La trayectoria literaria de Luis Álvarez Piñer tiene bastantes puntos de contacto con la de Basilio Fernández. Como
él, fue alumno y colaborador de Gerardo Diego; como él, se vio influido por las diversas corrientes literarias de la preguerra: creacionismo, gongorismo, surrealismo; pero, al contrario que su amigo, llegó a publicar un libro antes de la guerra, aunque sin apenas repercusión dado el inmediato comienzo del conflicto, y la recuperación de su obra, gracias al empeño del profesor Juan Manuel Díaz de Guereñu, tuvo lugar en los últimos años de su vida.
Encarcelado tras la guerra civil, fue posteriormente profesor de bachillerato en Orense, donde fundó la revista Posío. En prosa ha publicado Tres ensayos
de teoría (1940-1945) y una selección de sus cuadernos que se refieren a la figura de Gerardo Diego, a quien siempre consideró su maestro. El profesor Díaz de Guereñu, en el prólogo a
Tres ensayos de teoría, ha resumido así su poética: «La poesía es para él un "ritual para la luz". Le es específico un modo de conocimiento particular, diverso desde luego del laborioso raciocinio
del saber práctico, que se produce de súbito, con la intensa fulguración del relámpago y con su brevedad también. Avalancha intuitiva, esa iluminación [...] se da como una
ordenación jubilosa e impremeditada del lenguaje, mediante la cual la realidad misma se ordena en un nuevo sentido. Ordenación e
iluminación están tan íntimamente ligadas que apenas si se puede hablar de conceptos separados; la una se produce en la otra y la poesía sólo es su conjunción. La poesía no adorna, ni informa, ni enseña: revela» [pág. 14].
Obra poética
Suite alucinada, Oviedo, Imprenta Suc. Ojanguren, 1936.
En resumen. 1927-1988 (ed. Juan Manuel Díaz de Guereñu). Valencia, Pre-Textos, 1990.
Poesía (ed. Juan Manuel Díaz de Guereñu), Valencia, Pre-Textos, 1996.
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Bibliografía
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51, San Sebastián, enero-junio de 1996, págs. 105-112.
Aurtentxe, Carlos, «De esta palabra que ya es nuestra (Luis Álvarez Piñer al fin entre nosotros)», en Ínsula, núms. 595-596, julio-agosto 1996,
págs. 23-25.
Díaz de Guereñu, Juan Manuel, «Luis Álvarez Piñer, poeta en terreno enemigo», en Estudios de lengua y literatura, Bilbao, Universidad de Deusto,
1988, págs. 175-189.
——, «Luis A. Piñer: las razones del poeta», en Mundaiz núm. 41, San Sebastián, Universidad de Deusto, enero-junio de 1991, págs. 51-57.
——, «Prólogo», en Luis Álvarez Piñer, Tres ensayos de teoría (1940-1945), Valencia, Pre-Textos, 1992,
págs. 9-17.
——,
«Un secreto a los aires entregado: La poesía de Luis Á. Piñer», en Letras de Deusto, vol. 24, núm. 64, Bilbao, julio-septiembre
de 1994, págs. 9-27.
——,
«Fe del poeta», en Poesía
(1996), págs. 7-24.
Díez de Revenga, Francisco Javier, «Luis Álvarez Piñer y la supervivencia del creacionismo español», en La poesía
de vanguardia, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001, págs. 147-150.
Serrano Asenjo, Enrique, «Una elegía creacionista de Luis Álvarez Piñer: La hora más oscura», en Ínsula, núm. 642, junio de
2000, págs. 27-29.
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[Atraviesas el seto...]
Atraviesas el seto entre la adolescencia y el pecado
como si te miraras al espejo
trocándote los miembros permaneciendo tú
y haces volar con susto las convenciones que granaron
en el insólito itinerario de las trepadoras
La lluvia elemento de convicción
vuelta de espalda al agua originaria
se separa de ti por algún tiempo
Cree necesario abrir en torno tuyo
un rigor sin veladuras una luz sin alusiones
Qué cantidad de vigor corporal se ampara
en el ruido tremendo de los frutos
con que el estío se anuncia
Eres tú quien provoca sus relámpagos
desde el estadio de tu piel antigua
El tiempo suena su oboe
Sopla todo el espíritu que puede
Pero nunca es tan bello
un instrumento de viento como el viento mismo
Y aquello que tú esperas hasta la desnudez
y que elude los fraudes de cualquier modo de sombra
aquello que seca la lluvia en el aire por la impura pasión de la tierra
llena de carne mortal el mundo que respiras
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No bastan tus cabellos
a suplir lo que el sueño prometía
porque se oye el galope de los años lejanos
sin mañana ni ayer pisar los puntos débiles del horizonte
Confía en el quehacer que tus formas corporales
exigen para que el tiempo anuncie en ellas
el jardín convocado por la profecía
En tanto el tiempo suena su oboe
Sopla todo el espíritu que puede
Pero nunca es tan bello
un instrumento de viento como el viento mismo
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[El invierno se acerca hasta los ojos]
El invierno se acerca hasta los ojos
desprende un poco de su nieve en ellos
La leyenda lunar comienza a alzarse
Celebremos su advenimiento
en memoria del cine
que aún es ciego
que se extravió de su ángel custodio
la luna del invierno
Ya se sienta a tejer en sus encajes
la leyenda del lobo y del cordero
Vendrá el viento buscándolo
Dormíos
Dejaos ir
El sueño
no es otra cosa
Un film inacabable
de la noche de adentro
Dejad, dejad que pase
con su luna perdida
No lo retenga nadie
Esa forma de invierno es sólo nuestra
pero nadie lo sabe
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[Qué plenitud...]
Qué plenitud. No hay alas. Mediodía.
Sólo luz es el día, en triunfadora
vertical, alto anhelo. El cielo ahora
hace pasión de luz la tierra fría.
Fruición de lo presente: Lejanía
que en la sazón de cada cosa aflora.
Alma o color, una sazón cantora
de la pura verdad que es la armonía.
Desde el desnudo azar de este aire sano
juega la realidad ilusionista
a eternizar la gloria del momento.
Alta revelación sin hito humano.
Así en su gozo el paraíso exista.
Qué plenitud, si duerme el pensamiento.
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(La caída)
El año aquel, el día aquel, de pronto,
algo se para
y el mundo muere para ti. Por burla,
sólo una puerta se quedó batiendo
contra el aire del mar, contra el silencio
que cae de las montañas.
(Acaso como un ala
suplemento del cuerpo en que sufría,
metáfora en la
muerte
que allí, de pronto, crece sin disparos.)
El silencio es propicia geografía,
caudal mortuorio para tanta vida
sin cauce. En las montañas ha crecido
la oscura mies del hombre que se vuelve
definitivamente silencioso.
La puerta bate en el adiós. El ala
late por todo un universo mudo.
Estación de la muerte, se ha cerrado
la luz del día al tren final, sin luces,
que no termina de pasar,
con susto
de tantos ojos que esperaban cielo.
Y la puerta perdida, el ala viuda
alarga sus raíles, lo eterniza.
Así no dormiremos,
no soñaremos y estaremos juntos
mientras la madre mulle la tierra prometida,
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comunitaria y libre.
Madre y tierra que logren
que la muerte nos quede indeformable
mientras vivimos, sórdidos rehenes
de eternidad, sin salvación ni llanto,
noche postiza sobre
las montañas.
Y la puerta, batiendo,
complementaria, cómplice,
va poniendo las cosas en su sitio
dejándolas pasar. Nos abandonan
el año aquel, el día aquel, ahora
que estamos juntos todos y una sola
soledad nos empuja y condiciona.
No dormiremos más, somos desvelo
radical. En el ala que sentimos
seguir batiendo, espera
su sangre el corazón que nos dejaron
conjuntamente disfrutado, único.
Él nos defenderá contra la muerte
disparando su trágico silencio.
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Una voz tengo
Una voz tengo que, llegado el tiempo, puede desprenderse por sí sola y volar. Yo, al revés que los pájaros, resido en mi voz.
En ella reconozco todas las cosas menos una: La muerte.
Menos en esa ciudad en que el viento apaga sus motores para no deshojar las siemprevivas, reposo en cualquier parte, salvando las distancias, por medio de mi voz. Sólo las nubes amontonadas contra el crepúsculo: Ésas no pueden ser disipadas por ella.
Dios me ha dado la voz diciéndome: Me llamarás con ella por las campanas del aire, contra las nubes que entibiarán tu sueño y te separarán de mí.
Y por entre las gentes hundo mi voz rasgando el aire flojo que se eterniza en llanto en sus alcobas de pálidos espejos ovales. Y herido de begonias peludas y recios geranios, salgo a la limpia soledad celeste.
Y, cuando vuelo, vuelo por mi voz, al revés que los pájaros. Y exaltado por ella, reboto brutalmente en el crepúsculo.
Porque es allí donde comienzan la palabra de Dios y las nubes desobedientes.
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Mares nocturnos
Tenía cada estrella una amable promesa de establo, que daba calor al aire y presagiaba un alba luminosa.
En la noche del mar, caliente, disuelta en mansedumbre, pero enloquecida de hondura, daba sed a los ojos este espejismo estelar,
ciudad armoniosa donde silenciosamente se bebe en los buques anclados que ovillan derroteros. Un denso asfalto con luces en duermevela y un licor de destino en las copas servidas.
Por todas partes del cielo, la ciudad.
Y en el ruido pastoso y denso del agua, la mujer boca arriba, removido su lecho con desesperada y amorosa fatiga.
Venus soñolienta, nereida castigada, voluptuosa
sirena sometida a castidad, con sus nidos oscuros, burlados a la luz de las estrellas.
Así era la noche en el mar.
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Me hablas y estás muerto
Me hablas y estás muerto. Como la ola, vuelves inesperadamente sobre mí, deshaces tu ovillo atándolo a mi pecho con potencia imprevista, lanzándome contra la tierra en que te hundieron.
Ya no tienes palabras. Te haces cadena de ancla. Sólo mis ojos quedan a flote, frente al recuerdo. Se hunde hasta el pensamiento en ese mar, en esa tierra, mudos.
Esta tierra hecha océano de pronto, en que faltan los pies, en que ya no hay camino; esta brumosa estepa que ocurre aquí contra los ojos para hacerte sensible y fiel a ellos; la roca coralina donde tu sangre canta su permanencia clavando con sus garfios la memoria; todo,
todo me habla de ti. Como la primavera, como el remordimiento, te haces nueva costumbre de los sentidos vertido como estás, raíz tan sólo.
Yo vi que morías. Y tal como la ola, endureciste la orilla en que quedábamos, mientras tu espuma, ya sin otra misión, se fundía, alejándose con los demás olvidos, potencia oscura, sirena.
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Se escucha el sonar del río
Haced saber al agua que la noche se gasta
con su pasar, que el pájaro la aprende
a grandes sorbos de silencio, y mañana
puede dar a la luz toda su historia;
que apenas el relámpago burla su oscura jaula
cuando tras él los perros ennegrecen de nuevo
la soledad. Que todo está previsto
sin contar con los pájaros: No hay lugar para huir
salvo la muerte. Y ésa no compete
ni al agua que ahora el pájaro interpreta
ni al fuego del relámpago, a quien luego
replicará, diabólico, el pájaro en la luz.
Hacedla comprender que el valor de la
sombra
es valor entendido, un equilibrio
provisional para que el universo,
cambiando de postura, de nuevo se apreste
a mantener su eternidad con gracia.
Que no confíe en las sombras, que rehuya los pájaros
pues no hay pájaro ahora que en ella no reposte
ni aproveche con fruto su transitoriedad.
¡Que mañana en la luz pueda sentirse
partícipe del cósmico equilibrio
sin temor de que un pájaro la quiebre!
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[También tenemos días...]
También tenemos días que extraños a nosotros
extramuros del alma empollan soledad
negadora, desfiladeros subversivos
de sangre residual y sueños muertos.
Algo así como seres
con quienes intimamos después de que se han ido
por inasibles vínculos sin nombre,
que en procesión de lázaros nos siguen,
hiedras vivas que acolchan el abismo,
concupiscencia agónica
que pliega a nuestro tronco una fatal ternura conflictiva.
Dejando para el amor lo que el mar deja a la espuma,