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ArribaAbajo Pecho en tierra

Jaime Torres Bodet




Ya se habrán apagado todas las lámparas de la iglesia en los ojos de la lechuza
y las crines de mil caballos eléctricos
habrán incendiado, al huir, todas las salidas del bosque
-poeta de la bayoneta calada-,
cuando la reseca luz de ese otoño que principia del otro lado del mundo  5
te sorprenda, en mitad del campo,
con un grito inmóvil, mordido por la boca sin congelar.

¡Qué difícil,
junto a las mazorcas podridas por el olor de la pólvora,
a unos cuantos centímetros  10
de la fuente que el cielo recobra todos los días,
en la majestad de la madrugada que sólo tú no interrumpes,
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qué difícil le ha de parecer a tu alma
distribuir este año sin estaciones,
esta eternidad sin semanas, ni cuartos de hora, ni siglos,  15
este minuto representado
por una serpiente inmutable que se muerde a sí misma la cola!

Tú,
que no creías en las flores envenenadas,
¡cómo te apartas, ahora, del cáliz de esta simple belladona silvestre!  20
¡Cómo la temes!
Porque todo ha cambiado, desde hace veinticuatro segundos,
en el reglamento de tu infantería para fantasmas
y los toques no son los mismos, la derecha y la izquierda del cuerpo no son las mismas...
Todo.  25
Pero la última orden fue ¡Pecho en tierra!

Creedlo sin más preguntas de vuestros pájaros,
maizales de lacias hojas, aldeas, volcanes, tigres,
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este uniforme de cinco sentidos paralizados
olió, escuchó, tocó, miró y gustó con más raíces el mundo  30
que la más alta de vuestras encinas
o la más desgarradora de vuestras zarpas.

Este laberinto de músculos y de huesos
en que la sangre no sabe ya cómo circular sin endurecerse
y la voz se anuda a la lengua para no hacer pedazos el cráneo  35
tuvo también su Dirección de Teléfonos
y sus cinematógrafos de sesiones parlantes
y su salón de conciertos en que una orquesta invisible
está ejecutando todavía la Pastoral.
Creedlo también vosotras.  40
Sobre todo vosotras, aguilitas de bronce, tenaces,
que la muerte no consiguió hacer huir de las cartucheras.
Y vosotras, manchas de fango,
que entre el oficio de nutrir a una dalia y el de sepultar a una mosca,
no vacilasteis.  45
Porque el destino de vuestra oscuridad consistía probablemente
en condecorar este pantalón moribundo,
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este cinturón sin hebillas
y estos crueles zapatos que no quisieron a tiempo enseñarle la ruta.

La fuerza que habitó en estos miembros,  50
el huésped que pobló de agujeros las paredes de esta casa vacía
no era un loco.
Tampoco era un fabricante de clavos,
ni un vendedor de rollos de música para pianolas,
ni el impresor de un periódico para ciegos.  55

Y por eso esta flor caída no sé de dónde, en sus labios,
no durará mucho tiempo.
Lo siento.

No obstante
es preciso pensar que a cierta hora de un reloj de pulsera  60
cierta voz, cierta queja -únicas- faltarán esta noche en el mundo.
Entristecerse de la ventana
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en cuyo marco solamente el retrato de una doncella enlutada
verá concluir el estío.
Y sufrir  65
por esa pipa que morirá sin haber conocido el sabor del tabaco rubio,
por ese vestido nuevo
que se quedó planchado para ir a la ópera,
por esa pluma-fuente que no volverá a escribir de memoria mi nombre.

Pero no lo compadezcamos.  70
No lo sepultaremos con lágrimas.

Un caballo loco ha pasado relinchando sobre su cuerpo.
Un gorrión le picotea aún el maíz de los dientes.
Otro quisiera ya humedecerse las alas en el agua de su bayoneta desnuda.

Pecho en tierra...  75

Y no diríamos que está muerto
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si por el clavo más pequeño de sus zapatos felices
la lluvia que le barniza las suelas no lo empezara alegremente a oxidar.