 Libro cuarto
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Las hijas de Minias (I)
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Mas no
Alcítoe la Mineia estima que las orgias |
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deban acogerse del dios, sino que
todavía, temeraria, que Baco |
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progenie sea de Júpiter
niega y socias a sus hermanas |
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de su impiedad tiene. La fiesta
celebrar el sacerdote |
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-y, descargadas de los trabajos
suyos, a las sirvientas y sus dueñas |
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sus pechos con piel cubrirse, sus
cintas para el pelo desatarse, |
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guirnaldas en su melena, en sus
manos poner frondosos tirsos- |
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había ordenado, y que
salvaje sería del dios ofendido la ira |
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vaticinado había: obedecen
madres y nueras |
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y sus telas y cestos y los no
hechos pesos de hilo guardan, |
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e inciensos dan, y a Baco llaman, y
a Bromio, y a Lieo, |
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y al hijo del fuego y al engendrado
dos veces y al único bimadre; |
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se añade a éstos
Niseo, e intonsurado Tioneo |
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y, con Leneo, el natal plantador de
la uva |
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y Nictelio y padre Eleleo y Iaco y
Euhan |
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y cuantos además, numerosos,
por los griegos pueblos |
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nombres, Líber, tienes; pues
tuya la inagotable juventud es, |
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tú muchacho eterno,
tú el más hermoso en el alto cielo |
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contemplado eres; cuando sin
cuernos estás, virgínea |
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la cabeza tuya es; el Oriente por
ti fue vencido, hasta allí, |
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donde la decolor India se
ciñe del extremo Ganges. |
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A Penteo tú, venerando, y a
Licurgo, el de hacha de doble ala, |
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sacrílegos, inmolas, y los
cuerpos de los tirrenos mandas |
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al mar, tú, insignes por sus
pintos frenos, de tus biyugues |
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linces los cuellos oprimes. Las
Bacas y los Sátiros te siguen, |
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y el viejo que con la caña,
ebrio, sus titubantes miembros |
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sostiene, y no fuertemente se
sujeta a su encorvado burrito. |
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Por donde quiera que entras, un
clamor juvenil y, a una, |
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femeninas voces y tímpanos
pulsados por palmas, |
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y cóncavos bronces suenan, y
de largo taladro el boj. |
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«Plácido y suave», ruegan las Isménides,
«vengas», |
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y los ordenados sacrificios honran;
solas las Mineides, dentro, |
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turbando las fiestas con
intempestiva Minerva, |
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o sacan lanas o las hebras con el
pulgar viran |
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o prendidas están de la
tela, y a sus sirvientas con labores urgen; |
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de las cuales una, haciendo bajar
el hilo con su ligero pulgar: |
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«Mientras cesan otras e
inventados sacrificios frecuentan, |
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nosotras también a quienes
Palas, mejor diosa, detiene», dice, |
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«la útil obra de las
manos con varia conversación aliviemos |
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y por turnos algo, que los tiempos
largos parecer |
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no permita, en medio contemos para
nuestros vacíos oídos». |
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Lo dicho aprueban y la primera le
mandan narrar sus hermanas. |
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Ella qué, de entre muchas
cosas, cuente -pues muchísimas conocía- |
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considera, y en duda está de
si de ti, babilonia, narrar, |
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Dércetis, quien los
Palestinos creen que, tornada su figura, |
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con escamas que cubrían sus
miembros removió los pantanos, |
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o más bien de cómo la
hija de aquélla, asumiendo alas, |
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sus extremos años en las
altas torres pasara, |
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o acaso cómo una
náyade con su canto y sus demasiado poderosas hierbas |
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tornara unos juveniles cuerpos en
tácitos peces |
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hasta que lo mismo padeció
ella, o, acaso, el que frutos blancos llevaba, |
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cómo ahora negros los lleva
por contacto de la sangre, ese árbol: |
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esto elige; ésta, puesto que
una vulgar fábula no es, |
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de tales modos comenzó,
mientras la lana sus hilos seguía: |
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Píramo y Tisbe
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«Píramo y Tisbe, de
los jóvenes el más bello el uno, |
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la otra, de las que el Oriente
tuvo, preferida entre las muchachas, |
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contiguas tuvieron sus casas, donde
se dice que |
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con cerámicos muros
ciñó Semíramis su alta ciudad. |
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El conocimiento y los primeros
pasos la vecindad los hizo, |
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con el tiempo creció el
amor; y sus teas también, según derecho, se hubieran
unido |
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pero lo vetaron sus padres; lo que
no pudieron vetar: |
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por igual ardían, cautivas
sus mentes, ambos. |
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Cómplice alguno no hay; por
gesto y señales hablan, |
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y mientras más se tapa,
tapado más bulle el fuego. |
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Hendida estaba por una tenue
rendija, que ella había producido en otro tiempo, |
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cuando se hacía, la pared
común de una y otra casa. |
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Tal defecto, por nadie a
través de siglos largos notado |
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-¿qué no siente el
amor?-, los primeros lo visteis los amantes |
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y de la voz lo hicisteis camino, y
seguras por él |
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en murmullo mínimo vuestras
ternuras atravesar solían. |
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Muchas veces, cuando estaban
apostados de aquí Tisbe, Píramo de allí, |
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y por turnos fuera buscado el
anhélito de la boca: |
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«Envidiosa»,
decían, «pared, ¿por qué a los amantes
te opones? |
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¿Cuánto era que
permitieses que con todo el cuerpo nos uniéramos, |
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o esto si demasiado es, siquier
que, para que besos nos diéramos, te abrieras? |
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Y no somos ingratos: que a ti
nosotros debemos confesamos, |
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el que dado fue el tránsito
a nuestras palabras hasta los oídos amigos. |
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Tales cosas
desde su opuesta sede en vano diciendo, |
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al anochecer dijeron
«adiós» y a la parte suya dieron |
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unos besos cada uno que no
arribarían en contra. |
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La siguiente Aurora había
retirado los nocturnos fuegos, |
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y el sol las pruinosas hierbas con
sus rayos había secado. |
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Junto al acostumbrado lugar se
unieron. Entonces con un murmullo pequeño, |
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de muchas cosas antes
quejándose, establecen que en la noche silente |
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burlar a los guardas y de sus
puertas fuera salir intenten, |
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y que cuando de la casa hayan
salido, de la ciudad también los techos abandonen, |
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y para que no hayan de vagar
recorriendo un ancho campo, |
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que se reúnan junto al
crematorio de Nino y se escondan bajo la sombra |
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del árbol: un árbol
allí, fecundísimo de níveas frutas, |
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un arduo moral, había,
colindante a una helada fontana. |
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Los acuerdos aprueban; y la luz,
que tarde les pareció marcharse, |
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se precipita a las aguas, y de las
aguas mismas sale la noche. |
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Astuta, por las
tinieblas, girando el gozne, Tisbe |
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sale y burla a los suyos y,
cubierto su rostro, |
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llega al túmulo, y bajo el
árbol dicho se sienta. |
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Audaz la hacía el amor. He
aquí que llega una leona, |
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de la reciente matanza de unas
reses manchadas sus espumantes comisuras, |
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que iba a deshacerse de su sed en
la onda del vecino hontanar; |
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a ella, de lejos, a los rayos de la
luna, la babilonia Tisbe |
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la ve, y con tímido pie huye
a una oscura caverna |
100 |
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y mientras huye, de su espalda
resbalados, sus velos abandona. |
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Cuando la leona salvaje su sed con
mucha onda contuvo, |
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mientras vuelve a las espesuras,
encontrados por azar sin ella misma, |
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con su boca cruenta desgarró
los tenues atuendos. |
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Él, que más tarde
había salido, huellas vio en el alto |
105 |
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polvo ciertas de fiera y en todo su
rostro palideció |
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Príamo; pero cuando la
prenda también, de sangre teñida, |
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encontró: «Una misma
noche a los dos», dice, «amantes perderá, |
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de quienes ella fue la más
digna de una larga vida; |
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mi vida dañina es. Yo,
triste de ti, te he perdido, |
110 |
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que a lugares llenos de miedo hice
que de noche vinieras |
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y no el primero aquí
llegué. ¡Destrozad mi cuerpo |
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y mis malditas entrañas
devorad con fiero mordisco, |
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oh, cuantos leones habitáis
bajo esta peña! |
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Pero de un cobarde es pedir la
muerte». Los velos de Tisbe |
115 |
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recoge, y del pactado árbol
a la sombra consigo los lleva, |
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y cuando dio lágrimas, dio
besos a la conocida prenda: |
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«Recibe ahora» dice
«también de nuestra sangre el sorbo», |
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y, del que estaba ceñido, se
hundió en los costados su hierro, |
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y sin demora, muriendo, de su
hirviente herida lo sacó, |
120 |
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y quedó tendido de espalda
al suelo: su crúor fulgura alto, |
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no de otro modo que cuando un
caño de plomo defectuoso |
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se hiende, y por el tenue,
estridente taladro, largas |
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aguas lanza y con sus golpes los
aires rompe. |
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Las crías del árbol,
por la aspersión de la sangría, en negra |
125 |
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faz se tornan, y humedecida de
sangre su raíz, |
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de un purpúreo color
tiñe las colgantes moras. |
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He aquí
que, su miedo aún no dejado, por no burlar a su amante, |
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ella vuelve, y al joven con sus
ojos y ánimo busca, |
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y por narrarle qué grandes
peligros ha evitado está ansiosa; |
130 |
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y aunque el lugar reconoce, y en el
visto árbol su forma, |
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igualmente la hace dudar del fruto
el color: fija se queda en si él es. |
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Mientras duda, unos trémulos
miembros ve palpitar |
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en el cruento suelo y atrás
su pie lleva, y una cara que el boj |
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más pálida portando
se estremece, de la superficie en el modo, |
135 |
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que tiembla cuando lo más
alto de ella una exigua aura toca. |
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Pero después de que,
demorada, los amores reconoció suyos, |
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sacude con sonoro golpe, indignos,
sus brazos |
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y desgarrándose el cabello y
abrazando el cuerpo amado |
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sus heridas colmó de
lágrimas, y con su llanto el crúor |
140 |
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mezcló, y en su helado
rostro besos prendiendo: |
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«Píramo»,
clamó, «¿qué azar a ti de mí te
ha arrancado? |
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Píramo, responde. La Tisbe
tuya a ti, queridísimo, |
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te nombra; escucha, y tu rostro
yacente levanta». |
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Al nombre de Tisbe sus ojos, ya por
la muerte pesados, |
145 |
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Píramo irguió, y
vista ella los volvió a velar. |
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La cual,
después de que la prenda suya reconoció y
vacío |
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de su espada vio el marfil:
«Tu propia a ti mano», dice, «y el amor, |
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te ha perdido, desdichado. Hay
también en mí, fuerte para solo |
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esto, una mano, hay también
amor: dará él para las heridas fuerzas. |
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Seguiré al extinguido, y de
la muerte tuya tristísima se me dirá |
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causa y compañera, y quien
de mí con la muerte sola |
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serme arrancado, ay, podías,
habrás podido ni con la muerte serme arrancado. |
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Esto, aun así, con las
palabras de ambos sed rogados, |
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oh, muy tristes padres mío y
de él, |
155 |
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que a los que un seguro amor, a los
que la hora postrera unió, |
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de depositarles en un túmulo
mismo no os enojéis; |
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mas tú, árbol que con
tus ramas el lamentable cuerpo |
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ahora cubres de uno solo -pronto
has de cubrir de dos-, |
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las señales mantén de
la sangría, y endrinas, y para los lutos aptas, |
160 |
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siempre ten tus crías,
testimonios del gemelo crúor», |
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dijo, y ajustada la punta bajo lo
hondo de su pecho |
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se postró sobre el hierro
que todavía de la sangría estaba tibio. |
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Sus votos, aun así,
conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres, |
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pues el color en el fruto es,
cuando ya ha madurado, negro, |
165 |
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y lo que a sus piras resta descansa
en una sola urna». |
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Los amores del Sol. Marte y Venus.
Leucótoe. Clítie
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Había
cesado, e intermedio hubo un breve tiempo, y empezó |
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a hablar Leucónoe; su voz
contuvieron las hermanas. |
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«A éste
también, que templa todas las cosas con su sidérea
luz, |
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cautivó el amor, al Sol: del
Sol contaremos los amores. |
170 |
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El primero que el adulterio de
Venus con Marte vio |
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se cree este dios; ve este dios
todas las cosas el primero. |
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Hondo se dolió del hecho y
al marido, descendencia de Juno, |
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los hurtos de su lecho y del hurto
el lugar mostró; mas a aquél, |
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su razón y la obra que su
fabril diestra sostenía, |
175 |
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se le cayeron: al punto
gráciles de bronce unas cadenas, |
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y redes y lazos que las luces
burlar pudieran |
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lima -no aquella obra
vencerían las más tenues |
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hebras, no la que cuelga de la
más alta viga telaraña- |
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y que a los ligeros tactos
pequeños movimientos obedezcan |
180 |
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consigue, y el lecho circundando
las coloca con arte. |
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Cuando llegaron a este lecho, al
mismo, su esposa y el adúltero, |
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con el arte del marido y las
ataduras preparadas de novedosa manera, |
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en mitad de sus abrazos ambos
sorprendidos quedan. |
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El Lemnio al punto sus puertas
marfileñas abrió |
185 |
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y admitió a los dioses;
ellos yacían enlazados |
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indecentemente, y algunos de entre
los dioses no tristes desea |
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|
así hacerse indecente... Los
altísimos rieron y largo tiempo |
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ésta fue conocidísima
hablilla en todo el cielo. |
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«Lleva a
cabo la Citereia, de la de delación, un castigo
vengador, |
190 |
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y, por turnos, a aquél que
hirió sus escondidos amores |
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hiere con amor semejante.
¿De qué ahora, de Hiperión el nacido, |
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|
tu hermosura y tu color a ti, y tus
radiadas luces te sirven? |
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|
Así es que tú, quien
con tus fuegos todas las tierras abrasas, |
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|
abrásaste con un fuego
nuevo, y quien todas las cosas divisar debes, |
195 |
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|
a Leucótoe contemplas y
clavas en una doncella sola, |
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|
los que al cosmos debes, ojos: ya
te levantas más tempranamente |
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|
del auroral cielo, ya más
tarde caes a las ondas, |
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|
y por tu demora en contemplarla
alargas las invernales horas; |
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|
|
desfalleces a las veces, y el mal
de tu mente a tus luces |
200 |
|
|
pasa, y, oscuro, los mortales
pechos aterras, |
|
|
|
y no porque a ti de la luna la
imagen más cercana a las tierras |
|
|
|
se haya opuesto palideces: hace tal
color el amor este. |
|
|
|
Quieres a ésta sola, y no a
ti Clímene, y Rodas, |
|
|
|
ni te retiene la genetriz,
bellísima, de la Eea Circe, |
205 |
|
|
y la que tus concúbitos,
Clitie, aunque despreciada |
|
|
|
buscaba, y que en el mismo tiempo
aquel una grave herida |
|
|
|
tenía: Leucótoe, de
muchas, los olvidos hizo, |
|
|
|
a la cual, del pueblo
aromático, en parto dio a luz, |
|
|
|
hermosísima,
Eurínome; pero después de que la hija
creció, |
210 |
|
|
cuanto la madre a todas, tanto a la
madre la hija vencía. |
|
|
|
Rigió las aquemenias
ciudades su padre Órcamo y él |
|
|
|
el séptimo desde su
primitivo origen, desde Belo, se numera. |
|
|
|
Bajo el eje Vespertino están
los pastos de los caballos del Sol: |
|
|
|
ambrosia en vez de hierba tienen;
ella sus cansados miembros |
215 |
|
|
de los diurnos menesteres nutre y
los repara para su labor. |
|
|
|
Y mientras los cuadrípedes
allí celestes pastos arrancan |
|
|
|
y la noche su turno cumple, en los
tálamos el dios penetra amados, |
|
|
|
tornado en la faz de
Eurínome, la genetriz, y entre |
|
|
|
una docena de sirvientas, a
Leucótoe, a las luces, divisa, |
220 |
|
|
que ligeras hebras sacaba, girando
el huso. |
|
|
|
Así pues, cuando cual una
madre hubo dado besos a su querida hija: |
|
|
|
«Un asunto», dice
«arcano es: sirvientas, retiraos, y no |
|
|
|
arrebatad el arbitrio a una madre
de cosas secretas hablar». |
|
|
|
Habían obedecido, y el dios,
el tálamo sin testigo dejado: |
225 |
|
|
«Aquel yo soy», dijo,
«que mido el largo año, |
|
|
|
todas las cosas quien veo, por
quien ve todo la tierra, |
|
|
|
del cosmos el ojo: a mí,
créeme, complaces». Se asusta ella y del miedo |
|
|
|
la rueca y el huso cayeron de sus
dedos remisos. |
|
|
|
El propio temor decor le fue, y no
más largamente él demorándose |
230 |
|
|
a su verdadero aspecto
regresó y a su acostumbrado nitor; |
|
|
|
mas la virgen, aunque aterrada por
la inesperada visión, |
|
|
|
vencida por el nitor del dios,
dejando su lamento, su fuerza sufrió. |
|
|
|
«Se
enojó Clitie, pues tampoco moderado había sido |
|
|
|
en ella del Sol el amor, y acuciada
de la rival por la ira, |
235 |
|
|
divulga el adulterio y a la
difamada ante su padre |
|
|
|
acusa; él, feroz e
implacable, a la que suplicaba |
|
|
|
y tendía las manos a las
luces del Sol y que: «Él |
|
|
|
fuerza me hizo contra mi
voluntad», decía, la sepultó, sanguinario, |
|
|
|
bajo alta tierra y un túmulo
encima añade de pesada arena. |
240 |
|
|
Lo disipa con sus rayos de
Hiperión el nacido y camino |
|
|
|
te da a ti por donde puedas sacar
tu sepultado rostro; |
|
|
|
y tú ya no podías,
matada tu cabeza por el peso de la tierra, |
|
|
|
ninfa, levantarla, y cuerpo
exangüe yacías: |
|
|
|
nada que aquello más
doliente se cuenta que el moderador de los voladores |
245 |
|
|
caballos, después de los
fuegos de Faetonte, había visto. |
|
|
|
Él ciertamente los
gélidos miembros intenta, si pueda, |
|
|
|
de sus radios con las fuerzas,
retornar al vivo calor; |
|
|
|
pero, puesto que a tan grandes
intentos el hado se opone, |
|
|
|
con néctar aromado
asperjó su cuerpo y el lugar, |
250 |
|
|
y de muchas cosas antes
lamentándose: «Tocarás, aun así, el
éter», dijo. |
|
|
|
En seguida, imbuido del celeste
néctar el cuerpo |
|
|
|
se licueció y la tierra
humedeció con su aroma, |
|
|
|
y una vara a través de los
terrones, insensiblemente, con raíces en ella hechas, |
|
|
|
de incienso, se irguió, y el
túmulo con su punta rompió. |
255 |
|
|
Mas a Clitie,
aunque el amor excusar su dolor, |
|
|
|
y su delación el dolor
podía, no más veces el autor de la luz |
|
|
|
acudió y de Venus la
moderación a sí mismo se hizo en ella. |
|
|
|
Se consumió desde de
aquello, demencialmente de sus amores haciendo uso, |
|
|
|
sin soportar ella a las ninfas, y
bajo Júpiter noche y día |
260 |
|
|
se sentó en el suelo
desnuda, desnudos, despeinada, sus cabellos, |
|
|
|
y durante nueve luces sin probar
agua ni alimento, |
|
|
|
con mero rocío y las
lágrimas suyas sus ayunos cebó |
|
|
|
y no se movió del suelo;
sólo contemplaba del dios |
|
|
|
el rostro al pasar y los semblantes
suyos giraba a él. |
265 |
|
|
Sus miembros, cuentan, se
prendieron al suelo, y una lívida palidez |
|
|
|
vertió parte de su color a
las exangües hierbas; |
|
|
|
tiene en parte un rubor, y su cara
una flor muy semejante a la violeta cubre. |
|
|
|
Ella, aunque por una raíz
está retenida, al Sol |
|
|
|
se vuelve suyo y mutada conserva su
amor». |
270 |
|
|
Las hijas de Minias (II)
|
|
Había
dicho, y el hecho admirable había cautivado los
oídos. |
|
|
|
Parte que ocurrir pudiera niegan,
parte, que todo los verdaderos |
|
|
|
dioses pueden, recuerdan: pero no
también Baco entre ellos. |
|
|
|
Se reclama a
Alcítoe, después de que callaron sus hermanas. |
|
|
|
La cual, por el radio haciendo
correr las hebras de la tela puesta: |
275 |
|
|
«Por divulgados callo»,
dijo, «del pastor Dafnis del |
|
|
|
Ida los amores, a quien su ninfa
por la ira de su rival |
|
|
|
confirió a una roca: tan
gran dolor abrasa a los amantes; |
|
|
|
y no hablo de cómo en otro
tiempo, innovada la ley de la naturaleza, |
|
|
|
ambiguo fuera, ora hombre, ora
mujer Sitón. |
280 |
|
|
A ti también, ahora acero,
en otro tiempo fidelísimo al pequeño |
|
|
|
Júpiter, Celmis, y a los
Curetes, engendrados por larga lluvia, |
|
|
|
y a Croco, en pequeñas
flores, con Esmílace, tornado: |
|
|
|
a todos dejo de lado, y vuestros
ánimos con una dulce novedad retendré. |
|
|
|
Sálmacis y Hermafrodito
|
|
De dónde
que infame sea, por qué con sus poco fuertes ondas |
285 |
|
|
Sálmacis enerva y ablanda
los miembros por ella tocados, |
|
|
|
aprended. La causa se ignora; el
poder es conocidísimo del manantial. |
|
|
|
A un niño, de Mercurio y la
divina Citereide nacido, |
|
|
|
las náyades nutrieron bajo
las cavernas del Ida, |
|
|
|
del cual era la faz en la que su
madre y padre |
290 |
|
|
conocerse pudieran; su nombre
también trajo de ellos. |
|
|
|
Él, en cuanto los tres
quinquenios hizo, los montes |
|
|
|
abandonó patrios y, el Ida,
su nodriza, dejado atrás, |
|
|
|
de errar por desconocidos lugares,
de desconocidas corrientes |
|
|
|
ver, gozaba, su interés
aminorando la fatiga. |
295 |
|
|
Él incluso a las licias
ciudades, y a Licia cercanos, los carios |
|
|
|
llega: ve aquí un pantano,
de una linfa diáfana |
|
|
|
hasta el profundo suelo. No
allí caña palustre, |
|
|
|
ni estériles ovas, ni de
aguda cúspide juncos: |
|
|
|
perspicuo licor es; lo
último, aun así, del pantano, de vivo |
300 |
|
|
césped se ciñe, y de
siempre verdeantes hierbas. |
|
|
|
Una ninfa lo honra, pero ni para
las cacerías apta ni que los arcos |
|
|
|
doblar suela ni que competir en la
carrera, |
|
|
|
y única de las
náyades no conocida para la veloz Diana. |
|
|
|
A menudo a ella, fama es, le
dijeron sus hermanas: |
305 |
|
|
«Sálmacis, o la
jabalina o las pintas aljabas coge, |
|
|
|
y con duras cacerías tus
ocios mezcla». |
|
|
|
Ni la jabalina coge ni las pintas
ella aljabas, |
|
|
|
ni con duras cacerías sus
ocios mezcla, |
|
|
|
sino ora en la fontana suya sus
hermosos miembros lava, |
310 |
|
|
a menudo con peine del Citoro alisa
sus cabellos |
|
|
|
y qué le sienta bien
consulta a las ondas que contempla, |
|
|
|
ahora, circundando su cuerpo de un
muy diáfano atuendo, |
|
|
|
bien en las mullidas hojas, bien en
las mullidas se postra hierbas, |
|
|
|
a menudo coge flores. Y entonces
también por azar las cogía |
315 |
|
|
cuando al muchacho vio, y visto
deseó tenerlo. |
|
|
|
Aun así,
no antes se acercó, aunque tenía prisa por
acercarse, |
|
|
|
de que se hubo compuesto, de que
alrededor se contempló los atuendos, |
|
|
|
y fingió su rostro, y
mereció el hermosa parecer. |
|
|
|
Entonces, así empezando a
hablar: «Muchacho, oh, dignísimo de que se crea |
320 |
|
|
que eres un dios, o si tú
dios eres, puedes ser Cupido, |
|
|
|
o si eres mortal, quienes te
engendraron dichosos, |
|
|
|
y tu hermano feliz, y afortunada
seguro |
|
|
|
si alguna tú hermana tienes,
y la que te dio sus pechos, tu nodriza; |
|
|
|
pero mucho más que todos, y
mucho más dichosa aquélla, |
325 |
|
|
si alguna tú prometida
tienes, si a alguna dignarás con tu antorcha, |
|
|
|
ésta tú, si es que
alguna tienes, sea furtivo mi placer, |
|
|
|
o si ninguna tienes, yo lo sea, y
en el tálamo mismo entremos». |
|
|
|
La náyade después de
esto calló; del muchacho un rubor la cara
señaló |
|
|
|
-pues no sabe qué el amor-,
pero también enrojecer para su decor era. |
330 |
|
|
Ese color el de los suspendidos
frutos de un soleado árbol, |
|
|
|
o el del marfil teñido es,
o, en su candor, cuando en vano |
|
|
|
resuenan los bronces auxiliares, el
de la rojeciente luna. |
|
|
|
A la ninfa, que reclamaba sin fin
de hermana, al menos, |
|
|
|
besos, y ya las manos a su cuello
de marfil le echaba: |
335 |
|
|
«¿Cesas, o huyo, y
contigo», dice él, «esto dejo?». |
|
|
|
Sálmacis se atemorizó
y: «Los lugares estos a ti libres te entrego, |
|
|
|
huésped», dice, y
simula marcharse su paso tornando; |
|
|
|
entonces también, mirando
atrás, y recóndita ella de arbustos en una
espesura, |
|
|
|
se ocultó y en doblando la
rodilla se abajó. Mas él, |
340 |
|
|
claro está, como inobservado
y en las vacías hierbas, |
|
|
|
aquí va y allá y
acullá, y en las retozonas ondas |
|
|
|
las solas plantas de sus pies y
hasta el tobillo baña; |
|
|
|
sin demora, por la templanza de las
blandas aguas cautivado, |
|
|
|
sus suaves vestimentas de su tierno
cuerpo desprende. |
345 |
|
|
Entonces en verdad complació
él, y de su desnuda figura por el deseo |
|
|
|
Sálmacis se abrasó;
flagran también los ojos de la ninfa |
|
|
|
no de otro modo que cuando
nitidísimo en el puro orbe |
|
|
|
en la opuesta imagen de un espejo
se refleja Febo; |
|
|
|
y apenas la demora soporta, apenas
ya sus goces difiere, |
350 |
|
|
ya desea abrazarle, ya a sí
misma mal se contiene, amente. |
|
|
|
Él, veloz, con huecas palmas
palmeándose su cuerpo |
|
|
|
abajo salta, y a las linfas
alternos brazos llevando |
|
|
|
en las líquidas aguas se
trasluce, como si alguien unas marfileñas |
|
|
|
estatuas cubra, o cándidos
lirios, con un claro vidrio. |
355 |
|
|
«Hemos vencido y mío
es» exclama la náyade, y toda |
|
|
|
ropa lejos lanzando, en mitad se
mete de las ondas |
|
|
|
y al que lucha retiene y disputados
besos le arranca |
|
|
|
y le sujeta las manos y su
involuntario pecho toca, |
|
|
|
y ahora por aquí del joven
alrededor, ahora se derrama por allá; |
360 |
|
|
finalmente, debatiéndose
él en contra y desasirse queriendo, |
|
|
|
lo abraza como una serpiente, a la
que sostiene la regia ave y |
|
|
|
elevada la arrebata: colgando, la
cabeza ella y los pies |
|
|
|
le enlaza y con la cola le abraza
las expandidas alas; |
|
|
|
o como suelen las hiedras
entretejer los largos troncos |
365 |
|
|
y como bajo las superficies el
pulpo su apresado enemigo |
|
|
|
contiene, de toda parte
enviándole sus flagelos. |
|
|
|
Persiste el Atlantíada y sus
esperados goces a la ninfa |
|
|
|
deniega; ella aprieta, y acoplada
con el cuerpo todo, |
|
|
|
tal como estaba prendida:
«Aunque luches, malvado», dijo, |
370 |
|
|
«no, aun así,
escaparás. Así, dioses, lo ordenéis, y a
él |
|
|
|
ningún día de
mí, ni a mí separe de él». |
|
|
|
Los votos tuvieron sus dioses,
pues, mezclados, de los dos |
|
|
|
los cuerpos se unieron y una faz se
introduce en ellos |
|
|
|
única; como si alguien, que
juntos conduce en una corteza unas ramas, |
375 |
|
|
al crecer, juntarse ellas, y al par
desarrollarse contempla, |
|
|
|
así, cuando en un abrazo
tenaz se unieron sus miembros, |
|
|
|
ni dos son, sino su forma doble, ni
que mujer decirse |
|
|
|
ni que muchacho, pueda, y ni lo uno
y lo otro, y también lo uno y lo otro, parece. |
|
|
|
Así pues, cuando a él
las fluentes ondas, adonde hombre había descendido, |
380 |
|
|
ve que semihombre lo habían
hecho, y que se ablandaron en ellas |
|
|
|
sus miembros, sus manos tendiendo,
pero ya no con voz viril, |
|
|
|
el Hermafrodito dice: «Al
nacido dad vuestro de regalos, |
|
|
|
padre y también genetriz,
que de ambos el nombre tiene, |
|
|
|
que quien quiera que a estas
fontanas hombre llegara, salga de ahí |
385 |
|
|
semihombre y súbitamente se
ablande, tocadas, en las aguas». |
|
|
|
Conmovidos ambos padres, de su
nacido biforme válidas las palabras |
|
|
|
hicieron y con una incierta droga
la fontana tiñeron». |
|
|
|
Las hijas de Minias (III)
|
|
El fin era de
sus palabras, y todavía de Minias la prole |
|
|
|
apresura la tarea y desprecia al
dios y su fiesta profana, |
390 |
|
|
cuando unos tímpanos
súbitamente, no visibles, con roncos |
|
|
|
sonidos en contra rugen, y la
flauta de combado cuerno, |
|
|
|
y tintineantes bronces suenan;
aroman las mirras y los azafranes |
|
|
|
y, cosa que el crédito
mayor, empezaron a verdecer las telas |
|
|
|
y, de hiedra en la faz, a cubrirse
de frondas la veste suspendida; |
395 |
|
|
parte acaba en vides, y los que
poco antes hilos fueron, |
|
|
|
en sarmiento se mutan; de la hebra
un pámpano sale; |
|
|
|
la púrpura su fulgor acomoda
a las pintas uvas. |
|
|
|
Y ya el día pasado
había y el tiempo llegaba |
|
|
|
al que tú ni tinieblas, ni
le pudieras decir luz, |
400 |
|
|
sino con la luz, aun así,
los confines de la dudosa noche: |
|
|
|
los techos de repente ser
sacudidos, y las grasas lámparas arder |
|
|
|
parecen, y con rútilos
fuegos resplandecer las mansiones, |
|
|
|
y falsos espectros de salvajes
fieras aullar: |
|
|
|
y ya hace tiempo se esconden por
las humeantes estancias las hermanas |
405 |
|
|
y por diversos lugares los fuegos y
las luces evitan, |
|
|
|
y mientras buscan las tinieblas,
una membrana por sus pequeñas articulaciones |
|
|
|
se extiende e incluye sus brazos en
una tenue ala; |
|
|
|
y, de qué en razón
hayan perdido su vieja figura, |
|
|
|
saber no permiten las tinieblas. No
a ellas pluma las elevaba, |
410 |
|
|
a sí se sostenían,
aun así, con perlúcidas alas, |
|
|
|
y al intentar hablar, mínima
y según su cuerpo una voz |
|
|
|
emiten, y realizan sus leves
lamentos con un estridor, |
|
|
|
y los techos, no las espesuras
frecuentan, y la luz odiando, |
|
|
|
de noche vuelan y de la avanzada
tarde tienen el nombre. |
415 |
|
|
Atamante e Ino
|
|
Entonces en
verdad por toda Tebas de Baco memorable |
|
|
|
el numen era y las grandes fuerzas
del nuevo dios |
|
|
|
su tía materna narra por
todas partes, y de tantas hermanas, ajena |
|
|
|
ella sola al dolor era: salvo al
que le hicieron sus hermanas. |
|
|
|
Reparó en ella -que por sus
nacidos y el tálamo de Atamante tenía |
420 |
|
|
subidos los ánimos, y por su
prohijado numen- Juno, |
|
|
|
y no lo soportó, y para
sí: «¿Ha podido de una rival el nacido |
|
|
|
tornar a los meonios marineros y en
el piélago sumergirlos, |
|
|
|
y, para que sean destrozadas, a su
madre dar de su hijo las entrañas, |
|
|
|
y a las triples Mineides cubrir con
nuevas alas? |
425 |
|
|
¿Nada habrá podido
Juno, sino no vengados llorar sus dolores? |
|
|
|
¿Y esto para mí
bastante es? ¿Esta sola la potencia nuestra es? |
|
|
|
Él mismo enseña
qué haga yo -lícito es también del enemigo
aprender-, |
|
|
|
y qué el furor pueda, de
Penteo con el asesinato bastante |
|
|
|
y de más ha mostrado:
¿por qué no aguijonearle y que vaya |
430 |
|
|
por los consanguíneos
ejemplos con sus propios furores Ino? |
|
|
|
Hay una vía declive, nublada
por el funesto tejo: |
|
|
|
lleva, a través de mudos
silencios, a las infiernas sedes; |
|
|
|
la Estige nieblas exhala, inerte, y
las sombras recientes |
|
|
|
descienden allí y espectros
que han cumplido con sus sepulcros: |
435 |
|
|
la palidez y el invierno poseen
ampliamente esos lugares espinosos y, nuevos, |
|
|
|
por dónde sea el camino, los
manes ignoran, el que lleva a la estigia |
|
|
|
ciudad, dónde esté la
fiera regia del negro Dis. |
|
|
|
Mil entradas la capaz ciudad, y
abiertas por todos lados sus puertas |
|
|
|
tiene, y como los mares de toda la
tierra los ríos, |
440 |
|
|
así todas las almas el lugar
acoge este, y no para pueblo |
|
|
|
alguno exiguo es, o que una
multitud ingresa, siente. |
|
|
|
Vagan exangües, sin cuerpo y
sin huesos, las sombras, |
|
|
|
y una parte el foro frecuentan,
parte los techos del más bajo tirano, |
|
|
|
una parte algunas artes,
imitaciones de su antigua vida, |
445 |
|
|
ejercen, a otra parte una condena
coerce. |
|
|
|
Soporta ir
allí, su sede celeste dejada |
|
|
|
-tanto a sus odios y a su ira
daba-, la Saturnia Juno; |
|
|
|
adonde una vez que entró y
por su sagrado cuerpo oprimido |
|
|
|
gimió el umbral, sus tres
caras Cérbero sacó |
450 |
|
|
y tres ladridos a la vez dio; ella
a las Hermanas, |
|
|
|
de la Noche engendradas, llama,
grave e implacable numen: |
|
|
|
de la cárcel ante las
puertas cerradas con acero estaban sentadas, |
|
|
|
y de sus cabellos peinaban negras
serpientes. |
|
|
|
A la cual una vez reconocieron
entre las sombras de la calina, |
455 |
|
|
se pusieron de pie las diosas; Sede
Maldita se llama: |
|
|
|
sus entrañas ofrecía
Titio para ser desgarradas, y sobre nueve |
|
|
|
yugadas se extendía; por ti,
Tántalo, ningunas |
|
|
|
aguas pueden aprehenderse, y el que
asoma huye, ese árbol; |
|
|
|
o buscas o empujas la que ha de
retornar, Sísifo, roca; |
460 |
|
|
se gira Ixíon y a sí
mismo se persigue y huye, |
|
|
|
y las que preparar la muerte de sus
primos osaron, |
|
|
|
asiduas ondas, que perderán,
vuelven a buscar, las Bélides. |
|
|
|
A los cuales
todos después de que con una mirada torva la Saturnia |
|
|
|
vio y antes de todos a
Ixíon, de vuelta desde aquél |
465 |
|
|
a Sísifo mirando:
«¿Por qué éste, de sus hermanos»,
dice, |
|
|
|
«perpetuos sufre castigos? A
Atamante, el soberbio, |
|
|
|
una regia rica le tiene, quien a
mí, con su esposa, siempre |
|
|
|
me ha despreciado», y expone
las causas de su odio y su camino |
|
|
|
y qué quiera: lo que
querría era que la regia de Cadmo |
470 |
|
|
no siguiera en pie y que a la
fechoría arrastraran, a Atamante, unos furores. |
|
|
|
Gobierno, promesas, súplicas
confunde en uno, |
|
|
|
y solivianta a las diosas:
así, esto Juno habiendo dicho, |
|
|
|
Tisífone, con sus canos
cabellos, como estaba, turbados, |
|
|
|
los movió y rechazó
de su cara las culebras que la estorbaban |
475 |
|
|
y así: «no de largos
rodeos menester es», dijo; |
|
|
|
«hecho considera cuanto
ordenas; el inamable reino |
|
|
|
abandona y vuélvete de un
cielo mejor a las auras». |
|
|
|
Alegre regresa Juno, a la cual, en
el cielo a entrar disponiéndose, |
|
|
|
con roradas aguas lustró la
Taumantíade Iris. |
480 |
|
|
Y sin demora
Tisífone, la importuna, humedecida de sangre |
|
|
|
toma una antorcha, y de fluido
crúor rojeciente |
|
|
|
se pone el manto, y con una torcida
sierpe se enciñe, |
|
|
|
y sale de la casa. El Luto la
acompaña a su paso |
|
|
|
y el Pavor y el Terror y con
tembloroso rostro la Insania. |
485 |
|
|
En el umbral se había
apostado: las jambas que temblaron se cuenta |
|
|
|
del Eolio, y una palidez
inficionó las puertas de arce, |
|
|
|
y el Sol del lugar huye. Ante esos
prodigios, aterrada la esposa, |
|
|
|
aterrado quedó Atamante, y
de su techo a salir se aprestaban: |
|
|
|
se opuso la infausta Erinis y la
entrada sitió, |
490 |
|
|
y sus brazos distendiendo, uncidos
de viperinos nudos, |
|
|
|
su cabellera sacudió:
movidas sonaron las culebras, |
|
|
|
y parte yacen por sus hombros,
parte, alrededor de sus pechos resbaladas, |
|
|
|
silbidos dan y suero vomitan y sus
lenguas vibran. |
|
|
|
De ahí dos serpientes
sajó, de en medio de sus cabellos, |
495 |
|
|
y con su calamitosa mano, las que
había arrebatado, les arrojó; mas ellas |
|
|
|
de Ino los senos, y de Atamante,
recorren |
|
|
|
y les insuflan graves alientos, y
heridas a sus miembros |
|
|
|
ningunas hacen: su mente es la que
los siniestros golpes siente. |
|
|
|
Había traído consigo
también portentos de fluente veneno, |
500 |
|
|
de la boca de Cérbero
espumas, y jugos de Equidna, |
|
|
|
y desvaríos
erráticos, y de la ciega mente olvidos, |
|
|
|
y crimen y lágrimas y rabia
y de la sangría el amor, |
|
|
|
todo molido a la vez, lo cual, con
sangre mezclado reciente, |
|
|
|
había cocido en un bronce
cavo, revuelto con verde cicuta; |
505 |
|
|
y mientras espantados están
ellos, vierte este veneno de furia |
|
|
|
en el pecho de ambos y sus
entrañas más íntimas turba. |
|
|
|
Entonces, una antorcha agitando por
el mismo orbe muchas veces, |
|
|
|
alcanza con los fuegos, velozmente
movidos, los fuegos. |
|
|
|
Así, vencedora, y de lo
ordenado dueña, a los inanes |
510 |
|
|
reinos vuelve del gran Dis y se
desciñe de la serpiente que cogiera. |
|
|
|
En seguida el
Eólida furibundo en mitad de su corte |
|
|
|
clama: «Io,
compañeros, las redes tended en estos bosques. |
|
|
|
Aquí ahora con su gemela
prole visto he a una leona», |
|
|
|
y, como de una fiera, sigue las
huellas de su esposa, amente, |
515 |
|
|
y del seno de su madre, riendo y
sus pequeños brazos tendiéndole, |
|
|
|
a Learco arrebata, y dos y tres
veces por las auras |
|
|
|
al modo lo rueda de una honda, y en
una rígida roca su boca, |
|
|
|
que aún no hablaba,
despedaza feroz; entonces, en fin, excitada la madre, |
|
|
|
-si el dolor esto hizo, o del
veneno esparcido causa-, |
520 |
|
|
aúlla, y con los cabellos
sueltos huye mal sana, |
|
|
|
y a ti llevándote,
pequeño, en sus desnudos brazos, Melicertes: |
|
|
|
«Evohé, Baco»,
grita: de Baco bajo el nombre Juno |
|
|
|
rio y: «Estos servicios te
preste a ti», dijo, «tu prohijado». |
|
|
|
Suspendida hay sobre las
superficies un risco; su parte inferior socavada está |
525 |
|
|
por los oleajes y a las ondas que
cubre defiende de las lluvias, |
|
|
|
la superior rígida
está y su frente a la abierta superficie extiende; |
|
|
|
se apodera de él -fuerzas la
insania le daba- Ino |
|
|
|
y a sí misma sobre el ponto,
sin que ningún temor la retarde, |
|
|
|
se lanza y a su carga; golpeada la
onda se encandeció. |
530 |
|
|
Mas Venus, de
los sufrimientos compadecida de su nieta, que no los
merecía, |
|
|
|
así al tío suyo
enterneció: «Oh, numen de las aguas, |
|
|
|
ante quien cedió, siguiente
al del cielo, Neptuno, el poder, |
|
|
|
grandes cosas, ciertamente,
reclamo, pero tú compadécete de los míos, |
|
|
|
que lanzados ves en el Jonio
inmenso, |
535 |
|
|
y a los dioses
añádelos tuyos. Alguna también yo estima en el
ponto tengo, |
|
|
|
si es cierto que un día, en
medio del profundo, compacta |
|
|
|
espuma fui y mi griego nombre queda
de ella». |
|
|
|
Asiente a la que ruega Neptuno y
arrebató de ellos |
|
|
|
lo que mortal fue, y una majestad
verenda |
540 |
|
|
les impuso y su nombre al mismo
tiempo que su aspecto les innovó, |
|
|
|
y con Leucotea, su madre, al dios
Palemón llamó. |
|
|
|
Las compañeras de Ino
|
|
Sus sidonias
compañeras, cuanto pudieron siguiendo |
|
|
|
las señales de sus pies, en
lo primero de la roca vieron, las más recientes, |
|
|
|
y sin duda de su muerte
cercioradas, a la Cadmeida casa |
545 |
|
|
con sus palmas hicieron duelo,
rasgándose, con la ropa, sus cabellos, |
|
|
|
y como poco justa y demasiado con
su rival cruel |
|
|
|
achares hicieron a la diosa; estos
reproches Juno |
|
|
|
no soportó y: «Os
haré a vosotras mismas máximos», dijo, |
|
|
|
«exponentes de la crueldad
mía»; el hecho a los dichos siguió. |
550 |
|
|
Pues la que principalmente
había sido devota: «Seguiré», dice, |
|
|
|
«a los estrechos a la
reina» y un salto al ir a dar, moverse |
|
|
|
a parte alguna no pudo y al risco
fija quedó adherida; |
|
|
|
otra, mientras con el acostumbrado
golpe intenta herir |
|
|
|
sus pechos, sintió que los
que lo intentaban quedaron rígidos, sus brazos; |
555 |
|
|
aquélla que las manos por
azar había tendido del mar a las ondas, |
|
|
|
en piedra vuelta, las manos a las
mismas ondas alarga; |
|
|
|
de una, cuando arrebataba y rasgaba
de su cabeza su pelo, |
|
|
|
endurecidos súbitamente los
dedos en el pelo vieras: |
|
|
|
en el gesto en que cada una
sorprendida fue, se queda en él. |
560 |
|
|
Parte aves se hicieron; las que
ahora también en la garganta aquella |
|
|
|
las superficies cortan con lo
extremo de sus alas, las Isménides. |
|
|
|
Cadmo y Harmonía
|
|
Desconoce el
Agenórida que su nacida y su pequeño nieto |
|
|
|
de la superficie son dioses; por el
luto y la sucesión de sus males |
|
|
|
vencido, y por los ostentos que
numerosos había visto, sale, |
565 |
|
|
su fundador, de la ciudad suya,
como si la fortuna de esos lugares, |
|
|
|
no la suya lo empujara, y por su
largo vagar llevado, |
|
|
|
alcanza las ilíricas
fronteras con su prófuga esposa. |
|
|
|
Y ya de males y de años
cargados, mientras los primeros hados |
|
|
|
coligen de su casa, y repasan en su
conversación sus sufrimientos: |
570 |
|
|
«¿Y si sagrada aquella
serpiente atravesada por mi cúspide», |
|
|
|
Cadmo dice, «fuera, entonces,
cuando de Sidón saliendo |
|
|
|
sus vipéreos dientes
esparcí por la tierra, novedosas simientes? |
|
|
|
A la cual, si el celo de los dioses
con tan certera ira vindica, |
|
|
|
yo mismo, lo suplico, como
serpiente sobre mi largo vientre me extienda», |
575 |
|
|
dijo, y como serpiente sobre su
largo vientre se tiende |
|
|
|
y a su endurecida piel que escamas
le crecen siente |
|
|
|
y que su negro cuerpo se variega
con azules gotas |
|
|
|
y sobre su pecho cae de bruces, y
reunidas en una sola, |
|
|
|
poco a poco se atenúan en
una redondeada punta sus piernas. |
580 |
|
|
Los brazos ya le restan: los que le
restan, los brazos tiende |
|
|
|
y con lágrimas por su
todavía humana cara manando: |
|
|
|
«Acércate, oh, esposa,
acércate, tristísima», dijo, |
|
|
|
«y mientras algo queda de
mí, me toca, y mi mano |
|
|
|
coge, mientras mano es, mientras no
todo lo ocupa la serpiente». |
585 |
|
|
Él sin duda quiere
más decir, pero su lengua de repente |
|
|
|
en partes se hendió dos, y
no las palabras al que habla |
|
|
|
abastan, y cuantas veces se dispone
a decir lamentos |
|
|
|
silba: esa voz a él su
naturaleza le ha dejado. |
|
|
|
Sus desnudos pechos con la mano
hiriendo exclama la esposa: |
590 |
|
|
«Cadmo, espera, desdichado, y
despójate de estos prodigios. |
|
|
|
Cadmo, ¿Qué esto,
dónde tu pie, dónde están tus brazos y
manos |
|
|
|
y tu color y tu faz y, mientras
hablo, todo? ¿Por qué no |
|
|
|
a mí también,
celestes, en la misma sierpe me tornáis?». |
|
|
|
Había dicho, él de su
esposa lamía la cara, |
595 |
|
|
y a sus senos queridos, como si los
reconociera, iba, |
|
|
|
y le daba abrazos y su acostumbrado
cuello buscaba. |
|
|
|
Todo el que está presente
-estaban presentes los cortesanos- se aterra; mas ella |
|
|
|
los lúbricos cuellos
acaricia del crestado reptil |
|
|
|
y súbitamente dos son y,
junta su espiral, serpean, |
600 |
|
|
hasta que de un vecino bosque a las
guaridas llegaron. |
|
|
|
Ahora también, ni huyen del
hombre ni de herida le hieren, |
|
|
|
y qué antes habían
sido recuerdan, plácidos, los reptiles. |
|
|
|
Perseo y Atlas
|
|
Pero aun
así a ambos consuelos grandes de su tornada |
|
|
|
figura su nieto les había
dado, a quien, por él debelada, honraba |
605 |
|
|
la India, a quien celebraba la
Acaya en los templos a él puestos. |
|
|
|
Sólo el Abantíada, de
su mismo origen creado, |
|
|
|
Acrisio, queda, que de las murallas
lo aleje de la ciudad |
|
|
|
de Argos y contra el dios lleve las
armas; y su estirpe |
|
|
|
no cree que sea de dioses; pues
tampoco de Júpiter ser creía |
610 |
|
|
a Perseo, a quien Dánae
había concebido de pluvial oro. |
|
|
|
Pronto, aun así, a Acrisio
-tan grande es la presencia de la verdad- |
|
|
|
tanto haber ultrajado al dios como
no haber reconocido a su nieto |
|
|
|
le pesa: impuesto ya en el cielo
está el uno, mas el otro, |
|
|
|
devolviendo el despojo memorable
del vipéreo portento, |
615 |
|
|
el aire tierno rasgaba con sus
estridentes alas, |
|
|
|
y cuando sobre las líbicas
arenas, vencedor, estaba suspendido, |
|
|
|
de la cabeza de la Górgona
unas gotas cayeron cruentas, |
|
|
|
que, por ella recogidas, la tierra
animó en forma de variegadas serpientes, |
|
|
|
de ahí que concurrida ella
está, e infesta esa tierra de culebras. |
620 |
|
|
Desde
ahí, a través del infinito por vientos discordes
llevado, |
|
|
|
ahora aquí ahora
allí, al ejemplo de la nube acuosa |
|
|
|
se mueve, y de la alta superficie
retiradas largamente |
|
|
|
contempla las tierras y todo
sobrevuela el orbe. |
|
|
|
Tres veces las heladas Ursas, tres
veces del cangrejo los brazos ve, |
625 |
|
|
muchas veces para los ocasos,
muchas veces es arrebatado a los ortos, |
|
|
|
y ya cayendo el día,
temiendo confiarse a la noche, |
|
|
|
se posó, reinos de Atlas, en
el Vespertino círculo, |
|
|
|
y un exiguo descanso busca mientras
el Lucero los fuegos |
|
|
|
convoque de la Aurora, y la Aurora
los carros diurnos. |
630 |
|
|
Aquí, de los hombres a todos
con su ingente cuerpo superando, |
|
|
|
el Japetiónida Atlas estuvo:
la última de las tierras |
|
|
|
bajo el rey este, y el ponto
estaba, que a los jadeantes caballos |
|
|
|
del Sol sus superficies somete y
acoge sus fatigados ejes. |
|
|
|
Mil greyes para él y otras
tantas vacadas por sus hierbas |
635 |
|
|
erraban y su tierra vecindad
ninguna oprimía; |
|
|
|
las arbóreas frondas, que de
su oro radiante brillaban, |
|
|
|
de oro sus ramas, de oro sus
frutos, cubrían. |
|
|
|
«Huésped», le
dice Perseo a él, «si a ti la gloria te conmueve |
|
|
|
de un linaje grande, del linaje
mío Júpiter el autor; |
640 |
|
|
o si eres admirador de las gestas,
admirarás las de nos; |
|
|
|
hospedaje y descanso busco».
Memorioso él de la vetusta |
|
|
|
ventura era -Temis esta ventura le
había dado, la Parnasia-: |
|
|
|
«Un tiempo, Atlas,
vendrá en el que será expoliado de su oro el
árbol |
|
|
|
tuyo, y del botín el
título este de Júpiter un nacido
tendrá». |
645 |
|
|
Esto temiendo, con sólidos
montes sus pomares había cerrado |
|
|
|
Atlas, y a un vasto reptil los
había dado a guardar, |
|
|
|
y alejaba de sus fronteras a los
extraños todos. |
|
|
|
A éste también:
«Márchate fuera, no sea que lejos la gloria de las
gestas |
|
|
|
que finges», dijo,
«lejos de ti Júpiter quede», |
650 |
|
|
y fuerza a sus amenazas
añade, y con sus manos expulsar intenta |
|
|
|
al que tardaba y al que con las
plácidas mezclaba fuertes palabras. |
|
|
|
En fuerzas inferior -pues
quién parejo sería de Atlas |
|
|
|
a las fuerzas-: «Mas, puesto
que poco para ti la estima nuestra vale, |
|
|
|
coge este regalo», dice, y de
la izquierda parte, él mismo |
655 |
|
|
de espalda vuelto, de Medusa la
macilenta cara le sacó. |
|
|
|
Cuan grande él era, un monte
se hizo Atlas: pues la barba y la melena |
|
|
|
a ser bosques pasan, cimas son sus
hombros y brazos, |
|
|
|
lo que cabeza antes fue, es en lo
alto del monte cima, |
|
|
|
los huesos piedra se hacen;
entonces, alto, hacia partes todas |
660 |
|
|
creció al infinito,
así los dioses lo establecisteis, y todo |
|
|
|
-con tantas estrellas- el cielo,
descansó en él. |
|
|
|
Perseo y Andrómeda
|
|
Había
encerrado el Hipótada en su eterna cárcel a los
vientos |
|
|
|
e, invitador a los quehaceres,
clarísimo en el alto cielo, |
|
|
|
el Lucero había surgido: con
sus alas retomadas ata él |
665 |
|
|
por ambas partes sus pies y de su
arma arponada se ciñe |
|
|
|
y el fluente aire, movidos sus
talares, hiende. |
|
|
|
Gentes innumerables alrededor y
debajo había dejado: |
|
|
|
de los etíopes los pueblos y
los campos cefeos divisa. |
|
|
|
Allí, sin ella merecerlo,
expiar los castigos de la lengua |
670 |
|
|
de su madre a Andrómeda,
injusto, había ordenado Amón; |
|
|
|
a la cual, una vez que a unos duros
arrecifes atados sus brazos |
|
|
|
la vio el Abantíada -si no
porque una leve brisa le había movido |
|
|
|
los cabellos, y de tibio llanto
manaban sus luces, |
|
|
|
de mármol una obra la
habría considerado-, contrae sin él saber unos
fuegos |
675 |
|
|
y se queda suspendido y, arrebatado
por la imagen de la vista hermosura, |
|
|
|
casi de agitar se olvidó en
el aire sus plumas. |
|
|
|
Cuando estuvo de pie:
«Oh», dijo, «mujer no digna, de estas
cadenas, |
|
|
|
sino de esas con las que entre
sí se unen los deseosos amantes, |
|
|
|
revélame, que te lo
pregunto, el nombre de tu tierra y el tuyo |
680 |
|
|
y por qué ataduras
llevas». Primero calla ella y no se atreve |
|
|
|
a dirigirse a un hombre, una
virgen, y con sus manos su modesto |
|
|
|
rostro habría tapado si no
atada hubiera estado; |
|
|
|
sus luces, lo que pudo, de
lágrimas llenó brotadas. |
|
|
|
Al que más veces la instaba,
para que delitos suyos confesar |
685 |
|
|
no pareciera que ella no
quería, el nombre de su tierra y el suyo, |
|
|
|
y cuánta fuera la arrogancia
de la materna hermosura |
|
|
|
revela, y todavía no
recordadas todas las cosas, la onda |
|
|
|
resonó, y llegando un
monstruo por el inmenso ponto |
|
|
|
se eleva sobre él y ancha
superficie bajo su pecho ocupa. |
690 |
|
|
Grita la virgen:
su genitor lúgubre, y a la vez |
|
|
|
su madre está allí,
ambos desgraciados, pero más justamente ella, |
|
|
|
y no consigo auxilio sino, dignos
del momento, sus llantos |
|
|
|
y golpes de pecho llevan y en el
cuerpo atado están prendidos, |
|
|
|
cuando así el huésped
dice: «De lágrimas largos tiempos |
695 |
|
|
quedar a vosotros podrían;
para ayuda prestarle breve la hora es. |
|
|
|
A ella yo, si la pidiera, Perseo,
de Júpiter nacido y de aquélla |
|
|
|
a la que encerrada llenó
Júpiter con fecundo oro, |
|
|
|
de la Górgona de cabellos de
serpiente, Perseo, el vencedor, y el que sus alas |
|
|
|
batiendo osa ir a través de
las etéreas auras, |
700 |
|
|
sería preferido a todos
ciertamente como yerno; añadir a tan grandes |
|
|
|
dotes también el
mérito, favorézcanme sólo los dioses,
intento: |
|
|
|
que mía sea salvada por mi
virtud, con vosotros acuerdo». |
|
|
|
Aceptan su ley -pues quién
lo dudaría- y suplican |
|
|
|
y prometen encima un reino como
dote los padres. |
705 |
|
|
He aquí
que igual que una nave con su antepuesto espolón
lanzada |
|
|
|
surca las aguas, de los
jóvenes por los sudorosos brazos movida: |
|
|
|
así la fiera, dividiendo las
ondas al empuje de su pecho, |
|
|
|
tanto distaba de los riscos cuanto
una baleárica honda, |
|
|
|
girado el plomo, puede atravesar de
medio cielo, |
710 |
|
|
cuando súbitamente el joven,
con sus pies la tierra repelida, |
|
|
|
arduo hacia las nubes salió:
cuando de la superficie en lo alto |
|
|
|
la sombra del varón avistada
fue, en la avistada sombra la fiera se ensaña, |
|
|
|
y como de Júpiter el ave,
cuando en el vacío campo vio, |
|
|
|
ofreciendo a Febo sus
lívidas espaldas, un reptil, |
715 |
|
|
se apodera de él vuelto, y
para que no retuerza su salvaje boca, |
|
|
|
en sus escamosas cervices clava sus
ávidas uñas, |
|
|
|
así, en rápido vuelo
lanzándose en picado por el vacío, |
|
|
|
las espaldas de la fiera oprime, y
de ella, bramante, en su diestro ijar |
|
|
|
el Ináquida su hierro hasta
su curvo arpón hundió. |
720 |
|
|
Por su herida grave dañada,
ora sublime a las auras |
|
|
|
se levanta, ora se somete a las
aguas, ora al modo de un feroz jabalí |
|
|
|
se revuelve, al que el tropel de
los perros alrededor sonando aterra. |
|
|
|
Él los ávidos
mordiscos con sus veloces alas rehúye |
|
|
|
y por donde acceso le da, ahora sus
espaldas, de cóncavas conchas por encima sembradas, |
725 |
|
|
ahora de sus lomos las costillas,
ahora por donde su tenuísima cola |
|
|
|
acaba en pez, con su espada en
forma de hoz, hiere. |
|
|
|
El monstruo, con bermellón
sangre mezclados, oleajes |
|
|
|
de su boca vomita; se mojaron,
pesadas por la aspersión, sus plumas, |
|
|
|
y no en sus embebidos talares
más allá Perseo osando |
730 |
|
|
confiar, divisó un risco que
con lo alto de su vértice |
|
|
|
de las quietas aguas emerge: se
cubre con el mar movido. |
|
|
|
Apoyado en él y de la
peña sosteniendo las crestas primeras con su izquierda, |
|
|
|
tres veces, cuatro veces
pasó por sus ijares, una y otra vez buscados, su
hierro. |
|
|
|
Los litorales el aplauso y el
clamor llenaron, y las superiores |
735 |
|
|
moradas de los dioses: gozan y a su
yerno saludan |
|
|
|
y auxilio de su casa y su salvador
le confiesan |
|
|
|
Casíope y Cefeo, el padre;
liberada de sus cadenas |
|
|
|
avanza la virgen, precio y causa de
su trabajo. |
|
|
|
Él sus manos vencedoras agua
cogiendo lustra, |
740 |
|
|
y con la dura arena para no
dañar la serpentífera cabeza, |
|
|
|
mulle la tierra con hojas y,
nacidas bajo la superficie, unas ramas |
|
|
|
tiende, y les impone de la
Forcínide Medusa la cabeza. |
|
|
|
La rama reciente, todavía
viva, con su bebedora médula |
|
|
|
fuerza arrebató del portento
y al tacto se endureció de él |
745 |
|
|
y percibió un nuevo rigor en
sus ramas y fronda. |
|
|
|
Mas del piélago las ninfas
ese hecho admirable ensayan |
|
|
|
en muchas ramas, y de que lo mismo
acontezca gozan, |
|
|
|
y las simientes de aquéllas
iteran lanzadas por las ondas: |
|
|
|
ahora también en los corales
la misma naturaleza permaneció, |
750 |
|
|
que dureza obtengan del aire que
tocan, y lo que |
|
|
|
mimbre en la superficie era, se
haga, sobre la superficie, roca. |
|
|
|
Para dioses tres
él otros tantos fuegos de césped pone; |
|
|
|
el izquierdo para Mercurio, el
diestro para ti, belicosa virgen, |
|
|
|
el ara de Júpiter la central
es; se inmola una vaca a Minerva, |
755 |
|
|
al de pies alados un novillo, un
toro a ti, supremo de los dioses. |
|
|
|
En seguida a Andrómeda, sin
dote, y las recompensas de tan gran |
|
|
|
proeza arrebata: sus teas Himeneo y
Amor |
|
|
|
delante agitan, de largos aromas se
sacian los fuegos |
|
|
|
y guirnaldas penden de los techos,
y por todos lados liras |
760 |
|
|
y tibia y cantos, del ánimo
alegre felices |
|
|
|
argumentos, suenan; desatrancadas
sus puertas los áureos |
|
|
|
atrios todos quedan abiertos, y con
bello aparato instruidos |
|
|
|
los cefenios próceres entran
en los convites del rey. |
|
|
|
Después
de que, acabados los banquetes, con el regalo de un generoso
baco |
765 |
|
|
expandieron sus ánimos, por
el cultivo y el hábito de esos lugares |
|
|
|
pregunta el Abantíada; al
que preguntaba en seguida el único |
|
|
|
[narra el Lincida las costumbres y
los hábitos de sus hombres]; |
|
|
|
el cual, una vez lo hubo instruido:
«Ahora, oh valerosísimo», dijo, |
|
|
|
«di, te lo suplico, Perseo,
con cuánta virtud y por qué |
770 |
|
|
artes arrebataste la cabeza crinada
de dragones». |
|
|
|
Perseo y Medusa
|
|
Narra el
Agenórida que bajo el helado Atlas yacente |
|
|
|
hay un lugar, seguro por la defensa
de su sólida mole; |
|
|
|
que de él en la avenida
habitaron las gemelas hermanas |
|
|
|
Fórcides, que
compartían de una sola luz el uso; |
775 |
|
|
que de éste él, con
habilidosa astucia, furtivamente, mientras se lo traspasan, |
|
|
|
se apoderó, poniendo debajo
su mano; y que a través de unas roquedas lejos |
|
|
|
escondidas, y desviadas, y erizadas
de espesuras fragosas |
|
|
|
alcanzó de las
Górgonas las casas, y que por todos lados, a través
de los campos |
|
|
|
y a través de las rutas, vio
espectros de hombres y de fieras |
780 |
|
|
que, de su antiguo ser, en pedernal
convertidos fueron al ver a la Medusa. |
|
|
|
Que él, aun así, de
la horrenda Medusa la figura había contemplado |
|
|
|
en el bronce repercutido del escudo
que su izquierda llevaba, |
|
|
|
y mientras un grave sueño a
sus culebras y a ella misma ocupaba |
|
|
|
le arrancó la cabeza de su
cuello, y que, por sus plumas fugaz, |
785 |
|
|
Pégaso, y su hermano, de la
sangre de su madre nacidos fueron. |
|
|
|
Añadió también de su largo recorrido los no
falsos peligros, |
|
|
|
qué estrechos, que tierras
bajo sí había visto desde el alto, |
|
|
|
y qué estrellas había
tocado agitando sus alas; |
|
|
|
antes de lo deseado calló,
aun así; toma la palabra uno |
790 |
|
|
del número de los
próceres preguntando por qué ella sola de sus
hermanas |
|
|
|
llevaba entremezcladas alternas
sierpes con sus cabellos. |
|
|
|
El huésped dice:
«Puesto que saber deseas cosas dignas de relato, |
|
|
|
recibe de lo preguntado la causa.
Clarísima por su hermosura |
|
|
|
y de muchos pretendientes fue la
esperanza envidiada |
795 |
|
|
ella, y en todo su ser más
atractiva ninguna parte que sus cabellos |
|
|
|
era: he encontrado quien haberlos
visto refiera. |
|
|
|
A ella del piélago el
regidor, que en el templo la pervirtió de Minerva, |
|
|
|
se dice: tornóse ella, y su
casto rostro con la égida, |
|
|
|
la nacida de Júpiter, se
tapó, y para que no esto impune quedara, |
800 |
|
|
su pelo de Górgona
mutó en indecentes hidras. |
|
|
|
Ahora también, cuando
atónitos de espanto aterra a sus enemigos, |
|
|
|
en su pecho adverso, las que hizo,
sostiene a esas serpientes. |
|
|
|
|