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Jules Supervielle





Oloron - Sainte - Marie


Como en el tiempo de mis padres los Pirineos escuchan a las puertas
y me siento vigilado por sus falanges arrugadas.
el río corre, ojos bajos, sin querer diferenciar
a los hombres de las sombras,
y atraviesa entre las piedras  5
que no temen a los siglos
pero que en ellos se apoyan para soñar.

Es el pueblo de mis padres, me llaman todas las cosas.
por las calles ruedo y subo al piso de cualquier casa,
estos pisos me convierten en sendero de montaña,  10
entro sin llamar en esas alcobas que cruza el campo,
espejos rehacen los bosques, socorriendo a los arroyos,
me descubro en su interior apresado por sus aguas.
Yerro sobre los tejados, subo a lo alto de la torre,
y, por juntar a los muertos que el menor rumor asusta,  15
yo soy el badajo humano,
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que ningún ruido revela,
de la campana nocturna
en el cielo pirenaico.

¡Oh, muertos de andar esquivo,  20
que confundimos siempre con la inmovilidad,
perdidos en su sonrisa como epitafio en la lluvia,
de posturas contraídas, molestos de tanto espacio.
¡Oh, muertos vigiladores de las posiciones nuestras,
somos nosotros los inválidos a punto de caer sobre la frente!  25

De la sangre estáis curados,
de esa que deja sediento.

Curados estáis de ver
la mar, el cielo y los bosques.

Acabasteis con los labios, sus razones y sus besos,  30
con las manos que nos siguen siempre sin apaciguarnos,
con los cabellos que crecen y las uñas que se rompen,
y, tras de la frente dura, con la mente que se agita.

Nada nos iguala tanto
como ese frío tan vuestro.  35
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Sólo estamos separados
por el temblor de una hoja.

No me volváis las espaldas. ¿Acaso no adivináis
junto a las viejas rodillas a un vivo de vuestra raza?

Amigos, no temáis tanto  40
que os vaya a tirar de un pico de vuestro traje flotante.

¿No sentís como deseos,
colegiales de la muerte, de que os decline la vida?

Os contaremos de nuevo
cómo la sombra y el sol  45
en un instante que duermen
destruyen y hacen un álamo.

Y otra vez construiremos
cada pueblo con los arcos respirantes de sus puentes,
la campiña con el viento  50
y el levantarse del sol en medio de sus hermanos.

¿Estáis seguros, seguros de no tener qué añadir
y que es siempre de este lado el mismo día, el mismo estío?

¡Ah, cómo apaciguaré mis huesos miserables,
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tropa lívida, ciega, con el rostro calcáreo,  55
que reclama la muerte de su jefe visible,
cuyos ojos azules vigilan las afueras.

Escucho que me llenan de sus sórdidas voces.
huesos que clavan mi carne
como secretos cuchillos  60
que jamás han visto el día:

-No te escapes así a nuestro entendimiento.
Tu silencio nos miente.
Tan sólo somos uno,
no nos olvides nunca.  65

Hemos partido ligados
como la esposa al esposo
cuando sopla la bujía
ya para toda la noche.

-Pequeños, grandes huesos, cartílagos,  70
aun hay jaulas más crueles.
paciencia, blancos relámpagos,
en la cárcel de mi carne.

Tórax, deja sin temor
que te llene el aire claro.  75
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¿No comprendes tú que el sol
te alcanza desde los cielos?

Escucha, húmero sombrío,
la noche carnal es dulce.
no ha que pensar todavía  80
en la flauta de los muertos.

Y tú, rosario de huesos, columna vertebral,
que no desgranará ninguna mano,
aleja de nosotros esa hora enemiga,
roguemos por el río que nos riega la vida  85
y hacia nuestras pupilas se apresura.






Un visage à mon oreille...


Un rostro junto a mi oído,
un rostro de espejo, viene
a descansar en el oscuro.
«Bello rostro, vela, quédate,
quédate sin alarmarte.  5
es un hombre y es su sueño
los que están cerca de ti.
Haz que penetren los dos
en el bosque de mil leguas
con todas las hojas bajas  10
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como pupilas cerradas,
lugar en donde los pájaros
bajo sus alas ocultos
cantan y al alba despiertan
para callarse y mirar.  15
-Duerme, te escucho mirando
si la tierra sigue ahí,
si los árboles son árboles,
si las rutas obedecen,
y si la estrella novicia  20
que tú descubriste ayer
aun brilla en el cielo liso
y se acerca a nuestro aire.
Duerme, mientras que las casas,
en sus pisos y en su fuerza  25
cansadas de las edades
en un instante se borran.
-Dime, ¿es a ti a quién escucho
a través de este gran sueño,
cadena blanca de montes  30
que me separa de ti?
¿Estoy en la vieja Tierra
con distancias semejantes
a esas líneas de las manos
que nadie sabe quién une?  35
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-Sobre cada tallo y yerba,
sobre los peces huidizos
yo velo y te los preservo,
los salvo para mañana.
Y tú encontrarás también  40
para descubrir el mundo
los insectos, el color
de los ojos y las horas.
El sueño viene a rendirte.
Tu cama se acuerda ya  45
de un tiempo haber sido cuna.
que tu mano se abra y deje
escapar fuerza y flaqueza,
que tu corazón y mente
corran al fin sus cortinas,  50
que tu sangre se apacigue
por favorecer la noche».






Vivante ou morte, ô toi qui me connais si bien...


¡Oh, tú, viva o difunta, que tan bien me conoces,
déjame que te acerque al modo de los hombres!

Es de noche en la alcoba y tiembla una almohada
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lo mismo que un velero que oye venir el mar,
y yo ya no comprendo si soy un tripulante  5
o el adiós de algún brazo que se quedó en la orilla.

¡Ah!, que yo pare un día tu carne a la deriva,
tú que vas esquivando mi deseo y el tuyo,
a lo ancho de mis manos, que escoltan los abismos,
cuando un débil ruido sólo apoye mis pies.  10

Un ruido de alborada sumergida en tinieblas,
pero capaz aún de tocar tu ventana
       de hacértela abrir.

Versiones de Rafael Alberti