Tercer período: Madurez
Al Eresma | |
No, no empañarán mis ojos, | |
Eresma, tu agua fulgente, | |
Ni detendrán tu corriente | |
Con su mirada fatal. | |
No te asustes, como el mundo, | |
De mi presencia importuna; | |
Que no hay ni un rayo de luna, | |
Que me pinte en tu cristal. | |
De cerrada, oscura noche, | |
Encubierto y solitario, | |
Como un muerto en el sudario, | |
Ni la agito, ni me ve. | |
Ni interrumpo tu murmullo, | |
Ni a tu orilla su reposo, | |
Y fantasma nebuloso, | |
Huellas no estampa mi pie. | |
Mas si al sentir en la brisa, | |
Que sobre tus ondas juega, | |
La ráfaga, que les llega | |
De un aliento abrasador, | |
Me conoces, y espantado, | |
Tu murmullo me interroga, | |
Eresma, el espanto ahoga!... | |
Responderte ha mi dolor. | |
-Preguntas si la frescura | |
De tus márgenes me llama, | |
Y si el ardor que me inflama | |
Podré en tus ondas templar. | |
Sed de los labios se templa; | |
Mas cuando un alma se abrasa, | |
Tu agua toda viene escasa, | |
Río, y toda la del mar. | |
Ni ofrecer puedes la muerte, | |
Ni yo buscar en tu centro | |
La tumba, en que ya no encuentro | |
El término a mi sufrir. | |
Que hoy son mis males mayores, | |
Cuanto mezquinos parecen... | |
Que a mi orgullo no merecen | |
La importancia de morir. | |
Acaso huyendo mi planta | |
De un mundo que la aprisiona, | |
Fuera de él busca su zona | |
De silencio y soledad. | |
¿A qué?... en torno a un alma sola | |
Harto hay silencio profundo, | |
Harto es cementerio el mundo, | |
¡Y yermo la sociedad!... | |
Ni pienses que es el arcano | |
De esos monumentos viejos | |
Lo que vengo en tus reflejos, | |
Claro río, a sorprender. | |
Quede para ojos tranquilos, | |
A través de tus cristales, | |
Descifrar esos anales | |
De un decrépito poder. | |
Lean sobre ese peñasco, | |
Por cuyos cimientos corres, | |
Qué mano elevó las torres | |
Que coronan tu ciudad. | |
Y a par el gigante siglo | |
En que un pueblo omnipotente | |
Con los arcas de ese puente | |
Rubricó su eternidad. | |
Hallarán lápidas, tumbas, | |
Letreros, templos y altares, | |
Y aun bellos los alminares | |
Con que alza airosa su sien. | |
Tu alcázar, que, vieja nave | |
Encallada en una roca, | |
Caerá, aunque el mar no la toca, | |
Del viento al primer vaivén. | |
No; yo no miro esas piedras | |
Que necio un siglo amontona, | |
Y otro siglo desmorona, | |
Del hombre en justicia fiel. | |
Que son hoy lo que antes fueron | |
Esas mezquinas mansiones; | |
Más que ciudades, prisiones; | |
Y tumbas indignas de él. | |
Ni alzarme puedo del polvo | |
Dó el hombre estampa sus huellas, | |
Hasta ese manto de estrellas, | |
Tu alfombra y tu pabellón. | |
Que el mismo brazo de hierro | |
Que del mundo me repele, | |
Sujeta, porque no vuele | |
Lejos de él, al Corazón. | |
Extraña al mundo, y al cielo, | |
Y más que los dos piadosa, | |
No hay en tu campo una rosa | |
Que su fragancia me dé. | |
Ni dichas que cubrir pueda | |
La noche con su misterio, | |
Cuando cubre un cementerio | |
El tálamo de mi fe. | |
¡Nada existe!... bellos lazos | |
Que el alma a la vida unieron, | |
Al ímpetu se rompieron | |
De iracunda tempestad. | |
Una lágrima, un gemido... | |
Fueron sus tristes despojos, | |
Y no encontraron mis ojos, | |
¡Ay!... ni mis labios, piedad. | |
También rechazó con mofa | |
Esa sociedad mi llanto; | |
Tal vez creyó que era un canto | |
La queja en que prorrumpí. | |
Y por eso guardé ¡oh río! | |
Para tu orilla y tu seno... | |
Todo el dolor y el veneno | |
Que a derramar vengo en ti! | |
Que busqué en vano a mi acento | |
Labio que le acompañara, | |
Seno amante en que lograra, | |
Sin rubor, lloro verter. | |
Busqué la amistad iluso, | |
Dó hay sólo interés y miedo, | |
Busqué amor... que hallar no puedo, | |
En quien sólo ama el placer. | |
Y de la cumbre de hielo | |
De esa soledad poblada, | |
Oí abajo en la enramada | |
Tus puras ondas mugir. | |
Y a tus solitarias márgenes | |
Dije, volviendo mis huellas, | |
«Agua y voz me -darán ellas | |
Para llorar y gemir.» | |
Héme aquí... dulce mi acento | |
No harás con tu blando arrullo; | |
Mas cubrirá tu murmullo | |
Su resuello de huracán; | |
Y aunque no hay en tus orillas: | |
Eco con que le respondas, | |
Habrá rocas y habrá ondas | |
Que en ellas le estrellarán... | |
Y de esta lágrima inmensa | |
Que un mundo entero acibara, | |
Dó se exprime y se alquitara | |
Toda una vida de hiel; | |
De esta lágrima pesada, | |
De plomo ardiente fundida, | |
Siempre a un rostro suspendida.... | |
Y siempre cayendo de él; | |
De esta lágrima vidriosa | |
Que ojos opacos velando, | |
Con mentida luz vibrando | |
Al mundo acaso engañó; | |
Donde un ojo indiferente | |
Tras de en prisma de hielo, | |
Cual radiosa luz del cielo, | |
El brillo de un rayo vio; | |
De esta gota de un abismo, | |
Como mi dolor, profundo, | |
Que ningún labio en el mundo | |
Supo amoroso enjugar, | |
¿Qué harás?... ¿qué, al darla a tus ondas, | |
Eresma, piensas que espero?... | |
Que tú la lleves al Duero... | |
¡Y el Duero la lleve al mar! | |
En el álbum de una señora del gran mundo | |
Del álbum de una hermosa las páginas doradas | |
Pudieran ser de un alma la semejanza fiel; | |
Ella las abre al mundo, cándidas o rosadas, | |
Y el mundo va borrando de negro su papel. | |
E imprime bellos cuadros, y cantos y armonías, | |
Y nombres, y recuerdos, y risas y dolor; | |
Empero siempre páginas habrá blancas, vacías, | |
Que esperan nuevos nombres de amistad y de amor. | |
A veces ¡ay! en vano, de una existencia entera | |
Se abren las bellas hojas de nácar y marfil; | |
En vano desplegándose, el corazón espera | |
Que grabe un nombre eterno en su seno el buril. | |
No más que tintas pálidas, no más que nombres vanos | |
El deleznable lápiz fugaz bosquejará; | |
¡Nombres, tal vez sin vida! escritos con las manos | |
Por quien abriga estéril el corazón quizá... | |
¡Ay! por mi mal, Señora, borradas y vacías | |
Yo volví muchas hojas del libro de mi fe, | |
E inconstancia pudieron llamar las almas frías, | |
Al devorante anhelo de un nombre que no hallé. | |
Uno sólo... en mi oído las cántabras sirenas, | |
Entre sus rocas tristes le hicieron resonar; | |
Grabado está en el alma... más ¡ay! con sus arenas | |
¡Cubrióle y con sus algas la furia de aquel mar!... | |
Y a vos, como ninguna, de gracia y de ternura, | |
Existencia brillante, radiosa aparición, | |
Que recibís en trono de gracia y de hermosura | |
De un pueblo de amadores la esclava adoración. | |
Sobre el álbum magnífico de esas páginas de oro, | |
De esas hojas de rosa, de nácar y marfil, | |
Al estampar el mundo su unánime «¡Te adoro!» | |
Decid: ¿sentisteis siempre abrasado el buril? | |
Y en ese torbellino de ese doblar inquieto, | |
Leves unas tras otras, las hojas del amor, | |
¿Vuestro sutil espíritu no sorprendió el secreto | |
De lo que llama el mundo constancia, fe y honor? | |
¿No queda en lo más íntimo de esa existencia bella, | |
Un escondido oráculo que nadie descifró | |
¿Blanca no hay y vacía una página en ella, | |
Dó el nombre de la vida tal vez no se escribió?.. | |
¡Perdón, perdón, Señora! a mi indiscreta duda; | |
Perdón al extravío del pensamiento audaz. | |
Perdón a un alma triste, de creencias desnuda, | |
¿A quien ni amor dio dichas, ni dio el olvido paz! | |
Blancas, rotas o escritas ¡ah! no cerréis, Señora, | |
Las páginas del álbum de vuestro corazón; | |
Que aun más desgracia fuera, que hallarais en mal hora | |
Quien pudiera abrasarlas con sólo una pasión. | |
Una tarde de lluvia | |
Sobre el Betis tendidas como un velo | |
Mira esas nubes deshacerse en llanto; | |
Puras las rosas, su capullo en tanto | |
Con más pompa y color abren al cielo. | |
Soltara empero el huracán su vuelo | |
Y só el crujir de su encendido manto, | |
Gruesa avenida vierais con espanto | |
Tronchar las flores y arrasar el suelo. | |
¡Así acontece al corazón, Señora!... | |
Flor que con blanda lluvia de tristeza | |
Balsámicos perfumes evapora; | |
Mas si el cierzo desata su crudeza, | |
Del torrente la furia asoladora | |
Troncos deja no más... cieno y maleza! | |
En una despedida | |
Llegó el instante ansiado, instante al par temido, | |
Que un misterioso enigma funesto hace a los dos; | |
Y en breve entre nosotros, las aguas del olvido | |
Cegarán ese abismo que hoy abre un triste adiós. | |
¡Así cerrarán ellas la herida envenenada, | |
Que un día y otro día ahondó traidor puñal! | |
¡Así al mugir lejano de tempestad pasada | |
Respondiera en silencio tranquilo su raudal! | |
Mas hoy sobre nosotros la tempestad aún brama, | |
Y al último estampido de su infernal fragor | |
La nube que nos cerca, con ráfagas de llama | |
Alumbra el turbio ocaso de nuestro triste amor. | |
Amor que al fin se apaga, llama que se oscurece | |
Violenta despidiendo su centella final; | |
Y en vano es mi propósito, que el cielo no agradece, | |
Y en vano se renueva tu lucha desigual. | |
En vano de tu labio la tímida protesta | |
Rechaza a mi ternura el nombre que te di. | |
En vano bajo el velo de una amistad funesta | |
Aún hoy retractar quieres el amoroso sí. | |
Brilla, brilla en tus ojos, y ese postrer instante | |
Revela comprimida só un yugo tu pasión. | |
Estrechando las mías tu mano palpitante, | |
un recuerdo, imploras un perdón. | |
Y en mis ojos leyendo la lúgubre fiereza | |
Que enciende en mi despecho ceñuda su altivez, | |
Más que mi horrible calma temiendo tu flaqueza, | |
Huyes luchando trémula por la postrera vez. | |
Y buscas de otro abrigo la sombra protectora, | |
Que sin piedad nos niega volcánica pasión. | |
Para templar la llama, que oculta nos devora, | |
Tu boca, en vez de un ósculo, me ofrece una oración! | |
-«Parte infeliz, me dices, y endulce la amargura | |
Del acíbar que tragas, la hiel que yo bebí. | |
No a tu consuelo niegues saber mi desventura, | |
Y si otras te llorasen... yo... rogaré por ti! | |
»Mañana, cuando el cielo propicio a tu destino | |
Tienda bajo tus pasos la alfombra de su luz, | |
Contaré las pisadas de ese raudo camino | |
Al son de mis plegarias, postrada ante la cruz. | |
»Yo invocaré a la Virgen, que cubra con su manto | |
Los hombros del viajero que acaso me odiará; | |
Que acaso, en duda incrédula de un voto tierno y santo, | |
Ignore el alto precio que mi pasión le da. | |
»Yo pediré llorosa, yo clamaré ferviente | |
Que un Ángel te conduzca donde es fuerza partir, | |
De donde, a pesar tuyo, rogaré eternamente... | |
¡Y, acaso, a pesar mío, te vuelva a conducir! | |
»Sí, vuelve; en los momentos de mi rogar tardío | |
Mi tierna y pura súplica oiga tu corazón. | |
Temple el airado enojo de tu furor sombrío | |
La voz que a un tiempo elevan mi pecho y mi oración. | |
»Vuelve, y mi voz disipe, si trémula, sincera, | |
La voz mentida, aleve, que nunca pronuncié, | |
Y que de un alma crédula, más que amante, altanera, | |
Me arrebató en un día la mal segura fe. | |
»Y vuelve ¡ay! vuelve en breve, dó ansiosa los rigores | |
Que fingió en odio ingrato tu ciego frenesí, | |
Más tiernos te reclaman que hipócritas amores... | |
¡Oh! llórente en buen hora... ¡Yo rogaré por ti!» | |
Como el remiso aliento del triste que agoniza, | |
Tu tímida plegaria estúpido escuché. | |
De ese momento lúgubre que el dolor solemniza, | |
La emoción reprimida confuso respeté. | |
Sobre el oscuro fondo, de mi penosa duda | |
Sentí en raudo relámpago plácida luz cruzar, | |
Creí oír como el eco de tu expresión ya muda, | |
Mi nombre murmurando al pie del sacro altar. | |
Creí ver a los ángeles con tu oración subiendo, | |
Esparcir su perfume hasta dó fuera yo, | |
Con sus doradas alas, de mi pasión cubriendo | |
La nube, que en mal hora tu espíritu aterró. | |
Creí verte llorosa bajo el tupido velo, | |
Sólo al oscuro templo tus lágrimas fiar, | |
De amarme y ser ingrata perdón pidiendo al cielo... | |
Y amarme y ser ingrata, llorando, confesar. | |
Y era el postrer instante de mi postrero día; | |
Tu mano entre mis manos, tu labio requerí... | |
Tu labio quedó inmóvil... tu mano no era mía..., | |
¡Oh!... ¡bórrese del tiempo la hora en que te vi! | |
Enviando mi retrato(8) | |
Aún hay sobre el desierto de la vida | |
Lejana y solitaria una palmera; | |
Aún hay un puerto dó salvarse espera | |
De su hórrida tormenta el corazón. | |
Aún hay, como en su norte, un pensamiento | |
Clavado en mi memoria eternamente: | |
Hay de mi vida otro vivir pendiente | |
Con inefable eterna adoración. | |
Lejos, empero, sí... los bellos ojos | |
Que el vértigo de amor desvanecía, | |
El seno que mi acento estremecía... | |
Hélos allí, abatidos de esperar. | |
Allí su abrazo, que se tiende al viento | |
Como el ¡ay! de su idólatra ternura... | |
Sal a su encuentro tú, feliz pintura... | |
Ese abrazo y suspiro ve a buscar. | |
Vé, más que yo dichosa! vé y respira | |
La atmósfera de amor que ya no aliento, | |
Y que ese llanto, de que estoy sediento, | |
Destiñan, y sus besos, tu color. | |
Vé y mírala... mas ¡ay! baja tu frente, | |
Llega a sus plantas, y tu planta humilla; | |
Y dobla prosternado la rodilla | |
Ante el altar de su celeste amor. | |
Sí, como ante el altar... más que ante sólio! | |
Refrena el paso, y el mirar inquieto: | |
Y tus párpados velen de respeto | |
La juvenil fogosa brillantez. | |
Conoce al fin a la mujer que miras: | |
Es más que Reina, sí; besa en planta; | |
Mas que amante y deidad querida y santa; | |
Es una Madre... humíllate otra vez. | |
¿A quién, sino a una Madre?... ¿A qué otros ojos: | |
Presente hiciera de esa faz mi mano? | |
¿Qué amor sufriera de ese mundo vano | |
Tal testigo a su fría veleidad? | |
¿Que fueras tú al amor?... la más ardiente | |
Con un crespón de olvido te velara: | |
Y, o con la planta del desdén te hollara, | |
O fuérasle un padrón de vanidad. | |
¡Pero una Madre! te alzará en sus brazos | |
Con el delirio que me alzaba niño; | |
Y más que entonces ebria en su cariño, | |
Querrá dar vida a tu color con él. | |
Y en ese rapto brillará radiosa... | |
Estrechárate extática, anhelante... | |
¡Ay! no empero una voz para ese instante | |
Te ha dado, ni una lágrima, el pincel. | |
Mudo lienzo, ilusión... para ti, nada! | |
Para ella, un universo, un paraíso; | |
Si en ti fijar mis años fue preciso, | |
Por ti a los míos torne su vivir. | |
Y prodigiosa página esa tela | |
De una vida de afán será la historia, | |
Dó guarde lo pasado su memoria, | |
Dó busque su esperanza el porvenir. | |
Que tú serás a un tiempo el bello infante | |
Que en su regazo juvenil reía, | |
El niño que lloraba y padecía, | |
Como entrando en la vida a su pesar; | |
Y el joven triste, que en el llanto sólo | |
Del seno maternal halló consuelo | |
A esas angustias de amargura y duelo, | |
Dó lucha el corazón antes de amar. | |
Ella las vio nacer, su flor temprana | |
Cubrirse vio de espinas de pasiones; | |
Y hoy verá más profundo en tus facciones | |
Tan demudadas ¡ay!... nuevo dolor. | |
Y al lienzo en vano pedirá que pinte | |
De ese oscuro penar el triste objeto, | |
Buscando ansiosa el fúnebre secreto | |
Que más que yo, tal vez halle su amor. | |
¡Ay! no, que de ese gesto comprimido | |
Del ceño adusto en que tus ojos giran, | |
Y de esos labios que al reír suspiran, | |
Ni ella el confuso enigma acertará. | |
Ni en los raros mudables caracteres, | |
Que como nubes d verano ardiente, | |
Surcan informes tu abrasada frente, | |
La misteriosa cifra leer podrá. | |
Y a su seno estrechándote afligida, | |
O en sus besos intente arrebatada | |
Lo que no pudo ardiente la mirada, | |
Adivinar sintiendo el corazón. | |
Ora con llanto y trémulas plegarias | |
Cuenta demande de tu vida al cielo; | |
Ora reclame acentos de consuelo | |
De ti pobre semblante, en su aflicción... | |
Y tú, callada pintura... | |
¿No habrá en la inmoble actitud | |
De esa olvidada apostura, | |
Una expresión de ternura | |
Con que calmar su inquietud? | |
¿Nada podrás responder | |
A una infeliz que te implora? | |
¿Podrás tu seno esconder | |
A una mujer que te adora, | |
Si es ¡ay! la que te dio el ser? | |
Cuando de noche, abrigada | |
Del doméstico reposo, | |
Como una amante citada, | |
Ufana y sobresaltada | |
Llegue a ti con pie medroso; | |
Y tu lienzo descolgando, | |
Por más verte a su sabor, | |
Cuerpo a sus tintas prestando, | |
Le interrogue sollozando | |
Por el hijo de su amor... | |
Di, ¿qué habrás de responder? | |
¿Qué la darás por consuelo... | |
Ya que no la des placer! | |
¿Qué amor habrás de ofrecer | |
A esos amores del cielo? | |
¿Con qué el llanto enjugarás | |
Que destiña tu barniz? | |
¿Qué a sus ojos contarás? | |
¡Ah!... no te miren jamás, | |
Si no has de hacerla feliz!... | |
Mas no...de tu faz sombría | |
El velo oscuro levanta, | |
Y al seno materno fía | |
Lo que de ti no sabría | |
Ese mundo que te espanta. | |
Dila por qué, aunque lozana, | |
Brilla así tu juventud | |
De precoz favor ufana, | |
No es más esa pompa vana | |
Que el oro de un ataúd! | |
Dila por qué, aunque halagado | |
De ruidosa sociedad, | |
Yace en lágrimas bañado | |
Tu corazón, sepultado | |
En eterna soledad. | |
Dila que brazo enemigo | |
Estorba en su derredor | |
Que al menos sombra, no abrigo; | |
No un compañero, un testigo... | |
La amistad dé a su dolor. | |
Díla por que, aunque se apura | |
En darme un mundo aparente | |
Triunfos de amor y hermosura, | |
No halla un seno mi ternura | |
En que reposar la frente. | |
Dila... mas... basta a tu duelo; | |
Su precioso llanto ver... | |
Pide ya una voz al cielo, | |
En que la ofrezcas consuelo... | |
Ya que no la des placer!... | |
Díla que si la vida turbulenta | |
Rauda al pasar, mi faz desfiguró, | |
Piense que el alma que en su seno alienta | |
Ese mundo de horror no corrompió. | |
Díla que en una atmósfera infestada | |
Con el soplo mefítico, mortal, | |
De una nación entera, condenada | |
A ser, por todo un siglo, criminal; | |
Que en el negro sangriento torbellino, | |
Que en torno vemos de esta edad rugir, | |
Los que en mal hora sentenció el Destino | |
En ella ¡desgraciados! a vivir; | |
Que en la borrasca universal dó boga | |
Ebria una raza que su fin no vé, | |
Y que el grito mortal del que se ahoga | |
Canto de vida y de esperanza cree. | |
Que en la nueva Babel, dó erguido el hombre, | |
En castigo a su necia presunción, | |
De Dios ni de virtud no entiende el nombre, | |
Ni de amor, heroísmo y religión. | |
Dó el cielo de esta raza corrompida | |
Es la tierra que huella con sus pies, | |
Su Destino el placer, su fin la vida, | |
Y en moral sublime el ¡interés!... | |
Díla a una Madre tú, que del profundo | |
Del alma dó su mano la plantó, | |
Aun, resguardada al huracán del mundo, | |
Una flor de virtud no se arrancó. | |
Que en vano... polvo, escombros y maleza | |
Amontonó sobre ella el vendaval | |
Que aún conserva un esmalte de pureza, | |
Como rosa guardada en un fanal! | |
Que marchita tal vez, descolorida... | |
Porque a la luz del cielo no creció! | |
Su perfume balsámico en mi vida | |
Más de una vez fragante derramó. | |
Y el aquilón sañudo entre sus hojas, | |
Como el aura en las cuerdas de un laúd, | |
Al son hizo mezclar de mis congojas | |
Acentos ¡ay! de amor y de virtud. | |
Díla, sí!... que estos nombres sacrosantos | |
Donde ella los grabó, fijos están: | |
Y que siempre al gemido de mis cantos | |
En unísono acorde se unirán. | |
Que todo es de ella, cuanto el alma encierra | |
De puro y grande, y noble y celestial; | |
Y también de ella, si quedó a la tierra | |
Centella alguna de calor vital. | |
Que arrebatado en vértigo inconstante, | |
De borrasca en borrasca el corazón, | |
Si abrigó solo efímera, un instante, | |
Cada quimera de fugaz pasión, | |
Hubo siempre un afecto intenso, fijo, | |
Y un eterno suspiro de pesar | |
Del joven no... del corazón del hijo, | |
Que a nadie supo así constante amar! | |
Y ese celeste amor, como un sagrario | |
Puro el recinto conservó tal vez, | |
Tutelar alejando del santuario | |
De bastarda pasión la embriaguez. | |
Siempre radiante, y luminosa, y pura, | |
Presidió allí subida en el altar, | |
Y nunca... aun adorada... la hermosura | |
Al ara en que ella está, pudo llegar. | |
Nunca humana belleza su memoria | |
En mi mente frenética eclipsó; | |
Nunca la más querida, en su victoria, | |
La copia de ese rostro recibió. | |
Y si a pasión funesta no fue escudo, | |
Pena del cielo a un corazón infiel, | |
Del despecho, mortal librarme pudo, | |
Y al tósigo endulzar la amarga hiel!... | |
Que cuando triste al contemplar dó quiera | |
Reyes del mundo al crimen y al dolor, | |
A la eterna bondad llame quimera, | |
Y blasfemé del mundo y su Hacedor, | |
Su imagen entre nubes refulgente | |
Salía, como el iris oriental | |
A sostener el corazón doliente, | |
Y contra el genio a protestar del mal. | |
Ella rasgaba ante mi vista el velo | |
De esa horrible verdad que nada ve, | |
Y por ella volví piadoso al cielo | |
Mirada ansiosa de esperanza y fe. | |
Que ella me la inspiró... recuerdo ahora | |
Que una plegaria al murmurar los dos, | |
Aprendí a amar al Dios a quien adora... | |
Porque Madre también tuvo ese Dios! | |
Y hoy al mezclar en mi oración su nombre | |
¡Creo al Señor! gritando en mi impiedad: | |
-«Si tiene Madre sobre el mundo el hombre, | |
»Madre tendrá la triste humanidad.» | |
¡Ay! díla, en fin, que unida al fondo mismo | |
Del corazón que un mundo devoró, | |
Pegado a las paredes de un abismo, | |
Dó ni cenizas hay de cuanto ardió! | |
Escrito un nombre brilla venerando, | |
Y una llama, a par de él, arde inmortal, | |
Dó eterno y sólo quedará brillando | |
El nombre suyo y el amor filial! | |
Háblale así... tu comprimido labio | |
Repita el voto que mi voz te presta; | |
Ella creerá a tu boca la protesta | |
Que con ósculo ardiente sellará. | |
Y llorosa postrándose a tus plantas | |
No a ti te mirará, mirará al cielo, | |
Y en respuesta a tu acento de consuelo, | |
A la Madre de Dios por mí orará. | |
¡Oh!... ¡Quién la viera en su actitud sublime, | |
En las alas tendiéndose del alma, | |
Por llevar hasta mí la dulce calma | |
Que el cielo preste en premio a su oración! | |
¡Y quién besara su adorable mano | |
Cuando por fin de su plegaria ardiente, | |
Derrame con fervor sobre tu frente | |
Su solemne Sagrada bendición! | |
¡Oh!... llegará hasta mí, Madre querida! | |
Tu esperanza y tu fe no será en vano; | |
Y el signo Santo de tu augusta mano | |
Propicio sobre mí vendrá a caer. | |
Y, misterioso lábaro, descienda Del enemigo | |
mundo en la batalla, Mi corazón, como invisible | |
malla, De la traidora suerte a guarecer. | |
Y apure el mal su copa de amargura, | |
Y remache sus hierros el Destino, | |
Y en borrascoso eterno torbellino | |
Despedaces el orbe en derredor; | |
Que en tanto pueda iluminar fulgente | |
Tu astro de paz mi soledad sombría, | |
Mientras tú me bendigas, Madre mía, | |
Cielo habrá para mí, mundo y amor! | |
En las ruinas de Itálica | |
Improvisación | |
También muere el sepulcro. ¡También murió la historia! | |
Hasta en la tumba efímero se humilla nuestro ser: | |
Las ruinas son un sueño, su vida es la memoria: | |
Vida y memoria llegan los siglos a perder. | |
No ha mucho aquí se alzaron columnas a millares, | |
De un pueblo imperatorio severo pantëón, | |
Las ruinas se acabaron; y mieses, y olivares | |
Robaron a los muertos su póstuma ilusión. | |
En choza convertido, donde el zagal se aloja, | |
El antro de las fieras del ancho circo está. | |
Itálica!... responden los versos de Rioja: | |
De Itálica los ecos, nada responden ya. | |
Así de almas en ruinas, que florecieron antes | |
Sólo recuerdos guarda la lúgubre mansión: | |
Evocad ¡ay! su vida en páginas amantes, | |
No en la caverna muda del seco corazón. | |
El sueño de Endimión | |
Para un álbum (en La Coruña) | |
Reclinada la frente entre beleño | |
Yace Endimión dormido en la montaña, | |
Mientras del cielo que su oriente empaña, | |
Leve Dïana desarruga el ceño. | |
Callada sigue su amoroso empeño, | |
Rebozada en la luz que al joven baña: | |
No era para un mortal dicha tamaña; | |
Y él sigue hundido en su aplomado sueño. | |
También así, Señora, en el olvido, | |
So la quiebra más honda del Parnaso | |
El que mi númen fue, yace rendido. | |
Movéis de Oriente el rutilante paso, | |
Y el triste sigue, a su pesar, dormido: | |
¡Su helada inspiración toca al ocaso! | |
La sirena del norte | |
Un tiempo fue que la falaz Sirena | |
Del mar de Mediodía | |
Sobre las rocas de la costa helena | |
Las naves en el piélago sumía. | |
Que ya entonces el hado revelaba | |
Al hombre sin ventura, | |
Que también el placer la vida acaba; | |
Que también es un monstruo la hermosura! | |
Ya el Egeo tan pérfidos cantares | |
No escucha, ni el Euxino. | |
Cuando la muerte corre aquellos mares, | |
Truena como el cañón de Navarino... | |
Más felices del Norte las regiones | |
Aún tienen su cantora; | |
Que no siempre de crudos aquilones | |
Domina allí la furia bramadora. | |
De aquel mar la Sirena melodiosa | |
Es nuncio de consuelo; | |
Cuando ella canta, el pescador reposa, | |
Huyen las nubes... se serena el cielo. | |
Vésela entonces parecer ligera | |
Cual niebla de verano, | |
O en los bosques vagar de la ribera, | |
O surcando la espuma del Océano. | |
Luce a veces cual raudo meteoro, | |
Sobre el oscuro monte; | |
O allá, cayendo el sol, cual nube de oro, | |
Asoma sobre el líquido horizonte. | |
Ora se asienta en el escollo alzado, | |
Que el huracán azota; | |
Ora sobre un bajel abandonado, | |
A la merced de las tormentas flota. | |
Busca la vista alguna vez en vano | |
Dó resuena su acento: | |
Otras también la voz del Océano | |
Su voz asorda, o se la lleva el viento. | |
Yo la vi un tiempo en mi natal ribera | |
De la noche a deshora, | |
Tender fulgente en la estrellada esfera | |
Ráfaga hermosa de boreal aurora. | |
De allí sus alas cándida agitaba | |
Cual cisne en su laguna, | |
Y en el arpa de nácar que pulsaba, | |
Vibrar me pareció rayo de luna. | |
Lejano empero a mi sentir huía | |
Su remontado acento; | |
Tal vez allá lograban su armonía | |
Los globos percibir del firmamento!... | |
Mas tendió al fin su pavonado manto | |
La noche; y más vecino | |
Fueme ya dado interpretar su canto, | |
Y su concierto comprender divino. | |
Pasado había el áspero bramido | |
De equinoccial tormenta; | |
Era ya el tiempo en que el flotante nido | |
Sobre las ondas el alción sustenta. | |
La atmósfera brillaba transparente, | |
Melancólica y pura, | |
Cual siempre brilla en la estación doliente | |
En que su último adiós dice natura. | |
Chispas brotaba de argentada lumbre | |
Fosfórica la playa, | |
Y allá se veía en la enriscada cumbre | |
La hoguera relucir de la atalaya. | |
Sobre la mar las barcas vagarosas | |
Del pescador se mecen, | |
Que ora cruzan cual sombras silenciosas, | |
Ora con mil antorchas resplandecen. | |
Y el fruto de su afán de cuando en cuando | |
Cual ufano guerrero, | |
Sobre el marino caracol soplando, | |
A las playas anuncia el marinero. | |
Al pie solloza de la vieja ermita | |
El búho sus congojas: | |
La ráfaga de otoño el bosque agita, | |
Y arrancadas volar se oyen las hojas. | |
Entonces fue cuando elevó su acento | |
La escondida Sirena: | |
Yo no la vi; no revoló en el viento; | |
No apareció en las ondas, ni en la arena! | |
Allí sonó do escombran la ribera | |
Religiosas ruinas; | |
Allí rústico templo un día fuera; | |
Allí oró el pueblo fiel de las marinas. | |
Minó la mar sus frágiles cimientos | |
Al altar de la aldea; | |
Las ondas derribáronle y los vientos, | |
Y cubrirále en breve la marca. | |
Allí se oyó en voz; allí el sonido | |
De su arpa soberana; | |
Dulce cual melancólico gemido, | |
Solemne como el son de la campana. | |
Eran sólo infelices pescadores | |
Los que su canto oían; | |
Del puerto los tranquilos moradores | |
Del primer sueño en la quietud yacían. | |
Y en tanto yo, cavé una cruz sentado, | |
Absorto y vigilante, | |
En vez oí de oráculo inspirado, | |
Que así cantó sencilla al navegante: | |
«Incierto surcador del Océano, | |
Que ante su yerma inmensidad perdido, | |
Rumbo buscas al término lejano | |
Del hemisferio antípoda escondido, | |
Sigue, sigue atrevido | |
Tu audaz seguro vuelo, | |
Y allá en los altos mares te abalanza: | |
Su inmensa soledad es tu esperanza... | |
Tu guía está en el cielo! | |
»Un tiempo fue que el mísero marino | |
Senda en esos desiertos no tuviera, | |
Y en la noche del mar fue su camino | |
La cercana extensión de la ribera. | |
Indefensa y ligera | |
Jamás la débil quilla | |
De los rudos escollos se alejaba, | |
Y el primer soplo de aquilón sembraba | |
De fragmentos la orilla. | |
«Mil Caribdis entonces abismosas | |
De monstruos y terror el mar sembraron, | |
Y las columnas de Hércules famosas | |
Las puertas del Océano cerraron. | |
En vano se lanzaron | |
Aquellos hombres fieros | |
A recorrer del orbe los caminos; | |
Que la tierra, en sus ámbitos mezquinos... | |
Los cerró prisioneros! | |
»La tradición guardó de los mortales | |
Fama de un universo allá escondido, | |
Y al recordarle el hombre en sus anales | |
Tristemente escribió: ¡Mundo perdido! | |
Más breve: fue que henchido | |
De ignorancia altanera, | |
Llamar osó quiméricas visiones | |
A las vastas incógnitas regiones | |
Do llegar no pudiera. | |
»Y al fin brilló una noche de ventura | |
En que, en la erguida popa reclinado, | |
El nauta al fin interrogó a Natura | |
Sobre el rumbo a los hombres ignorado. | |
No, no, clamó inspirado: | |
Su inmensurable vía, | |
No en tan estrechos límites se encierra, | |
No brillará jamás desde la tierra | |
El fanal de mi guía. | |
»De ese desierto inmenso los destinos | |
Sólo otra eterna inmensidad iguala. | |
De ese Ponto ignorado los caminos | |
Sólo el celeste Océano señala. | |
Su bóveda es mi escala; | |
Allí tiene mi vuelo | |
Marcadas ya sus rutilantes huellas: | |
Yo surcaré la esfera y las estrellas... | |
Mi camino es el cielo! | |
«Mas ¡ay! que alguna vez negros crespones | |
Ante su inmóvil faro se tendieron, | |
Y entre olas de aplomados nubarrones | |
También los astros náufragos se hundieron. | |
¿Dó entonces se acogieron | |
Las pavoridas näos? | |
¿Quién rasgó de natura el manto denso? | |
¿Qué antorcha pudo iluminar lo inmenso | |
De aquel profundo caos? | |
»¿Quién sino Dios, entre un oculto Cielo. | |
Mediador puede ser y el Océano? | |
A descorrer su impenetrable velo, | |
¿Cómo llegara de un mortal la mano? | |
Preciso fue un arcano; | |
Pudo en la tierra solo | |
Un misterio recóndito, profundo, | |
Marcar el cielo... y revelar al mundo | |
La brújula y el polo. | |
»¿Do vas? ¿Do vas, huyendo la ribera? | |
La ignorancia gritó.» ¿Por qué ese cielo, | |
Por qué ese norte buscas, do te espera, | |
La eterna noche y el eterno hielo? | |
Y a su imbécil recelo | |
Impávido el marino | |
Mostrando alegre el polo refulgente, | |
He allí, clamó, en la bóveda esplendente, | |
Una estrella, un Destino... | |
»He allí brillar la inmóvil atalaya | |
De donde vela Dios sobre mi suerte. | |
Mientras luce, estrellándose en la playa, | |
Siniestra espuma de naufragio y muerte. | |
Sus!»- Y a su voz, más fuerte | |
Que el piélago iracundo, | |
El ondulante pabellón alzóse, | |
Y al fin... siervo el Océano postróse | |
Ante el señor del mundo. | |
»Viéronle allá las tierras de Occidente, | |
Y más allá le vieron nuevos mares... | |
Y más allá volver por el Oriente | |
Le vieron, con asombro, sus hogares | |
De tormentas y azares | |
Triunfador en su vuelo, | |
Sin fanales, sin ruta, sin ribera, | |
Do le plugo llegar, llegó do quiera. | |
Guiado por el cielo... | |
»Deja, deja los riscos espumosos | |
Marinero, a los fieros huracanes: | |
Ni esas faros te guíen engañosos | |
Incendios ¡ay! tal vez... tal vez volcanes | |
La luz de tus afanes | |
No alumbra en ese suelo; | |
Allá la busca en mares sin orilla, | |
Do encendida por Dios, eterna brilla | |
La inmóvil luz del cielo. | |
»Y tú, infeliz habitador del mundo, | |
Que en procelosa vida navegante, | |
También ignoras de ese mar profundo | |
El misterioso término distante...» | |
Súbita en esto ráfaga del monte | |
Sopló sobre los mares, | |
Y arrebató perdido al horizonte | |
El postrimero son de sus cantares. | |
No más oí de la gentil Sirena | |
El concierto divino: | |
Sino el tumbo del mar sobre la arena... | |
Y el bronco son del caracol marino! | |
Al Acueducto de Segovia | |
Cuando sumido en tinieblas | |
Sus párpados cierra el mundo, | |
Y en paz los pueblos remedan | |
La calma de los sepulcros; | |
Cuando en mi frente clavados | |
No están ojos importunos, | |
Y puede elevarse al cielo | |
Sin apariencias de orgullo, | |
Cuando no sigue mis pasos | |
Mirada necia del vulgo, | |
Que acechar pretende en ellos | |
Un fin a mí mismo oculto, | |
Cuando me es dado dar suelta | |
Desde el seno en que los hundo, | |
A los suspiros que ahogo, | |
Con las lágrimas que enjugo. | |
Cuando turbias las estrellas | |
Prestan su brillo confuso, | |
Y por parecer más solos | |
No da sombra cuerpo alguno. | |
O la luna en el ocaso | |
Su disco menguado y mustio | |
Esconde, y blanquea el cielo | |
Un reflejo del crepúsculo. | |
Place a mi dolor entonces | |
Abrigarse taciturno | |
De la colosal arcada | |
De ese gigante acueducto. | |
Pláceme inciertos los pasos | |
Al pie de su inmenso muro | |
Deslizar encapotado, | |
Como fantástico bulto. | |
O allá a su extremo, sentado, | |
Mirar sobre el fondo oscuro | |
De una población dormida, | |
Y se un horizonte turbio. | |
Como en las nubes descuellan | |
En festonado dibujo, | |
Ligeros los mismos arcos, | |
Que sobre el suelo robustos, | |
Con veinte siglos de peso | |
Quieren aplastar al mundo... | |
Padrón de antiguas edades, | |
De nuevas eras preludio. | |
Entonces sobre su mole | |
Y sobre su edad me subo, | |
Y de la tierra elevado, | |
Cual leve vapor nocturno, | |
De otros tiempos y otros hombres; | |
Razas y pueblos descubro. | |
Acalla entonces mi pecho | |
Sus suspiros importunos, | |
O sorda el agua mugiendo | |
Los confunde en su murmullo; | |
Que el rumor que por las bóvedas, | |
Hace el raudal en tumulto, | |
Sobresaliendo a compás | |
En el silencio profundo, | |
Parece el resuello eterno | |
De un pueblo entero difunto, | |
De una raza de gigantes | |
Dormida en aquel sepulcro... | |
Y cercado de tinieblas | |
Como el monumento al gusto, | |
Alzando bronco mi acento | |
sobre su acento confuso, | |
Estrellando entre sur arcos | |
Mi voz, creyendo en mi orgullo, | |
Que de su sueño de piedra | |
La inmoble paz interrumpo, | |
A solas con el coloco | |
Le interrogo y le conjuro. | |
Obra gigante de gigante raza, | |
Portento de la tierra y de los hombres, | |
Que por más noble, inmemorial los nombres | |
De tu artífice ignoras y tu edad. | |
Rúbrica colosal, que un pueblo eterno | |
Estampó con su planta soberana, | |
Arco del triunfo que en audacia insana: | |
Sobre el Tiempo alcanzó la Humanidad. | |
Puros en vano en tu horadada cumbre | |
Los raudales benéficos deslizas, | |
Que en la antigua ciudad que inmortalizas, | |
Vierten vida a torrentes, y frescor. | |
De ese raudal, los hombres al nombrarte, | |
Cual si por él no fueras, se olvidaron, | |
Y Puente un siglo y otro te llamaron, | |
Puente no más!... tu pueblo admirador. | |
Que un puente fue la colosal empresa | |
Del que asentó robusto tu cimiento: | |
Puente, so el cual pasara turbulento | |
De mil generaciones ancho el mar. | |
Puente sobre el abismo de los tiempos | |
Por la mano del hombre suspendido, | |
Que a un porvenir podrá desconocido | |
Un pasado recóndito enlazar. | |
Viera la tierra ya los anchos ríos, | |
Aún de inmenso diluvio rebramando, | |
En cauce estrecho, a en pesar, entrando, | |
Del hombre al yugo su torrente uncir. | |
Y a esos seres de un día, triunfadores | |
Viera ya de las olas y los vientos, | |
Al Océano mismo en sus cimientos, | |
Con cadenas de diques reprimir. | |
Ya el Eúfrates y el Tigris domeñados | |
Sufrieran de Babel torres y puentes; | |
So altas moles doblaban reverentes | |
Tajo y Danubio la vencida sien, | |
«Raudos empero más, un pueblo dijo, | |
Y en ciego rodar desvastadores, | |
Del hombre mismo corren los furores... | |
Yo sobre ellos un puente haré también! | |
»Y sobre las oleadas de otros pueblos, | |
Y sobre sur tormentos y avenidas, | |
Probemos en cien arcos esculpidas | |
Las huellas a estampar de nuestros pies. | |
»Y que pasen las razas venideras | |
Bajo el trofeo que su frente abruma, | |
Sin dejar, ni las manchas de la espuma | |
Que salpiquen en él dando al través. | |
»Y por diadema de su sien altiva | |
Que perenne y fugaz orle su frente, | |
Raudal fecundo que los siglos cuente, | |
Cual péndola inmortal de ese reló. | |
»Y que al compás de su mudanza eterna | |
Su duración robusta se acrisole.» | |
-Dijo, y alzando tu soberbia mole... | |
A un tiempo río y puente construyó. | |
Y tus gigantes arcos se extendieron, | |
Y en su cima las aguas resbalaron, | |
Y los siglos vinieron, y estrellaron | |
En tus pilares su rugir feroz. | |
Y tú, en silencio, inmoble los miraste | |
Bajo tus plantas humillar su orgullo: | |
Pasar, y de tus aguas el murmullo | |
Ahogar solemne su soberbia voz. | |
¿Quién sabe lo que viste de esa altura? | |
¿Quién leerá los anales de tu historia? | |
¿Quién pudiera a en frente la memoria | |
De esa frente maciza trasladar? | |
¿Quién sabe si a los hijos del Oriente, | |
Poblando estas incógnitas orillas, | |
De Nínive y Babel las maravillas | |
Plugo en imagen noble reflejar? | |
¿Quién si de ilustre sociedad perdida | |
Allá en la noche de los siglos densa, | |
Tus grandes restos, y de ciencia inmensa, | |
Y de un arte magnífico serán? | |
¿O si en bárbara edad animó el cielo, | |
Con poderosa inspiración altiva, | |
-El brazo de esa raza primitiva | |
Que solo el nombre nos dejó de Hispan? | |
¿Quién nos dirá si el águila de Roma | |
Humilló a tu grandeza su arrogancia? | |
¿Si acaso, asoladoras de Numancia, | |
Acampó sus legiones a tus pies? | |
¿O si Viriato y su indomable hueste | |
Cayendo de los cerros carpentanos, | |
En tu bóveda osó de sus tiranos | |
Colgar en triunfo el arrancado arnés? | |
Si te hallaron ya en pie, ¿qué te dijeron | |
De la ciudad eterna los señores?... | |
Que envidiosos de ser tus fundadores, | |
Cual hijo te adoptaban imperial. | |
Y dejaron dudando a las edades | |
Si ellos sellaron con tu planta el suelo, | |
O si fuiste más noble, alto modelo | |
A su familia de obras colosal... | |
Y más tarde, de pueblos la marea, | |
Que a renovar la humanidad esclava | |
Al Austro el Norte vengador lanzaba, | |
Desbordado en inmensa inundación. | |
Paró a tus pies, y el genio de sus triunfos | |
Señaló a su furor otro camino, | |
Porque, instrumento del furor divino, | |
No leyó sobre ti su maldición. | |
En reflujo espantoso el Mediodía | |
Revolvió sus falanges y escuadrones, | |
Y viste desplegar sus pabellones | |
A tu sombra a los hijos de Ismael. | |
Mas al probar su alfanje en tus pilares | |
De la sed del desierto se acordaron, | |
Y ese raudal benéfico adoraron, | |
A quien sirves de altar y de dosel. | |
¡Cuántos después sangrientos y feroces, | |
Cuántos pueblos cobardes o livianos; | |
Cuántos gigantes... a tus pies, enanos, | |
Estrelló imbécil una y otra edad! | |
¡Cuánto acento y rumor, gritos e idiomas | |
Asordaron la voz de tu murmullo!... | |
¡Hoy sobre los sepulcros de su orgullo | |
Sólo anima tu voz la soledad!... | |
Sola tu voz quedó de tantas voces!... | |
Y sólo tú de tantos monumentos | |
Que el humano furor, con sus cimientos, | |
O el brazo del Eterno niveló. | |
Y al terremoto que aplastó los montes | |
Sobre las huellas de Babel borradas, | |
Sobre Tiro y Tadmur desamparadas, | |
Tu pedestal sencillo no tembló. | |
Sopló la ira de Dios... y torres, muros, | |
Plazas y circos, pórticos y altares, | |
Alcázares, castillos y alminares | |
Dobláronse, cual cañas, a un vaivén. | |
Ni defendió sus santos mausoleos | |
La muerte misma en su recinto helado; | |
Ni quiso Dios del surco del arado | |
Libertar su santuario de Salén! | |
Pero a ti, sí!... que el agua de los cielos | |
Viertes fecunda en la mansión del hombre; | |
E igualas, sin curar de raza y nombre, | |
Al rico y pobre en tu precioso don. | |
A ti plugo al Señor en su venganza | |
Olvidar cual recóndito tesoro... | |
Eterna Providencia, yo te adoro!... | |
Tú eres, obra gigante, su padrón. | |
Tú estás ahí para ensalzar su nombre, | |
Tú estás ahí para cantar su gloria, | |
Tú estás ahí para vengar la historia, | |
Y proclamar severa una verdad. | |
Tú ahí quedaste a revelar al mundo | |
Lo que los hombres de otros tiempos eran, | |
Y a confundir los hombres que quisieran | |
Ostentar hoy su estéril vanidad. | |
Que decirles te es dado:-«Raza imbécil, | |
Gárrula eleva efímeros escombros, | |
Nunca más que a la altura de tus hombros, | |
Nunca más que a tu rápido vivir. | |
Y sin fe el corazón, sin cielo el alma, | |
Tímido y bajo de tu mente el vuelo, | |
»Sólo a arrastrarte raudo por el suelo | |
El humo de tu ciencia haces servir. | |
Dó es nada el corazón, muerte se crëa, | |
Y polvo cuando es polvo el pensamiento: | |
Quien elevó a las nubes mi portento, | |
Su espíritu elevaba más allá. | |
Y era más que un mortal el ser gigante | |
Que en el mundo tan grandes y tan bellas, | |
Pudo estampar las portentosas huellas | |
Que pie de otro mortal no borrará.» | |
No, no las borrará; podrá insultante | |
A esos siglos llamar bárbaros, fieros; | |
Y esos siglos, en pie, verán severos | |
Más que tu agua su acento hüir veloz. | |
Y de lo alto verán de esos pilares | |
Disiparse a sus pies su vano orgullo, | |
Pasar, y de tur, aguas el murmullo | |
Ahogar solemne su blasfema voz. | |
¡Ay!... pasaremos, sí; de nuestra nada, | |
¿Qué podremos dejar a nuestros nietos? | |
Escombros, cementerios, esqueletos, | |
Padrón de esta sangrienta bacanal, | |
Dó en breve sobre un suelo de cenizas | |
Podrá, vagando atónito el viajero, | |
Romanas piedras encontrar primero | |
Que el polvo de esta raza criminal. | |
Henos aquí del cielo maldecidos, | |
Que a acelerar el triunfo de su saña | |
Nos da el tiempo y la muerte su guadaña | |
En vértigo infernal de destrucción. | |
Y ruinas, sangre y mortandad cruzando | |
Al ebrio profanar de un sacro nombre, | |
La ley del cielo y la razón del hombre | |
Arrastramos a un mismo panteón. | |
Henos aquí! Posteridad tremenda, | |
Tú te alzarás, y en tu robusta mano | |
La fuerza imbécil de este siglo enano | |
En tu balanza pesarás fatal. | |
Con los gigantes que en jugar grandioso, | |
Con piedras al descuido y sin cimiento | |
Al agua a devorar dieron, y al viento | |
Y a nosotros también, su obra inmortal. | |
Ellos fundaban en el aire ríos; | |
Ellos colgaban de las nubes puentes | |
Que eternos las hicieran sus torrentes | |
Sobre los hombres pródigas verter. | |
Y nosotros también montes alzamos... | |
De ruinas y de piedras sepulcrales! | |
Y sobre ellos después anchos raudales | |
De sangre hacemos bárbaros correr... | |
Y en tanto tú, sagrado monumento | |
Sordo a nuestros estúpidos clamores, | |
Nuestra impotente rabia y sus furores | |
Como agua de turbión oirás crujir. | |
Y cuando el inundo ya no sepa el nombre, | |
De este siglo decrépito e infecundo... | |
Acaso puedas abrumar al mundo | |
Con un nombre que aguarda el porvenir. | |
Díselo, sí; los pueblos venideros | |
En ti lean el nombre soberano | |
Del pueblo que te alzó, y en humo vano, | |
El nombre nuestro esparzase veloz. | |
Ríe, si hoy a tus pies brama cual trueno | |
Entre montañas... su impotente orgullo | |
Pasará, y de tus aguas el murmullo | |
Ahogará al fin su tormentosa voz! | |
El quince de octubre | |
Al general don Diego León, | |
Primer conde de Belascoain | |
Que pase el tiempo! cálida, humëante, | |
Aün del lívido tronco palpitante, | |
La noble sangre brota; | |
Aún, no humillada en desigual pelea, | |
Pabellón de venganza, al aire ondea | |
Aquella lanza rota! | |
Aún le vemos cruzar bello y bizarro, | |
Cuando eclipsaba su enlutado carro | |
El esplendor de un sólio; | |
Cuando erguía, en magnífica grandeza | |
Por recibir el lauro, su cabeza, | |
De un fatal capitolio. | |
Aún miramos un pueblo consternado, | |
En silenciosa execración postrado, | |
Conjurando al Destino; | |
Y en medio de sus llantos y oraciones, | |
Señal de muerte dar cuatro sayones; | |
Detrás... un asesino! | |
Aún hierve en ¡sangre el empapado suelo; | |
Y alzan en tanto en derredor su vuelo | |
Fatídicos vampiros. | |
Mientras... ¡ay Dios! por cantos de alabanza | |
Sólo nos quedan... gritos de venganza, | |
Sollozos y suspiros! | |
Denso se esparce ante los turbios ojos | |
Vapor sangriento, que levanta rojos | |
Espectros maldecidos. | |
Ni articula la trémula garganta | |
La voz robusta que a los héroes canta | |
Con dolientes quejidos. | |
Que pase el tiempo!... Que el crespón de duelo | |
Nos muestre en breve iluminado el cielo | |
En fúlgida diadema: | |
Que al evocar al Héroe inmaculado, | |
No alcemos en su túmulo sagrado | |
Voz triste de anatema. | |
Que pase el tiempo!... y sin horror, ni llanto, | |
Bajo el etéreo, esplendoroso manto | |
Que le vistió la Gloria; | |
Descubramos al sol del mundo entero | |
La estatua santa del postrer guerrero, | |
Que hoy alza nuestra historia. | |
Tal vez faltaba en la civil campaña | |
El héroe digno a sustentar de España | |
El timbre hidalgo y fiero: | |
Faltaba al pie de un trono derrocado | |
Un nombre... con la sangre rubricado | |
De un mártir caballero! | |
Lucharan ¡ay! en pos de breves glorias | |
En arenas de estériles victorias | |
Valientes los hispanos. | |
Juguete, empero, de alevosa afrenta | |
Los vio la Patria, al demandarles cuenta, | |
Víctimas; no villanos. | |
Allá al morir al pie de su bandera, | |
Ni aun engañada, la lealtad sincera | |
Fue a los bravos abono. | |
Que vencedores al mirarse un día, | |
Por libertad hallaron tiranía, | |
Y en orfandad el trono. | |
Los que, vivos, leäles se contaron, | |
Atónitos, proscriptos, reclamaron | |
Su nombre y sus pendones. | |
Los muertos, en su túmulo sin brillo... | |
Acaso demandaban un caudillo | |
En sus tristes mansiones! | |
Y fuiste tú, la prez de los leales... | |
Fuiste, entre los valientes inmortales | |
El mártir escogido! | |
No te guardaba el cielo la victoria, | |
Sino enlazar al nombre de tu gloria | |
La causa del vencido!... | |
Que el mundo así te admire y te comprenda, | |
Cuando en las aras de tu santa ofrenda | |
Mártir te consagramos. | |
Cuando del puro honor del pueblo ibero | |
Última prez, y del valor guerrero | |
Campeón te aclamamos. | |
Que seas tú, de nubes circundado, | |
El Genio tutelar que a nuestro lado | |
Nos asista serenos, | |
Cuando suene en la lóbrega tormenta | |
De este siglo de horror, la hora sangrienta | |
De morir como buenos!... | |
Ya te vieron así!... genios fatales | |
Para honrar tus sangrientos funerales, | |
A otros héroes llamaron. | |
Y a la muerte acudieron tus valientes; | |
Y de tu sombra en sus radiosas frentes | |
La aureola reflejaron. | |
Montes, Quiroga, Bória, Gobernado | |
Galopando te vieron a su lado, | |
En su postrer momento. | |
Tu voz como en el campo conocían; | |
Y por dicha, al morir, obedecían | |
Tu respetado acento. | |
Allá en los días de la lucha fiera, | |
Cerrar como Lëon, mil veces fuera | |
Acento de victoria. | |
Ora en el trance de su triste duelo, | |
Morir como León, sea consuelo, | |
Y galardón de gloria... | |
Que pase el tiempo!... cálida, humeänte. | |
Limpiad, ¡ay! de su tronco palpitante | |
Esa sangre que brota. | |
Que siempre invicta, en la marcial pelea... | |
Sagrado pabellón al aire sea | |
Su noble lanza rota! | |
Último amor | |
Es bello, sí, en la aurora risueña de la vida | |
El palpitar primero de amante corazón; | |
Bello sentir brotando del alma sorprendida | |
La perfumada lágrima de la primer pasión. | |
Bello, como en mañana se ve de primavera, | |
Blanco espino en los bosques florido aparecer; | |
Tierno, cual joven madre siente la vez primera | |
Nueva preciosa vida su seno estremecer... | |
Sí; ¡recuerdo dulcísimo, memoria encantadora | |
Que desvanece efímera la sombra de otra edad! | |
Cuando pasó el perfume, la brisa de esa aurora, | |
Nada ¡ay! al alma deja la amarga realidad!... | |
Mas ¡ah! si en pos las nieblas de una estación más triste | |
Tienden sobre la vida su cárdeno color. | |
Y en prematuro otoño el corazón se viste | |
Con las últimas flores del árbol de amor... | |
Ah! más tierna, más bella, más esplendente y pura | |
La luz de ese crepúsculo se esfuerza a revivir; | |
Con fuerzas más volcánicas el corazón apura! | |
Las últimas delicias de amar y de sentir. | |
Cual aves fugitivas a su antigua enramada,, | |
Las ilusiones tornan del juvenil ardor. | |
¡Oh! ¡cómo encuentra entonces el alma fatigada | |
De olvidados placeres, el último, el mayor! | |
Qual retirado albergue, cual templo solitario, | |
Del mundo en los confines parece la beldad; | |
Es más que nunca el ídolo que eterno en el sagrario | |
El corazón eleva, de su honda soledad. | |
Que es solemne, sublime, un pecho lastimado | |
Ver... que el mundo con lágrimas abrevó y con su hiel, | |
De pasiones herido, de penas desgarrado, | |
Batido de los vientos de la fortuna infiel. | |
Olvidando pesares, fortunas y pasiones, | |
Y su inconstancia misma, de un ídolo a los pies; | |
Y adormecerse en sueño de infantiles visiones | |
En los brazos de un ángel... para morir después! | |
Así fue un tiempo, hermosa, que si ángel pareciste | |
A mis ardientes ojos, de esperanza y de amor, | |
Entre sombras de dudas, y de silencio triste, | |
Dejé venir misántropo la noche de mi horror. | |
Mas hoy... jamás idólatra tanto subió, y sincero, | |
Arrebatado el éxtasis de la primera edad. | |
Cuando mi voz te dijo: -«Tú eres mi amor postrero», | |
No, no empañaron dudas la fe de mi verdad. | |
Verdad, verdad!... bien mío... tu angélica hermosura | |
Tenga en mi último voto su triste galardón. | |
Destino reservaba la suerte a tu ternura | |
De entregarle aherrojado mi inquieto corazón. | |
Verdad!... que un día al menos de este vivir de duelo | |
Que del mundo en los límites tú sola endulzarás, | |
Descanse en la promesa con que me liga el cielo... | |
Después de ti, ángel mío... yo no amaré jamás! | |
Santa como la tumba sea esta fe jurada, | |
Santa como postrera, si triste, mi pasión, | |
Y santos, recibiéndolos tu imagen adorada, | |
Los últimos suspiros que exhale el corazón; | |
Y eternos!... que a tus plantas ya no serán fugaces | |
Los que del borde se alzan... tal vez de un atäud; | |
Eternos, ya que un tiempo, creyéndolos falaces, | |
Los sofocó adorándote mi ardiente juventud. | |
Hoy ven, amada mía...Se el árbol postrimero | |
A cuya sombra plácida me siente a reposar | |
En cuyo aroma aspire fatigado viajero | |
Perfumes que no tienen la rosa ni azahär. | |
Ven a tomar mi vida, mi frente fatigada, | |
¡Ay! si oprime un seno, reclínala a tus pies; | |
Mulle de tus caricias la postrimer almohada, | |
En que repose el alma... para morir después! | |
Y una sonrisa tuya sea el purpúreo rayo | |
Del sol que alumbre espléndido mis horas de vivir. | |
Tu voz, la melodía que en mi final desmayo | |
Preludie las que pueda sobre el Empíreo oír.. | |
Y tu aliento balsámico la brisa que me orëe, | |
Y un beso de tu labio la regalada miel, | |
Que al despedir al mundo mi labio parladëe. | |
Tras el amargo dejo de su copa de hiel. | |
A don José Zorrilla | |
Poeta, ven y cantemos | |
A una voz nuestros amores; | |
En un arpa los lloremos; | |
Que bien cobijarse vemos | |
A un árbol dos ruiseñores. | |
(Don José Zorrilla al autor.) | |
No, Poeta, no más en arpa triste | |
Cante de amores lánguido un acento, | |
Que a conmover la tierra recibiste, | |
Y su eco a trasladar al firmamento. | |
Quebranta el voto que a mi duelo hiciste; | |
Dále, cual yo, con nuestro amor al viento; | |
Desdeña un árbol, y a tus trovas bellas | |
La copa busca de un pensil de estrellas. | |
No Poeta, no más cantar amores, | |
Leve flor de una aurora de la vida, | |
Que ni del sol resiste a los ardores, | |
Ni del cierzo a la ráfaga aterida. | |
Brota sobre este tronco de dolores; | |
Y aunque fragante a veces y encendida, | |
Al primer soplo del mundano aliento | |
Secas sus hojas desparrama el viento. | |
No ¡ay de mí! ruiseñor en los rosales, | |
Ni entre los mirtos amoroso anido. | |
Hijo del mar, sus rocas y arenales | |
Me dieron su tristeza y su gemido. | |
El cierzo y los contrarios vendavales | |
Fue el céfiro en mi cítara mecido; | |
Mi césped blando y mi musgoso lecho | |
Verdosas algas y marino helecho. | |
Dejemos ¡ay! en su inocente sombra | |
Los pájaros dormir, y en sus arrullos; | |
Dejémoslos gozar sobre esa alfombra | |
Entre aromas, y brisas y murmullos; | |
Que esa senda que el cielo les escombra | |
De musgo, y grama, y flores, y capullos, | |
La cumbre no es dó al hombre peregrino | |
Sobre el mundo a trepar, lanzó el Destino. | |
Y dejemos también esos volcanes | |
Allá en las nubes disipar su hoguera, | |
A esas almas batidas de huracanes, | |
Dentro fuego voraz, témpanos fuera; | |
Esa zona de horrores y de afanes | |
Dó nunca claro el sol se reverbera, | |
Sino a través de impuros nubarrones | |
Que alzan negras, del alma las pasiones. | |
Y arrojemos por fin sobre la arena | |
Ese laüd de estériles dolores, | |
Dó, rotas ya las cuerdas, ronco suena | |
Sordo el bordón no más, llanto y furores; | |
Y en vez del arrastrar de esa cadena | |
Levantemos la voz, libres cantores, | |
Alta y robusta, que la escuche el suelo | |
El mundo sin rubor, sin ira el cielo!... | |
Ese mundo... hele allí que se levanta | |
Con su millón de bocas, de gemidos, | |
Lanzando de blasfemias y alaridos | |
Un rugido feroz. | |
Hele allí con sus pompas y miserias, | |
Sus guerras, sus cadalsos y sus leyes, | |
Su libertad, sus pueblos y sus Reyes... | |
¿Quién oirá nuestra voz?... | |
Que ¡ay! no la edad vivimos venturosa. | |
Que soberano del desierto el hombre, | |
Con sus cantos poblaba y con un nombre | |
Su virgen soledad. | |
O cuando a un pueblo ante un altar fue dado | |
Con una sola inspiración y acento, | |
Unísono elevar al firmamento | |
El himno a su Deidad. | |
Ya no existen ni templos, ni desiertos; | |
Naturaleza y religión pasaron; | |
Sólo los hombres míseros quedaron, | |
Su mundo y su razón; | |
Pues contra el mundo y su razón tronemos, | |
Aunque a sus ojos, de cosa edad pasada | |
Podamos parecer desenterrada | |
Tremenda aparición. | |
No importa, no, que en la Babel erguida | |
Que hacina en mil volúmenes su ciencia, | |
De lo alto nuestra voz su inteligencia | |
Ostente desdeñar. | |
Así en la excelsa socavada roca | |
Desdeña sorda el águila marina | |
El gemir del alción, que vaticina | |
Los furores del mar. | |
Mas no gemir; la Humanidad no muere!... | |
Bajel que Dios construye, no naufraga; | |
La noche cierra, y la tormenta amaga... | |
Pero el Norte allí está! | |
Un esfuerzo... una voz! y el marinero | |
Podrá bogando saludar la aurora, | |
Del que, en su afán desesperado, implora | |
Un día... que vendrá! | |
Y reanime su luz al esqueleto | |
De ese pueblo, hoy helado, en su camino; | |
El ardor de esa fe brille divino, | |
Que apaga duda infiel. | |
Pueda Judá los esparcidos huesos | |
Entre el polvo evocar de sus difuntos, | |
Y alzarlos vivos del sepulcro, y juntos, | |
Al soplo de Ezequiel. | |
Sí; muerta está en el campo, y corrompida | |
La sociedad, de Dios abandonada; | |
Sobre el polvo cayó desesperada, | |
Sin vida y sin calor. | |
Su vida y su calor eran del cielo; | |
Virtud y religión eran sus lazos; | |
Y los osó romper... y hecha pedazos, | |
Ved sus restos de horror. | |
Miradla ahí arrastrando entre ruinas, | |
Fría serpiente que el Señor condena, | |
U, hozando en los cadáveres, hiëna, | |
Muerte y sangre pastar. | |
Miradla ya, que en su postrer congoja | |
De un templo sin techumbre hace su nido, | |
O va a enroscarse al pedestal hundido | |
Del apagado altar. | |
Templos, altares, tronos y ciudades | |
En escombros los vándalos hundieron!... | |
Y ¿dó está la mansión que construyeron | |
Con su ariete infernal? | |
¿Dó se levanta la ciudad atea? | |
¿Dó está tu trono, pueblo soberano? | |
¿A qué frente rodó, de tu tirano | |
La diadema imperial? | |
Esclavo siempre, la cadena al cuello, | |
Rompes el seno a la fecunda tierra, | |
Sin que el tesoro que madrastra encierra | |
Compense tu sufrir. | |
¡Oh! esa tierra que cavas, no te dieron; | |
El cielo en que creías... te robaron; | |
Y las puertas del templo te cerraron | |
En que orar y gemir!... | |
Hambre y sed tiene el hombre en el desierto; | |
Corra un raudal por sur, arenas de oro, | |
Y a su murmullo mezclará sonoro | |
Su eco nuestro laüd. | |
Y a nueva y santa prometida tierra | |
De amor y paz y libertad le lleve, | |
Dó ley de eterna religión renueve | |
Su vida y juventud. | |
Verás entonces cuál bañada en lloro | |
Su vista al cielo con fervor levanta, | |
Y en pos su vista remontar su planta | |
Al éter inmortal. | |
Verás si el trono que en la tierra en vano | |
Reclamó altivo a sus antiguos dueños | |
Trocar quisiera por los ricos sueños | |
De ese trono idëal; | |
Verás cómo, las nieblas disipando | |
Y el hielo de en noche, el pensamiento, | |
Se abre a la luz del claro firmamento | |
Sobre su ancha raïz. | |
Y ansioso girasol, sigue los rayos | |
De ese astro eterno que en su empírea cumbre | |
A las terrenas plantas de su lumbre, | |
Su perfume y matiz. | |
Y al fin verás la estúpida mirada | |
Que en un sepulcro pretendió vacío | |
Todo abarcar el porvenir sombrío | |
De la honda eternidad, | |
Ardiente alzarse y reflejar radiosa | |
Ese sol de vivir, que en su occidente | |
Opuesto el iris deja ver fulgente | |
De la inmortalidad... | |
Mas si rico el tesoro de esperanzas | |
Si aún de ese soplo que arrebata el viento... | |
Guardar nos place al postrimer momento | |
Y la vida con él!... | |
En aromosa brisa de ventura | |
Nos place detener el torbellino, | |
Descuelga el arpa, trovador divino; | |
Yo avivaré el pincel. | |
Y sobre el negro fondo de dolores | |
Que aún en infancia al hombre cubre ahora, | |
Leve el trasluz de su cercana aurora | |
El mortal pueda ver. | |
Pueda en su cuna de dolor postrada | |
La triste Humanidad alzar la frente, | |
Rayar mirando en el purpúreo oriente | |
Dorado amanecer. | |
Es el carro de Dios... amor le guía; | |
Vuelve glorioso a redimir al mundo, | |
El caos antiguo a disipar profundo | |
De mal y esclavitud. | |
Viene a ceñir su túnica a la Esposa, | |
A orlar su sien de perlas y de flores, | |
Con soplo ardiente a fecundar de amores | |
Su eterna juventud... | |
¡Oh!... Cantemos el himno a ese himeneo | |
Repita el mundo su eco melodioso, | |
Y en paz espere el porvenir glorioso | |
Del terrenal Edén. | |
E infúndanos la fe de nuestras almas, | |
Con tonos de tan mágica armonía, | |
Que circunde una aureola de ese día | |
Nuestra inspirada sien. | |
Y vendrá... vendrá el Tártaro y sus penas, | |
Y la horrísona Gehenna de gemidos, | |
Como a un conjuro a nuestra voz reunidos, | |
Su grito a enmudecer. | |
Y en sus cavernas lóbregas el eco | |
Repita en breve acorde a nuestro canto; | |
«Mísera Humanidad, enjuga el llanto; | |
Tu ley será el placer...» | |
Mas mi canto ¡ay de mí! que en mi esperanza: | |
Vibrar ya oía en sones halagüeños. | |
Dichosa acelerando la mudanza, | |
Que vio mi mente en días más risueños, | |
Hoy, dulce amigo, a reflejar no alcanza | |
El esplendor de mis brillantes sueños, | |
Y en esfuerzo precoz desfallecido, | |
Antes de oïrse, pasará perdido. | |
También cubrió con su capuz mi frente | |
La nube de dolor que envuelve al mundo | |
Sopló también sobre mi fe valiente | |
La duda de Satán su hálito inmundo: | |
Nada quedó de mi entusiasmo ardiente, | |
Mas que el recuerdo, por mi mal, profundo | |
De esa visión de gloria y de poesía | |
Que ¡ay!... me arrancó un suspiro de armonía | |
Mi voz se agotó ya!... tardo el aliento | |
En murmullo apagado se evapora, | |
Sopló una noche abrasador el viento, | |
Y yermo el campo se encontró a la aurora! | |
Radiará en vano puro el firmamento, | |
Luz a torrentes dando brilladora: | |
Que mudo y ciego el ruiseñor, sin nido... | |
Lanzará en breve su final gemido! | |
Oh tú, que inagotables, de armonía | |
Abrigas en tu pecho, manantiales, | |
Que el mismo Dios, como las fuentes, cría. | |
Y suelta al mundo atónito en raudales; | |
Tú a quien en su concierto envidiaría | |
El coro de los genios celestiales, | |
Tu hosanna alzando de uno al otro polo, | |
No conmigo ¡ay de mí! -canta tú solo. | |
Más que el mundo tal vez desencantado, | |
Más que él sin fe, mi corazón se ahoga; | |
Más que el siglo, del bien desesperado, | |
Puerto no ve sobre la mar do boga; | |
Y la tormenta de arrostrar cansado, | |
Soltara acaso la amarrada soga, | |
Si entre el rugir del huracán no oyera | |
Ráfagas de tu voz cruzar la esfera... | |
¡Oh! más que al mundo, para mí, nacido, | |
A mí ese ëco salvador descienda. | |
Él, acaso, en su cäos confundido, | |
No al noble esfuerzo de tu canto alienda; | |
Para siempre en su error adormecido | |
No despierte a su son, ni le comprenda, | |
O en desacorde horrible a su armonía | |
Llore a tus risas... y a tu llanto ría! | |
A mí aún me deja de esa edad que lloro, | |
Un eco el corazón, que ya no es mío; | |
Viejo instrumento que vibró sonoro | |
Yace sin cuerdas sobre el polvo frío. | |
Sólo aún repite de su alambre de oro | |
Sordo unísono el tono en su vacío... | |
Mas cuando Mayo con sus flores vuelva... | |
Ya te oirá solo, ruiseñor, la selva! | |
Aquí empieza de El Belén | |
El artículo oficial(9) | |
La Majestad soberana | |
Que en trono de eternidad, | |
De los cielos y la tierra | |
Rige el gobierno imperial, | |
A mí, pecador, indigno | |
De merced tan singular, | |
Humildemente postrado | |
Ante el místico sitial, | |
Donde anunciaron al mundo | |
La buena Nueva de paz, | |
Secretarios del Altísimo, | |
Lucas, Marcos, Mateo, Juan, | |
Y Pedro, el primado y jefe | |
De poder y autoridad, | |
Y Pablo, el doctor sublime | |
De doctrina y de moral; | |
Hoy, por último traslado | |
De su excelsa voluntad, | |
Me manda esta media noche | |
Que os venga a comunicar: | |
Que aquella Virgen Santísima, | |
Prole bendita de Adán, | |
Vástago de regia estirpe, | |
Por David y por Judá; | |
Esposa elevada al tálamo | |
Del Paráclito inmortal, | |
Que en el triángulo fulgura | |
De la Santa Trinidad; | |
Hija humilde de los hombres, | |
Y Emperatriz celestial | |
De los nueve coros de Ángeles | |
Que al lado de Dios están... | |
Cuya corona los cielos, | |
Las estrellas su collar, | |
Los rayos del sol su túnica, | |
La luna su pedestal... | |
Cabe un humilde pesebre | |
(Sin más casa, ni otro hogar), | |
-Dó consagrarán grandezas | |
De la más pobre humildad, | |
Suceso, que no bastaran | |
Los cielos a presenciar, | |
Ni menos el sólio espléndido | |
De la mayor Majestad-, | |
Ha parido hoy en Belén | |
Un Infante celestial, | |
Que ha de ser Rey de los reyes | |
Por toda la eternidad. | |
Que hoy ha dado a luz, al fin, | |
Al Príncipe singular | |
Que no tiene en este mundo | |
Su reinado terrenal; | |
Pero que al mundo desciende, | |
Moisés divino, a guiar | |
Por el Sarah de la vida | |
La pobre raza mortal | |
A la conquista de un cielo, | |
Donde su ley fundará, | |
En la herencia de su Padre, | |
Reino que no ha de acabar... | |
-Y sigue la Madre excelsa, | |
Que un Dios parido nos ha, | |
Después del parto glorioso, | |
No sólo en salud cabal, | |
Sino -¡oh prodigio inaudito | |
Que nunca a ser volverá! | |
En integridad incólume | |
De pureza virginal. | |
I | |
Por tanto, manda y previene | |
La Suprema Autoridad, | |
Que preside a los Consejos | |
Del destino universal; | |
Que en correspondiente pompa | |
A tanta celebridad, | |
Cielo y tierra solemnicen | |
El nunca visto natal. | |
Que hasta las humildes pajas | |
Dó el recién nacido está, | |
Vengan hincados de hinojos, | |
Postrada al suelo su faz, | |
Reyes, que desde el Oriente | |
En adoración traerán | |
Los perfumes de la Arabia, | |
Los tesoros del Catái. | |
Y que mientras que a mostrarles | |
La profética ciudad, | |
Las estrellas por el cielo | |
Peregrinando vendrán, | |
A las rústicas majadas | |
Un Ángel baje a anunciar | |
La nueva de que ha nacido | |
El Pastor universal; | |
A quien, más ricos que Reyes, | |
Los zagales llevarán | |
El incienso de su fe | |
Y el oro de su humildad... | |
-En tanto verán los cielos | |
Coros de Ángeles cruzar, | |
A cuyo vuelo divino | |
Espantado Satanás, | |
Del infierno en lo más hondo | |
Mande las puertas cerrar; | |
Mientras que en el seno oscuro, | |
De hinojos el viejo Adán, | |
Circundado de los Padres, | |
Oyendo, y llorando, está | |
Cuál resuena entre las nubes | |
El angélico cantar: | |
«¡Gloria a Dios en las alturas, | |
Y al hombre en la tierra, paz!» | |
II | |
Manda al Ministro de Estado: | |
Que para inmortalizar | |
Hazaña de tanta gloria, | |
Y de tanta heroicidad, | |
Se prepare una Gran Cruz | |
Que el Infante tomará, | |
Que al Infierno ha de vencer, | |
Y que al mundo ha de salvar: | |
Cruz, que hincada en el Calvario | |
A los cielos tocará | |
Con dos brazos, que extendidos, | |
De Oriente a Poniente van. | |
Cruz, cuyo purpúreo esmalte | |
La sangre de un Dios será, | |
Que ha de fecundar a ríos | |
La herencia estéril de Adán... | |
Cruz, con guirnaldas de espinas, | |
Y leyenda singular | |
Con letras, que misteriosas, | |
Todas las lenguas leerán. | |
Cruz, que no ornará arrogante | |
La soberbia mundanal, | |
Con pretensiones efímeras | |
De irrisoria potestad... | |
Sino que cuando afrentosa, | |
La deïcida ciudad | |
La haya clavado en el Gólgota | |
Patíbulo criminal, | |
En el punto cielo y tierra | |
La vendrán a disputar, | |
Por blasón de toda gloria, | |
Y de toda santidad... | |
Lábaro ardiente, en las nubes | |
La verá Roma triunfar: | |
Toda nación la tremole, | |
Como su estandarte Real: | |
Por sus aspas los ejércitos | |
Las águilas trocarán. | |
Sea el florón que corone | |
Toda diadema imperial, | |
Toda cúpula de templo, | |
Toda bóveda de altar. | |
Sea el signo que atestigüe | |
Toda dudosa verdad; | |
Principio de toda empresa, | |
Corona de todo afán, | |
Ayuda en todo peligro, | |
Conjuro de todo mal. | |
Bendecirán con su signo | |
Los sacerdotes de paz: | |
Lleváranla por el mundo | |
Como invicto talismán, | |
Los guerreros en su espada | |
Para morir y lidiar; | |
Al pecho los caballeros, | |
Y al hombro, con humildad, | |
Todo aquel que labra un surco | |
Con sudor y con afán. | |
Ante su brillo los Ángeles | |
Velen su espléndida faz: | |
Sólo a su signo en los aires, | |
Huya al infierno Satán... | |
Y porque este nacimiento | |
Borra la muerte, de hoy más | |
En toda tumba cristiana | |
Esta cruz se plantará. | |
III | |
Por Gracia manda la gracia | |
Con que la raza mortal | |
Puede recobrar el cielo, | |
De que desterrada está; | |
Gracia de indulto de infierno | |
Y redención general | |
De la esclavitud antigua | |
Del poder de Satanás... | |
Gracia de eternos tesoros | |
De perdón y de piedad, | |
Dones y premios de gloria, | |
Que merecer y lograr, | |
Más ricos, e inagotables | |
Por la humana actividad, | |
Que los frutos y alimentos | |
Del sustento natural; | |
Y más sin número y término | |
En la inmensa variedad | |
De las acciones e ideas | |
Que al hombre es dado inventar, | |
Que son inmensos y varios, | |
En el mundo material, | |
Los giros de las estrellas, | |
Y las ondas de la mar. | |
Por Justicia, ley tan justa | |
Que es la suprema bondad, | |
Y ley de sabiduría, | |
Que es orden universal; | |
Ley de amor desconocida, | |
Desde que en torpe disfraz, | |
A amor convirtió en flaqueza | |
La seducción infernal... | |
Ley de universal familia, | |
Y ley de eterna hermandad, | |
Do hermano de ser no deja | |
Nuestro enemigo mortal. | |
Ley, sagrado complemento, | |
Acta santa adicional | |
De aquella Carta divina, | |
Que en los truenos del Siná | |
Promulgó, quien cifrar pudo | |
En diez preceptos no mas, | |
Toda perfección del alma; | |
Como ha podido pintar | |
Con siete rayos de luz | |
Toda belleza visual. | |
Justicia, tan compensada | |
De inapelable equidad, | |
Que tiene el divino amor | |
De intérprete y tribunal... | |
Justicia, que tiene un cielo | |
De tanta felicidad, | |
Que el mismo Dios a nuestra alma | |
Se da por siempre a gozar; | |
Y justicia, en que hay infierno | |
De tanta severidad, | |
Que la cifra de sus penas | |
Es el no poder amar... | |
Y es el no poder morir, | |
Y no tener que esperar! | |
IV | |
Es, donde es amor justicia, | |
Gobernación caridad: | |
Caridad fecunda, inmensa, | |
Inefable, universal, | |
Nunca en la tierra nombrada, | |
Nunca soñada quizá!... | |
Al calor de cuyos rayos | |
Cambiará el mundo moral, | |
Cual cambia el temple del aire, | |
Cuando el sol sale del mar. | |
A cuyo influjo benéfico, | |
Tendrá alivio todo mal, | |
Toda tiranía, freno; | |
Corrección, toda maldad. | |
Llamárase todo imperio | |
Autoridad paternal, | |
Y lo que antes sumisión, | |
Dirán los pueblos lealtad. | |
Libre el albedrío, libre | |
El pensamiento inmortal, | |
La fuerza será opresión, | |
Y no ley, ni autoridad. | |
No más el hombre, del hombre | |
Dueño y señor se dirá | |
Ante Aquel, que crió hermanos | |
Todos los hijos de Adán... | |
Todo abuso de poder | |
Traición al cielo será; | |
Toda rebelión de fuerza, | |
Suicidio de libertad. | |
Será divino el trabajo, | |
Más que noble; pues será | |
Aula del Dios humanado | |
El taller de un menestral. | |
Habrá para todo enfermo | |
Un lecho de caridad; | |
Será santa la pobreza, | |
Visita de Dios el mal; | |
Veráse un día los Príncipes | |
Los pies al pobre lavar, | |
Partir con los apestados | |
Su lecho y túnica, y pan... | |
Y a una Reina de Castilla | |
Ir con afán maternal | |
Consuelos llevando y lágrimas, | |
Y arrodillada rezar | |
Ante el jergón de un enfermo | |
Que agoniza en un desván... | |
Hasta la mansión del crimen | |
Hasta el cadalso, serán | |
Santificados en nombre | |
De aquel Reo celestial, | |
Que han de prender Mateo y Judas, | |
Y ha de escarnecer Caifás. | |
V | |
Al ministro de la Guerra | |
Nada quisiera mandar | |
Quien viene, manso Cordero, | |
A morir por los demás. | |
Sólo combatir nos manda | |
Como enemigo mortal | |
Nuestra propia carne, y nuestra | |
Rebelada voluntad; | |
Sólo al mundo, revestido | |
De pompa vana y falaz; | |
Sólo al alma, que se encubre | |
Con la piel vieja de Adán. | |
Paz los Ángeles cantaron | |
Esta noche, y al dejar | |
Jesús al mundo, en un ósculo | |
«Mi Paz os dejo», dirá... | |
Si empero, a Dios despreciando, | |
Osare extranjero audaz | |
La tumba de vuestros padres | |
Con pie sacrílego hollar, | |
Guardas de la eterna herencia | |
De la progenie de Hispán, | |
«Señor Dios de los ejércitos» | |
Proclamad al Dios de paz, | |
Y el Cordero de Belén | |
Será el León de Judá... | |
Vendrá al templo, de una cueva | |
Vuestra causa a consagrar: | |
Su estandarte un santo Apóstol | |
Por los aires os traerá: | |
Batallaréis en su nombre, | |
De Gijón a Gibraltar. | |
Desde Clavijo al Salado, | |
De Caltañazor a Orán... | |
Ante un rosario, en Lepanto | |
Tragará a la luna el mar; | |
San Lorenzo habrá un trofeo | |
Más grande que el Escorial; | |
Y si rendido al cansancio | |
De tantos siglos de afán, | |
A la sombra de sus; templos | |
Duerme el Lëon nacional, | |
Cuando el revuelo de un águila | |
Turbe del sueño el solaz, | |
Y con rugidos de espanto | |
Le oiga el mundo despertar, | |
Rebato de mil campanas | |
Eco a su bramido harán... | |
Cada cruz traerá un soldado, | |
Cada claustro un General, | |
Y una legión de valientes, | |
Cada pendón parroquial. | |
Habrá una Virgen del Carmen | |
En Bailén, y en San Marcial, | |
Y de las invictas águilas | |
Todo el vuelo postrará | |
Pobre hueste, guarecida | |
Tras la Virgen de un Pilar. | |
VI | |
Un Ave Maris Stella | |
Leo en el sello Rëal | |
De la Marina, que manda | |
La hermosa Estrella del Mar. | |
A cuyo Oriente en las nubes | |
Se ahuyenta todo huracán, | |
Y que serena las olas | |
Con su sonrisa de paz. | |
Y de ella un pliego sellado, | |
Cuyo nema al desgarrar, | |
Con tres prodigios, de asombro | |
Cielo y mar se postrarán-. | |
Por el primero, en las olas, | |
Da camino de verdad | |
A los hijos de la Fe | |
Con la antorcha del imán. | |
Manda el otro, que en el coro | |
De una oscura catedral, | |
Josué cristiano, Copérnico | |
Haga inmoble al sol parar, | |
Y el giro de orbes y mares | |
Claro revele al mortal. | |
Y otro hay que a una Reina Hispana | |
Manda en Plus Ultra cambiar | |
El lema que en dos columnas | |
Escribió remota edad. | |
Y porque hay perdido un mundo | |
De esos mares más allá, | |
Y con su mitad antípoda | |
Fuerza es la tierra hermanar; | |
Y que llegue dó el sol llega, | |
La lumbre de la verdad; | |
Manda que bajo la enseña | |
Que en la Alhambra brilla ya, | |
Almirante de la Fe, | |
Valiente, humilde y leal | |
Como ella, viendo en el cielo | |
Lo que el mar calla tenaz, | |
El marino de Isabel | |
Vaya ese mundo a buscar; | |
Y Cristóforo le nombra, | |
Porque a Cristo llevará. | |
VII | |
La Hacienda tiene un Gran Libro | |
De la Deuda universal, | |
Escrito en dos anchas hojas | |
De dos árboles, no más. | |
En la del árbol del Edén, | |
Bajo una poma falaz, | |
Estampó «Deuda insolvente» | |
Con sus lágrimas Adán. | |
Y en la del leño del Gólgota | |
Una sangrienta señal | |
Entre una Cruz y un Cordero | |
Rubrica: Pagada está! | |
Las arcas de su Tesoro | |
No encierras caudales más | |
Que una diminuta cédula | |
Con esta promesa Real: | |
«Inagotables riquezas | |
En el cielo ha de encontrar | |
Todo aquel que en nombre mío | |
Su hacienda a los pobres da.» | |
Y más abajo, con signos de la garra de Satán, | |
Entre un azadón y un túmulo, | |
Este registro infernal: | |
«En el centro de la tierra | |
El oro guardado está: | |
A mi reino ha de acercarse | |
Quien lo quisiere encontrar.» | |
VIII | |
A Instrucción, ciencia y doctrina | |
Término no puede dar | |
Quien es la palabra misma | |
De la incrëada Verdad. | |
A quien «Divino Maestro» | |
Los que le oyeren, dirán; | |
Y que en dos montañas dijo: | |
-Al universo enseñad.- | |
Por eso, cuando al empíreo | |
Se remonta celestial, | |
Los hombres no tienen lengua | |
Para su doctrina ya; | |
Y bajan lenguas del cielo | |
Con que la puedan hablar... | |
Por eso el saber -dó arcano | |
Fue en la docta antigüedad | |
Para un filósofo, el mundo; | |
Para otro, la humanidad-; | |
Para el mundo y para el hombre | |
Es ciencia de Dios, de hoy más, | |
Que en medio se ve del cielo, | |
Como la tierra lo está. | |
Las lumbreras de la Fe | |
Giran por su inmensidad, | |
Como esos miles de estrellas | |
De rutilante brillar. | |
Y porque tanto esplendor | |
No ofusque al flaco mortal, | |
Y tenga su mente inquieta | |
Criterio, límite y paz, | |
Luce una antorcha infalible | |
Sobre una eterna ciudad, | |
Como del cielo en la cúpula | |
La inmoble estrella polar. | |
Por eso en los siglos lóbregos | |
De la más bárbara edad | |
Aprenden de un catecismo | |
El párvulo y el zagal | |
Ciencia que ignoró Aristóteles, | |
Ni soñó Platón jamás. | |
Por eso tras mil portentos | |
De ciencia, en que el cielo hará | |
Que no sepa ningún hombre | |
Más que Agustín y Tomás; | |
Tras el cántico inaudito | |
De aquel Poeta Titán, | |
Que no cabiendo en el mundo, | |
Cielos e infiernos dirá; | |
Tras las santas creäciones | |
Del arte y la cristiandad, | |
Dó afrenta del Partenón | |
Será toda catedral... | |
Tras el monstruo de armonía | |
Que en sus bóvedas bramar | |
Hará en conciertos de música | |
Truenos de una tempestad: | |
Tras de aquel extraordinario | |
Prometeo monacal, | |
Que ponga el rayo en las manos | |
Del hombre débil y audaz; | |
Pentecostés nuevo, al último | |
Habrá un día singular, | |
Que no bastando la pluma | |
Ni el pincel original | |
A la letra de la ciencia, | |
Ni al color de la beldad, | |
Mande la mente divina | |
De Aquel que sabe engendrar | |
De una bellota, una selva, | |
Y de un átomo, un vivar, | |
Que tome formas y gérmenes | |
De generación vital, | |
Cual las flores y los árboles, | |
El pensamiento fugaz, | |
Y den a pluma y pinceles | |
Su múltiple eternidad, | |
Gutenberg en una Biblia; | |
Finigüerra, en una Paz. | |
IX | |
De entonces, sólo quien llama, | |
Por su nombre a cada cual, | |
Las estrellas al salir, | |
Y las aves al volar, | |
Podrá revelar los genios | |
Que el orbe renovarán | |
Con el vuelo y esplendor | |
De inspiración celestial; | |
Podrá enumerar los mundos | |
Que en creación idëal, | |
Tabla, y lienzo han de fingir, | |
Bronce y mármol imitar. | |
De entonces rayará el día | |
Que los cielos abrirán | |
Sus transparentes abismos | |
A los ojos de un cristal. | |
Y aquel, que fijando el curso | |
Sobre el sometido mar, | |
Trueque el hombre alas de viento | |
Por las llamas de un volcán; | |
O que, vivo metëoro, | |
Le mire el mundo volar | |
Sobre los carros de fuego | |
De la leyenda oriental. | |
Y el que por último, alcance | |
La atónita humanidad, | |
Que, cual da la mente al brazo, | |
Su rapidez para obrar, | |
Cual baja del sol al mundo | |
Un rayo de claridad, | |
Vuele, de un polo a otro polo, | |
Y de un mar al otro mar, | |
Sobre invisible centella, | |
La palabra de un mortal... | |
Que esa palabra fulmínea | |
Palabra de un Dios será, | |
Cuando la oración de un pueblo, | |
Conduzca al pie de un altar; | |
O si desciende bendita | |
De un trono pontifical, | |
Sobre el vagido primero | |
Del Real vástago, rapaz, | |
Que viene en nombre de Dios, | |
Sobre un gran pueblo a reinar. | |
Que esa lengua milagrosa | |
Es revelación quizá | |
Para los ojos más ciegos, | |
De una palpable verdad; | |
Que el más etéreo elemento | |
De materia, el más fugaz, | |
No es más que ciego vehículo | |
Pasivo, inerte y fatal | |
Del espontáneo motor | |
Del querer y del pensar, | |
Sirviendo sumiso y dócil | |
Al pensamiento inmortal; | |
Cual sirve el aire a su voz, | |
Y la luz a su mirar. | |
X | |
Mas quien tiene un Ministerio | |
De Instrucción tan singular, | |
No dio al olvido el Fomento | |
De la vida corporal. | |
Y en la ocasión de las nuevas | |
Que El Belén os viene a dar, | |
Os anuncia que no en vano | |
El progreso universal | |
Estrechando las distancias | |
De la humana sociedad, | |
Haciendo de tantos pueblos | |
Una familia no más, | |
Todos los climas y zonas | |
Abarca la cristiandad. | |
Al alcance de su mano | |
Hoy vuelve a tener Adán | |
Todos los frutos que tuvo | |
Por herencia original. | |
Y aquel que ordenó a su pueblo, | |
Su fuga de libertad | |
En el convite simbólico | |
Rápido conmemorar, | |
Hoy, en novísimo anuncio | |
De que cumplidas están | |
Las sacrosantas promesas | |
De Redención general, | |
Manda, que en ledo alboroque | |
De su fausta Navidad, | |
Celebre todo cristiano, | |
Dulce, alegre, fraternal, | |
Pascua de nuevo convite | |
De santa comunidad: | |
Manda, que en bello contraste | |
De su pobreza natal, | |
No haya tristes, no haya pobres | |
La noche en que a nacer va. | |
Manda, que en dulce memoria | |
De aquel licor virginal, | |
Que, en pasión anticipada | |
Humillando su Deidad, | |
Probó con labios hambrientos | |
Débil niño, en el portal, | |
Vosotros probéis los néctares | |
Por cuyo invento, piedad | |
Alcanzo el viejo Noé | |
Del diluvio universal. | |
Y a tragos, leche de almendras | |
Y de las Navas bebáis, | |
Y el turrón comáis simbólico, | |
Y el morisco mazapán; | |
La nata y miel que Isaías | |
Al nacido Emmanuel da; | |
Y el pavo que nos mandaron | |
Los Indios del Rey Gaspar... | |
Que cenéis... de Noche-Buena... | |
-Jesús, os manda cenar-, | |
Festín de su advenimiento | |
Y de nuestra libertad... | |
Que cenéis... hasta otra noche, | |
En que Él también cenará... | |
En que, sentado al banquete | |
De su propio funeral, | |
Dé el brindis de la salud | |
De toda la humanidad... | |
Relieves de cuya mesa | |
Espléndido os dejará, | |
Preparado de su mano | |
Otro celeste manjar: | |
Será su carne gloriosa, | |
Será su sangre inmortal... | |
Que es ambrosía de gloria, | |
Y elixir de eternidad!... | |
-Cenad, en tanto, de fiesta, | |
De apetito y de solaz; | |
Cenad pascua de recuerdo | |
Del trabajo corporal, | |
Y del dominio del hombre | |
Sobre su suelo natal: | |
Cenad el pobre viático | |
De esta existencia fugaz, | |
Con los frutos de la tierra, | |
Y los peces de la mar!... | |
Comed el pan amasado | |
Con vuestro sudor y afán... | |
Mañana, el Pan de los Ángeles | |
En las gradas de un altar. | |
Y así tendréislo entendido; | |
Y que se cumpla, sin más, | |
Por los dilatados ámbitos | |
De toda la cristiandad. | |
Y que también se disponga | |
Su cumplimiento especial, | |
En aquella egregia casa | |
Que lustre a la Corte da, | |
Donde, de Dios bendecidas | |
Y del amor conyugal, | |
La Religión tiene un templo, | |
La poesía un altar, | |
La amistad un culto, y votos | |
De eterna felicidad. | |
-Rubricado.-PASTOR DÍAZ. | |
-Lugar del sello Real. | |