 Libro tercero
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Cadmo
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Y ya el dios,
dejada del falaz toro la imagen, |
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él se había
confesado, y los dicteos campos tenía; |
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cuando su padre, de ello ignorante,
a Cadmo perquirir a la raptada |
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impera, y de castigo, si no la
encontrara, añade |
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el exilio, por tal hecho él
piadoso, y execrable él por el mismo. |
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Todo el orbe lustrado (¿pues
quién sorprender pueda |
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los hurtos de Júpiter?),
prófugo, su patria y la ira de su padre |
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evita el Agenórida, y de
Febo los oráculos suplicante |
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consulta, y cuál sea la
tierra que ha de habitar requiere: |
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«Una res», Febo dice,
«a tu encuentro saldrá en unos solitarios campos, |
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sin haber sufrido ningún
yugo, y de curvo arado inmune. |
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Con ella de guía coge las
rutas y, en la hierba que descanse, |
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unas murallas ponte a fundar y
beocias las llama». |
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No bien Cadmo había
descendido de la castalia caverna, |
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incustodiada, lentamente ve ir a
una novilla, |
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sin que ningún signo de
servidumbre en su cerviz llevara. |
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La sigue, y, marcado, lee las
huellas de su paso, |
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y al autor de su ruta, a Febo,
taciturno, adora. |
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Ya los vados del Cefiso, y de
Pánope había evadido los campos: |
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la res se detuvo y levantando,
especiosa con sus cuernos altos, |
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al cielo su frente, con mugidos
impulsó las auras, |
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y así, volviéndose a
mirar a los acompañantes que sus espaldas
seguían, |
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se postró, y su costado
abajó en la tierna hierba. |
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Cadmo da las gracias y a esa
peregrina tierra besos |
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une, y desconocidos montes y campos
saluda. |
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Sus sacrificios a Júpiter a
hacer iba: manda ir a unos ministros |
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y buscar, las que libaran, de las
vivas fontanas ondas. |
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Una espesura
vieja se alzaba, por ninguna segur violada, |
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y una gruta en el medio, de varas y
mimbre densa, |
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efectuando, humilde en sus
ensambladuras de piedra, un arco, |
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fecunda en fértiles aguas;
donde, escondida en su caverna, |
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una serpiente de Marte
había, por sus crestas insigne y su oro: |
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de fuego rielan sus ojos, su cuerpo
henchido todo de veneno, |
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y tres rielan sus lenguas, en
tríplice orden se alzan sus dientes. |
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Esta floresta, después de
que los marchados del pueblo tirio |
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con infausto paso tocaron, y,
bajada a las ondas, |
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la urna hizo un sonido, la cabeza
sacó de su larga caverna |
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la azulada serpiente y horrendos
silbidos lanzó. |
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Se derramaron las urnas de sus
manos, y la sangre abandonó |
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su cuerpo y un súbito
temblor ocupa atónitos sus miembros. |
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Ella, escamosos, en volubles nexos
sus orbes |
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tuerce, y de un salto se curva en
inmensos arcos, |
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y en más de media parte
erguida hacia las leves auras |
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bajo sí contempla todo el
bosque y de tan grande cuerpo es, cuanto, |
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si toda la contemplas, la que
separa a las gemelas Osas. |
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Y no hay demora, a los fenicios, ya
si para ella las armas preparaban |
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ya si la huida, ya si el mismo
temor les prohibía ambas cosas, |
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ocupa: a éstos de un
mordisco, de largos abrazos a aquéllos, |
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a éstos mata con el aflato
de su funesto -de su podre- veneno. |
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Había
hecho exiguas ya el sol, altísimo, las sombras: |
50 |
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qué demora sea la de sus
compañeros asombra de Agenor al nacido, |
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y rastrea a los hombres. Su
cobertor, desgarrado de un león, |
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el pellejo era, su arma una
láncea de esplendente hierro, |
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y una jabalina, y, más
prestante que arma alguna, su ánimo. |
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Cuando al bosque entró y
matados sus cuerpos vio |
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y vencedor sobre ellos, de
espacioso cuerpo, al enemigo, |
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sus tristes heridas lamiendo con
sanguínea lengua: |
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«O el vengador,
fidelísimos cuerpos, de vuestra muerte, |
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o su compañero», dice,
«seré». Así dijo, y con la diestra una
molar |
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levantó y, grande, con gran
conato se la mandó. |
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De ella con el empuje, aunque,
arduas con sus torres excelsas, |
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murallas movido se habrían,
la serpiente sin herida quedó, |
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de una loriga al modo por sus
escamas defendida, y de su negro |
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pellejo con la dureza, vigorosos,
con la piel repelió los golpes. |
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Mas no con la dureza misma la
jabalina también venció, |
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la cual, en mitad de la curvatura
de su flexible espina clavada, |
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se irguió y todo
descendió en sus ijares su hierro. |
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Ella, del dolor feroz, la cabeza
para sus espaldas retorció |
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y sus heridas miró y el
clavado astil mordió, |
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y éste, cuando con fuerza
mucha lo hubo inclinado a parte toda, |
70 |
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apenas de su espalda lo
arrebató; el hierro, aun así, en sus huesos
quedó prendido. |
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Entonces, en verdad, después
de que a sus acostumbradas iras se allegó |
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|
un motivo reciente, se hincharon
sus gargantas de sus llenas venas, |
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y una espuma blanquecina
circunfluye por sus pestíferas comisuras, |
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y la tierra suena raída por
sus escamas, y el hálito que sale |
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negro de su boca estigia,
corrompidas, infecta las auras. |
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Ella, ora en espiras que un inmenso
orbe hacen |
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se ciñe, a las veces, que
una larga viga más recta se yergue, |
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con una embestida ahora vasta, cual
concitado por las lluvias un caudal, |
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muévese, y, a ella opuestas,
arrasa con su pecho las espesuras. |
80 |
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Se retira el Agenórida un
poco, y con el despojo del león |
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sostiene sus incursos y su acosante
boca retarda, |
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su cúspide
tendiéndole delante; se enfurece ella e inanes heridas |
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da al duro hierro y clava en la
punta los dientes. |
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Y ya de su venenífero
paladar sangre a manar |
85 |
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había empezado, y con su
aspersión había bañado, verdes, las
hierbas. |
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Pero leve la herida era, porque que
ella a sí se retraía del golpe |
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y sus heridos cuellos daba
atrás, y que tajo asestara |
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retirándose impedía,
y no más lejos ir permitía, |
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hasta que el Agenórida,
puesto el hierro en la garganta, |
90 |
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sin dejar de seguirla la
empujó, mientras, yendo ella hacia atrás, una
encina |
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le cerró el paso, y clavada
quedó al par, con el madero, su cerviz. |
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Del peso de la serpiente
curvóse el árbol, y por la parte |
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inferior al ser flagelada de la
cola, su madera gimió. |
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Mientras el espacio el vencedor
considera de su vencido enemigo, |
95 |
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una voz de repente oída fue,
y no estaba reconocer de dónde |
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al alcance, pero oída fue:
«¿Por qué, de Agenor el nacido, la
perecida |
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|
serpiente miras? También
tú mirado serás como serpiente». |
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Él, largo
tiempo asustado, al par con la mente el color |
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había perdido, y de
gélido terror sus cabellos se arreciaron: |
100 |
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he aquí que de este
varón la bienhechora, deslizándose por las superiores
auras, |
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Palas llega, y removida ordena
someter a la tierra |
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los viborinos dientes, incrementos
del pueblo futuro. |
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Obedece, y cuando un surco hubo
abierto, hundido el arado |
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esparce en la tierra, mortales
simientes, los ordenados dientes. |
105 |
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|
Después -que la fe cosa
mayor- los terrones empezaron a moverse, |
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y primera de los surcos el filo
apareció de un asta, |
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|
las coberturas luego de sus
cabezas, cabeceando con su pintado cono, |
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|
luego los hombros y el pecho y
cargados los brazos de armas |
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sobresalen, y crece un sembrado,
escudado, de varones: |
110 |
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así, cuando se retiran los
tapices de los festivos teatros, |
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|
surgir las estatuas suelen, y
primero mostrar los rostros, |
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lo demás poco a poco, y en
plácido tenor sacadas, |
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|
enteras quedan a la vista, y en el
inferior margen sus pies ponen. |
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Aterrado por este enemigo nuevo,
Cadmo a empuñar las armas se preparaba: |
115 |
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«No empuña», de
este pueblo, al que la tierra había creado, uno |
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|
exclama, «y no en civiles
guerras te mezcla». |
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Y así, de sus
terrígenas hermanos a uno, de cerca, |
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con su rígida espada hiere;
por una jabalina cae, de lejos, él mismo. |
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|
Este también que a la muerte
le diera, no más largo que aquél |
120 |
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vive, y expira las auras que ora
recibiera, |
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y con ejemplo parejo se enfurece
toda la multitud, y por su propio |
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Marte caen por sus mutuas heridas
los súbitos hermanos. |
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Y ya, con tal espacio de breve vida
la agraciada juventud, |
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a su sanguínea madre golpes
de duelo daba en su tibio pecho, |
125 |
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cinco los sobrevivientes: de los
cuales fue uno Equíon. |
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|
Él sus armas arrojó
al suelo por consejo de la Tritónide, |
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|
y de fraterna paz palabra
pidió y dio. |
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Éstos de su obra por
acompañantes tuvo el sidonio huésped, |
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|
cuando puso, ordenado por las
venturas de Febo, la ciudad. |
130 |
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Ya se alzaba
Tebas; pudieras ya, Cadmo, parecer |
|
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|
en tu exilio feliz: suegros a ti
Marte y Venus |
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te habían tocado;
aquí añade la alcurnia de esposa tan grande, |
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tantas hijas e hijos y, prendas
queridas, tus nietos, |
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éstos también, ya
jóvenes; pero claro es que su último día |
135 |
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siempre de aguardar el hombre ha, y
decirse dichoso |
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antes de su óbito nadie, y
de sus supremos funerales, debe. |
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|
Diana y Acteón
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|
La primera tu
nieto, entre tantas cosas para ti, Cadmo, propicias, |
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causa fue de luto, y unos ajenos
cuernos a su frente |
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añadidos; y vosotras, canes
saciadas de una sangre dueña vuestra. |
140 |
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Mas, bien si buscas, de la fortuna
un crimen en ello, |
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no una abominación
hallarás, pues, ¿qué abominación un
error tenía? |
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El monte estaba
infecto de la matanza de variadas fieras, |
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y, ya el día mediado, de las
cosas había contraído las sombras, |
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y el sol por igual de sus metas
distaba ambas, |
145 |
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cuando el joven, por desviadas
guaridas a los que vagaban, |
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|
a los partícipes de sus
trabajos, con plácida boca llama, el hiantio: |
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|
«Los linos chorrean,
compañeros, y el hierro, de crúor de fieras, |
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|
y fortuna el día tuvo
bastante. La siguiente Aurora |
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cuando, transportada por sus
zafranadas ruedas, la luz reitere, |
150 |
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|
el propuesto trabajo retomaremos;
ahora Febo de ambas |
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tierras lo mismo dista, y hiende
con sus vapores los campos. |
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Detened el trabajo presente y
nudosos levantad los linos». |
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|
Las órdenes los hombres
hacen e interrumpen su labor. |
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|
Un valle
había, de píceas y agudo ciprés denso, |
155 |
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|
por nombre Gargafie, a la
ceñida Diana consagrado, |
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|
del cual en su extremo receso hay
una caverna boscosa, |
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por arte ninguna labrada:
había imitado al arte |
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con el ingenio la naturaleza suyo,
pues, con pómez viva |
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y leves tobas, un nativo arco
había trazado. |
160 |
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|
Un manantial suena a diestra, por
su tenue onda perlúcido, |
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|
y por una margen de grama estaba
él en sus anchurosas aberturas ceñido. |
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|
Aquí la diosa de las
espesuras, de la caza cansada, solía |
|
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|
sus virgíneos miembros con
líquido rocío regar. |
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El cual después que
alcanzó, de sus ninfas entregó a una, |
165 |
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la armera, su jabalina y su aljaba
y sus arcos destensados. |
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|
Otra ofreció al depuesto
manto sus brazos. |
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Las ligaduras dos de sus pies
quitan; pues más docta que ellas |
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la isménide Crócale,
esparcidos por el cuello sus cabellos, |
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los traba en un nudo, aunque los
había ella sueltos. |
170 |
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Recogen licor Néfele y
Híale y Ránide, |
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y Psécade, y Fíale, y
lo vierten en sus capaces urnas. |
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Y mientras allí se lava la
Titania en su acostumbrada linfa, |
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he aquí que el nieto de
Cadmo, diferida parte de sus labores, |
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por un bosque desconocido con no
certeros pasos errante, |
175 |
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|
llega a esa floresta: así a
él sus hados lo llevaban. |
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|
El cual, una vez entró,
rorantes de sus manantiales, en esas cavernas, |
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|
como ellas estaban, desnudas sus
pechos las ninfas se golpearon |
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|
al verle un hombre, y con
súbitos aullidos todo |
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|
llenaron el bosque, y a su
alrededor derramadas a Diana |
180 |
|
|
con los cuerpos cubrieron suyos;
aun así, más alta que ellas |
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|
la propia diosa es, y hasta el
cuello sobresale a todas. |
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|
El color que, teñidas del
contrario sol por el golpe, |
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|
el de las nubes ser suele, o de la
purpúrea aurora, |
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|
tal fue en el rostro, vista sin
vestido, de Diana. |
185 |
|
|
La cual, aunque de las
compañeras por la multitud rodeada suyas, |
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|
|
a un lado oblicuo aun así se
estuvo y su cara atrás |
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|
dobló y, aunque quisiera
prontas haber tenido sus saetas, |
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|
las que tuvo, así
cogió aguas y el rostro viril |
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|
regó con ellas, y asperjando
sus cabellos con vengadoras ondas, |
190 |
|
|
añadió estas, del
desastre futuro prenunciadoras, palabras: |
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|
«Ahora para ti, que me has
visto dejado mi atuendo, que narres |
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|
|
-si pudieras narrar- lícito
es». Y sin más amenazar, |
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da a su asperjada cabeza del vivaz
ciervo los cuernos, |
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|
|
da espacio a su cuello y lo alto
aguza de sus orejas, |
195 |
|
|
y con pies sus manos, con largas
patas muta |
|
|
|
sus brazos, y vela de maculado
vellón su cuerpo; |
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|
|
añadido también el
pavor le fue. Huye de Autónoe el héroe, |
|
|
|
y de sí, tan raudo, en la
carrera se sorprende misma. |
|
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|
Pero cuando sus rasgos y sus
cuernos vio en la onda: |
200 |
|
|
«Triste de mí»,
a decir iba: voz ninguna le siguió. |
|
|
|
Gimió hondo: su voz
aquélla fue, y lágrimas por una cara |
|
|
|
no suya fluyeron; su mente
solamente prístina permaneció. |
|
|
|
¿Qué haría?
¿Volvería, pues, a su casa y a sus reales
techos, |
|
|
|
o se escondería en los
bosques? El temor esto, el pudor le impide aquello. |
205 |
|
|
Mientras duda, lo vieron los canes,
y el primero Melampo |
|
|
|
e Icnóbates el sagaz con su
ladrido señales dieron: |
|
|
|
gnosio Icnóbates, de la
espartana gente Melampo. |
|
|
|
Después se lanzan los otros,
que la arrebatadora brisa más rápido, |
|
|
|
Pánfago y Dorceo y
Oríbaso, árcades todos, |
210 |
|
|
y Nebrófono el vigoroso y el
atroz, con Lélape, Terón, |
|
|
|
y por sus pies Ptérelas, y
por sus narices útil Agre, |
|
|
|
e Hileo el feroz, recién
golpeado por un jabalí, |
|
|
|
y de un lobo concebida Nape, y de
ganados perseguidora |
|
|
|
Pémenis, y de sus nacidos
escoltada Harpía dos, |
215 |
|
|
y atados llevando sus ijares el
sicionio Ladón, |
|
|
|
y Dromas y Cánaque y Esticte
y Tigre y Alce, |
|
|
|
y de níveos Leucón, y
de vellos Ásbolo negros, |
|
|
|
y el muy vigoroso Lacón, y
en la carrera fuerte Aelo, |
|
|
|
y Too y veloz, con su chipriota
hermano, Licisca, |
220 |
|
|
y en su negra frente distinguido en
su mitad con un blanco, |
|
|
|
Hárpalo, y Melaneo, e
hirsuta de cuerpo Lacne, |
|
|
|
y de padre dicteo pero de madre
lacónide nacidos |
|
|
|
Labro y Agriodunte, y de aguda voz
Hiláctor, |
|
|
|
y cuantos referir largo es: esa
multitud, con deseo de presa, |
225 |
|
|
por acantilados y peñas y de
acceso carentes rocas, |
|
|
|
y por donde quiera que es
difícil, o por donde no hay ruta alguna, le persiguen. |
|
|
|
Él huye por los lugares que
él había muchas veces perseguido, |
|
|
|
ay, de los servidores huye
él suyos. Gritar ansiaba: |
|
|
|
«¡Acteón yo soy,
al dueño conoced vuestro!». |
230 |
|
|
Palabras a su ánimo faltan:
resuena de ladridos el éter. |
|
|
|
Las primeras heridas Melanquetes en
su espalda hizo, |
|
|
|
las próximas
Teródamas, Oresítropo prendióse en su
antebrazo: |
|
|
|
más tarde había
salido, pero por los atajos del monte |
|
|
|
anticipada la ruta fue; a ellos,
que a su dueño retenían, |
235 |
|
|
la restante multitud se une y
acumula en su cuerpo sus dientes. |
|
|
|
Ya lugares para las heridas faltan;
gime él, y un sonido, |
|
|
|
aunque no de un hombre, cual no,
aun así, emitir pueda |
|
|
|
un ciervo, tiene, y de afligidas
quejas llena los cerros conocidos, |
|
|
|
y con las rodillas inclinadas,
suplicante, semejante al que ruega, |
240 |
|
|
alrededor lleva, tácito,
como brazos, su rostro. |
|
|
|
Mas sus compañeros la
rabiosa columna con sus acostumbrados apremios, |
|
|
|
ignorantes, instigan, y con los
ojos a Acteón buscan, |
|
|
|
y, como ausente, a porfía a
Acteón llaman |
|
|
|
-a su nombre la cabeza él
vuelve- y de que no esté se quejan |
245 |
|
|
y de que no coja, perezoso, el
espectáculo de la ofrecida presa. |
|
|
|
Querría no estar,
ciertamente, pero está, y querría ver, |
|
|
|
no también sentir, de los
perros suyos los fieros hechos. |
|
|
|
Por todos lados le rodean, y
hundidos en su cuerpo los hocicos |
|
|
|
despedazan a su dueño bajo
la imagen de un falso ciervo, |
250 |
|
|
y no, sino terminada por las muchas
heridas su vida, |
|
|
|
la ira se cuenta saciada,
ceñida de aljaba, de Diana. |
|
|
|
Júpiter, Sémele y
Baco
|
|
El rumor en
ambiguo está: a algunos más violenta de lo justo |
|
|
|
les pareció la diosa, otros
la alaban y digna de su severa |
|
|
|
virginidad la llaman; las partes
encuentran cada una sus causas. |
255 |
|
|
Sola de Júpiter la esposa no
tanto de si lo culpa o lo aprueba |
|
|
|
diserta, cuanto del desastre de la
casa nacida de Agenor |
|
|
|
se goza, y, de su tiria rival
recabado, transfiere |
|
|
|
de su estirpe a los socios su odio:
sobreviene, he aquí, que a la previa, |
|
|
|
una causa reciente, y se duele de
que grávida de la simiente del del gran |
260 |
|
|
Júpiter esté
Sémele. Entonces su lengua en disputas desata: |
|
|
|
«¿He conseguido
qué, pues, tantas veces con las disputas?», dijo. |
|
|
|
«A ella misma de buscar yo
he; a ella, si máxima Juno |
|
|
|
ritualmente me llamo, la
perderé, si a mí con mi diestra, de gemas
guarnecidos, |
|
|
|
los cetros sostener me honra, si
soy reina, y de Júpiter |
265 |
|
|
la hermana y la esposa -cierto la
hermana-. Mas, pienso yo, 'con el hurto se ha |
|
|
|
contentado ella, y del
tálamo breve es la injuria nuestro': |
|
|
|
ha concebido, esto faltaba, y
manifiestos los crímenes lleva |
|
|
|
en su útero pleno, y madre,
lo que apenas a mí me ha tocado, del único |
|
|
|
Júpiter quiere hacerse:
tanta es su confianza en su hermosura. |
270 |
|
|
Que la engañe a ella
haré, y no soy Saturnia, si no, |
|
|
|
por el Júpiter suyo
sumergida, penetra en las estigias ondas». |
|
|
|
Se levanta tras
esto de su solio y en una fulva nube recóndita |
|
|
|
al umbral acude de Sémele y
no las nubes antes eliminó |
|
|
|
de simularse una vieja y de ponerse
a las sienes canas |
275 |
|
|
y surcarse la piel de arrugas y
curvados con tembloroso |
|
|
|
paso sus miembros llevar; su voz
también la hizo de vieja, |
|
|
|
y la propia era Béroe, de
Sémele la epidauria nodriza. |
|
|
|
Así pues, cuando buscada
conversación y mucho tiempo hablando |
|
|
|
al nombre vinieron de
Júpiter, suspira y: «Pido |
280 |
|
|
Júpiter que sea»,
dice, «temo, aun así, todo: muchos |
|
|
|
en nombre de los divinos en
tálamos entraron pudorosos. |
|
|
|
Y no, aun así, que sea
Júpiter bastante es; dé una prenda de su amor, |
|
|
|
si sólo el verdadero
éste es, y tan grande y cual por la alta |
|
|
|
Juno es recibido, tan grande y tal,
pedirásle, |
285 |
|
|
te dé a ti sus abrazos, y
sus insignias antes coja». |
|
|
|
Con tales
palabras a la ignorante Cadmeida Juno |
|
|
|
había formado: le ruega ella
a Júpiter, sin nombre, un regalo. |
|
|
|
A la cual el dios:
«Elige», le dice, «ningún rechazo
sufrirás, |
|
|
|
y para que más lo creas, del
estigio torrente también cómplices |
290 |
|
|
han de ser los númenes: el
temor y el dios él de los dioses es». |
|
|
|
Alegre con su mal y demasiado
pudiendo y próxima a morir de su amante |
|
|
|
por la complacencia, Sémele:
«Cual la Saturnia», dijo, |
|
|
|
«te suele abrazar, de Venus
cuando al pacto entráis, |
|
|
|
date a mí tal». Quiso
el dios la boca de quien hablaba |
295 |
|
|
tapar: había salido ya su
voz apresurada bajo las auras. |
|
|
|
Gimió hondo, y puesto que ni
ella no haber deseado, ni él |
|
|
|
no haber jurado puede, así
pues, afligidísimo, al alto |
|
|
|
éter ascendió y con
su rostro obedientes a las nubes |
|
|
|
arrastró, a las que
borrascas, y mezclados relámpagos con vientos |
300 |
|
|
añadió y truenos y el
inevitable rayo. |
|
|
|
Con todo, hasta donde puede,
fuerzas a sí quitarse intenta |
|
|
|
y no con el fuego que al
centímano había derribado, a Tifeo, |
|
|
|
ahora ármase con ése:
demasiada fiereza en él hay. |
|
|
|
Hay otro más leve rayo, al
que la diestra de los Cíclopes |
305 |
|
|
de violencia y de llama menos,
menos añadió de ira: |
|
|
|
armas segundas los llaman los
altísimos; los empuña a ellos y en la casa |
|
|
|
entra Agenórea. El cuerpo
mortal los tumultos |
|
|
|
no soportó etéreos, y
con los dones conyugales ardió. |
|
|
|
Inacabado todavía el
pequeño, del vientre de su genetriz |
310 |
|
|
es arrebatado y, tierno, si de
creer digno es, cóselo dentro |
|
|
|
de su paterno muslo y los maternos
tiempos completa. |
|
|
|
Furtivamente a él en sus
primeras cunas Ino, su tía materna, |
|
|
|
lo cría, después,
dado a ellas, las ninfas Niseidas en las cavernas |
|
|
|
lo ocultaron suyas y de leche
alimentos le dieron. |
315 |
|
|
Tiresias
|
|
Y mientras estas
cosas por las tierras, según fatal ley, pasan, |
|
|
|
y seguros del dos veces nacido
están los paños de cuña, de Baco, |
|
|
|
por azar que Júpiter,
recuerdan, disipado él por el néctar, sus
cuidados |
|
|
|
había apartado graves, y con
la desocupada Juno agitaba |
|
|
|
remisos juegos, y: «Mayor el
vuestro en efecto es, |
320 |
|
|
que el que toca a los
varones», dijo, «el placer». |
|
|
|
Ella lo niega; les pareció
bien cuál fuera la sentencia preguntar |
|
|
|
del docto Tiresias: Venus para
él era, una y otra, conocida, |
|
|
|
pues de unas grandes serpientes,
uniéndose en la verde |
|
|
|
espesura, sus dos cuerpos a golpe
de su báculo había violentado, |
325 |
|
|
y, de varón, cosa admirable,
hecho hembra, siete |
|
|
|
otoños pasó; al
octavo de nuevo las mismas |
|
|
|
vio y: «Es si tanta la
potencia de vuestra llaga», |
|
|
|
dijo, «que de su autor la
suerte en lo contrario mude: |
|
|
|
ahora también os
heriré». Golpeadas las culebras mismas, |
330 |
|
|
su forma anterior regresa y nativa
vuelve su imagen. |
|
|
|
El árbitro este, pues,
tomado sobre la lid jocosa, |
|
|
|
las palabras de Júpiter
afirma; más gravemente la Saturnia de lo justo, |
|
|
|
y no en razón de la materia,
cuéntase que se dolió, |
|
|
|
y de su juez con una eterna noche
dañó las luces. |
335 |
|
|
Mas el padre omnipotente -puesto
que no es lícito vanos a ningún |
|
|
|
dios los hechos hacer de un dios-,
por la luz arrebatada, |
|
|
|
saber el futuro le dio y un castigo
alivió con un honor. |
|
|
|
Narciso y Eco
|
|
Él, por
las aonias ciudades, por su fama celebradísimo, |
|
|
|
irreprochables daba al pueblo que
las pedía sus respuestas. |
340 |
|
|
La primera, de su voz, por su
cumplimiento ratificada, hizo la comprobación |
|
|
|
la azul Liríope, a la que un
día en su corriente curva |
|
|
|
estrechó, y encerrada el
Cefiso en sus ondas |
|
|
|
fuerza le hizo. Expulsó de
su útero pleno bellísima |
|
|
|
un pequeño la ninfa, ya
entonces que podría ser amado, |
345 |
|
|
y Narciso lo llama, del cual
consultado si habría |
|
|
|
los tiempos largos de ver de una
madura senectud, |
|
|
|
el fatídico vate: «Si
a sí no se conociera», dijo. |
|
|
|
Vana largo tiempo parecióle
la voz del augur: el resultado a ella, |
|
|
|
y la realidad, la hace buena, y de
su muerte el género, y la novedad de su furor. |
350 |
|
|
Pues a su tercer quinquenio un
año el Cefisio |
|
|
|
había añadido y
pudiera un muchacho como un joven parecer. |
|
|
|
Muchos jóvenes a él,
muchas muchachas lo desearon. |
|
|
|
Pero -hubo en su tierna hermosura
tan dura soberbia- |
|
|
|
ninguno a él, de los
jóvenes, ninguna lo conmovió, de las muchachas. |
355 |
|
|
Lo contempla a él, cuando
temblorosos azuzaba a las redes a unos ciervos, |
|
|
|
la vocal nifa, la que ni a callar
ante quien habla, |
|
|
|
ni primero ella a hablar
había aprendido, la resonante Eco. |
|
|
|
Un cuerpo todavía Eco, no
voz era, y aun así, un uso, |
|
|
|
gárrula, no distinto de su
boca que ahora tiene tenía: |
360 |
|
|
que devolver, de las muchas, las
palabras postreras pudiese. |
|
|
|
Había hecho esto Juno,
porque, cuando sorpender pudiese |
|
|
|
bajo el Júpiter suyo muchas
veces a ninfas en el monte yaciendo, |
|
|
|
ella a la diosa, prudente, con un
largo discurso retenía |
|
|
|
mientras huyeran las ninfas.
Después de que esto la Saturnia sintió: |
365 |
|
|
«De esa», dice,
«lengua, por la que he sido burlada, una potestad |
|
|
|
pequeña a ti se te
dará y de la voz brevísimo uso». |
|
|
|
Y con la realidad las amenazas
confirma; aun así ella, en el final del hablar, |
|
|
|
gemina las voces y las oídas
palabras reporta. |
|
|
|
Así pues, cuando a Narciso,
que por desviados campos vagaba, |
370 |
|
|
vio y se encendió, sigue sus
huellas furtivamente, |
|
|
|
y mientras más le sigue, con
una llama más cercana se enciende, |
|
|
|
no de otro modo que cuando, untados
en lo alto de las teas, |
|
|
|
a ellos acercadas, arrebatan los
vivaces azufres las llamas. |
|
|
|
Oh cuántas veces quiso con
blandas palabras acercársele |
375 |
|
|
y dirigirle tiernas
súplicas. Su naturaleza en contra pugna, |
|
|
|
y no permite que empiece; pero, lo
que permite, ella dispuesta está |
|
|
|
a esperar sonidos a los que sus
palabras remita. |
|
|
|
Por azar el muchacho, del grupo
fiel de sus compañeros apartado |
|
|
|
había dicho:
«¿Alguien hay?», y «hay»,
había respondido Eco. |
380 |
|
|
Él quédase suspendido
y cuando su penetrante vista a todas partes dirige, |
|
|
|
con voz grande: «Ven»,
clama; llama ella a aquel que llama. |
|
|
|
Vuelve la vista y, de nuevo, nadie
al venir: «¿Por qué», dice, |
|
|
|
«me huyes?», y tantas,
cuantas dijo, palabras recibe. |
|
|
|
Persiste y, engañado de la
alterna voz por la imagen: |
385 |
|
|
«Aquí
unámonos», dice, y ella, que con más gusto
nunca |
|
|
|
respondería a ningún
sonido: «Unámonos», respondió Eco, |
|
|
|
y las palabras secunda ella suyas,
y saliendo del bosque |
|
|
|
caminaba para echar sus brazos al
esperado cuello. |
|
|
|
Él huye, y al huir:
«¡Tus manos de mis abrazos quita! |
390 |
|
|
Antes», dice,
«pereceré, de que tú dispongas de
nos». |
|
|
|
Repite ella nada sino:
«tú dispongas de nos». |
|
|
|
Despreciada se esconde en las
espesuras, y pudibunda con frondas su cara |
|
|
|
protege, y solas desde aquello vive
en las cavernas. |
|
|
|
Pero, aun así, prendido
tiene el amor, y crece por el dolor del rechazo, |
395 |
|
|
y atenúan, vigilantes, su
cuerpo desgraciado las ansias, |
|
|
|
y contrae su piel la delgadez y al
aire el jugo |
|
|
|
todo de su cuerpo se marcha; voz
tan solo y huesos restan: |
|
|
|
la voz queda, los huesos cuentan
que de la piedra cogieron la figura. |
|
|
|
Desde entonces se esconde en las
espesuras y por nadie en el monte es vista, |
400 |
|
|
por todos oída es: el sonido
es el que vive en ella. |
|
|
|
Así a
ésta, así a las otras, ninfas en las ondas o en los
montes |
|
|
|
originadas, había burlado
él, así las uniones antes masculinas. |
|
|
|
De ahí las manos uno,
desdeñado, al éter levantando: |
|
|
|
«Que así aunque ame
él, así no posea lo que ha amado». |
405 |
|
|
Había dicho. Asintió
a esas súplicas la Ramnusia, justas. |
|
|
|
Un manantial había impoluto,
de nítidas ondas argénteo, |
|
|
|
que ni los pastores ni sus cabritas
pastadas en el monte |
|
|
|
habían tocado, u otro
ganado, que ningún ave |
|
|
|
ni fiera había turbado ni
caída de su árbol una rama; |
410 |
|
|
grama había alrededor, a la
que el próximo humor alimentaba, |
|
|
|
y una espesura que no había
de tolerar que este lugar se templara por sol alguno. |
|
|
|
Aquí el muchacho, del
esfuerzo de cazar cansado y del calor, |
|
|
|
se postró, por la belleza
del lugar y por el manantial llevado, |
|
|
|
y mientras su sed sedar desea, sed
otra le creció, |
415 |
|
|
y mientras bebe, al verla,
arrebatado por la imagen de su hermosura, |
|
|
|
una esperanza sin cuerpo ama:
cuerpo cree ser lo que onda es. |
|
|
|
Quédase suspendido él
de sí mismo y, inmóvil con el rostro mismo, |
|
|
|
queda prendido, como de pario
mármol formada una estatua. |
|
|
|
Contempla, en el suelo echado, una
geminada -sus luces- estrella, |
420 |
|
|
y dignos de Baco, dignos
también de Apolo unos cabellos, |
|
|
|
y unas impúberas mejillas, y
el marfileño cuello, y el decor |
|
|
|
de la boca y en el níveo
candor mezclado un rubor, |
|
|
|
y todas las cosas admira por las
que es admirable él. |
|
|
|
A sí se desea, imprudente, y
el que aprueba, él mismo apruébase, |
425 |
|
|
y mientras busca búscase, y
al par enciende y arde. |
|
|
|
Cuántas veces,
inútiles, dio besos al falaz manantial. |
|
|
|
En mitad de ellas visto,
cuántas veces sus brazos que coger intentaban |
|
|
|
su cuello sumergió en las
aguas, y no se atrapó en ellas. |
|
|
|
Qué vea no sabe, pero lo que
ve, se abrasa en ello, |
430 |
|
|
y a sus ojos el mismo error que los
engaña los incita. |
|
|
|
Crédulo, ¿por
qué en vano unas apariencias fugaces coger intentas? |
|
|
|
Lo que buscas está en
ninguna parte, lo que amas, vuélvete: lo pierdes. |
|
|
|
Ésa que ves, de una
reverberada imagen la sombra es: |
|
|
|
nada tiene ella de sí.
Contigo llega y se queda, |
435 |
|
|
contigo se retirará, si
tú retirarte puedas. |
|
|
|
No a él de Ceres, no a
él cuidado de descanso |
|
|
|
abstraerlo de ahí puede,
sino que en la opaca hierba derramado |
|
|
|
contempla con no colmada luz la
mendaz forma |
|
|
|
y por los ojos muere él
suyos, y un poco alzándose, |
440 |
|
|
a las circunstantes espesuras
tendiendo sus brazos: |
|
|
|
«¿Es que alguien, io
espesuras, más cruelmente», dijo, «ha
amado? |
|
|
|
Pues lo sabéis, y para
muchos guaridas oportunas fuisteis. |
|
|
|
¿Es que a alguien, cuando de
la vida vuestra tantos siglos pasan, |
|
|
|
que así se consumiera,
recordáis, en el largo tiempo? |
445 |
|
|
Me place, y lo veo, pero lo que veo
y me place, |
|
|
|
no, aun así, hallo: tan gran
error tiene al amante. |
|
|
|
Y por que más yo duela, no a
nosotros un mar separa ingente, |
|
|
|
ni una ruta, ni montañas, ni
murallas de cerradas puertas. |
|
|
|
Exigua nos prohíbe un agua.
Desea él tenido ser, |
450 |
|
|
pues cuantas veces, fluentes, hemos
acercado besos a las linfas, |
|
|
|
él tantas veces hacia
mí, vuelta hacia arriba, se afana con su boca. |
|
|
|
Que puede tocarse creerías:
mínimo es lo que a los amantes obsta. |
|
|
|
Quien quiera que eres, aquí
sal, ¿por qué, muchacho único, me
engañas, |
|
|
|
o a dónde, buscado, marchas?
Ciertamente ni una figura ni una edad |
455 |
|
|
es la mía de la que huyas, y
me amaron a mí también ninfas. |
|
|
|
Una esperanza no sé
cuál con rostro prometes amigo, |
|
|
|
y cuando yo he acercado a ti los
brazos, los acercas de grado, |
|
|
|
cuando he reído
sonríes; lágrimas también a menudo he
notado |
|
|
|
yo al llorar tuyas; asintiendo
también señas remites |
460 |
|
|
y, cuanto por el movimiento de tu
hermosa boca sospecho, |
|
|
|
palabras contestas que a los
oídos no llegan nuestros… |
|
|
|
Éste yo soy. Lo he sentido,
y no me engaña a mí imagen mía: |
|
|
|
me abraso en amor de mí,
llamas muevo y llamas llevo. |
|
|
|
¿Qué he de hacer?
¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora
rogaré? |
465 |
|
|
Lo que deseo conmigo está:
pobre a mí mi provisión me hace. |
|
|
|
Oh, ojalá de nuestro cuerpo
separarme yo pudiera, |
|
|
|
voto en un amante nuevo: quisiera
que lo que amamos estuviera ausente… |
|
|
|
Y ya el dolor de fuerzas me priva y
no tiempos a la vida |
|
|
|
mía largos restan, y en lo
primero me extingo de mi tiempo, |
470 |
|
|
y no para mí la muerte grave
es, que he de dejar con la muerte los dolores. |
|
|
|
Éste, el que es querido,
quisiera más duradero fuese. |
|
|
|
Ahora dos, concordes, en un aliento
moriremos solo». |
|
|
|
Dijo, y al
rostro mismo regresó, mal sano, |
|
|
|
y con lágrimas turbó
las aguas, y oscura, movido |
475 |
|
|
el lago, le devolvió su
figura, la cual como viese marcharse: |
|
|
|
«¿A dónde
rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu
amante, |
|
|
|
me abandona», clamó.
«Pueda yo, lo que tocar no es, |
|
|
|
contemplar, y a mi desgraciado
furor dar alimento». |
|
|
|
Y mientras se duele, la ropa se
sacó arriba desde la orilla |
480 |
|
|
y con marmóreas palmas se
sacudió su desnudo pecho. |
|
|
|
Su pecho sacó, sacudido, de
rosa un rubor, |
|
|
|
no de otro modo que las frutas
suelen, que, cándidas en parte, |
|
|
|
en parte rojean, o como suele la
uva en los varios racimos |
|
|
|
llevar purpúreo,
todavía no madura, un color. |
485 |
|
|
Lo cual una vez contempló,
transparente de nuevo, en la onda, |
|
|
|
no lo soportó más
allá, sino como consumirse, flavas, |
|
|
|
con un fuego leve las ceras, y las
matutinas escarchas, |
|
|
|
el sol al templarlas, suelen,
así, atenuado por el amor, |
|
|
|
se diluye y poco a poco
cárpese por su tapado fuego, |
490 |
|
|
y ni ya su color es el de, mezclado
al rubor, candor, |
|
|
|
ni su vigor y sus fuerzas, y lo que
ahora poco visto complacía, |
|
|
|
ni tampoco su cuerpo queda, un
día el que amara Eco. |
|
|
|
La cual, aun así, cuando lo
vio, aunque airada y memoriosa, |
|
|
|
hondo se dolió, y cuantas
veces el muchacho desgraciado: «Ahay», |
495 |
|
|
había dicho, ella con
resonantes voces iteraba, «ahay». |
|
|
|
Y cuando con las manos se
había sacudido él los brazos suyos, |
|
|
|
ella también devolvía
ese sonido, de golpe de duelo, mismo. |
|
|
|
La última voz fue
ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda: |
|
|
|
«Ay, en vano querido
muchacho», y tantas otras palabras |
500 |
|
|
remitió el lugar, y
díchose adiós, «adiós» dice
también Eco. |
|
|
|
Él su cabeza cansada en la
verde hierba abajó, |
|
|
|
sus luces la muerte cerró,
que admiraban de su dueño la figura. |
|
|
|
Entonces también, a
sí, después que fue en la infierna sede
recibido, |
|
|
|
en la estigia agua se contemplaba.
En duelo se golpearon sus hermanas |
505 |
|
|
las Náyades, y a su hermano
depositaron sus cortados cabellos, |
|
|
|
en duelo se golpearon las
Dríades: sus golpes asuena Eco. |
|
|
|
Y ya la pira y las agitadas
antorchas y el féretro preparaban: |
|
|
|
en ninguna parte el cuerpo estaba;
zafranada, en vez de cuerpo, una flor |
|
|
|
encuentran, a la que hojas en su
mitad ceñían blancas. |
510 |
|
|
Penteo y Baco (I)
|
|
Conocida la
cosa, una merecida fama al adivino por las acaidas |
|
|
|
ciudades aportó, y el nombre
era del augur ingente; |
|
|
|
le desdeñó el
Equiónida, aun así, a él, de todos el
único, |
|
|
|
despreciador de los
altísimos, Penteo, y de las présagas palabras |
|
|
|
se ríe del viejo y sus
tinieblas y la calamidad de su luz arrancada |
515 |
|
|
le imputa. Él, moviendo sus
blanqueantes sienes de canas: |
|
|
|
«Qué feliz
serías si tú también de la luz esta |
|
|
|
huérfano», dice,
«quedaras, y los báquicos sacrificios no vieras. |
|
|
|
Pues un día llegará,
que no lejos auguro que está, |
|
|
|
en el que nuevo aquí venga,
prole de Sémele, Líber, |
520 |
|
|
al cual, si no de sus templos
hubieres dignado con el honor, |
|
|
|
por mil lugares destrozado te
esparcirás y de sangre las espesuras |
|
|
|
mancharás, y a la madre
tuya, y de tu madre a las hermanas. |
|
|
|
Ocurrirá, puesto que no
dignarás al numen con su honor, |
|
|
|
y de que yo, en estas tinieblas,
demasiado he visto te quejarás». |
525 |
|
|
Al que tal decía empuja de
Equíon el nacido; |
|
|
|
a sus palabras la
confirmación sigue, y las respuestas del adivino
suceden. |
|
|
|
Líber
llega, y con festivos alaridos rugen los campos: |
|
|
|
la multitud se lanza y, mezcladas
con los hombres madres y nueras, |
|
|
|
pueblo y próceres a los
desconocidos sacrificios vanse. |
530 |
|
|
«¿Qué furor,
hijos de la serpiente, prole de Mavorte, las mentes |
|
|
|
ha suspendido vuestras?»,
Penteo dice; «¿los bronces tanto, |
|
|
|
con bronces percutidos, pueden, y
de combado cuerno la tibia |
|
|
|
y los mágicos
engaños, que a quienes no la bélica espada, |
|
|
|
no la tuba aterrara, no de
empuñadas armas las columnas, |
535 |
|
|
voces femeninas y movida una
insania del vino |
|
|
|
y obscenos rebaños e inanes
tímpanos venzan? |
|
|
|
¿A vosotros, ancianos, he de
admirar, quienes, por largas superficies viajando |
|
|
|
en esta sede vuestra Tiro, en
ésta vuestros prófugos penates pusisteis, |
|
|
|
ahora permitís que sin Marte
se os cautive? ¿O a vosotros, más áspera
edad, |
540 |
|
|
oh, jovénes, y más
cercana a la mía, a los que armas sostener, |
|
|
|
no tirsos, y de gálea
cubriros, no de fronda, decoroso era? |
|
|
|
Tened, os ruego, presente, de
qué estirpe fuisteis creados |
|
|
|
y ánimos cobrad de aquella,
que a muchos perdió ella sola, |
|
|
|
la serpiente. Por sus manantiales
ella y su lago |
545 |
|
|
pereció: mas vosotros por la
fama venced vuestra. |
|
|
|
Ella dio a la muerte a valientes;
vosotros rechazad a unos débiles |
|
|
|
y el honor retened patrio. Si los
hados vedaban |
|
|
|
que se alce largo tiempo Tebas,
ojalá que máquinas y hombres |
|
|
|
sus murallas derruyeran, y hierro y
fuego sonaran. |
550 |
|
|
Seríamos desgraciados sin
crimen y nuestra suerte de lamentar, |
|
|
|
no de esconder habríamos, y
nuestras lágrimas de pudor carecerían; |
|
|
|
mas ahora Tebas es cautivada por un
muchacho inerme, |
|
|
|
al que ni las guerras agradan ni
las armas ni el uso de caballos, |
|
|
|
sino empapado de mirra el pelo y
las muelles coronas |
555 |
|
|
y la púrpura y entretejido
en las pintas ropas el oro, |
|
|
|
al cual, ciertamente, yo ahora
mismo -vosotros sólo apartaos- obligaré |
|
|
|
a que supuesto a su padre, e
inventados sus sacrificios, confiese. |
|
|
|
¿Es que bastante valor
Acrisio tiene para desdeñar el vano |
|
|
|
numen, y las argólicas
puertas, al venir, cerrarle, |
560 |
|
|
y a Penteo aterrorizará, con
toda Tebas, ese extranjero? |
|
|
|
Id rápidos -a sus sirvientes
esto impera-, id y a su jefe |
|
|
|
atraed aquí atado. De mis
órdenes la demora lenta se aparte». |
|
|
|
A él su
abuelo, a él Atamante, a él la restante multitud de
los suyos |
|
|
|
lo corren con sus razones y en vano
por contenerlo se esfuerzan; |
565 |
|
|
más áspera con la
advertencia es, y se excita retenida |
|
|
|
y crece su rabia, y las
moderaciones mismas perjudiciales eran: |
|
|
|
así yo al torrente, por
donde nada se le oponía al él pasar, |
|
|
|
más dulcemente y con
módico estrépito bajar he visto; |
|
|
|
mas, por donde quiera que un tronco
o en contra erigidas rocas lo sujetaban, |
570 |
|
|
espúmeo e hirviente y por el
impedimento más salvaje iba. |
|
|
|
He aquí
que cruentos vuelven y, Baco dónde estuviera, |
|
|
|
a su señor, que preguntaba,
que a Baco habían visto negaron. |
|
|
|
«A éste»,
dijeron, «aun así, su compañero y servidor de
sus sacrificios |
|
|
|
capturamos», y entregan, las
manos tras la espalda atadas, |
575 |
|
|
los sacrificios del dios a uno, del
tirreno pueblo, que había seguido. |
|
|
|
Lo contempla a
él Penteo, con ojos que la ira estremecedores |
|
|
|
hiciera, y aunque de los castigos
apenas los tiempos difiere: |
|
|
|
«Oh, quien has de morir y que
con la muerte tuya has de dar enseñanza a otros», |
|
|
|
dice, «revela tu nombre y el
nombre de tus padres |
580 |
|
|
y tu patria, y, de costumbre nueva,
por qué estos sacrificios frecuentas». |
|
|
|
Los navegantes tirrenos
|
|
Él, de
miedo vacío: «El nombre mío», dijo,
«Acetes, |
|
|
|
mi patria Meonia es, de la humilde
plebe mis padres. |
|
|
|
No a mí, que duros novillos
cultivaran, mi padre campos, |
|
|
|
o lanadas greyes, no manadas
algunas me dejó; |
585 |
|
|
pobre también él fue
y con lino solía y anzuelos |
|
|
|
engañar, y con cálamo
coger, saltarines peces. |
|
|
|
Esta arte suya su hacienda era; al
transmitirme su arte: |
|
|
|
«Recibe, las que tengo, de mi
esfuerzo sucesor y heredero», |
|
|
|
dijo, «estas riquezas»,
y al morir a mí nada él me dejó |
590 |
|
|
salvo aguas: sólo esto puedo
denominar paterno. |
|
|
|
Pronto yo, para no en las
peñas quedarme siempre mismas, |
|
|
|
aprendí además el
gobernalle de la quilla, por mi diestra moderado, |
|
|
|
a guiar, y de la Cabra Olenia la
estrella pluvial, |
|
|
|
y Taígete y las
Híadas y en mis ojos la Ursa anoté, |
595 |
|
|
y de los vientos las casas, y los
puertos para las popas aptos. |
|
|
|
Por azar yendo a Delos, de la
quía tierra a las orillas |
|
|
|
me acoplo, y me acerco a los
litorales con diestros remos, |
|
|
|
y doy unos leves saltos y me meto
en la húmeda arena: |
|
|
|
la noche cuando consumida fue -la
Aurora a rojecer a lo primero |
600 |
|
|
empezaba-, me levanto, y linfas que
traigan recientes |
|
|
|
encomiendo, y les muestro la ruta
que lleve a esas ondas; |
|
|
|
yo, qué el aura a mí
prometa, desde un túmulo alto |
|
|
|
exploro, y a los compañeros
llamo y regreso a la quilla. |
|
|
|
«Aquí estamos»,
dice de los socios el primero, Ofeltes, |
605 |
|
|
y, según cree que
botín en el desierto campo hallado ha, |
|
|
|
de virgínea hermosura a un
muchacho conduce por los litorales. |
|
|
|
Él, de vino puro y
sueño pesado, titubar parece, |
|
|
|
y apenas seguirle; miro su ornato,
su faz y su paso: |
|
|
|
nada allí que creerse
pudiera mortal veía. |
610 |
|
|
Lo sentí y lo dije a mis
socios: «Qué numen en este |
|
|
|
cuerpo hay, dudo; pero en el cuerpo
este una divinidad hay. |
|
|
|
Quien quiera que eres, oh,
sénos propicio, y nuestros afanes asiste; |
|
|
|
a estos también des tu
venia». «Por nosotros deja de suplicar», |
|
|
|
Dictis dice, que él no otro
en ascender a lo alto |
615 |
|
|
de las entenas más raudo, y
estrechando la escota descender; |
|
|
|
esto Libis, esto el flavo, de la
proa tutela, Melanto, |
|
|
|
esto aprueba Alcimedonte y quien
descanso y ritmo |
|
|
|
con su voz daba a los remos, de los
ánimos estímulo, Epopeo, |
|
|
|
esto todos los otros: de
botín tan ciego el deseo es. |
620 |
|
|
«No, aun así, que este
pino se viole con su sagrado peso |
|
|
|
toleraré», dije;
«la parte mía aquí la mayor es del
derecho», |
|
|
|
y en la entrada me opongo a ellos.
Se enfurece el más audaz de todo |
|
|
|
el grupo, Licabas, que expulsado de
su toscana ciudad, |
|
|
|
exilio como castigo por un
siniestro asesinato cumplía. |
625 |
|
|
Él a mí, mientras
resisto, con su juvenil puño la garganta |
|
|
|
me rompió, y golpeado me
habría mandado a las superficies si no |
|
|
|
me hubiera yo quedado, aunque
amente, en una cuerda retenido. |
|
|
|
La impía multitud aprueba el
hecho; entonces por fin Baco, |
|
|
|
pues Baco fuera, cual si por el
clamor disipado |
630 |
|
|
sea el sopor, y del vino vuelvan a
su pecho sus sentidos, |
|
|
|
«¿Qué
hacéis? ¿Cuál este clamor?», dice.
«Por qué medio, decid, |
|
|
|
aquí he arribado? ¿A
dónde a llevarme os disponéis?». |
|
|
|
«Deja tu miedo»,
Proreo, «y qué puertos alcanzar, |
|
|
|
di, quieres», dijo, «en
la tierra pedida se te dejará». |
635 |
|
|
«A Naxos», dice
Líber, «los cursos volved vuestros. |
|
|
|
Aquella la casa mía es, para
vosotros será hospitalaria tierra». |
|
|
|
Por el mar, falaces, y por todos
los númenes juran |
|
|
|
que así sería, y a
mí me ordenan a la pinta quilla dar velas. |
|
|
|
Diestra Naxos estaba: por la
diestra a mí, que linos daba: |
640 |
|
|
«¿Qué haces, oh
demente? ¿Qué furor hay en ti» dice,
«Acetes?». |
|
|
|
Por sí cada uno teme:
«A la izquierda ve». La mayor parte |
|
|
|
con un gesto me indica, parte
qué quiere en el oído me susurra. |
|
|
|
Quedéme suspendido y:
«Coja alguno los gobernalles», dije, |
|
|
|
y del ministerio de la impiedad y
del de mi arte me privé. |
645 |
|
|
Me increpan todos, y todo murmura
el grupo, |
|
|
|
de los cuales Etalión:
«Así es que toda en ti solo |
|
|
|
nuestra salvación depositada
está», dice, y sube y él mismo la obra |
|
|
|
cumple mía y Naxos
abandonada, marcha a lo opuesto. |
|
|
|
Entonces el dios,
burlándose, como si ahora al fin el engaño |
650 |
|
|
sintiera, desde la popa combada el
ponto explora, |
|
|
|
y al que llora semejante: «No
estos litorales, marineros», |
|
|
|
«a mí me
prometisteis», dice, «no esta tierra por mí
rogada ha sido». |
|
|
|
¿Por qué hecho he
merecido este castigo? ¿Cuál la gloria vuestra
es, |
|
|
|
si a un muchacho unos
jóvenes, si muchos engañáis a
uno?». |
655 |
|
|
Hacía tiempo lloraba yo: de
las lágrimas nuestras ese puñado impío |
|
|
|
se ríe y empuja las
superficies con apresurados remos. |
|
|
|
Por él mismo a ti ahora -y
no más presente que él |
|
|
|
hay un dios- te juro, que tan
verdaderas cosas yo a ti te refiero |
|
|
|
como mayores que de la verdad la
fe: se quedó quieta en la superficie la popa |
660 |
|
|
no de otro modo que si su seco
astillero la retuviera. |
|
|
|
Ellos, asombrándose, de los
remos en el golpe persisten |
|
|
|
y las velas bajan, y con geminada
ayuda correr intentan. |
|
|
|
Impiden hiedras los remos y con su
nexo recurvo |
|
|
|
serpean y con grávidos
corimbos separan las velas. |
665 |
|
|
Él, de racimadas uvas su
frente circundado, |
|
|
|
agita su velada asta de
pampíneas frondas; |
|
|
|
del cual alrededor, tigres y
apariencias inanes de linces, |
|
|
|
y de pintas panteras yacen los
fieros cuerpos. |
|
|
|
Fuera saltaron los hombres, bien si
esto la insania hizo |
670 |
|
|
o si el temor, y el primero
Medón a negrecer empezó |
|
|
|
por el cuerpo y en una prominente
curvatura de su espina a doblarse |
|
|
|
empieza. A éste Licabas:
«¿En qué portentos», dijo, |
|
|
|
«te tornas?», y anchas
las comisuras y encorvada del que hablaba |
|
|
|
la nariz era y escama su piel
endurecida sacaba. |
675 |
|
|
Mas Libis, que se resistían,
mientras quiere revolver los remos, |
|
|
|
a un espacio breve atrás
saltar sus manos vio, y que ellas |
|
|
|
ya no eran manos, que ya aletas
podían llamarse. |
|
|
|
Otro, a las enroscadas cuerdas
deseando echar los brazos, |
|
|
|
brazos no tenía y,
recorvado, con un trunco cuerpo |
680 |
|
|
a las olas saltó: falcada en
lo postrero su cola es, |
|
|
|
cuales de la demediada luna se
curvan los cuernos. |
|
|
|
Por todos lados dan saltos y con su
mucha aspersión todo rocían |
|
|
|
y emergen otra vez y regresan bajo
las superficies de nuevo |
|
|
|
y de un coro en la apariencia
juegan y retozones lanzan |
685 |
|
|
sus cuerpos y el recibido mar por
sus anchas narinas exhalan. |
|
|
|
De hace poco veinte -pues tantos la
balsa aquella llevaba- |
|
|
|
quedaba solo yo: pávido y
helado, temblándome |
|
|
|
el cuerpo, y apenas en mí,
me afirma el dios, «Sacude», diciendo, |
|
|
|
«de tu corazón el
miedo y Día alcanza». Arribado a ella |
690 |
|
|
accedí a sus sacrificios y
los báqueos sacrificios frecuento». |
|
|
|
Penteo y Baco (II)
|
|
«Hemos
prestado a tus largos», Penteo, «rodeos
oídos» |
|
|
|
dice, «para que mi ira con la
demora fuerzas soltar pudiera. |
|
|
|
De cabeza, servidores, llevaos a
éste, y tras ser torturados con siniestros |
|
|
|
tormentos sus miembros, bajadlos a
estigia noche». |
695 |
|
|
En seguida, arrastrado el tirreno
Acetes, en sólidos |
|
|
|
techos es encerrado; y mientras los
crueles instrumentos |
|
|
|
de la ordenada muerte y hierro y
fuegos se preparan, |
|
|
|
por sí mismas se abrieron
las puertas y deslizáronse de sus brazos, |
|
|
|
por sí mismas, fama es, sin
que nadie las soltara, sus cadenas. |
700 |
|
|
Persiste el
Equiónida y no ya ordena ir, sino que él mismo |
|
|
|
camina adonde, elegido para hacerse
los sacrificios, el Citerón |
|
|
|
con cantos y clara de las bacantes
la voz sonaba. |
|
|
|
Como brama áspero el caballo
cuando, bélico, con su bronce canoro, |
|
|
|
señales dio el trompeta, y
de la batalla cobra el amor, |
705 |
|
|
a Penteo así, herido por los
largos aullidos, el éter |
|
|
|
conmueve, y oído el clamor
de nuevo se encandeció su ira. |
|
|
|
Del monte casi
en la mitad hay, con espesuras los extremos ciñendo, |
|
|
|
puro de árboles, visible de
todas partes, un llano: |
|
|
|
Aquí a él, que con
ojos profanos contemplaba los sacrificios, |
710 |
|
|
la primera vio, la primera
arrojóse con insana carrera, |
|
|
|
la primera al Penteo suyo
violentó arrojándole su tirso |
|
|
|
su madre y: «Oh, gemelas
hermanas», clamó, «acudid. |
|
|
|
Ese jabalí que en nuestros
campos vaga, inmenso, |
|
|
|
ese jabalí yo de herir
he». Se lanza toda contra uno solo |
715 |
|
|
la multitud enfurecida, todas se
unen y tembloroso le persiguen, |
|
|
|
ya tembloroso, ya palabras menos
violentas diciendo, |
|
|
|
ya a sí condenándose,
ya que él había pecado confesando. |
|
|
|
Herido él, aun así:
«Préstame ayuda, tía», dijo, |
|
|
|
«Autónoe. Muevan tus
ánimos de Acteón las sombras». |
720 |
|
|
Ella qué Acteón no
sabe y la diestra del que suplicaba |
|
|
|
arrancó, de Ino lacerada fue
la otra por el rapto. |
|
|
|
No tiene, infeliz, qué
brazos a su madre tender, |
|
|
|
sino truncas mostrando las heridas
de los arrebatados miembros: |
|
|
|
«Contémplame,
madre», dice. A aquello que vio aulló
Ágave |
725 |
|
|
y su cuello agitó y
movió por los aires su melena, |
|
|
|
y arrancándole la cabeza, a
ella abrazada con dedos cruentos |
|
|
|
clama: «Io,
compañeras, esta obra la victoria nuestra es». |
|
|
|
No más rápido unas
frondas, por el frío del otoño tocadas, |
|
|
|
y ya mal sujetas, las arrebata de
su alto árbol el viento, |
730 |
|
|
que fueron los miembros del hombre
por manos nefandas despedazados. |
|
|
|
Con tales
ejemplos advertidas los nuevos sacrificios frecuentan |
|
|
|
e inciensos dan y honran las
Isménides las santas aras. |
|
|
|
|