Cuadro I |
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Una sala de escritorio confortable. Algunos libros, juego
de living, el mismo espejo del acto I en una pared.
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Los
personajes siguen el diálogo en curso, y también
dicen sus pensamientos en voz alta.
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JUANA.-
(Entrando.)
Señor, desea verle el doctor Franco. |
ALEN.-
Hacelo
pasar, Juana. (Sale JUANA y entra FRANCO, muy afable.) |
FRANCO.-
Buenos días, Su Señoría, ¿cómo
está? |
ALEN.-
(Expresa con el ademán y el gesto
gran cortesía.) Este tipo es un gelatina; vaya uno
a imaginar qué cosas se trae entre manos. |
FRANCO.-
(Agradece con el ademán la silla.) Progresaste, sinvergüencita,
¿eh? Se te ve la vitamina en el colorcito de la cara, y en
el nuevo mobiliario. No vengas a decirme que esto es el fruto
de la dieta y las privaciones. |
ALEN.-
(Como si empezase
la conversación.) Largá el rollo, ave negra.
Vamos a examinar tu mercancía, porque lo que es a
vos, de la justicia sólo te interesa la venda que
le ponen en los ojos. |
FRANCO.-
Ayer estuve en su magnífica
conferencia, doctor. ¡Qué cantidad de lugares comunes
te largaste, pedantón! Sobre el esqueleto de la enciclopedia
te mandaste una olla podrida de latinazos y frasesotas que
vienen repitiendo las ratas de los tribunales desde que descubrieron
la forma de hacer un cucharón con el papel sellado. |
ALEN.-
¡Mirá por dónde empieza! Me quiere
agarrar por la parte imbécil. ¡Vamos!, como dijo Zenón,
a otro con ese melón. |
FRANCO.-
La verdad es que esa
cantidad de opiniones son tu artillería de pirata;
cuando te conviene la descargás por babor, y cuando
te conviene por estribor. Esta clase de Señoría,
es una buena porquería. |
ALEN.-
Bueno, ¿y después?
No me vengas a decir que venís sólo para deslumbrarme
con tus alabanzas; aliviate, largá el rollo, ya tengo
la cadena en la mano. |
FRANCO.-
Me atrevo a molestarlo, Señoría,
para encarecerle despacho en esa causa. Pronto contra Speratti;
y si me das una manito, te paso lleno el baldecito. |
ALEN.-
¿Sí?, ya la tengo apartada, no se preocupe, doctor,
voy a resolverla cuanto antes. ¿Y para decirme eso te venís
hasta mi casa? Por lo visto no te animás. ¡Yo te creía
más avivado! Bueno, embromate; si no encontrás
el caminito, te pasarás la noche a la intemperie,
con los mosquitos y las ranas. |
FRANCO.-
Señoría,
sabe, un cliente acaba de regalarme dos cajas de whiskies
de los caros. ¿Me permitiría compartir el placer de
libar con Su Señoría esa alegría embotellada? |
ALEN.-
¡Ah, pero cuánta amabilidad, doctor! Viniendo
de sus manos, llenas de suciedad, ¡lo acepto encantado! ¿Y
vos creés que con eso ya me tenés arreglado?
Estás loco, cuervo, si me querés embaucar con
alpistes de jilguero. Pero hay que abrir la puerta... Cuando
quiera, lo invito a venir a brindar conmigo con su delicado
obsequio. |
FRANCO.-
Gracias. «¿No tenés quien me ayude
a bajar la caja, infame? ¿Todavía tengo que hacer
de peón para satisfacer tus crapulosos vicios?» |
ALEN.-
¡Juana!, ayudale aquí al doctor. Ya enseguida, distinguido
jurisconsulto. Muchas gracias; con éste es el cuarto
cajón que ya entró en el bolsón. Si
la cosa sigue, abro el renglón del contrabando. |
FRANCO.-
Hasta otro momento, Señoría. He tenido un gran
placer... (Se dan la mano y después los dos se la
limpian en el fondillo del pantalón.) |
ALEN.-
(Al
ir saliendo FRANCO.) Su inesperada visita me ha llenado de
licor, leguleyo. Y con esto no hacemos sino abrir la canillita
para pasar a más amplias suciedades. |
SARA.-
(Entra.)
Te veo muy sonriente. ¿Buenas noticias? |
ALEN.-
Sólo
un principio. Allí están entrando las primicias,
pero será mucho mejor la cosecha. Ya verás,
¡je, je! |
SARA.-
¿Te propuso algún negocio? |
ALEN.-
Sólo una exploración táctica, pero ya
se largará con tanques, flota y fuerza aérea. |
SARA.-
No vendrá a pedir sólo favores, ¿verdad? |
ALEN.-
¡No, mi vida! A la única que hago favores
es a mi madrecita que está en su tumba, bajo tierra,
si es que me hace llegar su pedido por escrito. |
SARA.-
Es
que sos un tonto; cualquiera de éstos que te cuentan
algo conmovedor, te impresiona. |
ALEN.-
Eso era en la época
romántica de mi adolescencia, en la admiración.
Hoy ya estoy en el áureo nivel de los expertos. Atrás
quedaron las angustias, ya he llegado a la dulce playa exclusiva
de la corrupción. Ya conozco sus fugaces guiños
de complicidad, sus sonrisas sensuales, sus caricias sabiamente
prohibidas a la inocencia y a la ignorancia, como todo lo
que hay que hurtar del árbol del Paraíso. |
SARA.-
Sí, pero te vienen con la ley, y qué
sé yo, mientras ellos muy bien que se guardan la plata. |
ALEN.-
¡Otros tiempos!... ahora los buenos funcionarios
tienen estancias, ganaderías, y lo que hay que tener. |
SARA.-
¿Ah, sí?, ¿y dónde está la tuya?
Tenés para disparates, pero no sé siquiera
cómo vamos a pagar la cuota de mi auto y la del terreno
de la quinta que vence este mes. ¿Lo sabés vos? |
ALEN.-
Ya lo arreglaremos; hay varios entripados jurídicos
que se están friendo. Tengo unas cuantas buenas barajas
en la mano, otras en la manga, y medio mazo debajo de la
mesa. |
SARA.-
Ya me dijiste eso varias veces, pero nunca
podemos salir verdaderamente adelante. |
ALEN.-
Pero mujer,
no te quejes. Hemos estado dando saltos. No te olvides de
que tenemos que cambiar la antigua imagen. Lo que me arruina
hasta ahora es la fama. ¡La cantidad de tonterías
que solía decir! ¡Horrores!... Intimidar a los mejores
abogados, a esos que con sus buenas relaciones se reparten
con delectación los restos de los muertos que quedan
a los vivos. En realidad, soy un magistrado con menor desarrollo
relativo. |
SARA.-
¿Pero no habías acudido a tu viejo
amigo Moreno para que te buscara esas buenas relaciones? |
ALEN.-
Sí, pero no es fácil. Es gente desconfiada;
sólo quieren pagar contra entrega, toma-daca, taca-taca,
y como no se pueden firmar contratos... hay que operar de
buena fe, confiar en la palabra, trato de caballeros. Tengo
que hacerme nombrar otro periodo. En realidad, el bienestar
no se puede consolidar en los cinco cortos años que
fija la constitución. Se necesitan diez, o más. |
SARA.-
¿Creés que te confirmarán? |
ALEN.-
¡Estoy haciendo mi campaña! Como te dije, estoy reparando
disparates anteriores. Finjo, palmoteo, prometo, alabo, sonrío,
descubro parentescos todos cercanos, invento ahijadazgos,
total, ¡de dónde esos viejos carcamales del partido
se van a acordar de todos los ahijados que tienen!... bombeo
a la oposición; que se queje de mí, eso es
lo que busco, ¡esos bandidos! |
SARA.-
(Con suspiro.) ¡Que
Dios nos ayude! Mirá, yo no sé qué hacer
con todas esas invitaciones. Estoy entrando en el alto círculo
de las canasteras, allí donde concurren únicamente
las señoras que no tienen absolutamente nada que hacer.
¡La vida social me tiene tan ocupada! |
ALEN.-
Bueno, con
que la esquives un poco... |
SARA.-
Es por Marta, lo sabés
muy bien; si queremos que la chica encuentre un buen candidato,
hay que vincularse. La vida social es una ocupación
que requiere dedicación. |
ALEN.-
¿Creés que
nos conviene? |
SARA.-
Claro, para ayudarte. |
ALEN.-
No te
quejes, entonces. Si queremos ascender en la escala social,
hay que trepar, halagar, cepillar, arrastrarse para succionar
las debidas calcetas. |
SARA.-
No me quejo, sólo te
lo cuento, para que no digas nada por lo que tengo que gastar
en ropas, peluquería, masajes, uñas, baños,
depilaciones, zapatos, regalos, telegramas, flores, trapos
y tantas otras cosas que son un presupuesto. |
ALEN.-
Ahora
lo podemos pagar, ¿no es así, socia? |
JUANA.-
(Entra
con una tarjeta de visita que pasa a ALEN.) Señor,
viene un señor Guerrero que quiere hablar con usted. |
ALEN.-
¿Guerrero? ¡Ah... Napoleón Guerrero!... Es
el secretario privado de más alto nivel político,
el hombre de confianza del Ministerio. ¡Sara!, andá
a traerme rápido la máquina de escribir y algunos
expedientes. |
SARA.-
¿Qué expedientes? |
ALEN.-
¡Cualquiera!,
para dar la impresión de que estaba trabajando. Juana,
sacudime esa silla, tirá los puchos, que nadie me
moleste, preparame café, traéme mi saco. |
JUANA.-
¿Qué cosa primero? |
ALEN.-
¡Cualquiera!... ¡el saco,
el sacooo!, traélo volando y hacelo pasar. |
SARA.-
(Entra con una máquina y expedientes que pone sobre
la mesa.) Aquí están. |
ALEN.-
¡Un expediente
gordo!, ¿por qué me traés los chinchulines? |
SARA.-
¡Jesús, qué apuro!, ¿te preparo alguna
bebida? |
ALEN.-
Todas las bebidas alcohólicas importadas.
¡El saco! (Entra JUANA con el saco que ALEN se pone de prisa.)
Hacelo pasar... ¡Sara, ligero, el gordo! (Salen JUANA y SARA.
ALEN pone un papel en la máquina, y con estudiada
preocupación lee el mayor expediente.) |
GUERRERO.-
(Entrando.) ¿Cómo te va doctorcito?, te encuentro
trabajando, como siempre, en tus cositas sucias. ¿Creés
acaso que me vas a engañar, cerdito cebado? |
ALEN.-
Es un gran honor tenerlo en casa, don Napoleón. Ojalá
pueda impresionarte bien; vos sos el que selecciona los chismes
para Su Excelencia, ¡alcahuete, manya orejas! ¿Qué
querés? Decime que te obedezco; soy todo buena voluntad,
papito del corazón. |
GUERRERO.-
¡Cómo ha cambiado
este zoquete!... ¿Te acordás, cerdo, la porquería
que me hiciste cuando te negaste a nombrarme tutor de la
menor aquella para viajar a Buenos Aires? ¡Desgraciado!,
me hiciste perder un programa, no de la Metro, sino de la
Kilómetro Goldwin Mayer. |
ALEN.-
¿Le puedo ofrecer
una bebida, estimado doctor?... Lo que quiera... un traguito
para alegrar el espíritu y predisponer a la confraternización...
pero no te quedés serio, Napoleoncito, que me hacés
sudar. |
GUERRERO.-
Le voy a aceptar un refresco, doctor...
Nada de confianza; te voy a mantener lejos, para hacerte
trotar; nada de revolcarme contigo, ni che rato, ni promiscuidades
en guaraní. |
ALEN.-
Le hago hacer una naranjada enseguida.
¿No quiere que le agregue unos traguitos de vodka? Tengo
un vodka ruso auténtico que es magnífico. |
GUERRERO.-
¿Ruso auténtico? ¿De dónde lo sacó?
A ver si te agarro también por el lado de las vinculaciones
prohibidas. |
ALEN.-
¡No, no, no piense mal! ¡Ay, miserable,
voy a meter la lengua en el molinillo de picar carne, infeliz!
¡Ahora le dirá al Ministro que tengo vinculaciones
con Fidel Castro, con Polonia y con Moscú, porque
me alcé con unas inocentes botellitas de vodka!...
¡Doctor... doctor! Le dije vodka ruso para darme un poco
de corte, en realidad es vodka fabricado por un ruso que
vive aquí cerca desde la guerra del Chaco. ¿No quiere
que le muestre la botella? |
GUERRERO.-
Menos mal, porque
usted sabe que el gobierno no se traga nada que sea comunista,
aunque venga purificado por el contrabando. |
ALEN.-
Claro,
don Napoleón, ¡faltaría más!, porque
la jurisprudencia ha distinguido el contrabando político
del contrabando simplemente lucrativo, y en una botella de
vodka quien sabe lo que podría venir, así como
en un par de huevos de caviar, con la técnica moderna
se podría introducir un fajo de panfletos subversivos
microcopiados, o una máquina infernal... Pido para
usted la naranjada, distinguido doctor... (Sale y desde la
puerta grita.) Una rica naranjada tri-súper especial
para el doctor Napoleón Guerrero, rápido. (Vuelve.) |
GUERRERO.-
El motivo de mi visita, doctor, es el interés
que tiene el señor Ministro en el caso Batracios and
Company, contra Lembú Limited, que se encuentra en
su despacho. |
ALEN.-
Así es, doctor, ¿y qué
dispone Su Excelencia? Lo que quiera, lo que quiera. Estamos
para servirle. |
GUERRERO.-
El caso es, señor Juez,
que el Ministro está interesado -por ahora- en que
no se resuelva el asunto, en ningún sentido; quiere
que Su Señoría lo guarde y lo retenga, hasta
que él le avise. |
ALEN.-
¿Eso nomás? Dígale
a Su Excelencia que mañana mismo lo traeré
aquí a mi casa como para estudiarlo y le haré
dormir el sueño de los justos. ¡Qué maniobra
estarán haciendo estos culebras! ¡Les estarán
chupando el jugo a sus parientes los sapos, o a los cornudos
coleópteros! Menos mal que lo que piden coincide con
el alma de la magistratura: no hacer nada. Bueno, si se trata
de eso sólo, nos sacrificaremos alegremente. |
GUERRERO.-
(Se sirve la naranjada que le ha traído JUANA.) Muchas
gracias, señor Juez. Informaré a Su Excelencia
que está Su Señoría muy dispuesto a
servirle para que lo tenga presente. Pero tenemos que hacerte
rendir aún más, garrapata; se ve que te gusta
estar prendido. |
ALEN.-
A sus completas órdenes, doctor
Napoleón Guerrero; exprese a Su Excelencia mis respetuosos,
incondicionales y admirativos saludos. ¡Ah, qué gran
hombre es Su Excelencia! Un verdadero prócer de la
Patria y del Partido. ¡Flor de bandolero! A sus gratísimas
órdenes, ¡mi apreciado doctor! |
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(GUERRERO se va. ALEN
se sienta en una silla leyendo divertido un expediente.)
|
JUANA.-
(Entrando.) Señor, ha parado un auto oficial,
negro, de diez metros, frente a la puerta, y un señor
que dice llamarse don Leónidas Valiente, pregunta
por usted. |
ALEN.-
¿Valiente, Valiente?, ¿quién será?
Dijiste que vino en un auto con chapa de bronce, amarillo,
o comunacho nomás. |
JUANA.-
Un auto enorme y lujoso. |
ALEN.-
¡Hacelo pasar, hacelo pasar! ¿Quién será?
Valiente, Valiente... no me acuerdo de ninguno importante.
(Mientras sale JUANA, se corre a un lado y llama.) ¡Sara!...
tenemos más visitas de primera; teneme listo algo
para beber. (Se sienta apresuradamente, abre varios libros
y escoge el mayor expediente a mano.) |
JUANA.-
Pase, señor. |
VALIENTE.-
Buenos días, doctor. |
ALEN.-
¡Ah!, pase
usted, doctor Valiente; encantado de tenerlo en casa. ¡Madona!
Qué apuro debe tener Su Excelencia para enviar uno
detrás de otro a dos emisarios. Nunca me hubiera imaginado
que era éste. El pariente preferido, el consanguíneo
preferencial; ¡hay que ver cómo entra y sale del despacho! |
VALIENTE.-
Ya decía yo que no hay mejor presentación
que venirse con el coche del primito. Es una formidable tarjeta
de visita para estos pelagatos. ¡Se pegan un julepe! Cuando
me vaya de aquí, este tipo se va corriendo al retrete...
Mire, doctor, me manda usted ya sabe quien porque él
no quiso hacerlo llamar para que no se le vea haciendo antesala
en su despacho, comprometiendo la independencia del Poder
Judicial. |
ALEN.-
Agradezco mucho la consideración
de Su Excelencia, pero yo tengo un gran placer en cumplir
sus mínimos deseos. Si me quiere llamar, que lo haga,
soy su servidor más dispuesto y leal. ¡Sobre todo
ahora que van a discutir la confirmación! Hay que
aguzar el ingenio para demostrarle afecto, lealtad, incondicionalidad,
inconstitucionalidad... ¡El perfume de tu media me deleita!
Aun en mi intimidad festejo todos tus cumpleaños. |
VALIENTE.-
Días pasados oí hablar a Su Excelencia
de usted en términos muy elogiosos... Ni se acuerda
de esta clase de pirañita, pero como político,
debo hacerle cosquillita. ¡Miralo, se le hinchan las agallas,
ya se le eriza el mongongo! |
ALEN.-
¡Muchas gracias! Dígale
usted a mi venerado jefe que sus recuerdos me honran y me
llenan de fervor y estímulo. ¿Qué querrá
esta víbora para venirse con esos recursos de cacique
analfabeto? ¿Acaso cree que creo que porque está más
cerca de la olla es mejor que yo? ¿Me querés poner
nervioso, hermana parásito, hermano anquilostoma?
¿Acaso no sé que vos vivís de la misma vitamina? |
VALIENTE.-
Estimado señor Juez, he venido aquí
enviado por nuestro jefe común, por el gran interés
que tiene en el juicio Batracios and Company contra Lembú
Limited, que está en su juzgado. Se te abren los ojos,
¿eh? Ya sabés ahora de qué se trata y que allí
no podés meter la cuchara. Ese asunto no está
en tus manos, chupa expedientes, vampiro de la jurisprudencia,
garrapata del papel sellado. |
ALEN.-
¿Sí?, estoy a
sus completas órdenes. ¡Cuidado, Su Señoría,
cuidado, no abrir la boca! ¿Sabrá éste que
ya vino el otro? ¡Clausura de pico, emergencia, estado de
sitio! |
VALIENTE.-
Mire, doctor, Su Excelencia me ha pedido
que lo visite personalmente y de su parte, para decirle que
quiere que este juicio se resuelva antes de fin de mes, y
favorablemente a Batracios. Nada de negocios privados. Tendrás
que esperar un hueso más chico si lo querés
para vos, referí de picapleitos. |
ALEN.-
¿No me podría
dar un poco más de tiempo Su Excelencia? Apenas tenemos
unos veinte días, y es un expediente complicado, de
varios tomos... Sobre todo que tengo que averiguar aquí,
quién está diciendo la verdad. Uno me pide
en nombre de Su Excelencia que no resuelva, mientras hace
su arreglo, y el otro que ya quiere la sentencia porque ya
concretó la tragada. ¿Y yo, y yo? Entre la espada
y la cochina vía. |
VALIENTE.-
Mire, Su Excelencia
manifestó la máxima urgencia, y así
se lo vengo a decir yo. ¡Qué te pasa, cerdo viejo,
a quién le vas a venir con el cuento del estudio!
Eso era antes, cuando no tenías cochazo, ni vida social;
cuando te levantabas y te acostabas raquítico con
la justicia y la dignidad. Pero ahora que hasta tenés
amiguitas bronceadas con Pepsi y refrescadas con jabón
de rosas y jazmín, ya no tenés nada que estudiar. |
ALEN.-
Es por la solidez del fallo; no olvide que arriba
están otros jueces; es conveniente llegar con buenos
argumentos. Tendré que apurarme para desenredar este
chinchulín trenzado. Plazo, tiempo; la justicia moderna
no está para obrar a ciegas, debe saber quiénes
son los interesados. Iré a ver a Su Excelencia personalmente. |
VALIENTE.-
¿Le digo a Su Excelencia que usted encuentra
dificultades? |
ALEN.-
¡No, no, don Leónidas, no le
diga eso! Pero ¡qué esperanza! ¡Dificultades yo a
un Superior! ¿Dónde se ha visto que un correligionario
probado y reprobado ponga dificultades? Yo doy mi opinión
como buen colaborador y leal servidor. Pero si los intereses
del Superior Eminentísimo, por razones que no está
a mi alcance considerar, dicen otra cosa... me hago una milanesa
del polvoriento código y me lo como con sus polillas
y cucarachas; y me depongo una sentencia brillante, lavada,
lustrada y lubrificada. ¿Está claro? |
VALIENTE.-
Así
se habla, señor Juez; ojalá hubiese unos cuantos
como usted. |
ALEN.-
Los hay, los hay en cantidad, ¡carajo!,
eso es lo que nos revienta a todos. ¡Existe una despiadada
competencia por el menú de medias, camisetas y calzoncillos!
Estoy a sus completas órdenes, apreciado don Leónidas.
Le cepillo desde el altivo cogote hasta el ruin zapato. |
VALIENTE.-
Muy bien, doctor, así se lo diré
a Su Excelencia. |
ALEN.-
Dígame, doctor Valiente,
por si tengo alguna duda, ¿podré ver al señor
Ministro?... Tendré que verlo para saber quién
de estos dos traidores me quiere llevar al matadero. |
VALIENTE.-
¡Pero qué inconveniente va a haber, doctor! Llámeme
usted por teléfono y yo le consigo la audiencia en
dos minutos, siempre que no haya, naturalmente, algún
compromiso anterior. |
ALEN.-
Muchas gracias, don Leónidas;
le ruego que exprese a Su Excelencia mis más leales,
respetuosos e incondicionales saludos. Estos cornudos ni
siquiera dejan que el saludo o la hipócrita sonrisa
sea neutral ahora; hay que saludar tirándose para
abajo pantalones y taparrabos. |
VALIENTE.-
Tenga la seguridad
de que así se hará. Hasta otro momento, doctor,
y ya sabe usted, personalmente a sus órdenes, y listo
para ayudarle en firme cuando se pase a estudiar la confirmación. |
ALEN.-
Gracias, gracias, don Leónidas. Usted sabe
también que puede contar conmigo incondicionalmente,
con las posaderas en tierra o en paisaje. Lo acompaño
hasta la puerta. ¡Faltaría más! Me olvidé
de ofrecerle alguna cosa, distinguido correligionario. ¡Judas,
asesino, mal ladrón; qué desatención
la mía! |
|
(Salen.)
|
|
(SARA entra para llevarse los ceniceros,
etcétera.)
|
ALEN.-
(Volviéndose a gritos.)
¡Sara, Sara! |
SARA.-
Por Dios, aquí estoy. |
ALEN.-
Perdón, no te había visto. ¡Sara, estamos en
un apuro! |
SARA.-
No me asustes, ¿qué pasa? |
ALEN.-
¿Viste el delincuente que acaba de salir? |
SARA.-
No, pero
me dijo Juana que vino en auto de diez metros y que entró
en la calle de contramano. |
ALEN.-
¡En el auto del propio
Ministro! |
SARA.-
¿Y qué? |
ALEN.-
Pues ese sujeto
que vino en el auto del Ministro y que es uno de los individuos
más allegados al propio Ministro, vino a pedirme en
nombre del mismo Ministro una cosa totalmente opuesta a la
que me pidió Napoleón Guerrero, que estuvo
poco antes, en nombre del mismo Ministro, también. |
SARA.-
¡Dios mío! ¿Y no se puede complacer a los
dos? |
ALEN.-
¡Cómo!, si lo que piden es completamente
opuesto. |
SARA.-
¿Lo uno o lo otro? |
ALEN.-
Lo uno o lo otro,
ceca o meca. |
SARA.-
¿Quién de los dos tiene más
influencia? |
ALEN.-
Los dos tienen poder; los dos me pueden
fundir, tirar y hacer correr con el agua. |
SARA.-
Pero podrías
averiguar quién de los dos puede más; quién
está más cerca del poder, quién tiene
más porvenir político. Si tenés que
elegir a todo trance, tendrás que inclinarte del lado
más fuerte. |
ALEN.-
Claro que puedo averiguar todo
eso, pero qué me importa a mí si resulta vencedor
Leónidas o Napoleón, si yo quedo en el campo
de batalla despanzurrado y muerto, hecho abono. ¿Qué
tengo que ver yo con las disputas de las grandes potencias
para que me aprieten y me hagan chillar, sin que lo coma
ni beba? ¡Sara, estamos al borde del abismo! |
SARA.-
¡Por
Dios, no me aterrorices! |
ALEN.-
¡Pero si yo lo estoy! Tengo
un miedo pánico. Estoy en la garra de una trampa mortal.
Si obedezco a uno, me echo encima al otro, y cualquiera de
ellos me puede aplastar como una cucaracha. |
SARA.-
¿Por
qué no vas a hablar con el Ministro? |
ALEN.-
Bueno,
¿y qué? ¿Qué le voy a decir?... Excelencia,
sabe que don Napoleón Guerrero, su hombre de confianza,
que conoce todos sus chanchullos, vino a pedirme una cosa
en su nombre; y don Leónidas Valiente, su pariente
más querido y testaferro, que recibe en nombre de
Su Excelencia sus comisiones y tragadas, también vino
a pedirme en su nombre lo contrario. |
SARA.-
Bueno, y él
como dirigente escrupuloso va a saber que están abusando
de su nombre. |
ALEN.-
¿Y vos creés que él no
sabe que esos tipos usan de su nombre y de su influencia?
¿Vos creés que eso no forma parte del salario del
poder? Cualquiera de éstos conoce todas las trampas
del otro, pero se callan y toleran porque ése es el
juego. ¿Creés que ellos disputarían en serio
por nosotros, o por Batracios o por Lembú? ¡Pero qué
esperanza! Ellos se arreglan, ellos transan, y tienen montones
de cosas para transar. |
SARA.-
Pero no puedo creer que a
Su Excelencia no le interese saber quién de éstos
abusa de su nombre. |
ALEN.-
Puede que le interese, pero no
en el sentido que te imaginás. Hasta puede que los
dos hayan sido enviados por el propio Ministro. Puede que
él mismo esté jugando a dos cartas por medio
de dos líneas separadas de influencia. Y aun puede
que a tres... |
SARA.-
¡Qué horror! No lo puedo entender... |
ALEN.-
Puede que la tercera carta seamos nosotros. Puede
querer una razón para liquidarme, o aún existe
la posibilidad de que existan otras cartas a favor o en contra,
o a favor y también en contra de otros. Ésa
es la ventaja del que está en el medio de la tela
de araña; maneja los hilos sentado, desde el centro,
sin preocuparse por la suerte de un modesto ciudadano de
tercera en ascenso, como yo. |
SARA.-
¡Me dejás temblando!
Adiós auto nuevo, vida social, canastas, el futuro
de Marta. Y ese Rafa, Dios mío, mi dolor; ¿sabés
que de nuevo anoche no vino a dormir? |
ALEN.-
¿Tampoco vino
anoche? Y siempre en compañía de esos vagos,
pandilleros. Le he hablado en todos los tonos, como amigo,
como padre, le he suplicado... pero dejemos esa llaga ahora.
Se trata de salvarnos todos, o ir todos juntos al agro, a
plantar mandioca. |
SARA.-
¿Qué pensás hacer? |
ALEN.-
No sé, no se me ocurre nada, y apenas tenemos
veinte días para encontrar la salida a este feroz
embrollo. |
SARA.-
¿No podrías consultar con alguien? |
ALEN.-
Estoy pensando en eso; tendré que hacerlo,
pero cómo confiar a nadie estas situaciones tan comprometidas,
en que cualquier indiscreción puede resultarnos fatal.
Estos son los tragos que no se pueden compartir. |
SARA.-
Ya sé con quién. |
ALEN.-
¿Con quién? |
SARA.-
Con un adivino. |
ALEN.-
(Perplejo.) ¿Por qué
no? Tal vez pueda darme un buen consejo. Por algo será
que andan muy de moda. Sara, estoy aterrado: ¡vamos a ver
a ese adivino!; pero esperá, primero voy al baño,
me he descompuesto con tantas emociones. |
SARA.-
(Queda sola
en escena.) Dios mío, ayúdanos. Virgencita
de Caacupé, Cruz milagrosa, por favor, no nos abandones.
Ahora que empezábamos humildemente a vivir bien, que
estábamos comprando por cuotas un status en la sociedad.
Virgencita, vos que conocés las dificultades de la
canasta familiar, el precio de la rabadilla y el lomito,
comprenderás nuestra angustia. Vos que desde el cielo
has de ver mejor que nadie las facturas recargadas de la
luz, las de Corposana, las licitaciones y cloacas; las maderas
para encofrados para financiar los regalitos y mordidas.
Virgencita, amparame de los piratas solapados, los aparatosos
fariseos, de los hipócritas sin vergüenza, y
haceme ver el modo de pasarme a sus filas sin mucha agachada,
con algún disimulo, para gozar de las bienaventuranzas
del arribismo, para poder vivir a costa del ignorante y del
tonto que ni siquiera se dan cuenta de lo que se les hace
y tienen la suerte de ser felices sin camisa. |
|
(Suena el
teléfono; atiende SARA con un suspiro.)
|
SARA.-
Hola,
¿quien?... Un momento, ¿quien dijo?... Su Excelencia... Sí,
Su Excelencia, ya lo llamo. (Gritando.) ¡Alen, Alen! Llama
Su Excelencia personalmente, ¡vení enseguida, apurate! |
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(ALEN entra corriendo, atajándose los pantalones,
pues se supone que estaba en el baño.)
|
ALEN.-
¿Su
Excelencia dijiste? |
SARA.-
Su Excelencia, dicen. |
ALEN.-
(Al teléfono.) ¡Hola!... Sí, Su Excelencia...
(Largo discurso del otro lado, mientras ALEN empieza a sentir
urgencias del vientre.) Sí, Su Excelencia... (Sigue
el discurso; ALEN siente cada vez más apremios.) Sí,
Su Excelencia... (Empieza a retorcerse; sus urgencias son
insoportables.) Sí, Su Excelencia... (Demuestra estados
de angustia, suda, se dobla y suspira profundamente.) Sí,
Su Excelencia... (Hay enloquecida mímica.) Como usted
ordene, Su Excelencia... (Sara sale corriendo al comprender
la situación, y vuelve con un bacín.) Sí,
Su Excelencia... (ALEN indica que lo ponga allí cerca
y hace como si fuera a bajarse el pantalón.) Sí,
Su Excelencia... (Hay una angustia mortal en ambos personajes;
SARA lo sopla con un expediente y un diario; lo ataja ante
un aparente desmayo.) Sí, Su Excelencia... (ALEN cuelga
cuidadosamente el tubo, y sale corriendo hacia el baño
tirando a su paso sillas y otros objetos.) |
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TELÓN
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Cuadro II |
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Mismo decorado
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MARTA.-
Papá, ¿conocés
a una familia Gallardo? |
ALEN.-
¿Gallardo?... no me suena,
hijita. ¿Por qué? |
MARTA.-
Me hicieron llegar una
invitación muy amable para asistir a una fiesta de
cumpleaños... y yo no los conozco. |
ALEN.-
¿Gallardo?,
a ver, dejame pensar. Sí, creo que tengo un juicio
contra un Gallardo. Esa familia debe ser. Querrán
relacionarse contigo para venir a pedirme algo. |
MARTA.-
¿No querés que vaya? |
ALEN.-
¡Pero qué esperanza!
Andá hijita, divertite, mientras alcance la cuerda,
porque apenas tenemos tal vez para unos días. |
MARTA.-
¿No pudiste aclarar esa cuestión del Ministerio? |
ALEN.-
No me hables de eso, hijita; hace como quince días
que no puedo dormir. |
MARTA.-
Ya verás que todo va
a salir bien; yo le mandé una promesa a la Virgen
de Caacupé; voy a ir a pie desde Ypacaraí,
si todo sale bien. |
ALEN.-
¡Ay, mi hijita! Ya mandé
yo la misma promesa, pero a medida que se aproximaba el plazo
me parecía insuficiente el sacrificio para inclinar
a la Virgen a nuestro favor. Entonces, le ofrecí ir
a pie al Santuario desde Asunción, y hace dos o tres
días le dije que vendría caminando desde Formosa,
250 kilómetros. |
MARTA.-
¡Jesús!, ¿y lo harás? |
ALEN.-
Si esta angustia se prolonga un poco más,
ya veo que será de Resistencia, 400 kilómetros,
o acaso Buenos Aires, 1500. |
MARTA.-
No te preocupes tanto,
papito, total, pase lo que pase tenés la conciencia
tranquila. |
ALEN.-
Gracias, Martita. Te agradezco tanto que
digas eso. Hemos llegado a la edad en que los hijos nos juzgan.
Pero mirá, mi hijita, no creas que soy mejor ni peor
que esta sociedad en que vivimos. Si uno es peor, y lo descubren
lo meten en la cárcel; si uno es mejor, y no se calla,
lo crucifican como a Cristo. Los hombres no quieren seres
diferentes, sean negros, judíos, indios o hasta inocentes
animales. No admiten un juez ideal importado del mundo de
los libros. Enseguida buscan la forma de corromperlo. |
MARTA.-
Pero vos has luchado siempre contra todo eso. |
ALEN.-
Sí,
luché, hasta que vi mis armas inútiles. Y entonces
me dije también: ¡para qué luchar tanto, para
qué tanto quijotismo si yo no voy a arreglar el mundo!;
ni Stalin, Churchill y Roosvelt, los tres juntos, después
de ganar la guerra, pudieron hacer nada, ¿y yo sólo
voy a reformarlo?... ¡qué tontería! |
MARTA.-
Nunca te había oído decir esas cosas, papá. |
ALEN.-
Es que estoy deprimido. No sé cómo
saldré de ésta; me han puesto en un rincón
en el cual yo no puedo elegir. Por eso estoy tan afectado,
porque sólo puedo obrar a ciegas, y esperar. Pero
no te aflijas, Martita; andá a tu fiesta. Mirá,
tanto cuesta ser pesimista como ser optimista, sobre todo
en este caso. Y a lo mejor acierta la pruebera, y la fortuna
cambia para bien. |
MARTA.-
¿La pruebera? ¿También
fuiste a ver a una pruebera? |
ALEN.-
Te confieso, sí. |
MARTA.-
¿Pero a cuántos adivinos y adivinas consultaste? |
ALEN.-
(No responde de palabra, pero levanta siete dedos.)
Y además a dos espiritistas. Hablé con varios
muertos. |
MARTA.-
¿Con muertos? |
ALEN.-
Con cuatro. |
MARTA.-
¿Cómo? |
ALEN.-
Llamé a cuatro. |
MARTA.-
¡Jesús!,
¿qué te dijeron? |
ALEN.-
¡De todo!, que juegue a la
lotería, que iba a heredar una estancia, que iba a
viajar, y lo de siempre, que una rubia, que una morena, y
contradicciones; que me cuide de un morocho, un trigueño,
pero aquí los de esos pelos son al barrer... que uno
alto, otro bajo; anduve por la calle tirando y encogiendo
el cuello para interpretar la regla... pero ni los adivinos
ni los muertos entienden de derecho, nadie pudo decirme quién
mentía: si Napoleón o Leónidas, ya que
ni los podía identificar con claridad para que no
les fueran con el cuento. Estos adivinos y muertos están
vinculados con los que mandan, ¿sabés?... Pero dejemos
eso, que ya no está en nuestras manos. ¿Qué
sabés de Rafa? |
MARTA.-
Lo de siempre; que no estudia,
que sale con muchachos de plata buscando farras y líos.
¿Sabés que estuvo preso? |
ALEN.-
Sí, ya supe. |
MARTA.-
¿Y que lo soltaron porque los compañeros
eran todos hijos de papá? |
ALEN.-
También lo
supe. Pero qué le habrá pasado a este muchacho.
Un buen día salió de sus carriles, cuando era
toda una esperanza, cuando era mi orgullo. ¿Te acordás? |
MARTA.-
Mamá dice que es la edad. |
ALEN.-
¿La edad?
¡Ojalá lo fuera! Dios quiera que no sea un desengaño. |
MARTA.-
¿Desengaño amoroso? |
ALEN.-
Mi querida Martita,
dichosa vos que sólo pensás en desengaños
de amor. |
MARTA.-
¿Pudo tener otros? |
ALEN.-
Podría,
tal vez... Pero andá a tu fiesta a divertirte. De
paso la llamás a tu mamá. |
MARTA.-
Adiós,
papá, ya verás que todo saldrá bien,
y si hay que venir caminando desde Buenos Aires, yo vendré
contigo. |
ALEN.-
Gracias, mi hijita, vendremos juntos; yo
con tus zapatos de plataforma. (La besa y MARTA sale.) ...Si
Napoleón Guerrero sabe que dicté sentencia,
en cualquier momento me llama para mandarme al infierno:
pero no creo que esté tan atento. Como le prometí
no hacer nada, y ésa es la promesa que mejor se cumple,
puede que esté dormido. ¡Debe haber una tragada en
éste!... Y yo a patadas, de aquí para allá,
jugando el partido, de pelota. |
SARA.-
(Entrando.) ¿Todavía
no sabés nada? |
ALEN.-
A ciegas: jugué a la
taba, vamos a ver si cayó la cara que sonríe
o la otra fruncida. |
SARA.-
Hasta ahora no puedo comprender
que no hayas podido hablar con el Ministro. |
ALEN.-
A mí
me fue imposible, ¡no me mortifiques más! Primero
porque se fue al exterior, después porque se fue de
gira al interior, o porque recibía únicamente
a militares, únicamente a curas, únicamente
a los citados, a los funcionarios, ¡qué sé
yo!... A mí me fue imposible; si soy un inútil,
un imbécil, decilo, sacate el gusto, divorciate, abandoname,
¡¡pero no me mor-ti-fi-ques más!! |
SARA.-
Pero un
intermediario... |
ALEN.-
¿Buscar otro traidor que se organice
su negocio propio a favor de Lembú Limited, contra
los gallos de Leónidas Valiente para despedazarme
aún más a mí? ¡Por Dios!... Pero a pesar
de todo, también estuve tentando ese terreno, sin
éxito, en todos estos mortales días. |
SARA.-
Yo le hubiera dicho a Leónidas Valiente, lo que vino
a exigir Napoleón. |
ALEN.-
Eso quise hacer la otra
vez, cuando pude hablar unas palabras a solas con él,
pero descartó ásperamente lo que le decía
como si fuera una excusa. Y me intimidó, ¡me intimidó,
mujer! Quedé casi tartamudo. Tuve que taparme la boca
con el pañuelo para disimular mi lividez y el castañeteo
de los dientes. Me dio un miedo aterrador, pánico,
irracional. |
SARA.-
¿Ya conocerán la sentencia? |
ALEN.-
Ya la di a conocer. Alguien de Secretaría debe haber
ido a decirle. |
SARA.-
¿Como te la pidió Valiente? |
ALEN.-
¡Claro, claro!; he trabajado como un enano para tratar
de darle forma; me he violentado, me he violado, me he llamado
cobarde, miserable, pero he seguido escribiendo, como una
fatalidad. Tengo miedo, Sara, tengo miedo de perder todo
lo que hemos conseguido con tanto sacrificio... ¡Y justo
ahora que hasta las cátedras había dejado! |
SARA.-
¡Eso sería terrible, y quién te lo
reconocería! Nadie, jamás. |
|
(Golpean a la puerta.)
|
SARA.-
Si preguntan por vos, ¿digo que estás? |
ALEN.-
No estoy para nadie. |
|
(SARA sale.)
|
ALEN.-
No todos podemos
ser héroes, ¡y todavía, serlo cada día!
Hay algunos, lo reconozco... también están
esos malabaristas, magos que saben transar con los tiempos
y los hombres, y logran taparse la vergüenza no sólo
con hojas de parra, sino hasta con minúsculas estampillas. |
SARA.-
(Que vuelve.) Mi amor, perdoname, pero es el secretario
Ayala; dice que es importante. |
ALEN.-
Ah, ¿es Ayala? Decile
que pase. |
|
(SARA sale.)
|
ALEN.-
Donde el dinero es todo,
cada día vale menos la moral. Durante el día
y la noche te están diciendo: compre esto compre aquello,
haga feliz a su familia, asegure su provenir. Si usted no
compra es un miserable, un pobre infeliz, responsable de
la desgracia de los suyos. Así uno se mete en cincuenta
compromisos que lo llevan, si no al infarto, a la triste
y resignada impotencia sexual de un buey. |
SARA.-
(Entra
seguida por AYALA.) Pase, Ayala, aquí está. |
AYALA.-
Permiso, señor Juez. |
ALEN.-
Adelante, Ayala,
tome asiento. |
AYALA.-
Gracias, señor Juez. Quería
avisarle que estuvo en Secretaría a ver el expediente
Batracios el enviado del doctor Valiente y también
el doctor Napoleón Guerrero. |
ALEN.-
¿El mismo Napoleón? |
AYALA.-
Personalmente, acompañado de un ayudante. |
ALEN.-
¡Madona!, qué pronto se enteraron. |
AYALA.-
Por lo visto. |
ALEN.-
¿Y qué dijo? |
AYALA.-
Dijo una
cantidad de cosas de Su Señoría. |
ALEN.-
¿Pero
qué cosas? |
AYALA.-
Dijo que Su Señoría
era un miserable, un hijo de puta y de muchos padres; Su
Señoría se imagina. No lo repito todo porque
está aquí la señora... que se había
vendido, que era seguro que por plata lo traicionó. |
ALEN.-
¿Eso dijo? Mirá, Sara, cree que me vendí;
¡pero qué desgracia! Me estrujan, me descuartizan
como a un mártir, y ni siquiera me reconocen la santidad.
¡Pero qué sarcasmo! ¡Qué grosera infamia, Ayala!
Usted todavía va a creer también que me llené
de oro, y que ni me acuerdo de usted; pero ¡nada, nada!,
le juro por los huesos de mis padres muertos, ni un níquel.
Le pongo por testigo a Sara. |
AYALA.-
¿Y por qué entonces
tanto apuro? |
ALEN.-
Porque Leónidas Valiente, con
el peso que tiene, me volvió loco, me apretó,
me quitó el aliento, y me hizo pasar por el agujero
a rugidos y espantazos. Pero no largó un centavo,
ese cornudo, invertido, hijo de whisquería; cuando
preñaron a su madre, no había un espermatozoide
legal a una legua a la redonda. ¡Miserable! ¡Pero veo que
ni usted me cree! ¡Qué injusticia! |
AYALA.-
Yo quiero
que se acuerde con algo nomás de mí. |
ALEN.-
Pero aquí no hubo un peso, ni un hediondo guaraní,
¿entiende? |
AYALA.-
Entonces, ¿por la cortesía nomás? |
ALEN.-
Por los garrotazos que me estaban dando, le juro,
Ayala. |
SARA.-
Cierto; yo no le voy a mentir. |
AYALA.-
Bueno,
dígale eso a don Napoleón, que dijo que iba
a venir personalmente a cantarle las cuarenta. |
ALEN.-
¿Dijo
eso, ese bandido? |
AYALA.-
Dijo; y discúlpeme, yo
me tengo que ir. |
ALEN.-
¿No dijo cuándo iba a venir? |
AYALA.-
Dijo que enseguida, por eso vine a avisarle... yo
me voy, Su Señoría; me está esperando
mi señora en la tienda de la esquina. |
ALEN.-
¡Pero
no me deje solo, Ayala! Si se me viene encima ese gorila,
que por lo menos haya un testigo. Es capaz de matarme. |
SARA.-
Por Dios, vamos a llamar a la policía. |
AYALA.-
¿La
policía? Si ése viene con la policía. |
SARA.-
¡Mi Dios!, ¿y qué hacemos? |
AYALA.-
Yo me
voy. (Va saliendo.) |
ALEN.-
¿Entonces me deja usted en las
malas? |
AYALA.-
¿Y cómo le voy a ayudar? ¿Recibiendo
la mitad de los palos y patadas que a Su Señoría
le esperan?... No se olvide que esta carrera usted se la
corrió solo; yo no voy ni medio. |
ALEN.-
¿Todavía
cree que me comí solo? |
AYALA.-
Por algo salió
la sentencia, plata o no plata; pero si no estoy en lo bueno,
¿por qué voy a estar en los palos? |
SARA.-
Socorro,
Dios mío, voy a llamar a los vecinos. |
ALEN.-
¡No!,
callate; ¿para que esto se comente mañana por todas
partes y todavía la gente se ría de mí?...
(Casi llorando.) No te olvides de mi dignidad de magistrado. |
AYALA.-
Me voy, Señoría. Buena suerte... por
las dudas, voy a tener una ambulancia a mano... Hasta luego.
(Sale.) |
ALEN.-
Adiós, desagradecido, mal compañero,
roedor de comisiones. |
SARA.-
Ayala, le voy a hacer pagar
cuando pase esto. |
ALEN.-
Cerrá y trancá la
puerta. ¿Dónde está mi revólver? Siquiera
en mi casa no me atropellarán. (Con voz aflautada.)
El derecho me protege. |
SARA.-
Por Dios, mi amor, mirá
lo que vas a hacer. |
ALEN.-
Tengo que defenderme. No es que
quiera, pero mi casa es mi último refugio. Dame el
revólver, debe estar en el ropero o en la cómoda. |
SARA.-
¿No está siempre en la mesita de noche? |
ALEN.-
Sí, por allí ha de estar. |
|
(SARA sale. En ese
momento, se oyen unos golpes formidables en la puerta de
calle.)
|
ALEN.-
¡Sara!, llegó Napoleón... Ese
revólver, ¡por favor! |
SARA.-
(Entra con el revólver.)
Aquí está, Dios mío, escondelo por ahora. |
ALEN.-
(Atolondrado, lo sopla, trata de desatascarlo apresuradamente,
vacila donde ponerlo, hasta que se decide por meterlo en
el bolsillo.) Preguntá quién es... ¿es Napoleón? |
SARA.-
(Sale, y desde afuera.) ¿Quién es? |
VOZ.-
(A gritos, terrible.) Yo, Napoleón Guerrero. |
SARA.-
(A gritos.) ¿Qué quiere?... mi marido no está. |
VOZ.-
Eso lo vamos a ver enseguida. |
SARA.-
No entre...
no entre; ya le dije que no está. |
ALEN.-
Dejalo entrar,
Sara... el distinguido funcionario no querrá hacer
un escándalo... (Va como para llamar por teléfono,
disca y pregunta.) ¿Doctor Leónidas Valiente?... ¿Podría
hablar con el doctor Leónidas?... ¡Leónidas,
Leónidas! |
|
(Pasos atronadores se acercan. ALEN deja
caer el tubo.)
|
GUERRERO.-
(Aparece en el vano.) ¡Ja, ja!,
con que no estabas, ¿eh? |
ALEN.-
Pase, eminente correligionario,
prócer de la nación, ejemplo de educación,
comportamiento y discreción, ¿no quiere tomar asiento? |
GUERRERO.-
¿Asiento? Sobre tu pescuezo, cerdo miserable. |
ALEN.-
Pero doctor, un universitario, un hombre eminente
como usted, no debe perder la calma, déjeme explicarle... |
GUERRERO.-
Qué explicación, si acabo de leer
la sentencia. Qué me importa lo que digas, si la porquería,
puerco, ya está hecha. Pero quería verte la
cara, traidor, para dejarte mi huella. |
ALEN.-
Pero doctor,
yo sólo hice lo que me ordenó nuestro luminoso
guía común, Su Excelencia, el señor
Ministro. |
GUERRERO.-
¿El Ministro? ¡No invoques a Su Excelencia
en estos momentos, cucaracha! Cuando le diga unas cosas de
vos, mandará hacer chatasca de tu repulsiva cara. |
ALEN.-
Pero si el correligionario Leónidas Valiente
vino a decirme que Su Excelencia... |
GUERRERO.-
¡Callate,
te dije, cerdo! (Le coge del cuello y de un empujón
lo arroja a un sillón.) No me vengas con más
cuentos o te deshago y te pulverizo. |
SARA.-
Por favor, doctor,
déjele que le explique. Si hablando se entiende la
gente. |
ALEN.-
Señor Napoleón, déjeme
hablar... |
GUERRERO.-
(Se le acerca, lo abofetea y zarandea.)
Me da asco Su Señoría. |
ALEN.-
Conténgase,
ilustre Napoleón, no me maltrate más... que
estoy en mi casa y puedo defenderme (Saca el revólver
y apunta tembloroso.) La ley me protege. |
GUERRERO.-
Defendete,
pues, entonces. |
ALEN.-
No... no se me acerque; usted será
responsable de lo que pase... (Retrocede.) cuidado, que voy
a disparar... que le disparo... ¡cuidado! (NAPOLEÓN
sigue adelante y ALEN tiembla visiblemente, trata en vano
de apretar el gatillo, pero no puede.) |
GUERRERO.-
(Suelta
una sarcástica carcajada.) Imbécil, no te saldrán
los tiros, porque yo soy inmortal para tipejos como vos.
(Le arrebata el arma.) A mí no podrás herirme
con un arma cargada con pusilanimidad y cobardía.
Con esa carga se matan pelagatos. Si querés dispararme
a mí tendrás que conseguirte una espoleta que
no tenés: ¡valor, valor! ¡Oíste, gusano, aborto
de laucha, bosta de pulga! |
ALEN.-
¡Sara, Sara!, ¡llamá
a los vecinos! ¡Socorro! (SARA sale apresuradamente.) |
GUERRERO.-
(Coge a ALEN por el cuello y lo aporrea. ALEN cae.) Tomá,
tomá, te doy tu canallicida... (Mira a todas partes.)
¿Dónde estará la tranca de la puerta?... (La
encuentra, la levanta, pero ALEN está completamente
inerte.) |
SARA.-
(Ha vuelto con una cacerola en la mano.)
¿Qué hizo? ¡Socorro!, ¡lo mató! (Aplica a NAPOLEÓN
varios cacerolazos en la cabeza y en el cuerpo.) ¡Lo mató!
(NAPOLEÓN examina rápidamente al caído,
y al ver que no reacciona, se atemoriza y sale rápidamente.)
¡Asesino! (Va como para socorrer a ALEN, quien al advertir
la ida de NAPOLEÓN, se incorpora de su fingido desmayo.) |
ALEN.-
¿Se fue? |
SARA.-
¿Qué te hizo, mi amor!...,
voy a llamar a la policía. |
ALEN.-
No... dejá. |
SARA.-
Llamo a un médico. |
ALEN.-
(Examinándose.)
No... esperate un poco, dejame respirar... Me ha molido,
me ha faltado a mis fueros sobándome, atropellando
mi casa... No llames a nadie; que nadie sepa esto, se van
a reír de mí; lo único que me queda
todavía es un resto de vergüenza... esperá...
esperá, voy a llamar al doctor Leónidas Valiente,
para que vea el esfuerzo titánico que me ha costado
servirle... ¿Cómo tengo el ojo, Sarita? ¿Cómo
tengo la cara? Abusar así de un inferior sólo
porque tiene un puesto más alto, más influencia...
Pero me consuela pensar que le fundí la tragada. A
él le duele eso. |
SARA.-
¿No te perjudicará
para la confirmación? |
ALEN.-
¿Cómo puedo saberlo?
Si él es quien hace el guiso, y puede más que
Leónidas, me liquida. Con la rabia que lleva... Pero
llamalo a Leónidas... le voy a contar el peligro terrible
que pasé por serle fiel. Estuve a punto de ser asesinado.
Ojalá lo pueda valorar y agradecerme. |
SARA.-
(Al
teléfono.) ¿Está el doctor Leónidas
Valiente?... Dígale que el Juez Alen tiene urgente
necesidad de hablar con él... ¿Doctor Valiente?...
por favor, doctor, mi marido quiere hablar con urgencia con
usted. (Le pasa el tubo.) |
ALEN.-
¿Doctor Valiente?, ¿ya
se enteró de la sentencia?... Hice todo lo que me
pidió para servirle a usted y a Su Excelencia... Me
puse a su completa disposición... Sí, doctor...
pero servirle me ha costado caro... Le voy a explicar, hace
un minuto estuvo aquí en casa Napoleón Guerrero,
hecho una bestia... Me dijo de todo, doctor, no le puedo
repetir porque me repugna y me avergüenza que un eminente
correligionario, un conductor nacional como Napoleón
diga eso... y también me agredió de hecho,
estoy todo molido, estoy lesionado de gravedad... No, no,
no le estoy contando un cuento... ¿por qué se ríe,
doctor?... ¿Por qué se ríe?... ¿Porque se jodió
Napoleón?... ¿No ve usted que yo también estoy
bien jodido?... Pero, escuche doctor... usted no entiende,
su risa me afecta... |
SARA.-
¡No, no, no!, ¡no le digas eso!,
seguile la corriente... |
ALEN.-
(Tapando el tubo.) Se ríe
porque no le dieron a él... |
SARA.-
No te enojes con
él. Que te quede por lo menos un amigo. Seguile la
corriente. ¡Reíte, reíte! |
ALEN.-
Ah, sí,
claro... al fin resulta gracioso, ¡ji, ji, ji!, porque Napoleón
no se salió con la suya. ¡Sí, sí! (Sigue
con la risa.) ¡Pero qué divertido! ¡ji, ji, ji!, verdaderamente
ha quedado en ridículo.... ¿Una noticia para mi consuelo?...
¿que he sido confirmado?... ¿que he sido confirmado?... ¿completamente
seguro?... Desde ayer está todo firmado, se publica
mañana, pero mire usted, ¡qué felicidad!, ¡ji,
ji, ji!... Estupendo, yo confirmado, y Napoleón burlado.
¡Ja, ja, ja!... Gracias, gracias doctor, hasta pronto. |
SARA.-
¡Bueno, mi amor!, olvidate de ese prepotente Napoleón,
miserable... ¡Felicidades!... Tenemos otros cinco años
de vida tranquila y seguridad. |
ALEN.-
Sí, pero con
esta falta de garantías, qué tranquilidad va
a haber... Andá a traerme un bife de carne cruda para
ponerme sobre este ojo antes de que termine de hincharse.
¡Todos se darán cuenta! |
SARA.-
Traeré también
unas curitas... Pero al fin ganamos nosotros, mi amor. (Sale.) |
ALEN.-
El uno me aporrea y el otro se ríe a carcajadas.
Y lo peor es que los dos me corrieron con la vaina, porque
desde anteayer ya estaba confirmado, ¡dos días antes
de que firmara la maldita sentencia! Por eso se apuraba Leónidas,
ese canalla. Esto es una cloaca, no se ve ni se entiende
nada, sino que la porquería arrastra... Y todavía
tengo que reírme. ¡Ji, ji, ji!... para que no se enoje
el último padrino que me queda, ¡ja, ja, ja!... Pero,
digo, ¿qué hubiera hecho él en mi lugar? ¿Qué
hubieran hecho estos tipos que se ríen? ¡Qué
hubiera hecho usted!... ¿qué hubiera hecho usted!
¿Optar por el sufrimiento y la miseria? |
SARA.-
(Vuelve con
la carne cruda.) Tomá, ponétela sobre el ojo
que se te empieza a hinchar... Te voy a poner también
unas curitas... |
ALEN.-
(Se mira al espejo, poniéndose
la carne sobre el ojo.) No estoy para nadie; ¡que nadie me
vea! Esto es la derrota. (Al espejo.) No tengo ni por qué
indignarme; quiero llorar, pero no tengo ni por qué
llorar... No pude disparar mi arma. Estoy vacío...
Me veo desnudo, nada digno me cubre, nada me absuelve. ¿No
es verdad? (Gritando.) ¿no es verdad?... (De pronto arranca
el espejo y lo arroja al suelo.) Todavía tengo vergüenza...
me tengo lástima. Perdón, Rafa, no me juzgues,
Rafa, ¡perdoname! (Solloza, ocultándose la cara.) |
SARA.-
Pero mi amor, no te pongas así; ya ha pasado
todo.
(Le pone el brazo sobre los hombros y lo palmotea cariñosamente.)
Pobre, te han tratado mal... sos el débil. (Con ternura.)
Pero ya te irás acostumbrando... No todos son valientes;
no todos pueden seguir una bandera. Están los que
tienen miedo. Pero ya te irás acostumbrando... ya
te irás acostumbrando. |
|
TELÓN
|