Poetas del Novecientos Entre el modernismo y la vanguardia [Antología] Tomo II: De Guillermo de Torre a Ramón Gaya
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A través de la noche sosegada A veces el misterio A veces en el fondo de mi alma A veces, cuando escucho de la sangre Abre los ojos. Ahora Agua clara del estanque. Alba, si vas de tiendas o de tenis Alférez de navío cuya vaca Alguien cuando pase el tiempo Algún día por esta calle Amor, furioso amor, encabritado Anónimo, profundo, varado en la negrura, Aquí en la cumbre al sol, con memorias de siglos, Aquí está, con nosotros, Aquí estoy sometido al tiempo Atrapado en el mundo de las habladurías, Atraviesas el seto entre la adolescencia y el pecado Aún queda un resto de telescopio en el zaquizamí donde se pudren Aunque laves los pies a la lluvia Bajo la tersa mano del monje casi ciego Cine de Dios, la tarde, dilatada ¡Cipreses! Enhiestas columnas de Acrópolis verdes Como goza la planta bajo el viento, ¿Cómo sería la lluvia Como si hubierais muerto y os hablara Como un ala, incendiada de azul, Mediterráneo Como un Patriarca antiguo Como una sombra a veces te insinúas Cuando se vive lejos de la vida Cuando todas las piedras del mundo se hagan polvo, Cuello de cisne De tanto serme estrecha compañía De un alba negra y lisa sin recelo Deja dormir el pasado, Déjame mirarte bien Desconocedores del destino que los conduce Dibujé una rosa nueva Diciembre ha convocado sus hogueras ¿Dónde puede dejarse el alma, dónde? ¿Dónde? Puede ser dónde en todas partes el aire entraba en mí sin encontrarme. El año aquel, el día aquel, de pronto, El espejo es el hijo predilecto de la luz El invierno se acerca hasta los ojos El mar tiene otros meses, diversas estaciones El pulso de la alcoba, El que medita a la sombra de una torre, El Tévere se extiende como el brazo El viento Embadúrnate el cuerpo En el perfume de una alcoba recién esterada En lo alto, el cristal, invisible, perfecto En medio de este hueco redondo y transparente ¿En qué nos detuvimos Entre autobuses, entre corazones, Entre harapos de niebla y lluvia Entre ti, soledad, me busco y muero, Entre tus negras manos Era como un pequeño príncipe entre papeles Era todo ignorancia Era tu piel de caña perfumada, Ese tranvía que barre las acacias de una avenida Sur Esta granada abierta que está entre nuestras manos Este que ya no soy y soy yo mismo Estos paisajes son de cuando yo ya hubiese muerto Fue o no fue Gracias, Señor, por lumbre, por ribera, Haced saber al agua que la noche se gasta Hay algo He aquí, Señor, que navegando He pedido a los labios de la vida He perdido Hoja blanca de hoy, de siempre, de mañana. La casa está vacía. Navegamos. La historia se condensa en patios turbios La lluvia, desnudando apasionada y lenta La luna, trotacalles de la noche, La madre abadesa La tarde como un cuerpo desnudo que reposa La tarde tiene sueño La ventana... Una ventana Lady pulida, rubia y derramada Lady, si amamos estas hojas secas, presurosas, Las banderas rebeldes Las carreteras vírgenes Llevabas Los amigos se habían ido Los árboles gimnastas Los cables cuadriculan el horizonte Los horizontes Luz de fondo de mar Mar sincopado Me gusta que mi cuerpo presienta la tormenta, Me salté el Panamá a pie juntillas Mis años compañeros, Mis ojos se han manchado Mucho ha sido borrado por su mano: Muero sobre las copas de los árboles ni llegas. ni vas. ni estás presente. No hay tiempo que perder. La vida pasa. No quería saber que el día largo No sólo el desparpajo de los ladrillos ante la muerte de un padre de familia Noche de las estrellas te estremeces Noches sobre la playa: rumor de orilla fresca. Nunca pude pensar que envejecernos ¡Oh tú, casa deshabitada ¡Oh! ¡No haber leído ningún libro! Ordenar el caos de los objetos usados, Parece que llegaras, desasido Perderemos nuestro tiempo Pintar no es ordenar, ir disponiendo, Poesía: ansia de no morir. Por hábito del alma te he querido Puede ocurrir que el hombre se despierte Puerto solo, pesquero, ¡Qué aljibe de claridad ¡Qué bien estaba yo en el siglo trece Qué ideograma de la mar. Qué plenitud dorada hay en tu copa, Qué plenitud. No hay alas. Mediodía. Querido don Leandro: esta neblina -¿Quién me sigue por la calle? ¿Quién no se ha puesto un día una guerrera ¿Quién os trajo la música Quisiera tener sujeta Se ahogó el silencio en una tumba sin poros Se cargan en vagones teléfonos, balandros, Si no de Grecia, de París cansado, Sinagoga de oros finos Sobre la eterna piedra del mundo tan compacto Sobre las frentes hundidas Soledad de las horas, Sólo cuando se es hombre se sabe qué es la vida. ¡Sombra, tumba primeriza Soñando, España, voy con tus caminos También tenemos días que extraños a nosotros Tiene algo de planeta o de sol diminuto; Toda mi ilusión la he puesto Todo inútil y triste, Todos van, todos saben... Toma de mi pecho tu ventura. Tu presencia me ciñe duramente Un ave herida se aquietó en mi frente Un bosque de espesa arboleda en silencio, Un coche de caballos, lento, hacia el horizonte; Un humo de tren borra Un niño provinciano, de familia modesta Un pedazo de espíritu y pellejo Un segmento de luna Un vuelo de miradas acribilla la noche Una tarde de mirada infinita Una vez, siendo niño, era el verano, Va siendo ya para la voz cansada Verja con rosa y Virgen. Y era un silencio duro como piedra; Y pensar que después que yo me muera, ¿Y qué fue de aquel pájaro Ya ni el aire la sostiene con sus promesas más frágiles Yo también, viejo Walt, quiero cantar la diversidad del mundo:
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