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Principios de derecho internacional

Andrés Bello



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ArribaAbajoPrimera parte

El hombre


Coyuntura feliz de dos épocas y de dos continentes, las circunstancias históricas forjaron sobre una naturaleza robusta la personalidad de Andrés Bello. Fruto en sazón de la cultura colonial, madurado durante veinte largos años a la sombra del Museo Británico, halló en Chile ancho cauce para su semilla: y así la oportunidad generosa que le diera aquel pueblo, en trance de serena creación, dio campo definitivo a su labor. Materia prima de alta calidad -inteligencia y carácter-, Andrés Bello encontró, pues, su circunstancia histórica: para su formación, la apacible decantación de una tradicional cultura y amorosa asimilación de revolucionarias innovaciones; para la acción, la ansiedad receptiva y exigente de una sociedad recién formada, -rehacía como todas las jóvenes civilizaciones al especialismo-, ante la cual se expandieron los quilates creadores del genio.

Desde luego, este retrato humano tiene bajos relieves. Las brillantes pinceladas de la fisonomía resaltan con el claroscuro. Timideces congénitas ante conmociones volcánicas; pequeñas grandes angustias de una vida, en un momento dado llena de sufrimientos y de incomprensiones; inquietud de la inadecuación temperamental con un momento largo y decisivo de su itinerario, acaban de determinar el personaje y de humanizar la genial figura.

Abundando en la metáfora del bucare -o si se quiere, de la ceiba o del samán centenario- en la floresta de nuestra literatura, una vez consideré las tres etapas de su vida como tres partes de la naturaleza vegetal. La Colonia forjó su raíz, base insustituible de su vida, premisa menospreciada por algunos pero exigida y comprobada por la más juiciosa concepción histórica. Londres plasmó su tallo: el corpulento tallo de humanista, con la voluntad endurecida en el yunque de las amarguras. Y Chile, la patria hija, el pueblo cordialmente avizor y agradecido, fue el surco abierto ante los frutos que el árbol centenario había cuajado ya1.

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Comprender la obra y el pensamiento de Bello es imposible sin comprender al hombre. Y para comprender al hombre es necesario recorrer, lo que haremos sin prisa pero sin pormenores, el encaje de aquel gran ciudadano del espíritu en su medio y en su tiempo, o mejor: en sus medios, en sus tiempos y en su gran oportunidad histórica.

Se forja un humanista

En un día de fines del siglo XIX nace, en el seno de honrada familia colonial, un vástago de la España indiana, de la América hispana. El día: 29 de noviembre, víspera de San Andrés, bajo cuya advocación se le puso2. El año: 1781, apenas dos antes de que naciera, a pocas cuadras de distancia, otro vástago de la España indiana a quien habría de compartir el procerato iberoamericano. Puertas tendidas hacia 1800, vestíbulo de un siglo que daría significación especial al Nuevo Continente en el Calendario de la Historia. El lugar: Caracas, centro de una densa elaboración cultural que sorprendería a perspicaces viajeros europeos y que habría de constituirla en uno de los polos (Caracas, Buenos Aires) de las grandes actividades iberoamericanas de la época.

El padre, don Bartolomé, era abogado3 y músico; la madre, doña Ana López, era hermana de un fraile mercedario. La familia de pequeña burguesía -poco dinero, mucha cultura, intensa vocación espiritual-, vio con placer y regocijo las muestras de clara y despierta inteligencia y acendrada afición al estudio que diera Andrés desde sus tiernos años. El padre fue modesto funcionario fiscal en la Provincia de Cumaná, recién incorporada (1777) a la Gran Capitanía General de Venezuela; sus aficiones artísticas iban por el lado de la música sacra4. La buena madre le ayudó al desarrollo   —11→   de la tendencia natural de su carácter: bondad, sin debilidad; modestia, sin hipocresía; timidez en el trato social, pero fortaleza y constancia en sus labores y trabajos; y sobre todo, al de su tierna sensibilidad, tierna sin afeminamiento, depurada después por los duros e intensos dolores que habría de recibir. El medio familiar era profundamente religioso: además del tío fraile, una hermana fue monja carmelita. Al frente de la casa natal estaban el convento e iglesia de los mercedarios: y de todo ello recibió una honda convicción religiosa, inconmovible en medio de las corrientes de impiedad que lo rodearon, y firme brújula en las investigaciones científicas que supo realizar en el mar proceloso de las corrientes y de los sistemas.

De un fraile mercedario, Cristóbal de Quesada, obtuvo sus primeras inclinaciones y conocimientos humanísticos. Después estuvo en la Universidad, y al calor de la «anciana y venerable nodriza», discípulo primero de don José Antonio Montenegro y después de don Rafael Escalona, realizó una carrera universitaria llena de distinciones. Recibió como «primero en el concurso»5 el grado de Bachiller en Artes el 9 de mayo de 1800 e hizo los estudios de Derecho; pero no mostró interés en obtener título porque el ejercicio profesional no le atraía.

Trabó amistad con Humboldt; estudió francés por indicación de don Luis Ustáriz, con cuya ayuda y una gramática, y nociones de pronunciación que le enseñó un francés, llegó a dominar la lengua gala; posteriormente inglés que aprendió con una gramática y un diccionario, valiéndose para leer de libros y periódicos ingleses y habilitándose en sus conocimientos de la lengua inglesa, que habría de profundizar durante la larga permanencia en Londres; dio clases particulares (entre otros a Simón Bolívar6), cuyo escaso fruto lo movió a dejarlas, para dedicarse sólo a sus estudios, primero de Derecho y luego de Medicina, simultáneamente, hasta que las circunstancias materiales lo incitaron a tomar parte en un concurso que le dio el puesto de Oficial 2º de la Secretaria del Capitán General, y que transformó al estudiante universitario en empleado de la Corona.

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Su labor en la Secretaria fue intachable. «Bello fue el alma de la Capitanía General de Caracas desde 1801 hasta 1811»7. El 11 de octubre de 1807 se le recompensó con el título de Comisario de guerra. Fue Secretario de la junta Central de Vacuna, cuyo Presidente era el Gobernador Casas. Pero «el empleado no mató en él al hombre estudioso»8. Leía constantemente periódicos y libros europeos: estaba al corriente del movimiento intelectual del mundo. La Colonia recibió sus primeras producciones poéticas: «No había fiesta, banquete o paseo en que no se le hiciera improvisar»9. Antes de salir de Venezuela se le podía considerar ya poeta de bastante inspiración: lo prueban el conocidísimo soneto a la Victoria de Bailén y la égloga virgiliana Tirsis, habitador del Tajo umbrío...

Héctor García Chuecos ha demostrado que Bello fue de los primeros periodistas venezolanos. Con don Francisco Iznardi proyectó fundar, en 1809, un periódico. El Lucero no llegó a imprimirse, pero el prospecto circuló ampliamente en Caracas en los primeros días de enero de 1810. Fue, además, uno de los más ilustres y asiduos redactores de la Gaceta de Caracas, el primer periódico impreso en Venezuela10. Pedro Grases ha corroborado esta comprobación; y ha demostrado, en valiosa monografía todavía inédita11, que fue autor (con destino al Calendario o Guía de Forasteros impreso en 1810) de un Resumen de la Historia de Venezuela, tomado después en gran parte para los capítulos iniciales del Compendio de la Historia de Venezuela por Francisco Javier Yanes12 y del cual sólo se han encontrado con plena seguridad los párrafos que inserta en su Biografía del Poder Civil el ilustre Juan Vicente González.

1810: Encrucijada del destino

Llega el 19 de abril de 1810, como una encrucijada del destino. El rumbo político de Venezuela se fija definitivamente y, por medios diversos, la voluntad de la Providencia fija también el destino de Bello, que no había de servir y morir en la tierra que lo vio nacer.

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Proclamada la independencia, Bello ocupó cargos distinguidos en la nueva organización pública. Su conducta, limpia y sensata en los acontecimientos revolucionarios, fue blanco de una calumniosa imputación que amargó muchos días de su vida. Años más tarde surgió, en efecto, la imputación recogida hasta por hombres de la talla del mismo Francisco Javier Yanes en la propia obra cuya primera parte aprovechaba un trabajo de Bello, de que éste había delatado el movimiento previo al 19 de abril, abortado por el conocimiento de que él tuvo el Gobierno. Semejante monstruosa imputación ha sido destruida por testimonios de un valor abrumadoramente irrecusable13: pero sin olvidar su propia conducta en Inglaterra, pues, como lo señala Rufino Blanco-Fombona, permaneció «fiel a su Patria y a la Revolución, sin pedir ni aceptar nada de los dominadores, a pesar de la miseria que lo acosaba», el más concluyente de ellos fue precisamente el lugar destacado que a Bello le ofrecieron los propios revolucionarios en la junta Suprema de 1810. Se le dio el cargo de Oficial Primero en la Secretaria de Estado, puesto el más importante después del de Secretario: y existe prueba documental de que en él se le conservaba para agosto de 1810, señalándosele como «con comisión en Londres» y manteniéndosele por encima de patriotas reconocidos como Muñoz Tebar, «Oficial segundo y primero interino», o como Revenga o Fortique14.

Sirvió, pues, como Oficial Primero en la Secretaria de Estado de la «junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII».

No es aventurado reconocer su estilo en algunos de los más importantes documentos de la junta.

Constituida la misión diplomática que fue enviada ante el Rey   —14→   de Inglaterra, en cuyas gestiones se fundaron tantas esperanzas de una ayuda directa, pero de las cuales se obtuvo a lo menos una neutralidad benévola, Bello fue designado como Secretario, integrándola con Simón Bolívar y Luis López Méndez15.

No creyó entonces que su ausencia de la patria habría de ser definitiva. El mismo documento antes citado, sobre la relación de empleos en la junta, revela la interinidad de su Comisión. Se le conservaban empleo y asignación en la Secretaría, y Muñoz Tebar lo suplía sólo en forma interina. Pero esta separación de Venezuela a los veintinueve años se cumplía para no volver más. Este dolor habría de marcar una huella imborrable en su espíritu patriota y en su alma de poeta. Ni siquiera a su santa madre, que anciana tuvo la pena de sobrevivirlo, pudo volver a ver. La lejanía de la tierra y del hogar paterno no hizo, sin embargo, sino aquilatar estos afectos, y con justicia pudo señalarse como «don del cielo que fue siempre para Bello, recordar, en los días de su fructuosa carrera, a su madre y a su patria»16.

Cuando salió de Venezuela, ya se había forjado el humanista. En Londres habría de adquirir una erudición vastísima, una depuración espléndida para sus trabajos futuros. Pero ya de Caracas llevaba lo indispensable en el humanista, lo característico de su actuación científica: la vocación al estudio, un sistema fundamental de nociones que le acompañaría en la vida, un método de investigación, un criterio claro y jerárquico para interpretar las letras y la vida. De Caracas, según su testimonio propio que hasta ahora nada autoriza a negar, llevaba ya concluida su Análisis Ideológica de los Tiempos de la Conjugación Castellana, considerada como la más original de las obras de Bello, la cual sufrió tal vez en Londres y Chile una elaboración ulterior, pero debe referirse a su producción caraqueña en cuanto a la estructura. En Caracas había elaborado ya magníficas producciones poéticas, aunque no tan depuradas como las que habrían de convertirlo en Londres, en frase del profesor Eduardo Crema en el «libertador artístico» de Iberoamérica17. En Caracas había revelado la madurez de juicio y de síntesis que revela el Resumen de la Historia de Venezuela.

Por eso, a pesar de la fructuosa influencia en su vida, de la cultura inglesa, Bello no fue un sabio inglés, sino un sabio americano.   —15→   Llevaba ya una formación característica, fruto selecto de un proceso de desarrollo cultural. Y por eso hoy, cuando atildados escritores y laboriosos bellistas investigan su vida en Caracas (la menos trabajada de las porciones de su biografía) se encuentran cada vez con nuevos datos que corroboran su personalidad y su influencia en el medio colonial de entonces18.

Depuración, dolor y lejanía

Regresado Bolívar a Caracas, concluidas las negociaciones19, López Méndez y Bello permanecen en Londres. Allí encuentra Bello múltiples motivos que acrisolan su sensibilidad a la vez que enriquecen sus conocimientos y le hacen sentir las amarguras de la dura lucha por la vida. Lejanía de la patria y de la madre (el padre murió en 1805 o 1806); angustias de una suma pobreza; dolor de la calumnia, sufrido con profundo sentido cristiano, que llevó al poeta a pedir a su hija una oración


por el que en vil libelo
destroza uno fama pura;

tristeza de sentirse ausente de la Patria en los momentos en que sus compañeros de generación eran actores de la epopeya y de verse preterido en la responsabilidad de forjar en ella una nueva existencia; y por si esto fuera poco, tenebrosa soledad de la viudez padecida, para mayor tortura, en suelo extraño.

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Robusta surge su personalidad de estos duros embates. Lo que de predestinación había en él, se convierte en Londres en vocación marcada. Vocación para investigar, para construir, para educar. Su preparación se acrisola, pensando sin duda en lo mucho que ha de devolver a la Patria en el momento ansiado del regreso. Sin pensar en que la Providencia, queriendo hacerlo definitivamente americano, tenía escrito el que su cosecha había de darla en la otra patria, a muchos grados de latitud de la suya, pero hermana por la raza y por la historia.

Los largos años (1811-1829) que vive en Londres son, pues, de trabajo angustioso para mal ganar el sustento, pero también de trabajo y estudio febril para colmar en goces intelectuales la dolorosa vida. Aprende griego, hasta leer en el original a Homero y a Sófocles; prepara el laborioso y meritísimo estudio sobre el Poema del Mio Cid, concluido en Chile y que no alcanzó a ver estampado a pesar de haberlo ordenado en 1862 el Gobierno chileno para corresponder al obsequio de un retrato de Valdivia que le hizo la Reina de España; hace estudios sobre el asonante, sobre la crónica de Turpin, sobre traducción de la Biblia; escribe numerosos opúsculos. Reanuda sus actividades periodísticas (que volvería a emprender después en Chile y le acompañarían toda la vida) con la Biblioteca Americana y el Repertorio Americano, donde aparecen muchos de sus trabajos dedicados a orientar y forjar la conciencia de los pueblos de América. Entra en contacto con renombrados intelectuales, con Bentham, con James Mill, con John Stuart Mill (éste era un niño cuando Bello se hizo amigo de su padre), y abre el espíritu a la influencia del pensamiento inglés, reflejado intensamente en varios aspectos de su doctrina filosófica, pero que no alcanzó a derribar la estructura clásica de su educación colonial.

Sus relaciones con hombres de habla española no son menos interesantes. La propia amistad de Miranda, que le proporcionó muchas otras20, y la de los refugiados o enviados políticos iberoamericanos y españoles, como el terrible Gallardo, el ex-clérigo Blanco White, los granadinos García del Río y Fernández Madrid, el ecuatoriano Semedo21, le sirven de aliciente en el estudio y el análisis   —17→   y entre ellos brilla, pues, al decir de Irisarri, en carta a O'Higgins, de todos los americanos que en diferentes comisiones esos Estados han enviado a esta corte, es este individuo el más serio y comprensivo de sus deberes, a lo que une la belleza de su carácter y la notable ilustración que le adorna»22.

De toda la producción londinense de Bello ha sido destacada, como de una importancia capital, su producción poética. La Alocución a la Poesía y la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, -considerada esta última como la más acabada producción de Bello y que hizo decirle por labios de Cecilio Acosta, «Virgilio sin Augusto, cantor de nuestra Zona»- han sido estimadas por el profesor Crema como el punto de partida de una literatura hispanoamericana. Las observaciones de éste determinan cómo en el ausente, calumniado y azotado por dolores intensos, surge con la depuración poética la voluntad de crear una literatura propia de las naciones iberoamericanas. A los precursores americanistas de Bello, dice: «Les faltaba, exactamente, lo que forman la originalidad de Bello y su gloria: la conciencia, eso es, de que, cantando o escribiendo en aquel modo y con aquel contenido, iniciaban una nueva era en el mundo espiritual del continente, y su liberación artística». Para emular las hazañas de sur contemporáneos, tiene ante sí el campo de las letras: «en el arte quiso ser un libertador: el arte de América era esclavo del de Europa: había un campo en el cual él podía ser un libertador: será uno de los libertadores en un campo en el que libró una guerra que no era la guerra que como hombre odiaba». Así, la conciencia literaria americana nació en Bello. «Sólo en Bello lo instintivo se asomó a la conciencia»23.

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Contrajo en Londres dos veces matrimonio, las dos veces con damas inglesas. Fue la primera doña María Ana Boyland, con quien casó el 30 de mayo de 1815. En 1821, su muerte le hizo saborear la viudez. Era por temperamento afecto al matrimonio, y en el 2 de febrero de 1824 contrajo nuevas nupcias, esta vez con doña Isabel Antonia Dunn, quien le sobrevivió, sazonando en Chile la tertulia íntima con acento inglés y amenos barbarismos. Ambas le dieron numerosa familia; y ha sido destacado el papel desempeñado por sus numerosos descendientes, entre los cuales se han contado políticos, diplomáticos, profesionales, sacerdotes, escritores de talla, artistas de renombre, rectores universitarios24. Muchos de sus hijos le precedieron en la muerte: y este inmenso dolor, padecido con heroica resignación cristiana, contribuyó no poco a la elevada depuración de su espíritu25.

El rumbo marca al sur

En Londres sirvió por primera vez al Gobierno de Chile. En 1822 fue nombrado Secretario de la Legación Chilena en Londres por iniciativa de su gran admirador y amigo, don Antonio José de Irisarri26. Reemplazado Irisarri, «el de la pluma de aguijón mojado en tinta cáustica»27, por don Mariano Egaña, fue Bello sustituido; pero el nuevo Ministro lo mantuvo sirviendo a la Legación hasta que aquél, disgustado «por una de las jenialidades de Egaña»28 renunció, sin que hubiera por ello definitivo   —19→   rompimiento de una amistad que habría de ser después estrecha y perdurable.

Lleno de necesidades se encontraba cuando don Manuel José de Hurtado, Ministro de Colombia, lo designó interinamente por Secretario, título que le fue asignado en firme por nombramiento de 8 de noviembre de 1824. Al regresar Hurtado a Colombia quedó temporalmente como Encargado de Negocios, cargo que ejerció hasta que llegó el nuevo Plenipotenciario, Fernández Madrid. El Gobierno grancolombiano le había dado demostraciones de aprecio, una de las cuales no podía ser más grata a su carácter y a su temperamento: su nombramiento para Miembro de la Academia Nacional que iba a constituirse el 2 de diciembre de 1826 en la Biblioteca Pública de Bogotá29. Cuando llegó Fernández Madrid fue restituido a la Secretaría, y solicitó el aumento de sueldo que la Ley le acordaba. Este aumento no le fue concedido: no era brillante la marcha de las finanzas de Colombia, según lo muestra el hecho, mentado por Amunátegui, de que el mismo Bello en algunas ocasiones llegó hasta a pagar de sus mezquinos ahorros el personal de la Legación, en préstamo al Estado. En 1828 y 1829 la situación económica del sabio se había hecho sumamente difícil; se le daba el nombramiento de «agente confidencial» en París y ni siquiera encontraba dinero para pasar al Continente.

Bello aspiraba, con justicia, y probablemente para acercarse a Venezuela, el que se le designara Ministro de Colombia en Estados Unidos. «Yo pienso también -decía a su amigo Loinaz en 1826-, volverme a esos paises, a pasar en ellos lo que me resta de vida, y si pudiera ser a Caracas, o sus inmediaciones lo celebraría mucho»30. Y ya en 6 de Enero de 1824 había escrito, en el sentido de obtenerlo, a Pedro Gual: «El (objeto) que hoy me ocupa en preferencia a otros es volver a Colombia. Tengo una familia; palpo la imposibilidad de educar a mis hijos en Inglaterra, reducido a mis medios actuales, los que debo a la bondad del Gobierno, por mejor decir, del Sr. Irisarri, no me bastan. Por otra parte me es duro renunciar al país de mi nacimiento, y tener tarde o temprano que ir a morir en el polo antártico de los toto divisas orbe chilenos, que sin duda me mirarían como un advenedizo»31.

Entretanto, el Gobierno de Chile, solícitamente aconsejado por el mismo Egaña -como antes con O'Higgins lo hiciera Irisarri-, para que adquiriera los valiosos servicios de nuestro compatriota,   —20→   le ofrecía una sólida base para levantar su familia. Su amor a Venezuela, que resplandeció hasta los últimos momentos de su vida, hacía que vacilara en aceptar la oferta; mas la dificultad de comunicaciones, que lo indujo a creerse abandonado por su Patria, y por sobre todo la mirada al porvenir de los suyos, lo empujaron a tornar «la resolución que me consta ha sido en extremo dolorosa», según frase de Fernández Madrid32, de separarse del servicio de su País. Bello vaciló mucho antes de resignarse a tomar tal determinación; pero las circunstancias lo empujaron. Se fue a Chile. Oportuna alusión hace Amunátegui, al narrar en su Vida de don Andrés Bello este Pasaje, de los versos que más tarde escribió el poeta venezolano:


Naturaleza de una madre sola,
i da una sola patria... En vano, en vano,
se adopta nueva tierra; no se enrola
el corazón mas que una vez. La mano
ajenos estandartes enarbola...
Te llama estraña jente ciudadano...
¿Qué importa? ¡No prescriben los derechos
del patrio nido en los humanos pechos!33

¿Fue culpa de Bolívar?

Con ocasión del viaje de Bello para Chile, que le arrancó de entre nosotros, su biógrafo Amunátegui habla de que Bolívar procedió como si se encontrara prevenido contra él por no haber recibido de su parte lisonjas a cuya prodigalidad estaba acostumbrado34. Eugenio Orrego Vicuña, a pesar de los altos elogios que hace de Bolívar, ha repetido con posterioridad esta opinión refiriéndose al «despego cesáreo de quien, llegado a las máximas alturas humanas, absorbido por la grandeza de su obra y por la magnitud de un poder casi omnipotente, no tiene ojos para los amigos y los compañeros lejanos ni tiempo que dedicar a sus miserias»35. Ya llego hasta pensar que tal fuera, en la susceptibilidad herida de Bello, la interpretación que él mismo, en el seno de la intimidad, llegó a darle lo ocurrido y que de sus labios recogería el señor Amunátegui. Pero me he preguntado: ¿fue, en verdad,   —21→   egoísmo o soberbia, despego o incuria de Bolívar, lo que llevó a Bello hacia el Sur?

Los documentos que he podido examinar, interpretados por la más sana lógica, no permiten autorizar esa interpretación. Bolívar se manifestó siempre amigo y admirador de Bello, como apareció siempre Bello admirador y amigo de Bolívar. Y si las circunstancias políticas no le permitieron llevarlo apenas constituida Colombia al destino que sus merecimientos exigían, en parte fueron las terribles circunstancias políticas que asomaron al quedar constituida Colombia y definida la independencia; en parte por las difíciles comunicaciones de entonces; en parte, por el mismo temperamento un tanto tímido de Bello, que no le empujaba a tomar una acción directa en los tormentosos acontecimientos de Colombia.

Que Bello manifestó una admiración elocuente por la obra de Bolívar, ahí están sus propias poesías para acreditarlo36; y de que no ocultaba esta simpatía, da fe la carta de Irisarri, de 21 de marzo de 1821: «Ud. podrá ser todo lo amigo que quiera del General Bolívar, proclamarse su partidario, pero yo sin ser ni lo uno ni lo otro, sin tener de este individuo otro conocimiento que sus hazañas, no puedo entenderlo tan grande cuando no sabe aprovecharse de hombres como Ud. La situación a que lo ha reducido el patriotismo de Ud. debiera ser prontamente satisfecha por este General; de otra manera será preciso calificarlo de inconstante en la amistad y de poco o nada atinado en la elección de sujetos sabios y virtuosos»37. Y aun en las propias y difíciles luchas políticas que el Libertador soportó apenas cerrado el cielo heroico, Bello no tuvo empacho en hacerle saber su adhesión, refiriéndose sin duda a la Constitución boliviana. El señor Amunátegui inserta en su obra una carta concluyente a este respecto, fechada el 21 de marzo de 1827, en la que aplaude con conciencia «al más ilustre de los hijos de Colombia» y apoya sus sueños de estadista, al seguir «con su acostumbrado acierto la obra comenzada de establecer el orden público sobre cimientos que, inspirando confianza, harán reflorecer nuestros campos talados nuestro comercio   —22→   i rentas». «Las victorias de Vuestra Excelencia -le dice-, sus talentos i virtudes, le han granjeado aquel brillo, aquel, no digo influjo, sino imperio, sobre la opinión, que solo puede suplir al venerable barniz que los siglos suelen dar a las obras de los legisladores». «Si no todos fueren capaces de apreciar las altas miras de Vuestra Excelencia, si algunos creyeren que lo que llaman libertad es inseparable de las formas consagradas por el siglo XVIII, i se figurasen que, en materias constitucionales, está cerrada la puerta a nuevas i grandes concepciones, la magnanimidad de Vuestra Excelencia perdonará este error, i el acierto de sus medidas lo desvanecerá»38. Y de que no fue ésta la única carta de adhesión enviada por Bello a Bolívar, da fe esta otra carta de Bello, que inserta el señor Orrego Vicuña y en la que decía don Andrés el 21 de Diciembre de 1826: «He recibido recientemente la contestación que Vuestra Excelencia se ha servido dar a una de mis cartas, y en que veo con una viva satisfacción que no he perdido la favorable opinión de Vuestra Excelencia»39.

Que la admiración del Libertador por Bello fue sincera, lo muestra su carta dirigida a Santander desde Arequipa en 20 de mayo de 1825. De ella hay que aislar cualquier intención de disimulo, ya que más bien refleja un cierto sentimiento de satisfacción propia y de defensa de los cargos de inculto que por algunos se le hacían: «Mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible porque yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson (don Simón Rodríguez) que Ud. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas artes e geografía, nuestro famoso Bello...». Admiración no exenta de simpatía y cariño, como lo manifiesta su carta de 22 de enero de 1827 a Fernández Madrid: «Ruego a Usted haga conocer el contenido de esta carta a mi amigo Bello, a quien saludo con la amistad y el cariño que siempre le he profesado»40.

Lo que ocurrió fue que se conjugaron circunstancias en Bogotá y en Londres, para dar origen al mal entendido. Políticamente, la situación de Bolívar vacilaba: el Vicepresidente Santander empuñaba, con las riendas del Ejecutivo, el contralor de la política, que ejercía ante Bolívar con astucia y firmeza combinadas; se iniciaba la rivalidad funesta entre granadinos y venezolanos que había de conducir al cisma de Colombia. Particularmente, Bolívar veía como única solución de la miseria, salvar y negociar las Minas de Aroa que había heredado de su familia por descendencia del fundador Francisco Marín de Narváez. En la gestión relativa   —23→   a sus minas, encomendada a Fernández Madrid y a Bello, Bolívar daba muestras de comprensible impaciencia que lógicamente molestarían a Bello; para la satisfacción de los deseos de Bello de que se le diera el destino que en justicia le correspondía, Bolívar tropezaba con una situación política difícil y no adoptaba con energía y rapidez la medida que el caso de Bello requería.

En Londres, a donde sólo llegaban las noticias de la gloria inmensa de Bolívar y de su poder ilimitado, era difícil comprender que el Héroe veía ya la proximidad del ostracismo y que verdadera angustia sentía por las negociaciones de sus Minas de Aroa, en las cuales fue Bello uno de sus apoderados: minas que constituían lo único precioso de sus bienes patrimoniales, y su solo recurso para cuando dejara la carrera pública. Ansiaba Bolívar, en efecto, enorme rapidez en hacerlas rentables, y en su impaciencia escribía a Fernández Madrid, en carta que sin duda vio Bello, Secretario de éste: «Siento mucho que el señor Bello no haya dado pasos sobre mis negocios de la mina, así es que estoy en la incertidumbre, sin saber la resolución de la sociedad, que no me ha dicho si aprueba o no el contrato: este silencio me hace un daño grave»41.

Pero más difícil todavía sería comprender, desde Londres, la carta en que Bolívar se excusaba de responder definitiva y favorablemente a las solicitudes de Bello: «He tenido el gusto de recibir las cartas de Ud. del 21 de abril; y a la verdad siento infinito la situación en que Ud. se halla colocado con respecto a su destino y la renta. Yo no estoy encargado de las relaciones exteriores, pues que el general Santander es el que ejerce el poder ejecutivo. Desde luego, yo le recomendaría el reclamo de Ud.; pero mi influjo para con él es muy débil, y nada obtendría. Sin embargo, le he dicho a Revenga que escriba al Secretario del exterior, interesándole en favor de Ud.»42.

Para Bello, estas expresiones sonarían a la más relamida hipocresía. Para el que haya estudiado a posteriori la situación política de la Gran Colombia en aquel tiempo, no es dudosa la sinceridad de la frase. «El 16 de junio de 1827 -dice don Vicente Lecuna- Bolívar le dice a Bello que no puede recomendar sus asuntos al general Santander, y se limita a recomendarlo al Secretario de Relaciones Exteriores, porque, en efecto, desde el 16 de marzo el Libertador desgraciadamente había roto con el Vicepresidente, participándole directamente, según dice a Soublette, en   —24→   la misma fecha, que no quería responderle ni darle el título de amigo. Hemos recordado este hecha para hacer notar la sinceridad con que está escrita la referida carta»43. Debió ser la respuesta a la carta de Revenga a que se alude aquí, la del Secretario de Exterior, Vergara (trascrita por el mismo Amunátegui) en la cual éste dijo a Bolívar: «El señor Bello es excelente, desempeñar mui bien sus funciones, i debe ser nombrado (para Ministro de Colombia en Estados Unidos); mas, como actualmente le necesitamos en Francia, donde es de mucho provecho, yo no creo que debamos darle órden para que inmediatamente venga a los Estados Unidos. No tenemos con quién reemplarzarle en Europa; i no sería ni útil, ni decente que, cuando apénas ha tomado posesión, ya le relevemos, i nos quedemos sin ningun ajente en Francia. Sería, por tanto, conveniente para conciliar todos los estremos, que Bello, nombrado Ministro para Estados Unidos, permanezca, sin embargo, en Francia, hasta agosto o setiembre, para cuando ya habrémos hecho algo con aquel gobierno; i que, entre tanto, vaya un encargado de negocios al norte». Tras de la cortés, pero firme y razonada negativa, venía la presentación de candidatos y recomendaciones para el puesto de Encargado de Negocios44.

Por otro lado, de las ideas políticas de Bello desconfiábase por entonces en la Cancillería colombiana. De hombre tan serio y mesurado como don Pedro Gual fue remitida al señor Revenga, ya en 1821, copia de una carta de Bello para el señor Mier, con este comentario: «Paso á manos de usted copia de un fragmento de carta dirigida por don Andrés Bello, residente en la Corte de Londres, y como por ella se ve claramente que sus opiniones son contrarias del todo á nuestro sistema de Gobierno, lo participo á usted para que en sus comunicaciones con este individuo guarde la debida reserva»45. En dicha carta, fuera de expresar un juicio adverso por Estados Unidos, se limitaba Bello, como muchos de los grandes hombres de entonces, a creer en la monarquía como la mejor forma de gobierno; aunque ya reconocía que el nuestro era de «aquellos países que por sus circunstancias no permiten pensar en esta especie de Gobierno». Sobre esta cuestión del pretendido monarquismo de Bello habrá ocasión de hablar en el último capítulo del presente ensayo: por ahora, para enjuiciar el problema de su viaje a Chile y la presunta responsabilidad de Bolívar en su ostracismo, basta tomar en cuenta esta circunstancia   —25→   para comprender también la frialdad de la Cancillería hacia las aspiraciones de Bello.

El malentendido tenía que surgir. El doble aspecto desagradable de su correspondencia con Bolívar, que hacía contraste con las demostraciones afectuosas anteriores, hirieron a Bello hasta el extremo de que «recelaba que algún enemigo suyo hubiese informado a Ud. (a Bolívar) contra él» según escribió Fernández Madrid al Libertador después de encontrarse Bello en Chile46; y creerse en desgracia de aquel a quien juzgaba dueño absoluto de vidas y haciendas desesperó su angustiosa situación y lo obligó a asirse de la tabla de salvación que Chile le ofrecía.

Fernández Madrid avisó a Bolívar el proyecto de Bello de marcharse a Chile y éste -quizás el único para entonces en la Gran Colombia que lo hiciera- supo medir en toda su magnitud la pérdida que su patria sufriría si aquella separación se consumaba. De modo muy diverso se habrían desarrollado los acontecimientos si no hubiera llegado después de marcharse Bello, la carta en que Bolívar decía a Fernández Madrid: «También me indica Ud, de cuando en cuando la miserable situación pecuniaria de esa legación, que obliga al amigo y digno Bello a salir de ella a fuerza de hambre. Yo no sé como es esto, pues siempre se trata en el ministerio de hacienda de envíos y de libranzas para Londres. Siempre me aseguran que está Ud. pagado: en fin, esto es muy desagradable y aun deshonroso. Últimamente se le han mandado tres mil pesos a Bello para que pase a Francia; y yo ruego a Ud. encarecidamente que no deje perder a ese ilustrado amigo en el país de la anarquía47. Persuada Ud. a Bello que lo menos malo que tiene la América es Colombia, y que si quiere ser empleado en este país, que lo diga y se le dará un buen destino. Su patria debe ser preferida a todo; y él digno de ocupar un puesto muy importante en ella. Yo conozco la superioridad de este caraqueño contemporáneo mío: fue mi maestro cuando teníamos la misma edad; y yo le amaba con respeto. Su esquivez nos ha tenido separados en cierto modo, y, por lo mismo, deseo reconciliarme: es decir, ganarlo para Colombia». Esta carta, fechada en Quito el 27 de abril de 1829, sólo llegó a noticia de Bello cuando estaba en Chile48.

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Si Bolívar pecó de «indiferencia» frente a Bello, y no bastaran a excusarlo las angustias y tropiezos que sufría en sus esfuerzos por organizar la recién nacida Colombia, ninguna rectificación podía ser más generosa. Cuando habla de «esquivez» se refiere sin duda al tímido y suave carácter de Bello, poco insistente en lo que le atañía; pero ni por gratuita adversión puede hallarse resentimiento en esta frase de Bolívar porque no le adulara Bello.

Los documentos, más bien, permiten afirmar que si el Libertador no hubiese perdido el gobierno de Colombia y luego muerto, habría enviado a Chile por Bello, y éste difícilmente habría podido resistir su llamado. Al viaje del sabio sucedieron, por el contrario, la derrota política y la muerte del Héroe; vino la disgregación de Colombia y estos dolorosos acontecimientos, con el ejemplo de triste ingratitud para el fundador de la Patria, más bien debieron sedimentar en don Andrés el amargo y recóndito temor de abandonar una patria adoptiva donde su familia prosperaba y a él se le honraba, por el calvario que podía esperarlo en la tierra nativa. Justificado o no, surgiría en su imaginación el mismo pensamiento que albergó en Juan Vicente González cuando apostrofó, en su meseniana a la muerte de Bello: «¡Salvóse el Néstor de las letras de la gloria del martirio!»49.

Y era ya el despuntar de la cosecha!...

Hasta 1829, por sobre sus magníficas producciones, Bello acumulaba materiales para la construcción de su futura obra. De entonces en adelante, continuará estudiando, sí, como que nunca se cansaba de ello aquel para quien «las Partidas eran el mejor digestivo»; pero ya el cúmulo de sus ideas requiere desbordarse, la flor no puede resistir ya más a cuajar en el fruto. Su permanencia en Chile, por eso, es un constante magisterio. Antes había enseñado; pero en Chile su actividad docente (en la cátedra, en el periódico, en la vida pública) fue la predominante. Su labor pedagógica se hizo en verdad febril.

Dio clases en el Colegio de Santiago; dio clases privadas en su casa; enseñó en el Instituto Nacional; fue desde el periódico, entusiasta propulsor y director de los avances de la educación en todos sus órdenes; fue rector de la Universidad de Chile desde la instalación del ilustre instituto hasta después de su muerte.

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Como oficial Mayor en el Ministerio de Relaciones Exteriores fue, puede decirse, el director de la política internacional de Chile50; como Senador y como consejero de los gobernantes fue el legislador de la Nación, el legislador por excelencia cuyo Código civil se conserva todavía vigente.

En Chile se publicaron su Filosofía del Entendimiento y casi todos sus opúsculos filosóficos; su Gramática Castellana y la mayor parte de sus trabajos filológicos; su Historia de la Literatura; numerosos e importantes estudios de crítica literaria; variadas y abundantes poesías; los Principios del Derecho de Gentes.

Su presencia en la Nación del Sur fue de influjo benéfico en todos los sectores de la vida social; tuvo oportunidad de debatir sobre interesantes tópicos sociales con hombres de la talla de Sarmiento, otro ilustre exilado pero que tuvo la fortuna de llegar a dirigir en su propia tierra la obra de recuperación que concibió; desarrolló polémicas firme y cortésmente llevadas, de las cuales surgen luces de orientación para intrincados problemas; y aunque no le faltaron sinsabores, pues hubo hasta quien lo tildara de «miserable aventurero»51, la distinguida sociedad chilena, prácticamente toda, supo apreciar sus méritos y honrar su personalidad venerable. «Llegaban asiduamente hasta el octogenario, clavado en su silla y emparedado de libros, sus discípulos y sus amigos más fieles: Lastarria, pensador avanzado y escritor eminente; Barros Arana, que ya planeaba su Historia monumental; Amunátegui, con el cual empezó en mi país la investigación documental; Vicuña Mackenna, que coloreaba con el vivo luminismo de su imaginación la historia, la vida, el suelo de todo lo vernáculo. También llegaba donde el patriarca, ya recluido para siempre por sus años y sus achaques, el «Excmo. Patrono de la Universidad», como había llamado al Presidente Bulnes en el discurso   —28→   inaugural. Concurrían puntualmente, así mismo, Montt, ya ejercicio de la Primera Magistratura, y Varas, el Ministro de Administración creadora del decenio constitucional de 1851 1861. El maestro tendía las manos a sus fieles amigos, cuyas estatuas han venido agrupándose en los jardines de la Biblioteca, como para proseguir los diálogos interrumpidos por la muerte: Barros Arana, Amunátegui, Vicuña Mackenna, Errázuriz, el gran fraile Arzobispo. Ocaso de maestro y de varón justo»52.

El sufrimiento, lejos de menoscabarlo, purifica y fortalece su alma. Bien escribió después, con la experiencia de su propia vida, que «el dolor es en el plan de la Providencia un monitor celoso, que nos retrae continuamente de lo que pudiera dañarnos»53. A medida que los dolores van agitando las más íntimas fibras de su ser, es palpable la progresiva elevación de su alma en la bondad más abnegada y en el más puro intelectualismo. Perdió en vida ocho hijos: uno niño, otro adolescente, tres hombres y tres mujeres: todas estas penas no hicieron más que purificarlo, acercarlo cada vez más al Bien y a la Verdad Suprema, aumentar sus aficiones intelectuales. En 1843 decía, en el Discurso de Instalación de la Universidad, de las letras, que «adornaron de celajes alegres la mañana de mi vida, i conservan todavía algunos matices a mi alma, como la flor que hermosea mis ruinas»54. Y en su Filosofía se encuentran frases como las que siguen: «Pero, sin esta mezcla de placer i de dolor, no pudiera existir la mas bella de las obras de Dios, la virtud». «Los padecimientos del hombre son, pues, por una parte, un medio de perfeccionamiento, i por otra una prenda de inmortalidad. Resplandece, pues, aun en ellos la beneficencia divina»55.

En Chile encontró, en verdad, campo fecundo para mover su arado y echar y cultivar su semilla. Sus 35 largos años de acción allí, apenas han podido recibir la crítica de una solidaridad política con el régimen oligárquico dentro del cual sirvió. Bello, en efecto, fue incoloro en la lucha política y un leal servidor del gobierno. Fue hasta «compadre» de don Diego Portales, la gran figura de la época. Pero esta crítica, que tal vez habría sido fundada de haber actuado en su propia patria, palidece si se toma en cuenta que vivía en una patria adoptiva a la que debía dar, más que definiciones políticas, un sistema de legislación y de cultura. Su adhesión al gobierno, por lo demás, era el fruto de su convicción; y no suenan a lisonja sino a análisis de buena fe, los párrafos   —29→   dentro de los cuales destaca el beneficio derivado para Chile de la existencia de «un estado de cosas regular i adaptado a las circunstancias, con un gobierno conservador del órden, promovedor de los adelantamientos y limitado al mismo tiempo en el ejercicio del poder por saludables trabas, que impidiesen i corrijiesen el desenfreno i el abuso, en donde quiera que apareciesen»56; y que hizo que el pueblo chileno, a quien pocos años atrás motejara Bolívar con justeza «país de la anarquía», se colocara «primero que en otros países de América» en el camino de la organización constructiva57.

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Ochenta y cuatro años duró su vida. El 15 de octubre de 1865 murió, después de 45 días de enfermedad. Había perdido 7 u 8 años antes el uso de las piernas, lo que lo había reconcentrado todavía más en su labor intelectual. A su muerte dejó lleno de notas el Código civil que durante 30 años había elaborado, con vista a sus correcciones y enmiendas. Entre sus papeles se encontraron borradores inéditos, tales como los relativos a una nueva Gramática, para uso de escolares de los primeros cursos, que venía a completar su obra revolucionaria en este campo58. Deliró en su gravedad con asuntos literarios.

Entregado al trabajo rindió la jornada. La mayor parte de sus producciones han sido recogidas meritoriamente por don Miguel Luis de Amunátegui «su ejecutor testamentario espiritual»59 y publicadas bajo el título de Obras Completas de don Andrés Bello, aunque es de lamentar allí la exclusión de sus cartas y de algunos otros escritos, posteriormente descubiertos. La colección de esas Obras, prologado por Amunátegui cada uno de casi todos los volúmenes, fue editada por primera vez en Santiago de Chile por cuenta del Estado. Comenzó su edición en el Centenario de Bello, 1881, y consta de quince tomos repartidos así I, Filosofía del Entendimiento; II, Poema del Cid; III, Poesías; IV, Gramática; V, Opúsculos Gramaticales; VI, VII, VIII, Opúsculos Literarios y Críticos; IX, Opúsculos Jurídicos; X, Derecho Internacional; XI, XII, XIII, Proyectos de Código Civil; XIV, Opúsculos Científicos; XV, Miscelánea. En 1930 se inició la segunda edición, bajo los auspicios de la Universidad de Chile, con la cooperación económica del Estado venezolano. Tal edición no trae reforma alguna: es reproducción fiel de la anterior, sin más alteración que en cuanto al orden de los tomos. Sólo han aparecido nueve: I, Poesías; II, Gramática Castellana; III, IV, V, Proyectos de Código Civil; VI, Derecho Internacional; VII, Opúsculos Jurídicos; VIII,   —31→   Opúsculos Gramaticales; IX, Opúsculos Literarios y Críticos (primero de los tres de este ramo)60.

Fuera de la edición de la Obras Completas, los trabajos de Bello han sido reeditados muchas veces; y sus poesías corren todavía de boca en boca en las escuelas y hogares de América.



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