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Odas filosóficas y sagradas


Est quodam prodire tenus, si non datur ultra.


Horat.                





Oda I


El invierno es el tiempo de la meditación


ArribaAbajo    Salud, lúgubres días, horrorosos
Aquilones, salud. El triste invierno
En ceñudo semblante
Y entre velos nublosos
Ya el mundo rinde a su áspero gobierno  5
Con mano asoladora: el sol radiante
Del hielo penetrante
Huye, que embarga con su punta aguda
A mis nervios la acción, mientras la tierra
Yerta enmudece, y déxala desnuda  10
Del cierzo alado la implacable guerra.

    Falsos deseos, júbilos mentidos,
Lejos, lejos de mí: cansada el alma
De ansiaros días tantos
Entre dolor perdidos,  15
Halló al cabo feliz su dulce calma.
A la penada queja y largos llantos
Los olvidados cantos
Suceden; y la mente que no vía
Sino sueños fantásticos, ahincada  20
Corre a ti, o celestial filosofía,
Y en el retiro y soledad se agrada.

    ¡Ah! ¡como en paz, ya rotas las cadenas,
De mi estancia solícito contemplo
Los míseros mortales,  25
Y sus gozos y penas!
Quien trepa insano de la gloria al templo;
Quien guarda en su tesoro eternos males;
Con ansías infernales
Quien ve a su hermano y su felice suerte,  30
Y entre pérfidos brazos le acaricia;
O en el lazo fatal cae de la muerte,
Que en doble faz le tiende la malicia.

    Pocos sí, pocos, o virtud gloriosa,
Siguen la áspera senda que a la cumbre  35
De tu alto templo guía.
Siempre la faz llorosa
Y el alma en congojosa pesadumbre,
Ciegos hollar con mísera porfía
Queremos la ancha vía  40
Del engaño falaz; allí anhelamos
Hallar el almo bien a que nacemos,
Y al ver que espinas solas abrazamos,
En inútiles quejas nos perdernos.

    El tiempo en tanto en vuelo arrebatado  45
Sobre nuestras cabezas precipita
Los años, y de nieve
Su cabello dorado
Cubre implacable, y el vigor marchita
Con que a brillar un día la flor breve  50
De juventud se atreve.
La muerte en pos, la muerte en su ominoso
Fúnebre manto la vejez helada
Envuelve, y al sepulcro pavoroso
Se despeña con ella despiadada.  55

    Así el hombre infeliz que en loco anhelo
Rey de la tierra se creyó, fenece;
En un fugaz instante
El que el inmenso cielo
Cruzó en alas de fuego, desparece  60
Qual relámpago súbito brillante,
Que al triste caminante
Deslumbra a un tiempo y en tinieblas dexa.
Un día, un hora, un punto que ha alentado,
Del raudal de la vida ya se aleja,  65
Y corre hacia la nada arrebatado.

    ¡Mas que mucho! si en torno de esta nada
Todos los seres giran. Todos nacen
Para morir: un día
De existencia prestada  70
Duran, y a otros ya jugar les hacen.
Sigue al sol rubio la tiniebla fría:
En pos la lozanía
De genial primavera el inflamado
Julio, asolando sus divinas flores;  75
Y al rico octubre de uvas coronado,
Tus vientos o diciembre, bramadores,

    Que despeñados con rabiosa saña,
En silbo horrible derrocar intentan
De su asiento inmutable  80
La enriscada montaña,
Y entre sus robles su furor ostentan.
Gime el desnudo bosque al implacable
Choque, y vuelve espantable
El eco triste el desigual estruendo:  85
Dudando el alma de congojas llena,
Tanto desastre y confusión sintiendo,
Si el Dios del mal el mundo desordena.

    Porque todo fallece y desolado
Sin vida ni acción yace. Aquel hojoso  90
Árbol, que antes al cielo
De verdor coronado
Se elevaba en pirámide pomposo,
Hoy ve aterido en lastimado duelo
Sus galas por el suelo:  95
Las fértiles llanuras de doradas
Mieses antes cubiertas, desparecen
En abismos de lluvias inundadas,
Con que soberbios los torrentes crecen.

    Los animales tímidos huyendo  100
Buscan las hondas grutas: yace el mundo
En silencio medroso,
O con chillido horrendo
Solo algún ave fúnebre el profundo
Duelo interrumpe y eternal reposo.  105
El cielo que lumbroso
Extática la mente entretenía,
Entre importunas nieblas encerrado,
Niega su albor al desmayado día,
De nubes en la noche empavesado.  110

    ¿Qué es esto, santo Dios? ¿tu protectora
Diestra apartas del orbe? ¿o su ruina
Anticipar intentas?
¿La raza pecadora
Agotar pudo tu bondad divina?  115
¿Así solo apiadado la amedrentas?
¿O tu poder ostentas
A su azorada vista? tú que puedes
A los astros sin fin que el cielo giran
Por su nombre llamar, y al sol concedes  120
Su trono de oro, si ellos se retiran.

    Mas no, padre solícito; yo admiro
Tu infinita bondad: de este desorden
De la naturaleza,
Del alternado giro  125
Del tiempo volador nacer el orden
Haces del universo y la belleza.
De tu saber la alteza
Lo quiso así mandar: siempre florido,
No a sus seres sin número daría  130
Sustento el suelo; en nieves sumergido,
La vital llama al fin se apagaría.

    Esta constante variedad sustenta
Tu gran obra, señor: la lluvia, el hielo,
El ardor congojoso  135
Con que el Can desalienta
La tierra, del favonio el suave vuelo
Y del trueno el estruendo pavoroso,
De un modo portentoso
Todos al bien concurren: tú has podido  140
Sabio acordarlos, y en vigor perene,
De implacables contrarios combatido,
Eterno empero el orbe se mantiene.

    Tú, tú a ordenar bastaste que el ligero
Viento que hiere horrísono volando  145
Mi tranquila morada,
Y el nudoso aguacero
Que baxa entre él las tierras anegando,
Al julio adornen de su mies dorada.
Así su saña ayrada  150
Grato el oído atiende, y en sublime
Meditación el ánimo embebido,
A par que el huracán fragoso gime,
Se inunda el pecho en gozo más cumplido.

    Tu rayo, celestial filosofía,  155
Me alumbre en el abismo misterioso,
De maravilla tanta:
Muéstrame la armonía
De este gran todo y su orden milagroso;
Y plácido en tus alas me levanta  160
Do extática se encanta
La inquieta vista en el inmenso cielo.
Allí en su luz clarísima embriagado
Hallaré el bien, que en el lloroso suelo
Busqué ciego, de sombras fascinado.  165




Oda II


La presencia de Dios


ArribaAbajo    Do quiera que los ojos
Inquieto torno en cuidadoso anhelo,
Allí, gran Dios, presente
Atónito mi espíritu, te siente.

    Allí estás, y llenando  5
La inmensa creación, so el alto empíreo
Velado en luz te asientas,
Y tu gloria inefable a un tiempo ostentas,

    La humilde yerbecilla
Que huelo, el monte que de eterna nieve  10
Cubierto se levanta,
Y esconde en el abismo su honda planta;

    El aura que en las hojas
Con leve pluma susurrante juega,
Y el sol que en la alta cima  15
Del cielo ardiendo el universo anima;

    Me claman, que en la llama
Brillas del sol: que sobre el raudo viento
Con ala voladora
Cruzas del occidente hasta la aurora;  20

    Y que el monte encumbrado
Te ofrece un trono en su nevada cima,
Y la yerbecilla crece
Por tu soplo vivifico y florece.

    Tu inmensidad lo llena  25
Todo, señor, y más; del invisible
Insecto al elefante,
Del átomo al cometa rutilante.

    Tú a la tiniebla obscura
Das su pardo capuz, y el sutil velo  30
A la alegre mañana,
Sus huellas matizando de oro y grana.

    Y quando primavera
Desciende al ancho mundo, afable ríes
Entre sus gayas flores,  35
Y te aspiro en sus plácidos olores.

    Y quando el inflamado
Sirio más arde en congojosos fuegos,
Tú las llenas espigas
Volando mueves y su ardor mitigas.  40

    Si entonces al bosque umbrío
Corro, en su sombra estás, y allí atesoras
El frescor regalado,
Blando alivio a mi espíritu cansado.

    Un religioso miedo  45
Mi pecho turba, y una voz me grita:
En este misterioso
Silencio mora, adórale humildoso.

    Pero a par en las ondas
Te hallo del hondo mar. los vientos llamas,  50
y a su saña lo entregas;
O si te place, su furor sosiegas.

    Por do quiera infinito
Te encuentro y siento; en el florido prado
Y en el luciente velo  55
Con que tu umbrosa noche entolda el cielo.

    Que del átomo eres
El Dios, y el Dios del sol del gusanillo
Que en el vil lodo mora
Y el ángel puro que tu lumbre adora.  60

    Igual sus himnos oyes,
Y oyes mi humilde voz, de la cordera
El plácido balido,
Y del león el hórrido rugido,

    Y a todos dadivoso  65
Acorres, Dios inmenso, en todas partes
Y por siempre presente.
¡Ay! oye a un hijo en su rogar ferviente.

    Óyele blando y mira
Mi deleznable ser: dignos mis pasos  70
De tu presencia, sean,
Y do quier tu deidad mis ojos vean.

    Hinche el corazón mío.
De un ardor celestial, que a quanto existe
Como tú se derrame,  75
Y, o Dios de amor, en tu universo te ame.

    Todos tus hijos somos:
El tártaro, el lapón, el indio rudo,
El tostado africano
Es un hombre, es tu imagen, y es mi hermano.  80




Oda III


A la verdad


ArribaAbajo    Ven, mueve el labio mío,
Angélica verdad, prole dichosa
Del alto cielo, y con tu luz gloriosa
Mi espíritu ilumina.
Huya el error impío,  5
Haya a tu voz divina,
Qual se despeña la tiniebla obscura
Del albo día ante la llama pura.

    No desdeñes mi ruego
Que hasta aquí siempre cariñosa oíste,  10
Tú, que mi númen soberano fuiste
Y encanto delicioso;
Que deslumbrado y ciego
Se lanza presuroso
Del pestilente vicio en la ancha vía  15
El mortal triste, a quien tu luz no guía.

    Mas aquel que clemente
Miras con blanda faz, en su belleza
Absorto alzarse a tu inefable alteza
Ansia con feliz vuelo;  20
Y hollando osadamente
Quanto el mísero suelo
Mentido bien solícito atesora,
Su ilusión ríe y tu deidad adora.

    Tu deidad, que tremenda  25
La mente turba del feroz tirano,
Y hace que el grito que su orgullo insano
Arranca al oprimido,
Despavorida atienda
Su oreja entre el lucido  30
Estrépito en que el aula le adormece,
Y un vil incienso por do quier le ofrece:

    Mientras con amorosa
Plácida diestra de los tristes ojos
Limpias el llanto, y calmas los enojos  35
Del infeliz opreso,
Aliviando oficiosa
El rudo indigno peso
Que puede la inocente planta;
Que a Dios su ánimo libre se levanta.  40

    Ven pues, o deidad bella;
Fácil desciende del excelso cielo,
Do te acogiste abandonado el suelo
Con vicios mil manchado.
Y qual radiante estrella  45
Conduce al engañado
Mortal: tu luz su espíritu ilumine,
Y el orbe entero a tu fulgor se incline.

    Yo en tu gloria embebido
Siempre te aclamaré con frente osada,  50
Y a tu culto la lengua consagrada
En mi constante seno
Un templo te he erigido,
Do de tu númen lleno
Te adoro, alma verdad, libre si obscuro;  55
Mas de vil miedo y de ambición seguro.

    Por ti quanto en su instable
Inmensidad el universo ostenta,
O al Altísimo en gloria se presenta,
Como posible existe;  60
Que en su mente inefable
Tú el prototipo fuiste,
A cuya norma celestial reduxo
Quanto después su infinidad produxo.

    Y eterna precediendo  65
Del tiempo el vuelo rápido inconstante,
Mientras se pierde el orbe en incesante
Deleznable ruina,
Por ti propia existiendo,
Ante tu luz divina  70
Al sistema falaz el velo alzado,
Y al error ves qual niebla disipado.

    Y centro irresistible
Del humanal deseo, quanto hallara
Sagaz en la ancha tierra y en la clara  75
Región del alto cielo
Su tesón invencible,
Todo al ferviente anhelo
Lo debe, o pura luz, con que la mente
Te busca inquieta y tus encantos siente.  80

    En ellos embebido
A Siracusa el griego a saco entrada
No ve, herido de la atroz espada
Da su vida gloriosa;
Y el gran Neuton subido  85
A la mansión lumbrosa,
Qual Genio alado tras los astros vuela,
Y al mundo absorto la atracción revela.

    ¡O augusta firme amiga
De la excelsa virtud! tú al sabio obscuro  90
Que adora de tu faz el lampo puro,
Cariñosa sostienes
En la ilustre fatiga:
Sus veneradas sienes
De inmortal lauro ciñes, y su gloria  95
Durar haces del tiempo en la memoria:

    O si el triste nublado
De la persecución hórrido truena,
Tú le confortas, y su faz serena
Escucha el alarido  100
Del vulgo fascinado,
Contra sí embravecido;
O a la infame venganza que maquina
En las tinieblas su fatal ruina.

    Así en plácida frente  105
Pudo el divino Sócrates mostrarse
Al frenético pueblo, y entregarse
A sus perseguidores;
Que la copa inclemente
Le ornaste tú de flores,  110
Y en su inocente diestra la pusiste,
Y en néctar la cicuta convertiste.

    Mártir él generoso
De tu excelsa deidad así decía
El tósigo mirando: vendrá un día  115
Que útil al mundo sea
Mi suplicio afrentoso,
Y la verdad se vea
Con el gran Dios de todos acatada,
La vil superstición por tierra hollada.  120

    Del punto que propuse
Impávido anunciarla, el error fiero
Alzar contra mi pecho su impío acero
Vi con diestra ominosa:
A morir me dispuse  125
En la empresa gloriosa;
Dócil mas firme abrazo las cadenas,
Con que hoy me oprime la engañada Atenas.

    Si Anito me persigue,
Le perdono y al crédulo Areopago,  130
Y muriendo a la patria satisfago
El feudo que la debo.
Hoy mi virtud consigue
Su prez: el cáliz bebo
Con que me brinda el fanatismo impío,  135
Y ¡o ser eterno! en tu bondad confío.

    Así dixera el sabio,
Y el tósigo letal tranquilo apura.
Inmóvil le contempla en su amargura
Phedon; Cébes y Crito  140
Con desmayado labio
Gimen; al vil Melito
Critóbulo maldice ciego de ira;
Y él en los brazos de Platón espira.

    Qual la encendida frente  145
Hunde escondido en nubes nacaradas
En las sonantes ondas, recamadas
De sus rubios ardores,
El sol resplandeciente;
En pálidos fulgores  150
Fallece el día, y su enlutado velo
La noche tiende por el ancho cielo.

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