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Sur

Año I, otoño 1931

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De este número se han impreso cien ejemplares en papel de hilo stratton bond, numerados del 1 al 100 y reservados exclusivamente a los subscriptores de la edición de lujo.





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ArribaAbajo Perspectivas sudamericanas

Conde Hermann de Keyserling


Si ya es posible pronunciar juicios definitivos sobre los Estados Unidos de América del Norte, no sucede lo mismo en lo referente a América del Sur. Todo aquí se encuentra en su inicial germinación. Y esto no se debe tanto a los hechos mencionados por todo el mundo, es decir, a que el régimen colonial español haya retardado el libre desarrollo y la mezcla de sangres la consolidación nacional -hechos justamente observados y valorizados por lo demás-, como a un disparate1 condicionado por la misma tierra. Este continente parece ser, al mismo tiempo, el más antiguo y el más nuevo de nuestro planeta. Que lo sea o no, en realidad no tiene importancia para el problema que nos ocupa.

Todos los hombres -se dice- descienden de Adán y   —8→   Eva, y, sin embargo, hay diferencias de «edad de alma» irreductibles. Por la misma causa, si un continente es más antiguo que otro, en sentido geológico, ello no implica necesariamente un carácter más antiguo de la atmósfera psíquica, y sólo ésta cuenta dado el orden de ideas que aquí nos interesan. Ahora bien; lo que caracteriza a la atmósfera psíquica de América del Sur es la síntesis de lo primordial y de lo refinado. Fue una intuición genial la que impulsó a Conan Doyle a localizar su Lost World (mundo perdido) en América del Sur; sabemos hoy día que los animales antediluvianos sobrevivieron allí, en todo caso, hasta el siglo V de la Era Cristiana. Pero, con todo, la atmósfera de América del Sur no es primitiva y primitivante como la de Estados Unidos -ya he analizado esta última en mi Norte América Libertada (Espasa-Calpe, Madrid)-, pues a la primordialidad se une directamente en América del Sur un sumo refinamiento. Y no hay en ello contradicción. Nada más diferenciado; nada más refinado que un colibrí, que una mariposa.

En mis Meditaciones sudamericanas, que estarán listas, según espero, para enero de 1933, estudiaré detenidamente el aspecto primordial de ese continente. Me ha enseñado más que ningún otro. El interés que me ofrecieron   —9→   las Indias, la China, el Japón no es nada comparado con el de América del Sur. Pues solamente allí es donde se encuentra todavía en los humanos esa vida primordial que existió sin duda durante millones de años, antes de que descendiese el espíritu. Antes del día de la creación hubo la noche de la creación; antes de la Luz hubo las tinieblas fecundas. El Espíritu se manifiesta por la «imagen»: la imaginación es su primera característica. Pero la mayor parte de los procesos vitales son ciegos. Todas las emociones lo son. Todos los sentimientos, por no hablar de los procesos corporales. Ahora bien: la vida comenzó en todas partes con impulsos ciegos. La palabra española gana, especialmente en su acepción argentina, conserva aquella modalidad original.

La improvisación argentina, el santo horror que todos los argentinos típicos tienen a toda previsión, son otros síntomas. Lo mismo sucede con la generosidad típicamente sudamericana, la generosidad en el sentido del vocablo español antiguo desprendimiento. No se trata aquí en modo alguno -salvo excepciones- de amplitud de miras sino de un sentimiento exuberante e irradiante, ciego en sí mismo.

Para aclarar en pocas palabras lo que quiero decir   —10→   véase un ejemplo brasileño. Se cuenta que en ese país una mujer mató al hombre que había querido con un amor fulminante porque él le llevó flores. Ella veía en esto un signo de voluntad de retribución. Esto es menos absurdo de lo que parece y, a decir verdad, resulta infinitamente profundo. Un sentimiento puro, en el sentido de que no está mezclado con otras funciones psíquicas, es ciego, no ve más allá de sí mismo. Por esta razón no podría ser interesado, pues todo interés presupone una visión. Por otra parte, toda amalgama con una «mira» cualquiera que represente siempre una «imagen» y por consiguiente un interés, por espiritual que sea, desnaturaliza ese sentimiento. Por ello la generosidad argentina, en lo que posee de más sublime, tiene empero la misma raíz profunda que el derroche de dinero insensato -especie de vicio nacional- y que la imprevisión argentina en general.

En este sentido puede decirse que América del Sur es un ciego equiparado como país a todos los demás países de cultura comparable que conocemos. No nos engañemos con la superficie cabrilleante que a veces presenta un remedo de Francia -el país menos ciego de Occidente. La falta de iniciativa, de capacidad inventiva, la ausencia   —11→   absoluta de espíritu de perseverancia, la discontinuidad general de esta vida prueban por sí solas que la diferencia verdadera y profunda de América del Sur con Francia es más grande que la existente entre Francia y cualquier otro país cultivado. Pero si yo digo que América del Sur, tal como aparece actualmente, es el continente ciego, no digo, sin embargo, nada peyorativo. Ya lo escribí más arriba: antes que el día de la Creación hubo la noche de la Creación. Y todos los elementos más creadores, los más poderosos y fecundos, comenzando por las funciones del cuerpo y acabando por las emociones y los sentimientos más elevados, son propios de la noche y no del día.

De ahí la riqueza emocional, que yo creo única en el mundo, de la humanidad sudamericana. Me parece imposible no querer a ese continente una vez que se le ha comprendido. El ejemplo de Francia nos servirá una vez más para precisar las ideas. ¿Por qué se ama tanto a Francia? Claro que no es a causa de su intelectualidad. Nunca el intelecto ha inspirado el menor amor. Pero Francia no es esencialmente intelectual. Es ante todo y sobre todo el país de la «cultura del sentimiento», y de ahí derivan el tacto francés, la cortesía francesa, el desinterés   —12→   generoso del francés que se explica por las mismas razones ya indicadas a propósito de la Argentina.

Pero América del Sur está, no obstante, más lejos de Francia que cualquier otro país del mundo actual porque carece casi en absoluto del elemento «imagen». Toda su fuerza reside en las emociones y en los sentimientos tales como son. En este sentido América del Sur es verdaderamente el continente más nuevo del mundo, pues en todas partes el orden emocional y ciego fue anterior al orden espiritual. Y sólo por esto es el continente más rico de porvenir. Es el único habitado todavía por una humanidad que está allí donde acabaron nuestros antepasados de hace treinta mil años. Todo allí existe en germen; nada ha sido gastado. Nadie puede prever qué civilizaciones originales florecerán un día en ese continente. Pero si de los primitivos de Asia y de Europa llegó a salir un día el edificio cultural que hoy admiramos, es que justamente esos países fueron también en su día primitivos en el mismo sentido que los sudamericanos actuales: no en el sentido de una «falta», sino de una riqueza germinal. Sólo se puede desarrollar aquello que se tiene.

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Y ahora llego a la segunda característica de la América del Sur: su carácter refinado a pesar de su primordialidad. Se puede ser refinado con arreglo a cualquier grado en la escala de los seres. Se puede ser bárbaro también con arreglo a cualquier grado. Los americanos del Norte son esencialmente bárbaros aun en el caso -frecuente por lo demás- de que posean una gran cultura intelectual. Se trata aquí tan sólo de una cuestión de armazón zoológica: el oso está construido de forma diferente que el colibrí. Ahora bien, todos los americanos del Sur, por primitivos que sean, pertenecen -hablando en sentido figurado- al último género. Es sumamente curioso que en los más antiguos tiempos indios se haya comprobado la crueldad, pero nunca -salvo en los araucanos, pueblo «nórdico» trasladado hacia el Polo Sur- la brutalidad. En toda época fue regla general un gran refinamiento de los sentimientos. Y no se replique a esto que la crueldad es contraria al progreso, se trata de otro orden de cosas y de ideas. La parte cruel de la humanidad no está formada por los hombres sino por las mujeres. En el orden emocional los contrarios se yuxtaponen   —14→   y se transforman naturalmente, sin que haya contradicción, el uno en el otro. El amor se transforma en odio y, viceversa, el desdén en admiración, la fidelidad en traición, etc. La más alta cultura, si es de esencia emocional, se hace por consiguiente compatible con aquello que más contradice la idea de progreso norteamericano.

Pero esta finura que caracterizaba ya a los más antiguos indios caracteriza en el más alto grado a los sudamericanos de hoy. En su primitivismo son refinados como el que más. La expresión extrema de esta característica es, por ejemplo, la delicadeza brasileña que hace que el asesinato por detrás sea juzgado moralmente superior a un ataque de frente, teniendo en cuenta que éste podría causar una impresión desagradable. Pero nunca he visto a sudamericanos que, en último análisis, no hayan juzgado lo agradable como un valor superior a la verdad objetiva.

La característica distintiva de América del Sur es, por consiguiente, la síntesis de lo primordial y de lo refinado. No quiero extenderme más en esta ocasión. Deseaba simplemente arrojar la buena semilla. Me agradaría que los americanos del Sur comprendieran por un instante hasta qué punto y en qué sentido son originales.

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Tímidos, como todos los pueblos jóvenes, se esfuerzan todavía, por lo general, en amoldarse a lo que no son. Gracias a la imitatividad, tan sudamericana, lo consiguen con frecuencia; todo género de remedios en los sudamericanos. Pero más vale tener su aire propio. El hecho de que América del Sur encierre una humanidad que posee todas las riquezas germinales de los primeros tiempos de Europa y de Asia, es decir, de la época premitológica -pues esta última no era ya ciega-, constituye por sí solo una promesa de enorme porvenir. Y si esta primordialidad está enlazada, además, desde el comienzo y en su esencia profunda, a un gran refinamiento, ¿cómo no prever para el futuro una gran cultura absolutamente nueva, autóctona? Yo, en cualquier caso, no dudo de su advenimiento.

Darmstadt, enero 1931.



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