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Tratado celebrado con Miguel Tupac-Amaru

En el campo de Patamanta, término del pueblo de Pucarani, provincia de Omasuyos, en 3 de noviembre de 1781. Ante mí, el escribano de Su Majestad y testigos, parecieron de la una parte, el señor don José Reseguín, teniente coronel de los Reales Ejércitos, comandante general y gobernador de armas del distrito de la Real Audiencia de Charcas, haciendo personería por la Católica Real Majestad de Nuestro Rey, y Señor natural, don Carlos III, (que Dios guarde); y de la otra, don Miguel Tupac-Amaru, Inca, substituto y mandado, que dijo ser, de su tío, don Diego Cristóval Tupac-Amaru, Inca, residente en la provincia de Azangaro, y sus coroneles, don Gerónimo Gutiérrez, don Diego Quispe mayor, don Diego Quispe menor, don Matías Mamani, don Andrés Quispe y don Manuel Vilca-Apasa, todos naturales ladinos en la lengua española; y sin embargo por interpretación del capitán don Nicolás Tellería, versado en la lengua general, y todos siete de mancomum e insolidum, renunciando, como expresamente renuncian, las leyes de la mancomunidad, como en ellas se contienen; y dijeron: Que ha tiempo de un año la nación índica de las provincias de Tinta, Azangaro, Lampa, Carabaya, Larecaja, Pancarcolla, Chucuito, Pacajes, Sicasica, Yungas y esta de Omasuyos, han dado guerras civiles a los españoles europeos y americanos, en tal grado, que de una y otra parte han acaecido fatalidades infinitas, muertes y robos que ascienden a muchos millones de pesos; y deseando Su Señoría, el señor Comandante General, la paz y quietud entre católicos y apostólicos romanos, y que sin efusión de sangre se consigan aquellas, hizo llamar por repetidas cartas a este campamento al dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, y a sus principales,   -131-   para conferirles el perdón que proponían, mediante un ejemplar impreso librado por el excelentísimo señor Virrey de Lima, en 12 de setiembre, en que se digna perdonar al dicho don Diego Tupac-Amaru, Inca, y sus caudillos, de los delitos de sublevación y alborotos, y por lo general dispensa a los naturales por un año la contribución de los reales tributos. Y estando confiriendo con sus Señorías la verificación del perdón, ajustan en la forma y con las condiciones siguientes: La 1.ª, que el dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, ha de entregar dentro del término de 24 horas las armas blancas y de fuego que tiene en su campamento, que son pocas, y toda la munición de pólvora y balas. La 2.ª, que ha de mandar a sus mismos coroneles a las provincias, y si necesario fuere irá en el ejército el propio don Miguel, a persuadir a los naturales, a que obedezcan al Rey, Nuestro Señor, y vivan en la ley cristiana, apartados de juntar alborotos; manifestándoles el perdón librado por dicho excelentísimo señor Virrey de Lima, cuyo testimonio tiene en su poder y protesta manifestarlo. La 3.ª, de que el dicho don Miguel y sus coroneles han de retirar a los naturales de su tropa, dentro del mismo término de 24 horas, a sus respectivas estancias, pueblos y provincias, a labrar sus chacras; amonestándoles que en lo futuro no han de levantar armas contra la soberanía de Nuestro Rey, Señor natural, ni contra los españoles y mestizos; y que los que las levantasen, han de incurrir en el crimen de reincidencia, y han de sufrir las penas de destrucción de sus personas y bienes. La 4.ª, que el dicho don Miguel Tupac-Amaru y sus coroneles, han de abastecer al ejército del Rey con víveres y ganados vacunos y lanares, en los días que pare en esta provincia, para que de este modo se evite el que los soldados salgan a campear y hacer perjuicios a los naturales y hacendados. La 5.ª, propone el dicho don Miguel Tupac-Amaru y sus coroneles, que las dichas provincias alteradas y misiones de Apolobamba han de ser gobernadas por sujetos que fuesen a propósito, y que eligiesen para que Su Señoría el señor Comandante General los apruebe, existiendo aquellos en las capitales de las provincias interinamente, en la administración de justicia, mientras el excelentísimo señor Virrey Gobernador y Capitán General de Buenos Aires, o la Soberanía de la Católica Real Majestad de Nuestro Rey y Señor las provee. Y entretanto las dichas Justicias nombren caciques y mandones, guardando buena armonía y correspondencia con los oficiales del ejército y jueces políticos, de modo que entre todos, y en especial los otorgantes, en sus respectivas provincias estarán sujetos a la obediencia del Rey y de sus jueces. La 6.ª, que desde hoy día de la fecha han de pasar por su parte, el dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, y sus coroneles, que a la ciudad de la Paz abastezcan los naturales, con todos los víveres, ganados y comestibles necesarios, según y en la misma forma que desde la antigüedad lo hacían: esto es, por la correspondiente paga, y dejarán libres todos los caminos estrechos y parajes, para que libremente   -132-   transiten los españoles, mestizos, mulatos e indios, que fuesen comerciantes expresos; y en los pueblos y tambos, donde hubieren administradores y maestros de postas de real correo de Su Majestad, harán los otorgantes, que los naturales acudan con las mulas y guías que pidieren y necesitaren, sin exigirles más cantidad ni premio, que aquel que señala el real arancel. Y si así no lo hicieren los dichos naturales, alcaldes, o los otorgantes pusiesen embarazo por aumentar el precio de los fletes, serán castigados conforme a la ley que trata del real correo. La 7.ª, que el dicho don Miguel y sus coroneles, han de hacer los oficios necesarios, para que el dicho don Diego Cristóval Tupac-Amaru comparezca personalmente ante el señor Comandante General a pedir por su parte perdón, y a rendir obediencia al Rey. Y en esta conformidad queda tratado y consumado el dicho perdón, que se obligan a guardarlo y cumplirlo perfectamente, pena de ser castigados severamente y declarados por infames y reos de estado. Y a la firmeza, guarda y cumplimiento de todo lo que dicho es, obligan sus personas y bienes habidos y por haber, y dan poder cumplido a las justicias y jueces de Su Majestad, y militares, para que a todo lo que dicho es, les ejecuten, compelan y apremien, como por juicio y sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada; en guarda de lo cual renunciaron todo derecho y leyes de su favor, con la general que les prohíbe. Y para mayor fuerza y corroboración de esta escritura, por el privilegio de minoridad que gozan, juran por Dios, Nuestro Señor, y a una señal de cruz, según forma de derecho, de hacerla por firme, constante y valedera en todo tiempo.

Y lo otorgaron así los dichos otorgantes, a quien yo el dicho escribano doy fe que conozco: firma Su Señoría el señor Comandante General con el que sabe, y por los que no saben, los testigos, que lo son, el general don Tomás Ayana, el capitán don Francisco Poveda, Ildefonso Cuentas y Vera, Juan Tomás Aparicio, Alejandro Almanza y Mariano Sánchez de Espinosa.

Presentes: José Reseguín. Nicolás Tellería. A ruego de don Miguel Tupac-Amaru, Inca, Ildefonso Cuentas y Vera. A ruego de los dos coroneles, mayor y menor, Alejandro Almanza. Gerónimo Gutiérrez. A ruego de don Andrés Quispe, Mariano Espinosa. A ruego del coronel don Matías Mamani y don Manuel Vilca Apasa, Mariano Espinosa. Ante mí, Estevan Losa, escribano de Su Majestad y Guerra.

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Otra carta

SEÑOR COMANDANTE DON JOSÉ RESEGUÍN

Muy señor mío y de mi más distinguido aprecio: Habiendo recibido la de usted con fecha de 30 del que expira, he celebrado la ocasión de tratar y conferir con usted el negocio de las paces; y para que estas tengan el debido efecto, me es preciso advertir a usted varias cosas. La primera, que de ningún modo es conveniente el que las tropas militares den un paso más adelante del sitio en que se hallan, queriendo internarse por los pueblos, respecto de que los naturales no dejarán en tal evento de alterarse de nuevo, pensando que dichos soldados venían a irrogarles perjuicios en sus vidas y haciendas, y por esto no consentir en la paz y tranquilidad a que se aspira, quedando siempre a mi cargo el hacerles entender el indulto general, así en cuanto al perdón de sus vidas, como de los tributos y repartos, haciéndolo publicar en todos los lugares y provincias de su habitación; sin que, por lo que tengo dicho de que no se internen dichas milicias, se puede recelar el que no se consiga la paz y sosiego, pues mediante mis órdenes y repetidos autos que he proveído, se hallan ya enteramente pacificados, y viviendo en buena armonía y unión con los españoles, y demás vecinos de sus pueblos. La segunda es, de que les dejen a los naturales el paso y conducto libre, para que puedan viajar, y transitar, no solo a la ciudad de la Paz, sino también a cualesquiera otros lugares, sin que en estos y sus caminos, se les infiera estorbo, o perjuicio el más mínimo, castigando severamente a los contraventores; y esta misma libertad disfrutarán igualmente todos los españoles en sus tránsitos, tratos y comercios que hiciesen en los lugares de los naturales, sin que les asista recelo alguno, pues de mi parte serán severamente castigados los que quisiesen perturbar la referida libertad. La tercera, que desde el momento en que usted haga el tratado de las paces con mi sobrino don Miguel y demás jefes, se alzarán en él todos los cercos que tienen hechos los naturales en la ciudad de la Paz, y en cualesquiera otros lugares, dejándoles en libertad, paz y tranquilidad que antes gozaban, ejecutando usted lo mismo de su parte; y si hubiese algunos inconvenientes o reparos que hacer, estimaré a usted que los confiera conmigo, respecto de que el expresado don Miguel es de pocos años, y por tanto de poca experiencia. La cuarta, de que en todas aquellas provincias que expresa usted hallarse honradas por su subordinación a nuestro Rey, Católico Monarca, es muy necesario el que se publiquen los referidos indultos, y se les haga entender a todos los naturales y españoles, y se guarde, cumpla y efectúe fiel y puntualmente su contenido, sin que   -134-   haya la menor omisión o contravención en ello; pues de esto depende principalmente toda la tranquilidad; quedando advertido usted de que, si no se efectúa así, siempre los naturales me lo han de participar, y por esto subsistirá el alboroto; pues el no haber ejecutado las órdenes y cédulas expedidas por nuestro Rey y Señor en favor de todo este reino, sucedió la conmoción que se ha experimentado. La quinta, que don Ignacio Flores no tiene a qué meterse en estos asuntos y pacificaciones, respecto a ser su conducta igual a una y otra parte, y haber irrogado gravísimos perjuicios a los naturales, como se halla de manifiesto. En días pasados remití al excelentísimo señor Virrey de Lima, por las vías de Arequipa y el Cuzco, un informe con el fin de que llegase a sus oídos piadosos el padecimiento de los naturales, y los motivos que tuvieron para sacudir tanta servidumbre; y porque recelo de que se pueda suprimir, y no llegar a manos de dicho señor Virrey, incluyo un tanto de él, para que usted se digne hacerme el bien de remitirlo por conducto seguro al señor Virrey de Buenos Aires, pues así conviene al beneficio de los naturales; y no dudo de la cristiandad de usted, que así lo ejecutará. Deseo que la salud de usted se mantenga próspera y feliz, y que no deje de comunicarme las órdenes de su mayor agrado, con el seguro de mi puntual afecto, a consecuencia de la buena voluntad que le profeso.

Con la que ruego a Nuestro Señor guarde su vida muchos años. Azangaro y noviembre 5 de 1781.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.




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Carta

Mi querido y amantísimo hijo, Miguel Bastidas: Por tu carta que recibo su fecha 30 del pasado mes de octubre, quedo celebrando en mi corazón goces de salud perfecta; que la mía se halla sin novedad, en compañía de todos los de casa, que se te encomiendan afectuosamente.

Amado hijo mío: He visto la respuesta del comandante don José Reseguín, a quien le repito otra, que verás, y en caso necesario mandarás copiar; para que, con arreglo a su contenido, formalices las paces, gobernándote por los capítulos de la expresada carta, que cerrada despacharás luego al punto, para que se entregue a dicho comandante, cuyas resultas o respuestas deberás aguardar, y según las proporciones harás las contratas y capitulaciones, en compañía de nuestro Juan de Dios Mullupuraca,   -135-   y otras personas racionales que entre los dos eligieren; quienes puedan dar y tomar los más prudentes arbitrios, sin andar con torpezas, sino por los límites de la razón, y con las posibles precauciones, de modo que haya toda firmeza y formalidad en la contrata de paces. Y para que no se experimente alguna traición, que tal vez puede acontecer, es preciso y muy necesario que los soldados y naturales de nuestra parte estén bien prevenidos con sus armas, y todas las disposiciones correspondientes en semejantes casos, para evitar cualquier fraude o engaño, con que pudieran usar; y como este es un recelo prudente, tampoco les faltará el mismo a los de la otra parte.

Y por fin, todo el negocio consiste, en que te portes con todo juicio, pulso y la más viva eficacia, que confío de tu buen genio, sabrás dirigirte y gobernarte bien y a satisfacción, de modo que las cosas queden firmes, y se suspendan las controversias por una y otra parte, no habiendo algún dolo, fraude o mala fe. Por lo que mira a Lucas Baco Tupa, y el castigo que me significa quieres darle, desde luego lo podrás efectuar; pero es muy necesario y preciso, que antes de efectuarlo, se averigüe muy bien la realidad de la traición que haya hecho, si fue por su voluntad y si tuvo culpa, y en caso de tener delito bastante, desde luego que se castigue; pero si no tuvo bastante culpa, no es dable hacer cualquier castigo; pues no sería de razón que se le aplicase la pena, sin tener evidente culpa, y sobre todo se le debe oír y atender sus descargos, y oírle en ellos; porque tal vez puede ser algún testimonio que le hayan levantado, y así se deben averiguar muy bien las cosas, como lo manda Dios; y jamás mi ánimo y voluntad es castigar la inocencia, sino a los traidores realmente, y que tengan delito bastante; y sobre todo se atenderá a lo que expusiese Juan de Dios Mullupuraca, que como hombre timorato a Dios y buen cristiano, dirá lo que siente, sin gravar su conciencia, de que estoy muy satisfecho. Por lo que, se oirá a las dos partes sus razones y excepciones; y si se te ofrece alguna duda entro el castigar o no castigar, me lo comunicarás, o despacharás al mismo Chuquiguanca o a Baco Tupa, con las razones y motivos que me expondrás, para que yo con vista de todo, pueda dar la providencia que sea de justicia, a que no se debe faltar.

En este estado recibo otra carta tuya, en que me comunicas las paces que habías celebrado ya por muchas instancias de los españoles, que no te dieron lugar para esperar mi orden. Desde luego que doy por bien, una vez que ya se hayan hecho antes de recibir mi carta que escribo al comandante don José Reseguín, proseguirás con arreglo a los capítulos de su contenido, sin discrepar ni apartarse de lo que instruyo, y cerrada dicha carta con la copia de un informe, (que no es necesario   -136-   te detengas en leerlo) le despacharás prontamente al dicho Reseguín, a quien le advierto no pase ni prosiga adelante, ni tiene a qué, una vez que hay paces. Y en esta inteligencia, si algunos españoles se viniesen a la provincia de Larecaya u otras partes, bien lo pueden hacer, sin que se les haga el menor perjuicio, ni el menos leve agravio, y antes favorecerlos en cuanto sea posible; y lo propio ejecutará don Julián y demás jefes que tenemos, con quienes siempre tratarás y consultarás muy bien cuanto te parezca conveniente, participando todo cuanto se obrase; y las dudas que se te puedan ofrecer, para que te den los arbitrios convenientes. Yo bien quisiera dar un salto a esos lugares, para tratar estos asuntos con presencia de las cosas; pero como estoy próximo a ir para las partes del Cuzco a ejecutar las mismas paces, no puedo ir personalmente, ni tampoco nuestros sobrinos podrán caminar, por la misma razón de bajada por los lugares del Cuzco; de cuya vuelta daremos un salto para esas partes. Y en su ínter, para los asuntos que se ofrezcan hasta la total verificación de las paces, será necesario que los naturales soldados estén sobre las armas, y aun los mismos criollos en unión como antes, para cuando llegue ser llamados, habiendo necesidad; porque no aviniendo en los capítulos que le pongo al Comandante, no se podrán todavía formalizar dichas paces.

Supongo que ya la mujer de don Julián estará con su marido, por ser muy regular que la hayan dado soltura, y cuando no lo hubiesen hecho se le reconvendrá con toda eficacia y empeño al Comandante, para que sin falta le dé soltura y libertad para unirse con su marido.

Y por despacharte cuanto antes esta carta, ruego a Dios Nuestro Señor, te dé acierto en los negocios. Azangaro, y noviembre 7 de 1781. De usted su muy amado padre.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.

No te responde tu Angelita, respecto de que hay muchas ocupaciones, porque de todas partes me ocupa el continuo remo de cartas.




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Carta

Mi querido hijo don Julián Tupac-Amaru: En virtud de la última que me escribió mi hijo don Miguel, avisándome sobre las paces que ya   -137-   habían celebrado con don José Reseguín, comandante de los españoles, le escribo hasta los puntos y capítulos que se han de observar y guardar; y para su gobierno en todo, llevan abierta dicha carta en que te enterarás, para que tratando sobre todo con dicho don Miguel, se manejen con arreglo a dicha carta que se le enviará luego.

A cerca de tu mujer, como para las disposiciones de soldados, y su prontitud para los asuntos que pudieren ofrecerse, ya escribo a dicho don Miguel, y por eso no me detengo en alargarme más, que lo haré así con don Martín que mañana de la fecha va a salir de esta capital. En cuyo ínter ruego a Dios, Nuestro Señor, te guarde con la salud perfecta muchos años. Azangaro, y noviembre 7 de 1781. De usted, su muy afecto gobernador.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.




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Copia de carta escrita por el comandante de columna, don Ramón Arias a Diego Tupac-Amaru

El excelentísimo señor Virrey de Lima, en quien brillan con admirable igualdad las inestimables prendas de pío y de justiciero, tuvo a bien conceder a usted y a cuantos han seguido en la presente rebelión mis temerarias10 ideas, un perdón general, que borrase cuantos hechos atroces, injustos y disconformes a razón, durante él se han cometido; siempre que, desistiendo de aquellas, corriesen precipitados, llenos de un verdadero arrepentimiento, a acogerse bajo el real pabellón de quien, por fortuna nuestra, y por un efecto de la divina clemencia, se mira sentado hoy en el supremo dosel de la respetable España, siendo inimitable modelo de amabilidad, benignidad y justicia, que por todas partes resplandece en estos vastos dominios, de los cuales es legítimo Señor.

Usted, sabedor de aquel, demostró en todas sus cartas extremosa complacencia, viendo presente una fortuna que talvez no se habría presentado a su imaginación, ni aun en sueños; y desde luego tomó la pluma, (según estoy informado) para dar repetidas gracias a aquel bondadoso jefe, dirigiéndolas por distintas vías, para que llegasen a   -138-   sus manos, siendo el primer principal conductor, el que, con un atendible carácter, se halla con todas sus facultades en el Cuzco, como comandante general de todas las armas, y a quien acompañó usted una carta descomedida; y distante de ser producida por un hombre que pretende manifestar sumisión, a quien natural y justamente debe tenerla. Por si en el corazón de usted y sus secuaces no tenía buena acogida lo pío, obraba al mismo tiempo lo justiciero, aprontando fuerzas, que puestas en movimiento (y acercándose a usted) por varios lugares, le hiciesen conocer con un severo castigo el horrendo abominable crimen que había cometido, osando ultrajar el soberano respeto a un Monarca, de cuya sacra persona no sostendría usted con aliento ni aun una sola mirada que indicase desagrado. Para aquel fin puso las que habían de obrar por la parte del Cuzco al mando de un valeroso caudillo, que no sabría volver la espalda sin dejar lavada con sangre esa mancha de infidencia con que se habían teñido; y fió a mi dirección las que han salido de Arequipa, que hoy se hallan en este campo.

Puestas ya aquellas en marcha, y prontas a ejecutarlo estas, llegó a la superior noticia del señor Inspector General en la precitada carta, los deseos que ustedes poseían de abrazar el generoso perdón. Lejos de causar aquella en el ánimo de este noble jefe la justa indignación que era casi consiguiente al altanero estilo en que estaba concebido su contexto, determinó desde luego que suspendiese sus marchas la columna que de aquella ciudad se había despachado, (como lo verificó en Velille) y dirigió inmediatamente el pliego que en la referida se incluía para el señor Virrey de Lima. Con atención a su contexto me previene Su Excelencia, que las armas que desde luego debían ser exterminadoras de cuantos han desconocido la Majestad, envolviéndolos para siempre en su ruina, sean auxiliadoras de usted y de los mismos contra cualesquier insulto que en sus vidas y haciendas pudiesen experimentar de los ya perjudicados; pero que era necesario correspondiesen los hechos a las sinceras palabras que en la suya promete usted a Su Excelencia, que asimismo asegura a usted en nombre del Rey, no se le faltará jamás a la buena fe en cuanto el perdón comprende, y que esta valiente, numerosa, bien armada y disciplinada gente que ha confiado a mi mando, no se dirige contra la persona de usted ni de estos naturales, a quienes ofrece subyugar y volver a aquel antiguo sosiego, en que con felicidad han vivido por el dilatado tiempo de casi 300 años; y si contra Tupac-Catari y los de su bando, que hostigando siempre a la invencible ciudad de la Paz, sugiere aún hoy en los ánimos de los naturales inmediatos a ella, seductoras especies, con que, lisonjeando sus ánimos incautos, los atrae   -139-   a su partido, creyendo por tan despreciable término, llevar adelante sus injustos, necios y voluntarios caprichos. Mas, como el formidable ejército, que oportunamente mandó aprontar el excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires, e hizo salir últimamente de la Villa de Oruro su sabio comisionado, el señor don Ignacio Flores, a las órdenes del teniente coronel de los Reales Ejércitos, don José Reseguín, haya destruido a aquel, y aquellos, libertando y auxiliando plenamente dicha ciudad, que era el primario objeto de mi comisión, no me queda otro que llenar, que el de ver verificado lo mismo que usted ha prometido a Su Excelencia, experimentando los efectos de este arrepentimiento, que le granjea y facilita el premio del perdón, siendo uno de los que no me dejarán duda de ser verdadero aquel, el que se me entreguen por usted todas las armas que tenga a su lado, sin distinción de la clase de ellas y gentes en cuyo poder se hallen. Con esta prueba, que nunca puede ser equivocada, gozará usted y cuantos estén a su lado de la prometida libertad; y si tuviese usted que manifestarme otra cosa, puede hacerlo, viniéndose a este campo. En la inteligencia, que le aseguro, por la vida del Rey mi Señor, no recibirá el menor perjuicio ni ultraje, sin prohibirle (si aun todavía desconfía después de semejante protesta) el que venga custodiado en los términos que mejor le parezca, no dudando que en mí hallará siempre un asilo, que corresponda a la bondad con que el excelentísimo señor Virrey ha querido a usted mirarle.

Una proposición de esta clase, un partido tan ventajoso hacia usted, parece no necesita de persuasiones para que con el mayor regocijo la abrace. Sin embargo, persuadiéndome a que no faltará un díscolo que procure inspirar en su ánimo especies abominables que aviven aquellos locos e infundados designios con que usted ha pretendido continuar y concluir la deforme obra que principió su hermano, José Gabriel, me ha parecido decirle, que descienda usted a su corazón, lo examine bien, y hallará, por más que le adulen sus lisonjeras e infundadas esperanzas, ser imposible dejar de mirar con desasosiego y temor el término de ellas, que habría de ser precisamente igual al infeliz y funesto con que acabó aquel sus días.

Ahora es tiempo de que prolongue usted y haga ventajosos los suyos, alejando para siempre de su imaginación seducida esas débiles ideas perturbadoras de un reino tan ejemplar en sosiego, que han sido única causa de la ruina de tantos miserables de sus compatriotas, y también de los que, sin justo fundado motivo, ve usted con tanto aborrecimiento. Yo no dudo mirará con compasión a esos, que ya llevados del afecto, ya de la fuerza, le acompañan, y que deberán   -140-   irremediablemente ser víctima de estas siempre vencedoras armas, si usted no procura imprimir en sus corazones con sus consejos, y principalmente con su ejemplo, viviendo arrepentido al lugar donde vive muy de asiento la misericordia, el respeto a que es acreedor, y se debe a un Monarca tan poderoso, como el que hoy, imitando a la suprema deidad, olvida la multitud de injurias hechas a su soberano decoro, y franquea a ustedes por medio de su alto Ministro un generoso perdón, convidándoles con la paz, antes que esgrimir contra los que obstinados prosigan, la temible espada de la justicia.

Aproveche usted, Tupac-Amaru, estos apreciables instantes, de que ya pende, sin duda, el que viva usted feliz, y piense en que se le acercan por la parte del Chucuito unas numerosas tropas, que obrarán con más rigor, y que como constituidas en distinto virreinato, principiarán a hacerlo hostilmente contra sus vidas y haciendas, midiendo sus acciones por las órdenes distintas que allá se le han dado. Piense usted, sin tener duda, en que la inmensa bondad característica de nuestro amabilísimo Rey y Señor le ha de mirar a usted, y a su sobrino Mariano, con una piedad tan grande, que no les quede que desear; y en fin, para su resolución, piense usted, que me hallo aquí con 6.000 hombres armados, con fusiles los 2.000, y los restantes con lanzas, seis cañones de batir, municiones, pertrechos proporcionados, y aun excesivos a hacer esta columna la más respetable que se ha visto en el Perú, después de su conquista. Que la gente fastidiada ya de tantas incomodidades, como se le han originado con estos sediciosos alborotos, desean con impaciencia que se les mande embestir, para volver en cenizas cuantos objetos, por fuertes que sean, se presenten a su vista; pero nunca tema usted rompan el freno de la sumisa obediencia con que venerarán mis órdenes, hasta que positivamente sepa de usted, o que desprecia las piedades del Rey, o rendido las admite; siendo todo amargura y dolor (para cuantos le imiten) en el primer caso, y todo satisfacción y alegría en el segundo.

Usted contésteme, y desde luego espero sea abrazando gustoso mi propuesta; porque, de no, haré conocer a cuantos ingratos han desechado de sí hasta la memoria del sacro nombre del Rey, cuanto poder tiene, y cuanto respeto merecen sus siempre gloriosas armas.

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Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Campo de Cavanilla, 1.º de diciembre de 1781.

RAMÓN DE ARIAS

A Diego Tupac-Amaru.




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Contestación de Tupac-Amaru

SEÑOR COMANDANTE DON RAMÓN ARIAS:

Tengo recibida la de usted, su fecha 1.º del corriente, y quedo enterado en su contexto, sirviendo de respuesta a sus principales puntos la que ayer dirigí, sin extrañar me haya usted amontonado las fuerzas que trae, pues estas se distribuyen según las acomoda la Divina Providencia. Muchos cargos me hace usted, en la suya, a los que tengo que responder en el parlamento que se celebrará en breve, siendo Dios servido, en el pueblo de Sicuani con el señor inspector del Cuzco, a quienes rendiré mi persona, armas y mis indios, no como rebelados a la corona de mi Rey y Señor, sino como desagraviados de la tiránica opresión de corregidores en este reino, como es constante al mundo entero.

La inmediación de usted con sus tropas podrá entorpecer el santo designio que tengo, pues los naturales se recelan, se pueda fraguar contra ellos alguna traición, como se verificó con Julián Catari, a quien lo descuartizaron, remitiendo preso a mi sobrino, don Miguel Bastidas y 28 coroneles a la ciudad de la Paz, después de haber celebrado con ellos la merced del indulto general. Esto practicó el coronel Reseguín; con que vea usted si sobran motivos para recelarse en todas operaciones.

Verdaderamente yo estoy resuelto a recibir la paz general; para ella están nuestros tratados pendientes de solo el aviso de los señores inspector y obispo del Cuzco; y será bien que usted y sus tropas   -142-   no perturben los designios de esta empresa, portándose con la cordura que acreditan sus talentos; que de mi parte ocurriré con los señores eclesiásticos, que están en este pueblo, a las inmediaciones de esa campaña, a tratar lo que convenga al real servicio, saliendo mañana o pasado mañana, sin que extrañe me presente con la guarnición que corresponde al seguro de mi persona y aliados.

Usted vaya rumiando, que el único tropiezo que pueda embarazar nuestras ideas, es la reposición que se pretende hacer en estas tres provincias de sus respectivos corregidores; porque la gente nada menos piensa que recibirlos, por infinitos motivos que a usted expondré, y lo tengo practicado, dando parte al excelentísimo señor Virrey y señor Inspector, quienes vistos los motivos, determinarán lo que hallaren por conveniente a la tranquilidad del reino.

Se me ha imputado siempre de rebelión contra mi Augusto y Católico Monarca (que Dios guarde). Quienes fomentan con más energía este modo de pensar son los corregidores, llamando traición al Rey, mi Señor, tomar las armas, o acometer algún exceso con ellos; cuando este modo de proceder, aunque indebido por falta de jurisdicción en quien se toma la mano, no es más que surtirse de la desesperación, o falta de la debida justicia que se le debe administrar a los pueblos, especialmente a los miserables indios, tantas veces recomendados por Su Majestad. Esta siempre la hemos encontrado atropellada contra nosotros, devueltos diariamente a manos de ellos originales nuestros informes, resultando de ellos nuevos agravios. A todo el mundo es constante, ser estos miserables indios más que esclavos, trabajando toda la vida para el logro de cuatro pícaros, que vienen a formar caudales con la sangre de los pobres; por ellos atrasados los reales haberes; por ellos desnudos sin tener con qué alimentar sus familias; por ellos hoy perdidos, abrasadas sus casas, sin tener de qué sustentarse. ¿Y querrán volver a chupar el último jugo que les queda, y a irrogar nuevos agravios?

Contemple usted, si no son dignos de la mayor lástima, y que les sobran razones para haber entrado en los desafueros cometidos. En fin, todo esto es parlar: llévase el viento todo lo que es razón, y salimos culpados.

Dios todo remediará, y guarde a usted muchos años. Azangaro, y diciembre 4 de 1781. Besa la mano de usted, su afecto servidor.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.



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Edicto del mismo

Señores coroneles, caciques, capitanes, sargentos y los demás ministros de Justicia. Vista esta, luego luego eche todos sus soldados de sus cargos, como son los pueblos de Juliaca, Caracoto, Atuncolla, Tiquillaca, Morovaca, Paucarcolla, Vilque, Mañazo, Cavana y Cavanilla: dará la vuelta conforme que se manda a los referidos ministros de dichos pueblos. Así ha mandado el Gobernador Inca en su mandamiento, muy fuerte para castigo a los coroneles, capitanes y caciques, sargentos y soldados rebeldes; así mando yo en nombre del gobernador don Diego Cristóval Tupac-Amaru, Inca, por la gracia de Dios, que es para la defensa del Monarca; así les cito a esta capital de Lampa para mañana miércoles. Ayer lunes llegaron las armas de Azangaro; como digo, mañana llega el Inca. Si no lo hiciesen lo mandado, se verán sacrificados en horcas, cuchillo, fuego y sangre: una noche se asolarán a los rebeldes; y este papel siempre llegará a este juzgado.

Dios guarde muchos años. Lampa, y 4 de diciembre de 1781.

ANDRÉS GARCÍA INCARICONA

Es copia de la circular escrita por dicho rebelde, cuyo original queda en mi poder, de que certifico. Campo de Lampa, diciembre 7 de 1781.

Hore




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Carta escrita por Diego Tupac-Amaru al oidor Medina, acompañándole copia de un informe hecho al Virrey de Lima

SEÑOR DON FRANCISCO DÍAZ DE MEDINA:

Amigo y Señor: Ahí despacho esos pliegos, que llegaron a las 5 de la mañana, que había despachado del lado del Cuzco, con los propios con que despaché la carta de don Miguel, y dice que el correo se había vuelto por las noticias malas que había dado la gente,   -144-   y con estos portadores había encontrado y las trajo, y luego que llegó despaché, y no hay más.

Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Achacache, a las 5 de la tarde. Muy señor mío: Besa la mano de usted, su atento criado que servirle desea.

TOMÁS INCA-LIPE




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Tratado de Paz celebrado con Diego Tupac-Amaru

En el campo de Lampa, en 11 de diciembre de 1781. El señor comandante de la columna de Arequipa, don Ramón de Arias, se congregó en compañía de varios oficiales suyos a parlar con don Diego Tupac-Amaru, a fin de que por sus partes, y todos los individuos de la columna, se observara y cumpliera religiosamente el perdón e indulto general que la piedad del excelentísimo señor Virrey de Lima tiene concedido al dicho Tupac-Amaru, como igualmente a todos los naturales de ambos sexos y edades, sin excepción de personas, según consta del bando. En cuya virtud prometo en nombre del Rey, el señor don Carlos III, (que Dios guarde), que no ofenderé, ni perjudicaré a ningún natural; que guardaré exactísimamente las órdenes del señor Virrey, dirigidas a tratar con suavidad y blandura a todos los naturales de estas provincias: bien entendido que los dichos naturales deben observar la misma armonía, sin causar insultos, ni extorsiones al ejército de mi mando, ni a ningún español. Y en caso de que no se cumpla por parte de los naturales esta buena correspondencia referida, no se extrañará la defensa natural, y que procure el honor de las armas del Rey.

Al mismo tiempo yo, dicho Tupac-Amaru, ofrezco, como verdadero rendido, que mandaré y no permitiré que ningún natural ofenda a los españoles; y al mismo tiempo que se recojan a sus pueblos y vivan con los españoles en paz y unión como Dios manda, y quiere Nuestro Católico Monarca; de modo que, cesando las hostilidades, y todos perjuicios ocurridos hasta ahora, sea todo tranquilidad y buena correspondencia entre españoles e indios, para que gire el comercio, se repueblen las estancias, se trabajen las minas, se doctrinen los indios por sus respectivos curas, y por último vivamos todos como verdaderos   -145-   vasallos del Católico Rey de las Españas. En cuya virtud, y para que conste, firmamos este papel, en señal de la buena fe, que ambos debemos observar: lo firmamos con los señores curas, comisarios del ilustrísimo señor obispo del Cuzco, y de varios oficiales de la Plana Mayor, y capitanes de esta columna en dicho campo.

Ramón Arias. Diego Cristóval Tupac-Amaru. Doctor Francisco de Rivera. Doctor José de Zúñiga. Doctor don Antonio Valdez. Maestro, Marcos Palomino. Mateo de Cosío. Francisco Antonio Martínez. Vicente Flores. José Domingo Bustamante. Juan Antonio Montúfar. Vicente Noriega. José Medina. Estevan de Chaves. Eugenio Benavides. Pedro de Echevarría. Doctor Vicente Martínez Atazú, cura de Atonulla. Pablo Ángel de Espana. Ramón Bofill.

Es copia del original que queda en mi poder. Lampa, y diciembre 11 de 1781.

Ramón Arias




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Carta del ilustrísimo señor obispo del Cuzco, doctor don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, al dicho don Ramón Arias

Muy señor mío, y dueño de mi estimación: De 20 y 30 de diciembre precedente, recibo las de usted con el aprecio debido. En ellas me recomienda el mérito de los curas, don Martín de Zugasti, propio de Lampa, y don Juan Felipe de Portu, coadyutor de Cavanilla, por lo bien que se han manejado en sus feligresías, y especialmente en la reducción de los naturales, que, o seducidos resistían, o espavoridos de un infundado miedo, vagaban aun por los cerros y punas; debiéndose a la solicitud de estos celosos ministros la total sujeción a las banderas de Nuestro Augusto Soberano, como usted con notable complacencia mía lo asegura. Tendré presente estos sujetos para distinguirlos en mi aprecio, y corresponder a sus esmeros, que apoyados del realce con que usted los reconoce, no omitiré oportunidad para solicitarles el debido premio.

Yo celebro la que usted me franquea de su comunicación, para ofrecerme a su obsequio, dándole repetidos plácemes y gracias por lo   -146-   bien que ha brillado su sagacidad, pericia y talento, para desempeñar, como se ha visto, un asunto de la mayor importancia, que recomienda su persona y la mano que le destinó a negocio de tanta gravedad.

Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Oropesa, y enero 12 de 1782. Besa la mano de usted, su atento servidor y capellán.

JUAN MANUEL, obispo del Cuzco.

Señor comandante, don Ramón Arias.




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Carta de Diego Cristóval Tupac-Amaru al dicho señor comandante, don Ramón Arias

SEÑOR COMANDANTE DON RAMÓN ARIAS:

Muy señor mío, y dueño de mi justo distinguido aprecio. Anoche, 17 del corriente mes, entre las 8 de ella, recibí las dos cartas adjuntas, que llegaron del Cuzco, despachadas por el señor Inspector Comandante General, que me recomienda su más pronta efectiva remisión, que pongo en efecto, y lo propio se va a efectuar sobre las paces tratadas en el pueblo de Sicuani.

Asimismo se ha de dignar usted avisarme en respuesta, si las cabezas de ganado se entregaron para el auxilio de esas tropas, cuales son 300 y tantas ovejas, con 30 vacas que han menester.

Y entre tanto ruego a Nuestro Señor me guarde a usted muchos años. Azangaro, y enero 19 de 1782. Besa la mano de usted, su amante y seguro servidor.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.

Participo a usted como ya estoy próximo para bajar al real fuerte de Sicuani, con el fin de tratar los capítulos de pacificación, con los señores Inspector y Comandante General, y el señor Obispo del Cuzco, que ya deben estar en aquel sitio.

  -147-  

Asimismo suplico a usted, que en la primera ocasión se digne darle libertad a don Melchor Niña Laura, que ha de estar en aquellos parajes. Y lo mismo haga con cualquiera que se halle en reclusión; y una vez que deben aprovechar el indulto general perdón, me remito a lo mismo.




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Exposición de Diego Tupac-Amaru

SEÑOR COMANDANTE GENERAL, DON JOSÉ DEL VALLE

Hoy, que en este ilustrísimo Ayuntamiento representáis la sacra y augusta persona de mi Rey y Señor, don Carlos III (que Dios guarde) que asimismo vais a usar conmigo, mi familia y el resto de errantes vasallos, el más generoso y benigno indulto que se habrá admirado en las edades; señor, postrado a vuestras plantas con el más profundo respeto, aquel escandaloso del Perú, aquel cuyos excesos y errada conducta, pusieron en el grado de caudillo y promotor de las muchas lástimas que llora este reino. Soy, señor, no ignoráis, Diego Cristóval Tupac-Amaru, hermano de aquel infeliz José Gabriel, primer móvil de esta revolución. Su conducta, sus pasos, sus intenciones y motivos él en el vuestro tribunal lo expondría, y por su confesión os lo signifiqué, señor. No ambicioso de honor, no movido de avaricia, menos con ánimo de rebelarme contra mi Rey y Señor, aunque las apariencias lo mostrasen; ignoré absolutamente sus ideas; jamás me comunicó sus proyectos; llamome como a hijo, que así me trataba, y cuando ya tuvo decretado el primer yerro en Tungasuca, me ordenó con pena de muerte lo que había de obrar. Después así lo ejecuté, que es notorio, avasallando el ánimo de los indios, que con la dura opresión de los corregidores, se hallaban prontos a la extirpación de ellos y aun de sus nombres, de que harán presentes sus quejas, y así tengo fabricada con los yerros la cadena que arrastro. En todo me confieso culpado; no pretendo minorar mis delitos, que si ellos son grandes, ha sido mayor la piedad del Rey, mi señor. Disculpad mi flaqueza, y cubrid mis ignorancias con la real clemencia. Acordeme, señor, para engreír mis pensamientos, tener en mis venas algún asomo de Tupac-Amaru, y hoy para anonadarme os traigo a la consideración esto propio, para moveros a lástima, y a mí para mayor confusión, pues no obré como debía. Estas armas son las que ofendieron el acatamiento de mi Rey y Señor. Ahora las rindo con ánimo serio de no volverlas a tomar en mi vida, aunque me sea cierta   -148-   una muerte. Allá en Azangaro quedan algunas piezas, que no las quise traer, porque los amotinados no presumiesen venía a fomentar más motines. Disponed de ellas lo que fuere del servicio del Rey, mi señor, lo propio de mi persona y familia; solo os suplico, que no sea tan dura mi suerte; que pierda la libertad y honor, que para ello protesto perder la vida, si posible fuere, mil veces en obsequio de la majestad ofendida. Fabricaré nuevos méritos, si me lo permitís, con que sepa granjearme nuevo nombre y séquito a mis operaciones, para que de este modo quede enteramente borrada la mancha que en el público tiene estampada nuestra desviada conducta; asegurando, como debo asegurar, que en lo futuro seré el más fiel servidor de Su Majestad Soberana, como el tiempo lo acreditará. Pues si la piedad del indulto se me antelase, tiempo ha sin duda que hubiera anticipado mi obediencia, de la que solo me retardó el miedo de la muerte, porque por todas partes me amenazaba con edictos, que a mis manos llegaron; creyendo que esta misma merced se ampliase a mi difunto hermano, que tantas veces deseó acaeciese lo propio, pero la Divina Providencia que todo lo dispone rezagó esta dicha para mi felicidad.

Con ella me admitid, señor, arrepentido, y nuevo hombre para la posteridad.

DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU


Decreto

Campo de Sicuani, 26 de enero de 1782.

Admítese el rendido pedimento de esta parte, relativo al indulto concedido por la piedad del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos; y resérvese para el día de mañana la solemnización del juramento de fidelidad y demás órdenes que necesito dar sobre esta materia, para que todo se verifique en consorcio del ilustrísimo señor don Juan Manuel Moscoso y Peralta, del Consejo de Su Majestad y obispo del Cuzco, igualmente autorizado que yo por dicho señor Virrey, para impartir el referido indulto. Y atento a que esta parte y sus secuaces se hallan ligados con la excomunión mayor, con que al principio de la rebelión los castigó dicho ilustrísimo señor   -149-   Obispo, le pasará este expediente al señor auditor de Guerra, don Gaspar de Ugarte, coronel de milicias de Abancay, y alférez real del Cuzco, a fin de que Su Señoría Ilustrísima se sirva ordenar sobre este asunto lo que fuere conveniente, para no entorpecer por falta de este esencial requisito el curso de las demás diligencias; incluyéndose en esta la de emplazar a Andrés y Mariano Tupac-Amaru, como asimismo el resto de la familia de esta parte, por no haberse presentado en la actualidad.

DON JOSÉ DEL VALLE




Certificación

En el pueblo de Sicuani, provincia de Tinta del obispado del Cuzco, en 26 de enero de 1782. Yo el auditor de Guerra, don Gaspar de Ugarte, en cumplimiento del anterior orden dado por el señor Comandante General, entregué en mano propia este expediente al ilustrísimo señor obispo del Cuzco, de que certifico.

Gaspar de Ugarte




Decreto

Sicuani, 26 de enero de 1782.

VISTOS, dase facultad al señor deán del Cuzco, doctor don Manuel de Mendieta y Leiva, para que absuelva a Diego Cristóval Tupac-Amaru ad reincidentiam, con las solemnidades prescriptas en el ritual romano, y en la misma forma a todos sus secuaces que contritos la impetrasen; y fecha la diligencia, se devolverá este expediente al señor comandante general don José del Valle.

EL OBISPO

Así lo proveyó Su Señoría Ilustrísima, el Obispo mi señor, y lo firmó, de que doy fe.

Ante mí, doctor Antonio de Bustamante, secretario.



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Notificación

En el pueblo de Sicuani, en 26 de enero de 1782. Yo el secretario del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, mi señor, dignísimo obispo de esta diócesis, hice saber el decreto de suso al señor deán, doctor don Manuel de Mendieta, que obedeció y aceptó; y a su consecuencia mandó comparecer en la puerta de la iglesia de este pueblo a Diego Cristóval Tupac-Amaru, y le absolvió, ad reincidentiam; y en el mismo acto a más de 300 de sus parciales partidarios, observando puntualmente las ceremonias del ritual romano. Y para que esto conste, lo firmó dicho señor Deán, de que doy fe.

MANUEL DE MENDIETA
Doctor Antonio de Bustamante, secretario.

En el pueblo de Sicuani, provincia de Tinta, del obispado del Cuzco, en 27 de enero de 1782. Yo don José del Valle, pensionado de la real y distinguida orden española de Carlos III, mariscal de campo de los Reales Ejércitos de Su Majestad, gobernador político y militar del puerto y presidio del Callao, inspector general de las tropas veteranas y milicias del reino, cabo principal de las armas, comandante general de ellas en la actual rebelión de los indios, y lugarteniente general del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de sus Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos del Perú. Hallándose en la iglesia de dicho pueblo, en concurso de toda la oficialidad de mi comando, y de crecido número de españoles e indios de esta dicha provincia, y estando en compaña del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso y Peralta, del Consejo de Su Majestad y obispo del Cuzco, autorizado igualmente que yo para impartir el indulto concedido por el excelentísimo señor Virrey, a los que verdaderamente arrepentidos se nos presentasen; hicimos comparecer a Diego Cristóval Tupac-Amaru, por haberle ya conferido la absolución con la solemnidad que prescribe el ritual romano, de la censura en que se hallaba declarado incurso, según aparece de las diligencias que anteceden; y después que el coronel de milicias, don Gaspar Ugarte, auditor de Guerra, y alférez real del Cuzco, leyó en voz alta y perceptible a todo el concurso el auto del indulto concedido por dicho excelentísimo señor Virrey, juntamente   -151-   con el sumiso escrito previamente presentado por el citado Diego, y demás actuaciones posteriormente practicadas, le hicimos la amonestación correspondiente en orden a la firmeza de la fidelidad que protesta. Y sin embargo de haber entregado con antelación las armas que traía consigo, le mandamos practicase la propia diligencia con las que tiene en lugares distantes de este: como son, cañones de artillería, fusiles, escopetas, pistolas, lanzas, rejones, espadas, sables, puñales, pólvora, salitre, banderas y tambores, juntamente con los acopios de plomo, fierro y bronce para fabricar aquellas, y todo cuanto sea respectivo a ofender las armas del Rey, Nuestro Señor; como asimismo los vestuarios, gorras de granaderos y demás insignias militares; para lo cual se le asigna el perentorio término de doce días, como también para que en este mismo comparezcan los sobrinos del dicho don Diego, que son, Andrés y Mariano Tupac-Amaru, y el resto de su familia, a fin de que personalmente ratifiquen el juramento de fidelidad, que después del suyo ha de hacer el referido Diego a nombre de aquellos; no obstante de que sabemos haberse ya rendido dicho Mariano a las banderas del Rey, ante don Sebastián de Segurola, comandante de las tropas de la ciudad de la Paz.

Igualmente mandamos al citado Diego Tupac-Amaru, no pierda momento en coadyuvar de su parte a la pacificación de los pueblos, obediencia y subordinación de estos al poderoso señor don Carlos III, legítimo y único Soberano de estas Américas, que por fortuna nos gobierna, según lo tiene protestado y ofrecido con anticipación en sus cartas dirigidas a Nos, el citado obispo del Cuzco. Asimismo jura a su nombre y de su familia, que verdaderamente se sujetarán a las sabias y bien acordadas leyes de nuestro Soberano, a sus órdenes y a las de sus magistrados y demás ministros; que trataran con recíproca buena armonía y hermandad a los españoles y mestizos de ambos sexos, que van a regresar a sus antiguos domicilios. Y habiendo oído el sobredicho Diego Cristóval Tupac-Amaru, juró por Dios Nuestro Señor, y una señal de cruz de nuestras manos, de cumplir fiel y religiosamente cuanto se le prescribía, y prestando voz y caución de rato grato voluntario, repitió dicho juramento a nombre de sus sobrinos, Andrés y Mariano Tupac-Amaru, y toda su familia; y que en prueba de su fidelidad a nuestro Soberano prometía, que a costa de su sangre y vida pacificaría todos los pueblos que se hallan alterados; y habiendo sacado la espada, que por permiso nuestro traía a la cinta, la entregó a Nos, el citado Comandante General de las Armas, en reconocimiento de su obediencia. Y teniendo consideración a las verdaderas ofertas que en sus acciones y   -152-   palabras ha manifestado, se la restituimos, exhortándolo a que con ella ayude a reconquistar al Rey los pueblos alterados.

Y hallándose de rodillas en estas circunstancias el predicho Diego Cristóval Tupac-Amaru, en el presbiterio del altar mayor, y postrándose al fin de ellas a nuestros pies, llegó el coronel de milicias don Antonio de Ugarte, y batió tres veces encima del referido Diego, el real estandarte, que es el mismo que sirvió en la conquista de este reino, y consecutivamente practicaron la propia diligencia los abanderados de las tropas veteranas y milicias que se hallaban todas formadas en la plaza de este pueblo, para hacer las salvas y tiros de artillería en las ocasiones que se les ha mandado al mayor general don Joaquín Balcárcel. Y en este estado se le aseguró a dicho Diego, bajo de palabra de honor, que ninguno de los subalternos que sirven a nuestras órdenes, ni persona alguna, de cuantas habitan en estos dominios, lo hostilizará en lo más mínimo, ni perjudicará en esta causa su persona, familia y hacienda, ni las de sus parientes y allegados, siempre que, fieles, verdaderamente subordinados y rendidos a la protección del Rey, Nuestro Señor, cumplan lo que tiene ofrecido bajo la religión del juramento.

Con lo que se concluyó este acto de satisfacción, y lo firmamos, con el expresado Diego Cristóval Tupac-Amaru y los Oficiales y Plana Mayor.

Don José del Valle. Juan Manuel, obispo del Cuzco. Diego Cristóval Tupac-Amaru. Francisco Salcedo, corregidor de Tinta. Don Joaquín Balcárcel, sargento mayor de los Reales Ejércitos, y mayor general del destinado a operar contra los rebeldes. Gaspar de Ugarte, auditor de Guerra, coronel de Abancay, y alférez real del Cuzco. José de Acuña, corregidor de Cotabambas y comandante de las tropas de dichas provincias. Don Matías Baulen, provisto corregidor del Cuzco. Antonio de Ugarte, coronel de milicias del Tucumán y sostituto del Alférez real. José Moscoso, coronel agregado al ejército y edecán del Comandante General. Santiago Alejo Allende, coronel del regimiento de caballería ligera. José Eduardo Pimentel, regidor del Cuzco, coronel agregado al ejército y edecán del señor Comandante General de él. José Meneant, coronel del regimiento de Parinacochos.





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Carta del señor comandante general don José del Valle a don Ramón Arias

Conceptúo a usted informado, por la última que le escribí desde el Cuzco, de la favorable disposición, en que se hallaba Diego Cristóval Tupac-Amaru de darle obediencia al Rey Nuestro Señor en este pueblo de Sicuani, que el ilustrísimo señor obispo de la Santa Iglesia del Cuzco y yo le señalamos para efectuarla; en cuya consecuencia emprendimos nuestra marcha el día 10 del que rige, y la concluimos el 17, escoltados de una columna de 1.500 hombres veteranos y provinciales. Tupac-Amaru llegó ayer con una pequeña escolta de 50 hombres, armados con fusiles y rejones, y tres banderas, las dos blancas, y la una amarilla; pues aunque salió de Maranganí con 200 indios, lo fueron dejando en el camino llenos de temor, hasta averiguar la suerte de su jefe, que creían bárbaramente venía a sufrir el último suplicio. Al acercarse Tupac-Amaru a mi tienda, rindieron sus oficiales las banderas, y apeándose de su caballo, entró en ella tan turbado, que no podía articular una palabra; se iba a poner de rodillas a mis pies, y yo le levanté con mis brazos, asegurándole la protección del Rey, la seguridad de su vida, y que adquiría un gran mérito con Su Majestad, siempre que dedicase la autoridad que tiene sobre los rebeldes, para que se restituyesen a sus casas a vivir pacíficos y perpetuamente subordinados al poderoso, legítimo y único Señor de estas Américas. Ofreciome, con señales nada equívocas de su sinceridad, que emplearía todos sus esfuerzos al indicado fin, y que derramaría la última gota de su sangre, si fuese preciso, por reconquistar todos los pueblos que hasta ahora no se hubiesen sometido a la obediencia del Rey de las Españas, que reconocía por su verdadero Señor, y me entregó el papel, de que acompaño a usted copia certificada.

Pasamos desde mi campo al pueblo de Sicuani, con el objeto de que tributase sus respetos al ilustrísimo señor Obispo, como lo efectuó con la mayor sumisión, postrado a sus pies. Al siguiente día fue absuelto de la excomunión, que desde el principio del alzamiento había impuesto Su Ilustrísima a todos los que siguieron su infame partido, y en la misa de pontifical que el expresado prelado celebró después, hizo el juramento de fidelidad con las ceremonias acostumbradas, al frente del estandarte real de la ciudad del Cuzco, y de dos banderas de este ejército, que se le pasaron por encima, estando tendido en el suelo. Finalizando este acto con repetidos víctores al Rey,   -154-   y de triplicadas salvas de artillería y fusilería, empezaron a bajar de los montes una multitud de indios, que los coronaban, no solo de las provincias del Collao, sino también de las de Larecaja, Pacajes, la Paz, y hasta de los Andes, a pedir perdón, y dar la obediencia a Su Majestad.

La mujer, madre y sobrinos del expresado Tupac-Amaru deben llegar a este campo, en cumplimiento de las órdenes que les ha dirigido, mañana o pasado mañana, y no lo han efectuado ya por puro temor y desconfianza.

Tupac-Amaru me ha ofrecido en presencia de este Señor Ilustrísimo, con señales ciertas de la realidad de sus promesas, que se sujetará en todo a mis consejos, y a las instrucciones que le prevenga al pronto logro que deseamos de la total pacificación de estos afligidos países.

Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Sicuani, 27 de enero de 1782.

DON JOSÉ DEL VALLE

Señor don Ramón de Arias.

P. D. Tupac-Amaru escribe en esta ocasión a esas provincias, para que imiten el loable ejemplo que les ha dado, de perpetua fidelidad.

Una rúbrica.




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Oficio del inspector de Lima, don José del Valle, al Virrey de Buenos Aires, en que le da aviso de una nueva sublevación en las Provincias de Omasuyos y Larecaja, por Pedro Vilca-Apasa

EXCELENTÍSIMO SEÑOR:

Muy señor mío: Después que Diego Cristóval Tupac-Amaru   -155-   con toda su familia, e innumerables indios de las provincias de los dos virreinatos, dieron la obediencia a Su Majestad en el cuartel de Sicuani con todas las formalidades que informé a Vuestra Excelencia por mi última anterior, tuve noticia que el traidor Pedro Vilca-Apasa, uno de los caudillos de más nombre, brío y máximas de la pasada rebelión, después de haber jurado en mis manos solemnemente que acreditaba en lo sucesivo perpetua fidelidad al Rey Nuestro Señor, había tenido la osadía de sublevar nuevamente las provincias de Omasuyos y de Larecaja, y que se dirigía a fomentar otros iguales ruidosos alborotos en la de Carabaya y sus contiguas. Con este informe me puse aceleradamente en marcha el día 30 de marzo último al frente de una columna respetable, produciendo el favorable efecto de haberme presentado preso en el pueblo de Azangaro el citado Vilca-Apasa, que mandé descuartizar entre cuatro caballos, por haberle convencido de sus enormísimos delitos en la causa que le formé; y dirigiéndome inmediatamente a las referidas provincias de Larecaja y Omasuyos, logré dar fin en ellas de los caudillos que fomentaban el alzamiento, Carlos Puma-Catari, Alejandro Callisaya, y de un crecido número de sus inicuos coroneles; consiguiendo al mismo tiempo consolar a la afligida ciudad de la Paz, que se hallaba sumamente consternada y llena de recelo de ser otra vez invadida, por hallarse últimamente empleadas en otros precisos destinos del real servicio las tropas del virreinato del mando de Vuestra Excelencia.

De todos estos felices sucesos di individual aviso al señor presidente de la Real Audiencia de Charcas, don Ignacio Flores, quien se sirvió citarme para el pueblo de Achacache, a fin de que, conferenciásemos en él las reglas y medidas que nos pareciesen más interesantes, y convenientes al logro de solidar la anhelada pacificación del reino; y habiéndolas acordado, y entregádole muy fieles y sumisas al Rey las provincias de Omasuyos, Larecaja, Carabaya, Azangaro y Lampa, estoy de regreso a la ciudad del Cuzco, donde, como en todos mis destinos, anhelo que se digne Vuestra Excelencia franquearme sus apreciables preceptos.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Campo de Ayavirí, 14 de julio de 1782.

Excelentísimo señor: Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento seguro servidor.

DON JOSÉ DEL VALLE

Excelentísimo señor Virrey, don Juan José de Vértiz.



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Carta del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso, obispo del Cuzco al de la Paz, doctor don Gregorio Francisco del Campo, sobre la sublevación de aquellas provincias

ILUSTRÍSIMO SEÑOR:

Muy señor mío y venerado amigo de todo mi aprecio. La de Vuestra Señoría Ilustrísima de 11 de junio, que he recibido en la ruta de la visita en que me hallo, cuánto me ha consolado por el restablecimiento que ya goza su fatigada salud, me ha llenado de horror al ver dibujada al vivo la tragedia de esa desgraciada diócesis y afligida ciudad; pero bendita la misericordia del Señor que tuvo reservado en sus arcanos deputar a Vuestra Señoría Ilustrísima por pastor de un rebaño que había de llegar al extremo de semejantes padecimientos, y que tocando ya los términos de su ruina, se le deparó un padre que lo fomentase, un médico que con el bálsamo de su caridad lo consolidase, y un prelado que con el pábulo y dirección de su doctrina lo sostuviese. Es verdad que a veces la Providencia, si por una parte busca con el castigo el escarmiento, reparte por otra pródiga los consuelos, valiéndose de la conducta de aquellos que destina para beneficio de los pueblos; y puede ese consternado territorio adorar esos decretos, y tributar gratitudes, pues se libertó del naufragio en que zozobraba, mediante el celo, pulso y piedad con que Vuestra Señoría Ilustrísima le ha llevado como de la mano a la seguridad de que hoy logra.

Sería obra interminable si yo intentase discurrir por los trámites de esa lamentable historia, cuyas lecciones a la posteridad serán más dolorosas que la de la ruina de Jerusalem, ni mi compasión será bastante a seguirla, sin humedecer con lágrimas el papel. Pondero la fortaleza de Vuestra Señoría Ilustrísima a tan duros embates, y tengo por sobrenatural ese sufrimiento, porque es superior a las fuerzas comunes de la naturaleza; ya al ver destrozada su amable grey, profanado el santuario, abolidos los santos estatutos de su doctrina, que en repetidos rescriptos, visitas y pastorales servían de pauta para la eclesiástica disciplina de esos fieles, y la religión introducida en más de dos siglos y medio en estado de proscripción; ya al considerar el poco fruto que rinde a su benefactor la mayor parte de ese cuerpo, que independiente de la relación de súbdito, debe tener la de reconocimiento. ¿Pero, en qué región no abunda esta progenie ingrata, estas duras cervices e incircuncisos corazones? ¿A qué profeta o pastor no han herido estas fieras, que cuanto más beneficiadas   -157-   corresponden con el tósigo de su maledicencia? Así son, porque así lo han debido a sus mayores, y así será, porque es hereditaria su malicia y resistencia a los consejos del Espíritu Santo. Para tejer, Venerable e Ilustrísimo Hermano, un catálogo de estos hechos, que también produce este fragoso e inculto país, que preparó Dios por calvario, y por lo que aflige el ánimo de su memoria, ciñéndome a los sucesos más notables, y confesando que todos no han llegado a los umbrales de los ominosos que han costeado los padecimientos de Vuestra Señoría Ilustrísima, le significaré el estado a que estuvo reducida esta diócesis, los cuidados, afanes y desasosiegos que me trajo, y el fruto de estos en la situación que hoy tienen las cosas, otros tantos que pueden suscribirse a las anécdotas de la terrible revolución de nuestro continente.

Hallábase este obispado, cuando llegué a él, agobiado como todo el resto de las provincias del reino, por los gravosos repartimientos de los corregidores; y si no movido de los sucesos de Pacajes y otras partes, a lo menos dispuesto con estos ejemplos, según se experimentó en las de Chumbivilcas con la trágica muerte que dieron a su corregidor, don Gerónimo Zugasti, y en la de Urubamba, en que aún palpitaba el reciente alzamiento contra don Pedro Leesdal, de cuya resulta murió mi antecesor. Pedía el reino un freno que contuviese a estos ambiciosos, a quienes no arredraban ni las repetidas cédulas de Su Majestad a favor de los naturales, ni los despachos en los tribunales para sujetarse a las tarifas. Salió de madre el lluvión de la codicia de aquellos, valiéndose del privilegio del ministerio para enriquecer a costa de la sangre de tantos infelices vasallos, y de la misma corona que hemos visto fluctuar; y considerando que los párrocos podían estar tocados de aquel contagio, (que es un mal el de la ambición fácil de contraerse por el ejemplo), entré visitando mi diócesis, y expurgándola de las heces que, bajo el renombre de costumbre, envolvían visos de opresión en algunos entables de las doctrinas. Redújelas a mejor instituto; establecí reglamentos de equidad, alivié a los que se sentían recargados de derechos y contuve a los párrocos en sus deberes, renovando la primordial disciplina de los cánones en aquella parte posible, y que permita el espacio de seis meses de la más helada estación, y que insumí en estos cuidados, para que los oprimidos territorios respirasen de las fatigas que padecían por los corregidores.

Con este conato seguí hasta mi capital, que no bien pisé, cuando comenzó el rumor de sedición que maquinaron los primeros fanáticos, Lorenzo Farfán, y sus compañeros Ascencio Vera, Diego Aguilar, Ildefonso Castillo, José Gómez. Bernardo Tambohuaso, y Eugenio Riva comenzaron a delirar a principios del año de 80; tuvieron conmovido el vecindario, y con él todo el obispado, que talvez estuvo en expectación,   -158-   hasta ver los efectos que causaba en la ciudad el movimiento. Por un raro accidente se descubrió la conspiración, se cortó el cáncer, y los reos sufrieron el último suplicio.

No sé si el calor de este fuego se comunicó a todas las provincias vecinas, o si la llamarada voló a solo la provincia de Tinta, por hallar en el pérfido José Gabriel Tupac-Amaru mejor combustible; lo cierto es, que se aprovechó este rebelde de las centellas que esparció aquel incendio en los ánimos mal dispuestos, como el que meses antes abrasó la provincia de Chayanta en Charcas contra su corregidor don Joaquín de Alós; y desabrochando Tupac-Amaru la idea, que hasta entonces solo tuvo en pensamientos muchos años, dio principio a su rebelión el 4 de noviembre del propio año, arrestando a su corregidor, don Antonio de Arriaga, y dándole muerte de horca, por haber hostilizado más que otros aquella provincia, y haber apercibido recientemente al traidor sobre la satisfacción del reparto, tributos, y cierta deuda que contrajo en Lima, que no haciéndolo en el término de ocho días, pasaría a ahorcarlo.

Las circunstancias de que se revistió este suceso convencen el despecho con que deliberó el insurgente su designio, y que no fue obra del día el proyecto, sino muy pensada y digerida: son muchas para que discurramos por todas. Él convocó la provincia a nombre del mismo corregidor, haciéndole firmar cartas citatorias para que se congregasen en su residencia de Tungasuca, pretextando el servicio del Rey. Él difirió el suplicio por espacio de seis días, y haciendo ostentación de la notoriedad de su atentado, dio público testimonio de un hecho casi sin cotejo en las historias.

Los vecinos del Cuzco, inflamados con tan horrorosa catástrofe, resolvieron salir a castigar al insolente. No sé si los dirigió el amor al Rey o al Estado; y así los que se sintieron más penetrados de estos motivos, aceleraron la empresa con la corta prevención de pocas armas, y recluta de hombres inexpertos, que no merecían el título de soldados; su ardentía e impericia les precipitó a su desdicha, y a ser víctimas del tirano en el pueblo de Sangarará, en que murieron más de setecientos; a quienes si perdonó la espada y palo, devoró el fuego, que redujo a cenizas aun al templo que tomaron por asilo.

Ensoberbeciose Tupac-Amaru con esta inesperada victoria, porque fue a buscarle a su propia casa el triunfo, que con el sacrificio de sus vidas te ofrecieron unos hombres inconsiderados; y he aquí un principio indisputable de una rebelión, que pudiendo cortarse en tiempo con mejores reflexiones, se hizo general por la imprudencia. Tupac-Amaru se   -159-   concilió desde este acaecimiento respetos, veneraciones y temor; logró la ocasión del sobresalto de los indefensos; ofreció partidos a los que podía temer; trajo a su devoción a los españoles y mestizos de aquellos pueblos, y comenzó a difundirse su nombre bajo el epíteto pomposo de Libertador del reino, Restaurador de privilegios, y padre común de los que gemían bajo el yugo de los repartimientos; todo lo que apoyaba con el renombre de Inca, y legítimo descendiente de Felipe Tupac-Amaru, rey del Perú, cuyos derechos seguía ante la Real Audiencia de Lima, y hoy renovaba. Nada más hubo menester el novelero vulgo de las provincias para reconocerle protector y aun su rey. En todas fue sucediéndose el contagio, y muy pocas fueron en este obispado las que se preservaron o simularon. No se oían por todas partes sino aclamaciones por su Inca redentor; y a consecuencia de esto, no se vieron más que muertes y desastres de aquellos que no seguían el partido; y en un improviso se subvirtió e inquietó la mejor porción de esta diócesis. La ciudad era el objeto de las insidias del rebelde, con la expectativa de saquearla, y coronarse en ella, por haber sido corte de los que figuraba sus ascendientes; y como lugar de refugio, todos los perseguidos ocurrían a ella. Llenose de gentes, y ya comenzaba el hambre y carestía, y aunque no llegó su necesidad al extremo que esa, pero se sintió bastante, por estar cerrados los caminos de los abastos, por lo que ya se contemplaba muy próxima su final opresión. El insurgente tiró las líneas a su asedio, y congregando sobre 70.000 combatientes, se dirigió a sus cercanías con más de cuarenta mil, desertando los restantes a aquel número por el suceso feliz que tuvieron nuestras armas en el pago de Saylla, de la parroquia de San Gerónimo, distante tres leguas de la ciudad. En efecto puso su campo un cuarto de legua de mi capital, en el cerro nombrado Picchu, que domina la población, y podemos decir que hasta ahora es incomprensible la causa de no haberse resuelto a entrar en la ciudad con un ejército tan poderoso; bastando la cuarta parte para confundir nuestras cortas fuerzas, y contentándose con tal cual escaramuza en la eminencia, y desfiladeros de aquel cerro, en que se trabó el combate que se sostuvo por nuestra parte con menos de trescientos soldados, (y de aquella noche quedaron solo en cincuenta) con dos pedreros, que al primer tiro perdió el uno la cureña; notándose que en el espacio que se tiraba uno de los nuestros correspondía la artillería, del enemigo con doce. Concluyose esta acción al anochecer del día 8 de enero del año pasado de 1781, con once muertos enemigos y cuarenta de los nuestros, quedando heridos más de 100, de que pereció la mayor parte, y sacó una grave contusión al pecho el famoso don Francisco Leysequilla, su comandante, que fue este entre los oficiales el único que defendía y guardó con honor el puesto. El día antecedente murieron a manos de los enemigos, repechando el cerro, 17 pardos de la tropa auxiliar de Lima, con su teniente Cisneros;   -160-   y cuando esperábamos que lo sangriento del choque se reservase para el día siguiente, inopinadamente levantó su campo Tupac-Amaru, y abandonando su equipaje, salió de fuga al amanecer; y como lo persiguieron algunos de la tropa de caballería, murieron más de 30, oprimidos de los enemigos.

La retirada de los rebeldes no deja de haber sido milagrosa, atendiendo las circunstancias que van indicadas; y más que el pueblo contenía muchos indios y mestizos partidarios de Tupac-Amaru, que esperaban la ocasión de su entrada para declararse, por las inteligencias que con esta mira mantenían. Al fin, yo así lo juzgo, por haber encomendado al patrocinio del Arcángel Señor San Miguel la tutela y defensa de la ciudad, jurándolo por patrón general en pública asamblea, que se formó a todos los estados; y en verdad que desde aquel día llovió el cielo sobre nosotros sus bendiciones.

Contraído este vasto territorio a tanta confusión, fueron consiguientes mis fatigas: por una parte combatían mi ánimo los quejidos de un rebaño que Jesucristo cargó sobre mis débiles hombros, y por otra los sobresaltos de exponerse a perder una porción considerable, que hace el patrimonio de un Soberano por quien subsistimos. Ya se ponía adelante la religión abolida, que se introdujo a costa de tantos sudores, y se ha mantenido a fuerza de desvelos; ya se me representaba el vilipendio del santuario, abrogación de su culto, y profanación de lo más sagrado; los monasterios de vírgenes sin clausura, y en una palabra, sin concierto todo el orden de las cosas. Meditábase la fuga como único medio de salvar las vidas; algunos de menos ánimo las emprendieron, y los más esperaban que yo la determinase para abrazarla. Mis afectos, y los que más se lastimaban al contemplarme víctima del tirano, si no sangrienta, a lo menos de su desprecio y abatimiento, me aconsejaban la deliberase, llevando conmigo el clero secular y regular de ambos sexos, para no exponerle al mayor sacrificio; y sin embargo del ejemplo, que en caso semejante, aunque menos horroroso que el presente dio el señor don Gregorio Montalvo mi predecesor, a nada quise acceder, por la desconformidad que este decía con mi honor, ministerio y servicio del Rey.

En esta situación, no nos quedaba otro recurso que el de impetrar las divinas piedades y dirigir al cielo nuestros votos. En continuas rogativas mantuve la ciudad y sus ocho parroquias, patente el Santísimo Sacramento, practicándose lo mismo en las iglesias de los monasterios y regulares. Cuatro misiones se hicieron, comenzando por mi catedral, que acabaron en una general procesión de penitencia, que movió a compasión, a los fieles. Llenos se veían los templos de penitentes, ocupando yo en mi   -161-   iglesia el primer confesonario; todos los ministros seguían con edificación el ejemplo, cuyo infatigable ejercicio, se continuó por más de tres meses con mucho fruto.

Al paso que la ciudad se empleaba en estos actos, no perdí de vista las doctrinas de las catorce provincias que encierra este vasto obispado, y fuera de los muchos monitorios, edictos y pastorales que dirigí en los primeros insultos de Farfán, invitando a mis diocesanos al amor y obediencia del Rey, en que interesaba todo el celo de mis curas a esta exhortación, se instauraron nuevamente las mismas diligencias, sin perder ocasión, y sin que me sirviesen de estorbo la dificultad de los tránsitos, e impedimento de las veredas que se hallaban tomadas o cortadas, porque a todo costo transmigraban mis cartas y providencias. Particularmente dirigí por separado mis oficios a los principales caciques y gobernadores de las doctrinas, y se vio el bello efecto de esta diligencia en los célebres hechos de Pumacahua, cacique de Chinchero, Rosas de Anta, Sucacahua, de Umachiri, Huaranca de Santa Rosa, Manco Turpos y Chuquiguancas de Azangaro, Carlos Visa de Achalla, Chuquicallata de Samán, Siñán, Inca de Coparaque, Huambo Tupa de Yauri, Callu de Sicuasi, Aronis de Checacupi, Cotacallapa y Huaquisto de Carabaya, Game y Carpio de Paruro, Espinosa de Catoca, y la Huamanchaco de Coporaque, Chuquicallata, hijo del primero en Turaco, Pacheco Chillitupa y Sahuaraura de Quispicanchi; todos nueve posteriores en sacrificio de su fidelidad, y distinguiéndose Sahuaraura, así en haber sido el que reveló la traición de Farfán y sus compañeros, en la precedente maquinada conspiración del Cuzco, como en haber sufrido valerosamente la muerta en el incendio de Sangará; a cuya expugnación salió con tanto brío, que en carta, que me escribió a su propartida, me dice montaba inmediatamente a caballo, animado de mis persuasiones, y con nuevo espíritu al ver el estímulo de mis cláusulas. De modo que, a excepción de Tomasa Tito Conamayta, cacica de Acoz en la doctrina de Acomayo, de la expresada provincia de Quispicanchi, que sufrió suplicio en público cadalso, se ha notado que ningún cacique de honor siguió las banderas del insurgente José Gabriel; debiéndose reflexionar, que si estos personajes hubieran tenido colusión con aquel infame, hubiera sido insuperable el movimiento.

Este fue uno de los más graves cuidados en las tribulaciones de la rebelión, porque habiendo excomulgado a Tupac-Amaru y sus secuaces por el atroz delito de incendiarios de Sangarará y sus profanadores, (causa principal de que muchos no le siguiesen, que los más se le apartasen, y por lo que todo su conato fue entrar a la ciudad por darme muerte, como lo profirió diversas veces, y a este fin previno se me abocase la artillería, por haber visto que me avancé hasta las inmediaciones   -162-   de aquel cerro, para animar a los desalentados) no permitían él ni los suyos corriesen mis pastorales con franquía, porque desbarataban sus intentos, según lo experimentaba en la deserción de muchos. Pues de solo la provincia de Chumbivilcas se le separaron más de 600 mestizos, que venían a pedirme absolución y se incorporaron a nuestras tropas; y aun en los indios se vio la espantosa impresión que hizo la censura, pues se reconoció en los que seguían nuestras banderas, que no solamente baldonaban a los contrarios de excomulgados, sino que aun no querían aprovecharse de sus despojos por contaminados, sin embargo de persuadírselo los oficiales. Igualmente ocupó esta pena el ánimo de los indios rebeldes, porque en la reconciliación del pueblo de Sicuani ocurrían a millares a pedirme absolución, y gustosos sufrían la ceremonia del ritual; y por cartas de Tupac-Amaru se sabe la sangre que le hizo esta terrible arma de la Iglesia, aunque no faltaron hoy los que criticaron la capacidad de los indios para sufrirla, cuando nos ha dado a conocer el tiempo su malicia; sobre lo que expuso su dictamen muy juicioso y docto, el reverendo padre provincial, actual de la Merced, fray Pedro de la Sota.

Esta fue la razón de haber padecido muchos curas, que fijaron de mi orden los cedulones; ellos se vieron presos y vilipendiados, fuera de la pérdida de sus bienes; porque a todos los obligué a residir en sus beneficios, y llevar diarios de los sucesos de sus jurisdicciones, para comunicarlos a la Junta municipal de guerra y al excelentísimo señor Virrey; siendo este el único rumbo por donde se adquirían las noticias ocurrentes, de modo que, de este inmenso trabajo se triplicaban las diligencias, y a veces, dice, no bastaban doce plumas; a que se agregaban continuos oficios a los jueces reales de los partidos, tribunales, cabildos, etc., de que es tanto lo que se ha escrito que van gastadas muchas resmas de papel.

El asunto de la residencia de los párrocos, en circunstancias tan críticas, y de sus tenientes, fue uno de mis mayores afanes: ellos resistían mis preceptos; pero unos llevados de las persuasiones de mis reflexiones y promesas, otros de su propio honor y estímulo de sus conciencias, a quienes exponía delante su obligación, y otros compelidos de mis conminaciones, se obligaron a obedecer; debiéndose con propiedad decir que el rebaño era de fieras, porque vivían en medio de tantos lobos. Parecía tirana la orden en semejantes aprietos; así se quejaban, y por la dependencia con los principales de la ciudad talvez me concilié una gran parte de desafectos. Atropellé estos reparos, porque veía que era el único medio de sostener la religión, y no aumentar el número de rebeldes, y se conoció que en los lugares donde no hubo párrocos ni sacerdotes, que fueron pocos, fue mayor la alteración. Dios correspondió a esta, que parecía cruel correspondencia; porque, aunque padecieron mucho   -163-   los ministros, no quitaron la vida a cura alguno, y a excepción de cuatro presbíteros y un diácono, entre los que se numera un religioso dominico, no se cometió otro sacrilegio de esta especie.

He dicho que parecía cruel providencia haber compelido a los párrocos a su residencia, y no lo fue, porque no debe graduarse por tal, sino ponerles a la vista su obligación. Todos los derechos la recomiendan en la próxima ocasión del peligro inminente de perder la vida espiritual y temporal por sus ovejas, aun con riesgo de la propia. De este sentir son San Agustín y Santo Tomás11 a los que se siguen muchos doctores, que refiere el padre Granados, fundándose todos en el texto de San Juan: «In hoc cognovimus caritatem Dei, quoniam ille pro nobis animam posuit, et nos debemus caritatem pro fratribus animam ponere»12. Y en el de San Pablo: «Ego autem libentissime impendar, et super impendar ipse pro animabus vestris»13. Sobre que dice el padre San Crisóstomo: «quod dicit impendar insinuanti est, si et ipsam carnem suam insumere oporteat non parocho per vestram salutem»14.

Y qué diremos, cuando hay riesgo de perder la religión; así estuvieron los pueblos, porque en muchas partes, no se veneraban ya las imágenes, y en varias se ultrajaban igualmente que los templos, y por lo general se suscitaban y adoptaban errores, y entre ellos fue haber persuadido Tupac-Amaru, que los que muriesen en su servicio resucitarían al tercero día; de que reconvenido por algunas mujeres, cuyos maridos habían perecido en su infame guerra, respondía que eso debía entenderse a los tres días de su coronación en el Cuzco. Estos y otros peligrosos dislates, con la profanación del culto, debían ocupar toda la atención de los párrocos, aunque fuese a costa de sus vidas. Esta doctrina cierta, abraza aun a los que no lo son, como lo sostienen Suárez, Lecio, Valencia y otros. Y para que en tales casos puedan y deban administrarles sacramentos los curas, lo asienta Lecio: «Temere parochos, suos parochianos defendere etiam cum periculo vitæ, ne sacramenta ministrari impediatur». Y que esto obligue aun en tiempo de guerra, lo declara Toledo: «Etiam cum periculo vitæ ne sacramenta ministrare impediantur temporalis, puta si forte inimicus eum insequatur quia tempus est belli»15.

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Si en estos oficios se hubieran contenido solamente mis cuidados, ya podíamos contar menos caudal de zozobras: a más se extendían mis solicitudes. El erario se hallaba exhausto, porque todo el dinero que había en las reales cajas se condujo a las de Lima poco antes; los vecinos se hallaban extenuados, y algunos que tenían proporción, se excusaron con frívolos pretextos, y era indispensable el gasto diario de la contribución a las tropas. Los almacenes jamás tuvieron pólvora, ni otras municiones, porque nunca se meditó esta tragedia; así fue necesario proveer prontamente de estos auxilios, por lo que me pareció justo convocar mi clero y prelados de las religiones, a quienes propuse la obligación de subvenir a las urgencias de la patria y del Monarca; y dándoles yo ejemplo en la erogación de 12.000 pesos a mi nombre, y el de los tres monasterios, fueron todos los cuerpos de regulares, curas existentes en la ciudad y clérigos, ejecutando lo propio según sus facultades; de modo que se recogieron cerca de 30.000 pesos, fuera de más de 14.000 de depósitos eclesiásticos, que hice dar por vía de empréstito, sin interés alguno, y posteriormente el cura de San Gerónimo dio 40.000.

Reconociendo las ventajas del enemigo, y la debilidad de nuestras fuerzas, pues la Junta que se llamaba de guerra, solo se la hacía intestina, en las competencias que entre sí llevaban los que la componían, que todo se disputaba y nada se resolvía; y que si alguna vez se acordó algún expediente favorable a nuestra necesidad, nunca se ejecutó; no perdonando arbitrio, ni medio que contribuyese a defender la patria y cortar la rebelión, me metí a soldado, sin dejar de ser obispo; y así en lo más grave de este conflicto, armé al clero secular y regular, como en el último subsidio, nombré al deán de mi catedral, don Manuel de Mendieta, por comandante de las milicias eclesiásticas, dispuse cuarteles, alisté clérigos y colegiales, seminaristas de ambos colegios, y en cuatro compañías, con sus respectivos oficiales, armas y municiones que costeé, comenzaron el tiroteo militar, sujetándose al ejercicio de las evoluciones, a la voz de un oficial secular, que se encargó de su instrucción. Ya tiene Vuestra Señoría Ilustrísima al clero del Cuzco con espada ceñida y fusil al hombro, esperando por instantes las agonías de la patria, de la religión y la corona, para defenderla del insurgente Tupac-Amaru; ya sale en pública plaza con la bandera que seguía, bajo los jeroglíficos del Cristo de Temblores, imagen del Rosario, retrato del Rey y sus armas, a auxiliar el cuartel general, en el sobresalto que tuvo con el suceso de la Pampa de Chita, una legua distante de la ciudad, en que se vieron los primeros ensayos de los indios, como si fuesen los más aguerridos militares, y con este ejemplo alentada la plebe, con otro espíritu los nobles, y más animadas nuestras pocas tropas.

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Al mismo tiempo que se estableció este auxilio, velaban los clérigos de centinelas en las torres, rondaban las calles, guardaban los puestos más arriesgados, sin omitir la más ridícula ocupación del soldado, cuando los cuerpos religiosos se encargaban de la custodia en sus templos, y de los monasterios de religiosas, en cuyos atrios permanecían en continuas vigilias con las armas en las manos. A todos estos actos se encaminaba mi solicitud, sin perdonar fatiga por ser este mi reposo.

No han faltado críticos que hayan reprobado esta oportuna resolución, y a nombre de Vuestra Señoría Ilustrísima, por autorizar la maledicencia, botaron al público cierta carta, en que querían persuadir, que aun en el caso de rebelión, no podían los eclesiásticos tomar armas. Di al desprecio esta impostura, que también dio mérito a que en la Universidad de Lima se defendiese como sistema seguro, que en semejantes circunstancias podían y debían armarse los eclesiásticos; supongo que sería con las doctrinas que generalmente se ven en canonistas del mayor carácter, pero parece que el impostor carecería de estas luces, y aun de la que ministra la historia. Son muchos los pontífices, que desde San Gregorio II han levantado armas, no por defensa de la fe, sino por motivos puramente temporales, aun contra católicos. Vemos a Julio II a la frente de un ejército no por la causa de religión, sino por defender sus estados; al cardenal Ximénez de Cisneros salir a campaña a la conquista de Orán; a Juan Caramuel, obispo sufragáneo de Praga, defendiendo esta plaza de los suecos el año de 1648, y tiempo antes contra holandeses y franceses, y si queremos subir más arriba, se nos presenta el infante don fray Sancho de Aragón, hijo del rey don Jayme, religioso mercedario, y después arzobispo de Toledo, quien juntó ejército, y salió a pelear en la Andalucía contra moros; y habiendo muerto en la batalla, lo caracteriza el cronista de su religión por mártir. Y dejando otros ejemplares de prelados y religiosos que han comandado ejércitos, y han muerto en ellos, nos contraeremos al caso del doctor don José Dávila Falcón, doctoral de la metropolitana de Lima y su Provisor, que por oficio de aquella Real Audiencia, que gobernaba por muerte del señor Conde de Lemus, alistó 850 clérigos, cuando fue amenazada de ingleses aquella capital.

Se ha visto en esta sangrienta escena que los indios, muy superficialmente o por pura ceremonia, conservan el renombre de cristianos, y que en la realidad son poco menos bárbaros que sus ascendientes, aunque más crueles; por otra parte se han reconocido enemigos irreconciliables de los españoles, y si no incurre en irregularidad el clérigo, que mata por defender al inocente, cuando de otro modo no puede libertarle la vida, como largamente lo sienta Cobarrubias, Lecio, Suárez, Bonacina y otros, teniéndolo por justo, lícito y santo, y se prueba con el   -166-   Deuteronomio capítulo 9, non inferenda 23, con el ejemplo de Moisés que mató al Egipcio; y capítulo Dilecto de sent. excomunicat, con cuánta más razón diremos no la incurren los clérigos del Cuzco, armándose contra los indios que, independiente de haber dado pruebas nada equívocas de proceder contra la religión, acometieron con inhumana impiedad a tantos inocentes, sin perdonar aun los párvulos; fuera de que, como se lleva indicado, este remedio fue solo subsidiario, porque no llegó el caso de que saliesen a campaña.

Y qué dirá Vuestra Señoría Ilustrísima si supiese que a todas estas inquietudes de ánimo se me agrega la imponderable y ajena de mis facultades, de estar continuamente impidiendo la deserción de las poblaciones, y asegurarlas, como aconteció en Calca, Colla, Lamay, Pisac, San Salvador, etc.; que se custodiasen los puentes, que acompañasen los clérigos las expediciones, por modo de reconquista espiritual, pues no se consideraban seguros y respetables sin el auxilio de la predicación, como lo representaban los comandantes. Todo recaía sobre mí, y lo que más me incomodó fue el preservar la villa de Urubamba y pueblos de su quebrada, por el orden imprudente que se dio para que se quemase el puente de mimbres, que hace todo su tráfico con las provincias vecinas. A que me opuse con la firme resolución de pasar a guardarle con mi clero, porque verificado que fuese, quedaba el enemigo dueño de la inexpugnable fortaleza de Vilcabamba de la provincia de Abancay, y de las demás hasta Lima, cuyos auxilios perderíamos cortado el puente de Apurimac, como lo proyectaba Tupac-Amaru; y finalmente, posesionado de Urubamba, quedaría el Cuzco sin los abastos abundantes de granos que ofrecen sus fértiles campos, y expuestos a frecuentes asaltos cuantas veces lo intentase.

Es notorio lo que trabajaron los curas de dicha quebrada de Urubamba en defenderla de las incursiones de los enemigos; pues aunque llegaron al pueblo inmediato de Incay, fueron rechazados con escarmiento, y no pudieron penetrar lo restante de la provincia. Asimismo es laudable el celo de los curas de Cotabambas en cortar de raíz el contagio que cundía en toda aquella provincia, y la inmediata de Chumbivilca; porque desolados y muertos los sacrílegos Bermúdez y Parbina, caudillos principales de Tupac-Amaru, se extinguió enteramente aquel mal, que no practicaron los clérigos de Paucartambo, tomando las armas y fortaleciendo a los vecinos de esta rica población, sin excepción de las mujeres, que también militaban, para impedir el paso a Diego Tupac-Amaru, primo de José, que procuraba allanarle con un formidable ejército, con el fin de socorrer a este insurgente en el bloqueo del Cuzco; y no lo consiguió, sin embargo de haber mantenido el asedio la primera vez más de tres meses, en cuyo espacio tuvo diez y siete combates.   -167-   Excuso referir otras particularidades de curas y eclesiásticos en el resto de la diócesis, porque sería dilatarme más.

Como viese cuánto gravaban estos males, que inmediatamente tocaban en la profanación del santuario, cuyas quiebras debía reparar, y que aun los más celosos párrocos habían descaecido de su celo, y cedido a la fuerza con detrimento de la doctrina eclesiástica y cuidado de su feligresía, que con tanto empeño procuré introducir desde mi ingreso a este obispado, determiné salir de la capital a los pueblos rebelados; y participando al excelentísimo señor Virrey de este reino la deliberación con los motivos que me impelían, en carta de 19 de julio del año próximo pasado, me significó con fecha de 10 de agosto, que, no obstante de ser mi permanencia en la ciudad muy útil, y que mi separación, aun a la más corta distancia, sería muy sensible al público, pero que en virtud de las causas que la motivaban, por ser de la mayor gravedad e importancia, debía posponer todo otro respeto, porque se presentaba el de Dios, y me hallaba en el caso de desempeñar las primeras obligaciones de mi ministerio. Lo que no solo me aprobaba, sino me lo rogaba y encargaba, facultándome con la mayor amplitud, para hacer comparecer a los caciques, y me expusiesen las causas que dieron mérito a sus excesos, y por su medio suavizar a los demás y concederles el perdón, si volvían arrepentidos a la obediencia del Rey. Para cuyo efecto les señalase los lugares donde se habían de celebrar los parlamentos de indulto y cuanto me pareciese justo, sin dispendio de las leyes del reino, y sin que los corregidores ni otros jueces tuviesen arbitrio para no observar lo que yo determinase a su nombre, e igualmente se me franqueasen por el señor Inspector General los auxilios de tropa que le pidiese, y de la caja real la plata que necesitase.

Mas reflexionando que esta diligencia no sería eficaz, si no fuesen comprendidos en la gracia del indulto los mismos cabezas de motín, entrando en ellos Tupac-Amaru y sus sobrinos, porque de estos dependían los demás, y bebían como en venenosa fuente el espíritu de sedición, consulté al señor Virrey en oficio de 27 de agosto, si todos estos quedarían indultados, no solo en sus vidas, sino en su libertad y haciendas, si acaso se rendían del modo que se deseaba; y conociendo este benigno jefe la importancia del perdón general, expidió el edicto comprensivo al indulto de las cabezas, que tanto beneficio nos ha traído.

Con este auspicio y facultades, salí el 10 de enero de este año, acompañado del señor Inspector, sin que me arredrase ni lo riguroso de las nieves, ni los enemigos que llevaba por todas partes, hasta el pueblo de Sicuani de la provincia de Tinta, adonde emplacé al insurgente   -168-   Diego Cristóval Tupac-Amaru, y sus principales mandones y coroneles; parece que se aprovechasen del indulto concedido, después de haberle dirigido muchas pastorales. Sería larga historia, si refiriese a Vuestra Señoría Ilustrísima cuánto me costó convencer a este rebelde, superando las muchas dificultades que ponía su desconfianza o malicia. Mandele varios curas de aquellas provincias, que lo persuadiesen, y entre ellos los de más aprobada conducta, don Antonio Valdez de Coaza, y don José Gallegos de Putina, en que padecieron ímprobos trabajos estos celosos presbíteros; y después de indecibles sustos y fatigas, logré traer a Diego a mi presencia. Afiancele la real palabra en lo prometido por el señor Virrey, y juró en mis manos la fidelidad al Rey y a sus ministros, en todos los demás actos de sumisión y respeto, que se vieron el 27 de enero con la mayor solemnidad en la iglesia de aquel pueblo, donde celebré de pontifical en acción de gracias. A este ejemplo bajaron consecutivamente en los 19 días que allí estuve, más de 30.000 indios, a quienes después de impartirles la absolución de la censura, en que estaban incursos, les conferí el sacramento de la confirmación, sin reservar el descanso de la noche, con lo que se dio principio a la gran obra de la pacificación que hoy disfruta toda la diócesis, y se ha extendido a la de Vuestra Señoría Ilustrísima.

Como fruto precioso de aquellas tareas, tengo la satisfacción de la común tranquilidad. No quiero atribuirme estas glorias, porque son obras puramente de las beneficencias del Señor, que sin mirar las grandes culpas de este su mal siervo y ministro, ha esparcido el rocío general de la paz. Si Tupac-Amaru no asiente a mis consejos, si mis emisarios no trabajan tanto en persuadirle, aun exponiendo sus vidas a la ojeriza de los coroneles, que repugnaban su reducción, y si no tomo la resolución de pasar hasta Sicuani, hubiera durado la inquietud mucho tiempo, y acabarían con nosotros. Más de un año había corrido el movimiento, y en todo él nada más se adelantó que agotarse las poblaciones en los muchos que morían, y otros que se agregaban al enemigo. El erario se veía consumido y no se hallaban caudales para sostener una guerra de hostilidad, que nos iban manteniendo los rebeldes, sin presentar descubiertamente el cuerpo. De cerro en cerro y de quebrada en quebrada nos fatigaban y destruían las expediciones que con frecuencia salían; nada obraban, y solo traían desgracia por triunfo; y en la hipótesis de que hubiésemos aprendido a Diego Cristóval, sería por milagro, como sucedió con su primo José Gabriel, que burlándose del gran ejército que salió en su seguimiento, cayó en manos de una infeliz anciana, vecina del curato de Languí, llamada María Rodríguez, porque por lo natural siempre vencería a causa de las muchas ventajas que nos llevaba en tropas, provisiones y armas, y cuando viniesen de fuera tropas a combatirlo, tomando   -169-   el asilo de la escabrosa provincia de Carabaya, se pondría en estado de eludirlos.

Sin estas contingencias y nuevas pérdidas, hemos obtenido por el camino de la suavidad, cuanto podía anhelarse. Dejonos Tupac-Amaru libre el paso de las provincias del Collado, sometiéndose a mi patrocinio, y disfrutar las piedades del Rey; y el señor inspector don José del Valle marchó con un corto número de tropas a aquellos lugares, sin obstáculo que le embarazase su pacífico viaje, siguió su ruta por los pueblos de aquella región, lleno de inciensos y pisando flores. Recibíanle con arcos triunfales en obsequio de la paz, como él me lo escribió de Azangaro, en 9 de abril de 1782, otra al corregidor de Tinta, don Francisco Salcedo, con la misma fecha; y a excepción de tal cual relapso, nada tuvo que vencer hasta la provincia de Omasuyos de ese obispado, en cuya capital dejó su campamento a establecer el sosiego, mediante las entrevistas que se tuvieron con el señor presidente de la Audiencia de aquel distrito, y comandante general de sus tropas, don Ignacio Flores, como bien sabe Vuestra Señoría Ilustrísima.

Mientras por aquella vía divulgaba el señor Inspector los privilegios del indulto, regresé a mi capital con los consuelos de dejar en Sicuani verdaderos monumentos de universal quietud, apetecida en Diego Tupac-Amaru, arrepentido de sus pasados deslices, y la mayor parte de su familia. Resistía este mi salida con lágrimas e importunas súplicas, o porque me concebía todo el apoyo de su nueva gracia, o porque recelaba de la fe de los jefes, a cuya disposición quedaba; y para obligarme a que por más tiempo me demorase en aquel pueblo, me hacía memoria de la resistencia que mostró en Surucache y Marangani a su entrada, de que tuvo testimonio el corregidor de Tinta, don Francisco Salcedo, que se adelantó a recibirle, y a quien aseguró que solo afianzado en mis promesas la resolvía. No pude condescender a sus ruegos, porque me llamaba a la ciudad la intempestiva muerte de mi Provisor, y el que me viesen los pueblos del tránsito y vecindario del Cuzco volver con las satisfacciones que no pensaron, asegurando funestamente de este suceso a la salida los que creyeron insuperable la repugnancia de los Tupac-Amaru. Tocaron con la experiencia el desengaño estos incrédulos, y los indios, que o se mantenían resistentes o recelosos de los pueblos altos de Cadea, Ocangate y Lauramarca, que hasta entonces no hubo fuerzas ni arbitrios para reducirles descendieron a las poblaciones de la carrera a recibir la absolución, y lograr del indulto. Así seguí lleno de gozo hasta el Cuzco, sin excusar la visita de 10 curatos desde Sicuani a la ciudad, donde ocurrieron los obstinados de Lares, Pisac, Calca y otras partes, a afirmarse en   -170-   su perdón, que aun con todo el edicto impreso, no estimaban, si no les añadía la suscripción de mi propio puño.

De este modo se ha propagado la paz, y ya no se oye rumor de sedición. En algunas partes mantenían los indios la posesión de las haciendas y ganados de los españoles; pero arrepentidos, ya las han devuelto a sus legítimos dueños, comprobando la realidad de sus intenciones, con entregar las armas de fuego y blancas, y a los que fueron cabeza de sedición, por algunos indicios que les notaron de nueva complicidad. Así van dando estos infelices las mejores muestras de su reconciliación, y lo que se vio en el estado más lastimoso, y que parecía imposible de remedio, a costa de tantos sudores y penalidades, vemos al presente sin visos de alteración. A este propósito, y que las doctrinas radiquen su antigua quietud, voy visitando las que más lo necesitan, así para que los naturales mantengan la obediencia al Rey, como para que los párrocos no se excedan en sus exacciones; a cuyo fin he formado aranceles de que carecía esta diócesis, siendo la primada del reino, que están ya impresos, y en primera ocasión remitiré un ejemplar a Vuestra Señoría Ilustrísima.

En lo trágico de esta escena, no solo se representó el papel de rey por Tupac-Amaru, y de virrey por Tupac-Catari, sino también el de obispo en Nicolás Villca, indio natural de la hacienda de Pachamachay de la doctrina de Challabamba, jurisdicción de Paucartambo, propia de don Antonio Ugarte, mayorazgo del Cuzco, y situada en una montaña áspera e inaccesible. Se hizo obispo, conformándose su circunspección, proceridad de su persona, y calva extendida desde el cráneo hasta el cerebro, que le hacía espectable con el carácter que figuraba, según se me presentó. Se captaba veneraciones de tal; besábanle las manos, postrábanle la rodilla, distribuía bendiciones, y persuadía a los suyos, que los eclesiásticos no hacían guerra, y solamente debían defenderse; así lo ejecutaron en las invasiones de los rebeldes vecinos, fortificándose con una muralla casi inexpugnable.

Ambos debemos consolarnos en la alternativa de nuestros infortunios, así por lo que toca a las aflicciones de nuestros rebaños y causa pública, como porque nos hieren en nuestras propias personas, pues convertidos en fieras voraces nuestras ovejas, el premio que nos corresponde es intentar destrozarnos el honor, único antemural de la dignidad para su respeto, de que en el exordio de esta carta hablé aunque generalmente a Vuestra Señoría Ilustrísima. Y a la verdad llenaría volúmenes, si le explicase estos justos sentimientos, pero ya que Vuestra Señoría Ilustrísima vierte los suyos hacia esos desconocidos beneficiados, me contraeré a tocar algo de los que me respetan, y ofenden igualmente a Vuestra Señoría Ilustrísima, y son del número de aquellos que no queriendo   -171-   entender el bien que reciben, por no obrar el con qué debían satisfacer a las obligaciones de agradecidos, obcecados de su malicia, solo abren los labios unas veces, para implicarnos en la rebelión, y otras para hacernos causa de ella. Ya he sabido cuánto se ha extendido en este punto contra Vuestra Señoría Ilustrísima la maledicencia, no solo de la abatida rudeza de la plebe, sino aun de las personas de suposición, y que aparentan juicio, cerrando enteramente los oídos a la justicia de la intención; porque no tiene este linaje de gente vil, más entendimiento que su pasión, ni más ejercicio que los agravios, violencias, acusaciones y calumnias, con que se atreven hasta lo más sagrado, si hemos de hablar con el Crisóstomo.

Pero lo que más me admira, es que ha tomado tanto incremento este vicio, que ya no alcanza para desterrarlo el motivo o remedio que el citado Padre se propone. Él siente que a los magistrados temporales se les da veneración, porque se les teme, negando con impía facilidad el respeto a los obispos, por la contraria razón de solo tener potestad espiritual: «Nam in principibus (habla de los seculares) urget metum in his vero (habla de los obispos) quando timor Dei apud istos valet nihil». Pero ya este, vuelvo a decir, no es remedio, pues, estoy informado que tampoco se ha podido librar de semejantes tiros nuestro digno amigo el señor oidor, don Francisco Tadeo Díez de Medina, sin que lo haya puesto a cubierto de esos infames piratas de la humanidad ni su respeto, ni su heroica conducta, ni su lealtad, ni los recomendables trabajos, que es constante ha experimentado en defensa de esa ciudad, y pacificación de las provincias vecinas, dándole el título como a Vuestra Señoría Ilustrísima y a mí, de Tupac-Amaristas.

Yo he padecido en esta parte tan mortales heridas de la emulación y mordacidad, que tengo ya marchito el corazón, y casi rendido a los golpes de la inexorable detracción. Sé por propia experiencia hasta dónde se avanza este monstruo, y que proviene de la general conspiración de los malcontentos, que viendo atrasados sus designios, formados con arreglo al espacioso plan de los viles intereses que los enriquecían, a costa de las infelices provincias, y de la sangre y sudor de sus infelices habitantes, se hallan hoy en otro mundo, por el trastorno que ha experimentado el reino. Pero como desde los principios formé dictamen de que convenía disponerme para un martirio prolongado, y hacerme víctima de la crítica más sangrienta, no queriendo hacer uso del desahogo, que en semejantes casos nos han enseñado prácticamente los Nazianzenos, los Crisóstomos, los Gerónimos, los Basilios, Pelagio Papa, el Aquino y otros santos, que viéndose infamados prorrumpieron con dolor contra sus enemigos, tratándolos ya de perros rabiosos y de fantasmones, hipócritas, ignorantes, envidiosos, malignos, perversos, y otras agrias expresiones, con que le pareció   -172-   lícito increpar a sus detractores e inicuos impostores, solo traje a consideración el ejemplo que nos dejó a los obispos el padre San Agustín, en el raciocinio a su pueblo, quejándose de las invectivas que sufría, con cuyas palabras me permitirá Vuestra Señoría Ilustrísima concluya esta, pidiéndole, que si por algún acaso no ha hecho Vuestra Señoría Ilustrísima reflexión sobre ellas, las tome también como lenitivo a sus padecimientos. «Hoy, dice, ha de hablar mi oración con los que me han ofendido, con los que siendo en el mundo fiscales de mis operaciones, hacen conmigo para con Dios oficio de abogados; ellos ignorantes presumen que me lastiman, y yo estoy cierto que me coronan. Sus injurias son para mí beneficios; pues cargándome de oprobios, hacen que crezcan y sean mayores mis méritos; cuando me ultrajan, me encumbran, dándome ocasión de que los perdone, y que con el perdón de sus ofensas, le alcance yo del Señor a quien he ofendido. A vosotros hablo, ya presentes, ya ausentes; porque os enseño la verdad, me tenéis por enemigo; porque os aconsejo lo que os importa, me llamáis intolerable; tomáis por agravio lo que trabajo en vuestro provecho; vosotros aborrecéis al médico, que os cura, y a la enfermedad que os aqueja; no podéis sufrir mi solicitud, ni yo vuestro pestilente olor».

El deseo de dar a Vuestra Señoría Ilustrísima una breve idea de los acaecimientos principales de la rebelión en este obispado, mis cuidados y presente estado de las cosas, en correspondencia de la que merecí a Vuestra Señoría Ilustrísima en su citada, de los que sufrió en el suyo, me ha empeñado hacer más difusa esta carta de lo que pudiera. Y pues Dios nos deparó una misma cruz conviene llevarla con resignación, y en nuestros sacrificios auxiliarnos para fortalecernos. Esto lo pide nuestra confraternidad, y especialmente el pacto con que nos obligamos.

Por mi parte protesto a Vuestra Señoría Ilustrísima, que en los míos siempre lo he tenido muy presente, como el pedir logre su vida muchos años. Huayllabamba, 20 de julio de 1782.

Ilustrísimo Señor: Besa la mano de Vuestra Señoría su amante hermano y seguro amigo y capellán.

JUAN MANUEL, obispo del Cuzco.

Ilustrísimo señor doctor don Gregorio Francisco de Campos.



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Oficio del comandante don Ignacio Flores al Virrey de Buenos Aires, manifestándole que reconocida la causa de Miguel Bastidas, nada resulta contra él

EXCELENTÍSIMO SEÑOR:

Muy señor mío: Entre los muchos objetos que en esta ciudad ocupan mi atención, ha sido de los primeros la causa de Miguel Bastidas, cuñado del rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, y conocido por Puyo-Cagua. Este es aquel que, después de haber puesto el segundo cerco a este lugar, como emisario al efecto del principal sedicioso su relacionado, se presentó en el santuario de las Peñas ante el comandante don José Reseguín, implorando el beneficio del indulto. Lo ejecutó, trayendo consigo a varios caudillos y secuaces de la rebelión, en que se distinguieron con el título de coroneles. Posteriormente fue sindicado de que se conducía con ánimo pérfido y doble, con designio de reincidencia, en cuya virtud se procedió a la captura de su persona y de la de sus compañeros, manteniéndose presos hasta el día en este cuartel.

La gravedad del caso me ha contraído a hacer prolijas averiguaciones, y un exquisito examen para entrar en el fondo de la verdad; y adquiriendo los necesarios conocimientos de cuantos podían administrarlos, e inspeccionando el proceso que se le fulminó, no encuentro en el acto de perdón que solicitó, se portase con espíritu doloso ni de mala fe; por el contrario, se descubren la sinceridad y sólido arrepentimiento con que detestó sus anteriores errores, restituyéndose a la obediencia del Rey. Juntamente se demuestra que en el tiempo del tumulto, no fue tirano con los blancos y cautivos; señalándose de ese modo entre los demás alzados; y por la poquedad de su ánimo, con otras calidades naturales que manifiesta, tiene a su favor la presunción, resultando por todo ser las cavilaciones, el ardor o la preocupación, la que levantó sobre el infeliz el enunciado gravamen.

Agrégase que en tan crítico estado se expidió por la superioridad de Vuestra Excelencia el prudentísimo, útil y oportuno indulto para cuantos se separasen del partido de la sedición. Yo debo venerar con profundo acatamiento una providencia que ha producido y arrastra   -174-   tantos provechos; también soy necesitado a puntualizar su observancia con la mayor exactitud, para desprender de los indios algunos temores que injustamente los penetran, de que únicamente es temporal o de pura perspectiva la indulgencia dispensada por la piedad de Vuestra Excelencia. Para deslumbrar esta nueva especie, concebida por la necedad de los naturales, y talvez sugerida por la malicia, procuro enviarles convenientes ideas de su error, y en conformidad he juzgado indispensable tratar suavemente a Bastidas, y aliviándole sus padecimientos, remitirlo a la vista de Vuestra Excelencia, como lo verifico en el día, con la decencia respectiva a su individuo. He tomado esta resolución, porque aunque no lo encuentro acreedor a pena, me parece muy preciso separarlo de estos países y de toda comunicación con los indios. En ninguna parte se logrará mejor la seguridad de este proyecto, que poniéndolo en esa capital, y a la presencia de Vuestra Excelencia, sujeto a las deliberaciones de su integridad.

Los autos obrados en la materia son comprensivos de otros cómplices del alzamiento; las causas están complicadas, y requieren su substanciación previa. Por este motivo no caminan con Bastidas; pero así sucederá luego que se evacue dicha diligencia, y en tanto están prevenidos mis deseos a los superiores arbitrios de Vuestra Excelencia.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Paz, 6 de agosto de 1782.

Excelentísimo señor. Besa la mano de Vuestra Excelencia, su más rendido servidor.

IGNACIO FLORES

Excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.




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Oficio del comandante don Gabriel de Avilés al corregidor de Azangaro, don Lorenzo Zata y Subiría

(Reservada.)

Muy señor mío: Los ingratos Tupac-Amaru, olvidados de que se les concedió vida y libertad, que en ningún modo merecían, y de   -175-   que no solo se les trató con el mayor amor y agrado, sino que la generosidad del excelentísimo señor Virrey, les dio una pensión de 1.000 pesos a Diego, y 600 a cada uno de los sobrinos, fomentaron nueva sublevación, que principió el 3 de febrero en los Altos de Marcapata, aunque con la actividad de las providencias, se cortó con el arresto de los que se manifestaron jefes de la inquietud. Habiéndose justificado ser todo por órdenes de estos infames, con este justo motivo se toman providencias para su arresto; y como aunque las medidas están bien tomadas, pudiera alguno huirse, lo prevengo a usted con anticipación, así para que esté con cuidado del fermento que pudiera tener esa provincia, como para que se esté con vigilancia; y si pasa algún incógnito o forastero, se sirva mandar lo arresten, o si faltó o no alguno de los reos.

Hasta que esto sepa usted se ha verificado, conviene infinito el secreto, y después conceptúo conveniente que se haga pública la ingratitud de estos viles y su nuevo delito, para que todos conozcan la legalidad de nuestro proceder, y que ellos son la causa de que no se les continuase la libertad y buen trato que hasta aquí han tenido; y para que los que antes procedieron mal, sepan que si continúan fieles, no experimentarán agravio alguno.

La adjunta se servirá usted entregar al expreso que lleva esta; y para que con más seguridad pase a su destino, espero se sirva usted darle sujeto de su satisfacción que le acompañe.

Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Cuzco 14 de marzo de 1783. Besa la mano de usted su mayor servidor.

GABRIEL DE AVILÉS

Señor don Lorenzo Zata y Zubiría.



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Nota de los individuos de la familia de los Tupac-Amaru, arrestados por mí, el coronel don Francisco Salcedo, corregidor y comandante de las armas de esta provincia de los Canas y Canches Tinta

Cecilia Tupac-Amaru.
Mariano Mendiguri, hijo de la dicha Cecilia.
Felipa Mendiguri, hija de la dicha.
Juan Barrientos, nieto de Bartolomé Tupac-Amaru, primos hermanos del vil José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Margarita Castro, hermana de la Marcela, y tía del mismo Diego.
Antonia Castro, ídem ídem.
Paula Castro, ídem ídem.
Martina Castro, ídem ídem.
José Sánchez, cacique del pueblo de Purimana, marido de la antedicha Margarita Castro.
Francisca Castro, mujer de Francisco Noguera, primos hermanos de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Lorenzo Noguera, hijo de Francisco Noguera y de Asencia Castro.
Paula Noguera, hija de la dicha Francisca Castro.
Antonio Castro, tío del dicho Diego.
José Castro, tío del enunciado Diego.
Cayetano Castro, ídem.
Bernardo Castro, ídem.
Francisco Castro, hijo del antedicho Antonio Castro, primo segundo de Diego.
Francisco Castro, menor, ídem en todo.
Patricia Castro, prima hermana de Diego.
Manuel Castro, hijo de dicha Patricia.
Asencia Castro, prima de Diego Tupac-Amaru.
María Luque, hija de dicha Asencia Castro.
Silvestre Luque, ídem.
Marcelo Luque, ídem.
Miguel Tito-Condori, padre de Manuela Tito-Condori, mujer de Diego.
Nicolasa Torres, mujer del antedicho Miguel.
-177-
Miguel Tito-Condori, hermano de la mujer de Diego Tupac-Amaru.
Gregorio Tito-Condori, ídem.
Marcelo Tito-Condori, ídem.
Feliciana Tito-Condori, hermana ídem.
Antonia Tito-Condori, ídem.
Manuel Tito-Condori, hermano ídem.
Luis Tito-Condori, ídem.
Mariano Tito-Condori, ídem.
Isidora Escobedo, prima hermana del vil José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Bartola Escobedo, ídem.
Catalina Guancachoque, madre de las referidas, Isidora y Bartola.
Pedro Venero, marido de la antedicha Bartola.
Ventura Aguirre, suegro de Juan Tupac-Amaru.
Nicolasa Aguirre, cuñada del dicho Juan.
Antolín Ortiz, marido de la Nicolasa Aguirre.
Marcelo Puyucagua, tío de la mujer del vil insurgente, José Gabriel Tupac-Amaru.
Simón Capatinta, consanguíneo con la mujer de dicho José Gabriel.
Martín Capatinta, ídem en todo.
Pascual Cusiguamán, de igual enlace.
Andrea Uscamanco, mujer del antedicho Cayetano Castro.
Juan Belestrán, criado de la dicha Cecilia.
Santusa Castro, hermana de la Marcela, madre de Diego.
María Cruz Guamani, ponga de la citada Cecilia.
Francisco Díaz, su marido.
Pablo Quispe, hermano de Manuela Tito-Condori, mujer de Diego.
Ignacio Quispe, primo hermano de la dicha mujer de Diego Tupac-Amaru.
Gregoria Malque, mujer de Manuel Tito-Condori, tío de la mujer de Diego.
Juliana Tito-Condori, hija de dicho Manuel, y prima hermana de la mujer dicha.
Antonia Cayacombina, mujer de José Castro, tío de dicho Diego.
Paulino Castro, hijo de José, primo hermano de Diego.
Antonia Castro, hija de José Castro, prima hermana de Diego.
Santusa Canque, mujer de Antonio Castro, tío de Diego.
Margarita Condori, tía de la mujer de Diego.
Dionisia Caguaitapa, mujer de Marcelo.
-178-
Puyucagua, tío de José Gabriel Tupac-Amaru y demás.
Diego Ortigosa, secretario consejero de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Tomás Araus, confidente y mayordomo de las chacras de Diego.
Margarita Cusi, mujer del antedicho Tomás Araus.
Crispín Guamani, uno de los más inhumanos coroneles de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru: el que asoló a Cailloma, y atacó a la columna de Arequipa, al cargo de don Pedro Vicente Nieto, en 27 de mayo del año pasado de 1782.
Tomás Jacinto, famoso coronel de las Punas de San Pedro y San Pablo de Cacha, y el más observante de las órdenes de Diego.
Ocho indios que me fueron remitidos de las Punas de Checacupe y Pitumarca, por los delitos que se les atribuyen en las cartas que, con fecha 21 del que sigue, remití al señor coronel, comandante general, don Gabriel de Avilés.
María Ramos, natural del pueblo y provincia de Sorata, concubina de Diego Tupac-Amaru, quien arrestada y apremiada, confesó el agujero donde habían escondido la esquela, que en copia remití a dicho señor Coronel Comandante general.


Quedan por prenderse de esta descendencia

Juan Tupac-Amaru.
Susana Aguirre, mujer de dicho Juan.
Francisco Noguera.
Antonio Capatinta.
Juana Coriyuto (alias Bastidas), tía de Mariano Tupac-Amaru.
Diego Anco, confidente de Diego, en cuya casa ha mantenido su concubina desde que llegó del Collado.

NOTA. Posteriormente a la prisión de los arriba mencionados, se logró aprender en los Altos de Checacupe a Melchor Ramos, célebre partidario de los rebeldes.

Es copia de su original, remitido por don Francisco Salcedo, corregidor de la Provincia de Tinta, el 25 de marzo de 1783.

AVILÉS



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Oficio del mismo Avilés a don Sebastián de Segurola

Muy señor mío: Antes que recibiera Vuestra Señoría la que le escribí con fecha 11 de marzo, supongo habrá llegado a su noticia la prisión de Diego Tupac-Amaru y su familia, que se ejecutó el día 15 del que acaba, por don Raimundo Necochea, corregidor de Quispicanchi; cuyo hecho me causó los mayores cuidados, porque la inconsideración y locuacidad de algunos moradores de esta ciudad, habían divulgado la providencia que se iba a tomar con estos reincidentes traidores. Y aunque yo había manejado el asunto con el mayor sigilo, no pude evitar que sospechasen la determinación; porque siendo público que la conmoción de Marcapata había sido originada por disposición de los Tupac-Amaru, y sabiendo que había regresado el expreso que hice a Lima, dieron por supuesto habría recibido el orden correspondiente, y con su falta de reflexión, me expusieron a malograr tan interesante asunto, que se conmoviese de nuevo el reino, y recayesen sobre mí las resultas, así porque yo había declamado desde la muerte de mi venerado General, que era indispensable se extrajesen de estas provincias a estos infames, como porque últimamente había propuesto su arresto.

Además de los sujetos que expresa la relación que acompaño, se han preso a otros muchos; y aunque Juan Tupac-Amaru es uno de los que faltan, espero en Dios lograremos su arresto, y aunque no se consiga, no es sujeto que puede causar mucho cuidado, porque jamás ha tenido séquito entre los indios; y espero que Vuestra Señoría se sirva dar las providencias convenientes para que si pareciese en alguna de las provincias de esta Comandancia General, se le arreste para evitar contingencias. En inteligencia, que hago igual prevención a los corregidores de Lampa, Azangaro, Carabaya y Puno, y a los de Cailloma y Arequipa.

En todas las provincias de estas inmediaciones reina la quietud, sin que en alguna de ellas se haya notado disgusto por la prisión de estos infames; y antes por el contrario, muchos indios se han alegrado de verse libres de sus sugestiones.

A los tres sobrinos, Mariano, Andrés y Fernando, que estaban en Lima, se les aseguró inmediatamente que se recibió mi expreso, y me persuado que se echó el sello a la quietud del reino.

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Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Cuzco, 31 de marzo de 1783.

Besa la mano de Vuestra Señoría su más atento servidor.

GABRIEL DE AVILÉS

Señor don Sebastián de Segurola.




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Bando del Virrey del Perú y Chile

Don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y Chile, y presidente de la Real Audiencia de esta capital


El justo aprecio que merecen la generosidad y buenos servicios de los habitantes de este vasto imperio, que con tanto honor y esfuerzos han aspirado a conseguir su tranquilidad; el interés que todos tienen en afianzarla, como que de ella penden sus vidas y haciendas; el temor de que se renovasen las calamidades pasadas, y lo que es más, la necesidad de asegurar el culto de Dios, el respeto a sus sagrados templos y ministros, y la fidelidad al Rey Nuestro Señor, han obligado al fin a tomar por última resolución la de prender a Diego Cristóval Condorcanqui, sus sobrinos y demás principales, que con el nombre de Tupac-Amaru aspiraban al mantener sus alevosos designios, abusando para ello de la clemencia con que se les ha tratado, de los beneficios que se les han dispensado, y de todos los medios de suavidad con que se ha procurado atraerlos, disimulando las repetidas señales que después del indulto han dado de su perfidia. Desde los primeros momentos en que se les hizo saber aquella piadosa disposición, se advirtió la que manifestaban, de continuar en sus depravadas ideas; pero se creyó pudiesen abandonarlas, convencidos por el tiempo y la experiencia de las ventajas y felicidad que les traía el sosiego de sus casas, el perdón de sus delitos, y la liberalidad con que se proveía a su subsistencia. Y como aquella ocasión algunos hechos que aparentaban la sinceridad del arrepentimiento, aunque siempre se desconfió   -181-   de ella, pareció prudencia alentarlos, hasta lograr otros testimonios que hiciesen menos equívoca la realidad de su conducta. Lejos de conseguir los que se deseaban y debían prometerse de su verdadera enmienda, fueron repetidos los informes y avisos de la que estos traidores afectaban, para que retiradas las tropas que los habían castigado y contenido, les fuese más fácil renovar sus inquietudes; y por tan justos recelos los jefes y superiores de todas clases han clamado todo el año pasado por la urgente necesidad de sacar de allí, a lo menos las principales cabezas de esta ilusa familia, sin que ni las suaves diligencias, ni los arbitrios que se han practicado, hayan podido vencer la resistencia y fingidas excusas con que Diego Cristóval se ha negado, aun a los partidos y ofertas más ventajosas con que se le ha brindado. Y aunque todos estos motivos justificaban la inalterable bondad del Rey para rendir con su poderoso brazo a los que no se postraban por el agradecimiento a sus beneficios, se disimularon, porque su real palabra empeñada en el indulto, no se creyese olvidada en la resolución que estos antecedentes dictaban como inexcusable.

Avisó al mismo tiempo el excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires las justas sospechas que tenía de que este obstinado caudillo había ocultado armas, y que según sus cartas que se cogieron en la ciudad de la Paz, la intentaban sobrecoger, para acabar con sus moradores de todas clases y castas; y posteriormente el venerable prelado de aquella diócesis, su procurador general y otros, manifestaron la desconfianza, que siempre tenían, de sus dobles tratos. Siguiéronse otros no leves indicios de la ocultación que se les imputaba de los caudales y tesoros usurpados, sin que las reconvenciones que se les hacían, bastasen para manifestarlos. Cometió después Mariano, hijo de José Gabriel, conocido por Tupac-Amaru, el atentado de sacar el 9 de setiembre en la noche, con armas, del monasterio de Santa Catalina del Cuzco, a su manceba. Recibiose la sumaria que el corregidor de Quispicanchi había formado contra Andrés Mendigure, sobrino y primo de aquellos, por la construcción de la capilla de Cañiamur, sus objetos, y sediciosas persuasiones con que los declaró a los indios. Pero como muchos de estos hechos, y otros de igual clase, no pasaban de un bien fundado y prudente recelo, viendo que Andrés y Mariano se vinieron después a esta capital, y que a pesar de sus influjos, los indios se mantenían fieles y obedientes, se continuó la condescendencia, y por no privarlos de las piedades que la soberana clemencia del Rey les había dispensado, se dejó al tiempo la resolución, dándoselo para volver en sí, y evitar la que iba haciéndose tan justa como forzosa. Nada se consiguió; pues Diego con osada intrepidez   -182-   se atrevió a disputar el pretendido apellido de Tupac-Amaru, al tiempo mismo de recibir en las reales cajas del Cuzco el mes de octubre último, la pensión de mil pesos, que liberal y piadosamente se le había asignado. Pretendió los mayores honores, aun para las cenizas de su traidor hermano, y afectando otros visos de autoridad y mando, vivía en Tungasuca de un modo nada conforme a sus delitos, ni a la sumisión y humilde reconocimiento con que debía estar por habérselos perdonado; y redoblando por estos motivos el comandante, don Gabriel de Avilés, sus celosas atenciones, dio parte últimamente del suceso que sobrevino en 30 de enero de este año en Marcapata; y aunque no ha tenido resultas, se ha acreditado con las amenazas hechas a los mestizos y otras castas, el peligro en que todas podían verse, si oportunamente no se precave, tomando las providencias que convengan, para arrancar la raíz de tan pernicioso influjo, como lo solicitan los mismos caciques, que fieles han clamado por la prisión de estas cabezas, conociendo las contingencias a que podrían exponer en lo sucesivo, la incauta credulidad de sus indios, y la subordinación en que hasta ahora los mantienen. Por estos motivos, considerando los riesgos y perjuicios que los moradores y vecinos de todas clases y castas del reino podrían experimentar, si más adelante hicieran a los indios la impresión, que felizmente no han logrado hasta ahora, tan perjudiciales sugestiones; y atendiendo a asegurar a todos la tranquilidad de sus casas, el giro de su comercio, el trabajo de sus minas, cultivo de sus haciendas, y la felicidad que es consiguiente a la paz, quietud y fiel subordinación a nuestro Soberano, y legítimo Señor y dueño; y mirando también por los mismos indios, para que seducidos con tan fanáticas pretensiones, no se priven por una inconsiderada reincidencia de los alivios que ya gozan, ni de las seguridades que les afianza el perdón, se determinó asegurar las personas de Diego Cristóval, sus sobrinos y otros de su familia, para disponer después lo que convenga de todas ellas; y de acuerdo con el señor Visitador General del reino, precediendo también el de esta Real Audiencia, se tomaron las precauciones y providencias que parecieron oportunas. Y habiéndose tenido la gustosa noticia de quedar verificadas dichas prisiones, sin la menor resistencia, alteración, ni desgracia, por el celo, prudencia y talento con que las determinó el comandante don Gabriel de Avilés, y ejecutó el corregidor de Quispicanchi, don Raimundo Necochea, ha parecido justo que esta importante noticia se publique en todo el reino, para consuelo de los fieles vasallos del Rey Nuestro Señor, y ejemplar, que contenga a los que pudieran estar seducidos de esta familia.

Y para que así se verifique, y al mismo tiempo se ratifique   -183-   a todos, y los indios entiendan que esta disposición, fundada en tantas sospechas y motivos, posteriores al indulto, en nada altera su inviolable seguridad, siempre que, guardando la condición esencial con que se concedió, de no volver a reincidir, ni cooperar en manera alguna a las inquietudes, permanezcan fieles como deben, mando, que todo lo dicho se publique por bando en esta capital y demás pueblos del reino; para cuyo fin se imprimirán los ejemplares necesarios que se remitirán por mi Secretaría de Cámara a los corregidores, comandantes y demás jefes militares y políticos, para que lo hagan publicar en todas partes; dando entender a los indios los justos motivos de esta resolución, y todos los buenos efectos que para ellos mismos debe producir. Lima, 29 de marzo de 1783.

DON AGUSTÍN DE JÁUREGUI
Juan María Gálvez

Es copia del bando original que se halla en esta Secretaría de Cámara y virreinato de mi cargo, de que certifico. Lima, 2 de abril de 1783.

Juan María de Gálvez




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Bando de Felipe Velasco, Inca

Copia


DON JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Dios guarde su vida por muchos años. Nuestro Señor, que se halla en el Gran Paitití, colocado en el trono imperial y jurado, que Dios guarde y Nuestro Señor por total Inca, y en nombre de nuestro Inca Tupac-Amaru, mando yo, don Felipe Velasco; Tupac-Inca Yupanqui, señor natural y descendiente por línea recta de los señores Emperadores que fueron de estos reinos del Perú: mando por esta carta a mis señores caciques principales, alcaldes y capitanes, sean requeridos luego, y con prontitud vengan todos y principales a este pueblo de Asención, porque así ha convenido al Señor y su Madre Santísima; para que tomemos las armas defensivas. Así todos los hermanos, señores principales, así como del común, aguardan y aguardamos, cuanto más antes que fuese, para darles a ustedes la disposición y mis descargos que ha causado para esta ejecución, y la nueva orden que ha habido de nuestro Inca Tupac-Amaru; y guardando en secreto, conforme tengo mandado a mis capitanes, incontinenti, sin espera ni ignorancia,   -184-   pongan en el arreglamento sus gentes: que a los que lo contrario hicieren, serán aplicadas, conforme tenemos dicho, y serán convertidos en ceniza. Mayo 31 de 1783.

FELIPE VELASCO, TUPAC-AMARU, Inca.




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Sentencia contra el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás cómplices, pronunciada por los señores, don Gabriel de Avilés, y el señor don Benito de la Mata Linares

Yo, don Francisco Calonje, escribano habilitado para la formación de las causas que se están siguiendo a Diego Tupac-Amaru y demás cómplices, por el señor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, su oidor de la Real Audiencia de Lima, y juez comisionado por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, para proceder en ellas de acuerdo con el señor don Gabriel de Avilés, coronel de los Reales Ejércitos de Su Majestad y comandante general de las armas de esta ciudad y sus provincias: certifico, que en la causa formada al referido Diego Tupac-Amaru y demás cómplices, se halla a fojas de ella la sentencia pronunciada por dichos señores, de la que hice sacar y saqué el testimonio que previene, y copiada al pie de la letra, es del tenor siguiente.

En la causa que ante nos pende, por comisión del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, y se ha seguido de oficio de la Real Justicia contra Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Manuela Tito-Condori, Simón Condori y Lorenzo Condori, en que ha hecho de solicitador fiscal el doctor don José de Saldívar, abogado de la Real Audiencia de Lima, y procurador del reo, el protector de naturales: VISTA, etc. Fallamos, atento a los autos, y a resultar de ellos los gravísimos delitos, en que ha incurrido el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru, acreditando en su conducta la falsedad y engaño, con que admitió el indulto, concedido a nombre del benignísimo Soberano, que felizmente reina por muchos años; pues sin respeto a él mantenía correspondencia con los naturales de estos países, acariciándolos, agasajándolos, ofreciéndoles su patrimonio y defensa, usurpando en las cartas que les escribía los dictados de Padre Gobernador e Inca; atrayéndolos a su partido con el suave y dulce nombre de hijos, con   -185-   el que y sus promesas engañados le contribuían, no solo los de la provincia de Tinta, sino de algunas otras, con víveres; manifestando en su respeto y sumisión el sumo y perjudicial afecto que le conservaban; dando títulos de Gobernador, Justicia Mayor y otros; administrando cierta especie de jurisdicción entre ellos; introduciendo el que recurriesen a él con sus querellas y pedimentos por escrito; ocultando los caudales substraídos a sus legítimos dueños, sin haber restituido cosa alguna, como igualmente las armas: condiciones precisas bajo las que se concedió y admitió el indulto. Queriendo últimamente substraer a nuestro augusto y legítimo Soberano estos dominios, dando órdenes a los indios, para que guardasen las armas, a fin de estar prontos con ellas, para cuando les avisase; advirtiéndoles desconfiasen de los españoles, a quienes no entregasen las haciendas, por deberse repartir estas entre ellos en ayllos. Que no habría corregidores, sino solos justicias mayores, inspirándoles le ayudasen en cualquier trabajo o prisión en que se hallase, tumultuándose todos, dejándose victorear con los dictados de padre; recordándoles con este motivo los beneficios que le habían debido en exponer su vida por ellos, libertarlos de tantas opresiones, y sacándoles la espina que tenían clavada, permitiendo así las aclamaciones que le daban. Los en que se halla convicta Marcela Castro, por haber presenciado la conversación relativa al alzamiento, verificado en Marcapata, sin haberse opuesto ni dado cuenta, manteniendo en desafecto y desconfianza a los indios, poniendo en sus cartas los dictados de hijos. E igualmente los perpetrados por Simón Condori y Lorenzo Condori, haciendo de cabezas de la rebelión en Marcapata, concitando a los indios a ella, llevando por insignia la banda remitida por Mariano Tupac-Amaru, a fin de que los creyesen mensajeros suyos, y les obedeciesen; poniendo en práctica sus inicuas ideas que han confesado, en las que se hallan convictos y confesos. Atendiendo igualmente a hallarse renovados todos los delitos anteriores al indulto, debemos condenar, y condenamos al referido reo, Diego Cristóval Tupac-Amaru, en pena de muerte, y la justicia que se manda hacer es, que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca estará dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a vista del público, sea atenazado y después colgado por el pescuezo, y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la misma pena; siendo después descuartizado su cuerpo, llevada la cabeza al pueblo de Tungasuca, un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya,   -186-   una pierna a Paucartambo, otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja del Agua de esta ciudad, quedando confiscados todos sus bienes para la Cámara de Su Majestad, y sus casas serán arrasadas y saladas, practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia de Tinta.

A Marcela Castro debemos igualmente condenar, en que sea sacada de la cárcel donde se halla presa, arrastrada a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo así conducida por las calles acostumbradas al lugar del suplicio, donde esté puesta la horca, junto a la que se la cortará la lengua, e inmediatamente colgada por el pescuezo y ahorcada hasta que muera naturalmente, sin que de allí la quite persona alguna sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizada, poniendo su cabeza en una picota en el camino que sale de esta ciudad para San Sebastián, un brazo en el pueblo de Sicuani, otro en el Puente de Urcos, una pierna en Pampamarca, otra en Ocongate, y el resto del cuerpo quemado en una hoguera en la plaza de esta ciudad, y arrojadas al aire sus cenizas.

A Simón Condori debemos condenar, y condenamos en pena de muerte, y la justicia que se manda hacer es, que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al cuello, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas, al lugar del suplicio, donde está puesta la horca, de la que será colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizado, llevando su cabeza a Marcapata, un brazo a la capital de la provincia de Azangaro, otro al ayllo de Puica, una pierna en Apo, junto al cerro de Quico, y otra en el cerro nevado de Ansongate, quedando confiscados sus bienes para la Cámara de Su Majestad.

A Lorenzo Condori, debemos también condenar, y condenamos en pena de muerte, siendo sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al cuello, atados pies y manos, con voz de pregonero que publique su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas de esta ciudad, al lugar del suplicio, donde está puesta la horca, de la que será colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna, sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizado su cuerpo,   -187-   llevada la cabeza al sitio de Acobamba, una pierna a Lampa, otra en la estancia de Chilca, doctrina de Pitumarca, un brazo en el puente de Quiquijana, y el otro en el pueblo de Tinta, confiscados igualmente sus bienes. Ejecutándose todo, sin embargo de apelación, súplica u otro recurso, y de la calidad del sin embargo; remitiéndose copia de esta sentencia a los corregidores de las provincias, a fin de que la publiquen por bando en ellas, y ejecute cada uno, en la parte que le tocare, lo en ella prevenido, de que enviarán testimonio, acusando todos su recibo. Y por lo respectivo a Manuela Tito-Condori, debemos condenarla en perpetuo destierro de estas provincias, reservando su destino fijo a la disposición del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, a quien se dará cuenta de todo.

Así lo pronunciamos y mandamos, por esta nuestra sentencia definitivamente juzgando.

GABRIEL DE AVILÉS
BENITO DE LA MATA LINARES

Lo proveyeron y rubricaron los señores, don Gabriel de Avilés, coronel de los Reales Ejércitos de Su Majestad, comandante general de las Armas de esta ciudad y sus provincias, y el señor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, su oidor de la Real Audiencia de Lima: ambos comisionados por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, en 17 días del mes de julio, de 1783.

Francisco Calonje

Inmediatamente hice saber la sentencia antecedente a los reos, Diego Cristóval Tupac-Amaru y Marcela Castro, en sus personas, haciéndosela entender a esta por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que doy fe.

Francisco Calonje

Sucesivamente notifiqué e hice saber la sentencia arriba proveída a Simón Condori, y Lorenzo Condori en sus personas, por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que doy fe.

Francisco Calonje

Inmediatamente hice saber la sentencia antecedente al protector   -188-   de naturales Sebastián de Medina y Arenas, en su persona, de que doy fe.

Francisco Calonje

En el mismo día, mes y año notifiqué la referida sentencia al Solicitador Fiscal; nombrado en esta causa en su persona, de que certifico.

Francisco Calonje

Sucesivamente hice saber el contenido de la anterior sentencia en la parte respectiva a Manuela Tito-Condori, en su persona, por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que certifico.

Francisco Calonje

Yo, José Agustín Chacón y Becerra, escribano, notario público de esta, certifico, doy fe y testimonio verdadero, en cuanto puedo y haya lugar en derecho, como hoy día 19 de julio de 1783 años, siendo más de las diez horas de la mañana, fueron sacados de la cárcel, donde se hallaban presos los reos, Diego Cristóval Tupac-Amaru y Marcela Castro, igualmente Simón y Lorenzo Condori, indios, (también prisioneros en los calabozos del cuartel principal). Estos fueron conducidos por las calles públicas hasta llegar a la Plaza del Regocijo, donde estaba puesta una horca, y aquellos desde la cárcel, para dar cumplimiento a lo mandado por la sentencia antecedente, con asistencia de mí el presente escribano, y una compañía de soldados de infantería que les custodiaba; habiéndose anticipadamente guarnecido todo el circuito de la plaza con las tropas del regimiento de esta ciudad, a saber; el coronel don Ángel de Torrejón, con su regimiento de infantería de milicias de esta ciudad, con sus correspondientes oficiales, don Mateo Francisco de Orocaín, regidor perpetuo de este Ilustre Cabildo, alcalde ordinario de segundo voto; el teniente coronel del regimiento fijo de caballería con sus compañías montadas a caballo, y el coronel don Santiago de Allende con su regimiento de caballería ligera, desmontada, también con sus respectivos oficiales; los oficiales y soldados veteranos que han quedado de los del presidio del Callao, y todos estos regimientos con toda aquella decencia y lucimiento posible, bajo del comando de los señores, don Gabriel de Avilés, coronel de dragones de los Reales Ejércitos y comandante de esta plaza y sus provincias, y don Joaquín Balcárcel, sargento mayor de los Reales Ejércitos, y segundo comandante.   -189-   Y para mayor autoridad y respeto de las ejecuciones de justicia, estaban presentes aquellos señores Comandantes ya referidos, y los señores, doctor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, y su oidor en la Real Audiencia de los Reyes, don Matías Banlen de Aponte y Fonseca, maestre de campo de los Reales Ejércitos, comandante de la expedición de los Moxos contra los portugueses, teniente de capitán general, corregidor y justicia mayor de esta dicha ciudad; con el doctor don Gaspar de Ugarte, abogado de la Real Audiencia de Lima, alférez real de este Ilustre Cabildo, y alcalde ordinario de primer voto; el doctor don Francisco Javier de Olleta; el coronel don Pablo Astete; don Francisco de la Serna, y el coronel don José Pimentel, regidor de este Ilustre Cabildo. Los escribanos, Bernardo José de Gamarra, Tomás Gamarra, Tomás Villavicencio, Miguel de Acuña, José Palacios, Ambrosio Arias de Lira y Matías Vásquez; algunos vecinos nobles y honrados de esta república, y los cuatro procuradores de causas; en cuyo estado se dio principio a la ejecución de las sentencias de los indios, Lucas Jacinto y Ramón Jacinto, de quienes por separado y a continuación de su proceso tengo sentada la correspondiente diligencia; y luego Simón y Lorenzo Condori fueron colgados del pescuezo en aquella horca, hasta que naturalmente murieron. A estos se siguió Marcela Castro, a quien los ejecutores de sentencias, en la otra diligencia denominados, acometieron a verificar su muerte en los términos contenidos en su sentencia, colgándola del pescuezo hasta que murió y no dio señal de viviente. Últimamente, hallándose junto a la horca una hoguera encendida con bastante fuego, y una tenaza grande en ella que se caldeaba, precedió el pregón, que hizo Lorenzo Quispe, con voz clara, del tenor siguiente:

«Esta es la justicia que manda hacer el Rey Católico, Nuestra Señor, (que Dios guarde) y en su real nombre los señores don Gabriel de Avilés, coronel de dragones de los Reales Ejércitos, y comandante general de las Armas de esta plaza y sus provincias, y el doctor don Benito de la Mata Linares, oidor de la Real Audiencia de la ciudad de los Reyes, jueces comisionados por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, para conocer de las causas de Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás sus cómplices en aquel, Manuela Castro, Lorenzo y Simón Condori, reos; porque estos promovieron la nueva sublevación en la doctrina de Marcapata, y aquellos con falsedad y engaño admitieron el indulto, que se les concedió a nombre de nuestro benignísimo Soberano, queriéndole substraer estos dominios, quebrantando el juramento de fidelidad. Por lo que, han sido condenados en la pena ordinaria de muerte de horca, con la calidad de arrastrados, y Diego Tupac-Amaru   -190-   atenaceado, y lo demás que se contiene en dicha sentencia. Quien tal hace, que tal pague».

Los dichos ministros ejecutores de sentencias, acercaron a dicho Diego Cristóval a aquella hoguera, y tomando en las manos las tenazas, bien caldeadas, descubriéndoles los pechos acometieron a la operación del tenaceo, e inmediatamente lo subieron a la horca, lo colgaron del pescuezo, hasta que naturalmente murió, y no dio señal de viviente. En cuyo estado se repitió por el dicho pregonero, Lorenzo Quispe, indio, el pregón siguiente:

«Sus Señorías, los enunciados señores Comisionados de estas causas, mandan que persona alguna, de cualquier estado y calidad que fuere, sea osada a quitar de la horca los cadáveres de Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Simón y Lorenzo Condori, que se hallan pendientes de ellas, pena de la vida»; y para que conste lo pongo por diligencia, y de ello doy fe.

Agustín Chacón y Bezerra,
escribano, notario público de Su Majestad.

El infrascripto escribano certifico, en cuanto por derecho puedo y debo, como siendo más de las 4 de la tarde del día de hoy 19 de julio de 1783, de orden de Sus Señorías los señores jueces comisionados de estas causas, Felipe Quinco y Pascual Orcoguaranca, ministros ejecutores de sentencias, para dar cumplimiento a lo mandado en la sentencia antecedente, en mi presencia, y en la del capitán don Estevan Reinoso, teniente de alguacil mayor de esta ciudad, y de los escribanos nominados en diligencia que precede, descuartizaron a los cadáveres de Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Simón y Lorenzo Condori, y así descuartizados se hizo entrega dicho teniente de alguacil mayor, para cada pieza darles puntualmente el destino que se contiene en dicha sentencia: como así lo certificarán los demás escribanos, a que me remito. Y para que así conste, lo pongo por diligencia, y de ello doy fe.

Agustín Chacón y Bezerra,
escribano, notario público de Su Majestad.

Concuerda este traslado con la sentencia original y testimonio de su ejecución, que se halla en los autos a que se refiere en   -191-   la cabeza de este testimonio, la que va cierta y verdadera, de que certifico. Cuzco, y julio 21, de 1783.

Francisco Calonje



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