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ArribaAbajoLa noche inquieta


ArribaAbajoFantasía




La última luz.


I

       Hay unas horas sin hora
En que nuestras horas cesan,
lloras que en el alma pesan
Como inmensa eternidad.
Unas horas sin oriente,
Sin occidente y sin nombre,
En que atosigan al hombre
La mentira y la verdad.

   Horas sin voz, en que quiere
Escuchar algo el oído,
Y el aire no tiene ruido
Que poderle dar a oír;
En que quiera hablar la lengua
Y se detiene medrosa,
Porque teme alguna cosa
Que la pueda interrumpir.

   En que con ojos avaros
Miramos lo que no vemos,
En que delirar creemos
Y deliramos creer:
Horas en que duerme entero
Este mundo que habitamos,
Y nosotros despertamos
Su descanso a sorprender.

   En los pliegues de la sombra,
Como antípodas del día,
Estas horas de agonía
Caminando amargas van:
El tiempo abortó esas horas
Para el alma que medita,
Que el cuerpo no necesita
Horas de tan noble afán.

   Pasan sobre el grato sueño
Del labrador fatigado,
Sobre el sueño descuidado
Del indolente señor;
Sobre el del tranquilo esposo,
Y el del necio indiferente,
Y el de la hermosa inocente
Que sueña el primer amor.

   Pasan sobre la sonrisa
De la madre cariñosa,
Que amante, madre y esposa,
En un amor goza tres:
Pasan respetando el sueño
Del olvidado mendigo,
Que al dar a la sien abrigo
Deja desnudos los pies.

   Y buscan el sueño inquieto
De algún pensador profundo,
Que aguarda más ancho mundo
De este otro mundo detrás;
Buscan al hombre que piensa,
Y que al pensar que es eterno,
Cambiara por un infierno
El posible de ser más.

   Al asentarse en su lecho
A sus párpados llamando,
El ánima, despertando,
Por el párpado miró.
Presentósele la sombra
Como imagen de la nada,
A la roja llamarada
Que la lámpara brotó.

   Escucha, y oye silencio,
Mira, y los ojos ven sombra,
Habla, y el eco le asombra
Sin responder a su voz:
Sólo aprende que es de noche,
Que su mente inquieta vaga,
Que su lámpara se apaga
Y que el sueño huyó precoz.

   Entonces lucha afanado
El cuerpo con la costumbre,
El ojo busca la lumbre,
Busca el oído rumor;
Y el alma, sin luz ni ruido
Que su pensamiento estorbe,
Vuela libre por el orbe
En pos de mundo mejor.

Pero estando condenada
A la cárcel de la tierra,
Vuelve al cuerpo que la encierra
Para meditar en él.
Entonces, sujeta al cuerpo,
Mar que en las rocas se estrella,
Para sentir como aquélla
Sentidos le presta aquél.

   Débil corno el cuerpo entonces,
Por ojos de carne mira,
Y ve lo que ver delira
Por aquel turbio cristal.
Ve que la lámpara seca
La luz postrera derrama,
Y ve en la convulsa llama
Un no sé qué de infernal.

   Aquellas ráfagas tibias,
Llamaradas de un momento
Que alumbran el aposento
Para ofuscarle otra vez;
Que confundiendo las formas,
Dando espacio a los objetos,
Pintan manchas y esqueletos
Que cruzan por la pared.

   Aquella lumbre oscilante
Que en torno al pábilo flota
Aérea, vibrante, rota,
De indefinible color,
Dibuja en los pardos vidrios
Y en las blancas muselinas
Creaciones peregrinas
Que nos llenan de terror.

   Asoma rostros, deformes
De diabólicos contornos,
Que en colgaduras y adornos
Nos parece ver girar;
Ya son gigantes monstruosos
Que desparecen livianos,
Ya ridículos enanos
Que se juntan a danzar.

   Ya son pájaros flotantes,
Ya son repugnantes viejas,
Ya son fantasmas distantes,
Negras visiones sin luz;
Ya son vivientes que pasan,
Ya son antorchas que cruzan,
Cuyo fulgor desmenuzan
Líneas hendidas en cruz.

   Ya charolado vacío
De estrellas rojas orlado,
u hondo hueco iluminado
Por agonizante hachón;
Ya pardos grupos de sombra,
Ya misteriosos paisajes,
Ya pabellones de encajes
O tapices de crespón.

   La llama trémula, en tanto,
De un momento a otro momento
Su resplandor ceniciento
Amaga inquieta matar:
Flota en el aire exhalada
Del pábilo desprendida,
Y torna, al pábilo asida,
Segunda vez a brotar.

   O lame blanda los bordes
Del vaso que la contiene,
Y a reconcentrarse viene
En el pábilo otra vez:
Y moribunda vacila,
Como vibra y pestañea
Mal herido en la pupila
Un ojo con rapidez.

   Acaso un insecto imbécil,
De nuestro pavor objeto,
Viene a revolar inquieto
De la llama en derredor;
Y en su fantástico vuelo
Cruzando la luz, parece
Que aumenta en formas y crece
Como ensueño aterrador.

   Se desvanece un momento,
Luego flotando aparece,
Y con la llama se mece
Cual si la hiciera vivir;
Mil veces la hiende y cruza,
Cual si un espíritu fuera
Que danzara en una hoguera
Donde alguno ha de morir.

   Se le ve sobre la llama
Volar errante zumbando,
O bien, las alas plagando,
La opaca lumbre beber;
Se le ve en el vidrio hueco,
Sobre sus pies transparentes,
Sus pasos indiferentes
De uno a otro lado mover.

   Y si, del fuego aturdido,
La claridad evitando,
y su vuelo acelerando,
Se le ve cerca pasar,
El rostro se hunde en las ropas;
Y mientras el miedo pasa,
La luz, que ilumina escasa,
Se acaba al fin de apagar.


El silencio y la oscuridad.

II

       Cuando tras vela afanosa
Fatigados nos dormimos,
Soñamos con lo que vimos
O lo que creímos ver.
Así en tropel misterioso
Se agitan confusamente
Los delirios que la mente
Despreció velando ayer.

   Por huir de ella tan sólo,
En ella se cobijaron,
Y dentro de ella aguardaron
De revelarse ocasión;
Que esos fantásticos sueños
Que turban nuestro reposo,
Del ánimo religioso
Secretos abortos son.

   Porque el que cree y el que duda,
Por descuidado que viva,
En algo el creer estriba
Y en algo estriba el dudar;
Y alguna vez engañado
Por las que creyó evidencias,
En sus dadas y creencias
Ha por fin de vacilar.

   El ruido y el movimiento,
La voz y la compañía
Que nos da la luz del día,
Impiden pensar tal vez;
Y entonces creencias, dudas,
Dentro del ánimo callan,
Y en él guarecidas hallan
Asilo en su timidez.

   Por eso en órgia insensata
El disoluto mancebo
Dice: «En el licor que bebo,
Ahogo cuanto creí.»
Por eso, en placer sumido,
Dice el embriagado amante:
«Yo no creo en este instante,
¡Vida mía!, más que en ti.»

   Por eso ante sus monedas
El jugador avariento
Dice con audaz acento:
«Creo en el oro y no más.»
Y por eso el pendenciero
Que el triunfo lidiando alcanza,
Dice osado a su venganza:
«Honra, satisfecha estás.»

   Pero si en la noche umbría
Tras sueño inquieto despierta,
Cada sentido una puerta
A sus creencias le da;
Y duda, y tome, y vacila,
Y azorado el hondo pecho,
En derredor de su lecho
Fantasmas fingiendo está.

   Su lámpara ya apagada,
Al matar la última lumbre
Dejó sombra en la techumbre,
Dejó sombra en la pared;
Cerrado dentro la alcoba,
El aire falto de ruido,
Escucha en vano el oído
La voz de la lobreguez.

   En vano miran los ojos
La sombra descolorida;
Con una ilusión mentida
Vienen a topar al fin;
Doquier que avaros se tornan,
Ven una masa uniforme,
Una sombra espesa, enorme,
Que no se ciñe a confín.

   La mente duda medrosa,
Los sentidos se adormecen,
Y embriagados se estremecen
Con cada nueva ilusión:
Todo en la mente se agita,
Todo en la mente se embota,
Todo en torno nuestra flota
En callada confusión.

   Y a tanto mirar los ojos,
A tanto oír los oídos,
Fatigados, aturdidos,
Rumor oyen, sombras ven;
El ánima se amedrenta,
Y brotan los pensamientos
Medrosos y antiguos cuentos
Que la atosigan también.

   Entonces es cuando el eco
De un cabello que tropieza
Nos retumba en la cabeza
Con chasquido colosal;
Entonces semeja el roce
De la ropa mal plegada
La voz seca y prolongada
De rápido vendaval.

   Entonces es cuando el ruido
De nuestro azorado aliento
Nos parece el sordo acento,
La lejana confusión
De las invisibles alas
De aves mil desconocidas,
Que van cruzando perdidas
Los aires en rebelión.

   Y escuchamos a lo lejos
Huellas de pies recelosos
Y vagidos vaporosos
Que se apagan al nacer;
Y crujen en las vidrieras
Confusos sacudimientos,
Y aullidos, gritos y acentos,
De rabia, espanto y placer.

   Entonces fingen los ojos
A compás de estos rumores
Mil fantásticos colores,
Sombras y delirios mil;
Bultos que ruedan informes,
Círculos de luces bellas,
Vagas y raudas centellas,
Del miedo aborto febril.

   Y fantasmas que en tumulto
Pasan, corren, flotan, vuelan,
Y se apagan y rielan
Sin tener luz ni color;
Y parece que, cruzando
Por las tinieblas oscuras,
Arrastran sus vestiduras
Con repugnante rumor.

   Caprichos, menos que nada,
De esencia desconocida,
Delirios sin voz, sin vida;
Nada pueden, nada son:
Mas sin cuerpos ni colores,
Tienen cuerpos y semblantes
Que los ojos delirantes
Les prestan en su ilusión.

   Les presta voz el oído,
Y movimientos la mente,
Y vienen confusamente
Mente y oído a acosar;
Y mente, y ojos, y oídos,
Con tan fantástico empeño
Alejan el blando sueño
Y empiezan a delirar.

   Llenan entonces el aire
Peregrinas ilusiones
Y frágiles creaciones
De la duda y de la fe,
Donde entre iguales contornos,
Una en otra confundida,
La miseria de la vida
y la religión se ve.

   Allí, entre un miedo mundano
Y entre una creencia errada,
Va una idea de la nada
o una olvidada verdad;
Y en tan cumplidas tinieblas,
En silencio tan completo,
Se transparenta un objeto
Inmenso...: la eternidad.

   ¿Quién no cree y quién no dada
Cuando a solas en su lecho,
En el reloj de su pecho
Sus horas contando está?
¿Quién no cree y no duda entonces
En el silencio y la sombra?
¿Quién pensando no se asombra
o que existe más allá?

   Porque esos seres aéreos
Que en redor nuestro sentimos,
El rumor que percibimos
En torno nuestro bullir;
Aquel extraño delirio,
En que creemos dudando
Que hay quien nos está mirando
Sin podérselo impedir;

   Ese rumor misterioso
Con-que la sombra murmura,
Esa luz leve, insegura,
Que radia la oscuridad;
Ese temor sin objeto
Que la sombra nos infunde
Y en la mente nos confunde
La mentira y la verdad;

   Ese insectillo nocturno
Que nos asalta y aterra,
Que con nosotros se cierra
Importuno a combatir;
Que en monótona algazara,
En ronco y sonoro ruido,
Acosa nuestro descuido
Sin dejar de ir y venir;

   Ese insecto, a quien juzgamos
En nuestra aflicción medrosa
Un ser, un soplo, una cosa,
Que nos dice no sé qué,
Un no sé qué misterioso
Que nos traspasa de miedo,
Que de un labio revoltoso
Se derrama y no se ve;

   Y aquel afanoso empeño
Con que dormir procuramos,
Y con quien tanto porfiamos,
Que hace inútil nuestro afán,
Son voces de nuestra nada
Que soñando comprendemos,
Y que a gritos -si creemos-
Preguntándonos están.

   Por eso, si en órgia inmunda
El disoluto mancebo
Dice: «En el licor que bebo,
Ahogo cuanto creí»;
Por eso, si en sus placeres
Dice el insensato amante:
«Yo no creo en este instante,
¡Vida mía!, más que en ti»;

   Por eso, si ante su oro
El jugador avariento
Dice con seguro acento:
«Creo en el oro y no más»;
Por eso, si el pendenciero
Que el triunfo lidiando alcanza
Dice altivo a su venganza:
«Honra, satisfecha estás»,

   En la sombra de la noche,
Con su corazón a solas,
Luchan con las turbias olas
De la duda y el temor:
El uno por sus festines,
El otro por su dinero;
Por su honor el pendenciero,
Y el amante por su amor.

   Porque ese fugaz murmullo,
Ese crepúsculo vago,
Son el reflejo, el amago
Del final de nuestro ser:
Y dudar en el silencio,
Temer en la sombra oscura,
No es ni dada ni pavura,
Es conocerse y creer.

   Que la sombra y el silencio
Reflejan la eternidad
Como la luz de los cielos
Reverbera en un cristal;
Y recordando su polvo
A la flaca humanidad,
Son clamor de nuestra nada
Que diciéndonos está:
   «Creed, o velad.»

   Que el no atreverse a creer
Es decidirse a dudar,
Y dudar es tener miedo
De creer una verdad;
Dudar es estar en vela,
Creer es tranquilo estar,
Y es fuerza por duda o miedo,
Puesto que tan juntos van,
   Creer o velar.

   Pues no es más el corazón
Que un indestructible altar
De donde nuestras creencias
No se separan jamás;
Y el jugador y el valiente,
Y el disoluto galán,
Tienen allá en la alta noche
Un momento sin solaz
En que sus vagos temores
Y su inquietud y su afán
Les están diciendo a voces
En la muda oscuridad:
   «Creed, o velad.»

   Que ese rumor del silencio,
Y esa ráfaga fugaz
Que deliramos que alumbra
La callada oscuridad,
Y ese temor sin objeto,
Y ese insecto pertinaz
Que zumba, y silba, y se agita,
Sube y baja, y viene y va,
y ese empeño, esa porfía
Con que en nuestro torpe afán
Procuramos el descanso,
¡Vive Dios! que no son más
Que el miedo a nosotros mismos,
Que nos impone tenaz
   Creer o velar.

   Es la sombra incomprensible
De ese oculto más allá
Tras de cuyo pensamiento
No alcanzamos a ver más
Que lo que envuelve la noche:
Silencio y oscuridad.


El amanecer.

III

       Y al fin de tanto temer,
Tanto soñar sin dormir,
   Y tanto afán,
El alba esperando ver,
Cerrándose ¡sin sentir
   Los ojos van.

       Al menor ruido que oímos,
Vuelven a abrirse otra vez
   Lentamente,
Mas apenas los abrimos,
Tornan a su lobreguez
   Muellemente.

   Y todavía creemos
Que sentimos y miramos
   Desvelados,
Y lo que oímos y vemos
Es sólo lo que soñamos
   Fatigados.

   Todavía en la cabeza
Se agitan los pensamientos
   Confundidos,
Y con lánguida pereza
Dejamos sus movimientos
   Vagar perdidos.

   Y las nocturnas visiones
Quo nuestro capricho loco
   Nos fingía,
Sus medrosas ilusiones
Desvanecen poco a poco
   Con el día.

   Una luz tibia, insegura,
EL quicio de alguna reja
   Iluminando,
Sobre la pared oscura
La luz que fuera refleja
   Va pintando.

   Y en el rayo fugitivo
Que se pierde en el flotante
   Polvo leve,
Aquel insectillo esquivo,
Cruzando a su torno errante,
   La luz le bebe.

   Y pasa, y se mece, y gira,
Sube y baja, y huye, y viene
   Sin recelo,
Y se pierde y se retira,
Y sobre la luz se tiene
   En ronco vuelo.

   De alguna torre cercana
El esquilón nos despierta
   Un momento,
Y en una ilusión liviana
Concibe la luz incierta
   El pensamiento.

   Y el rayo del sol naciente
Y el insecto pertinaz
   Que bulle en torno,
Pasan un punto en la mente
Como una sombra fugaz
   Sin contorno.

   Y en la duda vacilando
Si velamos o dormimos,
   Nos parece
Que el sueño a que nos rendimos
Nos va la luz apagando
   Que amanece.

   Y pasando del dudar
Al descanso del dormir,
   Olvidamos
Lo que nos vino a turbar
Y lo que pudo existir
   O soñamos.

   Y al despertar otro día
Ya no guardamos memoria
   Ni recelo
De la inquietud y agonía,
De la fantástica historia
   De aquel desvelo.

   Porque así pasan sombrías
Las horas de nuestros días
   Revoltosos,
Las noches de dudas llenas,
Los días llenos de penas
   Y azarosos.

   Las noches creyendo ver
Lo que habemos de creer
   Y dudamos,
Y los días sin pensar
En lo que hemos de soñar
   Cuando durmamos.

   ¡Oh! Verted blando beleño,
Tardas noches, en mi sueño
   Al resbalar,
Y tras sueño inquieto y largo
No tenga un recuerdo amargo
   Al despertar.






ArribaAbajoSoledad del campo



       ¡Salve, fértil campiña y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!
   ¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!
   ¿Quién me diera ¡ay de mí! tu sombra oscura,
Donde tornara al que perdí reposo?
¿Quién me tornara ¡oh soto! a la frescura
De tu arbolado suelo tan frondoso?
    ¿Quién me diera el pacífico murmullo
De tus olmos mecidos mansamente,
De tus palomas el sentido arrullo,
Y el grato son de tu escondida fuente?
   Cuando en tu blanda hierba recostado,
Lejos de los impúdicos festines,
En apacible trino regalado
Me adormían los sueltos colorines.
   Y yo les vía en las latientes plumas
Sostenerse, y picar la espesa grama,
Y turbar del remanso las espumas,
Y en el árbol saltar de rama en rama.
   ¡Ay, cuánto habrán los afanosos días
Hollado tanta gala y donosura!
¡Cuántas tormentas, al pasar bravías,
Habrán roto tan frágil hermosura!
   ¡Cuán mal sonara ya mi voz mundana
Bajo ese techo de hojas campesino,
Sobre esa alfombra espléndida y liviana
Qae reverdece arroyo cristalino!
   ¡Ah! ¡Lejos ya de mí tan torpe empeño!
Apagaré el compás del arpa loca,
Y de tus aves el sabroso sueño
No turbarán los himnos de mi boca.
   ¡Contento quedaré con saludarte,
Con ver de lejos tu silvestre pompa!.....
Tal vez ¡oh fresco soto! al contemplarte,
En lágrimas de amor cansado rompa.
   ¡Que nada son los fáciles laureles
Con que el mundo nos brinda lisonjero,
Si al prestarnos su manto de oropeles
Rasga y desnuda el corazón primero!
   Cuando seguí, desatentado y loco,
Del mundano placer las torpes huellas,
Aprendí que el placer vale bien poco.....
Siempre al pisarlas resbalaba en ellas.
   Y siempre, cuando en órgia estrepitosa
La perfumada copa levantaba,
Al apartarla de la faz jugosa,
En el vaso tina lágrima encontraba.
   Y siempre el son de la caliente fiesta,
Las canciones, la báquica armonía,
Me hacía apetecer la blanda siesta
Y el rumor de los olmos me traía.
   Y siempre en su cantarla cortesana,
Y siempre en su tañer la danza impura,
Me acordaba la música villana
Con que la amena soledad murmura.
   Que allí la hermosa con mentidas flores
La sien tocaba y el desnudo cuello,
Sin pedir a sus cálices olores
Con que aromar las hebras del caballo.
   Que allí los ruiseñores, suspendidos
Entre grillos y cárceles de oro,
Con el ronco tumulto ensordecidos
No soltaban el cántico sonoro.
   Y el aire que aspirábamos pesado,
Nos abrasaba al aspirarle el pecho,
Y el inmenso salón entapizado
Érale al corazón pobre y estrecho.
   Y allí también cansado, suspiraba
¡Oh deleitable soledad campestre!
Por el sosiego y paz que en ti gozaba
Bajo tu tosco pabellón silvestre.
   ¡Oh, que me place, soledad sabrosa,
Del fresco soto y del sombrío ameno,
La tibia luz y el aura bulliciosa
Que alumbra y riza tu enramado seno!
   Allí miraba mi infantil pupila
En el fondo de lóbrega laguna,
Cuál resbalaba en ilusión tranquila,
La turbia imagen de la blanca luna.
   Allí crecían las sonantes cañas,
La verde juncia y la amistosa hiedra,
Do tejen campesinas las arañas
Su estrecha red entre horadada piedra.
   Allí venía el silbador mosquito,
Y en tanto que en los hilos se enredaba
Acechábale oculta, de hito en hito,
La cazadora ruin que lo esperaba.
   Allí vía, constante en su fatiga,
Ir y venir por la vereda usada
A lentos pasos la afanosa hormiga
Con la futura provisión cargada.
   Y allí en la rama que la noche fría
Con niebla moja y con el aura enjuga,
Yo al sol del alba columpiarse vía
En baba frágil la vellosa oruga.
   Y allí también, sin fueros de jardines,
Vía huertos con parras entoldados,
Do había pabellones de jazmines
De las paredes ásperas colgados.
   Y allí brotaban escondidas violas,
Lirios azules, rosas purpurinas,
Jacintos y sangrientas amapolas,
Madreselva y fragantes clavellinas.
   Y sus líquidas trenzas derramando,
Cruzábale un arroyo, y amarillas,
El césped de la margen salpicando,
Mil vistosas le orlaban florecillas.
   Y allí andaba la suelta mariposa,
Libre de flor en flor volando ufana,
Su librea ostentando revoltosa,
De oro y de azul, de púrpura y de grana,
   Ya posaba en los altos mirabeles,
Ya esquivaba al pasar las otras flores,
Avergonzando lirios y claveles
Sus puros y magníficos colores.
   Y arrastrando su alcázar en la espalda,
El perezoso caracol salía
Del fresco surco a la pintada falda
A bañarse en el sol de mediodía.
   Y sobre alguna fácil eminencia
Extendiendo su cuerpo transparente,
Tornaba a bendecir la omnipotencia,
Los elásticos ojos al Oriente.
   Y allí zumbando la oficiosa abeja
Entre los frutos del jardín opimos,
La blanca miel que en sus panales deja
Chupaba en los espléndidos racimos.
   ¡Oh silencio! ¡Oh pacífica ventura!
¡Oh soledad del campo deleitosa!
En ti, de la inquietud de su locura,
El fatigado corazón reposa.
   ¿Quién me tornará a la enramada umbría
Donde ecos tuvo mi cantar primero?
¡Acaso alegre el arpa sonaría
Al blando son del céfiro ligero!
   Mas ¡ay! que acaso en apartados climas,
Por la importuna suerte arrebatado,
He de cantar en lamentosas rimas
La patria soledad que habré dejado.
   ¡Adiós, entonces, venturoso suelo
Donde libre nací, pero desnudo;
Cúbrate en paz el compasivo cielo,
En tanto que de lejos te saludo!
   ¡Salve, fértil colina y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!
   ¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!




ArribaAbajoSoneto

Con el hirviente resoplido moja




El ronco toro la tostada arena,
La vista en el jinete alta y serena,
Ancho espacio buscando, al asta roja.

    Su arranque audaz a recibir se arroja,
Pálida de valor la faz morena,
E hincha en la frente la robusta vena,
El picador, a quien el tiempo enoja.

   Dada la fiera, el español la llama,
Sacude el toro la enastada frente,
La tierra escarba, sopla y desparrama;

   Lo obliga el hombre, parte de repente,
Y herido en la cerviz, húyele y brama,
Y en grito universal rompe la gente.




ArribaAbajoA Blanca



       ¡Oh! Que me place, Blanca,
Cerca de mí tenerte,
Cuando la noche turban
Nuestros brindis alegres.

   Cuando la luz se quiebra
Trémula y transparente,
De las colmadas copas
En los cristales tenues.

   Cuando los ojos húmedos,
De luz avaros hierven,
Y en cada luz, sin tino,
Vacilan y se hieren.

   ¡Si vieras cómo brillan
Debajo de tu frente
Tus ojos de azabache,
Y hogueras me parecen!

   ¡Oh! Que me place, Blanca:
Bebe, alma mía, bebe,
Y el mundo que murmure,
Que el mundo es un imbécil.

   Caiga el cabello en rizos
Por los hombros de nieve,
Cual pabellón que guarda
Del rocío las sienes.

   El cuello sin cendales
El aura mansa oree,
Y el calor de tu seno
Vagando en torno temple.

   Y los torneados dedos
Entre las copas jueguen,
como niños sin juicio,
Ni dueña que les vele.

   Los entreabiertos labios
La roja lengua muestren,
Formando las palabras
Con el vino a traspieses.

   Y la impetuosa risa,
Brotando de repente,
La blanca dentadura
Y la honda voz enseñe.

   Y en desigual latido,
Veré cómo, turgente,
El agitado pecho
Convulso se estremece.

   ¡Qué hermosa estás, mi Blanca!
Bebe, alma mía, bebe,
Y el mundo que murmure,
Que el mundo es un imbécil.

   Dicen que hay una tierra
Do habitan unas gentes
Con lanzas en las manos
Y cascos en la frente.

   Que sin solaz ni tregua
Se acechan y acometen,
Volando atentos unos
Mientras los otros duermen.

   Que guardan las ciudades
Con torres y con puentes,
Y que cuando unos mandan
Los otros obedecen.

   ¡Locuras, Blanca mía,
Estar lidiando siempre
Porque los unos salgan
O que los otros entren!

   Sin duda que han perdido
Su vino y sus mujeres,
Cuando en tales manías
Han dado aquellas gentes.

   Bebamos, Blanca hermosa,
Brindemos... Mas ¿qué tienes?
¿Por qué el cendal desciñes
De la cintura leve?

   ¿Por qué sobre la mano
Doblas así la frente?
Acaso los licores.....
¡Ay, Blanca, tú te duermes.!

   Besaréla en los labios;
Tal vez cuando despierte,
Mi blando beso en ellos
Acaricie y estreche.,

   Adiós, hermosa Blanca,
Tranquila y quieta duerme,
Y si despiertas pronto,
A los licores vuelve.

   Así se goza, Blanca:
Bebe, alma mía, bebe,
Y el mundo que murmure,
Que el mundo es un imbécil.




ArribaAbajoOda



       Prestadme el dulce canto,
Aves del valle y de la selva umbría,
Y levantad en tanto,
Para arrullar mi llanto,
Frescas hojas, monótona armonía.

Y tú, sonoro viento,
Tas alas de vapor lánguido mece,
Y en blando movimiento,
Con perfumado aliento
Las hojas y las aguas estremece.

   Porque estos mis cantares
De vosotros no más serán oídos,
Que el duelo y los pesares
Sólo en nuestros hogares
Ser deben, o en los bosques, repetidos.

   Que el mundo maldiciente
Murmura del que llora y del que pena,
Del que placer no siente;
Y el triste eternamente
Ha de arrastrar cantando su cadena.

   Que es el mundo un tirano
Que sólo da suplicios y agonías,
Y exige soberano
Que llame el triste humano
Imperio paternal su tiranía.

   Mas ¿qué vale que errante
Y sólo de los ecos atendido
Mis amarguras cante,
Y el aire se levante
Devorando mi cántico perdido?

   Aquí en la selva umbrosa,
¿No cantan a la par los ruiseñores?
¿No susurra armoniosa
El agua bulliciosa,
Y les escuchan las atentas flores?

   Y el céfiro ligero,
Cuando el rocío de su bosque orea,
¿No suena lisonjero,
Y en murmullo hechicero
Las hierbas y los árboles menea?

   ¡Maldita mi locura!
¿No valdrá más cantar cual ellos cantan,
Que acrecer mi amargura
Mientras en la espesura
Tan alegres rumores se levantan?

   ¡Oh! Ven, arpa sonora,
Y rompe loca en himnos bulliciosos,
Cantando seductora
Al son que bulle ahora
De arroyos y de vientos sonorosos.

   Pues que es breve la vida
Y es el mando no más pompa liviana,
Y al fin la tierra hendida
Su farsa concluida,
Sepulcro universal será mañana;

   Cantará descuidado
Lo inútil de esta mísera existencia,
Ya el cielo esté nublado,
Ya en calma y sosegado,
Ya el huracán reviente con violencia.

   Porque, en verdad, ¿qué importa
El mundanal orgullo y la ventura
De esta vida tan corta,
Si en igual fin aborta,
Tocando en fin igual nuestra locura?

   ¿De qué sirvió al valiente
Alejandro ser rey en Macedonia,
Y avasallar la gente,
Y pretender demente
Ser adorado un dios en Babilonia,

   Si por extraño modo,
Sin poder apurar el hondo vaso,
Dio el aliento beodo,
Y dio por fin de todo
Desde su fiesta a su sepulcro un paso?

   ¿De qué sirvió la gloria
Cantar de Grecia al inmortal Homero,
Y a su nombre en la historia
Dejar alta memoria,
Si Grecia ingrata le olvidó primero?

   ¿De qué sirvió a Rodrigo
La hermosa Cava, el cetro de los godos,
Si huyendo al enemigo
Dichas y amor consigo
Perdió el monarca y se perdieron todos?

   ¿De qué sirve a Cervantes
Que esas estatuas hoy le levantemos,
De los años triunfantes,
Si sus libros gigantes
sola su miseria le debemos?

   ¿Qué sirven esos mudos
Bustos dorados de los muertos reyes,
Sus palacios y escudos,
Si sus pueblos desnudos
Ignoran por inútiles sus leyes?

   ¿Qué sirve a las naciones
Que sus pueblos se inmolen y combatan
Al pie de sus pendones,
Si sus nobles legiones
Han de morir al fin si no se matan?

   ¿Qué salvó la altanera,
La grande Roma, de su pompa y brío
Y su beldad primera......
Esa vieja ramera
Cuyo esqueleto duerme sobre un río?

   Y ¿qué han salvado apenas
De tal desorden y tamaño estrago
Las de riqueza llenas
Tiro, Palmira, Atenas,
Tebas, Corinto, Menfis y Cartago?

   ¡Escombros y memorias!.....
Humo de aromas, tumba de tiranos
Que manchan las historias,
Dando en cifras mortuorias
Polvo a la tierra y casa a los gusanos.

   Y si esto sólo resta,
Y esto por fin de nuestro afán nos toca,
Tonos, arpa, me apresta,
Que quiero en muelle siesta
Reír cantando vanidad tan loca.

   Aquí a mis pies resbala
Claro, inquieto y sonoro un arroyuelo
Que la arenilla cala,
Y su margen iguala
Entre las flores con que borda el suelo.

   Los sauces de su orilla
Le dan manso murmullo y grata sombra,
Y la caña amarilla
La alta cerviz le humilla,
Dándole al paso pabellón y alfombra.

   Y le saltan trinando
Pardos mirlos y rojos colorines,
Y en su césped posando,
Las palomas pasando
Le beben, y le pican los jazmines.

   Junto al agua sonora
De ese arroyuelo que en mis versos pinto,
Cantar me place ahora,
Y quédense en buen hora
Con sus historias Menfis y Corinto.

   ¿Qué importa que mi nombre
Legue a mi gente con baldón o fama
En la mansión del hombre,
Y al universo asombre,
Si a mí la muerte a concluir me llama?

   Cantar tranquilo quiero
Mi voluptuosa y lánguida pereza,
Pues ni pierdo, ni espero;
Y otro cante altanero
La gloria de su patria y su grandeza.

   Que asimismo cantaron
Tasso, Homero y Cervantes, y murieron
Y sus pueblos amaron,
Y los pueblos que honraron,
Conocerlos en vida no quisieron.

   Que es la vida un camino
Sin medida ni fin, coto ni valla,
Do desnudo y sin tino,
Si encuentra el peregrino
Sombra alguna o placer, eso se halla.

   No estatuas algún día
Cual dan a Homero y a Cervantes, quiero,
Si hoy en la patria mía
Fortuna tan impía
Como Cervantes lloraré y Homero.

   Y si el plazo cumplido
En que esta vida y tierra se abandona,
Libre acaso de olvido,
Mi sepulcro escondido
Me conserva tal vez una corona,

   Eso hallará mi gente
En mi sepulcro al encontrar mi nombre,
Mas no dirá insolente
Que me pesó en la frente
Ese lauro quimérico del hombre.

   Cantar tranquilo quiero
Mi voluptuosa y lánguida pereza,
Pues ni pierdo, ni espero;
Y otro cante altanero
Las glorias de su patria y su grandeza.

   Junto al agua sonora
De ese arroyuelo que en mis versos pinto,
Cantar me place ahora,
Y quédense en buen hora
Con sus historias Menfis y Corinto.