los que van a moler más de la maquila acostumbrada, que le echen preso en el cepo de concejo.

«Qui ficier tal avieso y enforcias que no merezca caloña, los treses o seises le enforquen en ferial». Antiguamente, en España llamaban al gran delicto «avieso», y por decir que uno salteaba decían «home que ficier enforcias», y a los que agora llamamos regidores, llamaban «treses», si eran tres, o «seises», si eran seis, y lo que agora llamamos día de mercado, decían los antiguos «día feriado». Quiere, pues, decir el fuero que si algún vecino de Badajoz hiciere algún tan grave delicto que no pueda pagar con otra pena sino con la horca, que los que gobiernan el pueblo le ahorquen en día que sea de mercado.

«Todo home mesturgo que mesturgare del concegil al rey, cuanto havier le manque, y le apelliden mesturgo sine caloña». Este fuero paresce muy obscuro, y entendida una palabra, es muy claro. Antiguamente, en España a los que agora llamamos malsines y cizañadores, llamaban ellos «mesturgos», y al cizañar llamaban «mesturgar», y a cosa de concejo llamaban «concegil», y por decir pierda todo lo que tiene, decían los antiguos «quanto habier le manque», y como nosotros llámenle malsín sin pena, decían ellos «apellídenle mesturgo sine caloña». Quiere, pues, decir el fuero que si algún mal hombre de Badajoz fuere a decir mal al rey de los del Concejo, que pierda toda su hacienda, y que públicamente le llamen traidor sin caer en pena alguna.

«Tegeros de Badajoz millaren en villa y villar a dinerada de teja y ladriello». Antiguamente, en España llamaban a la ciudad y arrabal «villa y villar», y al ladrillo «ladriellos, y al maravedí «dinerada», y por decir vendan un millar, no decían más de «millaren el ladriello». Quiere, pues, decir el fuero que todos los tegeros de Badajoz no puedan vender en la ciudad y arrabal el millar de la teja, y el millar del ladrillo sino a prescio de un maravedí.

«Todo descallador de Badajoz empalme tres doce fierras a maravedí, y en ferial a medio más». Antiguamente,, en España al herrador de bestias llamaban «descallador», porque quitaba los callos, y a lo que agora llamamos herradura llamaban ellos «fierra», y por decir tres docenas de herraduras, decían ellos tres doce «fierras». Quiere, pues, decir el fuero que los herradores de Badajoz hierren tres docenas de herraduras a prescio de un maravedí, excepto el día de mercado, que lleven medio maravedí más que los otros días.

«Reja que non huebrare por descura de ferrer, piñórenle un maravedí para el huebrero». Antiguamente, en España llamaban «ferrer» al que nosotros llamamos herrador, y por decir no arar, decían ellos «no huebrar», y a lo que nosotros llamamos sacar prendas, llamaban ellos «ernpeñorar», y como nosotros decimos descuido, decían ellos «descura», y a lo que nosotros llamamos dueño de la huebra, llamaban ellos «el huebrero». Quiere, pues, decir el fuero que si por culpa del herrero de Badajoz holgare alguna huebra, por no le haber adobado la reja con tiempo, saquen prenda por un maravedí y denle al dueño de la huebra.

«Todo home riero que aduxer pexe a Badajoz hi lo venda, y si lo vendier fora del tablado pague caloña al fossado». Antiguamente, en España al que nosotros llamamos pescador, llamaban ellos «riero», porque pescaba en el río, y por decir traher decían ellos «aduxer», y al pescado llamaban ellos «pexe».. y por decir ahí decían ellos no más de «hí», y a lo que nosotros llamamos vender, decían ellos «vendier», y como agora es costumbre de vender el pescado red, decían ellos venderse en «tablado», y por decir pague alguna pena para los reparos de la ciudad, decían ellos «peche caloña al fosado». Quiere, pues, agora decir el fuero que si algún pescador de río truxere a la ciudad de Badajoz algún pescado, lo venda públicamente en la plaza o tras la red, so pena que pague alguna pena de dinero para reparo de los muros y barbacanas.

«Jarrer de Badajoz no interese más de quartezna de todo lo que midier, y si más intresse, peche a la pavesada un maravedí». Antiguamente, en España llamaban al tabernero «jarrer», como quien dice «jarreador», y a la medida que ahora llamamos cuartillo, decían ellos «quartezna», y como agora decimos no gane más, decían ellos «no intrese más», y por decir medir decían ellos «midien, y a lo que agora llamamos casa de armas, llamaban ellos «pavesada», porque estaban allí guardados todos los paveses y armas de la ciudad. Quiere, pues, decir el fuero que si algún tabernero de Badajoz ganare en el vino que vendiere más de la cuarta parte, peche para la casa de las armas un maravedí.

«Jarrera de Badajoz aduzga en si quartezna y media quartezna dinerada y media dinerada, y si no fueren rejados en concejo peche tres maravedís». Antiguamente, en España llamaban a la taberna «jarrera», y al cuartillo y medio cuartillo, «quartezna» y «media quartezna», y por decirmedida de cornado y medio cornado, decían «idinerada» y «media dinerada», y a lo que nosotros llamamos traer decían ellos «aducir», y por decir marcados, decían ellos «rejados». Quiere, pues, decir el fuero que toda tabernera de Badajoz tenga en su taberna quartillo y medio cuartillo y medidas de un cornado y medio cornado, las cuales todas medidas sino estuvieren marcadas y selladas del concejo, pague tres maravedís.

«Campero que hasta azulada perdier enforcias siguiendo, préstenle tres maravedís de concejo». Ya diximos que al cuadrillero llamaban los antiguos «campero», porque corría el campo, y a la lança rica llamaban «hasta azulada», y a los que salteaban por los caminos decían que «hacían enforcias». Quiere, pues, decir el fuero que si algún cuadrillero de la Hermandad de Badajoz perdiere alguna lança rica, yendo en seguimiento de algunos salteadores, ayúdenle para comprar otra con tres maravedís del arca de Concejo.

«Home que en lid deslinare a otri antes de fin hacer a la arrancada, pierda el quiñón amestécenle la barba». Llamaban antiguamente en Castilla «deslinar» al despojar, o desarmar; llamaban «lid» al pelear; llamaban «arrancada» al alcance; llamaban «quiñón» a la suerte; llamaban «amestezar» al pelar o mesar. Quiere, pues, decir agora el fuero que si algún vecino de Badajoz se parare a desarmar o despojar a alguno de los enemigos caídos en el campo, antes que vuelvan todos de la batalla o del alcance, pélenle al tal las barbas y pierda la suerte que le cabía del despojo.

«Todo home fiel de Badajoz sea creído por su fiaduría y el que non fuere con el alcalde peche medio maravedí». Llamaban en Castilla antiguamente «fieles» a los que agora llaman emplazadores, y a la vara que agora traen en las manos llamaban «fiaduría». Quiere, pues, decir el fuero que si algún emplazador de Badajoz fuere a emplazar a algún vecino llevando consigo la vara o señal de emplazador, que si el tal no quisiere ir con él delante el alcalde a responder al plazo peche medio maravedí.

He aquí, pues, señor, declarados todos los fueros que me embiastes señalados, por la declaración de los cuales podréis entender todos los otros, y sí no fuere así será por algún vuestro descuido, y no por falta de buen juicio.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a él y a mí dé su gracia.

De Valladolid, a XX de abril de MDXXVI.




ArribaAbajo- 25 -

Letra para don Juan de Palamós, en la cual se declara quién fué el caballo Seyano y oro tolosano.


Muy respetable señor y noble caballero:

Rescebí su letra, y en ella su quexa, a la cual, respondiendo, digo que, como he estado tan ocupado en cosas que me mandó César, no he tenido tiempo aun para rezar las horas, cuanto más para responder a vuestras cartas misivas. Vino a orejas de César que el duque de Sogorbe y los monges de Valdeparaíso se tenían mala voluntad, y se hacían mala vecindad, a cuya causa me mandó que los fuese a visitar y trabajase, de los concertar, lo cual yo hice de buena voluntad, aunque no sin muy grande dificultad. En cuarenta días que allí estuve, ni me salí a pasear, ni me ocupé en predicar, ni me di a estudiar, sino que todo mi exercicio era ver previlegios y visitar términos, oír querellas y averiguar injurias. Como el negocio era de calidad y entre personas tan calificadas, pasóse inmenso trabajo hasta hacerlos amigos y deshacer los agravios. He querido decir esto para que no me culpéis tanto como me culpáis por no haber tan presto respondido a vuestra carta ni haber cumplido lo que os prometí en el Grao de Valencia.

Fué, pues, el caso que pasando por Valencia el príncipe Borbón, vimos en un paño de su tapicería un caballo que tenía a sus pies cinco caballeros derrocados y muertos, y en los pechos del caballo estaba un escripto en que decía assí: «Equus seianus»; como quien dixexe: «Este es el caballo seyano». A maravilla miraban todos los de la ciudad aquel paño, y ninguno podía atinar qué fuese el blasón de aquel caballo, en que unos decían que era la historia de Josué, otros la de Judas Machabeo, otros la de Héctor, otros la de Alexandro, otros las del Cid Rui Díaz: de manera que cada uno decía lo que se le antojaba, y ninguno lo que sabía. No faltó un caballero que dixo allí que aquel caballo era del rey don Jaime, que ganó a Valencia de los moros, y aquéllos eran cinco reyes moros que mató él un día y el caballo se llamaba Seyano, porque era de Segorbe, y como no estaba allí nadie que supiese el secreto de aquella historia, sino yo que callaba, así lo juraba y perjuraba y afirmaba, como si contara una historia de la Biblia. Como aquel caballero era en sangre generoso, en hacienda rico, en edad anciano, aunque en las palabras muy mentiroso, no quise declarar allí el misterio de aquel caballo, porque los otros no tuviesen dél que mofar, y el pobre caballero de qué se correr. Decía Mimo Publiano el philósopho, que con los viejos vanilocos y parleros, más respecto se ha de tener a las canas que tienen que a las palabras que dicen.

La historia deste caballo Seyano escriben muy graves auctores; es a saber: Gayo Bassiano, Julio Modesto y Aulo Gelio, en el tercero libro que hizo de las Noches de Athenas; y alego estos auctores porque nadie piense que es fábula compuesta, sino que en realidad de verdad pasó como aquí contaremos la historia. Viniendo, pues, al caso, y contándole de fundamento, es de saber que el grande Hércules el Thebano, después que mató a Diómedes en Tracia, traxo consigo a Grecia una raça de caballos que criaba Diómedes, los cuales de su propria naturaleza eran en el color muy hermosos, en los cuerpos muy grandes y en las condiciones muy mansos, y en el pelear muy animosos. De la raça de estos caballos nasció en la provincia de Argos un caballo, cuyas propiedades fueron tener el pescueço alto, las crines hasta el suelo, las narices hendidas, los suelos seguros, las cañas enjutas, las ancas anchas, la cola larga, los ojos grandes, el pelo blando, el color bayo y, sobre todo, de ánimo muy denodado. Siendo aún potro este caballo, venían de Asia, de Palestina, de Thebas, de Pentápolis y de toda la Grecia a la fama dél, unos por verle, otros por comprarle y aún otros por debuxarle, porque no había persona que no le desease ver y mucho más tener. Como en este mundo no hay cosa tan perfecta, en la cual no haya alguna nota o tacha, fué tan maldito el hado deste caballo, que todos los que le criaron y compraron, y en él cabalgaron, infame y miserablemente murieron. Y porque no parezca que hablamos de gracia y contamos la historia muy sospechosa, tocaremos aquí brevemente quiénes fueron los que a este caballo compraron y poseyeron, y los grandes infortunios que con él les vinieron.

En el año de cuatrocientos y trece de la fundación de Roma, muerto el dictador Quinto Cincinato, enviaron los romanos a Grecia por cónsul un romano que había nombre Gneo Seyano, varón que en sangre era tenido por ilustre, y en cosas de gobernación por cuerdo. Cuando el cónsul Gneo Seyano fué a Grecia, era potro de treinta meses aquel caballo, al cual él compró y domó, y fué el primero que en él cabalgó. A causa que este Gneo Seyano, estando en Roma, siguió la parcialidad de Octavio Augusto, no un año después que fué a Grecia, y no seis meses después que compró el caballo, Marco Antonio le mandó cortar la cabeça, y aun su cuerpo quedar sin sepultura. Por ocasión que Gneo Seyano fué el primero que compró y domó a este caballo, y aun experimenté con la muerte a su infelice hado, le llamaron entonces y después el caballo Seyano.

Descabeçado Gneo Seyano, sucedióle en el oficio del consulado un romano que había nombre Dolobela, el cual luego que fué cónsul, compró por cient mil sextercios aquel caballo, y de verdad si él supiera el mal que para su casa compraba, es de creer que él diera otros cient mil por no le haber comprado. Dentro de un año que el cónsul Dolobela hubo comprado aquel caballo, se levantó en la ciudad de Epiro, a do él residía, una popular sedición, en la cual el triste de Dolobela fué muerto y aún por todas las calles arrastrado. Muerto el cónsul Dolobela, acobdiciése a comprar aquel caballo otro cónsul que había nombre Gayo Casión, varón de quien escribe Plutarco haber tenido muy grandes cargos en Roma y haber hecho grandes hazañas en Asia. No dos años después que el cónsul Casión compró aquel infelice caballo, le dieron tales yerbas en una comida, que dentro de un hora él y su muger y hijos perdieron la vida, sin tener tiempo de hablar una palabra. Muerto el cónsul Gayo Casión, acordó de comprar aquel caballo el muy famoso romano Marco Antonio, y agradóse tanto de la forma y postura del caballo cuando se lo truxeron, que dió en albricias tanto al que se lo compró como había dado al que se lo vendió. No dos meses después que Marco Antonio había comprado aquel caballo, se dió la batalla en la mar entre él y su enemigo Octavio Augusto, en la cual batalla se quiso hallarla su amiga Cleopatra, para mayor infamia della y para más perdición dél. Cuán infelice fin hubo Marco Antonio, y cuán apresturada muerte padesció la su Cleopatra, a todos es notorio los que han leído al buen Plutarco. Muerto Marco Antonio, aún todavía quedó vivo aquel caballo infelice y desdichado, el cual vino a manos de un caballero de Asia, que había nombre Nigidio, y como el caballo era ya algo viejo, compróle al presente barato, aunque después le costó muy caro, porque dentro de un año que le compró al pasar del río Marathón, el caballo tropeçó y cayó, por manera que amo y caballo se ahogaron y jamás no parescieron.

Estos, pues, son los cinco caballeros que estaban a los pies del caballo Seyano derrocados, es a saber: Seyano, Dolobela, Casión, Marco Antonio y Nigido; la cual historia, aunque es sabrosa de leer, es por otra parte muy lastimosa de oír. Después que en Asia cayeron en la cuenta de reconoscer la mala fortuna que aquel caballo traía consigo, levantóse entre ellos un común refrán, de decir al hombre muy infortunado y desdichado que había tenido en su casa al caballo Seyano. Semejante caso acontesció cuando Scipión robó los templos de Tolosa de Francia, en que todos los que llevaron de aquél oro y riquezas para sus casas, ninguno escapó que dentro de un año él no muriese, y toda su familia y casa no se perdiese. Hasta hoy en día es costumbre de decir en toda Francia al hombre que es mal fortunado y muy desdichado que tiene en su casa el oro tolosano.

Laercio dice que en Athenas había una casa a do todos nascían locos, y había otra casa do todos nascían bobos, y como por discurso de tiempo cayesen en la cuenta los del Senado, mandaron que las casas no se habitasen, y aunque se derrocasen. Herodiano dice que en el campo Marcio de Roma había una generosa casa, en la cual todos los dueños morían muerte subitánea, y como los vecinos della hiciesen desto relación al emperador Aureliano, no sólo la mandó derrocar, mas aún toda la madera quemar. Solón Solonino vedó en sus leyes a los egipcios que no vendiesen ninguna cosa de los muertos, sino que se repartiese todo entre sus herederos, diciendo que si alguna cosa mal fortunada o desdichada aquel muerto tenía, se quedase en su familia y parentela y no pasase a la república. Luego que murieron Calígula y Nero, príncipes romanos que fueron muy infames, proveyó el Senado en que todas sus riqueças y alahajas fuesen quemadas y empozadas, temiéndose que en aquella hacienda tiránica no estubiese abscondida alguna mala fortuna, por cobdicia de la cual Roma se perdiese y la República se emponçoñase.

He querido, señor, escrebiros todos estos exemplos de casos desastrados, no para que creáis en agüeros, mas para que penséis que hay en este mundo algunas cosas tan mal fortunadas, que paresce que traen consigo las mesmas desdichas.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda.




ArribaAbajo- 26 -

Letra para el duque de Alba, don Fadrique de Toledo, en la cual se tracta de las enfermedades y provechos dellas.


Ilustre y muy estimado señor:

Al tiempo que Palomeque, su criado, me vino a visitar de su parte y me dió su carta, yo estaba a la sazón con una muy furiosa calentura, de manera que ni pude leer la carta, ni hablar al que me la traía palabra. Después que me afloxó la calentura y leí la carta, conoscí el deseo que tenía de mi salud, y el pésame que me enviaba de mi enfermedad. Creedrne, señor, y no dubdéis que entonces yo tenía más habilidad para beber que no para leer, porque diera toda mi librería por sola una jarra de agua.

Vuestra Señoría me escribe que también ha estado malo, y que da todo su mal por bien empleado, así por verse sano como por estar con un sancto propósito de irse a la mano al pecar y de abstenerse de comer. A mí, señor, me pesa de todo coraçón que hayáis estado malo y pláceme mucho y muy mucho que estéis de ese buen propósito, aunque es verdad que holgaría más de veros lo cumplir que no de oiros lo prometer, porque los infiernos están llenos de buenos deseos y el paraíso está lleno de buenas obras. Sea lo que fuere, que para mí no hay cosa en que más conozca ser un hombre cuerdo o no, que es verlo cómo se vale en la adversidad y cómo se aprovecha de la enfermedad. No hay igual locura con emplear mal la salud, ni hay igual cordura con sacar algún fructo de la enfermedad. «Cum infirmor, tunc fortior sum», decía el Apóstol que cuando estaba enfermo, entonces estaba más recio. Y esto decía él, porque al enfermo ni le hincha soberbia, ni le combate lujuria, ni le derrueca avaricia, ni le molesta envidia, ni le altera ira, ni le sojuzga gula, ni le descuida pereza, ni aun le desvelan pundonores de honra. Pluguiesse a Dios, señor Duque, que tales fuésemos sanos cuales prometimos de ser cuando estábamos enfermos. Toda la ansia del enfermo mal christiano es querer sanar por sólo vivir y más del mundo goçar; mas el deseo del enfermo buen christiano es querer sanar, no tanto por vivir, cuanto por ser emendar. En el tiempo de la enfermedad no hay quien se acuerde de afectión ni de pasión de amigos, ni de enemigos, de riqueza ni de pobreza, de honrra ni de deshonra, de regalo ni de trabajo, ni de athesorar ni empobrescer, de mandar o de obedeçer, sino que por ahorrar de un dolor de cabeça, dará cuanto ha ganado en su vida. Con la enfermedad no hay placer verdadero, y con la salud todo trabajo es tolerable. ¿Qué le falta al que la salud no le falta? ¿Qué vale cuanto tiene el que salud no tiene? ¡Qué aprovecha que tenga uno buena cama si no puede tomar el sueño en ella? ¿Qué aprovecha tener vino añejo, y que huela, si el médico le manda beber agua cocida? ¿Qué aprovecha tener buena comida, si de sólo verla poner en la mesa da arcadas y reviesa? ¿Qué aprovecha tener muchos dineros, si los más dellos gasta con físicos y boticarios? Es tan gran cosa la salud, que por guardarla y conservarla no sólo habíamos de velar, mas aún nos desvelar, lo cual no es por cierto así, pues nunca la conoscemos hasta que la perdemos. Plutarco, Plinio, Nigidio, Aristón, Dióscoro, Plutino, Necéphalo, y con ellos otros muchos, escribieron grandes libros y tractados, de cómo se había de curar la enfermedad, y de cómo se había de conservar la salud, y así Dios a mí me salve, que si algunas cosas acertaron, otras muchas adevinaron, y aun otras no pocas soñaron. Creedme, señor Duque, y no dubdéis que para mí yo tengo creído, y aún experimentado, que para curar la enfermedad y conservar la salud, no hay otra mejor cosa que evitar enojos y comer de pocos manjares. ¡Oh! cuán gran bien sería para el cuerpo, y aún para el ánima, si pudiésemos pasar sin comer y sin nos enojar, porque los manjares nos corrompen, y los enojos nos consumen los huesos Si los hombres no comiesen y si los hombres no se enojasen, ni habría por qué enfermar ni menos de quién se quexar, porque los verdugos que más atormentan nuestra mísera vida son la ordinaria gula y la profunda tristeza. La experiencia nos enseña cada día que los hombres que son bobos, o locos, o tontos, o nescios, por la mayor parte siempre están recios y viven sanos, y la razón de esto es porque los tales ni se fatigan por tener honrra, ni sienten qué cosa es affrenta. Lo contrario de esto acontesce a los hombres que son sabios, discretos, cuerdos y agudos, cada uno de los cuales no sólo le da pena de lo que le dicen, mas aún se entristece por lo que él piensa que piensan. Hay hombres tan agudos y tan reagudos que les parece poco interpretar las palabras, mas aún tienen por oficio de adevinar los pensamientos, y el pago de los tales es que para consigo siempre andan desconsolados, y para con otros están muy mal quistos. Osaría yo afirmar, y aún cuasi jurar, que para enfermar y peligrar la vida humana no hay ponçoña tan empoçoñada como es una muy profunda tristeza, y la razón de esto es, porque el mísero coraçón, cuando está triste, alégrase en llorar y descansa en sospirar. Diga cada uno lo que quisiere, que entre discretos y no necios, sin comparación son más los que enferman de los enojos que toman, que no de los manjares que comen. No vemos otra cosa cada día, sino que los hombres que son regocijados y alegres siempre están gordos y sanos y colorados, y los que son cetrinos, lóbrigos y podridos siempre andan tristes, hinchados y abuhados. En estos escriptos, y por ellos, os confieso y digo, señor Duque, que las calenturas que agora he tenido no fueron de los manjares que comí, sino de ciertos enojos que recebí.

Escrebísme, señor, que de dormir en el suelo os vino un pestilencial romadizo; bien pienso que lo causa el calor grande deste mes de agosto, lo cual no me paresce que debéis, señor, hacer, ni a nadie aconsejar, porque menos mal es sudar con el calor, que toser con el romadizo. A lo que entiendo de su carta, también querría que le escribiese alguna nueva; abaste, señor, por agora, que desta nuestra Corte hay poco que fiar del papel y mucho que decir a la oreja. Las cosas que tocan a los príncipes y señores de altos estados tenemos obligación de sentirlas, y no licencia de decirlas. En la Corte y fuera de la Corte he visto a muchos medrados por sufrir, y a muchos afrentados por no callar. Vuestra Señoría perdone por agora a mi pluma, que cuando nos viéremos suplirá lo que ella falta mi lengua.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda.

De Burgos, a XV de octubre de MDXXIIII.




ArribaAbajo- 27 -

Letra para don Pedro de Acuña, conde de Buendía, en la cual se declara la prophecía de una sibilla.


Muy magnífico y assaz cristiano caballero:

Pensará Vuestra Señoría en todo su seso que cuan larga fué la carta que me escribió, que tan larga será la respuesta que yo le enviare, y a la verdad no será así, porque soy ya venido en tal edad, que nada me agrada de lo que puedo, ni puedo hacer cosa de las que quiero. Los largos años, los continuos estudios y los muchos trabajos que he pasado han hecho en mí tal impresión, que se cansan ya los ojos de leer, los pulgares de escrebir, la memoria de retener y aun el juicio de notar y componer. Dios sabe que yo no me quería dello presciar, mas al fin no puedo dexarlo de confesar, y es que cada día siento en mí mucha más edad y muy menos habilidad. Por más que disimule, por más que me esfuerçe, por más que me remoce y por más bien que me tracte, no puedo dexar de confesar sino que ya la vista se me turba, la memoria me falta, el cuerpo se me cansa, las fuerças desfallecen y aun los cabellos se me encanescen. ¿Qué son todas estas cosas, oh alma mía, sino unos crueles emplazadores que emplazan mi vida, para que vaya a poblar una triste sepultura? Epaminundas el griego decía que hasta edad de treinta años les habían de decir a los hombres en hora buena vengáis, porque entonces parescen que vienen al mundo. Desde los treinta años hasta los cincuenta, les habían de decir en hora buena vayáis, porque ya se van despidiendo del mundo. En este repartimiento de Epaminundas no nos cabrá a Vuestra Señoría y a mí en el «en hora buena vengáis», ni aún «en hora buena estéis», porque somos ya de los de «en hora buena vais». Plega al Redemptor del mundo, que cuando fallesciéremos del mundo salgamos en hora buena, nos despidamos en hora buena y vamos en hora buena; porque si nos va mucho en bien vivir, mucho más nos va en bien acabar. He querido, señor, escrebiros todo esto para que si os respondiere algo breve, me hayáis por escusado y me tengáis por disculpado.

Viniendo, pues, al propósito, digo que huelgo mucho en leer vuestras letras, y por otra parte me importuno con vuestras importunidades, porque siempre me venís con demandas incógnitas y me preguntáis cuestiones peregrinas. Enviáisme agora un epitaphio antiquísimo que truxo un vuestro amigo de Roma, el cual apostó con Vuestra Señoría un buen cuartago que no habría en toda España quien le supiese leer, ni mucho menos entender. Son, pues, las letras del epitaphio éstas: R. R. R. T. S. D. D. R. R. R. F. F. F. F. Ni acertó en lo que dijo ni ganará lo que apostó aquel romano; porque, dado caso que sean obscurísimas, y esté letra por parte, yo, señor, os las embiaré tan declaradas y entendidas que él quede confuso y Vuestra Señoría gane el quartago.

Es, pues, el caso que reinando Rómulo en Roma y Exechías en Judea, nasció una muger en la ciudad de Tarento que hubo nombre Delphica, la cual fué muy ilustre en el vivir y única en el arte de adevinar. Entre los hebreos llamaban a las tales mugeres «prophetisas» y entre los gentiles llamaban las «sibillas», y así fué que esta sibilla Delphica prophetizó la destrucción de Cartago, la prosperidad de Roma la ruina de Capua, la gloria de Grecia y la grande pestilencia de Italia. Como se derramase la fama de esta sibilla por todo el mundo, envióle el rey Rómulo grandes presentes, hízole muchas promesas y escribióle muchas cartas, con intención de sacarla de su tierra y de traerla a vivir a Roma. Ni por ruegos que le hicieron, ni por dones que le enviaron, nunca quiso esta sibilla dexar a su tierra ni venirse a morar a Roma; lo cual visto por el rey Rómulo, determinóse de la ir en persona a ver, y con ella algunas cosas comunicar. El secreto que Rómulo quería saber della era qué fortuna estaba guardada para el rey y qué tales serían los hados de su ciudad de Roma, la cual a la sazón el rey Rómulo començaba y de nuevo edificaba. Buena respuesta ni mala respuesta no pudo sacar el rey Rómulo de aquella sibila Delphica, más de cuanto le dió catorce letras escriptas en unas cortezas de árboles, porque en aquellos tan antiguos tiempos aún no se había hallado la manera de escrebir en pargamino y mucho menos en el papel. El secreto y misterio de aquellas letras ni el rey Rómulo lo pudo entender ni aquella muger se lo quiso declarar, mas de cuanto le certificó ella que estaba aún por nascer quien aquellas letras había de entender y declarar.

Vuelto el rey Rómulo de do estaba la sibila a su ciudad de Roma, mandó poner aquellas letras en uno de sus templos debaxo de muy gran guarda, hasta que llegase el tiempo en que los dioses las revelasen o nasciese quien las entendiese. Cuatrocientos y treinta y siete años estuvieron aquellas letras escondidas, sin que nadie las supiese leer ni menos entender, hasta que vino a Roma otra sibila por nombre Erithea, la cual tan claramente las declaró y expuso, como si ella mesma, y no otra, las hubiera compuesto. Las letras no son más de catorce, las cuales, declaradas en romance, quieren decir: «Rómulo / reinando, / Roma / triumphando, / sibila / Delphica / dixo: / El reino / de Roma / parescerá / a hierro, / fuego, / hambre / y frío». Pornemos agora los mesmes caracteres de las letras y la exposición en latín sobre cada una dellas, en la forma que las expuso la sibila, que fué en la forma siguiente:

Rómulo Regnante. Roma. Triumphante. Sibilla. Delphica.

R. R. R. T. S. D.

Dixit. Regnum. Rome Ruet. Ferro Flanima. Fame. Frigore.

D. R. R. R. F. F. F. F.



He aquí, señor, vuestras letras expuestas; he aquí vuestras prophecías adevinadas; he aquí a vuestro romano confuso y aún he aquí a su quartago ganado; y sería el donaire que habiéndome yo desvelado por buscar esta historia, se llevara vuestra señoría el precio de la respuesta. Si quisiere más por entero saber esta historia, mande buscar y leer a Libio, a Vulpicio, a Trebelio y a Pogio, los cuales escribieron De antiquitatibus romanorum y Dictis sibillarum.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y que a él y a mí nos dé su gracia. Amén, amén.

De Madrid, a XVIII de enero de MDXXXV.




ArribaAbajo- 28 -

Letra para don Íñigo Manrrique, en la cual se cuenta lo que acontesció en Roma a un esclavo con un león. Es historia muy sabrosa.


Muy magnífico y muy cuerdo señor:

Vuestro criado Trusilo me dió una letra vuestra, al salir que salíamos del Consejo de la Inquisición, y, para decir verdad, ni él me dijo cúyo era, ni tampoco yo le pregunté palabra; y a mi ver, el uno acertó y el otro no erró, porque él allegaba del camino cansado y yo salía del Consejo enojado. El philósofo Mimo decía: «Qui cum laso et famelico loquitur, rixam querit». Como si dixese: «Hablar con el hombre que está hambriento y querer negociar con el que está cansado, son dos muy grandes ocasiones para haber enojo». Porque si al tiempo que el hambriento quiere comer, y a la coyuntura que el que está cansado quiere descansar se asienta alguno muy despacio a negociar, dará a Barrabás el negocio y a Sathanás al que lo negocia. La experiencia nos enseña que a la hora que uno descansa luego comiença a hablar, y a la hora que uno come y bebe luego comiença a gorgear, y por eso decimos que entonces, y no antes, es oportuno tiempo para negocios despachar, porque de otra manera más sería importunar que no negociar. Esto digo, señor, para que veáis y aun para que sepáis que conviene mucho al que va a negociar, no sólo que huya a la importunidad, más aún que sepa buscar la oportunidad.

Dexado esto, señor, aparte, hago os saber que vuestras importunidades y mis muchas ocupaciones se han asido a los cabellos, las unas queriendo que condescendiese a lo que me rogábades, y las otras resistiendo a que no se podía hacer lo que queríades; por manera que la causa de no haber respondido es el no poder, y aun el no querer. El no poder responder procedía de que a la sazón votábamos en la Inquisición el negocio de las brujas de Navarra, y el no querer salía de enviarme a pedir cosa tan peregrina, con la cual si vos, señor, tomábades gusto en leerla, yo me enojaba y aun me cansaba en buscarla. La declaración de la historia que me enviáis a pedir, bien me acordaba yo de haberla visto, mas no me podía recordar en qué libro la había leído, y desto no nos maravillamos los que en las escripturas divinas y humanas entendemos, porque según decía el divino Platón, dexaríamos de ser hombres y seríamos ya dioses, si pudiese tanto la memoria retener cuanto pueden los ojos leer y veer. Aunque por una parte estaba muy ocupado, y por otra algo enojado, todavía me desocupé de los negocios y comencé a revolver mis libros, para ver si podría hallar aquella historia y entender aquella pintura, y quise tomar este trabajo por cumplir con vuestra amistad y aun por probar mi habilidad.

Escrebísme, señor, que en la almoneda del Gran Capitán vistes un paño rico que decían haberle presentado venecianos, en el cual estaban figurados un hombre que llevaba de traílla a un león y un león que iba atado y cargado en pos del hombre. También decís que en los pechos del león estaban escriptas estas palabras: «Hic leo est hospes huius hominis». Por semejante manera, en los pechos del hombre estaban otras palabras que decían así: «Hic homo est medicus huius leonis». Querían, pues, decir las unas y las otras palabras: «Este león es huésped de este hombre», y «este hombre es el médico de este león». Ya podéis, señor, pensar cuán pequeña será esta historia, pues parece cosa monstruosa aún oirla contar pintada, y por eso no me maravillo que la deséis entender, y que fuese a mí tan laboriosa de hallar. Acontescerá a esta mi carta lo que pocas veces consiento a otra, y es que será un poco prolija, aunque no nada pesada, porque es tan aplacible de oír esta historia, que al lector le pesará de no ser más larga.

Viniendo, pues, al caso, es de saber que siendo emperador romano el buen Titho, hijo que fué de Vespasiano y hermano del mal emperador Domiciano, viniendo de la guerra de Germania, acordó de celebrar en Roma el día que él había nascido en Campania, porque entre los príncipes romanos tres fiestas eran las más celebérrimas de todas: es, a saber el día que ellos nascían, el día que sus padres morían y el día que en augustos los criaban. Llegado, pues, el día del nascimiento de Titho, ordenó de hacer grandes fiestas al Senado, y de repartir muchos dones entre los del pueblo, porque en los grandes regocijos siempre los príncipes romanos festejaban a los mayores, y hacían algunas mercedes a los menores. Cosa digna de notar, y aun de a la memoria encomendar, es que en los grandes triumphos y fiestas de Jano, de Mars, de Mercurio, de Jouis, de Venus y de Berecinta, no se alabarían ni se estimarían ser grandes o pequeñas las tales fiestas por los gastos que allí se gastaban ni por los juegos que allí se representaban, sino por las pocas o muchas mercedes que allí se hacían.

Mandó, pues, traer para aquella fiesta el emperador Thito, muchos leones, osos, venados, onças, rinocerontes, grifos, toros, puercos, lobos, gamellos, elephantes Y otros inmensos géneros de animales bravísirnos, los cuales, Por la mayor arte, se crían en los desiertos de Egipto y en las vertientes del monte Cáucaso. De muchos días antes tenía mandado el emperador que tuviesen guardados todos los ladrones, salteadores, homicianos, perjuros, traidores, aleves y revoltosos, para que aquel día entrasen en el coso a correr y a pelear con las bestias, por manera que los verdugos de los malhechores eran los mesmos animales. La orden que en esto se tenía era que metidos dentro del gran Coliseo los mesmos hombres y aquellos fieros animales, salían a pelear los unos contra los otros, estándolos todo el pueblo mirando y ninguno los socorriendo, y si por caso el animal despedaçaba al hombre, pagaba allí su deuda; mas si el hombre mataba al animal, no le podían ya matar por justicia del monte Cáucaso.

Entre los otros animales que para aquella fiesta se trujeron, fué un león que cagaron en los desiertos de Egipto, el cual en cuerpo era grande, en edad antiguo, en el aspecto terrible, en el pelear feroz y en los bramidos muy espantable. Andando este ferocísimo león en el coso muy encarnizado, a tanto que había ya quince hombres muerto y despedaçado, acordaron de echarle a un esclavo fugitivo con intención que lo matase y comiese y que en él su rabiosa furia amansase cosa maravillosa de oír y espantosa de ver fué que a la hora que al esclavo echaron en el coso al león, no sólo no le quiso matar, mas aun ni tocar, antes se fué para él y le lamió las manos, le halagó con la cola, abaxó la cabeça y se echó delante dél en tierra, mostrando señales de le reconoscer y algo de deber. Visto por el esclavo los halagos y comedimientos que el león le había hecho, derrocóse él también él luego en el suelo, y allegándose el esclavo al león y el león al esclavo, començaron el uno al otro a abraçarse y halagarse, como hombres que en algún tiempo se habían conoscido y había grandes años que no se habían visto.

De ver cosa tan monstruosa y repentina, la cual ojos humanos nunca habían visto, ni en los libros antiguos se había leído, el buen emperador Thito se espantó, y todo el pueblo se abobó, y luego luego no imaginaron que el hombre y el león se habían en otro tiempo visto y allí conoscido, sino que aquel esclavo fuese nigromántico y hubiese al león encantado. Visto por todo el pueblo que había ya grande espacio de tiempo que el esclavo con el león, y el león con el esclavo se estaban burlando, mandó el emperador Thito llamar delante sí al esclavo.

El cual, como viniese a cumplir el mandamiento, vínose en pos dél aquel ferocísimo león tan manso y tan pacífico como si fuera un carnero a pan criado. Díxole, pues, el emperador Thito estas palabras: «Dime, hombre, quién eres, de dónde eres, cómo te llamas, cúyo eres, qué heciste, qué delictos cometiste, por qué aquí fuiste traído y a las bestias echado. ¿Por ventura has tú a ese león ferocísimo criado? ¿Hasle por dicha en algún tiempo conoscido? ¿Hallástete tú allí cuando fué tomado? ¿Has le tú librado de algún mortal peligro? ¿Por ventura eres encantador y has le encantado? Yo te mando nos digas la verdad de lo que pasa y nos saques de esta dub4 que, a los inmortales dioses te juro, es cosa en Roma tan monstruosa y tan nueva que más paresce que la soñamos que no que la vemos».

Con muy bien ánimo, con voz alta y clara, respondió aquel esclavo al emperador Thito las cosas siguientes, estando a sus pies el león echado y todo el pueblo en admiración puesto.

CUENTA ANDRÓNICO TODO EL DISCURSO DE SU VIDA.

«Has de saber oh invictísimo César, que yo soy natural de Esclavonia, de un lugar que se llama Mantuca, el cual, como se algase y rebelase contra el servicio de Roma, fuimos allí todos presos y a servidumbre esclavos condenados. Yo me llamo Andrónico y mi padre se llamó Andrónico, y aun mi abuelo lo mismo, y este linage de los Andrónicos era en mi tierra tan generoso como lo es agora en Roma el de Quinto Fabio y Marco Marcello; mas ¿qué haré, triste de mí, a la fortuna, que a hijos de siervos de Roma vi allá caballeros, y a mí, que era allá caballero, me veo en Roma esclavo? Veinte y seis años ha que fuí en mi tierra preso, y otros tantos que fué a esta ciudad traído, y aun otros veintiséis que fuí en Campo Marcio vendido, y de un aserrador de madera comprado; el cual, como viese que mis braços se daban mejor maña a menear una lança que no en traer una sierra, vendióme al cónsul Daco, padre que fué del censor Nusso, que agora es vivo. A este cónsul Daco envió tu padre Vespasiano a una provincia de África, que se llamaba Numidia, para que como procónsul administrase allí justicia, y como maestro de la caballería entendiese en las cosas de la guerra, porque, a la verdad, en cosas de guerra tenía experiencia y en las de gobernación mucha cordura. Has también de saber, gran César, que el cónsul Daco, mi amo, junto con la experiencia y con la cordura que tenía, era, por otra parte, superbo en el mandar y cobdicioso en el allegar, y estas dos cosas le hacían que en su casa fuese mal servido y en la república muy aborrescido. Como el principal intento de mi amo era allegar dinero y hacerse rico, aunque tenía muchos oficios y negocios, no tenía en su casa más de a mí y a otro para todos ellos, por manera que yo amasaba, ahechaba, molía y cernía y cocía el pan, y allende de esto adereçaba de comer, lavaba la ropa, barría la casa, curaba las bestias y aún hacía las camas. ¿Qué más quieres que te diga, oh gran César, sino que era tan grande su codicia, y tan poca su piedad, que ni me daba sayo, ni çapato, ni calla, y más y allende desto, cada noche me hacía texer dos espuertas de palmas, las cuales me hacía vender en ocho sextercios para su despensa, y la noche que no los ganaba ni me daba de comer, ni me dexaba de agotar. Viendo, pues, que tan continuamente mi amo me reñía, tantas veces me azotaba, tan desnudo me traía, tanto me trabaxaba y,que tan cruelmente me tractaba, yo te confieso la verdad, oh buen César, y es que de verme tan desesperado, y de la vida tan aborrido, le rogué muchas y muchas veces tuviese por bien de me vender o diese orden de me matar. Once continuos años pasé con él esta mísera vida, sin rescebir de sus manos buena obra, ni jamás oír de su boca una mansa palabra.

Viendo, pues, que en el procónsul, mi amo, cada día crescía más el enojo, y que a mí no se me desminuía cosa del trabajo, y que junto con esto yo me sentía ya en la edad viejo, en la cabeça cano, en los ojos ciego, en las fuerças flaco, en la salud enfermo y en el coraçón desesperado, acordéme comigo de me ir fugitivo a los bravos desiertos de Egipto, con intención que alguna fiera bestia me comiese o que yo de pura hambre me muriese. Pues mi amo no comía sino lo que yo le adereçaba ni bebía sino lo que yo le traía, a buen seguro le pudiera yo matar, y dél me vengar; mas como yo tenía más respecto a la nobleza de la sangre de do yo descendía, que no a la servidumbre que padescía, quise más poner en peligro la vida, que no hacer traición a mi nobleza. Yendo, pues, mi amo, el procónsul, a visitar una tierra que llamaban Tamartha, que es a los confines de Egipto y África, a la hora que una noche él hubo cenado y le vi acostado, yo tomé mi camino sin saber ningún camino, mas de cuanto aguardé que la noche fuese muy obscura, y miré el día antes cuál era la sierra más áspera, a do estuviese más abscondido y fuese menos buscado. No llevé conmigo sino unos çapatos de esparto para calçar y una camisa de cáñamo para vestir, un corcho de agua para beber, y un çurroncillo de pasas para comer, en la cual provisión podía haber para solos seis días me substentar, los cuales pasados, o me había de morir, o bestias me comer, o a mi amo me tornar, o en salvo me poner.

Habiendo, pues, andado tres días y tres noches, apartándome de los caminos y emboscando más en los desiertos, cansado ya de los grandes calores que hacía y muy temeroso de los que me seguían, metíme en una cueva grande, la cual de suyo era muy enrriscada, tenía la entrada algo angosta, en el medio era bien ancha y la luz tenía muy lóbriga. No seis horas después que en aquella cueva me acogí, vi de súbito entrar por la puerta della un león muy ferocísimo, las manos y la boca del cual estaba todo ensangrentado, y a todo mi pensar era de haber algún animal comido o de haber algún hombre despedaçado. Y puede se esto muy bien creer, porque dado caso que la tierra es inhabitable y el calor incomportable, todavía acuden por aquellos desiertos algunos que van a caçar leones, y otros malaventurados como yo que huyen de sus amos, los cuales eligen por menos mal ser comidos de leones que estar toda su vida esclavos.

Viendo, pues, como vi aquel ferocísimo león asentado a la puerta de la cueva, y viendo en mí que no tenía lugar para huir ni fuerças para le resistir, las lágrimas se me saltan agora de los ojos en acordarme cómo de temor me vi sin sentido y caí en el suelo desmayado, temiendo por cierto que era ya llegada la hora en la cual, por manos de aquella bestia, se había de acabar mi mísera vida. ¡Oh cuánto va del blasonar de la muerte con la lengua a verla por vista de los ojos! Y digo esto, oh gran César, porque en viendo a la puerta al que me había de comer y que el sepulchro de mis carnes habían de ser aquellas entrañas bestiales, yo eligiera otra muy peor vida por escapar entonces la vida.

Después que el león hubo un poco a la puerta de la cueva descansado y aun acezado, fuése por la cueva adelante de una mano coxeando y gravemente se quexando, y allegándose a mí, que estaba en el suelo caído, puso su mano encima de mis proprias manos, a manera de un hombre cuerdo que descubre a otro su daño, y pide para él algún remedio. No abasta lengua para decirte, oh gran César, las fuerças que cobré y la alegría que tomé de que vi aquel ferocísimo animal estar tan manso, venir enfermo, andar tan corto y pedir ser curado, y puedes lo esto creer, porque yo estaba en aquella hora tal, que si era en manos de aquel león quitarme la vida, no tenía yo ya sentido para sentir la muerte. La enfermedad del pobre león era que de punta a cabeça tenía una espina en la mano lançada, y la mano estaba ya llena de materia y además muy hinchada, y lo peor de todo era que estaba ya llagada tan negra y tan fistolada, que apenas se parescía la espina. A la hora que con la punta de un cuchillo le abrí la hinchazón, luego salió la materia, luego le saqué la espina, luego la lavé con la orina y luego la unté con saliva, y luego la até con un poco de mi camisa; por manera, que si no hice lo que debía, a lo menos hice lo que sabía. Holgarás, oh gran César, de ver en cómo al tiempo que le rompí la hinchazón, le saqué la espina, le exprimí la materia y le até la llaga, estendía los pies, encogía las manos, volvía la cabeza, apretaba los dientes y daba entre sí algunos gemidos, por manera que si tenía el dolor como animal, lo disimulaba como hombre.

Después que le hube curado, y bien atado, toda aquella tarde y noche se estubo el león allí quedo y junto cabe mí echado, y como una persona se quexaba un rato, y reposaba otro, de manera que pasarnos toda la noche él en ese quexar y yo en le apiadar. Ya que vino el día y vimos por la cueva entrar la luz, torné de nuevo a expremirle la materia, y a untársela con un poco de saliva, de la cual yo tenía poca y muy seca, porque había dos días que no comía y otros tantos que no bebía. Dos horas después que le hube curado y que el sol era ya salido fuese el pobre león su poco a poco fuera de la cueva, al desierto, a buscar alguna cosa para que comiésemos y con que nos substentásemos, y cuando no me cato, he aquí me trae un pedaço de animal atravesado en la boca, y qué género y qué naturaleza de animal fuese yo te juro, oh buen César, que no te lo sabría decir, pues entonces no lo supe conoscer. Como vi que me aquexaba la hambre y me sobraba la carne, y me faltaba la lumbre, y que no había medio para lo poder cocer, ni menos asar, salíme fuera de la cueva y puse la carne al sol, sobre una piedra, a do con el sol terribilísimo que en aquellos desiertos no escalienta, sino que quema, aun no abastó para asarlo: comílo así enxuto y seco, aunque no sin grandísimo asco.

Cuatro días enteros y cuatro noches estuve con el león en aquella su cueva, en los cuales yo tenía cargo de le curar y él a mí de me mantener. Como había ya seis días que se me había acabado el corcho del agua, salíame de la cueva muy de mañana, antes que el sol saliese, y tomaba de aquellas yerbas más rociadas y trafalas por la boca, más para refrescarla que no porque me mataba la sed que tenía. Después que vi al león mi huéspede estar de su mano más aliviado, y aunque yo también estaba ya de aquella vida bestial ahito y aborrido, a la hora que él se fué de la cueva a caça, luego yo me salí y me fuí a absconder y esto constreñido de necesidad que no de voluntad. Venida la noche, como tornase el león a la cueva y no me hallase en ella, yo te juro de verdad, oh gran César, que le oí desde donde estaba yo abscondido dar tantos y tan dolorosos bramidos, que se me hinchieron de lágrimas los ojos, porque el pobre león mostraba sentir la soledad que sentía sin mi compañía y la falta que le hacía para su cura. Como yo estaba ya cansado de andar por aquellos bravos desiertos y de comer aquellas carnes crudas, determiné de hacer lo que aún no debiera pensar, y es de irme a buscar un lugar poblado a do hallase gente con quien hablar y conversar, y al fin pudiese matar la hambre siquiera con pan, y la insufrible sed con agua.

Como mi amo tenía tomados todos los pasos, y, sobre todo, que no eran aún mis tristes hados acabados, apenas hube llegado al primer lugar, cuando caí en manos de los que me buscaban y me seguían, los cuales, así preso, atado, agotado y arrastrado, me tornaron al cruel de mi amo, y se te decir, oh César, que quisiera yo más quedar a los pies del león muerto que no parescer delante de mi amo vivo.

Luego que a su presencia fuí llegado, començó a tomar parescer de los que me llevaban, si me empringarían, o si me degollarían, o si me ahorcarían, o si me desollarían, o si me ahogarían, de manera que ya puedes tú pensar, oh buen César, qué tal estaría mi coraçón y qué sentiría mi espíritu cuando en mi presencia se tractaba, no cómo me habían de castigar, sino de qué muerte cruel me habían de dar. Después de me haber dicho lastimosas injurias y de me haber amenazado con crueles muertes, mandó que me metiesen en la cueva a do estaban los condenados a muerte, para que con ellos me traxesen aquí a Roma, a ser manjar de las bestias, y de verdad que él acertó para más de mí se vengar, porque no hay tan cruel género de muerte como esperar cada hora ser muerto.

Este león que véis aquí cabe mí es el que yo curé de la espina y el que me tuvo tantos días en su cueva, y pues los dioses inmortales han querido que él y yo nos viniésemos a conoscer en el lugar a do nos traían a matar, de rodillas suplico, invictísimo César, que pues a las bestias me condenó mi culpa, nos dé por libres tu gran clemencia.

Esto fué lo que Andrónico al emperador Thito dixo, y lo que relató delante todo el pueblo romano. Y si la mansedumbre del león les había puesto espanto, las palabras y trabajos de Andrónico los movió a muy grande piedad, por ver los inmensos trabajos que el pobre hombre había pasado y ver cuántas veces la muerte había tragado. A muy grandes voces començó todo el pueblo a suplicar y rogar al emperador Thito fuese servido de proveer y mandar que no matasen a Andrónico, ni alanceasen al león, pues lo mejor de las fiestas había sido ver la mansedumbre del león y oír su vida a Andrónico.

De muy buena voluntad condescendió el emperador Thito a lo que el pueblo le rogó y Andrónico le pidió, y así fué que dende en adelante se andaban juntos él y el león por todas las calles y tabernas de Roma, ellos se holgando y todo el pueblo con ellos se regocijando. A manera de un asnillo trahía Andrónico a su león atado con una cuerda, y cinchado con una albarda, encima de la cual traía unas talegas llenas de pan y otras cosas que les daban por las casas y tabernas, y aun otras veces consentía que subiesen encima del león los mochachos, porque le diesen algunos dineros. A los extrangeros que de tierras extrañas venían de nuevo a Roma, y no habían visto ni oído aquella historia como pasaba, si preguntaban qué cosa era tan nueva y tan monstruosa aquélla, respondíanles que aquel hombre era médico de aquel león y aquel león era huésped de aquel hombre.

Cuanta esta historia Aulo Gelio, latino, y muy más ad longum Apio, el griego.

He aquí, pues, señor, vuestra pintura declarada; he aquí la historia peregrina hallada, he aquí vuestro ruego cumplido; he me aquí a mí, que quedo tan cansado que por ninguna cosa tomaría otra vez tanto trabajo ni me pornía en tanto cuidado.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y nos dé buena postrimería. Amén, amén.

De Toledo, a XXV de agosto de MDXXIX años.




ArribaAbajo- 29 -

Letra para don Pedro de Acuña, conde de Buendia, en la cual se toca en cómo los señores han de gobernar sus estados. Es letra muy notable para los que de nuevo heredan.


Muy illustre señor y christiano caballero:

Gonçalo de Ureña, vasallo vuestro y amigo mío, me dió una carta de Vuestra Señoría, por la cual firmáis contra mí una muy gran quexa, diciendo que ha un año que no os vi y ha seis meses que no os escrebí. Yo, señor, soy tan ocupado, y de mi natural condición tan recogido, que me es penoso visitar, y me importuno de ser visitado, no porque me visitan, sino porque me ocupan. Decía el divino Platón: «Quod amici sunt fures temporis»; quiere decir que el amigo no es sino ladrón del tiempo, y tan prolixos en el hablar, que es más mal empleado el tiempo que con ellos se pierde que no la hacienda que los ladrones nos roban. Tenemos muy gran trabajo los cortesanos con el emxambre de los que en la Corte se nos hacen amigos, de los quales se asientan muy despacio y se arrellanan en una silla, no a preguntaros algún caso de consciencia o hablar algo de la Escriptura sagrada, sino a murmurar, diciendo que el rey no firma y el Consejo que no despacha, contadores que no libran, los privados que todo lo mandan, los obispos que no residen, los secretarios que roban, los alcaldes que disimulan, los oficiales que cohechan, los caballeros que juegan y las mugeres que se desmandan. Pensad, señor, que a un hombre docto, leído y corregido y ocupado no le es más perder el tiempo en oír estas nuevas que curarse con çaraças, porque la murmuración, para que se tome gusto en ella, ha de ser malsín el que la dice y malo el que la oye. Dicen que decía el buen marqués de Santillana que lenguas malignas y orejas malignas hacían que fuesen las murmuraciones sabrosas. Hay tantos hombres en esta Corte holgazanes, sobrados, ociosos, vagamundos y malignos, que si Lorenço Temporal es tan grande oficial en refinar paños como ellos son en tundir las vidas de próximos, a buen seguro daríamos más por el resino de Segovia que por la grava de Florencia. Todo esto digo, señor Conde, para que hayáis por desculpado a mi descuido y para que conozcáis mi condición, la cual no se estiende a más con sus amigos de que a sus cartas les responda y que alguna vez les escriba.

Ante todas las cosas, quiero daros el para bien de la sentencia que dieron por Vuestra Señoría, en la cual os aplicaron la villa de Dueñas, y el condado de Buendía, en el cual plega a nuestro Señor daros muchos años para gozarle, y hijos para heredarle, porque no es pequeña lástima ver que los hijos estraños herederen los sudores proprios.

Escrebísme, señor, en vuestra carta que ruegue a nuestro Señor le dé su gracia, así para se salvar como para ese estado gobernar, a lo cual yo respondo que les mando mucha mala ventura a los de esa villa de Dueñas, si no han de ser más bien tractados de cuanto fueren mis sacrificios a Dios aceptos. ¿No os parece que siendo yo hombre pecador, religioso pecador, y cortesano pecador, terné harto que rogar a Dios por mis pecados, sin que tome a cuestas los vuestros? Mucho le place a Dios la oración del justo; mas mucho más se huelga con la enmienda del pecador, porque muy poco aprovecha aumentar el uno las oraciones si no disminuye el otro de los pecados. Si queréis acertar a gobernar bien ese condado, començá la gobernación en vos mismo, porque es imposible que sepa gobernar república el que no sabe regir su casa, ni ordenar su persona. Cuando el señor es manso, honesto, casto, sobrio, callado, sufrido y devoto, todos los de su casa y república lo son, y sí por caso hay algunos criados absolutos o disolutos, ser lo han retraídos y abscondidos, lo cual no es a culpa del señor, porque no hace poco el que en su casa nadie osa ser malo. En las casas a do el señor es ambicioso, bullicioso, trasagón, mentiroso, glotón, jugador, infamador y adúltero, ¿qué mayordomo podrá con los criados para que sean buenos, viendo que no hacen sino lo que hacen sus amos? Las palabras de los señores espantan, mas a sus buenas obras animan, y el fin a que decimos esto es, porque los criados y vasallos suyos antes immitarán las obras que les vean hacer labras que les oyen decir. El cargo que tiene un abad de sus monjes y un prior de sus frailes, aquél tiene un caballero de sus criados, porque no cumple un señor con pagar a sus criados lo que les debe, sino que han de hacer también lo que deben. Cosa lastimosa es de ver que una madre envía a su hijo en casa de un caballero, vestido, calçado, vergonçoso, honesto, ocupado, recogido, bien criado y devoto, y a cabo de un año anda el pobre moço roto, descalço, disoluto, goloso, tahur, mentiroso y revoltoso, por manera que le fuera menos mal habérsele muerto que haberle enviado a palacio. En este caso sea la conclusión que de tal manera ordenéis vuestra vida y gobernéis vuestra casa, que tengan los vuestros qué mirar y los estraños qué loar.

Que el caballero debe ser a Dios grato y con los hombres piadoso.

Es también muy necesario tengáis siempre en la memoria las mercedes que os ha hecho nuestro Señor, en especial que para daros ese condado mató al Conde, vuestro hermano; murió la señora Condesa, desheredó a vuestra sobrina, dieron contra el Almirante una sentencia; por manera que debéis a Dios, no sólo el dárosle, mas aún el desembaraçárosle. Sed cierto, señor, que delante de Dios, aunque todos los pecados son graves, el pecado de la ingratitud se tiene por gravísimo, porque Dios no quiere nada de lo que tenemos, sino que le seamos de lo que nos dió gratos. Dad gracias a Dios porque os crió, porque os redimió y aún porque os remedió, que a la verdad con ese estado y condado, si tenéis cuenta con la renta y medida en la despensa, podéis a nuestro Señor servir y muy honradamente vivir. Aunque ese condado os ha costado muchos trabajos, peligros, pleitos, enojos y dineros, no os toméis con Dios, pensando que lo hubisteis por vuestra buena diligencia, sino confesad que os le dió su muy gran misericordia, porque las victorias y mercedes que Dios nos hace podémoslas desear, y aun pedir, mas no merescer. Acordaos, señor, que os sacó Dios de enojos a descanso, de pobre a rico, de pedir a dar, de servir a mandar, de miseria a opulencia y de ser don Pedro a llamaros conde de Buendía; por manera que debéis a Dios, no sólo el estado que os dió, mas aún la miseria de que os sacó. ¡Oh, cuánta merced Dios hace al hombre que le dió qué dar, y no le puso en estado de a nadie pedir! Porque a los rostros vergonçosos y a los coraçones generosos no hay trabajo que así les traspase las entrañas como entrar a pedir por puertas agenas. Plutarco cuenta del gran Pompeo que como estuviese malo en Puzol y le dixesen los médicos que para sanar y convalescer le convenía comer de unos zorzales que criaba el cónsul Lúculo, respondió: «Más quiero morir o no sanar que enviárselos a pedir, porque a Pompeo no le criaron los dioses para pedir, sino para dar». Digo esto, señor, para que miréis que, pues Dios os hizo merced de no pedir a nadie mercedes, no os descuidéis de dar como os daban, socorrer como os socorrían y partir como con vos partían, porque de los bienes temporales que Dios nos da no somos señores, sino repartidores. Aunque el condado de Buendía no tenga grandes rentas, todavía podéis hacer con él algunas buenas obras; que, como hemos dicho, el caballero que sabe regir su casa y tantear su hacienda, terná qué gastar, terná qué guardar y terná qué dar, porque los príncipes y poderosos señores no se pueden llamar grandes por los superbos estados que cienen, sino por las grandes mercedes que hacen. El oficio del labrador es cavar; el del monje, contemplar; el del ciego, rezar; el del oficial, trabajar; el del mercader, trampear, el del usurero, guardar; el del pobre, pedir, y el del caballero, dar, porque el día que el caballero comiença a thesorar hacienda, aquel día pone en pregones su fama. En las casas de los señores y parientes mayores han de ser los hermanos, los primos, los cuñados, los sobrinos y todos los otros deudos favorescidos en sus negocios y socorridos en sus necesidades, de manera que no haya para ellos hora vedada, ni puerta cerrada. No es menos sino que hay algunos hermanos, primos y sobrinos, tan pesados en el hablar, tan importunos en el visitar y tan descomedidos en el pedir, que hazen a hombre enojarse y aún amohinarse, y el remedio para con los tales es socorrerles la necesidad y apartarlos de la conversación.

Hallaréis agora en vuestro condado escuderos de vuestro padre, criados de vuestro hermano, allegados de vuestra casa y amigos de vuestra valía, a los cuales todos habéis de mostrar buena cara, decir dulces palabras, dar buena esperança y hacer algunas mercedes, porque si con aquéllos fuésedes ingrato, caheriades en gran indignación del pueblo. Hallaréis también, señor, algunos escuderos vicios y algunas viudas pobres, a las cuales vuestros pasados mandaron dar alguna ración o quitación, por trabajos que pasaron o por servicios que les hicieron; guardaos mucho de no se lo quitar, ni aun disminuir, porque allende que para vos sería miseria y a ellos haría gran falta, en lugar de rogar a Dios por vuestra vida pedirán a Dios de vos vengança. Sin comparación habéis de tener más temor de injuriar a los pobres, que no a los ricos, porque el rico véngase con las armas y el pobre con las lágrimas. Hallaréis también en vuestro condado algunos moços y moças, hijos que fueron de criados y criadas antiguas, y los tristes huérfanos ni tienen padres que los abriguen, ni hacienda con que se substenten; debéis, señor, en tal caso, a los hijos criar y a las hijas remediar, porque no hay en el mundo limosna a Dios tan acepta como remediar a una doncella que está a punto de ser mala. Así como es gran pecado hacer a otro pecar, así meresce mucha gloria el que no dexa a otro que caiga, que a la verdad más se debe al que nos quita de tropeçar que al que nos ayuda a levantar.

Hallaréis también algunos hombres y mugeres de los cuales os dirán que fueron afectionados a una parcialidad y apasionados a otra; en tal caso no curéis de hacer pesquisa y menos de tomar vengança, porque los coraçones generosos nunca se han de tener por injuriados, sino es de otros señores como ellos. Si algún desacato o enojo os hizo algún hombre de vuestro estado, ternía por más seguro disimularlo que vengarlo, porque ya podría ser que pensando que eran acabados los pleitos, se os levantasen de nuevo otros más indigestos enojos. El señor, con el vasallo, súfrese que le castigue, mas no que dél se vengue, pues es cierto que el otro, no sólo se ha de defender, mas aún intentar de ofender, y la ofensa será levantándole la tierra y infamándole la persona. Si queréis vengaros de los que os desirvieron, sed grato a los que os siguieron y sirvieron, porque de esta manera quedarán los unos pagados y los otros confusos. Sea, pues, en este caso la conclusión que de mi parescer y voto no curéis, señor, acordaros de las injurias que os hicieron, sino de los servicios que agora os hacen, y ni curéis tomar puntas ni repelos con vuestros vasallos, porque en cosa de común y libertad, el que más paresce que os sirve, aquel es el que más de coraçón os vende.

Que el caballero administre justicia en su tierra.

Es también necesario, para gobernar bien a vuestros vasallos, os dexéis gobernar de hombres virtuosos y experimentados, porque no hay hombre en el mundo tan sabio que no tenga necesidad del consejo ageno. No sin grave consideración diximos que tomase hombres expertos, y no diximos que tomase hombres letrados, porque los pleitos han se de encomendar a los letrados, mas la gobernación de república a los hombres cuerdos, pues vemos cada día por experiencia cuánta ventaja hay del que tiene buen seso al que no sabe más de a Bártulo. Si halláredes alguno que juntamente sea letrado y sesudo, no dexéis de echarle la mano, ni desaveniros con él por cualquier prescio, porque letras para sentenciar y prudencia para gobernar, dos cosas son que las desean muchos y las alcançan pocos. Guardaos, señor Conde, de encomendar vuestras tierras a bachilleres bogales que salen de Salamanca, los cuales, como traen la sciencia en los labios y el seso en los calcañares, primero que acierten a hacer justicia os ternán escandalizada la república, y aun robada toda la tierra. Los que salen de los colegios y de las universidades, como se aten a lo que dicen los libros y no a lo que se vee por los ojos, a lo que dice su sciencia y no a lo que se halla por experiencia, son los tales buenos para abogar, mas no para gobernar, porque tienen necesidad de cercenarlos y aun de espumarlos. Creedrne, señor, y no dudéis que el arte de gobernar ni se vende en París, ni se halla en Bolonia, ni aun se aprende en Salamanca, sino que se halla con la prudencia, se defiende con la sciencia y se conserva con la experiencia. Platón, en los libros de su República, decía estas palabras: «Consilium peritorum ex apertis obscura, ex parvulis magna, ex proximis remota, ex partibus tota estimat». Como si dixese: «El hombre cuerdo y experimentado lo claro tiene por obscuro; lo pequeño, por grande; lo cercano, por remoto; lo junto, por derramado, y lo cierto, por dubdoso». De estas palabras de Platón se puede coligir que va de la sciencia a la experiencia, pues vemos que el hombre inexperto todo lo tiene por fácil, y el que es experto todo lo tiene por dificultoso. Mucha merced hace Dios a los que no trahe a manos de capitanes superbos, de pilotos temerarios, de letrados desalmados, de médicos nescios y de jueces inespertos, porque el capitán superbo pelea sin tiempo y el piloto temerario echaos a lo hondo, el letrado desalmado pierde os el pleito y el médico necio quita os la vida, y el juez inexperto roba os la hacienda. Los jueces de quienes habéis de confiar vuestra conciencia y encomendar vuestra república, han de ser honestos en la vida, rectos en la justicia, sufridos en las injurias, medidos en las palabras, justificados en lo que mandan, rectos en lo que sentencian y piadosos en lo que executan. Guardaos de jueces mancebos, locos, osados y temerarios, y sanguinolentos, los cuales, a fin que suene en la corte su fama y les den allí una vara, harán mil crueldades en vuestra tierra, y darán mil enojos a vuestra persona, por manera que a las veces hay más que remediar en los desatinos que ellos hacen que no en los excesos que los vasallos cometen. Miento si no me acontesció en Arévalo, siendo yo guardián, con un juez nuevo y inexperto, al cual, como yo riñese porque era tan furioso y cruel, me respondió estas palabras: «Andad, cuerpo de Dios, padre guardián, que nunca da el rey vara de justicia sino al que de cabeças y pies y manos hace pepitoria». Y dixo, más: «Vos, padre guardián, ganáis de comer a predicar, y yo lo tengo de ganar a ahorcar, y, por Nuestra Señora de Guadalupe, prescio más poner un pie o una mano en la picota que ser señor de Ventosilla». Como yo oí mentar a Ventosilla, repliquéle esta palabra: «A la verdad, señor alcalde, justamente os pertenesce el señorío de la Ventosa, porque vos no cabríades en Ventosilla».

Prosiguiendo, pues, nuestro intento, es de saber que a los que llamaban los romanos censores llamamos nosotros corregidores, y era ley entre ellos inviolable que a ninguno hiciesen censor sin que por lo menos pasase de cuarenta años, fuese casado y tenido por honesto, medianamente rico, no infamado de cobdicioso, y que en otros oficios de la república fuese experimentado. Julio César, Octavio, Augusto, Thito, Vespasiano, Nerva Coceyo, Trajano el Justo, Antonino Pío y el buen Marco Aurelio, todos estos tan ilustres príncipes del oficio de censores subieron a ser emperadores, por manera que en aquellos tiempos no proveían a las personas de oficios, sino a los oficios de personas.

Para oficios de gobernador, alcalde y corregidor, muchos os lo pedirán y muchos os lo rogarán; mas guardaos de a nadie lo prometer, ni por ruegos y importunaciones le dar, porque la hacienda podéisla dar a quien se os antojare, mas la vara de justicia, a quien la meresciere. También os pedirán la vara de justicia algunos vuestros criados, en pago y remuneración de algunos servicios, y de mi voto y parescer, menos lo habéis de dar a éstos, que no a otros, porque con decir que son vuestros criados, y que creis más a ellos que a otros, los del pueblo no se os osarán quexar, y ellos ternán licencia de más robar. Si algún hombre o muger viniere delante vos, señor, a quexarse de vuestra justicia, escuchadle de espacio y de buena gana, y si lo que os dixere hallardes ser verdad desagraviad a él, y reprehended a vuestro alcalde, y si no fuere así,declaradle ser justo lo que le manda, y injusto lo que él pide, porque la gente baxa, y plebeya las palabras del señor tienen como evangelio y las del oficial como de apasionado. Si el alcalde que tomáredes no conviene que sepa robar y cohechar, mucho menos conviene a vos, señor que seáis avaro y cobdicioso, porque a costa de la justicia no ha de aprovechar vuestra cámara. Avisad a vuestras justicias, que los delictos graves, sanguinolentos, atroces y escandalosos, en ninguna manera los rediman a dineros, porque es imposible que nadie viva seguro, ni aun ande camino, si en la república no hay açote, horca y cuchillo. Hay tantos traviesos, vagamundos, ladrones, homicianos, bandoleros y sediciosos, que sí pensasen escaparse de las justicias por dineros, nunca dexarían de hacer delictos, y por eso conviene que sea el juez cauto y crudo, para que ni todos los males castigue por el cabo, ni que alguna vez dexe con voz del rey de honrrar al pueblo. Debéis también, señor, proveer en que los oficiales de vuestra audiencia, es a saber, letrados, procuradores y escribanos sean fieles en los procesos que hacen, y no tiranos en los derechos que llevan, porque cada día acontesce que viniéndose a quexar alguno de alguno no le hacen justicia de quien dió la querella, y hácenle justicia de la bolsa que lleva. Avisad también a vuestros jueces que despachen los negocios con brevedad y con verdad, y digo con verdad para que sentencien justo, y digo con brevedad para que sea presto, porque a muchos pleiteantes acontesce que sin alcançar lo que piden, gastan cuanto tienen. Debéis, señor, proveer y mandar a los ministros de vuestra justicia que no deshonrren, maltraten, ni afrenten a los que vienen a vuestra audiencia, sino que sean mansos, modestos y bien criados, porque a las veces siente más el triste pleiteante una desabrida palabra que le dicen que no la justicia que le dilatan. A la verdad, hay oficiales tan, absolutos, descomedidos y malcriados, que presumen y hacen más fieros con una péñula, que Roldán con una espada. Proveed también, señor, en que vuestros jueces no se dexen mucho visitar, acompañar y mucho menos servir, pues no puede el juez tener con ninguno amistad estrecha que no sea en perjuicio de la justicia, porque muy pocos son los que se llegan al juez por lo que él vale, sino por lo que en el pueblo puede. Disensiones, enojos y pundonores, entre vuestros oficiales de justicia, ni los disimuléis, ni mucho menos lo consintáis, porque a la hora que entre ellos nazcan enojos se ha de partir el pueblo en dos bandos, de lo cual podrían resultar muchos escándalos en la república, y grandes desacatados a vuestra persona. Concluyendo, pues, en este caso digo que si queréis tener a vuestra tierra en justicia, conozcan de vos vuestros oficiales que la habéis gana, y que por ningún ruego ni interés habéis de torcer en ella, porque si el señor es justo, nunca osará el oficial ser injusto.

Que el caballero sea manso y bien criado.

Es también necesario para la buena gobernación de vuestra casa y república que de tal manera os hayáis con vuestros súbditos, que a los menores tractéis como a hijos, y a los iguales como a hermanos, a los mayores como a padres y a los estraños como compañeros, porque mucho más os habéis de presciar de tenerlos por amigos que no de mandarlos como vasallos. La diferencia que hay del tirano al señor es que el tirano, con tal que sea servido, dásele poco que sea amado, mas el que es señor y cuerdo antes elige ser amado que no ser servido, y a la verdad él tiene razón, porque la persona que me da el coraçón nunca me niega la hacienda. El gran philósopho Ligurguio, en las leyes que dió a los lacedemones, mandaba y aconsejaba que a los hombres ancianos de su república ni les dexasen hablar en pie, ni les consintiesen tener las cabeças descubiertas; y digo esto, señor, porque ninguna cosa disminuirá de vuestra auctoridad y gravedad en que digáis a uno «cubríos, compadre», y digáis a otro «asentaos, amigo». El buen emperador Thito, la causa de ser tan bien quisto fué que a los vicios llamaba padres; a los moços, compañeros; a los estrangeros, parientes; a los privados, amigos, y a todos, en general, hermanos. El señor que es bien criado ámanle los estraños y sírvenle los suyos, porque la criança y buen comedimiento más honra al que le hace que no al que se hace. No estoy bien con muchos señores con los cuales van a hablar y negociar hombres viejos, honrados y cuerdos, aunque pobres, y no les dirán «levantaos» ni «cubríos», y muy menos «asentaos», pensando que consiste toda su grandeza en que no les manden dar silla ni quiten a ninguno la gorra. Notad y mirad bien esto que os digo, señor Conde, y es que la auctoridad y grandeza de los señores no consiste en tener a sus vasallos arrodillados y desbonetados, sino en bien los gobernar y no los despechar. Como un caballero valeroso y generoso, aunque mal criado, le oyese yo siempre decir a cada uno con quien hablaba «vos», «vos» y «él», «él», y que nunca decía «merced», díxele yo: «Por mi vida, señor, que pienso muchas veces entre mí que por eso Dios ni el rey nunca os hacen merced; porque jamás llamáis a ninguno merced». Sintió tanto esta palabra, que dende adelante paró el decir «vos», y llamaba a todos «merced».

A todos los que vinieren a hablar y a negociar con Vuestra Señoría, debéis tractar y honrar y acatar como cada uno meresce y en el grado que estuviere, mandando a los viejos cubrir, y a los moços levantar y aun algunos asentar, porque si huelgan de serviros como vasallos, no quieren que los tractéis como a esclavos. A muchos vasallos vemos cada día levantarse contra sus señores, no tanto por los tributos que les llevan, cuanto, por los malos tratamientos que les hacen. Tened, señor, en la memoria que vos y vuestros vasallos tenéis un Dios que adorar, un rey que servir, una ley que guardar y una tierra do morar y una muerte que temer; y si esto tenéis delante los ojos, hablar los heis como hermanos, y tractarlos heis como christianos. Sobre todas las cosas, os guardad mucho de decir a súbdito o vasallo vuestra palabra que lastime a su linage o injurie a su persona, porque no hay villano de Sayago tan insensato que no sienta más la lástima que le dicen, que no el castigo que le dan. Hay otro mayor daño en esto, y es que entre gente común y plebeya responde por la injuria toda la parentela y la afrenta de uno toman por sí todos, de lo cual suele algunas veces acontescer que por vengar una palabra se levanta contra el señor la república. Tomad, señor, este consejo de mí en este caso, y es que si algún vasallo vuestro hiciere lo que no debe, os determinéis de castigarle, y no de lastimarle, porque el castigo pensará que es por justicia y la palabra vuestra que le decís por malicia. Por descubrimientos que tengáis y enojado que estéis, guardaos de llamar a nadie «bellaco», «judío», «sucio» ni «villano», que allende que estas palabras más son de bodegoneros que de caballeros, es obligado un caballero de ser tan castigado en el hablar como lo es una doncella en el vivir. Ser un señor desbocado, mal criado y boquirroto, no le puede venir sino de ser malencánico, cobarde y temeroso, pues a todos es notorio que a la muger pertenesce vengarse con la lengua, que al caballero no, sino con la lança. Tenía el rey Demetrio una amiga que había nombre Lamia, la cual, como dixese a Demetrio que por qué no hablaba y se regocijaba, respondió él: «Calla, Lamia, y déxame, pues también hago yo mi oficio, como tú el tuyo, porque el oficio de la muger es hilar y parlar, y el del hombre callar y pelear». Abofetear a los moços de cámara, remesar a los reposteros y acocear a los pajes, no lo debéis, señor, hacer, ni aun en vuestra presencia consentir, porque en los palacios de auctoridad y gravedad, al señor pertenesce reñir, y al mayordomo castigar. Si mandardes castigar o açotar algún paje o criado, proveed que sea en lugar apartado y secreto, porque muy estraño ha de ser del señor generoso y valeroso ver alguno llorar, ni oír a nadie quexar. Loan mucho los historiadores a Octaviano Emperador, el cual nunca consentía que de nadie se hiciese justicia, estando él dentro de los muros de Roma, sino que para quitar a uno la vida, se iba él a caça. Por el contrario, reprehenden mucho los historiadores al emperador Aureliano, el cuál delante de sus proprios ojos hacía açotar y castigar a sus siervos, lo cual él por cierto no debiera hacer, porque tanta ha de ser la clemencia de los príncipes, que no sólo no han de ver justicia, mas aún ni al que justician.

Guardaos, señor, de presumir de contar gracias, componer mentiras, relatar fábulas y presentar donaires, porque primos hijos de hermanos son el hombre loco y el caballero donoso. A los oficiales y criados de vuestra casa, tenedlos corregidos, amonestados y aun amedrentados, para que no revuelvan ruidos, talen huertas, ni deshonrren mugeres casadas, por manera que no osen hacer los criados lo que no osarían mandar sus amos. A los moços y pajes que tuvierdes, hacedles aprender los mandamientos, confesar la cuaresma, ayunar las vigilias, guardar las fiestas y ir a misa el domingo, porque nunca Dios os hará merced si no os presciáis más que sirvan a Dios, que no a vos. A los que jugaren en vuestra casa naipes y dados, y dineros secos, no sólo los castigad, mas aun los despedid, porque el vicio del juego no se puede substentar sino hurtando o trampeando. A los pajes y moços que hubierdes de meter en vuestra cámara, escoged los que sean cuerdos, honestos, limpios y callados, porque los moços parleros y boquirrotos estragaros han la ropa y enlodaros han la fama. Mandad al maestresala que enseñe a los pajes andar limpios y sacudir la ropa, alçar el antepuerta, servir a la mesa, quitar la gorra, hacer reverencia y hablar con criança, porque no se puede llamar palacio a do falta en el señor la vergüença y en los criados la criança. Del criado que fuere virtuoso y a vuestra condición grato, fiadle vuestra persona, mande vuestra casa, encomendadle vuestra honrra y dadle vuestra hacienda, con tal que no sea señor absoluto en la república, porque el día que a él tuvieren en algo han de tener a vos en poco. Si queréis rescebir servicios y ahorrar de enojos, a nadie déis tanta mano en vuestro estado para que el criado se os atreva y el vasallo os desobedezca.

Habéis, señor, también de advertir en que como entráis agora de nuevo, no intentéis de hacer muchas novedades, porque toda novedad, cuanto place al que la hace, tanto desplace al que se hace. Lactancio Firmiano dice que la república de los siciomios duró más que la de los griegos, egipcios, lacedemones y romanos, porque en setecientos y cuarenta años nunca hicieron una pregmática, ni quebrantaron una ley. A los que os aconsejaren que renovéis alcaldes, mudéis justicias y hagáis pregmáticas, y que os sirváis de otras personas, mirad mucho si lo hacen porque vos acertéis o porque a ellos mejoréis, porque ley era entre los athenienses que no tuviese voto en la república el que pretendiese tener intereses en lo que aconsejaba. Agora, en los principios, habéis de mirar mucho de quién os fiáis y con quién os consejáis, porque si el consejero espera sacar de allí algún interese, hacia allí encamina el consejo, a do tiene inclinada la voluntad, de manera que si el tal es cobdicioso, busca qué robar, y si enemistado, cómo se vengar. Ya que halléis en vuestra casa qué corregir y en vuestra república qué castigar, no os aconsejo que todas las cosas a tropel las enmendéis, ni reforméis, porque las costumbres antiguas de la república no es justo ni aun seguro las queráis quitar de súbito, habiéndose ellas introducido poco a poco. Las costumbres que no tocan en la fe, ni ofenden a la Iglesia, ni escandalizan la república, ni las quitéis ni las alteréis, lo cual, si no lo hicierdes por ellos, hacedlo por vos; porque, si yo no me engaño, en la casa do mora la novedad se aposenta la liviandad.

También, señor, os aconsejo que de tal manera midáis vuestra hacienda, que no viva ella con vos, sino vos, señor, con ella; y si digo esto, es porque hay muchos caballeros de vuestro estado que con hacienda agena tienen muy gran casa. Al que tiene mucho y gasta poco llámanle escaso, y al que tiene poco y gasta mucho, tiénenle por loco; a cuya causa deben los hombres vivir de tal manera que ni los noten de míseros en el guardar, ni los acusen de pródigos en el gastar. No seáis, señor Conde, de los que tienen dos cuentos de hacienda y cuatro de locura, los cuales siempre andan tomando emprestado, sacando a cambio, arrendando, adelantando y vendiendo el patrimonio, de manera que todo su trabajo consiste, no en mantener la casa, sino en substentar la locura.

Otras muchas cosas pudiera, señor, deciros en esta materia, las cuales dexa de escrebir mi pluma por remitirlas a vuestra prudencia.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda.

De Valladolid, a III de noviembre.




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Letra para el almirante don Fadrique Enrriquez, do declara que los viejos se guarden del año de sesenta y tres.


Muy ilustre archimarino.

Osaré con verdad escrebir a Vuestra Señoría que ninguna cosa a la sazón estaba tan fuera de mi memoria como era su carta cuando la vi entrar por mi celda, y luego imaginé entre mí que me escrebía alguna burla, o me enviaba a declarar alguna dubda. Al propósito desto, decía el divino Platón que tanta es la excelencia del corazón sobre todos los otros miembros del hombre, que muchas veces se engañan los ojos en lo que veen y acierta el corazón en lo que piensa. El cónsul Silla, como viese a Julio César, siendo moço, andar mal abrochado y peor ceñido, a cuya causa le juzgasen muchos por flojo y aun por bobo, decía Silla a todos los de su bando: «Guardaos de este moço mal ceñido, que, aunque parece así, éste ha de tiranizar a Roma y asolar mi casa». Plutarco, en la vida de Marco Antonio, cuenta de un griego que había nombre Tholomeo, al cual, como le preguntasen que porqué no hablaba ni conversaba con hombre de toda Athenas, sino con Alcibiades el mancebo, respondió: «Porque me da el coraçón que este moço ha de abrasar a Grecia, y escandalizar a Asia». El buen emperador Trajano decía que nunca se engañó en tomar amigos y en conoscer enemigos, porque luego el coraçón le decía a quién se había de allegar y de quién se había de recatar. Si bien queremos mirar en ello, ni el corazón de Silla se engañó en lo que prophetizó de Julio César, ni el coraçón de Tholomeo le mintió en lo que adevinó de Alcibiades, porque el uno quitó la libertad de Roma y el otro obscureció la gloria de Grecia. He querido decir todo esto a Vuestra Señoría para que veáis en cómo mi coraçón no se engañó en adevinar lo que escrevíades y aun lo que queríades. Podré con verdad decir que algunas veces, señor, me escrebís algunas burlas que me alegran y otras veces me pedís algunas cuestiones que me desvelan. Pues Vuestra Señoría tiene el juicio tan claro, la memoria tan facunda, la escriptura tan en prompto, el tiempo tan repartido y sobre todo gran presteza en el escribir y mucha costumbre en el leer, muy grande agravio me hace en importunarme tantas veces a que le declare lo que no entiende y a que le busque lo que no halla. Exponerle como le expuse los versos de Homero, declararle el Tipheo de Antigon, buscarle la historia de Mithidas el Tebano y relatarle la cervatica de Sertorio, no piense que se hizo a tan sin trabajo, que a ley de bueno le juro me desvelé en lo buscar, me enhastié en lo ordenar y me cansé en lo escrebir. Otros muchos señores destos reinos, y aun de fuera dellos, me escriben y aun me piden, les declare algunas dudas y les envíe algunas historias, las cuales dudas y demandas todas son llanas y abonadas, y que a tres vueltas las hallo entre mis escripturas; mas Vuestra Señoría es tan amigo de novedades, que como siempre me pide historias peregrinas, no puede mi juicio andar sino peregrinando.

Viniendo, pues, al caso, decís, señor, que os escribió el conde de Miranda que once días antes que el buen Condestable don Íñigo de Velasco muriese, me oyó decir y certificar que se había de morir, y que dado caso, que entonces dixe lo que sucedería, no quise declararle cómo lo sabía. Escrebisme, señor, que os escriba si lo dixe de veras o lo dixe burlando, o si vi en el enfermo algún prenóstico, o si yo sé en este caso algún gran secreto; el cual yo le quiero descubrir, si me promete de guardar en secreto, y que no me será dél ingrato. La verdad es que lo dixe yo al conde de Miranda, y aun al doctor Cartagena, y no lo supe por revelación como propheta, ni lo alcancé en cerco, como nigromántico, ni lo hallé en Tholomeo, como astrólogo, ni lo conoscí en el pulso, como médico, sino que lo supe como philósopho, porque el buen Condestable andaba en el año climatérico. A la hora que supe estar el Condestable enfermo, pregunté que qué años tenía, y como me dijesen que sesenta y tres, luego dixe que corría su vida muy gran peligro, porque estaba en el año para morir más peligroso.

Para entendimiento desto es de saber que toda la vida humana es semejante a una enfermedad larga y peligrosa, en la cual se mira mucho el día séptimo, y el día noveno, porque en aquellos días créticos mejoran o empeoran los enfermos. Lo que en el enfermo llama término el phísico, llama en el sano clima el philósopho; y de aquí es que de siete en siete años, y de nueve en nueve años mudan los hombres la complexión, y aun muchas veces la condición. Que esto sea verdad paresce claro en que el hombre que agora es flemático, le vemos tornar colérico, y al que es furioso, tornarse manso, y al que es próspero, tornarse desdichado, y aun al que es cuerdo, tornarse loco; lo cual todo proviene que después de los siete o nueve años mudaron, como diximos, las condiciones y aun las complexiones. Es también de saber que en todo el discurso de nuestra vida siempre vivimos debaxo de un solo clima, que es de siete o de nueve años, excepto en el año de sesenta y tres, en el cual se juntan dos términos o climas: es a saber, nueve sietes o siete nueves, porque nueve veces siete y siete veces nueve son sesenta y tres años, y por eso mueren allí muchos viejos. Los que llegan al año de sesenta y tres deben vivir muy regalados y aun andar muy recatados, porque es aquel año tan peligroso que ninguno le pasa sin padescer en él algún peligro. Muchos y muy notables varones en tiempos pasados y aun presentes murieron en aquel año de sesenta y tres; mas junto con esto digo que el hijo que viere pasar deste término a su padre, no espere que tan aína le verá morir, ni menos le espere de heredar. Los príncipes romanos y griegos, después que se veían escapados del año de sesenta y tres hacían muy grandes mercedes a los suyos y aun ofrescían no pequeños dones en los templos, según se lee que lo hizo el emperador Octavio, el emperador Antonino Pío y el buen Alexandro Severo.

He querido, señor, daros cuenta de la historia, o, por mejor decir, de esta philosophía, para que sepáis cómo yo adeviné la muerte del buen Condestable de Castilla, al cual vimos todos sus deudos y amigos dentro del año de sesenta y tres començar a enfermar, y aun acabarse de morir. A todos los grandes deste reino tengo yo a unos por deudos, a otros por señores, a otros por vecinos, a otros por conoscidos, y, entre todos, tenía a él por particular señor y amigo, porque le hallaba de muy buena conversación y de muy sana condición. Era el buen Condestable manso en el mandar, justo en el gobernar, cuerdo en el hablar, largo en el gastar, animoso en el pelear, piadoso en perdonar y muy buen christiano en su vivir. Pues Vuestra Señoría y él fuistes capitanes en la guerra y visorreyes en la paz, no me neguaréis ser verdad lo que digo, y aun que dexo dél mucho más que decir. Luego que distes, y aun vencistes, la batalla de Reniega, cabo Pamplona, me acuerdo que llegando yo a Vuestra Señoría que me firmase dos cédulas, una que tocaba a justicia y la otra a hacienda, me dixistes, señor, estas palabras: «Comigo, padre maestro, acabado tenéis que haga lo que queréis, y firme lo que pedís; mas es necesario que informéis primero al condestable del caso y le hagáis relación de la calidad del negocio, porque es muy recatado en las mercedes de hacienda y muy escrupuloso en las cosas de justicia». El buen Condestable tuvo comigo muy estrecha familiaridad, y yo con él inviolable amistad, y sobre este fundamento siempre comunicaba comigo cosas de consciencia y descargos de su hacienda, en lo cual todo siempre conoscí dél que procuraba de acertar y se apartaba de errar. No sé más, señor, en esto que os escriba, sino que el buen Condestable, si acabó aquí, en Madrid, su vida, a lo menos en mi chrónica quedará inmortal su memoria.

De Madrid, a XV de octubre de MDXXIX.