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Tercer período: Madurez



                                                 Al Eresma
   No, no empañarán mis ojos,
Eresma, tu agua fulgente,
Ni detendrán tu corriente
Con su mirada fatal.
   No te asustes, como el mundo,
De mi presencia importuna;
Que no hay ni un rayo de luna,
Que me pinte en tu cristal.
 
   De cerrada, oscura noche,
Encubierto y solitario,
Como un muerto en el sudario,
Ni la agito, ni me ve.
   Ni interrumpo tu murmullo,
Ni a tu orilla su reposo,
Y fantasma nebuloso,
Huellas no estampa mi pie.
 
   Mas si al sentir en la brisa,
Que sobre tus ondas juega,
La ráfaga, que les llega
De un aliento abrasador,
   Me conoces, y espantado,
Tu murmullo me interroga,
Eresma, el espanto ahoga!...
Responderte ha mi dolor.
 
   -Preguntas si la frescura
De tus márgenes me llama,
Y si el ardor que me inflama
Podré en tus ondas templar.
   Sed de los labios se templa;
Mas cuando un alma se abrasa,
Tu agua toda viene escasa,
Río, y toda la del mar.
 
   Ni ofrecer puedes la muerte,
Ni yo buscar en tu centro
La tumba, en que ya no encuentro
   El término a mi sufrir.
   Que hoy son mis males mayores,
Cuanto mezquinos parecen...
Que a mi orgullo no merecen
La importancia de morir.
 
   Acaso huyendo mi planta
De un mundo que la aprisiona,
Fuera de él busca su zona
De silencio y soledad.
   ¿A qué?... en torno a un alma sola
Harto hay silencio profundo,
Harto es cementerio el mundo,
¡Y yermo la sociedad!...
 
   Ni pienses que es el arcano
De esos monumentos viejos
Lo que vengo en tus reflejos,
Claro río, a sorprender.
   Quede para ojos tranquilos,
A través de tus cristales,
Descifrar esos anales
De un decrépito poder.
 
   Lean sobre ese peñasco,
Por cuyos cimientos corres,
Qué mano elevó las torres
Que coronan tu ciudad.
   Y a par el gigante siglo
En que un pueblo omnipotente
Con los arcas de ese puente
Rubricó su eternidad.
 
   Hallarán lápidas, tumbas,
Letreros, templos y altares,
Y aun bellos los alminares
Con que alza airosa su sien.
   Tu alcázar, que, vieja nave
Encallada en una roca,
Caerá, aunque el mar no la toca,
Del viento al primer vaivén.
 
   No; yo no miro esas piedras
Que necio un siglo amontona,
Y otro siglo desmorona,
Del hombre en justicia fiel.
   Que son hoy lo que antes fueron
Esas mezquinas mansiones;
Más que ciudades, prisiones;
Y tumbas indignas de él.
 
   Ni alzarme puedo del polvo
Dó el hombre estampa sus huellas,
Hasta ese manto de estrellas,
Tu alfombra y tu pabellón.
   Que el mismo brazo de hierro
Que del mundo me repele,
Sujeta, porque no vuele
Lejos de él, al Corazón.
 
   Extraña al mundo, y al cielo,
Y más que los dos piadosa,
No hay en tu campo una rosa
Que su fragancia me dé.
       Ni dichas que cubrir pueda
La noche con su misterio,
Cuando cubre un cementerio
El tálamo de mi fe.
 
   ¡Nada existe!... bellos lazos
Que el alma a la vida unieron,
Al ímpetu se rompieron
De iracunda tempestad.
       Una lágrima, un gemido...
Fueron sus tristes despojos,
Y no encontraron mis ojos,
¡Ay!... ni mis labios, piedad.
 
   También rechazó con mofa
Esa sociedad mi llanto;
Tal vez creyó que era un canto
La queja en que prorrumpí.
       Y por eso guardé ¡oh río!
Para tu orilla y tu seno...
Todo el dolor y el veneno
Que a derramar vengo en ti!
 
   Que busqué en vano a mi acento
Labio que le acompañara,
Seno amante en que lograra,
Sin rubor, lloro verter.
       Busqué la amistad iluso,
Dó hay sólo interés y miedo,
Busqué amor... que hallar no puedo,
En quien sólo ama el placer.
 
   Y de la cumbre de hielo
De esa soledad poblada,
Oí abajo en la enramada
Tus puras ondas mugir.
       Y a tus solitarias márgenes
Dije, volviendo mis huellas,
«Agua y voz me -darán ellas
Para llorar y gemir.»
 
   Héme aquí... dulce mi acento
No harás con tu blando arrullo;
Mas cubrirá tu murmullo
Su resuello de huracán;
       Y aunque no hay en tus orillas:
Eco con que le respondas,
Habrá rocas y habrá ondas
Que en ellas le estrellarán...
 
   Y de esta lágrima inmensa
Que un mundo entero acibara,
Dó se exprime y se alquitara
Toda una vida de hiel;
       De esta lágrima pesada,
De plomo ardiente fundida,
Siempre a un rostro suspendida....
Y siempre cayendo de él;
 
   De esta lágrima vidriosa
Que ojos opacos velando,
Con mentida luz vibrando
Al mundo acaso engañó;
       Donde un ojo indiferente
Tras de en prisma de hielo,
Cual radiosa luz del cielo,
El brillo de un rayo vio;
 
   De esta gota de un abismo,
Como mi dolor, profundo,
Que ningún labio en el mundo
Supo amoroso enjugar,
       ¿Qué harás?... ¿qué, al darla a tus ondas,
Eresma, piensas que espero?...
Que tú la lleves al Duero...
¡Y el Duero la lleve al mar!
 
               En el álbum de una señora del gran mundo
   Del álbum de una hermosa las páginas doradas
Pudieran ser de un alma la semejanza fiel;
Ella las abre al mundo, cándidas o rosadas,
Y el mundo va borrando de negro su papel.
 
   E imprime bellos cuadros, y cantos y armonías,
Y nombres, y recuerdos, y risas y dolor;
Empero siempre páginas habrá blancas, vacías,
Que esperan nuevos nombres de amistad y de amor.
 
   A veces ¡ay! en vano, de una existencia entera
Se abren las bellas hojas de nácar y marfil;
En vano desplegándose, el corazón espera
Que grabe un nombre eterno en su seno el buril.
 
   No más que tintas pálidas, no más que nombres vanos
El deleznable lápiz fugaz bosquejará;
¡Nombres, tal vez sin vida! escritos con las manos
Por quien abriga estéril el corazón quizá...
 
   ¡Ay! por mi mal, Señora, borradas y vacías
Yo volví muchas hojas del libro de mi fe,
E inconstancia pudieron llamar las almas frías,
Al devorante anhelo de un nombre que no hallé.
 
   Uno sólo... en mi oído las cántabras sirenas,
Entre sus rocas tristes le hicieron resonar;
Grabado está en el alma... más ¡ay! con sus arenas
¡Cubrióle y con sus algas la furia de aquel mar!...
 
   Y a vos, como ninguna, de gracia y de ternura,
Existencia brillante, radiosa aparición,
Que recibís en trono de gracia y de hermosura
De un pueblo de amadores la esclava adoración.
 
   Sobre el álbum magnífico de esas páginas de oro,
De esas hojas de rosa, de nácar y marfil,
Al estampar el mundo su unánime «¡Te adoro!»
Decid: ¿sentisteis siempre abrasado el buril?
 
   Y en ese torbellino de ese doblar inquieto,
Leves unas tras otras, las hojas del amor,
¿Vuestro sutil espíritu no sorprendió el secreto
De lo que llama el mundo constancia, fe y honor?
 
   ¿No queda en lo más íntimo de esa existencia bella,
Un escondido oráculo que nadie descifró
¿Blanca no hay y vacía una página en ella,
Dó el nombre de la vida tal vez no se escribió?..
 
   ¡Perdón, perdón, Señora! a mi indiscreta duda;
Perdón al extravío del pensamiento audaz.
Perdón a un alma triste, de creencias desnuda,
¿A quien ni amor dio dichas, ni dio el olvido paz!
 
   Blancas, rotas o escritas ¡ah! no cerréis, Señora,
Las páginas del álbum de vuestro corazón;
Que aun más desgracia fuera, que hallarais en mal hora
Quien pudiera abrasarlas con sólo una pasión.
 
               Una tarde de lluvia
   Sobre el Betis tendidas como un velo
Mira esas nubes deshacerse en llanto;
Puras las rosas, su capullo en tanto
Con más pompa y color abren al cielo.
 
   Soltara empero el huracán su vuelo
Y só el crujir de su encendido manto,
Gruesa avenida vierais con espanto
Tronchar las flores y arrasar el suelo.
 
   ¡Así acontece al corazón, Señora!...
Flor que con blanda lluvia de tristeza
Balsámicos perfumes evapora;
 
   Mas si el cierzo desata su crudeza,
Del torrente la furia asoladora
Troncos deja no más... cieno y maleza!
 
               En una despedida
   Llegó el instante ansiado, instante al par temido,
Que un misterioso enigma funesto hace a los dos;
Y en breve entre nosotros, las aguas del olvido
Cegarán ese abismo que hoy abre un triste adiós.
 
   ¡Así cerrarán ellas la herida envenenada,
Que un día y otro día ahondó traidor puñal!
¡Así al mugir lejano de tempestad pasada
Respondiera en silencio tranquilo su raudal!
 
   Mas hoy sobre nosotros la tempestad aún brama,
Y al último estampido de su infernal fragor
La nube que nos cerca, con ráfagas de llama
Alumbra el turbio ocaso de nuestro triste amor.
 
   Amor que al fin se apaga, llama que se oscurece
Violenta despidiendo su centella final;
Y en vano es mi propósito, que el cielo no agradece,
Y en vano se renueva tu lucha desigual.
 
   En vano de tu labio la tímida protesta
Rechaza a mi ternura el nombre que te di.
En vano bajo el velo de una amistad funesta
Aún hoy retractar quieres el amoroso sí.
 
   Brilla, brilla en tus ojos, y ese postrer instante
Revela comprimida só un yugo tu pasión.
Estrechando las mías tu mano palpitante,
un recuerdo, imploras un perdón.
 
   Y en mis ojos leyendo la lúgubre fiereza
Que enciende en mi despecho ceñuda su altivez,
Más que mi horrible calma temiendo tu flaqueza,
Huyes luchando trémula por la postrera vez.
 
   Y buscas de otro abrigo la sombra protectora,
Que sin piedad nos niega volcánica pasión.
Para templar la llama, que oculta nos devora,
Tu boca, en vez de un ósculo, me ofrece una oración!
 
   -«Parte infeliz, me dices, y endulce la amargura
Del acíbar que tragas, la hiel que yo bebí.
No a tu consuelo niegues saber mi desventura,
Y si otras te llorasen... yo... rogaré por ti!
 
   »Mañana, cuando el cielo propicio a tu destino
Tienda bajo tus pasos la alfombra de su luz,
Contaré las pisadas de ese raudo camino
Al son de mis plegarias, postrada ante la cruz.
 
   »Yo invocaré a la Virgen, que cubra con su manto
Los hombros del viajero que acaso me odiará;
Que acaso, en duda incrédula de un voto tierno y santo,
Ignore el alto precio que mi pasión le da.
 
   »Yo pediré llorosa, yo clamaré ferviente
Que un Ángel te conduzca donde es fuerza partir,
De donde, a pesar tuyo, rogaré eternamente...
¡Y, acaso, a pesar mío, te vuelva a conducir!
 
»Sí, vuelve; en los momentos de mi rogar tardío
Mi tierna y pura súplica oiga tu corazón.
Temple el airado enojo de tu furor sombrío
La voz que a un tiempo elevan mi pecho y mi oración.
 
   »Vuelve, y mi voz disipe, si trémula, sincera,
La voz mentida, aleve, que nunca pronuncié,
Y que de un alma crédula, más que amante, altanera,
Me arrebató en un día la mal segura fe.
 
   »Y vuelve ¡ay! vuelve en breve, dó ansiosa los rigores
Que fingió en odio ingrato tu ciego frenesí,
Más tiernos te reclaman que hipócritas amores...
¡Oh! llórente en buen hora... ¡Yo rogaré por ti!»
 
   Como el remiso aliento del triste que agoniza,
Tu tímida plegaria estúpido escuché.
De ese momento lúgubre que el dolor solemniza,
La emoción reprimida confuso respeté.
 
Sobre el oscuro fondo, de mi penosa duda
Sentí en raudo relámpago plácida luz cruzar,
Creí oír como el eco de tu expresión ya muda,
Mi nombre murmurando al pie del sacro altar.
 
 
   Creí ver a los ángeles con tu oración subiendo,
Esparcir su perfume hasta dó fuera yo,
Con sus doradas alas, de mi pasión cubriendo
La nube, que en mal hora tu espíritu aterró.
 
   Creí verte llorosa bajo el tupido velo,
Sólo al oscuro templo tus lágrimas fiar,
De amarme y ser ingrata perdón pidiendo al cielo...
Y amarme y ser ingrata, llorando, confesar.
 
   Y era el postrer instante de mi postrero día;
Tu mano entre mis manos, tu labio requerí...
Tu labio quedó inmóvil... tu mano no era mía...,
¡Oh!... ¡bórrese del tiempo la hora en que te vi!
 
               Enviando mi retrato(8)
   Aún hay sobre el desierto de la vida
Lejana y solitaria una palmera;
Aún hay un puerto dó salvarse espera
De su hórrida tormenta el corazón.
   Aún hay, como en su norte, un pensamiento
Clavado en mi memoria eternamente:
Hay de mi vida otro vivir pendiente
Con inefable eterna adoración.
 
   Lejos, empero, sí... los bellos ojos
Que el vértigo de amor desvanecía,
El seno que mi acento estremecía...
Hélos allí, abatidos de esperar.
   Allí su abrazo, que se tiende al viento
Como el ¡ay! de su idólatra ternura...
Sal a su encuentro tú, feliz pintura...
Ese abrazo y suspiro ve a buscar.
 
   Vé, más que yo dichosa! vé y respira
La atmósfera de amor que ya no aliento,
Y que ese llanto, de que estoy sediento,
Destiñan, y sus besos, tu color.
   Vé y mírala... mas ¡ay! baja tu frente,
Llega a sus plantas, y tu planta humilla;
Y dobla prosternado la rodilla
Ante el altar de su celeste amor.
 
Sí, como ante el altar... más que ante sólio!
Refrena el paso, y el mirar inquieto:
Y tus párpados velen de respeto
La juvenil fogosa brillantez.
   Conoce al fin a la mujer que miras:
Es más que Reina, sí; besa en planta;
Mas que amante y deidad querida y santa;
Es una Madre... humíllate otra vez.
   ¿A quién, sino a una Madre?... ¿A qué otros ojos:
Presente hiciera de esa faz mi mano?
¿Qué amor sufriera de ese mundo vano
Tal testigo a su fría veleidad?
   ¿Que fueras tú al amor?... la más ardiente
Con un crespón de olvido te velara:
Y, o con la planta del desdén te hollara,
O fuérasle un padrón de vanidad.
 
   ¡Pero una Madre! te alzará en sus brazos
Con el delirio que me alzaba niño;
Y más que entonces ebria en su cariño,
Querrá dar vida a tu color con él.
   Y en ese rapto brillará radiosa...
Estrechárate extática, anhelante...
¡Ay! no empero una voz para ese instante
Te ha dado, ni una lágrima, el pincel.
 
   Mudo lienzo, ilusión... para ti, nada!
Para ella, un universo, un paraíso;
Si en ti fijar mis años fue preciso,
Por ti a los míos torne su vivir.
   Y prodigiosa página esa tela
De una vida de afán será la historia,
Dó guarde lo pasado su memoria,
Dó busque su esperanza el porvenir.
 
   Que tú serás a un tiempo el bello infante
Que en su regazo juvenil reía,
El niño que lloraba y padecía,
Como entrando en la vida a su pesar;
   Y el joven triste, que en el llanto sólo
Del seno maternal halló consuelo
A esas angustias de amargura y duelo,
Dó lucha el corazón antes de amar.
 
   Ella las vio nacer, su flor temprana
Cubrirse vio de espinas de pasiones;
Y hoy verá más profundo en tus facciones
Tan demudadas ¡ay!... nuevo dolor.
   Y al lienzo en vano pedirá que pinte
De ese oscuro penar el triste objeto,
Buscando ansiosa el fúnebre secreto
Que más que yo, tal vez halle su amor.
 
   ¡Ay! no, que de ese gesto comprimido
Del ceño adusto en que tus ojos giran,
Y de esos labios que al reír suspiran,
Ni ella el confuso enigma acertará.
   Ni en los raros mudables caracteres,
Que como nubes d verano ardiente,
Surcan informes tu abrasada frente,
La misteriosa cifra leer podrá.
 
   Y a su seno estrechándote afligida,
O en sus besos intente arrebatada
Lo que no pudo ardiente la mirada,
Adivinar sintiendo el corazón.
   Ora con llanto y trémulas plegarias
Cuenta demande de tu vida al cielo;
Ora reclame acentos de consuelo
De ti pobre semblante, en su aflicción...
 
   Y tú, callada pintura...
¿No habrá en la inmoble actitud
De esa olvidada apostura,
Una expresión de ternura
Con que calmar su inquietud?
 
   ¿Nada podrás responder
A una infeliz que te implora?
¿Podrás tu seno esconder
A una mujer que te adora,
Si es ¡ay! la que te dio el ser?
 
   Cuando de noche, abrigada
Del doméstico reposo,
Como una amante citada,
Ufana y sobresaltada
Llegue a ti con pie medroso;
 
   Y tu lienzo descolgando,
Por más verte a su sabor,
Cuerpo a sus tintas prestando,
Le interrogue sollozando
Por el hijo de su amor...
 
   Di, ¿qué habrás de responder?
¿Qué la darás por consuelo...
Ya que no la des placer!
¿Qué amor habrás de ofrecer
A esos amores del cielo?
 
   ¿Con qué el llanto enjugarás
Que destiña tu barniz?
¿Qué a sus ojos contarás?
¡Ah!... no te miren jamás,
Si no has de hacerla feliz!...
 
   Mas no...de tu faz sombría
El velo oscuro levanta,
Y al seno materno fía
Lo que de ti no sabría
Ese mundo que te espanta.
 
   Dila por qué, aunque lozana,
Brilla así tu juventud
De precoz favor ufana,
No es más esa pompa vana
Que el oro de un ataúd!
 
   Dila por qué, aunque halagado
De ruidosa sociedad,
Yace en lágrimas bañado
Tu corazón, sepultado
En eterna soledad.
 
   Dila que brazo enemigo
Estorba en su derredor
Que al menos sombra, no abrigo;
No un compañero, un testigo...
La amistad dé a su dolor.
 
   Díla por que, aunque se apura
En darme un mundo aparente
Triunfos de amor y hermosura,
No halla un seno mi ternura
En que reposar la frente.
 
   Dila... mas... basta a tu duelo;
Su precioso llanto ver...
Pide ya una voz al cielo,
En que la ofrezcas consuelo...
Ya que no la des placer!...
 
Díla que si la vida turbulenta
Rauda al pasar, mi faz desfiguró,
Piense que el alma que en su seno alienta
 
Ese mundo de horror no corrompió.
 
   Díla que en una atmósfera infestada
Con el soplo mefítico, mortal,
De una nación entera, condenada
A ser, por todo un siglo, criminal;
 
   Que en el negro sangriento torbellino,
Que en torno vemos de esta edad rugir,
Los que en mal hora sentenció el Destino
En ella ¡desgraciados! a vivir;
 
   Que en la borrasca universal dó boga
Ebria una raza que su fin no vé,
Y que el grito mortal del que se ahoga
Canto de vida y de esperanza cree.
 
   Que en la nueva Babel, dó erguido el hombre,
En castigo a su necia presunción,
De Dios ni de virtud no entiende el nombre,
Ni de amor, heroísmo y religión.
 
   Dó el cielo de esta raza corrompida
Es la tierra que huella con sus pies,
Su Destino el placer, su fin la vida,
Y en moral sublime el ¡interés!...
 
   Díla a una Madre tú, que del profundo
Del alma dó su mano la plantó,
Aun, resguardada al huracán del mundo,
Una flor de virtud no se arrancó.
 
   Que en vano... polvo, escombros y maleza
Amontonó sobre ella el vendaval
Que aún conserva un esmalte de pureza,
Como rosa guardada en un fanal!
 
   Que marchita tal vez, descolorida...
Porque a la luz del cielo no creció!
Su perfume balsámico en mi vida
Más de una vez fragante derramó.
 
   Y el aquilón sañudo entre sus hojas,
Como el aura en las cuerdas de un laúd,
Al son hizo mezclar de mis congojas
Acentos ¡ay! de amor y de virtud.
 
   Díla, sí!... que estos nombres sacrosantos
Donde ella los grabó, fijos están:
 
Y que siempre al gemido de mis cantos
En unísono acorde se unirán.
 
   Que todo es de ella, cuanto el alma encierra
De puro y grande, y noble y celestial;
Y también de ella, si quedó a la tierra
Centella alguna de calor vital.
 
   Que arrebatado en vértigo inconstante,
De borrasca en borrasca el corazón,
Si abrigó solo efímera, un instante,
Cada quimera de fugaz pasión,
 
   Hubo siempre un afecto intenso, fijo,
Y un eterno suspiro de pesar
Del joven no... del corazón del hijo,
Que a nadie supo así constante amar!
 
   Y ese celeste amor, como un sagrario
Puro el recinto conservó tal vez,
Tutelar alejando del santuario
De bastarda pasión la embriaguez.
 
   Siempre radiante, y luminosa, y pura,
Presidió allí subida en el altar,
Y nunca... aun adorada... la hermosura
Al ara en que ella está, pudo llegar.
 
   Nunca humana belleza su memoria
En mi mente frenética eclipsó;
Nunca la más querida, en su victoria,
La copia de ese rostro recibió.
 
   Y si a pasión funesta no fue escudo,
Pena del cielo a un corazón infiel,
Del despecho, mortal librarme pudo,
Y al tósigo endulzar la amarga hiel!...
 
   Que cuando triste al contemplar dó quiera
Reyes del mundo al crimen y al dolor,
A la eterna bondad llame quimera,
Y blasfemé del mundo y su Hacedor,
 
   Su imagen entre nubes refulgente
Salía, como el iris oriental
A sostener el corazón doliente,
Y contra el genio a protestar del mal.
 
   Ella rasgaba ante mi vista el velo
De esa horrible verdad que nada ve,
Y por ella volví piadoso al cielo
Mirada ansiosa de esperanza y fe.
 
   Que ella me la inspiró... recuerdo ahora
Que una plegaria al murmurar los dos,
Aprendí a amar al Dios a quien adora...
Porque Madre también tuvo ese Dios!
 
   Y hoy al mezclar en mi oración su nombre
¡Creo al Señor! gritando en mi impiedad:
-«Si tiene Madre sobre el mundo el hombre,
»Madre tendrá la triste humanidad.»
 
   ¡Ay! díla, en fin, que unida al fondo mismo
Del corazón que un mundo devoró,
Pegado a las paredes de un abismo,
Dó ni cenizas hay de cuanto ardió!
 
   Escrito un nombre brilla venerando,
Y una llama, a par de él, arde inmortal,
Dó eterno y sólo quedará brillando
El nombre suyo y el amor filial!
 
   Háblale así... tu comprimido labio
Repita el voto que mi voz te presta;
Ella creerá a tu boca la protesta
Que con ósculo ardiente sellará.
 
   Y llorosa postrándose a tus plantas
No a ti te mirará, mirará al cielo,
Y en respuesta a tu acento de consuelo,
A la Madre de Dios por mí orará.
 
   ¡Oh!... ¡Quién la viera en su actitud sublime,
En las alas tendiéndose del alma,
Por llevar hasta mí la dulce calma
Que el cielo preste en premio a su oración!
 
   ¡Y quién besara su adorable mano
Cuando por fin de su plegaria ardiente,
Derrame con fervor sobre tu frente
Su solemne Sagrada bendición!
 
   ¡Oh!... llegará hasta mí, Madre querida!
Tu esperanza y tu fe no será en vano;
Y el signo Santo de tu augusta mano
Propicio sobre mí vendrá a caer.
   Y, misterioso lábaro, descienda Del enemigo
mundo en la batalla, Mi corazón, como invisible
malla, De la traidora suerte a guarecer.
 
   Y apure el mal su copa de amargura,
Y remache sus hierros el Destino,
Y en borrascoso eterno torbellino
Despedaces el orbe en derredor;
   Que en tanto pueda iluminar fulgente
Tu astro de paz mi soledad sombría,
Mientras tú me bendigas, Madre mía,
Cielo habrá para mí, mundo y amor!
 
               En las ruinas de Itálica

Improvisación

   También muere el sepulcro. ¡También murió la historia!
Hasta en la tumba efímero se humilla nuestro ser:
Las ruinas son un sueño, su vida es la memoria:
Vida y memoria llegan los siglos a perder.
 
   No ha mucho aquí se alzaron columnas a millares,
De un pueblo imperatorio severo pantëón,
Las ruinas se acabaron; y mieses, y olivares
Robaron a los muertos su póstuma ilusión.
 
   En choza convertido, donde el zagal se aloja,
El antro de las fieras del ancho circo está.
Itálica!... responden los versos de Rioja:
De Itálica los ecos, nada responden ya.
 
   Así de almas en ruinas, que florecieron antes
Sólo recuerdos guarda la lúgubre mansión:
Evocad ¡ay! su vida en páginas amantes,
No en la caverna muda del seco corazón.
 
               El sueño de Endimión
                Para un álbum (en La Coruña)
   Reclinada la frente entre beleño
Yace Endimión dormido en la montaña,
Mientras del cielo que su oriente empaña,
Leve Dïana desarruga el ceño.
 
   Callada sigue su amoroso empeño,
Rebozada en la luz que al joven baña:
No era para un mortal dicha tamaña;
Y él sigue hundido en su aplomado sueño.
 
   También así, Señora, en el olvido,
So la quiebra más honda del Parnaso
El que mi númen fue, yace rendido.
 
   Movéis de Oriente el rutilante paso,
Y el triste sigue, a su pesar, dormido:
¡Su helada inspiración toca al ocaso!
 
               La sirena del norte
   Un tiempo fue que la falaz Sirena
Del mar de Mediodía
Sobre las rocas de la costa helena
Las naves en el piélago sumía.
 
   Que ya entonces el hado revelaba
Al hombre sin ventura,
Que también el placer la vida acaba;
Que también es un monstruo la hermosura!
 
   Ya el Egeo tan pérfidos cantares
No escucha, ni el Euxino.
Cuando la muerte corre aquellos mares,
Truena como el cañón de Navarino...
 
   Más felices del Norte las regiones
Aún tienen su cantora;
Que no siempre de crudos aquilones
Domina allí la furia bramadora.
 
   De aquel mar la Sirena melodiosa
Es nuncio de consuelo;
Cuando ella canta, el pescador reposa,
Huyen las nubes... se serena el cielo.
 
   Vésela entonces parecer ligera
Cual niebla de verano,
O en los bosques vagar de la ribera,
O surcando la espuma del Océano.
 
   Luce a veces cual raudo meteoro,
Sobre el oscuro monte;
O allá, cayendo el sol, cual nube de oro,
Asoma sobre el líquido horizonte.
 
   Ora se asienta en el escollo alzado,
Que el huracán azota;
Ora sobre un bajel abandonado,
A la merced de las tormentas flota.
 
   Busca la vista alguna vez en vano
Dó resuena su acento:
Otras también la voz del Océano
Su voz asorda, o se la lleva el viento.
 
   Yo la vi un tiempo en mi natal ribera
De la noche a deshora,
Tender fulgente en la estrellada esfera
Ráfaga hermosa de boreal aurora.
 
   De allí sus alas cándida agitaba
Cual cisne en su laguna,
Y en el arpa de nácar que pulsaba,
Vibrar me pareció rayo de luna.
 
   Lejano empero a mi sentir huía
Su remontado acento;
Tal vez allá lograban su armonía
Los globos percibir del firmamento!...
 
   Mas tendió al fin su pavonado manto
La noche; y más vecino
Fueme ya dado interpretar su canto,
Y su concierto comprender divino.
 
   Pasado había el áspero bramido
De equinoccial tormenta;
Era ya el tiempo en que el flotante nido
Sobre las ondas el alción sustenta.
 
   La atmósfera brillaba transparente,
Melancólica y pura,
Cual siempre brilla en la estación doliente
En que su último adiós dice natura.
 
   Chispas brotaba de argentada lumbre
Fosfórica la playa,
Y allá se veía en la enriscada cumbre
La hoguera relucir de la atalaya.
 
   Sobre la mar las barcas vagarosas
Del pescador se mecen,
Que ora cruzan cual sombras silenciosas,
Ora con mil antorchas resplandecen.
 
   Y el fruto de su afán de cuando en cuando
Cual ufano guerrero,
Sobre el marino caracol soplando,
A las playas anuncia el marinero.
 
   Al pie solloza de la vieja ermita
El búho sus congojas:
La ráfaga de otoño el bosque agita,
Y arrancadas volar se oyen las hojas.
 
   Entonces fue cuando elevó su acento
La escondida Sirena:
Yo no la vi; no revoló en el viento;
No apareció en las ondas, ni en la arena!
 
   Allí sonó do escombran la ribera
Religiosas ruinas;
Allí rústico templo un día fuera;
Allí oró el pueblo fiel de las marinas.
 
   Minó la mar sus frágiles cimientos
Al altar de la aldea;
Las ondas derribáronle y los vientos,
Y cubrirále en breve la marca.
 
   Allí se oyó en voz; allí el sonido
De su arpa soberana;
Dulce cual melancólico gemido,
Solemne como el son de la campana.
 
   Eran sólo infelices pescadores
Los que su canto oían;
Del puerto los tranquilos moradores
Del primer sueño en la quietud yacían.
 
   Y en tanto yo, cavé una cruz sentado,
Absorto y vigilante,
En vez oí de oráculo inspirado,
Que así cantó sencilla al navegante:
 
   «Incierto surcador del Océano,
Que ante su yerma inmensidad perdido,
Rumbo buscas al término lejano
Del hemisferio antípoda escondido,
       Sigue, sigue atrevido
       Tu audaz seguro vuelo,
Y allá en los altos mares te abalanza:
Su inmensa soledad es tu esperanza...
       Tu guía está en el cielo!
 
   »Un tiempo fue que el mísero marino
Senda en esos desiertos no tuviera,
Y en la noche del mar fue su camino
La cercana extensión de la ribera.
 
       Indefensa y ligera
       Jamás la débil quilla
De los rudos escollos se alejaba,
Y el primer soplo de aquilón sembraba
       De fragmentos la orilla.
 
«Mil Caribdis entonces abismosas
De monstruos y terror el mar sembraron,
Y las columnas de Hércules famosas
Las puertas del Océano cerraron.
       En vano se lanzaron
       Aquellos hombres fieros
A recorrer del orbe los caminos;
Que la tierra, en sus ámbitos mezquinos...
Los cerró prisioneros!
 
»La tradición guardó de los mortales
Fama de un universo allá escondido,
Y al recordarle el hombre en sus anales
Tristemente escribió: ¡Mundo perdido!
       Más breve: fue que henchido
       De ignorancia altanera,
Llamar osó quiméricas visiones
A las vastas incógnitas regiones
       Do llegar no pudiera.
 
    »Y al fin brilló una noche de ventura
En que, en la erguida popa reclinado,
El nauta al fin interrogó a Natura
Sobre el rumbo a los hombres ignorado.
       No, no, clamó inspirado:
       Su inmensurable vía,
No en tan estrechos límites se encierra,
No brillará jamás desde la tierra
       El fanal de mi guía.
 
   »De ese desierto inmenso los destinos
Sólo otra eterna inmensidad iguala.
De ese Ponto ignorado los caminos
Sólo el celeste Océano señala.
       Su bóveda es mi escala;
       Allí tiene mi vuelo
Marcadas ya sus rutilantes huellas:
Yo surcaré la esfera y las estrellas...
       Mi camino es el cielo!
 
   «Mas ¡ay! que alguna vez negros crespones
Ante su inmóvil faro se tendieron,
 
Y entre olas de aplomados nubarrones
También los astros náufragos se hundieron.
 
       ¿Dó entonces se acogieron
       Las pavoridas näos?
¿Quién rasgó de natura el manto denso?
¿Qué antorcha pudo iluminar lo inmenso
       De aquel profundo caos?
»¿Quién sino Dios, entre un oculto Cielo.
Mediador puede ser y el Océano?
A descorrer su impenetrable velo,
¿Cómo llegara de un mortal la mano?
       Preciso fue un arcano;
       Pudo en la tierra solo
Un misterio recóndito, profundo,
Marcar el cielo... y revelar al mundo
       La brújula y el polo.
 
»¿Do vas? ¿Do vas, huyendo la ribera?
La ignorancia gritó.» ¿Por qué ese cielo,
Por qué ese norte buscas, do te espera,
La eterna noche y el eterno hielo?
       Y a su imbécil recelo
       Impávido el marino
Mostrando alegre el polo refulgente,
He allí, clamó, en la bóveda esplendente,
       Una estrella, un Destino...
 
   »He allí brillar la inmóvil atalaya
De donde vela Dios sobre mi suerte.
Mientras luce, estrellándose en la playa,
Siniestra espuma de naufragio y muerte.
       Sus!»- Y a su voz, más fuerte
       Que el piélago iracundo,
El ondulante pabellón alzóse,
Y al fin... siervo el Océano postróse
       Ante el señor del mundo.
 
   »Viéronle allá las tierras de Occidente,
Y más allá le vieron nuevos mares...
Y más allá volver por el Oriente
Le vieron, con asombro, sus hogares
       De tormentas y azares
       Triunfador en su vuelo,
Sin fanales, sin ruta, sin ribera,
Do le plugo llegar, llegó do quiera.
       Guiado por el cielo...
 
   »Deja, deja los riscos espumosos
Marinero, a los fieros huracanes:
Ni esas faros te guíen engañosos
Incendios ¡ay! tal vez... tal vez volcanes
       La luz de tus afanes
       No alumbra en ese suelo;
Allá la busca en mares sin orilla,
Do encendida por Dios, eterna brilla
       La inmóvil luz del cielo.
 
   »Y tú, infeliz habitador del mundo,
Que en procelosa vida navegante,
También ignoras de ese mar profundo
El misterioso término distante...»
 
   Súbita en esto ráfaga del monte
Sopló sobre los mares,
Y arrebató perdido al horizonte
El postrimero son de sus cantares.
 
   No más oí de la gentil Sirena
El concierto divino:
Sino el tumbo del mar sobre la arena...
Y el bronco son del caracol marino!
 
               Al Acueducto de Segovia
   Cuando sumido en tinieblas
Sus párpados cierra el mundo,
Y en paz los pueblos remedan
La calma de los sepulcros;
 
   Cuando en mi frente clavados
No están ojos importunos,
Y puede elevarse al cielo
Sin apariencias de orgullo,
 
   Cuando no sigue mis pasos
Mirada necia del vulgo,
Que acechar pretende en ellos
Un fin a mí mismo oculto,
 
   Cuando me es dado dar suelta
Desde el seno en que los hundo,
A los suspiros que ahogo,
Con las lágrimas que enjugo.
 
   Cuando turbias las estrellas
Prestan su brillo confuso,
Y por parecer más solos
No da sombra cuerpo alguno.
 
   O la luna en el ocaso
Su disco menguado y mustio
Esconde, y blanquea el cielo
Un reflejo del crepúsculo.
 
   Place a mi dolor entonces
Abrigarse taciturno
De la colosal arcada
De ese gigante acueducto.
 
   Pláceme inciertos los pasos
Al pie de su inmenso muro
Deslizar encapotado,
Como fantástico bulto.
 
   O allá a su extremo, sentado,
Mirar sobre el fondo oscuro
De una población dormida,
Y se un horizonte turbio.
 
   Como en las nubes descuellan
En festonado dibujo,
Ligeros los mismos arcos,
Que sobre el suelo robustos,
 
   Con veinte siglos de peso
Quieren aplastar al mundo...
Padrón de antiguas edades,
De nuevas eras preludio.
 
   Entonces sobre su mole
Y sobre su edad me subo,
Y de la tierra elevado,
Cual leve vapor nocturno,
 
   De otros tiempos y otros hombres;
Razas y pueblos descubro.
Acalla entonces mi pecho
Sus suspiros importunos,
 
   O sorda el agua mugiendo
Los confunde en su murmullo;
Que el rumor que por las bóvedas,
Hace el raudal en tumulto,
 
   Sobresaliendo a compás
En el silencio profundo,
Parece el resuello eterno
De un pueblo entero difunto,
 
   De una raza de gigantes
Dormida en aquel sepulcro...
Y cercado de tinieblas
Como el monumento al gusto,
 
   Alzando bronco mi acento
sobre su acento confuso,
Estrellando entre sur arcos
Mi voz, creyendo en mi orgullo,
 
   Que de su sueño de piedra
La inmoble paz interrumpo,
A solas con el coloco
Le interrogo y le conjuro.
 
   Obra gigante de gigante raza,
Portento de la tierra y de los hombres,
Que por más noble, inmemorial los nombres
De tu artífice ignoras y tu edad.
   Rúbrica colosal, que un pueblo eterno
Estampó con su planta soberana,
Arco del triunfo que en audacia insana:
Sobre el Tiempo alcanzó la Humanidad.
 
   Puros en vano en tu horadada cumbre
Los raudales benéficos deslizas,
Que en la antigua ciudad que inmortalizas,
Vierten vida a torrentes, y frescor.
   De ese raudal, los hombres al nombrarte,
Cual si por él no fueras, se olvidaron,
Y Puente un siglo y otro te llamaron,
Puente no más!... tu pueblo admirador.
 
   Que un puente fue la colosal empresa
Del que asentó robusto tu cimiento:
Puente, so el cual pasara turbulento
De mil generaciones ancho el mar.
   Puente sobre el abismo de los tiempos
Por la mano del hombre suspendido,
Que a un porvenir podrá desconocido
Un pasado recóndito enlazar.
 
   Viera la tierra ya los anchos ríos,
Aún de inmenso diluvio rebramando,
En cauce estrecho, a en pesar, entrando,
Del hombre al yugo su torrente uncir.
   Y a esos seres de un día, triunfadores
Viera ya de las olas y los vientos,
Al Océano mismo en sus cimientos,
Con cadenas de diques reprimir.
 
   Ya el Eúfrates y el Tigris domeñados
Sufrieran de Babel torres y puentes;
So altas moles doblaban reverentes
Tajo y Danubio la vencida sien,
   «Raudos empero más, un pueblo dijo,
Y en ciego rodar desvastadores,
Del hombre mismo corren los furores...
Yo sobre ellos un puente haré también!
 
   »Y sobre las oleadas de otros pueblos,
Y sobre sur tormentos y avenidas,
Probemos en cien arcos esculpidas
Las huellas a estampar de nuestros pies.
   »Y que pasen las razas venideras
Bajo el trofeo que su frente abruma,
Sin dejar, ni las manchas de la espuma
Que salpiquen en él dando al través.
 
   »Y por diadema de su sien altiva
Que perenne y fugaz orle su frente,
Raudal fecundo que los siglos cuente,
Cual péndola inmortal de ese reló.
 
   »Y que al compás de su mudanza eterna
Su duración robusta se acrisole.»
-Dijo, y alzando tu soberbia mole...
A un tiempo río y puente construyó.
 
   Y tus gigantes arcos se extendieron,
Y en su cima las aguas resbalaron,
Y los siglos vinieron, y estrellaron
En tus pilares su rugir feroz.
   Y tú, en silencio, inmoble los miraste
Bajo tus plantas humillar su orgullo:
Pasar, y de tus aguas el murmullo
Ahogar solemne su soberbia voz.
 
   ¿Quién sabe lo que viste de esa altura?
¿Quién leerá los anales de tu historia?
¿Quién pudiera a en frente la memoria
De esa frente maciza trasladar?
   ¿Quién sabe si a los hijos del Oriente,
Poblando estas incógnitas orillas,
De Nínive y Babel las maravillas
 
Plugo en imagen noble reflejar?
   ¿Quién si de ilustre sociedad perdida
Allá en la noche de los siglos densa,
Tus grandes restos, y de ciencia inmensa,
Y de un arte magnífico serán?
   ¿O si en bárbara edad animó el cielo,
Con poderosa inspiración altiva,
-El brazo de esa raza primitiva
Que solo el nombre nos dejó de Hispan?
 
   ¿Quién nos dirá si el águila de Roma
Humilló a tu grandeza su arrogancia?
¿Si acaso, asoladoras de Numancia,
Acampó sus legiones a tus pies?
   ¿O si Viriato y su indomable hueste
Cayendo de los cerros carpentanos,
En tu bóveda osó de sus tiranos
Colgar en triunfo el arrancado arnés?
 
   Si te hallaron ya en pie, ¿qué te dijeron
De la ciudad eterna los señores?...
Que envidiosos de ser tus fundadores,
Cual hijo te adoptaban imperial.
   Y dejaron dudando a las edades
Si ellos sellaron con tu planta el suelo,
O si fuiste más noble, alto modelo
A su familia de obras colosal...
 
   Y más tarde, de pueblos la marea,
Que a renovar la humanidad esclava
Al Austro el Norte vengador lanzaba,
Desbordado en inmensa inundación.
   Paró a tus pies, y el genio de sus triunfos
Señaló a su furor otro camino,
Porque, instrumento del furor divino,
No leyó sobre ti su maldición.
 
   En reflujo espantoso el Mediodía
Revolvió sus falanges y escuadrones,
Y viste desplegar sus pabellones
A tu sombra a los hijos de Ismael.
   Mas al probar su alfanje en tus pilares
De la sed del desierto se acordaron,
Y ese raudal benéfico adoraron,
A quien sirves de altar y de dosel.
 
   ¡Cuántos después sangrientos y feroces,
Cuántos pueblos cobardes o livianos;
Cuántos gigantes... a tus pies, enanos,
Estrelló imbécil una y otra edad!
   ¡Cuánto acento y rumor, gritos e idiomas
Asordaron la voz de tu murmullo!...
¡Hoy sobre los sepulcros de su orgullo
Sólo anima tu voz la soledad!...
 
   Sola tu voz quedó de tantas voces!...
Y sólo tú de tantos monumentos
Que el humano furor, con sus cimientos,
O el brazo del Eterno niveló.
   Y al terremoto que aplastó los montes
Sobre las huellas de Babel borradas,
Sobre Tiro y Tadmur desamparadas,
Tu pedestal sencillo no tembló.
 
   Sopló la ira de Dios... y torres, muros,
Plazas y circos, pórticos y altares,
Alcázares, castillos y alminares
Dobláronse, cual cañas, a un vaivén.
   Ni defendió sus santos mausoleos
La muerte misma en su recinto helado;
Ni quiso Dios del surco del arado
Libertar su santuario de Salén!
 
   Pero a ti, sí!... que el agua de los cielos
Viertes fecunda en la mansión del hombre;
E igualas, sin curar de raza y nombre,
Al rico y pobre en tu precioso don.
   A ti plugo al Señor en su venganza
Olvidar cual recóndito tesoro...
Eterna Providencia, yo te adoro!...
Tú eres, obra gigante, su padrón.
 
   Tú estás ahí para ensalzar su nombre,
Tú estás ahí para cantar su gloria,
Tú estás ahí para vengar la historia,
Y proclamar severa una verdad.
   Tú ahí quedaste a revelar al mundo
Lo que los hombres de otros tiempos eran,
Y a confundir los hombres que quisieran
Ostentar hoy su estéril vanidad.
 
   Que decirles te es dado:-«Raza imbécil,
Gárrula eleva efímeros escombros,
Nunca más que a la altura de tus hombros,
Nunca más que a tu rápido vivir.
   Y sin fe el corazón, sin cielo el alma,
Tímido y bajo de tu mente el vuelo,
 
»Sólo a arrastrarte raudo por el suelo
El humo de tu ciencia haces servir.
Dó es nada el corazón, muerte se crëa,
Y polvo cuando es polvo el pensamiento:
Quien elevó a las nubes mi portento,
Su espíritu elevaba más allá.
   Y era más que un mortal el ser gigante
Que en el mundo tan grandes y tan bellas,
Pudo estampar las portentosas huellas
Que pie de otro mortal no borrará.»
 
   No, no las borrará; podrá insultante
A esos siglos llamar bárbaros, fieros;
Y esos siglos, en pie, verán severos
Más que tu agua su acento hüir veloz.
   Y de lo alto verán de esos pilares
Disiparse a sus pies su vano orgullo,
Pasar, y de tur, aguas el murmullo
Ahogar solemne su blasfema voz.
 
   ¡Ay!... pasaremos, sí; de nuestra nada,
¿Qué podremos dejar a nuestros nietos?
Escombros, cementerios, esqueletos,
Padrón de esta sangrienta bacanal,
   Dó en breve sobre un suelo de cenizas
Podrá, vagando atónito el viajero,
Romanas piedras encontrar primero
Que el polvo de esta raza criminal.
 
   Henos aquí del cielo maldecidos,
Que a acelerar el triunfo de su saña
Nos da el tiempo y la muerte su guadaña
En vértigo infernal de destrucción.
   Y ruinas, sangre y mortandad cruzando
Al ebrio profanar de un sacro nombre,
La ley del cielo y la razón del hombre
Arrastramos a un mismo panteón.
 
   Henos aquí! Posteridad tremenda,
Tú te alzarás, y en tu robusta mano
La fuerza imbécil de este siglo enano
En tu balanza pesarás fatal.
   Con los gigantes que en jugar grandioso,
Con piedras al descuido y sin cimiento
Al agua a devorar dieron, y al viento
Y a nosotros también, su obra inmortal.
 
   Ellos fundaban en el aire ríos;
Ellos colgaban de las nubes puentes
Que eternos las hicieran sus torrentes
Sobre los hombres pródigas verter.
   Y nosotros también montes alzamos...
De ruinas y de piedras sepulcrales!
Y sobre ellos después anchos raudales
De sangre hacemos bárbaros correr...
 
   Y en tanto tú, sagrado monumento
Sordo a nuestros estúpidos clamores,
Nuestra impotente rabia y sus furores
Como agua de turbión oirás crujir.
   Y cuando el inundo ya no sepa el nombre,
De este siglo decrépito e infecundo...
Acaso puedas abrumar al mundo
Con un nombre que aguarda el porvenir.
 
   Díselo, sí; los pueblos venideros
En ti lean el nombre soberano
Del pueblo que te alzó, y en humo vano,
El nombre nuestro esparzase veloz.
   Ríe, si hoy a tus pies brama cual trueno
Entre montañas... su impotente orgullo
Pasará, y de tus aguas el murmullo
Ahogará al fin su tormentosa voz!
 
               El quince de octubre
               Al general don Diego León,
               Primer conde de Belascoain
   Que pase el tiempo! cálida, humëante,
Aün del lívido tronco palpitante,
       La noble sangre brota;
   Aún, no humillada en desigual pelea,
Pabellón de venganza, al aire ondea
       Aquella lanza rota!
 
   Aún le vemos cruzar bello y bizarro,
Cuando eclipsaba su enlutado carro
       El esplendor de un sólio;
   Cuando erguía, en magnífica grandeza
Por recibir el lauro, su cabeza,
       De un fatal capitolio.
 
   Aún miramos un pueblo consternado,
En silenciosa execración postrado,
       Conjurando al Destino;
   Y en medio de sus llantos y oraciones,
Señal de muerte dar cuatro sayones;
       Detrás... un asesino!
 
   Aún hierve en ¡sangre el empapado suelo;
Y alzan en tanto en derredor su vuelo
       Fatídicos vampiros.
   Mientras... ¡ay Dios! por cantos de alabanza
Sólo nos quedan... gritos de venganza,
       Sollozos y suspiros!
 
   Denso se esparce ante los turbios ojos
Vapor sangriento, que levanta rojos
       Espectros maldecidos.
   Ni articula la trémula garganta
La voz robusta que a los héroes canta
       Con dolientes quejidos.
 
   Que pase el tiempo!... Que el crespón de duelo
Nos muestre en breve iluminado el cielo
       En fúlgida diadema:
   Que al evocar al Héroe inmaculado,
No alcemos en su túmulo sagrado
       Voz triste de anatema.
 
   Que pase el tiempo!... y sin horror, ni llanto,
Bajo el etéreo, esplendoroso manto
       Que le vistió la Gloria;
   Descubramos al sol del mundo entero
La estatua santa del postrer guerrero,
       Que hoy alza nuestra historia.
 
   Tal vez faltaba en la civil campaña
El héroe digno a sustentar de España
       El timbre hidalgo y fiero:
   Faltaba al pie de un trono derrocado
Un nombre... con la sangre rubricado
       De un mártir caballero!
 
   Lucharan ¡ay! en pos de breves glorias
En arenas de estériles victorias
       Valientes los hispanos.
   Juguete, empero, de alevosa afrenta
Los vio la Patria, al demandarles cuenta,
       Víctimas; no villanos.
 
   Allá al morir al pie de su bandera,
Ni aun engañada, la lealtad sincera
       Fue a los bravos abono.
   Que vencedores al mirarse un día,
Por libertad hallaron tiranía,
       Y en orfandad el trono.
 
   Los que, vivos, leäles se contaron,
Atónitos, proscriptos, reclamaron
       Su nombre y sus pendones.
   Los muertos, en su túmulo sin brillo...
Acaso demandaban un caudillo
       En sus tristes mansiones!
 
   Y fuiste tú, la prez de los leales...
Fuiste, entre los valientes inmortales
       El mártir escogido!
   No te guardaba el cielo la victoria,
Sino enlazar al nombre de tu gloria
       La causa del vencido!...
 
   Que el mundo así te admire y te comprenda,
Cuando en las aras de tu santa ofrenda
       Mártir te consagramos.
   Cuando del puro honor del pueblo ibero
Última prez, y del valor guerrero
       Campeón te aclamamos.
 
   Que seas tú, de nubes circundado,
El Genio tutelar que a nuestro lado
       Nos asista serenos,
   Cuando suene en la lóbrega tormenta
De este siglo de horror, la hora sangrienta
       De morir como buenos!...
 
   Ya te vieron así!... genios fatales
Para honrar tus sangrientos funerales,
       A otros héroes llamaron.
   Y a la muerte acudieron tus valientes;
Y de tu sombra en sus radiosas frentes
       La aureola reflejaron.
 
   Montes, Quiroga, Bória, Gobernado
Galopando te vieron a su lado,
       En su postrer momento.
   Tu voz como en el campo conocían;
Y por dicha, al morir, obedecían
       Tu respetado acento.
 
   Allá en los días de la lucha fiera,
Cerrar como Lëon, mil veces fuera
       Acento de victoria.
   Ora en el trance de su triste duelo,
Morir como León, sea consuelo,
       Y galardón de gloria...
 
   Que pase el tiempo!... cálida, humeänte.
Limpiad, ¡ay! de su tronco palpitante
       Esa sangre que brota.
   Que siempre invicta, en la marcial pelea...
Sagrado pabellón al aire sea
       Su noble lanza rota!
 
               Último amor
   Es bello, sí, en la aurora risueña de la vida
El palpitar primero de amante corazón;
Bello sentir brotando del alma sorprendida
La perfumada lágrima de la primer pasión.
 
   Bello, como en mañana se ve de primavera,
Blanco espino en los bosques florido aparecer;
Tierno, cual joven madre siente la vez primera
Nueva preciosa vida su seno estremecer...
 
   Sí; ¡recuerdo dulcísimo, memoria encantadora
Que desvanece efímera la sombra de otra edad!
Cuando pasó el perfume, la brisa de esa aurora,
Nada ¡ay! al alma deja la amarga realidad!...
 
   Mas ¡ah! si en pos las nieblas de una estación más triste
Tienden sobre la vida su cárdeno color.
Y en prematuro otoño el corazón se viste
Con las últimas flores del árbol de amor...
 
   Ah! más tierna, más bella, más esplendente y pura
La luz de ese crepúsculo se esfuerza a revivir;
Con fuerzas más volcánicas el corazón apura!
Las últimas delicias de amar y de sentir.
 
   Cual aves fugitivas a su antigua enramada,,
Las ilusiones tornan del juvenil ardor.
¡Oh! ¡cómo encuentra entonces el alma fatigada
De olvidados placeres, el último, el mayor!
 
   Qual retirado albergue, cual templo solitario,
Del mundo en los confines parece la beldad;
Es más que nunca el ídolo que eterno en el sagrario
El corazón eleva, de su honda soledad.
 
   Que es solemne, sublime, un pecho lastimado
Ver... que el mundo con lágrimas abrevó y con su hiel,
De pasiones herido, de penas desgarrado,
Batido de los vientos de la fortuna infiel.
 
   Olvidando pesares, fortunas y pasiones,
Y su inconstancia misma, de un ídolo a los pies;
Y adormecerse en sueño de infantiles visiones
En los brazos de un ángel... para morir después!
 
   Así fue un tiempo, hermosa, que si ángel pareciste
A mis ardientes ojos, de esperanza y de amor,
Entre sombras de dudas, y de silencio triste,
Dejé venir misántropo la noche de mi horror.
 
   Mas hoy... jamás idólatra tanto subió, y sincero,
Arrebatado el éxtasis de la primera edad.
Cuando mi voz te dijo: -«Tú eres mi amor postrero»,
No, no empañaron dudas la fe de mi verdad.
 
   Verdad, verdad!... bien mío... tu angélica hermosura
Tenga en mi último voto su triste galardón.
Destino reservaba la suerte a tu ternura
De entregarle aherrojado mi inquieto corazón.
 
   Verdad!... que un día al menos de este vivir de duelo
Que del mundo en los límites tú sola endulzarás,
Descanse en la promesa con que me liga el cielo...
Después de ti, ángel mío... yo no amaré jamás!
 
   Santa como la tumba sea esta fe jurada,
Santa como postrera, si triste, mi pasión,
Y santos, recibiéndolos tu imagen adorada,
Los últimos suspiros que exhale el corazón;
 
   Y eternos!... que a tus plantas ya no serán fugaces
Los que del borde se alzan... tal vez de un atäud;
Eternos, ya que un tiempo, creyéndolos falaces,
Los sofocó adorándote mi ardiente juventud.
 
   Hoy ven, amada mía...Se el árbol postrimero
A cuya sombra plácida me siente a reposar
En cuyo aroma aspire fatigado viajero
Perfumes que no tienen la rosa ni azahär.
 
   Ven a tomar mi vida, mi frente fatigada,
¡Ay! si oprime un seno, reclínala a tus pies;
Mulle de tus caricias la postrimer almohada,
En que repose el alma... para morir después!
 
   Y una sonrisa tuya sea el purpúreo rayo
Del sol que alumbre espléndido mis horas de vivir.
Tu voz, la melodía que en mi final desmayo
Preludie las que pueda sobre el Empíreo oír..
 
   Y tu aliento balsámico la brisa que me orëe,
Y un beso de tu labio la regalada miel,
Que al despedir al mundo mi labio parladëe.
Tras el amargo dejo de su copa de hiel.
 
               A don José Zorrilla
Poeta, ven y cantemos
A una voz nuestros amores;
En un arpa los lloremos;
Que bien cobijarse vemos
A un árbol dos ruiseñores.
(Don José Zorrilla al autor.)
 
   No, Poeta, no más en arpa triste
Cante de amores lánguido un acento,
Que a conmover la tierra recibiste,
Y su eco a trasladar al firmamento.
Quebranta el voto que a mi duelo hiciste;
Dále, cual yo, con nuestro amor al viento;
Desdeña un árbol, y a tus trovas bellas
La copa busca de un pensil de estrellas.
 
   No Poeta, no más cantar amores,
Leve flor de una aurora de la vida,
Que ni del sol resiste a los ardores,
Ni del cierzo a la ráfaga aterida.
Brota sobre este tronco de dolores;
Y aunque fragante a veces y encendida,
Al primer soplo del mundano aliento
Secas sus hojas desparrama el viento.
 
   No ¡ay de mí! ruiseñor en los rosales,
Ni entre los mirtos amoroso anido.
Hijo del mar, sus rocas y arenales
Me dieron su tristeza y su gemido.
El cierzo y los contrarios vendavales
Fue el céfiro en mi cítara mecido;
Mi césped blando y mi musgoso lecho
Verdosas algas y marino helecho.
 
   Dejemos ¡ay! en su inocente sombra
Los pájaros dormir, y en sus arrullos;
Dejémoslos gozar sobre esa alfombra
Entre aromas, y brisas y murmullos;
Que esa senda que el cielo les escombra
De musgo, y grama, y flores, y capullos,
La cumbre no es dó al hombre peregrino
Sobre el mundo a trepar, lanzó el Destino.
 
   Y dejemos también esos volcanes
Allá en las nubes disipar su hoguera,
A esas almas batidas de huracanes,
Dentro fuego voraz, témpanos fuera;
Esa zona de horrores y de afanes
Dó nunca claro el sol se reverbera,
Sino a través de impuros nubarrones
Que alzan negras, del alma las pasiones.
 
   Y arrojemos por fin sobre la arena
Ese laüd de estériles dolores,
Dó, rotas ya las cuerdas, ronco suena
Sordo el bordón no más, llanto y furores;
Y en vez del arrastrar de esa cadena
Levantemos la voz, libres cantores,
Alta y robusta, que la escuche el suelo
El mundo sin rubor, sin ira el cielo!...
 
   Ese mundo... hele allí que se levanta
Con su millón de bocas, de gemidos,
Lanzando de blasfemias y alaridos
       Un rugido feroz.
   Hele allí con sus pompas y miserias,
Sus guerras, sus cadalsos y sus leyes,
Su libertad, sus pueblos y sus Reyes...
       ¿Quién oirá nuestra voz?...
 
   Que ¡ay! no la edad vivimos venturosa.
Que soberano del desierto el hombre,
Con sus cantos poblaba y con un nombre
       Su virgen soledad.
   O cuando a un pueblo ante un altar fue dado
Con una sola inspiración y acento,
Unísono elevar al firmamento
       El himno a su Deidad.
 
   Ya no existen ni templos, ni desiertos;
Naturaleza y religión pasaron;
Sólo los hombres míseros quedaron,
       Su mundo y su razón;
   Pues contra el mundo y su razón tronemos,
Aunque a sus ojos, de cosa edad pasada
Podamos parecer desenterrada
       Tremenda aparición.
 
   No importa, no, que en la Babel erguida
Que hacina en mil volúmenes su ciencia,
De lo alto nuestra voz su inteligencia
       Ostente desdeñar.
   Así en la excelsa socavada roca
Desdeña sorda el águila marina
El gemir del alción, que vaticina
       Los furores del mar.
 
   Mas no gemir; la Humanidad no muere!...
Bajel que Dios construye, no naufraga;
La noche cierra, y la tormenta amaga...
       Pero el Norte allí está!
   Un esfuerzo... una voz! y el marinero
Podrá bogando saludar la aurora,
Del que, en su afán desesperado, implora
       Un día... que vendrá!
 
   Y reanime su luz al esqueleto
De ese pueblo, hoy helado, en su camino;
El ardor de esa fe brille divino,
       Que apaga duda infiel.
   Pueda Judá los esparcidos huesos
Entre el polvo evocar de sus difuntos,
Y alzarlos vivos del sepulcro, y juntos,
       Al soplo de Ezequiel.
 
   Sí; muerta está en el campo, y corrompida
La sociedad, de Dios abandonada;
Sobre el polvo cayó desesperada,
       Sin vida y sin calor.
   Su vida y su calor eran del cielo;
Virtud y religión eran sus lazos;
Y los osó romper... y hecha pedazos,
       Ved sus restos de horror.
 
   Miradla ahí arrastrando entre ruinas,
Fría serpiente que el Señor condena,
U, hozando en los cadáveres, hiëna,
       Muerte y sangre pastar.
   Miradla ya, que en su postrer congoja
De un templo sin techumbre hace su nido,
O va a enroscarse al pedestal hundido
       Del apagado altar.
 
   Templos, altares, tronos y ciudades
En escombros los vándalos hundieron!...
Y ¿dó está la mansión que construyeron
       Con su ariete infernal?
   ¿Dó se levanta la ciudad atea?
¿Dó está tu trono, pueblo soberano?
¿A qué frente rodó, de tu tirano
       La diadema imperial?
 
   Esclavo siempre, la cadena al cuello,
Rompes el seno a la fecunda tierra,
Sin que el tesoro que madrastra encierra
       Compense tu sufrir.
   ¡Oh! esa tierra que cavas, no te dieron;
El cielo en que creías... te robaron;
Y las puertas del templo te cerraron
       En que orar y gemir!...
 
   Hambre y sed tiene el hombre en el desierto;
Corra un raudal por sur, arenas de oro,
Y a su murmullo mezclará sonoro
       Su eco nuestro laüd.
   Y a nueva y santa prometida tierra
De amor y paz y libertad le lleve,
Dó ley de eterna religión renueve
       Su vida y juventud.
 
   Verás entonces cuál bañada en lloro
Su vista al cielo con fervor levanta,
Y en pos su vista remontar su planta
       Al éter inmortal.
   Verás si el trono que en la tierra en vano
Reclamó altivo a sus antiguos dueños
Trocar quisiera por los ricos sueños
       De ese trono idëal;
 
   Verás cómo, las nieblas disipando
Y el hielo de en noche, el pensamiento,
Se abre a la luz del claro firmamento
       Sobre su ancha raïz.
   Y ansioso girasol, sigue los rayos
De ese astro eterno que en su empírea cumbre
A las terrenas plantas de su lumbre,
       Su perfume y matiz.
 
   Y al fin verás la estúpida mirada
Que en un sepulcro pretendió vacío
Todo abarcar el porvenir sombrío
       De la honda eternidad,
   Ardiente alzarse y reflejar radiosa
Ese sol de vivir, que en su occidente
Opuesto el iris deja ver fulgente
       De la inmortalidad...
 
   Mas si rico el tesoro de esperanzas
Si aún de ese soplo que arrebata el viento...
Guardar nos place al postrimer momento
       Y la vida con él!...
   En aromosa brisa de ventura
Nos place detener el torbellino,
Descuelga el arpa, trovador divino;
       Yo avivaré el pincel.
   Y sobre el negro fondo de dolores
Que aún en infancia al hombre cubre ahora,
Leve el trasluz de su cercana aurora
       El mortal pueda ver.
 
   Pueda en su cuna de dolor postrada
La triste Humanidad alzar la frente,
Rayar mirando en el purpúreo oriente
       Dorado amanecer.
   Es el carro de Dios... amor le guía;
Vuelve glorioso a redimir al mundo,
El caos antiguo a disipar profundo
       De mal y esclavitud.
   Viene a ceñir su túnica a la Esposa,
A orlar su sien de perlas y de flores,
Con soplo ardiente a fecundar de amores
       Su eterna juventud...
 
   ¡Oh!... Cantemos el himno a ese himeneo
Repita el mundo su eco melodioso,
Y en paz espere el porvenir glorioso
       Del terrenal Edén.
   E infúndanos la fe de nuestras almas,
Con tonos de tan mágica armonía,
Que circunde una aureola de ese día
       Nuestra inspirada sien.
 
   Y vendrá... vendrá el Tártaro y sus penas,
Y la horrísona Gehenna de gemidos,
Como a un conjuro a nuestra voz reunidos,
       Su grito a enmudecer.
   Y en sus cavernas lóbregas el eco
Repita en breve acorde a nuestro canto;
«Mísera Humanidad, enjuga el llanto;
Tu ley será el placer...»
 
   Mas mi canto ¡ay de mí! que en mi esperanza:
Vibrar ya oía en sones halagüeños.
Dichosa acelerando la mudanza,
Que vio mi mente en días más risueños,
Hoy, dulce amigo, a reflejar no alcanza
El esplendor de mis brillantes sueños,
Y en esfuerzo precoz desfallecido,
Antes de oïrse, pasará perdido.
 
   También cubrió con su capuz mi frente
La nube de dolor que envuelve al mundo
Sopló también sobre mi fe valiente
La duda de Satán su hálito inmundo:
Nada quedó de mi entusiasmo ardiente,
Mas que el recuerdo, por mi mal, profundo
De esa visión de gloria y de poesía
Que ¡ay!... me arrancó un suspiro de armonía
 
   Mi voz se agotó ya!... tardo el aliento
En murmullo apagado se evapora,
Sopló una noche abrasador el viento,
Y yermo el campo se encontró a la aurora!
Radiará en vano puro el firmamento,
Luz a torrentes dando brilladora:
Que mudo y ciego el ruiseñor, sin nido...
Lanzará en breve su final gemido!
 
   Oh tú, que inagotables, de armonía
Abrigas en tu pecho, manantiales,
Que el mismo Dios, como las fuentes, cría.
Y suelta al mundo atónito en raudales;
Tú a quien en su concierto envidiaría
El coro de los genios celestiales,
Tu hosanna alzando de uno al otro polo,
No conmigo ¡ay de mí! -canta tú solo.
 
   Más que el mundo tal vez desencantado,
Más que él sin fe, mi corazón se ahoga;
Más que el siglo, del bien desesperado,
Puerto no ve sobre la mar do boga;
Y la tormenta de arrostrar cansado,
Soltara acaso la amarrada soga,
Si entre el rugir del huracán no oyera
Ráfagas de tu voz cruzar la esfera...
 
   ¡Oh! más que al mundo, para mí, nacido,
A mí ese ëco salvador descienda.
Él, acaso, en su cäos confundido,
No al noble esfuerzo de tu canto alienda;
Para siempre en su error adormecido
No despierte a su son, ni le comprenda,
O en desacorde horrible a su armonía
Llore a tus risas... y a tu llanto ría!
 
   A mí aún me deja de esa edad que lloro,
Un eco el corazón, que ya no es mío;
Viejo instrumento que vibró sonoro
Yace sin cuerdas sobre el polvo frío.
Sólo aún repite de su alambre de oro
Sordo unísono el tono en su vacío...
Mas cuando Mayo con sus flores vuelva...
Ya te oirá solo, ruiseñor, la selva!
 
               Aquí empieza de El Belén
                            El artículo oficial(9)
   La Majestad soberana
Que en trono de eternidad,
De los cielos y la tierra
Rige el gobierno imperial,
A mí, pecador, indigno
De merced tan singular,
Humildemente postrado
Ante el místico sitial,
Donde anunciaron al mundo
La buena Nueva de paz,
Secretarios del Altísimo,
Lucas, Marcos, Mateo, Juan,
Y Pedro, el primado y jefe
De poder y autoridad,
Y Pablo, el doctor sublime
De doctrina y de moral;
Hoy, por último traslado
De su excelsa voluntad,
Me manda esta media noche
Que os venga a comunicar:
Que aquella Virgen Santísima,
Prole bendita de Adán,
Vástago de regia estirpe,
Por David y por Judá;
Esposa elevada al tálamo
Del Paráclito inmortal,
Que en el triángulo fulgura
De la Santa Trinidad;
Hija humilde de los hombres,
Y Emperatriz celestial
De los nueve coros de Ángeles
Que al lado de Dios están...
Cuya corona los cielos,
Las estrellas su collar,
Los rayos del sol su túnica,
La luna su pedestal...
Cabe un humilde pesebre
(Sin más casa, ni otro hogar),
-Dó consagrarán grandezas
De la más pobre humildad,
Suceso, que no bastaran
Los cielos a presenciar,
Ni menos el sólio espléndido
De la mayor Majestad-,
Ha parido hoy en Belén
Un Infante celestial,
Que ha de ser Rey de los reyes
Por toda la eternidad.
Que hoy ha dado a luz, al fin,
Al Príncipe singular
Que no tiene en este mundo
Su reinado terrenal;
Pero que al mundo desciende,
Moisés divino, a guiar
Por el Sarah de la vida
La pobre raza mortal
A la conquista de un cielo,
Donde su ley fundará,
En la herencia de su Padre,
Reino que no ha de acabar...
-Y sigue la Madre excelsa,
Que un Dios parido nos ha,
Después del parto glorioso,
No sólo en salud cabal,
Sino -¡oh prodigio inaudito
Que nunca a ser volverá!
En integridad incólume
De pureza virginal.

I

   Por tanto, manda y previene
La Suprema Autoridad,
Que preside a los Consejos
Del destino universal;
Que en correspondiente pompa
A tanta celebridad,
Cielo y tierra solemnicen
El nunca visto natal.
Que hasta las humildes pajas
Dó el recién nacido está,
Vengan hincados de hinojos,
Postrada al suelo su faz,
Reyes, que desde el Oriente
En adoración traerán
Los perfumes de la Arabia,
Los tesoros del Catái.
Y que mientras que a mostrarles
La profética ciudad,
Las estrellas por el cielo
Peregrinando vendrán,
A las rústicas majadas
Un Ángel baje a anunciar
La nueva de que ha nacido
El Pastor universal;
A quien, más ricos que Reyes,
Los zagales llevarán
El incienso de su fe
Y el oro de su humildad...
-En tanto verán los cielos
Coros de Ángeles cruzar,
A cuyo vuelo divino
Espantado Satanás,
Del infierno en lo más hondo
Mande las puertas cerrar;
Mientras que en el seno oscuro,
De hinojos el viejo Adán,
Circundado de los Padres,
Oyendo, y llorando, está
Cuál resuena entre las nubes
El angélico cantar:
«¡Gloria a Dios en las alturas,
Y al hombre en la tierra, paz!»

II

Manda al Ministro de Estado:
Que para inmortalizar
Hazaña de tanta gloria,
Y de tanta heroicidad,
Se prepare una Gran Cruz
Que el Infante tomará,
Que al Infierno ha de vencer,
Y que al mundo ha de salvar:
Cruz, que hincada en el Calvario
A los cielos tocará
Con dos brazos, que extendidos,
De Oriente a Poniente van.
Cruz, cuyo purpúreo esmalte
La sangre de un Dios será,
Que ha de fecundar a ríos
La herencia estéril de Adán...
Cruz, con guirnaldas de espinas,
Y leyenda singular
Con letras, que misteriosas,
Todas las lenguas leerán.
Cruz, que no ornará arrogante
La soberbia mundanal,
Con pretensiones efímeras
De irrisoria potestad...
Sino que cuando afrentosa,
La deïcida ciudad
La haya clavado en el Gólgota
Patíbulo criminal,
En el punto cielo y tierra
La vendrán a disputar,
Por blasón de toda gloria,
Y de toda santidad...
Lábaro ardiente, en las nubes
La verá Roma triunfar:
Toda nación la tremole,
Como su estandarte Real:
Por sus aspas los ejércitos
Las águilas trocarán.
Sea el florón que corone
Toda diadema imperial,
Toda cúpula de templo,
Toda bóveda de altar.
Sea el signo que atestigüe
Toda dudosa verdad;
Principio de toda empresa,
Corona de todo afán,
Ayuda en todo peligro,
Conjuro de todo mal.
Bendecirán con su signo
Los sacerdotes de paz:
Lleváranla por el mundo
Como invicto talismán,
Los guerreros en su espada
Para morir y lidiar;
Al pecho los caballeros,
Y al hombro, con humildad,
Todo aquel que labra un surco
Con sudor y con afán.
Ante su brillo los Ángeles
Velen su espléndida faz:
Sólo a su signo en los aires,
Huya al infierno Satán...
Y porque este nacimiento
Borra la muerte, de hoy más
En toda tumba cristiana
Esta cruz se plantará.

III

   Por Gracia manda la gracia
Con que la raza mortal
Puede recobrar el cielo,
De que desterrada está;
Gracia de indulto de infierno
Y redención general
De la esclavitud antigua
Del poder de Satanás...
Gracia de eternos tesoros
De perdón y de piedad,
Dones y premios de gloria,
Que merecer y lograr,
Más ricos, e inagotables
Por la humana actividad,
Que los frutos y alimentos
Del sustento natural;
Y más sin número y término
En la inmensa variedad
De las acciones e ideas
Que al hombre es dado inventar,
Que son inmensos y varios,
En el mundo material,
Los giros de las estrellas,
Y las ondas de la mar.
Por Justicia, ley tan justa
Que es la suprema bondad,
Y ley de sabiduría,
Que es orden universal;
Ley de amor desconocida,
Desde que en torpe disfraz,
A amor convirtió en flaqueza
La seducción infernal...
Ley de universal familia,
Y ley de eterna hermandad,
Do hermano de ser no deja
Nuestro enemigo mortal.
Ley, sagrado complemento,
Acta santa adicional
De aquella Carta divina,
Que en los truenos del Siná
Promulgó, quien cifrar pudo
En diez preceptos no mas,
Toda perfección del alma;
Como ha podido pintar
Con siete rayos de luz
Toda belleza visual.
Justicia, tan compensada
De inapelable equidad,
Que tiene el divino amor
De intérprete y tribunal...
Justicia, que tiene un cielo
De tanta felicidad,
Que el mismo Dios a nuestra alma
Se da por siempre a gozar;
Y justicia, en que hay infierno
De tanta severidad,
Que la cifra de sus penas
Es el no poder amar...
Y es el no poder morir,
Y no tener que esperar!

IV

   Es, donde es amor justicia,
Gobernación caridad:
Caridad fecunda, inmensa,
Inefable, universal,
Nunca en la tierra nombrada,
Nunca soñada quizá!...
Al calor de cuyos rayos
Cambiará el mundo moral,
Cual cambia el temple del aire,
Cuando el sol sale del mar.
A cuyo influjo benéfico,
Tendrá alivio todo mal,
Toda tiranía, freno;
Corrección, toda maldad.
Llamárase todo imperio
Autoridad paternal,
Y lo que antes sumisión,
Dirán los pueblos lealtad.
Libre el albedrío, libre
El pensamiento inmortal,
La fuerza será opresión,
Y no ley, ni autoridad.
No más el hombre, del hombre
Dueño y señor se dirá
Ante Aquel, que crió hermanos
Todos los hijos de Adán...
Todo abuso de poder
Traición al cielo será;
Toda rebelión de fuerza,
Suicidio de libertad.
Será divino el trabajo,
Más que noble; pues será
Aula del Dios humanado
El taller de un menestral.
Habrá para todo enfermo
Un lecho de caridad;
Será santa la pobreza,
Visita de Dios el mal;
Veráse un día los Príncipes
Los pies al pobre lavar,
Partir con los apestados
Su lecho y túnica, y pan...
Y a una Reina de Castilla
Ir con afán maternal
Consuelos llevando y lágrimas,
Y arrodillada rezar
Ante el jergón de un enfermo
Que agoniza en un desván...
Hasta la mansión del crimen
Hasta el cadalso, serán
Santificados en nombre
De aquel Reo celestial,
Que han de prender Mateo y Judas,
Y ha de escarnecer Caifás.

V

   Al ministro de la Guerra
Nada quisiera mandar
Quien viene, manso Cordero,
A morir por los demás.
Sólo combatir nos manda
Como enemigo mortal
Nuestra propia carne, y nuestra
Rebelada voluntad;
Sólo al mundo, revestido
De pompa vana y falaz;
Sólo al alma, que se encubre
Con la piel vieja de Adán.
Paz los Ángeles cantaron
Esta noche, y al dejar
Jesús al mundo, en un ósculo
«Mi Paz os dejo», dirá...
Si empero, a Dios despreciando,
Osare extranjero audaz
La tumba de vuestros padres
Con pie sacrílego hollar,
Guardas de la eterna herencia
De la progenie de Hispán,
«Señor Dios de los ejércitos»
Proclamad al Dios de paz,
Y el Cordero de Belén
Será el León de Judá...
Vendrá al templo, de una cueva
Vuestra causa a consagrar:
Su estandarte un santo Apóstol
Por los aires os traerá:
Batallaréis en su nombre,
De Gijón a Gibraltar.
Desde Clavijo al Salado,
De Caltañazor a Orán...
Ante un rosario, en Lepanto
Tragará a la luna el mar;
San Lorenzo habrá un trofeo
Más grande que el Escorial;
Y si rendido al cansancio
De tantos siglos de afán,
A la sombra de sus; templos
Duerme el Lëon nacional,
Cuando el revuelo de un águila
Turbe del sueño el solaz,
Y con rugidos de espanto
Le oiga el mundo despertar,
Rebato de mil campanas
Eco a su bramido harán...
Cada cruz traerá un soldado,
Cada claustro un General,
Y una legión de valientes,
Cada pendón parroquial.
Habrá una Virgen del Carmen
En Bailén, y en San Marcial,
Y de las invictas águilas
Todo el vuelo postrará
Pobre hueste, guarecida
Tras la Virgen de un Pilar.

VI

Un Ave Maris Stella
Leo en el sello Rëal
De la Marina, que manda
La hermosa Estrella del Mar.
A cuyo Oriente en las nubes
Se ahuyenta todo huracán,
Y que serena las olas
Con su sonrisa de paz.
Y de ella un pliego sellado,
Cuyo nema al desgarrar,
Con tres prodigios, de asombro
Cielo y mar se postrarán-.
Por el primero, en las olas,
Da camino de verdad
A los hijos de la Fe
Con la antorcha del imán.
Manda el otro, que en el coro
De una oscura catedral,
Josué cristiano, Copérnico
Haga inmoble al sol parar,
Y el giro de orbes y mares
Claro revele al mortal.
Y otro hay que a una Reina Hispana
Manda en Plus Ultra cambiar
El lema que en dos columnas
Escribió remota edad.
Y porque hay perdido un mundo
De esos mares más allá,
Y con su mitad antípoda
Fuerza es la tierra hermanar;
Y que llegue dó el sol llega,
La lumbre de la verdad;
Manda que bajo la enseña
Que en la Alhambra brilla ya,
Almirante de la Fe,
Valiente, humilde y leal
Como ella, viendo en el cielo
Lo que el mar calla tenaz,
El marino de Isabel
Vaya ese mundo a buscar;
Y Cristóforo le nombra,
Porque a Cristo llevará.

VII

   La Hacienda tiene un Gran Libro
De la Deuda universal,
Escrito en dos anchas hojas
De dos árboles, no más.
En la del árbol del Edén,
Bajo una poma falaz,
Estampó «Deuda insolvente»
Con sus lágrimas Adán.
Y en la del leño del Gólgota
Una sangrienta señal
Entre una Cruz y un Cordero
Rubrica: Pagada está!
   Las arcas de su Tesoro
No encierras caudales más
Que una diminuta cédula
Con esta promesa Real:
«Inagotables riquezas
En el cielo ha de encontrar
Todo aquel que en nombre mío
Su hacienda a los pobres da.»
Y más abajo, con signos de la garra de Satán,
Entre un azadón y un túmulo,
Este registro infernal:
«En el centro de la tierra
El oro guardado está:
A mi reino ha de acercarse
Quien lo quisiere encontrar.»

VIII

   A Instrucción, ciencia y doctrina
Término no puede dar
Quien es la palabra misma
De la incrëada Verdad.
A quien «Divino Maestro»
Los que le oyeren, dirán;
Y que en dos montañas dijo:
-Al universo enseñad.-
Por eso, cuando al empíreo
Se remonta celestial,
Los hombres no tienen lengua
Para su doctrina ya;
Y bajan lenguas del cielo
Con que la puedan hablar...
Por eso el saber -dó arcano
Fue en la docta antigüedad
Para un filósofo, el mundo;
Para otro, la humanidad-;
Para el mundo y para el hombre
Es ciencia de Dios, de hoy más,
Que en medio se ve del cielo,
Como la tierra lo está.
Las lumbreras de la Fe
Giran por su inmensidad,
Como esos miles de estrellas
De rutilante brillar.
Y porque tanto esplendor
No ofusque al flaco mortal,
Y tenga su mente inquieta
Criterio, límite y paz,
Luce una antorcha infalible
Sobre una eterna ciudad,
Como del cielo en la cúpula
La inmoble estrella polar.
Por eso en los siglos lóbregos
De la más bárbara edad
Aprenden de un catecismo
El párvulo y el zagal
Ciencia que ignoró Aristóteles,
Ni soñó Platón jamás.
Por eso tras mil portentos
De ciencia, en que el cielo hará
Que no sepa ningún hombre
Más que Agustín y Tomás;
Tras el cántico inaudito
De aquel Poeta Titán,
Que no cabiendo en el mundo,
Cielos e infiernos dirá;
Tras las santas creäciones
Del arte y la cristiandad,
Dó afrenta del Partenón
Será toda catedral...
Tras el monstruo de armonía
Que en sus bóvedas bramar
Hará en conciertos de música
Truenos de una tempestad:
Tras de aquel extraordinario
Prometeo monacal,
Que ponga el rayo en las manos
Del hombre débil y audaz;
Pentecostés nuevo, al último
Habrá un día singular,
Que no bastando la pluma
Ni el pincel original
A la letra de la ciencia,
Ni al color de la beldad,
Mande la mente divina
De Aquel que sabe engendrar
De una bellota, una selva,
Y de un átomo, un vivar,
Que tome formas y gérmenes
De generación vital,
Cual las flores y los árboles,
El pensamiento fugaz,
Y den a pluma y pinceles
Su múltiple eternidad,
Gutenberg en una Biblia;
Finigüerra, en una Paz.

IX

   De entonces, sólo quien llama,
Por su nombre a cada cual,
Las estrellas al salir,
Y las aves al volar,
Podrá revelar los genios
Que el orbe renovarán
Con el vuelo y esplendor
De inspiración celestial;
Podrá enumerar los mundos
Que en creación idëal,
Tabla, y lienzo han de fingir,
Bronce y mármol imitar.
De entonces rayará el día
Que los cielos abrirán
Sus transparentes abismos
A los ojos de un cristal.
Y aquel, que fijando el curso
Sobre el sometido mar,
Trueque el hombre alas de viento
Por las llamas de un volcán;
O que, vivo metëoro,
Le mire el mundo volar
Sobre los carros de fuego
De la leyenda oriental.
Y el que por último, alcance
La atónita humanidad,
Que, cual da la mente al brazo,
Su rapidez para obrar,
Cual baja del sol al mundo
Un rayo de claridad,
Vuele, de un polo a otro polo,
Y de un mar al otro mar,
Sobre invisible centella,
La palabra de un mortal...
Que esa palabra fulmínea
Palabra de un Dios será,
Cuando la oración de un pueblo,
Conduzca al pie de un altar;
O si desciende bendita
De un trono pontifical,
Sobre el vagido primero
Del Real vástago, rapaz,
Que viene en nombre de Dios,
Sobre un gran pueblo a reinar.
Que esa lengua milagrosa
Es revelación quizá
Para los ojos más ciegos,
De una palpable verdad;
Que el más etéreo elemento
De materia, el más fugaz,
No es más que ciego vehículo
Pasivo, inerte y fatal
Del espontáneo motor
Del querer y del pensar,
Sirviendo sumiso y dócil
Al pensamiento inmortal;
Cual sirve el aire a su voz,
Y la luz a su mirar.

X

   Mas quien tiene un Ministerio
De Instrucción tan singular,
No dio al olvido el Fomento
De la vida corporal.
Y en la ocasión de las nuevas
Que El Belén os viene a dar,
Os anuncia que no en vano
El progreso universal
Estrechando las distancias
De la humana sociedad,
Haciendo de tantos pueblos
Una familia no más,
Todos los climas y zonas
Abarca la cristiandad.
Al alcance de su mano
Hoy vuelve a tener Adán
Todos los frutos que tuvo
Por herencia original.
Y aquel que ordenó a su pueblo,
Su fuga de libertad
En el convite simbólico
Rápido conmemorar,
Hoy, en novísimo anuncio
De que cumplidas están
Las sacrosantas promesas
De Redención general,
Manda, que en ledo alboroque
De su fausta Navidad,
Celebre todo cristiano,
Dulce, alegre, fraternal,
Pascua de nuevo convite
De santa comunidad:
Manda, que en bello contraste
De su pobreza natal,
No haya tristes, no haya pobres
La noche en que a nacer va.
Manda, que en dulce memoria
De aquel licor virginal,
Que, en pasión anticipada
Humillando su Deidad,
Probó con labios hambrientos
Débil niño, en el portal,
Vosotros probéis los néctares
Por cuyo invento, piedad
Alcanzo el viejo Noé
Del diluvio universal.
Y a tragos, leche de almendras
Y de las Navas bebáis,
Y el turrón comáis simbólico,
Y el morisco mazapán;
La nata y miel que Isaías
Al nacido Emmanuel da;
Y el pavo que nos mandaron
Los Indios del Rey Gaspar...
Que cenéis... de Noche-Buena...
-Jesús, os manda cenar-,
Festín de su advenimiento
Y de nuestra libertad...
Que cenéis... hasta otra noche,
En que Él también cenará...
En que, sentado al banquete
De su propio funeral,
Dé el brindis de la salud
De toda la humanidad...
Relieves de cuya mesa
Espléndido os dejará,
Preparado de su mano
Otro celeste manjar:
Será su carne gloriosa,
Será su sangre inmortal...
Que es ambrosía de gloria,
Y elixir de eternidad!...
-Cenad, en tanto, de fiesta,
De apetito y de solaz;
Cenad pascua de recuerdo
Del trabajo corporal,
Y del dominio del hombre
Sobre su suelo natal:
Cenad el pobre viático
De esta existencia fugaz,
Con los frutos de la tierra,
Y los peces de la mar!...
Comed el pan amasado
Con vuestro sudor y afán...
Mañana, el Pan de los Ángeles
En las gradas de un altar.
Y así tendréislo entendido;
Y que se cumpla, sin más,
Por los dilatados ámbitos
De toda la cristiandad.
Y que también se disponga
Su cumplimiento especial,
En aquella egregia casa
Que lustre a la Corte da,
Donde, de Dios bendecidas
Y del amor conyugal,
La Religión tiene un templo,
La poesía un altar,
La amistad un culto, y votos
De eterna felicidad.
-Rubricado.-PASTOR DÍAZ.
-Lugar del sello Real.

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