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Prólogo a «Diario: 1866-1869» de Eugenio María de Hostos

Gabriela Mora



Eugenio María de Hostos






ArribaAbajoIntroducción


ArribaAbajoPalabras Preliminares

Cuando en 1971 escribí sobre el Diario de Hostos, lo hice alentada por el entusiasmo que me produjo su lectura, después de haber leído -para una tesis doctoral- cientos de obras autobiográficas en español. Afirmé entonces, y lo sigo pensando, que el texto de Hostos constituía el «primer diario íntimo de las literaturas hispánicas» (Hostos intimista: Introducción a su Diario, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976, p. 55). Entonces y hoy, el adjetivo primero apunta tanto a la cronología como a la calidad del escrito. Ese estudio tenía entre sus objetivos principales, contribuir a la divulgación de este texto hostiano, meritorio de ser más conocido y mejor estudiado. Defendí entonces, y sigo haciéndolo, la necesidad de poner al alcance del pueblo puertorriqueño el Diario en edición popular.

Ahora, con motivo de celebrarse los 150 años del nacimiento del prócer, el Comité del Sesquicentenario de Hostos, la Universidad de Puerto Rico y el Instituto de Cultura Puertorriqueña, inician la publicación del Diario como parte de una nueva edición de las Obras Completas de Hostos, elaborando también el aparato crítico indispensable para el mejor conocimiento de la obra. La tarea de colaborar con una introducción a esta nueva edición me halagó y abrumó a la vez. Pensé que hay en Puerto Rico muchos investigadores mejor preparados que yo para esta tarea. Acepté, sin embargo, movida nuevamente por la admiración que me produce el texto, y porque al hacerlo emulaba en cierto modo el americanismo del propio Hostos para quien Chile, mi patria, fue también la suya.

La introducción que preparé tiende a poner al día las cuestiones teóricas sobre el diario en los apartados primero y segundo. El tercer segmento se escribió para suplir una debilidad fundamental del estudio publicado en 1976. No me preocupé allí de situar históricamente la figura de Hostos, quizás porque mi propósito central era probar que el Diario cabía entre los llamados «íntimos». Aunque muy general, esta sección intenta mostrar cómo algunos hechos y corrientes del pensamiento pueden haber influido en la formación del puertorriqueño. El acápite cuarto, el más fiel a nuestra monografía anterior sobre el tema, retoma el asunto de Hostos como intimista. Una breve quinta sección se ocupa del Diario como obra de arte literario. A fin de evitar una carga excesiva de notas, procuré dar noticia abreviada de las fuentes bibliográficas en el trabajo mismo. Al referirme a cualquiera de los veinte tomos de las Obras de Hostos, lo hago citando su primera edición (1939). Las notas al margen en esta introducción traen la información bibliográfica completa.

Creo que esta edición no es aún la definitiva. La pérdida de la mayor parte del manuscrito original traba el camino para elucidar varios problemas. No obstante, nos parece que esta publicación es indispensable para despertar mayor interés por el Diario y alentar nuevas investigaciones sobre otros aspectos de esta obra extraordinaria.

Agradezco a los profesores Manuel Maldonado-Denis y Julio César López, la oportunidad que me dieron para colaborar en este proyecto. Bajo la jefatura del profesor López y con la colaboración de su ayudante, la profesora Vivian Quiles Calderín, tuve la satisfacción de ser miembro de un equipo ejemplar por su dedicación y democrática manera de resolver problemas. Este equipo puso siempre como meta el logro del mejor trabajo posible.

Nueva York, octubre 1987.


ArribaAbajo- I -

Sobre el género autobiográfico y el diario íntimo en particular


La popularidad que goza hoy la autobiografía, ha generado una atención crítica que fue escasa en el pasado. Esta detenida atención sobre las heterogéneas formas autobiográficas, más una general desconfianza en los cartabones genéricos -trampa de taxonomías esencialistas y prescriptivas- ha resultado en la revisión de conceptos que se creían definitivos. Cuestiones como la verdad, la intención y la identidad del autobiógrafo, pilares de teorías y definiciones tradicionales, han sido objeto de rigurosas «descontrucciones»1. Desafortunadamente, el interés crítico ha sido menor en cuanto al diario, aunque hay que reconocer que hay en la actualidad más estudios que hace diez años2. Repasaremos a continuación, algunos puntos generales sobre esta materia, sobre los cuales hay mayor consenso entre los investigadores.

Si se adopta como partida el significado etimológico del término auto-biografía, se hace obvio que se trata de escritura (grafía) sobre la vida (bio) del que escribe (auto). Soslayando el debatido asunto de si constituyen o no géneros3, de la vasta variedad de escritos agrupados bajo el calificativo de autobiográfico -cartas, viajes, poemas, ensayos, relatos, novelas- se han apartado como modalidades autónomas, a las memorias, el diario y la autobiografía. Hay acuerdo en describir las memorias como reconsideración del pasado del autor, quien pondría más atención a su época y hechos que le tocó presenciar, que a su propia interioridad. Faltaría en las memorias la voluntad de conocerse, meollo de la autobiografía, cuyo creador tendría como meta hallar -mediante la escritura- un diseño coherente del camino vital recorrido.

El diario, al contrario de esas modalidades, tiene como marca principal la cronología cotidiana que encuadra cada anotación. A diferencia del memorialista o del autobiógrafo que reflexionan sobre su vida como fase ya completada (por eso se escriben generalmente en la vejez, a gran distancia de los acontecimientos narrados), el diarista anota «a caballo» de los hechos (por esto empieza a escribir muy joven casi siempre). En otras palabras, si memorialista y autobiógrafo enfocan el pasado distante, desde el presente de la escritura, el diarista se detiene en ese presente, y se pregunta (quizás se aflige) por el futuro. El balance total que resume una vida, tal como la ve un autobiógrafo, se reduce en el diario a una sucesión de pequeños balances de uno o varios días. Esto no obsta para que los diaristas hagan también, en ocasiones, recuentos generales de ciertos períodos de su existencia, como se ilustrará con el Diario de Hostos.

De la mínima distancia temporal que va de la ocurrencia del suceso a la escritura del diario, se deriva una importante diferenciaron las otras formas: el diarista, sobre todo el íntimo, como veremos, no organiza su materia para cumplir con cánones estéticos4. Si se recuerda que cualquiera que sepa escribir, puede llevar un diario, más que al impulso de componer una obra artística, el deseo de escribirlo obedece a causas muy variadas, que poco tienen que ver con las razones que impulsan la obra literaria canónica. Este hecho, muy debatido entre los estudiosos, está relacionado no sólo con los valores diferentes que se desean en un diario, sino también con su posible puesto entre los géneros, problema al que nos abocaremos al final de esta introducción.

El empleo de la primera persona gramatical, el más generalizado en la situación enunciativa autobiográfica, ha generado más estudios que el uso menos frecuente de la segunda o la tercera, naturalmente. Como en otras áreas, este empleo que se pensaba conformaba un simple fenómeno de correspondencia entre la unicidad autorial y el pronombre que lo representaba, ha producido drásticas revisiones bajo las nuevas investigaciones psicolingüísticas. Los trabajos de Lacan que ahondaron en fenómenos ya entrevistos por Freud sobre la formación del yo, han contribuido a reemplazar la noción de un ego estable por la de un sujeto móvil y decentrado, e introducir con él los conceptos de carencia e incompletez como factores determinantes del vivir humano5. El resultado más inmediato en relación al diario, ha sido la observación más detenida sobre las diversas formas enunciativas que adopta el sujeto de la escritura. Como se verá en el caso de Hostos, la mayoría de los diaristas está consciente no sólo de que se desdobla al escribir (es sujeto y objeto de la escritura), sino de otras divisiones que complican la idea tradicional de la «unidad» del ser.

Junto con la unidad que se le exigía a los «auténticos» diarios y autobiografías, se ha desechado también la visión única que se creía derivar del yo autorial. En el diario, especialmente, puede verse muy bien cómo los cambios vitales del que escribe van incidiendo en la visión y el tono de lo escrito, aunque el ojo y la mano sean siempre del mismo autor. El diario, sobre todo aquel que se extiende por un largo período temporal, da lugar, a comparar, por ejemplo, las reacciones de un adolescente y un anciano, de un sano con un enfermo, de un satisfecho con un desgraciado, aunque todos cubran a la misma persona. Esta comparación, a la vez que respalda el dictum contemporáneo de la inexistencia de un yo único y permanente, permite, no obstante, reconocer las líneas continuas o discontinuas de una personalidad en el tiempo6.

De modo general, no hay duda de que el deseo de dejar una huella concreta del efímero paso por la vida, está en la base de cualquier escrito autobiográfico. Se puede suponer que la vejez, la enfermedad, la aproximación de la muerte, pueden empujar el anhelo de hacer un recuento vital para hallar coherencia en lo que, antes de escribir, se veía como caótico e incomprensible. El escrito, además, puede dar la oportunidad de saldar cuentas con amigos y enemigos (¡tantos textos autobiográficos son diatribas o públicos agradecimientos!) o exaltar el yo que se cree poseer (¡tantos son desembozadas apologías!).

En el diario, tal vez, influya con mayor intensidad la ansiedad natural que sentimos al pensar que los hechos que consideramos importantes puedan desaparecer si sólo los confiamos a la memoria. Los estudiosos afirman que esta ansiedad se viene haciendo más aguda a partir de la modernidad. Más aún, el origen mismo del diario íntimo lo sitúan algunos en la época iniciada por la era industrial que, añadida a la fuerza que adquiere el capitalismo, habrían cambiado el concepto de la persona y creado la noción de intimidad7. La progresiva desacralización, el vivir urbano que reúne a un número siempre creciente de población, son secuelas importantes del cambio radical que va de la concepción de un mundo estable, asentado en Dios, a otro que lo socava con la duda y el escepticismo. Los esfuerzos para fundar una ciencia del hombre basada en la observación, más los avances científicos y tecnológicos, transformaron la noción del valor individual, al concebir al humano con mayores libertades y responsabilidades para elegir su puesto en la sociedad. Hechos tan inusitados como la decapitación de los reyes y la subida al poder de hombres que no pertenecían a la nobleza, horadaron para siempre las más arraigadas creencias. La caída de centenarias instituciones sociales y económicas, sin duda habrá originado profundos sentimientos de desarraigo e inseguridad, y el deseo de expresarlos. Imaginamos que circunstancias de este tipo, más la soledad, el exilio a veces, la extrañeza ante los propios sentimientos, pudieron mover a muchos a escribir un diario que contuviera los hechos y las emociones vividas.

El estudioso enfrentado a un corpus de diarios, lo mismo que en la autobiografía, verá gradaciones en lo concerniente a la concentración en el yo, vis-à-vis los acontecimientos. La diversidad de aproximaciones en una u otra dirección, ha dado origen a clasificaciones como «autobiografías subjetivas y no subjetivas», o «diarios externos e íntimos»8. La dificultad de fijar límites entre lo «objetivo» y lo «subjetivo», entre lo de «afuera» y lo de «adentro», sin embargo, ha llevado a investigadores más recientes a cuestionar la eficacia de tales divisiones9. Conscientes de que no se puede separar el yo de las estructuras mentales impuestas por la sociedad, compartimos este cuestionamiento, pero pensamos a la vez, que el análisis crítico hace inevitables tales separaciones como adecuadas herramientas heurísticas. Con esta reserva en mente, reflexionaremos a continuación sobre el significado del adjetivo íntimo, el más inasible del par que denomina esta modalidad, pero que creemos útil para calificar una específica variedad de diario.

Hay que reconocer de inmediato que el único acuerdo sobre el significado del vocablo íntimo es su ambigüedad, que imposibilita su definición. Dos volúmenes, resultado de sendos congresos para discutir precisamente este concepto en Francia, plantean hábiles interrogaciones, pero poquísimas respuestas. La pregunta de si el diario íntimo se define por su contenido, su forma o su destinatario, se deja sin contestar, o propone hipótesis provisorias10. No obstante esta ambigüedad, prevalece entre los críticos la noción de que lo íntimo tiene relación con lo profundo, lo escondido, lo oculto al ojo superficial. La connotación que le da al vocablo el uso popular, apunta en las mismas direcciones, y vale la pena repasarlas.

Llamamos «íntimo» al amigo que recibe nuestros secretos. Por relaciones íntimas, se entiende las francamente sexuales. El término «intimidad» se aplica a lo hogareño, lo familiar, a la relación teñida de confianza. Estas connotaciones populares caben bien en lo que se descubre en un diario íntimo. Allí se encuentra lo secreto, lo sexual, lo pertinente a la familia, aquella que sólo se divulga a los seres en que confiamos. Por esto el diario representa para muchos redactores -Hostos incluido- al amigo que no se tuvo en el momento de escribir.

Por otro lado, si se recuerda que a un amigo íntimo se le confían también sueños, ideas, ambiciones, planes, problemas derivados del trabajo y del estudio, hay que aceptar que la actividad intelectual pertenece también a lo íntimo. De aquí que las clasificaciones que dividen los diarios según primen en ellos los pensamientos, sentimientos y acontecimientos, resultan estrechas e insatisfactorias hoy día11.

Si basamos nuestra descripción de lo íntimo en lo secreto y confidencial, tenemos que asentir también al hecho que este parámetro no es fijo, pues cambiará de acuerdo a las transformaciones sociales. Un buen ejemplo del cambio de patrones que inciden en lo que se permite decir o no, se halla en referencia a conductas y deseos sexuales, más y más aceptados como materia de análisis público o privado. Hay que recordar, en cuanto a lo privado, que en ciertos asuntos, los tabúes sociales pueden impedir aún la misma secreta autorreflexión, a manera de autocensura.

La existencia de lo secreto y confidencial, pese a los cambios que se den en cualquier área que sea, no será compatible con el hecho de la publicación, factor antagónico al secreto. Desde este punto de vista, parece adecuado sostener que el escrito que se acomoda mejor a la concepción de un diario íntimo, es aquel compuesto sin miras a la publicación. Este es uno de los puntos más discutidos, y asunto que dificulta a veces la tarea del texto a estudiar12. Porque no se puede negar que si un autor sostiene categóricamente que sólo escribe para sí mismo, no pueda tener la esperanza o el temor de ser leído por otros, lo que influirá sin duda en lo que destina al papel. Pero, habrá que distinguir entre el arreglo deliberado para la publicación, que de una u otra manera dejará su huella en la escritura, y la observación esporádica de un posible destinatario que no sea el diarista. El ejemplo específico del Diario de Hostos nos dará ocasión para abundar más sobre este punto que está estrechamente relacionado con las razones por las cuales se escribe.

En un trabajo anterior, seguíamos la premisa de que la necesidad del autoconocimiento que movía al redactor del diario íntimo, era la característica que mejor lo diferenciaba de otras especies afines13. Sin desechar del todo la premisa, más bien relativizándola, ahora nos damos cuenta de que esa necesidad es resorte probable de cualquier impulso autobiográfico, pero seguimos sosteniendo que es central en el diario íntimo. A diferencia de nuestro trabajo anterior, sin embargo, deseamos subrayar ahora que el deseo de conocerse no se puede separar de la preocupación del autor sobre el mundo. Las crisis que sufre un intimista, reconocidas espuelas que incitan a escribir el diario, están ligadas ceñidamente a lo que pasa en el ámbito más allá del yo. Cuando esas crisis le hacen preguntarse al diarista: ¿quién soy?, ¿hacia dónde voy?, ¿qué he hecho?; es obvio que esas interrogaciones son promovidas por modelos conscientes o inconscientes de conducta social. Si el escritor se cuestiona como hijo, esposo, padre u hombre público, está aplicando valores históricamente determinados. Como sugerimos más arriba, incluso la consideración de lo que es o no es permisible expresar al respecto de estas conductas, es un fenómeno modelado por la historia14.

El deseo del autoconocimiento es nudo gordiano atravesado por una infinidad de hilos que se tocan mutuamente: la personalidad del diarista, y la contingencia histórica, entre los fundamentales. Para cortarlo aquí arbitrariamente, y retomarlo con la ilustración del texto hostiano, vamos a colocar este deseo entre los móviles de lo privado. Esto nos permite enunciar aquí que la diferencia primordial que vemos entre cualquier tipo de diario y el íntimo, es el carácter secreto o privado del último, entendiendo por secreto lo que la cultura de la época prescribe como tal. Dicho esto, surge notoria la dicotomía que la relación social impone entre el ser privado y el público. Las contradicciones que produce esta dicotomía originan muchos de los rasgos caracterizadores del intimista, y del temple más bien triste de sus discursos. Porque la anotación privada en general, dice lo qué produce vergüenza y temor. Por eso se oculta en lo secreto, y por eso creemos, es antagónica a la publicación.




ArribaAbajo- II -

El Diario íntimo de Eugenio María de Hostos



ArribaAbajo2.1.- Publicación

La primera publicación del Diario de Hostos fue hecha en 1939, treinta y seis años después de la muerte de su autor, como uno de los volúmenes de la edición de las Obras Completas15. La edición estuvo a cargo de Adolfo de Hostos y Eugenio Carlos de Hostos, hijos del diarista, con la colaboración del escritor dominicano Juan Bosch. Eugenio Carlos de Hostos tradujo algunas de las partes del diario redactadas originalmente en francés o en inglés. La Advertencia Editorial de esta nueva edición trata, entre otras cosas, problemas encontrados en la primera impresión de 1939. Por ahora importa advertir que el hijo del autor declaró que en 1898, su padre le había pedido no publicar «nada de él que pudiese parecer hiriente»16, frase que de inmediato sugiere posibles alteraciones u omisiones en el manuscrito original. De lo publicado en 1939, se puede afirmar, además de las páginas perdidas según sus compiladores, la existencia de anotaciones que, aunque aludidas en el texto, no aparecen en la publicación17.

Fuera del hecho importantísimo de que no fue Hostos el que dispuso la publicación, la ambigüedad de la frase que cita su hijo permite especular que el padre estaba pensando en no herir a los otros, más que a sí mismo. Esta sospecha se confirma en los cortes del manuscrito en francés, que no aparecieron en la primera edición, que atañen en su mayoría a personalidades históricas que quizás los editores consideraron mejor silenciar18.




ArribaAbajo2.2.- Extensión del diario

Aunque es lógico admitir que no se puede fijar un límite exacto a la extensión del período de vida que debe cubrir un diario, hay que reconocer que los diarios íntimos dignos de mención se prolongan por un cierto número de años, y se escriben con cierta regularidad. Los diarios publicados de Hostos se extienden desde 1866, cuando el autor tenía veintisiete años, hasta 1903, cinco días antes de su muerte. A pesar de que hay veinte años de silencio entre 1878 y 1898, las anotaciones que tenemos exceden en cantidad a muchos de los diarios de intimistas considerados como representativos19.

La interrupción de un diario y su retome en años posteriores, no es fenómeno extraño entre los intimistas. Fuera de la figura excepcional de Amiel, casi todos ellos muestran intermitencias de diversa longitud en la continuación de sus obras. En el caso de Hostos, el corte cronológico en 1878, pone fin a lo que pudiera considerarse como una primera parte que difiere de la que se inicia en 1898. La más obvia distinción es la desproporción en la cantidad de páginas entre las divisiones. Si la primera ocupa -en la primera edición- las 395 del volumen I y 325 del volumen II, la segunda parte que va de 1898 a 1903, tiene sólo 105 páginas. El tono del diarista en esta segunda parte, sin duda está en, consonancia con el hombre mayor (59 años), que ya tiene familia y nombre establecidos. Algunas de las causas que lo obligaron a la anotación diarística, sin embargo, deben haber permanecido para romper el silencio de 20 años. Pero eso es materia de otro apartado próximo.

La interrupción en 1878 tiene una explicación en la vida de Hostos, que coincide con cortes similares en otros intimistas: su matrimonio efectuado en 1877. Si se revisan las anotaciones de 1878, se verá que ocurren durante la primera separación que la pareja Hostos-Bonilla tuvo que sufrir, como lo son también la mayoría de las páginas posteriores a ese año, escritas siempre por un Hostos alejado de su familia. Este fenómeno respalda la opinión de los especialistas de que los casados rara vez escriben diarios íntimos, labor más exclusiva de solitarios20.




ArribaAbajo2.3.- El destinatario y el yo dividido del diarista

El hecho de la publicación está íntimamente ligado al destinatario que el diarista tiene en mente al momento de escribir. Es lógico suponer que si el autor piensa en un lector determinado amoldará su escritura a ese recipiente particular. En el caso de Hostos, no hay duda que escribe su Diario esencialmente para sí mismo. La función psicoterápica que le asigna a su escrito, que se ilustrará con frecuencia, es testimonio de la meta pragmática y personal que le da a sus páginas. La auto-consciencia del puertorriqueño de que él mismo es sujeto, objeto y destinatario de la escritura, se evidencia a lo largo de toda la obra.

La primera persona gramatical, que corresponde a la forma más característica del diario, es la que usa Hostos como sujeto de la enunciación. Su propósito de objetivación, que se explicita («Si no me hubiera propuesto objetivarme», I, 300, subrayado del autor), se realiza por medio del desdoble del sujeto en muy variadas formas. La más simple es la utilización del verbo en reflexivo: «Se trata de explicarme» (I, 261); «rehagámonos» (I, 24); o la franca admisión de ser sujeto e interlocutor: «paseando, discutiendo conmigo mismo» (I, 262). Frecuente, y más clara expresión de la división, es el diálogo que se da entre el yo sujeto y una segunda persona a la que se trata de o de usted: «No te descorazones» (I, 135); «Cumple con tus deberes...» (I, 36); «Mientras las decepciones continuas no hayan conseguido que Ud. condene...» (II, 11). A veces, el sujeto interroga a su otro yo que parece asentir en silencio: «Que eso haya pensado de mí un hombre caído por sí mismo a quien yo trataba de levantar con mi palabra, es cosa horrible, ¿no es verdad?» (II, 324). Otras veces, el yo tiende a refutar la elíptica respuesta de su interlocutor: «Toda mi vida, ¿qué ha sido? Nada de juicios sintéticos: quiero un relato conciso y verdadero» (I, 117). Como se ve en la última cita el yo toma a veces el tono de un superior que se dirige con desdén a su otro inferior: «(de modo que no) puedo perder de vista al pobre diablo de quien soy compañero y enemigo, víctima y verdugo» (I, 72). El uso frecuente del tono exhortativo del superior que castiga o desafía al otro en falta, ilustra no sólo el desdoblamiento del sujeto, sino la fuerte inclinación del diarista a conminarse a cambiar: «Si conocerse es perfeccionarse, no desmayemos, ¡yo puedo ser (I, 37, subrayado del autor). El uso de la primera persona del plural, también frecuente, parece más conciliadora, pero ella no extirpa ni la división ni la conminación: «Moderemos la imaginación..., moralicémonos... Rehagámonos» (I, 24, 25).

A pesar de que Hostos quiere creer en la «unidad primitiva» de su complejo ser (I, 195), se duele siempre de sentirse un hombre «involuntariamente doble» (I, 204), formado por «un compuesto de opuestos» (I, 195). A veces, el diarista está consciente de que un aspecto de su dualismo tiene que ver con la dicotomía entre el hombre público y privado, impuesta por la sociedad:

«Yo digo una deplorable verdad... cuando digo que el hombre es involuntariamente doble, el hombre que hacen sus esfuerzos y el hombre que hacen de él los otros, con sus juicios y sus opiniones... Me creen demasiado ideólogo para aceptarme en la obra de los prácticos, demasiado sincero para que no crean que sería obstáculo de ambiciosos, demasiado sensible para que no teman que me convierta en conciencia exterior de flemáticos».


(I, 204)                


Las más de las veces, sin embargo, la penosa sensación de dualidad que experimenta el puertorriqueño proviene del sentimiento de fracaso que siente al medir sus potencialidades con lo que logra realizar. Véase en las palabras que siguen la división del yo, pero también la alienación dolorosa originada en el rechazo de sí, un rasgo característico del intimista:

«Cuando el reflejo de la memoria me presenta, a mí que me conozco, la vida infecunda que he vivido, protesto contra ella, niego que sea mía, no la conozco. ¡Y no he de estar triste si el Yo que conozco niega al Yo que realizo! ¿Y no he de estar triste, si el miedo no conoce más que el Yo involuntario que le presenta el accidente de mi vida, y me lo echa en cara, y no puedo realizarlo?».


(I, 80)                


La evidencia presentada, tanto cuantitativa como cualitativamente, permite, creemos, afirmar que el destinatario central del escrito es el autor mismo21. Confesiones como la anterior difícilmente admiten otro recipiente. Pese a esta evidencia, no obstante, hay que dejar constancia de que en un par de ocasiones, el diarista imagina la posibilidad de que las páginas sean leídas por un lector anónimo posterior: «[...] si yo lego una fuente de estudios psicológicos a los que estudien mi carácter» (I, 194); «¡Qué autógrafo el mío! El que lea en el porvenir... estas confidencias... Si a los ojos de la posteridad...» (I, 144).

La última frase transcrita, que tan bien ilustra la autoconciencia del escritor de la naturaleza privada de su escrito, sirve también para mostrar cuan difícil es separar con nitidez entre las intenciones del diarista, que naturalmente no tienen por qué ser las mismas siempre. Así, si en esa cita escrita el 21 de septiembre de 1869, se sugiere un lector que se detendrá en esas confidencias, en otra ocasión, en aparente contradicción, parece renegarse de ese posible lector de secretos, o imaginar otro de inclinaciones diferentes, o confirmar que el verdadero destinatario es el escritor mismo. Así se anota el 3 de junio de 1869: «Yo no escribo para que algún día se recojan en mis escritos los hechos oscuros de mi vida. Escribo para recoger día por día el substratum intelectual de los sucesos» (I, 126). Lo que sigue a continuación sugiere que el recogedor aludido es el diarista mismo, pero la construcción de la frase permite, en su ambigüedad, leer las posibilidades mencionadas.

No hay ambigüedad, sin embargo, respecto a la única ocasión en que Hostos menciona en su diario un destinatario de carne y hueso, que no es él mismo. Se trata de la esposa del autor a quien se dirige el escrito del 10 de mayo de 1878. Véase en la cita que sigue, además, la explícita función terapéutica que Hostos atribuye a su diario:

«Nunca, ni aun el primer dolor de la injusticia, me ha hecho sufrir tanto como tu ausencia; y nunca el dolor de tu ausencia ha sido tan punzante como en este momento en que escribo para combatirlo. Escribiendo para ti, me parece que hablo contigo, y me consuelo»22.


(II, 295)                


Como sostuvimos anteriormente, estas esporádicas alusiones a otro destinatario que no sea el autor mismo, no pueden contraponerse, por su infrecuencia, a la evidencia masiva de que el puertorriqueño está escribiendo fundamentalmente para sí. La prueba de lo que decimos, más allá del aspecto cuantitativo, tiene que ver con el qué y el porqué se escribe, materia entrañablemente unida a algunos rasgos caracterológicos del intimista, como iremos viendo.

En relación al destinatario, el uso del francés o del inglés que practicó Hostos, ofrece el interesante dilema de la motivación, El uso es corriente entre los diaristas, y la explicación más aceptada sostiene que está relacionado con el temor de que el diario sea hallado por los que rodean al diarista (su familia, que casi siempre desea evitar, como en el famoso caso de Tolstoy). Como la obra de Hostos se escribió en su mayor parte en la soledad de los cuartos de pensiones en que vivió, el uso de lenguas extranjeras sí pudo pensarse como barrera a caseros indiscretos. Por otro lado, se sabe que por los intrincados mecanismos de autocensura mental, a veces es más fácil referirse a ciertos temas o palabras con vocablos extranjeros: El impacto de la palabra ajena parece disminuir la resonancia de los tabúes mentales. Para nosotros, este uso de otras lenguas es elemento que confirma el carácter secreto o privado que Hostos le dio a su Diario.




ArribaAbajo2.4.- Por qué Hostos escribe un diario íntimo

ArribaAbajo2.4.1.- Meta declarada

Fuera de las motivaciones generales descritas más arriba, que impulsan cualquier escrito autobiográfico, se ha entrevisto que la meta psicoterápica que Hostos otorga a su Diario, es abiertamente explícita. La confesión cotidiana es para el puertorriqueño una «útil obligación» (I, 28), que lo ayuda a explicarse (I, 201, 220), lo consuela (I, 45), completa su vida (I, 64), y sobre todo, lo cura de sus crisis (I, 31, 117). Este específico objetivo se anota desde el comienzo. Aunque las notas publicadas empiezan en 1866, el autor indica que lo inició en 1858 con claro fin: «Diario de mi vida, empezado a los dieciocho años, con objeto de estudiarme a mí mismo, dominarme, mejorarme y proceder según conciencia» (II, 209). En 1869, después de un silencio de varios meses, Hostos reanuda su Diario con el propósito de curarse de una crisis, y se refiere otra vez a la situación que originó el escrito: «Con el mismo fin, más lúcidamente vislumbrado, que en 1858 me curó instintivamente de los desarreglos de la imaginación, emprendo hoy la tarea, tantas veces recomenzada, tantas veces abandonada, tantas veces reconocida como salvadora» (I, 117).

El mismo diarista usa la palabra crisis para designar el inquieto estado de ánimo que le obliga a tomarla pluma: «Voy a hacer un resumen lo más exacto posible de los últimos años de mi vida y de las causas determinantes de mis acciones. De ese modo favoreceré la crisis que siento ha comenzado en mi espíritu» (II, 108).

Si una crisis es el punto de partida de la anotación del diario, es de suponer que su cultivo a lo largo de un período de tiempo, es indicación de que los problemas personales que producen las crisis no han hallado solución. En el caso de Hostos, con excepción de unas pocas páginas escritas entre 1900 y 1903, originadas por específicos hechos históricos que pueden trastornar la paz de cualquiera (revoluciones en Santo Domingo), pudiera decirse que las causas que lo empujan a escribir no desaparecen hasta el año de su matrimonio. Los conflictos interiores que el diarista busca mitigar por medio del autoanálisis se continúan prácticamente desde las anotaciones de 1866 hasta el corte que ocurre en 1878. El total de 716 páginas que cubre esa primera parte, versus las 104 de la segunda (en la primera edición) es testimonio de que las razones que impelen al diarista a tomar la pluma deben ser complejas y duraderas puesto que lo empujan al diario durante el transcurso de los doce años que van de 1866 a 1878.

Antes de examinar algunas de las causas más generales que se han dado como provocadoras de la escritura intimista, queremos hacer notar la fina perspicacia de Hostos para reconocer las consecuencias de su actividad introspectiva, adelantando conclusiones sobre fenómenos psicológicos desconocidos en su época. El puertorriqueño observó muy bien las ventajas de la práctica del autoanálisis: «Conozco bien la utilidad del sondeo y vuelvo siempre a él» (II, 39). «Aunque la razón determinante de este estudio superficial no tenga mucha trascendencia, me conviene comenzar a ver claramente las causas de mi fracaso perpetuo. Si la síntesis me mata, el análisis me salva» (II, 12). Pero, también la minuciosa mirada interior del diarista descubre que el exceso de análisis puede ser dañino: «[...] el Diario, estudio incesante de mí mismo, sustituía a otro estudio, y empezaba a hacerme el inmenso bien y el mal incalculable que nos hace el demasiado conocerse» (II, 290). La paralización de su voluntad, es uno de los males que el mismo diarista va a mencionar en su escrito, como se ilustrará más adelante. Otros, pueden adscribirse al siguiente rasgo general que se estima causante también de la escritura intimista.




ArribaAbajo2.4.2.- Rechazo y descontento de sí mismo

A grandes rasgos, se puede decir que el casi permanente estado conflictivo que empuja al intimista a escribir su diario, tiene por causa la insatisfacción consigo mismo. Alain Girard dice sobre esto: «[...] la conciencia del intimista es una conciencia desgraciada. Ella no se despierta sino para hacer el cómputo de sus faltas...»; «El intimista no se acepta» (Le Journal, pp. 502, 533). Hostos se ajusta con penosa precisión a esta característica. Numerosas son las líneas como las siguientes: «Muy mal, muy mal: no puedo estar contento de mí mismo» (I, 42); «Me muero de descontento de mí mismo y soy impotente para todo» (I, 26).

Es natural que la insatisfacción que experimenta el diarista con su modo de ser lo mueva a tratar de modificarse y cambiar. El Diario de Hostos, sobre todo en los primeros años anotados, ofrece una dramática exposición de las luchas que libra el diarista consigo mismo para transformarse: «Si logro aprender, lograré ser»; «Si conocerse es perfeccionarse, no desmayemos, ¡yo puedo ser!» (I, 166, 37).

La presentación del yo en proceso de formación o de cambio, o con voluntad de cambio, que exhibe el diario íntimo, es uno de los rasgos distintivos que lo diferencia de autobiografías y memorias. En estos últimos escritos el autor reconstruye su vida y en su recreación suele primar la visión satisfecha. El escrito del intimista, por el contrario, deja ver un yo sufriente porque su autor se fija sobre todo en sus debilidades y fracasos. En el Diario de Hostos, el sentimiento de fracaso es dominante.

El diarista está constantemente revisando los hechos que no ha logrado realizar, y el mal uso de sus cualidades: «Todo lo que era una esperanza se ha convertido en un fracaso; la inteligencia no me sirve para nada; el carácter no me sirve para nada» (II, 142).

Especialmente dolorosa es la emoción que siente el escritor al comparar el que cree menguado resultado de sus acciones, con los ambiciosos sueños y planes que construye:

«Es insoportable esta vida. Siempre ante mi razón y ante la conciencia el contraste de lo que soy y lo que pudiera ser, de lo que debo y quiero con lo que puedo; de lo que hago con lo que sería capaz de hacer».


(I, 379)                


Quizás la mejor ilustración del sentimiento que comentamos se encuentre en una extensa lista que Hostos compuso en 1874 sobre «todo lo que he perdido y por qué», en que, además de anotar la muerte de seres queridos, se detiene a registrar fracasos de su inteligencia, voluntad, conciencia y vida social (II, 156-157).

Aún en la vejez, después de haber realizado una obra patriótica y pedagógica reconocida, Hostos todavía siente que no ha hecho todo lo deseado, debido a sus propios defectos: «No será perseverancia vulgar la que me falta; pero algo muy especial me falta para llevar a cabo las obras que me propongo» (II, 418). Al leer estas palabras, escritas en 1903, año en que murió Hostos, hay que recordar que el autor aspiró siempre a alcanzar metas casi sobrehumanas. Insistiremos más adelante, en señalar cómo la mayoría de los autorreproches del diarista provienen de esas miras inalcanzables, más que de la verdad sobre lo realizado.




ArribaAbajo2.4.3.- Inadaptación y soledad

El descontento de sí que revela el intimista, tiene que ver directamente con el dolor de sentirse desadaptado, inepto en sus relaciones sociales. Hostos se queja con frecuencia de su inhabilidad social: «No nací con naturaleza idónea para el triunfo social»; «Cuanto hago, cuanto pienso, cuanto siento es inadecuado a los fines de relación» (I, 81, 62); «El hecho social me oprime» (II, 136). El Diario va a mostrar períodos en que la queja se justifica plenamente ya que, por diversas razones, el puertorriqueño sí vive muy aislado. Pero hay que contrapesar con ellos otras ocasiones -sobre todo del Hostos enamorado, que veremos- en que el diarista muestra muy bien sus gracias sociales.

El no sentirse apreciado socialmente, tiene como secuela natural la impresión de ser desconocido e incomprendido, hecho anotado a menudo por Hostos: «Que no me conozcan, nada de extraño; que sea imposible conocerme, culpa mía» (I, 166). En 1869, el autor se lamenta porque no se comprendan ni a él ni a sus escritos (I, 195), y en 1870, se reprocha el desarrollar un pensamiento que nadie entiende (I, 349).

De la conjunción de los altos ideales que persigue y el conocimiento de sus propias cualidades, deriva Hostos un angustioso sentimiento de frustración al verse fuera de la órbita propicia a sus acciones, como escribe en agosto de 1870:

«Oh, me hacen falta circunstancias, hace diez años que estoy buscándolas y perdiéndolas, diez que estoy padeciendo el tormento infernal de estar siempre fuera de mi orden, y es necesario que o caiga en mi centro de gravedad, y que repose, o que me arrastren otras fuerzas y me destrocen».


(I, 380)                


La aflicción de sentirse inadecuado e incomprendido tiene como inevitable corolario un profundo sentido de soledad, nota señalada como muy característica entre los autores de diarios íntimos23. En el Diario de Hostos, el agudo sentimiento de soledad que se expresa con tanta frecuencia, aparece tanto buscado por el mismo diarista como por resultado de circunstancias que él no puede controlar. En 1878, el escritor reflexiona que desde muy temprano en su vida, había empezado «el hábito del aislamiento» (II, 289), y en otra ocasión, se pregunta si será favorable el sentir como benéfico el cultivar tan pocas relaciones sociales (I, 84).

La mayoría de las veces, sin embargo, la soledad, es para Hostos una carga de las más penosas que debe soportar: «Estoy profundamente triste. Motivos inmediatos: la soledad, que me es tan dolorosa, y que me atormenta. "No tengo un solo amigo", "Vivo en absoluta soledad"» (I, 223, 287).

Como en otras ocasiones, Hostos rehúsa excusar su situación amparándose en la fatalidad o en la mala suerte. Al contrario, el diarista reconoce que su carácter «taciturno» y su «firmeza» de ideas y sentimientos, han influido en la soledad que lo rodea (II, 68). Al admitir sus imperfecciones, no vacila en culparse de hallarse solo: «Me pregunté la causa de aquella soledad aterradora, la razón de aquella impotencia del aislamiento, y me culpé» (I, 43). Hay que observar, que el Diario que reaparece en 1898, del Hostos ya casado y padre de numerosos hijos, no manifiesta esa desesperante soledad que padeció veinte años antes.

Todas las causas examinadas, creemos, pueden caber bien en una frase descriptiva del diario íntimo hecha por Pierre Reboul. El estudioso francés mantiene que este tipo de escrito está animado por una inquietud ontológica y axiológica a través de las cuales el autor quisiera asegurarse de que es un valor («Niveaux d'intimité dans les écritures de George Sand», Le Journal intime et ses formes littéraires, ed. V. del Litto, p. 88). No hay duda de que un tímido, un solitario, ambicioso de gloria como pudo ser Hostos, por lo menos en su juventud, siente con mayor vehemencia que otros el anhelo de afirmar los valores que sabe encierra en sí. Si las circunstancias no le han sido propicias para desplegar este valor ante los demás, se comprende la necesidad de la anotación diarística, recipiente de auto-dudas, pero también de auto-afirmación.




ArribaAbajo2.4.4.- Mirada retrospectiva y tristeza

El descontento y la soledad en que vive el intimista, le hace con frecuencia examinar su pasado con atención, para hallar en él las razones para su desventura. Las miradas retrospectivas -rasgo característico de los intimistas- menudean en el Diario de Hostos, sobre todo a raíz de algunos aniversarios24. El recuerdo de su madre, cuya fecha de nacimiento o muerte se registra asiduamente, lo sume en penosa frustración y recuento de sus fracasos, en que contrasta las esperanzas que ella había puesto en su destino, y los magros resultados (I, 229, 317; II, 289, 293). Otras veces las miradas retrospectivas son espoleadas por algún cumpleaños del autor (II, 75), el abandono de una novia (II, 135), o, menos usual, un día más feliz (II, 156).

Con todo lo dicho anteriormente, cabe preguntarse si los diarios íntimos registran de preferencia lo penoso y triste de la vida del autor. Dadas las causas examinadas como posibles generadores del diario, no extraña responder en la afirmativa. El intimista, con su necesidad de curar los aspectos de su personalidad que juzga negativos, va a fijarse en sus debilidades, va a acentuar más sus faltas que sus virtudes, va a contar más sus penas que sus alegrías25. El Diario de Hostos no es excepción en este punto. El tono dominante hasta 1878, por lo menos, es de tristeza y melancolía: «He pasado todos estos días ahogando en el trabajo la tristeza que me circunda» (II, 36); «Caí en una melancolía abrumadora» (I, 262); «Quisiera tener aquella tenacidad observadora de los primeros días de dolor para analizar el sentimiento de profunda y vehementísima tristeza que experimento desde hace quince días» (I, 79).

Los estados depresivos en que cae el autor son tan frecuentes, que el diarista se exhorta a observarlos como si fueran una enfermedad. La perspicacia del escritor para comprender el impacto que sobre el organismo tienen los problemas y preocupaciones, se explicita bien en el siguiente fragmento, adivinador de los males psicosomáticos:

«Comienzo a ponerle cuidado a mi tristeza. Naturalmente, ella está basada en mis sufrimientos morales y agravada por mi situación social, por mi impotencia política, por la pobreza, la soledad, el abandono y la desesperación de la falta de acción».


(II, 158)                


Esas palabras que Hostos escribió en Nueva York en 1874 tienen tras sí todo un trasfondo de luchas políticas (contra las Juntas que son anexionistas en vez de separatistas), económicas (contra un continuo empleo no remunerado, a pesar de trabajar constantemente), y sociales (su repetido abandono de las mujeres que lo amaron, por seguir la causa de la liberación antillana) que hay que tener en cuenta para aproximarse a una caracterización equilibrada del autor.

La existencia de ese trasfondo histórico, tan amarrado a lo que se denomina terreno «personal», es lo que exploraremos en nuestro próximo apartado. La tendencia del intimista a centrarse en ciertos aspectos de su vida, le hace a menudo ser ciego o injusto consigo mismo. Por lo demás, todo diarista practica una selección de hechos e ideas, puesto que es prácticamente imposible anotar todo lo sucedido o pensado. Así, aunque el diario íntimo sea quizás el documento autobiográfico que mejor pueda acercarse a la «verdad» del hombre que escribe, será siempre verdad parcial que habrá que complementar con otras evidencias26.








ArribaAbajo- III -

El contexto social


Ya se ha entrevisto que entre las razones que mueven a Hostos a escribir su Diario, figura primordialmente su deseo de aliviar alguna crisis. En su afán por calmar lo que siente como desorden de su espíritu, el autor se fija con atención en sus ideas y sentimientos para buscar allí la raíz de su descontento. Como resultado de la implacable, minuciosa observación de sí que hace el puertorriqueño, tenemos páginas no sobrepasadas en franqueza y candidez. Pero, claro, allí no está todo lo que pudiera explicar las crisis. Es humanamente imposible darse cuenta cabal de cómo cada acontecimiento que vivimos afecta más o menos nuestra sensibilidad, sobre todo si se trata de recapturar lo vivido a corta distancia temporal del hecho.

Ya dijimos que las crisis personales no pueden separarse del mundo que rodea al autor. De las que con tanta frecuencia registra Hostos, creemos que muchas provienen, en forma más directa de lo que fue capaz de ver el diarista, dé la contingencia histórica que le tocó vivir. Intentaremos repasar algunos hechos de esa contingencia, poniendo atención sobre todo a las corrientes de pensamiento que sin duda debieron tocar con fuerza al ser en formación.


ArribaAbajo3.1.- De la niñez a la primera juventud

De la niñez de Hostos no tenemos, por desgracia, sino aquel recuento inconcluso, escrito en 1874, que se ha dejado como pórtico («Memoria») del Diario. Como toda mirada adulta sobre la infancia, la visión es nostálgica de una época que se ve como feliz, aunque a ratos se asome la amargura del presente desde el cual se escribe. El analista que hay en Hostos, se esfuerza por hallar en el recuerdo de su yo niño, algunos de los rasgos que, como resultado de su asiduo análisis, cree constantes de su personalidad. El muchachito voluntarioso, ultrasensible, imaginativo y soñador que se dibuja, revela una matriz que el hombre de treinta y cinco años reconstruye para explicarse algunos trazos que ve como curables en su persona. El cuadro familiar con abundantes miembros -parientes, allegados, esclavos, amistades-, además de valer como testimonio epocal, sirve para que el lector aprecie, por contraste, el efecto terrible que habrá tenido para el joven Eugenio María la separación de ese paraíso. Así lo reconoce el autor cuando en 1871, en un recuerdo de su infancia exclama: «Mi vida de ventura fue cortada a los doce años cuando partí para la ciencia» (II, 16).

No tenemos testimonios de cómo vivió el niño Hostos, a los doce años, cuando se le envió a estudiar a Bilbao, en 1851. Podemos imaginar, sin embargo, que además de la responsabilidad que tuvo por su hermano menor que viajaba con él, algo de su seriedad y retraimiento posteriores pudieron originarse en ese primer destierro27. En esos fragmentos de Memorias se puede apreciar, también, el efecto devastador que sobre el espíritu del autor van teniendo las muertes sucesivas de su madre y hermanos. No sorprende, entonces, que las crisis provocadas por estas desapariciones, sean objeto de constantes rememoraciones en el Diario (I, 317; II, 289; II, 304).

Así como no hay récord diarístico de la infancia o de la adolescencia, excepto en los recuentos retrospectivos del hombre ya formado, tampoco lo hay de la época en que Hostos se trasladó de Bilbao a Madrid para hacerse estudiante y universitario. El lugar y los tumultuosos años, sin embargo, debieron hacer profunda impresión en el joven. Con un poco de inventiva se puede reconstruir la atmósfera política e intelectual en que estaba sumergido el puertorriqueño, tan hambriento de saber como de gloria.

J. L. Aranguren afirma que «el régimen político constitucional español, a lo largo del siglo XIX, ha sido una sucesión de Dictaduras militares, con ideología más o menos liberal, instauradas casi siempre por Pronunciamiento», y Julio Busquets computa ocho pronunciamientos militares entre 1854 y 1867, bajo el reinado de Isabel II28. Fuera de estos motines con sus correspondientes fusilamientos y destierros, las guerras carlistas continuaban derramando sangre en esa época. En el ambiente universitario, la prevalencia de viejos métodos escolásticos, se empezaba a socavar con nuevas doctrinas que iban abriendo España a la modernización. Como todo proyecto de cambio, no obstante, los intentos de reforma hallaban cerrada oposición. Algunas sonadas consecuencias de estas luchas -censura de diarios, despido de profesores- las va a presenciar el antillano29.

No está claro que Hostos haya terminado sus estudios de bachillerato. Según Antonio S. Pedreira, el permiso de su entrada en la Facultad de Derecho y Filosofía de la Universidad de Madrid estaba condicionado a la terminación de estudios anteriores30. Los comentarios en el Diario sobre esto pueden leerse como resultado de un problema administrativo, o como una crítica al sistema de educación, caótico en esos tiempos31. En un recuento fechado en 1878 anota, por ejemplo:

«Mi posición académica, que no podía ser más falsa, me tenía en la continua alternativa de las tensiones de amor propio y de las incertidumbres de conciencia: si iba a la Universidad, me parecía humillante resignarme a otros estudios que aquellos que, a haber estudiado normalmente, hubiera podido estar haciendo: si no iba, me acordaba de los consejos de mamá, de las cartas amonestadoras de papá, del dinero que sin fruto invertía en una educación que no era la designada por él».


(II, 289)                


La última frase pensamos, se refiere a la ruta autodicta que al parecer Hostos prefirió seguir, disgustado como estaba de «la organización de la enseñanza del Derecho» (II, 23), carrera a que lo habría inducido la familia, a pesar de que él habría preferido la de las armas, según el Diario (I, 118; II, 78). Los choques con su familia que se adivinan en las palabras anteriores, deben haber aumentado las crisis que naturalmente conforman la primera juventud. Esa extraña -vista desde hoy- admiración por la carrera de las armas, debe tener que ver con su temprana inclinación por la política, no inusual en el ambiente romántico burgués que imperaba entonces. Sobre los militares españoles de la época isabelina, hay que recordar que los más prominentes de ellos fueron decididos liberales, contrarios al absolutismo monárquico y propulsores de las libertades civiles y religiosas.

Cuando vamos a conocer a Hostos, al comenzar el Diario, es ya es ya ardiente político que colabora diligentemente con los que conspiran para derribar el gobierno corrupto y represivo de Isabel II. Los liberales que prepararon la revolución del 68 serán conocidos personales del autor. Las figuras de Pi y Margall, Castelar, Salmerón, Ruiz Zorrilla, Azcárate, Prim, entre las más conocidas, se asoman en las páginas en anotaciones que sugieren la familiaridad del contacto correligionario, y la labor periodística compartida, que de hecho los unió.

Según el diarista, su carrera política comenzó en 1865, con su protesta pública por los desmanes de la policía en la noche de San Daniel (II, 74). Se puede comprobar, sin embargo, que comenzó antes. En 1863 dio a la publicación La peregrinación de Bayoán que es, a pesar de su condición de novela, un documento político clamador de la libertad de las Antillas. Hay constancia además que desde 1863, Hostos escribía en El Museo Universal, La América, El Cascabel y La Iberia, diarios de tendencia liberal. Sus colaboraciones en estos periódicos (y más tarde en La Soberanía Nacional, dirigido por Ángel Fernández de los Ríos, el más «radical» de los liberales32) muestra su adhesión temprana a la ideología progresista, que exigía muy necesarias reformas.

Con el liberalismo político de la época, Hostos comparte la actitud anticlerical y la promoción de la libertad de enseñanza, de asociación y de cultos. En relación a las Antillas, si comenzó confiado en las promesas de sus correligionarios de que las reformas podían venir bajo el gobierno español -depurado por los liberales en el poder- pronto se convenció de que la única solución para sus islas era la total independencia de España. Esto que se escribe en pocas líneas tiene que significar un proceso tal de emociones que un escrito difícilmente puede recoger. Si el Diario deja el testimonio de la desilusión progresiva de Hostos ante la actitud y las acciones de sus amigos «revolucionarios», no ofrece por otro lado, un recuento pormenorizado de tantos acontecimientos importantes que iban sucediendo. Desde luego, el peso histórico de un hecho no es siempre asequible en el presente, y, como hemos dicho, el diarista, recogido más en su intimidad, da por sentado lo conocido, siendo él su propio destinatario.

A veces, un período de silencio es elocuente testigo mudo de períodos en que la actividad diaria tal vez no dejó tiempo para la anotación. El mismo golpe del 68 puede ejemplificar esto. Si hay apuntes previos al movimiento, el Diario se detiene justo en septiembre, en el momento en que más hubieran interesado las impresiones vividas. Las anotaciones, que se reanudan en mayo del 69, no registran la «agotante lucha infecunda» que, según los compiladores de la primera edición, Hostos realizó por esa época en Madrid (I, 88). La inserción en esa edición de las cartas del autor a El Universal (I, 89-97), y el discurso que publicó en el Ateneo el 20 de diciembre 1868 (I, 97-116), dan alguna prueba de esa lucha, pero muy insuficiente. Es evidente por esto que no se puede pensar que un diario pueda considerarse como un retrato «fiel» de ningún hombre. Al respecto, es pertinente tener en cuenta esta insuficiencia cuando se leen las frecuentes quejas de Hostos sobre su atonía y falta de acción. El lector tendrá que recordar, para balancear la queja, su prolífica actividad-política y periodística, que la desmiente. Para los años que van entre 1866 y 1868, período en que abundan los lamentos por su inacción, la recopilación de artículos que pudo recoger en España y América su hijo Eugenio Carlos, da el siguiente recuento, sin considerar muchos trabajos perdidos: Para 1865 treinta y cinco artículos, para 1866 veinticinco, en 1867 tres, y catorce para 1868. Algunos de estos trabajos son de considerable extensión y revelan atenta investigación33.

Un cotejo cuidadoso entre los escritos periodísticos de Hostos y las páginas del Diario, ilustrará la fuerza de la pasión en ambos, pero también las significativas diferencias entre ellos. El tono seguro, resuelto, casi dogmático del hombre público del primer caso, contrasta con el dolido, sembrado de dudas e incertidumbre del diarista. Sirvan de ejemplo, ese discurso del Ateneo, comparado con páginas del diario de 1868 o 1869. O, la carta de protesta que Hostos publicó en La Iberia en 1865, contrastada con los lamentos diarísticos posteriores, en septiembre de 1866, por lo poco que ha realizado en su vida. La audacia del último documento -fuera del temple diferente al Diario- se entenderá mejor si se recuerda que, en 1865, el ministro Narváez estaba aplicando mano dura a los liberales. Si esto ocurría con los españoles, es de suponer que el riesgo corrido por un «colono» podía ser mucho mayor.

La formación intelectual de Hostos presenta el mismo problema de luz y sombras. La mención en el Diario de ciertos nombres, fechas y sucesos, permite asir ciertas claves encaminadas a ciertas corrientes. Pero son atisbos que hay que complementar con otras fuentes. Con la evidencia textual, vamos a referirnos a continuación a algunos cauces de pensamiento que sin duda influyeron en la formación del puertorriqueño. Artificialmente separaremos, para mayor claridad, el recuento de fenómenos que de ninguna manera aparecen aislados en la realidad. Su coexistencia, y probable confrontación, puede que incluso haya sido causa de más de alguna de las crisis del lector muy crítico que era Hostos. No se nos escapa que cada una de estas corrientes merece por sí sola un estudio más extenso. Debido al carácter introductorio de estas páginas, sin embargo, nos ceñiremos sólo a los rasgos más generales y que tengan relación con el Diario. Por cuestión cronológica abordaremos primero el romanticismo, teniendo presente que éste no se puede separar de la ideología liberal ni de la secreta labor de los masones, que la divulgan.




ArribaAbajo3.2.- El romanticismo

Los estudiosos del diario íntimo coinciden en afirmar que esta especie literaria se originó bajo la influencia del romanticismo, y en atribuir rasgos semejantes a intimistas y románticos34. Aunque el auge del movimiento había pasado en España por los años en que Hostos habita en Madrid, no hay duda de que se pueden rastrear evidentes huellas románticas en sus escritos. Como advertencia general, antes de aludir a algunas de esas huellas, debemos recordar que la condición de proscrito político, pobre y rebelde -caros tópicos de la escritura romántica- fueron para el antillano, vivencias muy reales y dolorosas.

De modo general, se sabe, el romanticismo es una etapa histórica del mundo occidental que cubrió más allá del ámbito literario. La política, la filosofía, la ciencia, todo el estilo de vida fueron tocados por sus principios. J. L. Aranguren lo ve como una crisis de penoso «desajuste» a un «mundo bruscamente nuevo: el mundo de la revolución política y de la revolución industrial» (Moral y Sociedad, 1967, 75). La apertura de la subjetividad, una de sus bases, a la vez que alentó una nueva apreciación de la emotividad y de la fantasía, espoleó el escribir autobiográfico. El vuelco -reacción al predominio de la razón preconizado por el siglo de las luces- llevó al romántico a la exaltación del yo, y a la concepción del héroe como ser singular, diferente. Este concepto del héroe, ligado a la búsqueda de la gloria, se relaciona a su vez con el sentimiento de incomprensión que experimenta, que lo aísla de los demás, y provoca su consecuente melancolía. No son ajenas al romántico, tampoco, las nociones de indignación moral, y la ambición de servir a la colectividad (su patriotismo reconocido), que lo arrojan con igual ímpetu a la aventura política que a la amorosa. Es tópico conocido también asociar el romanticismo con el liberalismo, propulsor de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, que se enfrenta a la jerarquía y fanatismo religioso en abierto anticlericalismo.

El Diario de Hostos revela que el puertorriqueño vivió agónicamente los ideales románticos. Su afán de gloria, el sentimiento de su singularidad, su patriotismo, la soledad que sufre al sentirse incomprendido, se ilustrarán profusamente más adelante. Pero si las ideas románticas pudieron dejar huella indeleble en el joven en formación, el hombre abierto a todas las corrientes, iba absorbiendo otros conceptos que lo movían en otras direcciones. Así el Diario es testimonio también de la lucha que libró siempre el escritor para frenar su imaginación y sus sentimientos y guiarse por la razón. Es como si Hostos, sin poderlo remediar, fuera romántico por «naturaleza», pero insistiera en hacerse un neoclásico (o más tarde, un positivista). Es fácil ver que estas etiquetas no hacen justicia a la complicada red de nociones que intentan cubrir. Somos conscientes también, de la dinámica interacción de las corrientes de pensamiento, que no acaban sino se transforman, conservándose siempre en substratos de capas interiores. En el terreno que pisamos -la literatura- algunas de esas etiquetas empero, son de utilidad para señalar en varias páginas de Hostos ciertos rasgos que se consideran marcas conocidas de la escritura romántica.

La novela La peregrinación de Bayoán está concebida bajo la impronta romántica. En relación al diario, interesa indicar la forma autobiográfica adoptada, y el yo del protagonista que cuenta que tiene asombrosos parecidos al autor de carne y hueso. Bayoán es una figura romántica por su juventud, su idealidad, y su búsqueda de la gloria y del amor. La temprana fecha de su producción en la vida de Hostos permite suponer que la pasión patriótica que mueve al joven de ficción, puede ser eco de una pasión semejante en el joven autor.

Desde el parámetro de la escritura romántica misma, se encuentra en la novela, entre otras características, el motivo del desdoble que aflige a Bayoán. Entre las manifestaciones más obvias de este fenómeno, importa subrayar la división que separa cuerpo y espíritu, porque el diario también la registra35.

Las alabanzas del mundo más simple americano, que contrasta con la corrupción de la urbe europea, conocido tópico romántico, está presente tanto en la novela como en el Diario. Separada de su significación simbólica, la muerte de Marién, típica heroína del XIX, sigue también el patrón romántico.

Que la huella romántica no desaparece en años posteriores, puede demostrarlo el fragmento de Memorias que encabeza el Diario. Allí, por ejemplo, el nacimiento del diarista se descubre como ocurrencia en una noche «triste, lluviosa y sombría», y los signos premonitorios se hacen presentes para señalar que el recién nacido está destinado a «algo grande» (I, 8 y 13). Otros fragmentos del autor, como «La última carta de un jugador» están viciados por el sentimentalismo un poco ramplón que se estilaba todavía en la España decimonónica36.

Podemos decir que la tristeza, el afán de gloria, el sentimiento de desadaptación, el orgullo y el patriotismo que se atribuye tanto a intimistas como a románticos, se revelan en la vida y la literatura producida por Hostos. Pero, el puertorriqueño difiere de la mayoría de los intimistas al poseer un fuerte espíritu de rebeldía unido al deseo vehemente de cambiar el mundo, que en opinión de los entendidos sólo caracterizaría a los románticos (Girard, Le Journal, p. 493). Este rasgo, tan pronunciado a lo largo de la vida del prócer, debe relacionarse seguramente con algunas propiedades inherentes a su personalidad, cuestión difícil de probar. No obstante, no se puede negar que este modo de ser tuvo que enlazarse también -como los trazos románticos- con las experiencias e ideas bajo las cuales se desarrolló su existencia. Otra fase de esas experiencias e ideas es la que se rastreará en la próxima sección.




ArribaAbajo3.3.- El krausismo

El florecimiento en España de las ideas de Krause, se ha explicado por el tradicional eticismo hispánico, y las circunstancias político-sociales del país en el siglo XIX. La inestabilidad de los gobiernos, las olas represivas y la corrupción generadas a partir de Fernando VII, caracterizan la vida que Hostos va a conocer en sus años de formación. El empuje liberal contra la gastada hegemonía, detentada por la corona y la iglesia, tiene un asiento ideológico fundamental en las doctrinas krausistas propagadas por Julián Sanz del Río, que tanta y tan durable influencia va a tener en la cultura española. Hostos comparte el fuerte moralismo y la tendencia pedagógica de los krausistas que creyeron, con fe de misioneros, en la posibilidad de cambiar las estructuras sociales con el mejoramiento de la educación. El interés del puertorriqueño por el republicanismo de tipo federal y el feminismo, entre otras fases importantes de su pensamiento, tiene su base, creemos, en esas lecciones krausistas recibidas tanto en el claustro universitario como en su experiencia social y política.

Eugenio María se matriculó en la Universidad de Madrid en 1857, justo el año en que Sanz del Río inicia, con su discurso académico de apertura, el período de mayor influencia de la nueva filosofía. La huella krausista en la obra de Hostos ha sido objeto de diversos estudios37. Menos se ha dicho de la posible influencia personal que sobre él pudo haber ejercido ese profesor que, al decir de Menéndez Pelayo, «poseía especial y diabólico arte para fascinar a la juventud»38. El ejemplo de dedicación, estricta moral y amor al saber, connaturales a Sanz, debió repercutir hondo en el discípulo antillano que lo llama «mi venerable maestro» (Obras, IV, 12).

Pero, además del maestro, el puertorriqueño tuvo ante sí el ejemplo vivo de otras conductas ejemplares tocadas también por la huella de Sanz del Río. Pensamos sobre todo en su condiscípulo y amigo Francisco Giner de los Ríos, heredero reconocido de las enseñanzas de Sanz, y universalmente admirado por sus dotes personales. Las semejanzas entre el creador de la Institución Libre de Enseñanza y Hostos, pueden verse en las siguientes palabras que describen al español, pero que se avienen también al puertorriqueño:

«[...] armonizar [...] en Giner valía tanto como rectificarse. Era preciso para ello, comprenderse, analizarse, y después de ese análisis, llegar a la síntesis, en la resolución, en la acción, en el acto de voluntad... Su curiosidad nunca satisfecha, su anhelo de saber y de perfeccionarse le habían llevado, sin duda, a la Filosofía y, como todos los liberales de su tiempo, ponía en la Ciencia (con mayúscula) su esperanza de redención. Por esto y, quizá, también por defenderse de su propia hipersensibilidad, don Francisco se esforzaba en ser un hombre de razonamiento frío, y cuando veía en otra persona alguna reacción motivada por algo que no fuese el puro raciocinio, le lanzaba como un reproche, estas palabras: "Usted es un sentimental"»39.


Se excusará la extensión de la cita, pero queríamos mostrar con ella, no sólo la semejanza entre estas dos personalidades, sino además algunos de los principios krausistas que calzan bien con el pensamiento de Hostos. Esas palabras también evidencian cómo el krausismo promueve la introspección y el autoanálisis. Aunque es verdad que el conocimiento del hombre venía abriéndose paso desde fines del siglo dieciocho, y que la incipiente ciencia de la psicología se va imponiendo en la segunda mitad del diecinueve, lo transcrito muestra cómo un seguidor del krausismo aconseja la práctica de algunos de sus principios. La cita interesa además porque, en el Diario, es el mismo Hostos uno de los que reciben de Giner el reproche que le lanza a otros sentimentales («Sé que el sentimiento y la fantasía, otra fuerza que me imputaba Giner como una falta...», I, 235).

Pero fuera de las hipotéticas influencias personales que los krausistas pudieron tener en la formación del joven Hostos, interesa aproximar el Diario a algunos de los conceptos centrales de esa corriente filosófica. El racionalismo armónico predicado por Krause parece ser la base de la búsqueda de esa síntesis perfecta con que Hostos desea equilibrar su intelecto, corazón y voluntad. Como indica la frase subrayada, sin embargo, este equilibrio está dirigido fundamentalmente por la razón, como lo quería también Giner en la cita anterior. El cultivo de la razón llevará por la vía correcta del deber y de la dignidad (nociones centrales del krausismo, acentuadas por Sanz), las acciones del que Hostos llama «hombre verdadero».

Otros puntos de aproximación que acercan las doctrinas krausistas y el pensamiento hostiano más representativo, de manera muy general, son las siguientes: Para Krause, masón y panteísta, la forma de república federal es la más deseable; el hombre, ciudadano del universo, no es inherentemente malo (el mal no existe ni para Krause ni para Hostos), y su progreso, paralelo al de la sociedad, es inevitable. La ética es el fundamento de la religión y el mejoramiento personal, pero el hombre, como un todo armónico, no puede alcanzar perfección, sino en conjunción con la comunidad.

Desde el punto de la elaboración misma del Diario, hay que insistir que el krausismo alienta el conocimiento del individuo como manera práctica de contribuir al mejoramiento social. Sobre este hecho, dice Juan López Morillas en El krausismo español: «Rigurosamente hablando, el mundo krausista no es otra cosa que una proyección colosal de la íntima cohesión de naturaleza y espíritu que cada hombre, por poco que se esfuerce, descubre en su propio interior. En toda encuesta sobre el mundo, el individuo, irremediablemente, tiene que partir de sí mismo y volver a sí mismo. Lo que apremia, pues, al hombre es "educarse a sí mismo"...» (82). El Diario que el lector tiene en sus manos es la manifestación concreta de la realización de esas creencias krausistas, resumidas por López Morillas. La fe en el autoanálisis se declara muchas veces en sus páginas, y se sabe que su autor predicó esa práctica, aconsejando a muchos la conveniencia de llevar un diario (Obras, III, p. 273).

La cara exhortatoria, prescriptiva de reglas de conducta para cumplir con los altos ideales del destino humano, típica del krausismo según López Morillas (El krausismo, p. 61), es característica saliente del Diario de Hostos, como se comprobará. De aquí que la descripción que hace el crítico español del Ideal de la Humanidad, propugnado por los krausistas como «compendio de etiología y terapéutica de los males espirituales que aquejan a la condición humana» (76), convenga también a la obra de Hostos.

El idealismo liberal en boga, se entrecruzó cómodamente con la preeminencia que el krausismo le dio a la conciencia individual como asiento de la ética social que ambos perseguían. La noción krausista de la comunidad como un organismo «natural», educable, se aviene con la creencia liberal en el progreso mediante la ciencia y la técnica. ¿Cómo se explica entonces que estos movimientos hayan tenido tanta oposición e incluso hayan sufrido persecución? Una razón tiene que ver con el calificativo de «ateos» que se les daba tanto a liberales como a krausistas.

Como es sabido, entre los liberales había los que creían en Dios, pero eran francamente anticlericales (los masones, en su mayoría), y los que seguían siendo católicos, pero rechazaban el fanatismo religioso. De igual manera, entre los krausistas la conjunción de la razón y de la dignidad, concepto este último que combinaba el amor a la verdad y el rechazo de la hipocresía, chocó con la estrechez de principios que impuso por esos años el papado católico40. Este choque fue origen de muchas crisis religiosas entre los prohombres de la época, que han sido documentadas. Francisco Giner de los Ríos y Fernando de Castro, por ejemplo, se separaron de la iglesia, sin dejar de ser creyentes. Estas cuestiones debatidas con pasión, «estaban en el aire» que respiraba Hostos, y pudieron también originar alguna de esas tantas crisis que registra41.

Las anotaciones del Diario vis-à-vis la religión, no obstante, son escasas. En 1866, Hostos se declara «indiferente religioso» (I, 29), pero muy luego escribe que de la cura de su salud debe «deducir que hay un Dios» (I, 40). Fuera de que la frase está lejos de ser una profesión de fe religiosa, hay que suponer que su progresivo aprendizaje en ciertas aguas positivistas alentadoras, como el krausismo, del cultivo de la razón, pero no del ateísmo, influyeran en esa «indiferencia» de que habla. Lo que hay que recalcar, sobre este punto, es que al revés de otros intimistas que usan sus páginas para suplicar y rogar a Dios, el texto de Hostos está desnudo de directas reflexiones que revelen una lucha interior de este carácter. Los repetidos autorreproches del autor a su propia culpabilidad en los hechos que considera negativos en su vida, afirman el libre albedrío sostenido por el catolicismo, pero están exentos del matiz del pecado que tienen las faltas para un seguidor estrecho de la doctrina.

Los contactos con los movimientos krausistas, positivista y masón que cultivó Hostos, pueden explicar quizás el deísmo un poco panteísta que se muestra en su Bayoán o en algunas páginas del Diario, sobre todo después del matrimonio del escritor42. Pensamos que hay mucho por explorar en esta área, espigando en toda su obra. Para nuestro análisis, deseamos sugerir la hipótesis de que algunas de las crisis espirituales que sufrió Hostos, sobre todo en sus años jóvenes, pudieron estar relacionadas con dudas y vaivenes en torno a la cuestión de Dios. Aún si esta hipótesis fuera errada, hay que consignar que Hostos se vio perseguido, más de una vez, por los que vieron en su amplitud de criterio y curiosidad intelectual, un certificado de ateísmo. El afán universalista del puertorriqueño, que lo empujó a concebir sus clases de religión como la historia de día y una meditación filosófica sobre la necesidad humana del Ser Supremo, chocó con la tradición dogmática que no vaciló en bautizar su brillante Escuela Normal dominicana, por ejemplo, como «escuela sin Dios»43. Otra vez, en sorprendente similitud, Hostos y Giner de los Ríos se dan la mano. Ya se sabe que la Institución Libre de Enseñanza del último fue perseguida con el mismo mote impuesto a la Normal.

En cuanto a la religiosidad o su falta en Hostos, las secciones de su Moral Social (Obras, XVI) que tienen que ver con la religión, afirman su adhesión a lo que con el positivismo se llamó «religiones científicas», que sin negar a Dios como causa inicial, proscriben los dogmas que la razón no puede aceptar. Por su parte, en los escritos autobiográficos, la mayoría de las alusiones a Dios se hallan en las Páginas íntimas, en relación con el bienestar de la familia del diarista44. Para ilustrar la posición del puertorriqueño en esta cuestión, vamos a recurrir a un muy explícito párrafo sobre este asunto que aparece en Mi viaje al sur (Obras, VI). En sus impresiones sobre Lima, en 1871, Hostos reflexiona sobre el gran número de iglesias que ve, contrastando la opulencia de éstas con la pobreza e ignorancia del pueblo. Escribe entonces lo que citaremos a continuación, inserción que, aunque ajena al diario, se excusa por su formato autobiográfico y porque muestra una posición frente a la religión muy afín a la sostenida por la masonería en general, a la que nos referiremos. Las palabras, además, ilustran la postura de Hostos sobre esas religiones «científicas»:

«Para mí no hay más Dios que mi conciencia ni más religión que mi deber, ni más oración que la verdad, ni más culto que la acción del bien. Si las sociedades necesitan dioses personales, religiones positivas, plegarias aprendidas de memoria y ritos conservados por costumbres, tal vez se lo explica el sociólogo por más que el racionalista no lo entienda. Así, dispuesto a afirmar con mi razón que el fin religioso es meramente individual, no por eso desatiendo la realidad de los hechos emanantes de la acción social o de la vida de las sociedades, y transijo con la necesidad puramente histórica de las religiones, creyendo que para pasar de las positivas a las razonadas o del dogma religioso al culto interno de la verdad y la justicia, hay una serie de evoluciones que apenas ha empezado a realizar la humanidad. Por lo tanto, acepto con indiferencia filosófica, con frialdad científica, con tranquilidad de razón y reflexión, la evidencia de un hecho... la necesidad actual de creencias religiosas».


(Obras, VI, 151)                




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