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Luis Vélez de Guevara y sus obras dramáticas

Emilio Cotarelo y Mori






ArribaAbajo- I -

Desde que sabemos de un modo indudable que Lope de Vega compuso más de 2.000 obras dramáticas, incluyendo los autos sacramentales, ya no parecerá increíble que el maestro Tirso de Molina escribiese en catorce años más de 300 comedias, aunque a nosotros haya llegado sólo una muy escasa tercera parte, y que Luis Vélez de Guevara diese al teatro más de 400 en el largo discurso de su vida.

Así lo afirma quien mejor que nadie podía saberlo, que fue su propio hijo don Juan Vélez1, autor dramático igualmente, si bien menos fecundo que su ilustre padre.

Pero todos los esfuerzos de los modernos bibliógrafos no han podido arribar a recoger más que unos 80 títulos de dramas, entre auténticos y dudosos, que puedan adjudicarse al célebre autor del Diablo Cojuelo, es decir, menos que la cuarta parte.

La cifra, con todo, es bastante considerable para juzgar con fundamento de su mérito como dramaturgo, si no es que la proporción de buenas y malas o medianas, entre las piezas no conocidas, sea diferente de la que puede establecerse con respecto a las que han llegado a nosotros.

Lo que de todas aparece, en primer término, es que Vélez era un poeta desigual, indisciplinado, librado a su propia fantasía, con atisbos geniales muchas veces y no pocas con flaquezas y caídas, sólo explicables por la necesidad de escribir mucho y presto ante las exigencias de su pobreza casi continua y algunas veces extremada.

La biografía de los literatos célebres razona casi siempre el carácter y tendencias de sus escritos, y en nadie como en Vélez se ve comprobada esta aserción, más exacta, en general, que la inversa y menos equívoca, aunque la una se completa con la otra.

Más de la mitad de las comedias de Vélez son históricas, legendarias o genealógicas. ¿Es que su alma grande sentía como Lope reconcentrarse en sí el genio de la raza y el amor del pueblo, español a sus tradiciones gloriosas? Nada de eso. La propensión ingénita de Vélez era a la sátira por un lado, y, por otro, a reflejar la vida usual y corriente, tales y como aparecen en su Diablo Cojuelo, la única obra verdaderamente suya, escrita con entera libertad y en que sólo procuró agradarse a sí mismo.

Luis Vélez, como el bilbilitano Marcial o como el cordobés Montoro, arrastró una vida algo parasitaria y servil. Y así como el poeta latino no tenía más deseo que agradar a Domiciano y luego a su sucesor en el imperio, y así como el triste ropero de Córdoba mendigaba casi los desperdicios de la mesa de los señores de Aguilar, también Luis Vélez se veía forzado a halagar la vanidad de los Sandovales, Mendozas, Téllez-Girón, Guzmanes y otros grandes señores de la corte de los dos Felipes III y IV.

¿Cómo, a pesar de eso, no logró el bienestar material que obtuvieron por el mismo camino otros poetas, tales como don Antonio de Mendoza, Villaizán, Mira de Amescua, los Argensolas, Rioja y Coello?

La respuesta quizás esté en las condiciones morales de Vélez. Sabemos que era maldiciente, poco agradecido, descontentadizo y rebelde a aquella domesticidad que, por lo visto, era necesaria para subir a los mejores empleos. Y así cambió con facilidad y frecuencia de amos y protectores, y nunca pudo obtener el aprecio franco del Rey ni de su privado.

Por otra parte, no tenía, como suele decirse, base en qué fundar pretensiones a este o el otro empleo. No intentó ordenarse de sacerdote para obtener canonjías, dignidades o beneficios eclesiásticos como Mira, Argensola menor, Calderón o Moreto; no era letrado como Villaizán o Rioja, y, aunque no tendría menores estudios que Mendoza o que don Antonio Coello, su genio no se acomodaba a servir de contador a un personaje de título como Cáncer lo fue del Conde de Luna, o el de bibliotecario, como Bocángel del Infante Cardenal o simple maestresala, como Castillo Solórzano lo fue del Marqués de los Vélez.

Tenía además Luis Vélez otros defectos: era pródigo, imprevisor y hasta presumimos que no poco vanidoso. En sus manos el dinero se evaporaba, y así se comprende que sus mecenas se cansasen pronto de favorecerle, y él no pudiese clavar jamás la instable rueda de su fortuna.

En resolución: creemos que buena parte de culpa en su menguada suerte tendrá que recaer sobre el propio Vélez; pero quizás a eso debamos el poder hoy saborear las muchas e ingeniosas obras que brotaron de su pluma.

Sus desgracias y malaventura no bastaron a apagar el fuego de su valiente numen ni a secar las fuentes vivas de su grande ingenio.


ArribaAbajoSu vida

Nació en Écija, ciudad antigua que ya en el siglo XVI era rica y populosa. Dedicole breve, pero expresivo recuerdo el mismo Vélez en los viajes que su Diablo Cojuelo emprende por diversas regiones de España, diciendo en el tranco VI: «Esta es Écija, la más fértil población de Andalucía... que tiene aquel sol por armas a la entrada de esa hermosa puente, cuyos ojos rasgados, lloran Genil; y después, haciendo con el Darro maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y tanto pueblo de abril y mayo». Y no se olvida de su celebrado rollo, aquel «gentil árbol berroqueño que suele llevar hombres, como otros fruta».

La familia de Vélez pertenecía a la clase media y era gente de profesión liberal. Nacido en Jerez de la Frontera y vecino de Sevilla era en 1573 el licenciado Diego Vélez de Dueñas, su padre, cuando se casó en Écija con doña Francisca Negrete de Santander, natural de Écija, e hija de otro abogado, el licenciado Diego de Santander, ya difunto en el referido año, y de María de Medina, vecina de Écija. Y en cuanto a los abuelos paternos del poeta, sólo sabemos que se llamaban Alonso Rodríguez Vélez y doña Isabel de Dueñas2.

Del matrimonio del licenciado Vélez de Dueñas y doña Francisca de Santander o Negrete nacieron varios hijos, siendo, al parecer, el primero una niña, bautizada en Écija, el 8 de abril de 1577, con el nombre de Isabel, y su padrino Antonio de Santander, clérigo y vecino de la ciudad, tal vez hermano de doña Francisca. Sin duda por haberse malogrado en la infancia esta niña, pusieron el mismo nombre a otra hija bautizada el miércoles 14 de julio de 1581. Fue también su padrino Antonio de Santander, «clérigo de la dicha iglesia» de San Juan Bautista de Écija3.

El segundo vástago de aquel matrimonio, conforme a los datos allegados por algunos curiosos ecijanos, sería nuestro poeta, según reza su partida de bautismo que dice:

«Luis.-Sábado primero día del mes de agosto, año mill y quinientos e setenta y nueve años, baptice yo, el bachiller Alonso Navajas, clérigo, cura de la Iglesia del Señor San Juan, a Luis, hijo de los señores licenciado Diego Vélez de Dueñas y de doña Francisca, su ligitima mujer. Fué su padrino el yllustre señor don Alonso Chico de Molina, vecino desta ciudad, y en fe de verdad lo firmé de mi nombre.-El bachiller Alonso Navajas».4



Procrearon todavía los padres de Vélez otro hijo, que nació en 1586 y fue bautizado en lunes 17 de marzo, con el nombre de Diego, por su pariente Antonio de Santander, que era ya párroco de la iglesia de San Juan Bautista.

También se dio al cultivo de las letras, en especial de la poesía. En cierta obra que su hermano Luis publicó en 1608, como diremos, hay un soneto «de Diego Vélez de Guevara, a su hermano». Y otro se lee en la segunda parte de las Flores de poetas ilustres de España, recogidas en 1611, aunque no se imprimieron hasta nuestros mismos días5. En él se nombra «el licenciado Diego Vélez de Guevara», según lo cual se habría hecho clérigo quizás este mismo año en que cumplía los veinticinco de su edad. Otro soneto dedicó en 1620 a ensalzar la novela pastoril El Premio de la constancia y pastores de Sierra Bermeja, compuesta por Jacinto de Espinel y Adorno6, y poco más sabemos de este personaje7.

Tampoco fue ajeno al culto de las musas el propio padre de nuestro Luis Vélez. Habiendo publicado en 1596 el licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa su Comentario... de disciplina militar en que se describe la jornada de las islas de los Azores8, buscó y obtuvo poesías encomiásticas de Cervantes, Barahona de Soto y otros autores menos conocidos, entre ellos Diego Vélez de Dueñas.

Es la composición de éste un epigrama en hexámetros latinos, que traducidos por el poeta y dedicados «a la inmortalidad del Marqués de Santa Cruz», general de aquella empresa, dicen:



   Tritón, trompeta de Neptuno, viendo,
Marqués, en alta mar su grande armada
por una y otra parte el mar corriendo,
cantó el triunfo con voz regocijada.

   El ancho mar responde con estruendo
a la voz de la trompa redoblada:
-Semejantes armadas visto habemos;
mas igual capitán no conocemos.



En tanto el hijo, pasada la primera edad, había ido a comenzar estudios mayores en la Universidad de Osuna, donde sus padres le sostuvieron con harta penuria, pues no era abundancia lo que reinaba en la casa del licenciado Vélez de Dueñas. En 1.º de julio de 1596, ante el Rector de aquella Universidad, el doctor Juan de Porcuna Gallo, se presentaron 18 mancebos, hijos de Écija, solicitando graduarse de Bachilleres en Artes, entre ellos «Luis Vélez, natural de Écija, diócesis de Sevilla, por pobre», es decir, que solicitaba el grado sin costas por no poder sufragarlas. Y vistos los sinetos y recaudos de sus maestros por el Rector, fueron examinados por el maestro Bartolomé de Ávila, el maestro Alonso Vadal y el maestro Rodrigo de Zabala; y en 3 del mismo los aprobaron, y a las cinco de la tarde los graduó el doctor Diego Rangel Clavijo, deán de la dicha Facultad, y uno de los graduandos dio las gracias en nombre de todos9.

No pasaron a más los estudios de Luis Vélez. La causa permanece aún ignorada. Quizá faltaría su padre o las estrecheces domésticas fuesen mayores y el joven escolar se vería forzado a valerse ya por sí mismo.

Si hubiéramos de dar entero crédito a la citada carta biográfica de Luis Vélez, enviada por su hijo don Juan a Pellicer, resultaría que ya por esta época había nuestro poeta dejado de ser gravoso a sus necesitados padres.

«De quince (años) entró a servir de paje al cardenal don Rodrigo de Castro, arzobispo de Sevilla, que tuvo la más ilustre casa de criados que ha habido en España. Con él se halló en Valencia, a las bodas de Felipe III, año de 99, cuya Relación escribió en octavas y la dedicó a la señora doña Catalina de la Cerda».10



Pero casi todo en esta carta está equivocado, no obstante la precisión con que se indican los sucesos. Dice que su padre «nació a 26 de agosto de 1578» y que «fue hijo de Diego Vélez de Guevara» y «de catorce años (es decir, en 1592) se graduó de bachiller en Artes y Filosofía».11

Si, pues, dejamos a un lado las fechas erradas y seguimos el curso de los hechos, resultará que ya graduado en Artes, entraría al servicio del Cardenal en 1596 ó 1597; y que dos años más tarde le acompañaría a la jornada de Valencia.

El doble matrimonio del príncipe don Felipe con Margarita de Austria y de Isabel Clara Eugenia, infanta española, con el archiduque Alberto, estaba ya convenido y ajustado en vida de Felipe II, quien designó al arzobispo de Sevilla don Rodrigo de Castro para ir a recibir y acompañar a la princesa Margarita. Salió, pues, de Sevilla el 17 de agosto de 1598 y se encaminó a Madrid a fin de recibir las órdenes del propio Rey, llegando a la corte el 10 de septiembre a las nueve de la noche. Si, como parece seguro, le acompañaba Luis Vélez, vería entonces éste por vez primera la capital de la monarquía española.

Pero tres días después de la llegada del Arzobispo murió Felipe II; y todo el proyecto hubo de trastornarse, y, por lo pronto, de suspenderse. Pasados cuatro meses se acordó que fuese el nuevo Rey en persona a recibir a su esposa, que desembarcaría en Denia, lugar hereditario del favorito don Francisco de Sandoval y Rojas, pronto Duque de Lerma. Salió de Madrid Felipe III el 21 de enero del nuevo año de 1599 y, en pos de él, al siguiente día, el cardenal Castro, ya relegado al papel de simple acompañante, y llegó a Valencia a mediados de febrero, siendo, con todo, magníficamente hospedado por el Virrey.

La nueva reina, que venía embarcada desde Génova y escoltada por 40 galeras, desembarcó en Vinaroz el 21 de marzo, adonde fue a cumplimentarla, en nombre del Rey, el cardenal don Rodrigo de Castro y continuó unido a su séquito12. Llegó a Murviedro el 4 de abril y el domingo 18 entraron solemnemente en Valencia ambos cónyuges, ratificándose el matrimonio el mismo día por el nuncio Camilo Gaetano, patriarca de Alejandría. Al día siguiente comenzaron las fiestas, que fueron de las más suntuosas, porque a ellas concurrieron casi todos los grandes y señores que había en España.

Al mediar el mes de mayo, salió de Valencia el Arzobispo camino de su casa; pero habiéndose recrudecido la peste que había picado antes en la ciudad de Sevilla, determinó el Cardenal permanecer en Écija el resto del verano. Es de suponer que Vélez estuviese a su lado, ya que a la vez podía hallarse al de su familia.

El Arzobispo era ya anciano, de setenta y siete años cumplidos y se hallaba quebrantado de salud, pero de ánimo entero; así es que sabiendo vendría pronto a Sevilla la Duquesa de Lerma para visitar a su hija la Condesa de Niebla, quiso festejarla según correspondía a quienes eran él y ella. Dejó, pues, a Écija y entró en la capital andaluza el 21 de septiembre de este año de 159913.

Quizá, por indicación del arzobispo, escribiría Vélez la relación poética de las reales fiestas que, en el mismo año, se imprimió en Sevilla.

Menciona esta obra, hoy no conocida, don Nicolás Antonio (Biblioteca Nova, II, 69), indicando que se dio al público con el nombre de Luis Vélez de Santander, que él supone ser persona distinta de Luis Vélez de Guevara, porque ignoraba que Santander era justamente el primer apellido de su madre. Añade algunas circunstancias, tomadas del folleto, como la de que el autor pertenecía a la servidumbre del arzobispo de Sevilla, don Rodrigo de Castro, y de que tenía veinte años de edad, cosas ambas muy ciertas14. Pero ya no lo es tanto la noticia de otro segundo opúsculo que don Nicolás Antonio dice que publicó después el mismo Vélez de Santander con el título de Recibimiento de la reina dona Ana. Es una distracción del insigne bibliógrafo, que escribía cuando llegaba a España la segunda mujer de Felipe IV doña María Ana de Austria. Debe de tratarse del recibimiento que en Vinaroz se hizo a doña Margarita cuando desembarcó en tierra española, en cuya ceremonia llevaba el Cardenal, como hemos dicho, la representación del Monarca. Tampoco esta segunda obra de Luis Vélez es conocida, y según Nicolás Antonio es posterior a la relación de las bodas.

El cardenal don Rodrigo de Castro falleció dulcemente en su palacio arzobispal de Sevilla el 20 de septiembre de 160015.

Queremos suponer que este suceso dejaría a nuestro Vélez sin empleo y sin amparo en su propia tierra, y tendríamos un gran vacío en su vida si no viniese a llenarlo la mencionada carta de su hijo, que añade:

«Dentro de pocos días (después del casamiento de Felipe III) pasó a Italia, donde sirvió a Su Majestad en diversas ocasiones con el Conde de Fuentes, en el estado de Milán, en socorro de Saboya. Con Andrea Doria embarcado en la jornada de Argel. Con don Pedro de Toledo, en las galeras de Nápoles, fue a buscar la caravana del turco, que es la flota que le traen cada año de Oriente, y pasó todo el mar de Levante, más allá de las cruceras de Alejandría. En esto gastó seis años».16



También advertimos en este pasaje biográfico algunos errores, que es preciso rectificar. La partida a Italia no pudo haber sucedido «dentro de pocos días» después de las fiestas de Valencia, porque Vélez volvió a Sevilla, donde publicó su poema descriptivo de ellas y el de la entrada de la Reina, en lo cual probablemente ocuparía los últimos meses del año 1599. También es inexacto que en sus empresas de soldado hubiese empleado seis años de su vida, como hemos de ver luego.

Tal aserción fue el primero en extenderla el mismo Vélez, nada modesto en ponderar sus méritos al Rey, en cierto memorial que le presentó por los años de 1625, en que decía:


   Esto cuanto al Archiduque.
Cuanto a marciales papeles,
de servicios de seis años,
escuchadme atentamente:
Si busca Antonio de Losa
soldados que a hablaros entren,
Saboya me vio y Milán;
en los años diez y siete
de mi edad17, medié la pica
al grabado peto fuerte,
con el tercio de Bretaña,
siguiendo al Conde de Fuentes
desde Baya hasta Zahona
por ambiciones de nieve,
hasta que treguas haciendo
con Saboya los franceses,
pasé a Nápoles, de donde,
a buscar en sus bajeles
la caravana, salí
por todo el mar del Oriente.



Así, pues, la primera empresa militar de Vélez sería entrar en Milán y Saboya con el Conde de Fuentes. Fue éste nombrado Gobernador del Milanesado en 1600, y se embarcó en Barcelona, el 15 de agosto, en las galeras andaluzas que trajo Rodrigo de Orozco, maestre de campo. No es imposible que uno de los soldados embarcados fuese nuestro Vélez, si bien en tal caso habría dejado el servicio del Arzobispo antes de que muriese, cosa difícil de creer, pues no ignoraba Vélez que a su lado podría medrar con más facilidad, ya que el purpurado le favorecía en términos de considerarle su poeta escogido.

La navegación fue corta. Llegaron a Génova el 24, donde el Conde de Fuentes permaneció algunos días y en otros lugares; de modo que hasta el 16 de septiembre no entró en Milán18. Pero no hubo ocasión de luchar contra los franceses, ni éstos pensaron en invadir a Italia. La competencia que sobre el marquesado de Saluzo traía Enrique IV con el Duque de Saboya, cuñado de Felipe III, se resolvió en una alianza secreta contra España, pero ya cuando Vélez (si hemos de estimar en algo su cronología) habría salido para Nápoles.

La correría por el Mediterráneo, en la que llegó Vélez hasta las costas de Siria y alguna vez cambiaron saludos de fuego las escopetas turcas y los mosquetes cristianos, se hizo antes del verano de 1602, y fue tan insignificante, que ningún historiador ni gacetero del tiempo la registra.

Dice también don Juan Vélez que su padre asistió a la jornada de Argel bajo la conducta de Juan Andrea Doria. En el romance citado el propio Luis lo recuerda, aunque relegándolo a fecha posterior.


   Y en la primera jornada
de Argel fue mi coselete
espejo al sol, que, Narciso,
por mí se negó a las fuentes.



Tampoco esta expedición tuvo nada de gloriosa. De Mallorca salió Doria a fines de agosto para con 10.000 soldados desembarcar y apoderarse de Argel, desguarnecido de fuerzas por andar los corsarios en la mar. Pero esta empresa se malogró por haberse levantado el día mismo, 1.º de septiembre, que habían de hacer el desembarco, un fuerte viento que alejó y dispersó algunas galeras. Temiendo Doria que la tempestad durase varios días, por ser ya la estación adelantada, retirose con todas las fuerzas a Sicilia. En España le acusaron de tímido y él renunció a su cargo de General de la mar.

Si Vélez pasó después a las galeras de Nápoles, como lo exige la verdadera cronología, habría vuelto a España mucho antes de lo que dicen él y su hijo. Porque la armada de don Pedro de Toledo llegó a Valencia el 5 de junio de 1602, conduciendo a la Condesa de Lemos, virreina viuda de Nápoles y hermana del Duque de Lerma. Don Pedro permaneció en España, sin volver a la mar, todo el resto de 1602 y todo el de 1603, en que ya positivamente se hallaba Luis Vélez en la corte19.






ArribaAbajo- II -

«Volvió a España; llegó a Valladolid el año que nació el rey, que Dios guarde, que creo que fue el de 1605. Escribió su bautismo».20


Como se ha podido advertir, el hijo no hace más que parafrasear el romance biográfico del padre, que, acerca de esto, dice:


   Llegando a Valladolid
la misma noche del viernes
que, para dicha del mundo,
vos nacéis y Cristo muere.
Yo escribí vuestro bautismo...21


Estas coincidencias a posteriori sirven, como se comprende, para justificar el empleo de los seis años de soldado, que quedan reducidos a mucho menos de la mitad, según aparece de documentos auténticos e indubitables.

En los últimos meses de 1602 y primeros del siguiente, componía el célebre comediante y recitador de loas Agustín de Rojas Villandrando su libro titulado Viaje entretenido, que sometió a la aprobación del secretario Gracián Dantisco, en 15 de mayo de 1603. Obtuvo privilegio de él en 16 de junio, y se lo vendió en 100 ducados al librero Francisco de Robles, con el original para que lo imprimiese, bien provisto de versos laudatorios, para que el librero no se arruinase en la costa. No poco trabajo se tomó Agustín de Rojas en recoger poesías de 18 autores que a la sazón residían en Valladolid, corte de la monarquía, y de seis poetisas reclutadas principalmente en la comedia, como Juana Vázquez y María de los Ángeles, actrices de fama. Y uno de los poetas solicitados fue nuestro Luis Vélez de Santander, nombre con que firmó este soneto:



   Entre los dulces cisnes de tu orilla,
Manzanares famoso, hoy se levanta
otro nuevo hasta el sol, con lo que canta,
para vivir por nueva maravilla.

   Tus ninfas por los prados de Castilla
le tejan lauros de la ingrata planta
que al sol corona la cabeza santa
que para hacerle salva hoy se le humilla.

   El premio de un viaje le apercibe
la fama aventajada con el vuelo,
del ingenio de Rojas peregrino.

   Con esta pluma nuevo honor recibe,
que el sol hiciera, a no moverle el cielo
por aqueste viaje su camino22.


El viaje a que se alude lo hicieron Rojas y sus amigos en 1601. Si suponemos que Vélez tuvo noticia de él antes de darlo a la estampa, o sea principios de 1602 o durante el curso de este año, hay que quitar otro año largo a sus aventuras soldadescas, y resultará cierto que volvió a España con la armada de don Pedro de Toledo. Esto no se opondría a lo que parece más seguro y es que había llegado a Valladolid, en el verano de 1603, cuando Rojas buscaba panegiristas para su libro; y de todas suertes se hallaba ya en aquella ciudad el 22 de octubre, fecha última que lleva la tasa del tomo en los preliminares en que se estampa el soneto.

Por el mismo tiempo, o poco antes, entregó Vélez en Sevilla a Lope de Vega, de quien era amigo, quizá desde Valencia23, un soneto en su elogio que Lope estampó al frente de sus Rimas, publicadas en Sevilla, en 160424, con el siguiente encabezado:




«De Luis Vélez de Santander»


   Padre Betis, que en húmidas recovas
sobre urnas plateadas dormir sueles,
cansado de sufrir tantos bajeles,
en que el metal del sol al Indio robas.

   Oblíguete a salir de tus alcobas
asiéndote a algún árbol de Cibeles
coronado de olivas y laureles,
calzado de cristal, vestido de ovas,

   la lira de un pastor de Manzanares
que fue del Tajo Vega y maravilla,
cuyo fruto tus márgenes guarnece.

   Si por el que te dan remotos mares
ganaste fama, al fin, éste a tu orilla
más que la plata y oro te enriquece.


Estaban, pues, en Sevilla Lope y Vélez cuando se escribía este soneto, o sea a principios de 1603.

Las biografías de nuestros principales escritores tienen que irse escribiendo, por ahora, como si dijéramos a saltos, con un gran número de vacíos o períodos de su vida en que nada sabemos. Tal sucede con la de Vélez desde 1603 a 1605, en que él y su hijo dicen que «escribió el bautismo» del Rey, lo cual habrá de entenderse que compuso una relación, de seguro poética, de aquella ceremonia. No conocemos este nuevo trabajo del joven ecijano, pero la noticia sirve para que podamos afirmar que seguía en Valladolid, adonde se había trasladado a fines de 1600 la corte y donde permaneció cinco años.

En este intermedio oscuro de la vida de Luis Vélez, parece (porque las indicaciones son poco seguras) que contrajo el primero de sus matrimonios, pronto deshecho por la muerte prematura de su esposa. Alude a él aquel célebre comentarista de Góngora, don García de Salcedo Coronel (amigo de Vélez y luego más de su hijo), que lo refiere en su libro de versos Cristales de Helicona (Madrid, 1649), en una Canción fúnebre, basada, en lo general, en las noticias de la carta de Pellicer, también amigo de ambos. Dice Coronel:


   Coronado de aplausos y victorias
volviste a España, que fiel previno,
en agradables lasos Himeneo,
refrenar la inquietud de tu destino:
ingrato el esplendor a tus memorias
ardió en las teas que encendió el deseo,
y entre infaustos gemidos sin aseo,
al tálamo condujo temerosa
prónuba Juno a tu querida esposa,
que, en dulce nudo, apenas
se vió a tu firme voluntad unida,
cuando, de acerbo golpe interrumpida,
surcó estigias arenas:
Eurídice feliz fuera, si el llanto
no impidiera la fuerza de tu canto25.


De este fugaz enlace no tuvo hijos, como no lo sea cierto Francisco que nombra el mismo Vélez en la cubierta de uno de sus dramas con fecha, aunque equivocada, de 1603, y pronto desaparece el recuerdo26.

«Volvió la Corte a Madrid y él la siguió, viviendo en ella hasta su muerte», dice don Juan Vélez en la citada carta a Pellicer, con la cual podemos ir tejiendo la tela biográfica de Luis Vélez en estos primeros tiempos.

En 1608 publicó un curioso folleto poético con el siguiente título: Elogio del Juramento del Serenísimo Príncipe Don Felipe Domingo, IV deste nombre. De Luis Vélez de Guevara, criado del Conde de Saldaña. Dirigido a la Señora Doña Catalina de la Cerda, Dama de la M. C. Doña Margarita de Austria, reina de España27.

Este opúsculo, notable, desde luego, por el gran número de versos laudatorios que ostenta en sus preliminares y que demuestran las buenas amistades que Vélez había sabido granjearse28, ofrece dos particularidades dignas de estudio: una, el cambio de apellido, y otra, el denominarse «criado del Conde de Saldaña»29.

Sabemos ya que los verdaderos apellidos del poeta eran Vélez (dejando fuera el patronímico de Rodríguez) de Santander, que usó en sus primeros escritos. Pero ahora toma el de Guevara, que no le correspondía, pero que era famoso en nuestra nobleza, habiéndole usado desde el siglo XIV una ilustre familia: los señores de la casa de Guevara, del valle de Leniz y de Salinillas, y que por los tiempos en que Vélez escribía había llegado a la grandeza con el título de Condes de Oñate, que gozaban ya desde el tiempo de Enrique IV30.

Es probable que Vélez hubiese adoptado por esta razón su nuevo apellido, pues sabemos cuán vanidoso era. En un memorial en verso dirigido al Rey, no en 1625, como se ha supuesto, sino en 1629, cuando nadie le disputaba ya su apellido, decía:


   Luis Vélez, señor, en fin,
que no pudo merecer,
entre tanta cruz, siquiera
ser caballero montes31,
o por lo luengo, pendón32
de Calatrava, o con el
lagarto de Santiago33,
perrochia de San Ginés34,
o con el perejil mojarse
de Alcántara35, para que
los que de él están ahítos
le arrostrasen a comer;
pues soy de varón Guevara,
y, desde Ávila del Rey,
de los trescientos hidalgos
que ganaron a Jerez36.


Pero quizá no fuese ajeno a tal resolución un proceso inquisitorial de mediados del siglo XVI que refiere el padre Juan de Santibáñez en su Historia general de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús, diciendo:

«Fué Luis de Santander natural de Écija... Ocupáronle, mancebo, en los estudios de Gramática, de Filosofía y Teología con provecho y muestras de buen ingenio. El fervor de la edad y compañía de amigos en el nombre, en los hechos enemigos mortales, del camino le sacaron en que le habían puesto sus padres. Dejóse ir al hilo de la muchedumbre en gustos de mundo... Dió (luego) una gran vuelta, pidiendo al padre Hierónimo Nadal entrar» en la Compañía de Jesús y fue admitido. «Y, sin despedirse de sus padres, partió al día siguiente para Alcalá con el padre Nadal... Y porque se vea la alteza de los juicios de Dios... no muchos días después tan mal suceso tuvo, que, preso por el Santo Oficio de la Inquisición, murió relajado al brazo seglar, y acabó en una hoguera». Esto ocurría por los años 155437. Apellidarse Santander y ser de Écija, no era, pues, gran recomendación para obtener un hábito de Orden caballeresca.

En cuanto a la segunda novedad que observamos en el encabezado del Juramento de Felipe IV, esto es, la de llamarse «criado del Conde de Saldaña», aunque no puede por hoy asegurarse cuándo hubiese entrado a su servicio, no sería improbable que llevase ya en él tres o cuatro años.

Don Diego Gómez de Sandoval era hijo segundo del privado Duque de Lerma, y de él muy querido y mimado, no obstante sus habituales travesuras y fechorías, que afligían de continuo el corazón del padre. Queriendo traerle a buen camino, buscole para su casamiento la mejor alianza que había entonces en España, como era doña Luisa de Mendoza, condesa de Saldaña e hija primogénita y heredera de la sexta Duquesa propietaria del Infantado doña Ana Mendoza38.

Celebrose la boda con extraordinaria pompa en Valladolid, el 30 de agosto de 1603, siendo padrinos los reyes Felipe III y su esposa, y curas, del desposorio, el Arzobispo de Toledo, y de la velación, el de Zaragoza. Hubo sarao la víspera, que duró hasta las dos de la mañana. «A la tarde acompañó S. M. a la novia desde el Palacio a la casa de su padre, que está harto lejos, yendo a caballo y la dama en un palafrén y sillón de plata, y también su madre, y las de Lemos, Cea y La Bañeza; y al novio llevaban en medio los Príncipes de Saboya».39

Como el mayorazgo que había de heredar doña Luisa tenía por cláusula esencial la de conservar el apellido originario, Diego Gómez de Sandoval debió de cambiar el suyo, llamándose desde el día de la boda don Diego Hurtado de Mendoza, con que fue conocido en adelante40.

El matrimonio no bastó a templar el genio de aquel inquieto mancebo de veinte años. Era frecuente que saliese de noche con espada y broquel a perturbar los solaces de los demás caballeros o dar matracas y cantaletas a damas honestas o cortesanas, desahogos que ponían a veces en peligro su vida. Cabrera de Córdoba cuenta en sus Relaciones (14 mayo 1605) que en una de estas expansiones le hirieron en el costado izquierdo unos galanes ofendidos por él, y le hubieran muerto si no se descubre. El padre le hizo recluir algún tiempo en el castillo de Ampudia, cerca de Valladolid, donde ocurrió el lance41.

De su matrimonio tuvo tres hijos: una doña Ana, que se malogró en la niñez; don Rodrigo de Mendoza, nacido en 3 de abril de 1614, que heredó el ducado y murió en 14 de enero de 1657, y doña Catalina, que también vino a suceder en la casa del Infantado.

Gozaba el Conde la Encomienda Mayor de Calatrava con buen producto; más de 10.000 ducados que le asignó su padre cuando el matrimonio y la crecida renta de su mujer, que no bajaba de 20.000 ducados, sólo para gastos menores, porque los jóvenes esposos, como herederos, vivían en casa de la Duquesa, su madre.

Con tan abundantes medios, Saldaña, como verdadero príncipe, mantenía una corte de caballeros y gentileshombres; tenía poetas asalariados; celebraba academias poéticas en su palacio, pues él mismo era aficionado a las musas. Paje suyo era entonces el después famoso poeta y ministro de Felipe IV don Antonio de Mendoza, y algo de sus larguezas le tocaba al pobre autor del Quijote, quien, con aquella ardiente gratitud con que pagaba los más cortos favores, dedicó a Saldaña aquella poesía que comienza:


   Florida y tierna rama
del más antiguo y generoso tronco
que celebró la fama,
con acento sutil, en metal ronco;
pues yo a tu sombra vivo,
laurel serás de lo que en ella escribo.


Honra y amparo dulce de su pluma, es uno de sus menores elogios. Celébrale por su valor y raras prendas, por su hermoso rostro, su agradable aspecto, su ingenio divino, su gravedad, aunque en años tierno. Le agradece la sombra y amor que le ofrecía, le llama tutelar suyo y ofrece en cambio consagrarle inmortales monumentos42.

Que no había gran exageración, al menos en cuanto a voluntad generosa de Saldaña, lo prueba cierta escritura, otorgada en Madrid a 10 de septiembre de 1608, en que el Conde da poder a su «gentilhombre de Cámara» Luis Vélez de Guevara para que cobre 400 ducados en las rentas que tenía en Nápoles, que «yo le doy (dice) los dichos 400 ducados por tantos de que le hago merced de ayuda de costa por una vez y a doña Ursula Bravo, con quien está concertado de casarse, criada que ha sido de mi señora la Marquesa de Alcañices». Parece que la dádiva no era del todo libre, o al menos no quiso Vélez que así apareciese, pues en la misma escritura se añade que era «en parte de remuneración de muchos y buenos servicios que el dicho Luis Vélez de Guevara me ha hecho, de cuya prueba y demostración le relievo». Esta cantidad sólo podría cobrarla después del 10 de abril de 1610.

Como el plazo era largo, Vélez, que quizá necesitaba el dinero para su boda, halló más expedito traspasar el crédito a Francisco Díaz de Losada, de quien dice haberlo recibido y, como es de suponer, muy mermado por la usura43.

Este matrimonio de Vélez ¿era primero o segundo? Ya hemos visto que Salcedo Coronel afirma que su amigo se casó a poco de regresar a España y que el matrimonio fue de muy corta duración. Esta misma idea esfuerza en aquella poesía al hablar del que ahora recordamos, diciendo:


   Segunda vez, a más fecundos lazos
rendiste la cerviz, aún no domada,
gustoso de tu mismo vencimiento;
por quien dichosamente dilatada,
conseguiste en recíprocos abrazos
la virtud que inspiró sagrado aliento;
hijo, en fin, que formó tu entendimiento
aún más que la común naturaleza,
porque lograse con igual grandeza,
agradecido el mundo,
fénix que del primero renaciese.


Pero Vélez, siempre que tuvo ocasión de hablar de sus matrimonios, citó como primero éste de 1608.

Celebrose en la parroquia de San Andrés, que era la del Conde de Saldaña, en cuya casa vivía Luis Vélez, y también la de la novia, sin que ésta hubiese de salir de casa de su ama, pues en el oratorio del Marqués de Alcañices se verificó la ceremonia, el 24 de septiembre, con especial licencia del Nuncio. Fueron padrinos el Conde de Saldaña y doña Inés de Guzmán, marquesa de Alcañices y hermana del después famoso Conde-Duque de Olivares44.

Era el nombre de la nueva esposa de Vélez doña Úrsula Ramisi45 y Bravo, hija de Antonio Ramisi y de doña Ana Bravo. Pero Luis Vélez, que tan fácil halló cambiar su propio apellido, no tardó en rectificar el de su mujer, quitándole el Ramisi o Remesil, que suenan a vulgares y extranjeros y sustituyéndolos con el Bravo de Laguna, de origen castellano o aragonés, notoriamente hidalgo e ilustrado por obispos y magistrados famosos. Así, pues, en adelante fue su mujer doña Úrsula Bravo de Laguna.

Que, sin embargo, era criada de los Marqueses de Alcañices resulta evidente, además, en una escritura que don Álvaro Enríquez de Almansa, marqués de aquel título, y su mujer doña Inés de Guzmán, otorgan en Madrid a 23 de septiembre de 1608, por la cual conceden a doña Úrsula de Remesil y Bravo 400 ducados, que le han de pagar el 23 de febrero de 1610.

También este crédito fue negociado por Vélez antes de tiempo, pues en 26 de febrero de 1609, él y su mujer doña Úrsula Remesil Bravo, se lo ceden al mismo Losada que les había comprado el anterior, quien lo cobrará para sí, por habérselo adelantado a ellos.

Lo que Losada les había, en realidad, dado por ambos era la mitad, pues, con fecha del mismo día 26 de febrero de 1609, ambos cónyuges se obligan a pagar a Losada 400 ducados «en el caso de que salgan inciertas las cobranzas que ha de hacer del Conde de Saldaña y de los Marqueses de Alcañices». Para mayor seguridad le hipotecan una casa y tierra de pan llevar que doña Úrsula tiene en la villa de Berlanga, de donde sería originaria. Y por otra escritura del siguiente día, reconoce el prestamista de nuevo que lo que le debe Luis Vélez son solos 400 ducados46.

La privanza de Vélez con el Conde de Saldaña no estuvo exenta de contratiempos e intercadencias. A fines de este mismo año de 1608, en que tan favorecido aparece Vélez, hubo de surgir grave disgusto, que el poeta refirió a Lope de Vega para que hiciese algo en favor suyo. Hízolo así Lope, y el Conde le designó a él mismo para fallar aquel litigio de amistad y protección de una parte y de fidelidad y reconocimiento por la otra. Esto resulta de la carta que con fecha 9 de noviembre de 1608 dirigió Lope al de Saldaña, en que le decía, a más de otras cosas:

«Remite V. Ex.ª, por honrarme, este juicio al mío, siendo tan corto... Pero advierta V. Ex.ª por principio y término de lo que pienso tratar, que ha resignado su voluntad en mí, y que ha de estar por lo juzgado y sentenciado, pues quiso hacerme juez árbitro deste pleito... Luis Vélez ama su virtud y su entendimiento, y su vida extraordinariamente. Cesen enojos, príncipe de los señores y señor de los príncipes, y deme desde aquí sus manos, en nombre de Luis Vélez, mientras él va a humillarse a esos pies que han dado más de algún paso en su remedio, que yo le buscaré y le jabonaré y aun le echaré en colada para que vaya tan limpio a esos ojos como lo ha de estar quien ha de asistir al sol, cuya claridad no perdona los átomos.

La carta (sin duda la de Vélez, motivo de la queja) no envío a V. Ex.ª... pero, señor, mientras esté allá no ha de faltar consejo ni dejar la irascible de destemplar la sangre; mas también advierto a V. Ex.ª, señor, que queda aquí, para que si todavía fuere su gusto, la enviaré luego, haciendo lo que los Corregidores, que para obedecer a las provisiones del Consejo, aguardan sobrecarta, poniendo la primera en los ojos».47


Al margen lleva esta carta una décima en que brevemente refiere Lope el disgusto y acaba diciéndoles a uno y otro:


   Quien es más, perdone más;
quien menos, ofenda menos.


Debió de apiadarse don Diego Gómez y volver a su favor al díscolo criado, porque cuando un año más tarde vino al mundo el único hijo varón de Luis Vélez que había de sobrevivirle y ser heredero en parte de su talento, fueron padrinos el Conde y su mujer, la heredera de la casa del Infantado48.

Obsérvase que en la partida de nacimiento copiada en la nota se llama «poeta» a Luis Vélez, circunstancia singular y digna de ser notada supuesto el desesperante laconismo empleado entonces en esta clase de documentos. Poeta famoso debía de ser para motivar tal recuerdo en una partida de bautismo.

En comprobación de esta hipótesis surgen en abundancia los datos. El autor dramático y de compañías Andrés de Claramonte, que en marzo de 1611 tenía concluido y con licencias su poema Letanía moral (Sevilla, 1613), compara los versos de Vélez a piedras preciosas; y en el Inquiridion de ingenios invocados, o séase catálogo, que va a continuación de la Letanía, añade: «Luis Vélez de Guevara, floridísimo ingenio de Écija, de quien esperamos grandes escritos y trabajos, y ha hecho hasta hoy muchas famosas comedias».49

Versos suyos le pedía en este mismo año para exornar su antología de Flores de poetas ilustres de España, segunda parte de la de Pedro Espinosa, don Juan Antonio Calderón, que la ordenaba en Sevilla50, y con sendos sonetos elogiaba la Relación de la muerte y honras de la Reina nuestra señora51, la malograda doña Margarita de Austria, que murió en 3 de octubre de 1611, a los veintiséis años de su edad, y el poema en quintillas de Albanio Ramírez de la Trapera, titulado La Cruz, que, bien que terminado a mediados de 1610, no salía a luz hasta dos años más tarde52.

Como poeta dramático de fama le recuerda por estos días Lope de Vega, en una carta escrita a su Mecenas el Duque de Sesa, en que le advertía que Alonso de Riquelme, autor de compañías, no tenía por causa suya, es decir, por su amistad, comedias que representar, pues no se las daban los demás ingenios; que él, Lope, tenía que sostenerle, y no podía escribir para Jerónimo Sánchez, como el Duque deseaba, añadiendo que este otro autor «trae todas las comedias del Andalucía y tiene a Luis Vélez y otros poetas que le acuden con los partos de sus ingenios».53

Cuántas y cuáles comedias tendría a la sazón escritas no es posible asegurarlo por ahora. Las que primero se imprimieron fueron dos: Los Hijos de la Barbuda y El Espejo del mundo, en 1613, en la Tercera parte de las de Lope. En 1615 otra, la segunda parte de La Hermosura de Raquel, lo que demuestra que la primera sería anterior. En 1618 se estrenó en Lerma El Caballero del sol. Son de 1613, 1615, 1625 y 1627 los cuatro manuscritos de la Biblioteca Nacional titulados La Serrana de la Vera, El Conde Don Pero Vélez, El Rey en su imaginación y Los Novios de Hornachuelos. Eran ya comunes en 1628, pues formaban el caudal dramático de un autor de compañías, las tituladas Virtudes vencen señales, El Conde Don Sancho Niño, y A lo que obliga el ser rey. En 1629 se representó El Escanderberg; antes de 1632, en que se ausentó el doctor Mira de Amescua, el Pleito del diablo con el cura de Madridejos, escrita en compañía de aquel poeta. Se representó en Palacio en 1632, Si el caballo vos han muerto; en 1633, Los amotinados de Flandes; en 1634, El Marqués del Vasto y El Cerco del Peñón; en 1635, El Catalán Serrallonga y La nueva ira de Dios, y se imprimió en 1638 El primer Conde de Orgaz. Estas y alguna otra impresa en los cuatro últimos años de la vida de Luis Vélez, pero que ya debían de ser antiguas, son todas las que por hoy se pueden ordenar cronológicamente. Su corto número no permite hacer conjeturas ni deducir conclusiones sobre el desarrollo de su numen dramático54.

Cervantes, en el prólogo de sus Comedias, impresas en 1615, enumera entre los que ayudaron a Lope de Vega a llevar la gran máquina de su teatro, al doctor Ramón, a Miguel Sánchez, a Mira de Amescua, al canónigo Tárrega, a Guillén de Castro y a Aguilar, a quienes celebra, ponderando, sobre todo, «el rumbo, el tropel, boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara», calificativos que, como hemos de ver, convienen a buen número de ellas55.

En esta primera parte de su vida era, sobre todo, famoso, como autor de comedias de santos o a lo divino. Para conmemorar en 1616 la beatificación de la después santa, aragonesa, Isabel, reina de Portugal, encargaron los diputados del reino a Madrid una comedia de la vida de la Santa. Y en las cartas que su comisionado don Jerónimo Dalmao y Casanate escribía al Reino, decía en la primera de ellas:

«Es muy justo que VS. solemnice la fiesta con hacer la comedia; pero no está aquí Lope de Vega56, a quien VS. me manda que se haga componer de la santa vida de la Reina, porque ha muchos días que se fué a Valencia. Pero hanme asegurado algunas personas pláticas que Luis Vélez, poeta moderno, la hará muy bien porque las que son a lo divino hace casi mejor que Lope de Vega. VS. verá lo que en esto le parece, o si gustará que se escriba a Valencia para que la haga Vega. Y en lo que toca al precio, costará 600 reales y no la hará por los 300 que VS. me ordena que yo dé, que son los que sobraron del retrato».


(Carta de Madrid, a 22 de julio de 1616).                


En otra que lleva la fecha de 6 de agosto, dice el mismo don Jerónimo:

«VS. verá si el poeta que le escribí será de su gusto, que todos los autores me aseguran que la hará muy bien. Llámase Luis Vélez: es en cosas a lo divino quien mejor hace agora».57


A la vez cultivaba la poesía lírica y el trato ameno de gentes, en el que sobresalía por su gracia, agudeza y hasta mordacidad, cosa siempre agradable a los oídos de la mayoría. Cervantes le profesaba verdadero afecto, porque los elogios que le dedica no encierran el obscuro o doble sentido de otros que los hacen hoy muy poco sinceros. En el Viaje del Parnaso, que compuso y publicó en 1614, le menciona dos veces. La primera en el capítulo II, diciendo:



   Este que es escogido entre millares
de Guevara, Luis Vélez, es el bravo
que se puede llamar quitapesares.

   Es poeta gigante58, en quien alabo
el verso numeroso, el peregrino
ingenio si un Gnatón nos pinta o un Davo.


Y en el capítulo VIII, añade:


   Topé a Luis Vélez, lustre y alegría
y discreción del trato cortesano,
y abrácele en la calle a mediodía.


Lucía su ingenio en las academias poéticas, entonces tan en uso, como la que su amo el Conde de Saldaña presidió en 1611. Quizás aludiendo a otra semejante, Lope de Vega, en una relación que puso en su comedia La Dama boba, compuesta en el siguiente año, decía, al enumerar obras de otros poetas:


   Canción que Luis Vélez dijo
en la Academia del Duque
de Pastrana.


Aunque no siempre en estas academias era poesía y paz lo que se trataba, dando margen la irritabilidad de los vates a escenas como la que el referido Lope de Vega consigna en unas de sus deliciosas cartas al Duque de Sesa: «Esta última (academia) se mordieron poéticamente un licenciado Soto, granadino, y el famoso Luis Vélez. Llegó la historia hasta rodelas y aguardar a la puerta. Hubo príncipes de una parte y de otra; pero nunca Marte miró tan opuesto a las señoras musas».59

Acompañó Luis Vélez a su amo en la jornada regia a Lerma y la Ventosilla en 1613, con que el favorito quiso distraer la melancolía del Monarca. Detuviéronse en Segovia, a mediados de septiembre, donde se hicieron a Felipe III grandes fiestas, de que hubo descripción particular y de que habla Cabrera de Córdoba en sus Relaciones, aunque, según Lope de Vega, asistente a ellas, resultaron deslucidas por el mal tiempo. Escribíale éste a su favorecedor el Duque, con fecha 23 del referido mes de septiembre:

«Las fiestas desta ciudad han sido notables: la relación de las cuales tendrá algunas octavitas de Vélez, o de otro alguno de los obligados a este género de sucesos, con que me excuso de decir a V. Ex.ª como fueron... La procesión no se hizo por el agua: destruyó los altares y las colgaduras».60 A mediados del otoño habían regresado a Madrid.

La vida privada de Luis Vélez ofrece durante este período algunas alteraciones de importancia. Naciole a fines de diciembre de 1612 un hijo que fue bautizado en 1.º de enero siguiente, con el nombre de Antonio Luis, en la parroquia de San Andrés, viviendo sus padres en casas del Conde de Saldaña, quien fue padrino del bautizado y madrina «la comadre que trujo el niño a la pila».61

Pero en abril de 1615 ya Luis Vélez se había trasladado a la parroquia de San Sebastián, pues en ella le nació una hija, que se bautizó el 27 con los nombres de Ana Ignacio (sic), siendo su padrino, no el Conde de Saldaña, sino el almirante de Castilla don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera62.

Y éstos fueron los últimos hijos que tuvo en su segunda mujer doña Úrsula Bravo de Laguna, que hubo de fallecer poco después de 1615, aunque no ha parecido todavía la partida de su defunción ni hay noticia puntual de ella.

Gozaba Luis Vélez, desde 1610, 200 ducados anuales por vía de gajes de su empleo, que no sabemos cuál era, en casa de don Diego Gómez de Sandoval. Pero este magnate, más fácil en ofrecer que en cumplir, no se los había satisfecho en 1616; y sin duda con el objeto de obligarle a ello, en 8 de octubre otorgó Vélez poder a favor de don Luis Méndez de Carrión para cobrar «del señor Conde de Saldaña, mi señor... cualquiera suma y cantidad que se me debiere y hubiere de haber en el mes de febrero del año que viene del 617, corrido hasta entonces de los gaxes que el dicho Conde de Saldaña, mi señor, me hace merced, como a su criado, que se pagan y han de pagar en dicho mes de febrero, conforme al repartimiento que se suele y ha de hacer para la paga de los dichos gaxes», los cuales le cede a Carrión por las muchas y buenas obras de él recibidas, dignas de mayor remuneración, de cuya prueba le releva63.

Méndez de Carrión era receptor de alcances de la Contaduría mayor de cuentas de Su Majestad, y debió de ser el que dos años después le compró a Vélez los 2.000 ducados de estos gajes, poniendo como testaferro al licenciado Bernardo del Castillo, un clérigo y poeta de este tiempo que ya hemos citado en este bosquejo biográfico.

Sin duda que este contrato hubo de llegar a noticia de Saldaña, porque comenzaron a entibiarse las buenas relaciones o la protección que dispensaba a Luis Vélez.

Sin embargo, éste, que seguía cultivando la amistad con los principales literatos de su tiempo64, asistió a los célebres festejos del año siguiente en Lerma, para obsequiar al rey don Felipe III, que de nuevo fue a honrar la villa patrimonial de su favorito, con ocasión de inaugurar la iglesia colegial de aquella villa. Hubo gigantes, fuegos de artificio, luminarias, toros, máscaras y representación de dos comedias, una de Luis Vélez de Guevara, titulada El Caballero del sol, según puede presumirse, y otra La Casa confusa, escrita por el Conde de Lemos, yerno del Duque de Lerma65.



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