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ArribaLa educación de moda

Drama en un acto


Traducido libremente de Berquin


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PERSONAJES
 

 
DOÑA TOMASA.
ROSA,   su sobrina de edad de 13 años.
JOAQUÍN,   su sobrino, de edad de 12 años.
DON ALEJANDRO,    tutor de los dos.
MONSIEUR BALANCÉ,   maestro de baile.
LUCÍA,   criada.
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Escena I

 

La escena es en la sala principal de casa de DOÑA TOMASA.

 
 

DOÑA TOMASA, DON ALEJANDRO.

 

DOÑA TOMASA.-  No hay disculpa que valga, señor don Alejandro. No acordarse en cinco años de hacer una visita ni a mí, ni a su pupila de V. es mucha crueldad, mucha.

DON ALEJANDRO.-   ¿Qué quiere V., señora? Mis ocupaciones, la poca salud que gozo, el temor de las incomodidades del viaje...

DOÑA TOMASA.-  Quince leguas. ¡Vea V. qué gran viaje!

DON ALEJANDRO.-  Crea V. que para mí es una empresa terrible, pues mis achaques no me permiten salir de mi rincón, y aun así no puedo prometerme ya largo hospedaje en este valle de lágrimas.

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DOÑA TOMASA.-  De ese modo muy poderoso debe ser el motivo que trae a V. por acá.

DON ALEJANDRO.-  No he venido a otra cosa que ver a Joaquín y a Rosita.

DOÑA TOMASA.-  ¡Y qué Rosita! ¡Es mucho cuento! Por verla un instante se pudiera atravesar el mundo de un cabo a otro. ¡Qué talento el de aquella criatura! ¡Qué habilidades!

DON ALEJANDRO.-   Con esos elogios no hace V. más que avivar mis deseos de verla. ¿Dónde está? Quiero cuanto antes abrazarla.

DOÑA TOMASA.-  Está en el tocador.

DON ALEJANDRO.-  ¡Cómo! ¿Tan tarde? ¿y Joaquinito en qué consiste que no ha venido del colegio para hallarse aquí en el momento de mi llegada?

DOÑA TOMASA.-   Cuando supimos anoche que había V. de llegar esta mañana, era ya bastante tarde. Los muchachos han tenido mucho que hacer desde   —365→   muy temprano, y la Lucía no ha podido apartarse un minuto de mi sobrina.

DON ALEJANDRO.-   Hágame V. el favor de enviar por Joaquín inmediatamente; y entretanto subiré yo al cuarto de su hermana.

DOÑA TOMASA.-  No, señor, no, que nos exponemos a que la dé algún susto al ver a V. de improviso. Mejor será que yo me adelante a prevenirla.  (Vase.) 



Escena II

 

DON ALEJANDRO.

 

  Milagro será que esta doña Tomasa no dé a su sobrina la misma educación que ella tuvo: tres horas de tocador, emperejilarse como una maya, y estar siempre muy espetada en un canapé en son de recibir visitas. ¡Y gracias que no haya desatendido por esto otras cosas más esenciales!


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Escena III

 

DON ALEJANDRO, DOÑA TOMASA.

 

DOÑA TOMASA.-  Al momento baja, señor don Alejandro, como que se está poniendo la postrera pluma.

DON ALEJANDRO.-   ¿Y quién repara en una pluma más o menos? Creí que estuviera tan impaciente por verme a mí como lo estoy yo por verla a ella.

DOÑA TOMASA.-  Mucho que lo está; sí, señor: pero el deseo de agradar a V....

DON ALEJANDRO.-   ¿A fuerza de plumas? ¡Qué disparate! ¿Ha enviado V. por Joaquín?

DOÑA TOMASA.-    (Con impaciencia.)  Para eso tiempo hay de sobra.

DON ALEJANDRO.-  Me contesta V. de un modo, como si no debiera yo tener gran satisfacción en verle.

DOÑA TOMASA.-  No es decir que sea malo: eso no; pero   —367→   aquella finura que tanto recomienda en la sociedad, aquellos modales delicados... la verdad; no los tiene.

DON ALEJANDRO.-  ¿Pues qué? ¿es huraño, grosero, impolítico con las gentes?

DOÑA TOMASA.-  Tanto como eso no. Dicen que sabe muchas cosas, y que tiene la cabeza atestada de latines; pero repito que el modo gracioso de presentarse, el aire de soltura y elegancia, en fin cierta flor de urbanidad que sobresale en su hermana ¿cuándo llegará él a adquirirla?

DON ALEJANDRO.-  Eso ya lo hará el tiempo y el trato. ¿Descubre tener buen corazón?

DOÑA TOMASA.-   Ni bueno ni malo. La que es un prodigio es mi Rosita. ¡Qué de gracias! ¡Qué de perfecciones! Un continente, unos modales que arrebatan. Por lo que hace a su hermano, le vemos muy de tarde en tarde.

DON ALEJANDRO.-  ¿Por qué razón?

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DOÑA TOMASA.-   Por no distraerle de sus estudios. Además cuando viene a casa veo que no pone la mayor atención en las lecciones que le damos para tratar a las gentes como es debido. No sabe hacer un cumplimiento con gracia; de modo que cuando le he llevado alguna vez a las tertulias de señoras, jamás le he visto decir oportunamente una agudeza.

DON ALEJANDRO.-   Tal vez consistirá en que habrá versado la conversación sobre asuntos que no entienda.

DOÑA TOMASA.-  Un joven bien educado debe estar impuesto en cuantos asuntos puedan ser materia de conversación entre mujeres.

DON ALEJANDRO.-   Sin embargo crea V. que en su edad sienta muy bien cierto silencio modesto. Lo que actualmente debe hacer es escuchar a los demás, para instruirse, y ponerse en estado de hablar cuando le llegue la vez.

DOÑA TOMASA.-   No estoy por eso: ¿Quiere V. que parezca uno de aquellos muñecos que no se mueven   —369→   hasta que se les da cuerda? ¡A quien da gusto oír hablar es a Rosita: ¡qué facilidad! ¡qué chiste! ¡qué soltura! A veces cuesta trabajo seguir el hilo de su conversación.

DON ALEJANDRO.-  Ya iremos viendo cuál de los dos merece la preferencia en mi cariño. Ya sabe V. que le prometí a su padre en los últimos momentos mirar por ellos como si fuesen hijos míos, y quiero cumplirle la palabra. Como no puedo saber cuánto tiempo ha determinado el Señor tenerme en el mundo, he venido a ver a estos chicos, a estudiar su carácter, y a tomar con este conocimiento las disposiciones oportunas en favor de entrambos.

DOÑA TOMASA.-  ¡Oh amigo el más fiel y el más generoso de todos! Mi hermano agradecerá a V. tantos beneficios desde la Gloria, y pedirá a Dios le recompense dignamente. A mí me faltan palabras con que manifestarme reconocida a ellos en nombre de sus hijos.

DON ALEJANDRO.-   Lo que V. llama beneficios, no es más que una obligación, señora. Su digno padre de V.   —370→   quiso que participase yo de la juiciosa educación que dio a su hijo y a sus desvelos debo mis caudales. Soy solo; sus nietos son mi única familia, y a ellos tocan de derecho en vida y en muerte unos bienes, que he procurado conservar y aumentar por dejarlos ricos.

DOÑA TOMASA.-   En este supuesto, Rosita como la más amable...

DON ALEJANDRO.-  Si entre ellos ha de haber alguna diferencia, no inclinarán la balanza en su favor sus respectivas. habilidades de mero adorno, sino sus prendas y virtudes.

DOÑA TOMASA.-   Aquí tiene V. a Rosita.



Escena IV

 

DOÑA TOMASA, DON ALEJANDRO, ROSA vestida con excesivo lujo y esmero.

 

DON ALEJANDRO.-  ¡Cómo! ¿Es esta Rosita?

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DOÑA TOMASA.-  Ya dije yo que se había V. de quedar asombrado de verla tan llena de encantos. ¿Sabes, mi cielo, que nos has hecho esperar más de lo regular?

ROSA.-   (Haciendo a DON ALEJANDRO una reverencia muy grave y ceremoniosa.)  Fue porque Lucía ha estado tan torpe que no ha sido posible que acertase a colocar mis plumas. Al cabo he tenido que echarla de allí, y ponérmelas yo misma. Señor don Alejandro, celebro en el alma ver a V. tan bueno.

DON ALEJANDRO.-  También yo tengo sumo gusto, querida Rosita...  (Va a abrazarla, y ella se aparta con ademán desdeñoso.)  ¿Qué quiere decir esto? ¿Te desdeñas de mirarme como a padre?

DOÑA TOMASA.-   Sí, Rosita, como a padre, y a un protector generoso.  (A DON ALEJANDRO.)  Ruego a V. que la disimule... ¡Esta criada con tanta modestia y tal recato!...

DON ALEJANDRO.-   Por admitir las demostraciones de mi cariño,   —372→   no hubiera ofendido su recato ni su modestia. Yo tengo además que hacerla algunas reconvenciones amistosas por lo que ha tardado en satisfacer la impaciencia de su tutor.

ROSA.-  Ruego a V. me perdone, señor mío, pues no me hallaba vestida con la correspondiente decencia para presentarme a sus ojos.

DON ALEJANDRO.-   O yo me engaño, o una señorita debe estar a cualquier hora en estado de recibir la visita de un sujeto de estimación. Un traje limpio y honesto es en mi sentir el único atavío con que debe estar habitualmente en su casa.

DOÑA TOMASA.-  Cierto, pero cuando se trata de recibir a un huésped como V., el respeto exige...

DON ALEJANDRO.-   Una pluma menos, y apresurarse algo más por un amigo, que trae andadas por sólo vernos quince leguas de tierra. Confieso a V., señora, que mi corazón hubiera tenido mucho mayor gozo en ver a mis hijos, porque lo son en virtud del amor que les tengo, y de mi amistad coa su padre, correr hacia   —373→   mí con los brazos abiertos y colmarme de caricias.

DOÑA TOMASA.-   No es extraño que sobrecogida por la veneración que a V. profesa...

DON ALEJANDRO.-  Bien: hablemos de otra cosa: la primera vez que se ofrezca ya me recibirás con mayor cordialidad: ¿no es verdad, Rosita? Por lo menos no te enojarás porque yo te tutee? Desde que viniste al mundo te he tratado así, y estos cinco años de ausencia no han hecho en mi corazón la menor mudanza. Así espero tratarte con tan grata familiaridad, aun cuando estés casada y llena de hijos.

ROSA.-   Lo tendré a mucho honor.

DON ALEJANDRO.-   Déjate de ceremonias, y di sencillamente que te alegras de ello. ¡Pero qué adelantada estás desde la última vez que nos vimos! ¡Qué crecida! ¡Qué cuerpo tan airoso! ¡Qué aire tan noble y desembarazado!

DOÑA TOMASA.-  ¡Oh! Preciosa, adorable.

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DON ALEJANDRO.-  Sin embargo nada valen estas prendas sin el embeleso del pudor y de la modestia, sin el atractivo de la afabilidad, sin la expresión ingenua de los sentimientos del alma, y sin la cultura del entendimiento.

DOÑA TOMASA.-  No hay duda. Las habilidades son lo que da mayor consideración en las tertulias numerosas, y en los bailes y conciertos más concurridos.

DON ALEJANDRO.-   ¡Qué bailes, ni qué conciertos, señora! Eso se suele ofrecer un par de veces en la vida, pues no imagino que penséis en ir haciendo ostentación de la chica de baile en baile y de concierto en concierto. Yo lo que deseo es que posea calidades que la den honor en una tertulia escogida y juiciosa, y en lo interior de su familia, ante Dios y su conciencia: lo demás son desatinos.

DOÑA TOMASA.-  Tiene V. mil razones: en eso no cabe la menor duda. Lo que yo he querido decir es que se halla en situación de presentarse en todas   —375→   partes sin hacer un papel desairado. Vamos, querida Rosa, siéntate al piano, y toca alguna friolera para que te oiga tu tutor.

ROSA.-    (Despacio a su tía al tiempo que abre el libro con impaciencia.) Gracias por el buen rato.

DOÑA TOMASA.-    (Despacio a ROSA.)  Canta por amor de Dios y no te impacientes, mira que arriesgas tu fortuna.

DON ALEJANDRO.-   Si no estás para ello esperaremos a mejor ocasión, que nadie nos corre.

ROSA.-

  (Canta acompañándose al piano.) 

Di tanti pálpiti,
Di tante pene, &c.

 

(Así que concluye empieza DOÑA TOMASA a dar palmadas diciendo:)

 

DOÑA TOMASA.-  ¡Bravo! ¡bravo! ¡bravísimo!

DON ALEJANDRO.-  Verdaderamente lo hace bastante bien para su edad; pero hubiera gustado más de oír alguna canción española. Al cabo el italiano es una lengua extraña, que las que cantan   —376→   suelen pronunciar mal, y los que escuchan entender peor.

DOÑA TOMASA.-  ¡Qué está v. diciendo, señor don Alejandro! Donde está el italiano, y la música de Rosini, calle el mundo. ¿Cantar canciones castellanas? No era menester otra cosa para que la chica quedase desacreditada para siempre en todo Madrid.

ROSA.-   V. me permitirá que le recuerde que la dulzura del italiano no la tiene ningún otro idioma.

DON ALEJANDRO.-  Aunque en este punto no hallo diferencia notable entre amore y dolore, y amor y dolor; y guerrero me parece más dulce que güerriero, sin embargo es cosa en que todos están convenidos, y nada tengo que decir: además la moda lo manda, y ese es tribunal sin apelación.  (Repara en un dibujo, que representa una ninfa sorprendida por un fauno, y se acerca a mirarle con atención.) 

DOÑA TOMASA.-   Descuélguele V. y mírelo bien, a ver qué le parece.

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DON ALEJANDRO.-    (Lo descuelga y mira.)  Me parece muy bien, si Rosa lo ha hecho sin ayuda de vecino.

DOÑA TOMASA.-   El maestro ha dado algunos toques después de acabado, pero no muchos.

DON ALEJANDRO.-  Es lástima que ese maestro no haya elegido mejor asunto. Un rasgo de beneficencia, o cualquiera otra acción virtuosa, sirven igualmente para ejercitarse en el dibujo, y son lecciones útiles que se graban en el alma.



Escena V

 

DOÑA TOMASA, DON ALEJANDRO y LUCÍA.

 

LUCÍA.-    (A DON ALEJANDRO.)  Acaban de traer las maletas de V. ¿quiere V. que las coloquen en su cuarto?

DON ALEJANDRO.-    (A DOÑA TOMASA.)  ¿Quién las ha mandado traer?

DOÑA TOMASA.-  Esa libertad me la he tomado yo, pues teniendo   —378→   V. aquí su casa, no es regular que esté en una fonda.

DON ALEJANDRO.-  Doy a V. mil gracias por su favor, pero no quisiera dar molestias, y por otra parte...

DOÑA TOMASA.-  El favor es para mí, y no hablemos más del asunto.

DON ALEJANDRO.-  Está bien; pero permítame V. que vaya a dar algunas disposiciones, que pronto estoy de vuelta.  (Vase.) 



Escena VI

 

DOÑA TOMASA, ROSA.

 

ROSA.-   ¡Gracias a Dios, que ya puedo respirar!

DOÑA TOMASA.-  Habla más bajo por Dios, que puede oírte.

ROSA.-  Que me oiga enhorabuena. ¿Ha visto V.   —379→   qué fastidio? Estoy tan picada que hiciera pedazos la música y los dibujos.

DOÑA TOMASA.-   Repórtate, niña, que nos vas a perder con tus arrebatos.

ROSA.-  ¿Pues qué? ¿No me he reportado bastante? ¡El diantre del señor que en todo encuentra qué censurar!

DOÑA TOMASA.-   Esas son rarezas de señor mayor, de que no se hace alto.

ROSA.-   ¿Y por qué me ha puesto V. en el caso de tener que aguantarlas? ¡Fuerte empeño en que había de cantar sin gana! V. no se detiene: lo que se la pone en la cabeza, aquello se ha de hacer. No, pues otra vez que se ofrezca, no seré yo tan tonta que condescienda.

DOÑA TOMASA.-   Pero, cielo mío; ¿no consideras que tu fortuna depende absolutamente de tener contento a don Alejandro?

ROSA.-   ¿Mi fortuna?

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DOÑA TOMASA.-  Lo que oyes. ¡Si fuera eso sólo lo que ha hecho por ti hasta ahora!

ROSA.-  ¿A qué se reduce? A uno que otro regalito de tiempo en tiempo. Yo no he menester sus regalos.

DOÑA TOMASA.-  No sabes lo que te dices, hijita; y es preciso que tengas entendido, que a no ser por él serías muy desgraciada. Lo que dejó tu padre es muy poca cosa: yo por mi parte estoy atenida a mi triste viudedad. Conque mira tú cómo hubiera sido posible costear los gastos de tu educación y decencia con tan cortos medios.

ROSA.-  ¿Y es don Alejandro el que los paga?

DOÑA TOMASA.-   Y con la mayor puntualidad: lo mismo que la pensión de tu hermano en el colegio.

ROSA.-  Como V. nunca me ha dicho semejante cosa...

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DOÑA TOMASA.-   Hasta ahora nada te importaba saberlo; mas ya que ha venido, considera cuán necesario es que le contemples, demostrándole tu respeto y teniendo con él todo género de atenciones. ¿Sabes cuál es el objeto de su venida? Pues no es otro que veros a tu hermano y a ti, y disponer en vuestro favor de todos sus bienes por medio de un testamento.

ROSA.-  ¡Cuánto me pesa haber dado a entender mi disgusto!

DOÑA TOMASA.-  También él se ha portado mal contigo; eso es otra cosa. ¡Oír con tanta indiferencia una voz tan brillante como la tuya, y no manifestarse admirado de tu ejecución! Pero de todos modos es fuerza que procures agradarle, pues de lo contrario se llevará Joaquín la preferencia, que es lo que debemos evitar.

ROSA.-  Mucho me temo que la merezca más que yo.

DOÑA TOMASA.-   ¡Qué disparate! Ya veo que te conoces muy   —382→   mal. ¿Y al otro qué falta le hace? Un hombre encuentra siempre medios de hacer su carrera; pero una mujer que no es rica, tiene poquísimos recursos para colocarse.

ROSA.-   Por eso mismo conozco, que debiera yo haber aprendido otras cosas más útiles que el baile, la música y el dibujo.

DOÑA TOMASA.-  No digas simplezas, mujer. ¿A una señorita tan acaudalada como puedes prometerte serlo, qué más se le puede pedir que el que tenga habilidades con qué lucirlo en la sociedad? Lo importante es tener contento a don Alejandro: trata de complacerle en todo, y deja lo demás por mi cuenta.



Escena VII

 

DOÑA TOMASA, ROSA, LUCÍA.

 

LUCÍA.-   Señorita, Monsieur Balancé está esperando: ¿qué le digo?

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DOÑA TOMASA.-  Dile que venga a esta sala, que hoy será la lección aquí.

 

(Vase LUCÍA.)

 

ROSA.-   ¿No será mejor decirle que se vaya? Quizá se disgustará don Alejandro, y será mucho peor.

DOÑA TOMASA.-   Nada menos que eso. Cabalmente estoy deseando que se halle presente a la lección. Bailas con tanta gracia que a los cuatro compases se va a volver loco. Ya lo verás.  (Corre hacia la puerta.)  Pase V. adelante, Monsieur Balancé.



Escena VIII

 

DOÑA TOMASA, ROSA, MONSIEUR BALANCÉ.

 

DOÑA TOMASA.-  ¿No es verdad, que mi sobrina baila como un ángel?

MR. BALANCÉ.-   Ciertamente, señora: esa es la más exacta comparación.

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DOÑA TOMASA.-   Hoy es preciso esmerarse, y hacer de modo que luzca Rosita su habilidad cuanto sea posible, porque tal vez asistirá su tutor a la lección.

MONSIEUR BALANCÉ.-  Muy bien, señora: los dos nos esforzaremos.



Escena IX

 

DOÑA TOMASA, ROSA, MONSIEUR BALANCÉ, DON ALEJANDRO.

 

DOÑA TOMASA.-    (Tomando de la mano a DON ALEJANDRO.)  Siéntese V. aquí a mi lado, señor don Alejandro, que quiero que vea V. bailar a Rosita. Es lo mismo que un céfiro; lo mismo. Vamos, Monsieur Balancé, aquel pas-russe nuevo que V. ha inventado.

ROSA.-  Pero yo no puedo bailarle sola.

DOÑA TOMASA.-   Monsieur Balancé le bailará contigo.

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DON ALEJANDRO.-   Esos bailes tan violentos, en que hay tantas cabriolas, me gusta verlos alguna vez en el teatro, pero no me parecen propios de la modestia de una señorita. Ya se ve: el minué ya no se baila en el mundo.

 

(La tía y la sobrina se miran y se encogen de hombros.)

 

DOÑA TOMASA.-  Si V. gusta, pueden hacer algunos pasos de las contradanzas francesas, que ahora se bailan en todas las casas de forma. En ellas se luce la gracia y la soltura sin ofensa del pudor.

DON ALEJANDRO.-   Vaya: veamos.

MONSIEUR BALANCÉ.-   Como V. guste, caballero. Vamos allá, señorita. L'Etè... En avant deux... Chassez... Traversez... Chassez encore... A votre place... Balancé.

 

(Mientras bailan los dos va notando el maestro del modo dicho los pasos que han de hacer.)

 

DON ALEJANDRO.-  Muy bien, Rosa, muy bien.  (A MONSIEUR BALANCÉ.) Basta de lección por hoy, señor maestro

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(MONSIEUR BALANCÉ hace a todos una gran cortesía, y se va.)

 

ROSA.-    (Por lo bajo a su tía.)  ¿Qué tal, tía? ¿Ve V. los grandes elogios que he recibido?

DOÑA TOMASA.-  ¡Vaya señor tutor! ¿No se ha quedado V. absorto y maravillado al ver bailar a su pupila? Yo creo que V. o no la ha observado bien, o no ha echado de sí todavía la fatiga del camino.

DON ALEJANDRO.-  Perdone V., señora: ya he manifestado a Rosita mi complacencia. ¿Pero quiere V. que me saquen de tino media docena de piruetas? Mi entusiasmo lo guardo para otras perfecciones de mayor importancia.



Escena X

 

DOÑA TOMASA, DON ALEJANDRO, ROSA, JOAQUÍN.

 

JOAQUÍN.-    (Entra corriendo y abraza a su tutor.)  ¡Bien venido, señor don Alejandro! ¡Qué   —387→   deseos tenía de ver a V.! ¿Ha llegado V. bueno?

DOÑA TOMASA.-   ¿Qué atropellamiento es ese? ¿Tratas de ahogar a tu tutor, aturdido?

DON ALEJANDRO.-   Déjele V., señora, que más aprecio estos arrebatos de alegría, que las reverencias insulsas y compasadas. Ven, querido Joaquín; vuelve a estrecharte contra mi corazón. ¡Qué memorias tan dulces me renueva tu vista! Sí, estas son las facciones de tu padre con toda aquella amabilidad y nobleza que las distinguía.

DOÑA TOMASA.-   Bien pudieras haberte puesto el frac nuevo; ya sabes que visitas de esta clase no es decente hacerlas de levita.

JOAQUÍN.-   Así estaba cuando llegó el recado, y aunque pensé en mudarme, no pude resolverme a perder un cuarto de hora más. Estaba ansioso por ver a mi amado tutor, y todos Vds. me perdonarán la falta en que incurrí por mi impaciencia.

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DON ALEJANDRO.-  También yo deseaba verte por momentos, hijo mío, y por lo mismo te agradezco esa impaciencia, sin la cual hubiera tardado algo más en tener ese gusto.

DOÑA TOMASA.-   Y diga V., caballerito. ¿Tú hermana y yo no merecemos un triste saludo?

JOAQUÍN.-   Perdone V. tía: con el júbilo de ver y abrazar a mi tutor, no reparé en nadie; y caí en ese descuido. Adiós, Rosita, no te picarás por eso:  (Dándole la mano.)  ¿no es así?

ROSA.-   ¿Yo picarme? No por cierto.  (Con seriedad.) 

DON ALEJANDRO.-  Dispénsele V., señora, su distracción, pues sintiera que llevase una reprimenda por causa mía.

DOÑA TOMASA.-    (Aparte.)  Ya no puedo aguantar más  (A DON ALEJANDRO.)  Si V. me lo permite saldré a dar algunas órdenes a los criados.

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DON ALEJANDRO.-   V. puede con toda libertad, hacer lo que guste, señora.

DOÑA TOMASA.-    (A ROSA.)  No sé qué gusto tienes en presenciar sus coloquios.  (Alto.)  Ven conmigo, Rosita, si quieres.

ROSA.-  Perdone V., tía, pero quisiera quedarme con el señor don Alejandro si lo tiene a bien.

DON ALEJANDRO.-  Con mucho gusto, hija mía.

 

(Vase DOÑA TOMASA muy de mal humor.)

 


Escena XI

 

DON ALEJANDRO, ROSA, JOAQUÍN.

 

DON ALEJANDRO.-  ¿Qué tal, Joaquinito? ¿Te va bien en el colegio? ¿Están contentos contigo los jefes?

JOAQUÍN.-   Me va muy bien, sí señor. Lo demás ellos son los que pueden decirlo.

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DON ALEJANDRO.-   ¿Cuáles son actualmente tus lecciones?

JOAQUÍN.-  Desde que concluí la gramática, me enseñan geografía, matemáticas e historia.

DON ALEJANDRO.-  ¿Y haces progresos? La verdad.

JOAQUÍN.-  ¡Oh! Cuanto más voy adelantando, veo más bien lo que me falta saber. Procuro no ser el último en mi clase.

DON ALEJANDRO.-  ¿Y cómo estamos de música, baile y dibujo?

JOAQUÍN.-   También doy mis lecciones, especialmente de música y dibujo, porque dice el maestro que en el verano no conviene el demasiado ejercicio. Pero en el invierno nos aplicamos más al baile.

DON ALEJANDRO.-   No me parece desacertado ese plan.

JOAQUÍN.-  Pero en ninguna estación podemos destinar mucho tiempo a esas habilidades, pues sólo   —391→   tienen lugar en las horas de recreo, y después de las principales obligaciones. Dice el rector que lo esencial es adquirir conocimientos útiles para servir al estado, y vivir feliz y honradamente en el mundo.

DON ALEJANDRO.-  Vamos: dame otro abrazo.

ROSA.-    (Aparte.)  Bien conozco que eso es lo esencial, y que mi tía no ha pensado en tal cosa.

JOAQUÍN.-   No crea V. amado tutor, que soy tan bueno como V. tal vez se figura.

DON ALEJANDRO.-  ¿Pues qué hay?

JOAQUÍN.-   Que soy un poco distraído y atolondrado. Por ejemplo, suelo confundir las horas, haciendo en unas lo que debo hacer en otras. Me cuesta infinito corregir algunas malas mañas, y vuelvo a incurrir a menudo en faltas de que ya me he arrepentido muchas veces.

DON ALEJANDRO.-  ¿Y qué? ¿no tratas de enmendarte?

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JOAQUÍN.-   Cuando pienso en ello, sí señor; pero casi siempre se me olvidan mis buenos propósitos.

DON ALEJANDRO.-   No me descontenta sin embargo que adviertas tu mismo tus defectos, pues el primer paso hacia el bien es el conocimiento de las propias flaquezas. ¿No es así, Rosita?

ROSA.-  A mí me parece que no soy distraída ni atolondrada, y que no tengo los defectos de mi hermano.

DON ALEJANDRO.-  ¿Si no tienes esos, tendrás otros quizá?

ROSA.-  Mi tía no me ha notado ninguno, o al menos nada me ha dicho.

DON ALEJANDRO.-  Pues debiera ser la que los advirtiese más pronto; pero la pasión suele cegarnos, y no los echamos de ver. Dígolo sin intención de ofenderte, Rosita.

ROSA.-  Ya me va enfadando demasiado el tal señor,   —393→   pues todos los elogios son para mi hermano, y para mí guarda sólo las reprensiones.

DON ALEJANDRO.-  Esperadme aquí un poco, que voy a ver si el muchacho ha sacado la ropa de las maletas, donde viene también algo para vosotros.

JOAQUÍN.-  No tarde V. mucho.

DON ALEJANDRO.-   Hasta luego.  (Vase.) 



Escena XII

 

JOAQUÍN, ROSA.

 

ROSA.-   ¡No hay duda que serán gran cosa los regalos que nos traiga! Por mí nada me importa que se queden en la maleta.

JOAQUÍN.-  Mujer, no digas eso de nuestro bienhechor. ¿Quién sino él te ha dado cuanto hay en tu cuarto, y lo que tienes puesto? Yo te confieso que aun cuando sea una friolera lo que me diere, agradeceré infinito su memoria.

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ROSA.-  Nada me digas, que estoy furiosa contra él, contra mi tía, y aun contra mi propia... A todo el mundo daría de bofetones.

JOAQUÍN.-   ¿Y a mí también, querida hermana? ¿Pues qué es lo que tienes, Rosita mía?  (La toma de la mano.)  

ROSA.-   ¡Si te vieras tú tan maltratado como yo me veo!...

JOAQUÍN.-   ¡Maltratada! ¿Por quién? Mi tía no te deja sacar la cabeza al balcón por miedo de que te resfríes, y no falta sino que te meta en un escaparate.

ROSA.-   ¡Sí, pero don Alejandro es un hombre tan grosero!

JOAQUÍN.-  No sabes lo que te dices, hermana. Cabalmente es todo lo contrario: ¡tan indulgente! ¡tan bueno!

ROSA.-   Nada de cuanto hago yo le gusta. El baile,   —395→   el canto, los dibujos, todo lo ha mirado con el mayor desprecio, diciendo que debiera haber aprendido cosas más esenciales.

JOAQUÍN.-   En eso presumo que tiene razón.

ROSA.-   Eso es: tiene razón, y mi tía no sabe lo que se ha hecho. ¿No es así? ¿Y qué es lo que llamas cosas esenciales?

JOAQUÍN.-   No me parece preciso ser un sabio para conocerlo.

ROSA.-  Pues dímelo, una vez que sabes tanto.

JOAQUÍN.-   ¿Dime, Rosita, te entretienes en leer algunas veces?

ROSA.-   Sí, cuando tengo algún rato de sobra.

JOAQUÍN.-   ¿Y qué es lo que lees?

ROSA.-   Algunas comedias, o bien aquella colección de canciones para ir aprendiendo de memoria las más bonitas.

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JOAQUÍN.-   ¿Y te parece buena lectura esa para tu edad? ¿Piensas que no hay otras obras más instructivas?

ROSA.-  ¿Y aun cuando las haya qué tiempo me queda a mí para leerlas? Mientras me peino, me visto y me desayuno son las diez de la mañana; la lección de baile dura hasta las once; sigue la de música, después la de dibujo, y al punto me llaman a comer. Pues por la tarde y la noche no digo nada: pasada la siesta y el rosario, salimos a paseo, o a hacer visitas, y después al teatro o a la tertulia hasta el momento de acostarnos.

JOAQUÍN.-  ¿Y es eso todos los días?

ROSA.-  Puntualísimamente.

JOAQUÍN.-   ¡Oh! Pues el rector de mi colegio tiene hijas de tu edad, y siguen otra distribución de horas muy diferente.

ROSA.-   ¿De qué manera?

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JOAQUÍN.-   En primer lugar a las siete de la mañana en invierno, y a las seis en verano están ya vestidas para el día entero.

ROSA.-   ¿Con tan poco dormir estarán siempre dando cabezadas?

JOAQUÍN.-   No lo creas: siempre las verás más despabiladas que tú. ¿No ves que se acuestan a las diez?

ROSA.-  ¿A las diez se acuestan?

JOAQUÍN.-   Por eso se levantan temprano, y cuando estás tú roncando, ya han dado ellas su lección de aritmética, geografía e historia. Luego despachan con su madre las faenas de la casa, y a las diez ya están cosiendo o bordando hasta mediodía.

ROSA.-   (Con menosprecio.)  Pues qué ¿las cría para amas de gobierno?

JOAQUÍN.-  No, sino porque así tendrán mejor colocación. ¿Te parece poca ventaja saber dirigir una   —398→   casa en todos sus ramos, disponer una comida, entender en el acopio de provisiones, y estar enseñadas a mandar a los criados?

ROSA.-   ¿Y después de comer en qué se ocupan?

JOAQUÍN.-  En escribir y tocar el piano hasta que llega la noche, en que se juntan con sus tertulianos alrededor de una mesa; entonces mientras una lee en voz alta algún libro entretenido, las demás repasan la ropa de uso, o arreglan sus trajes.

ROSA.-   ¿Y nunca juegan esas gentes, ni tienen la menor distracción?

JOAQUÍN.-  ¿Cómo que no? De tiempo en tiempo salen a dar un paseo, o a hacer cuatro visitas, y aun en casa se divierten a varios juegos, pero casi siempre con alguna labor entre manos. Yo no me acuerdo de haberlas visto enteramente ociosas.

ROSA.-  Eso es sin duda lo que quería decir el tutor; pero mi tía siempre ha dicho que esa   —399→   es una educación muy vulgar, y propia sólo de gente ordinaria.

JOAQUÍN.-  Mi tía no se hace cargo de que nosotros no somos ricos. Mas aun cuando tú fueses una señorita muy principal y acomodada, nunca estaría demás que supieses de todo, aunque sólo fuera para saberlo mandar. ¿No ves que a las que nada entienden del manejo de una casa, las engañan sus propios criados y todo el mundo, de modo que cuanto más ricas son, más pronto se ven arruinadas?

ROSA.-  Me dejas aturdido. Yo nada entiendo de cuanto has dicho, y apenas sé tomar la aguja en la mano. Lo peor es que la tía acaba de decirme que nosotros no podemos contar con otros bienes que los que nos quiera dejar don Alejandro.

JOAQUÍN.-  Dice muy bien, porque si él nos abandonase, o mudase de intención... Por otra parte no creo que la tía esté en situación de darnos gran cosa.

ROSA.-   Nada de eso. ¡Si no tiene más que su viudedad!...   —400→   ¡Mira tú si llega a faltar qué bien quedaremos!

JOAQUÍN.-  Por el pronto confieso que me vería algo apuradillo; pero teniendo confianza en Dios, me parece que me había de sacar del ahogo. Nunca faltan buenas almas, que cobran afición a los jóvenes juiciosos, y se complacen en darles la mano y proporcionarles colocación. Dentro de algún tiempo, cuando ya esté más adelantado, podré enseñar a otros chicos lo que hubiere aprendido. Entretanto me aplicaré con mayor empeño, y con la ayuda de Dios y buena conducta tarde o temprano se abre uno camino a mejor fortuna.

ROSA.-   ¿Y yo, qué adelantaría con mi baile, mi música y mis dibujos? Ya ves que estas habilidades sólo pueden dar de comer a quien las sepa con perfección.

JOAQUÍN.-   Ahí tienes por lo que el tutor preguntaba si no te habían enseñado otras cosas que las de mero recreo.

  —401→  

ROSA.-   No sé decirte, si traen consigo más disgustos que satisfacciones; porque te confieso, que si después de haber cantado o bailado no me dan muchos elogios, me entra un humor que no me puedo sufrir a mí misma.

JOAQUÍN.-  ¿Y de qué hablan Vds. cuando no tocan ni bailan?

ROSA.-   De modas, del paseo, de comedias, o de las novedades de la vecindad; y aunque se repite en una casa lo que se ha oído en otra, se apura muy pronto la conversación, y se muere una de tedio.

JOAQUÍN.-   Yo lo creo. ¡Mira qué asuntos tan interesantes! Cuando el maestro nos habla de las maravillas de la naturaleza, de las propiedades de los animales, de la extensión del mar, de los vivientes que encierra, de la estructura de las flores, y de otras mil cosas, entonces sí que estamos divertidos. Ejercita uno la memoria y la reflexión, y las horas se pasan como instantes.

  —402→  

ROSA.-   Tienes mil razones, Joaquín: yo nada sé de todo eso a pesar de tener dos años más que tú. Bien convencida estoy de que mi tía ha dejado de enseñarme las cosas de más utilidad e importancia.



Escena XIII

 

DOÑA TOMASA, ROSA, JOAQUÍN.

 

DOÑA TOMASA.-    (Que ha oído las últimas palabras de ROSA.)  ¿Y cuáles son esas cosas de importancia que no has aprendido, ingrata? Pero ya veo que este mentecato de Joaquín...

JOAQUÍN.-   A los pies de V., querida tía; que voy al cuarto de mi tutor.  (Vase.) 


  —403→  

Escena XIV

 

DOÑA TOMASA, ROSA.

 

DOÑA TOMASA.-   ¡El diantre del mocoso! Deja que se vaya su tutor, que primero que él vuelva a atravesar los umbrales de mi casa... Pero vaya; sepamos en qué he descuidado tu educación.

ROSA.-  En aquellos conocimientos esenciales que debe tener una mujer de juicio.

DOÑA TOMASA.-   ¿Pero a ti qué te falta, hechicera? ¿No eres tú quien se lleva la gala entre todas las señoritas de Madrid?

ROSA.-   Sí; por cosas que de nada sirven sino de fomentar la vanidad. Pero de aquellas que instruyen y despejan el entendimiento, como el cálculo, la geografía, la historia, tengo yo acaso la menor idea?

DOÑA TOMASA.-  Esas son bachillerías. ¡No faltaba más sino que te hubieses atormentado los cascos con vaciedades   —404→   propias de las aulas de una universidad! ¡Vea V. qué ocurrencia! ¿Cuándo has visto tú que se hable de nada de eso en las tertulias que has frecuentado?

ROSA.-   Ya se ve que no; pero al menos ¿por qué no debiera haber aprendido a bordar y coser, y a gobernar una casa?

DOÑA TOMASA.-  Porque no te he criado yo ni para modista, ni para ama de llaves: ¿lo entiendes?

ROSA.-   Pero, señora, si el tutor llega a faltar, ¿qué será de mí? ¿Qué medios me quedan de mantenerme?

DOÑA TOMASA.-   Si no hay otro miedo que ese, pierde cuidado que lejos de faltarte nada, podrás vivir con abundancia y esplendor. ¡Poco he trabajado yo con don Alejandro para que te deje por su heredera! Pero en fin se ha conseguido, y hoy mismo otorgará el testamento. Aquí viene: quédate con él que tiene que enterarte de sus disposiciones.  (Vase.) 


  —405→  

Escena XV

 

DON ALEJANDRO, ROSA, JOAQUÍN.

 

JOAQUÍN.-   Mira, hermana, lo que traigo aquí.  (Le enseña un reloj.)  

ROSA.-   ¿Cómo? ¿Un reloj de oro?

JOAQUÍN.-  Mi tutor me le ha regalado: ¡loco estoy de alegría! ¿Me permite V.  (A DON ALEJANDRO.)  que vaya a enseñársele al señor rector? En pocos minutos estaré de vuelta.

DON ALEJANDRO.-   No hay inconveniente. Dile que no te le he dado por lisonjear tu vanidad, sino para que no confundas ni trueques como hasta aquí las horas de tus lecciones.

JOAQUÍN.-   ¡Oh! Ya no hay miedo que me vuelve a suceder.

DON ALEJANDRO.-   De camino pídele licencia para pasar con   —406→   nosotros todo el día, y adviértele que después de comer iré a visitarle.

JOAQUÍN.-  Está muy bien.  (Vase corriendo.) 



Escena XVI

 

DON ALEJANDRO, ROSA pensativa.

 

DON ALEJANDRO.-  ¿Qué tienes, Rosita, que estás tan cabizbaja?

ROSA.-  ¿Cabizbaja? No por cierto.

DON ALEJANDRO.-  ¿Te has puesto triste porque he dado a Joaquín el reloj?

ROSA.-  ¡Para lo que le ha de durar! ¡Tardará bastante en descomponerle!

DON ALEJANDRO.-   El manejar un reloj tiene que saber muy poco, y ya le dejo enterado de lo que debe hacer. Ya ves que le hacía mucha falta.

  —407→  

ROSA.-  Cierto: si fuera como yo, que para nada lo he menester...

DON ALEJANDRO.-  Lo mismo he pensado yo, acordándome de que en casa hay reloj de sobremesa.

ROSA.-   Ello es verdad, que las más de mis amigas tienen cada una el suyo.

DON ALEJANDRO.-  Mejor. De ese modo tienes siempre a quien preguntar qué hora es.

ROSA.-   Sí; pero cuando alguna me lo pregunte a mí, tendrá que contestarla que no lo sé.

DON ALEJANDRO.-   Vamos: no tengas envidia, que no me he olvidado de ti.  (La da una cajita.) 

ROSA.-   (Poniéndose colorada.)  Muchas gracias señor, don Alejandro.

DON ALEJANDRO.-   ¿No aciertas a abrirla? dámela acá.  (La abre y saca unos pendientes de brillantes.)  ¡Vaya! ¿quedas contenta?

  —408→  

ROSA.-  ¡Así lo estuviera V. conmigo!

DON ALEJANDRO.-  Si he de hablar la verdad, no lo estoy todo aquello que quisiera. Ahora que estamos solos, quiero hablarte con franqueza, querida Rosa. Tu tía no ha perdonado gasto alguno para proporcionarte habilidades de lucimiento, y en esto se conoce su buen gusto y su cariño; pero es lástima que no haya pensado en que adquirieses otras más sólidas.

ROSA.-   Ya mi hermano me ha dicho lo mismo, y si supiese yo quién pudiera enseñarme ciertas cosas...

DON ALEJANDRO.-   Por eso no te detengas, pues yo conozco una señora muy estimable, que tiene a su cargo varias señoritas a quienes instruye en todo lo correspondiente a tu sexo.

ROSA.-   Mi tía sin embargo me había dicho que V. pensaba hacer tanto por mí, que no tendría necesidad de entender en los quehaceres domésticos de cierta especie...

  —409→  

DON ALEJANDRO.-   Ya estoy; pero... Enhorabuena; si te repugna seguir otro género de vida que el que has tenido hasta ahora, cuenta con mi cariño. Habré de dejarte todos mis bienes en el testamento.

ROSA.-   ¿Todos, señor?

DON ALEJANDRO.-   ¡Por fuerza, Rosita: y quiera Dios que basten para evitar verte algún día reducida a la mayor estrechez!

ROSA.-   ¡Qué dice V.!

DON ALEJANDRO.-   La pura verdad. ¿No ves que no te hallas capaz de suplir por ti misma a la menor de tus necesidades? ¿Sabes hacer, no digo las cosas más delicadas del traje que tienes puesto, sino una simple camisa?

ROSA.-  ¡Si nadie me ha enseñado!

DON ALEJANDRO.-  ¿Conque será preciso que traigas siempre al retortero una porción de personas que suplan   —410→   esa ignorancia y ese descuido? ¿Y eres tú bastante rica para esto?

ROSA.-  Yo por mí tengo muy poco, según dice mi tía.

DON ALEJANDRO.-  Y luego, cuando estés en edad de tomar estado ¿qué hombre de juicio quieres que venga a solicitar la mano de una mujer por las frívolas gracias del baile y del dibujo, que de nada le sirven, ni pueden contribuir al bien de su casa? ¿Sabes cuando no te faltarán pretendientes? Cuando tengas una gran dote que excite su codicia. Y ve ahí porque considero indispensable proporcionártela, legándote todos mis bienes.

ROSA.-  ¿Y mi hermano?

DON ALEJANDRO.-   Tu hermano tendrá que contentarse con lo que haga yo por él hasta que me muera, y con los auxilios que tú le dispenses en adelante. Lo que ahora debe hacer es darse prisa a instruirse para emprender una carrera que le proporcione medios de sostenerse con estimación.   —411→   ¿No he hecho yo lo mismo? Pues que siga mi ejemplo. ¡Ea! Adiós que voy a enterar a tu hermano de mis intenciones, así que vuelva del colegio. (Vase) 



Escena XVII

 

ROSA sola.

 

  ¡Qué fortuna tan grande! ¡Dueña de todo el caudal de don Alejandro! Esto era lo que tanto deseaba mi tía. ¿Pero qué dirá mi hermano? ¡Qué pesadumbre tendrá! Mas yo me acordaré de él; eso sí: siempre me sobrará alguna cosa con que ayudarle, después de satisfechos todos mis gastos. Ahí viene con mi tutor: voy a esconderme en el gabinete para oír lo que hablan.  (Se esconde sin que la vean DON ALEJANDRO y JOAQUÍN.) 



Escena XVIII

 

DON ALEJANDRO, ROSA.

 

DON ALEJANDRO.-   ¿Qué le ha parecido al rector mi regalo?

  —412→  

JOAQUÍN.-   Muy bien, señor don Alejandro. Yo soy el que no estoy tan satisfecho como antes.

DON ALEJANDRO.-  ¿Por qué?

JOAQUÍN.-   Por la pobre Rosa que estará llena de pesadumbre al ver que V. me ha regalado a mí, y a ella no. Sentiría que V. me creyese ingrato a sus favores, pero quisiera suplicar a V....

DON ALEJANDRO.-    (Aparte.)  ¡Qué generosidad de criatura!  (A JOAQUÍN.)  No te apures, hombre, que ya tiene unos pendientes que valen mucho más que tu reloj.

JOAQUÍN.-   ¡Oh, querido tutor! ¡Cuánto me alegro!

DON ALEJANDRO.-  Y no pienses que es eso sólo lo que pienso hacer por ella.

JOAQUÍN.-   Para mí no puede haber mayor satisfacción.

DON ALEJANDRO.-   ¡Veo que su educación es tan incompleta!

JOAQUÍN.-  ¿Qué quiere V.? Mi tía se figura que con   —413→   un poco de baile, de música y dibujo tiene una mujer cuanto necesita para ser dichosa.

DON ALEJANDRO.-  Y por esas frivolidades no ha cuidado de cultivar su razón, ni de inspirarla virtudes, que son las dos cosas que pueden darnos verdadera estimación entre las gentes. Ella no lo conoce, y se envanece la infeliz con cuatro aplausos que la dan los mismos que se burlan de su tontería. Pero cuando más entrada en edad se haga cargo del tiempo que ha perdido, y de que ignora las cosas que debía saber, entonces se avergonzará de sí misma, y maldecirá en vano la necedad o la malicia de los que ahora la infatúan con sus adulaciones.

JOAQUÍN.-   ¡No quiera Dios que yo llegue a ver a mi pobre hermana en esa situación!

DON ALEJANDRO.-  ¿Y quién quieres que cargue con una mujer llena de orgullo y de ignorancia, que lejos de poder gobernar su casa y familia, es preciso que dé en tierra con el caudal de su marido por grande que sea a manos del lujo y del desorden? ¿Qué estimación había de inspirar a su   —414→   esposo, qué aprecio a las gentes, qué respeto a sus hijos? No hay remedio: tendrá que pasar sus días en perpetua soledad, y sin que alma viviente la tenga efecto ni mire por ella. Y esto, si yo aseguro su subsistencia, que si no acabará pobre y miserable.

JOAQUÍN.-  ¡No, por Dios, tutor y padre mío! La bondad de V. no podrá abandonarla a tan mala suerte.

DON ALEJANDRO.-  Tan lejos estoy de ello, que trato de hacer hoy mismo esa buena obra.

JOAQUÍN.-  ¿Y por qué se ha de contentar V. con asegurar su subsistencia? ¿No fuera mejor darle la instrucción que necesita? Aún está en buena edad para aprender cuanto se quiera, tiene buen corazón, y yo le aseguro a V. que no le falta talento.

DON ALEJANDRO.-   No, amigo; ya es tarde. Acostumbrada a las frivolidades de la sociedad, al ocio y a las diversiones, ¿quién será capaz de sujetarla a un plan de vida laborioso y severo? Veo que   —415→   no nos queda otro arbitrio que pensar en que tenga que comer siquiera para después que yo falte.

JOAQUÍN.-  No me recuerde V. semejante idea, pues de sólo imaginarlo se me saltan las lágrimas. Pero no; Dios querrá que V. viva muchos años para bien de estos pobres huérfanos que no tenemos otro padre.

DON ALEJANDRO.-   Estimo tus demostraciones de sentimiento, mas no creas que porque uno piense en la muerte, ha de venir más pronto. El hecho es, volviendo a nuestro asunto, que la suerte de tu hermana me causa tales inquietudes, que al fin he resuelto dejarla cuanto tengo, por ver si a lo menos puedo preservarla de la indigencia.

JOAQUÍN.-    (Tomándola la mano y besándola.)  ¡Cuántos millones de gracias doy a V. tutor mío! ¿Quiere V. que vaya corriendo a darle la noticia? Pero no: mejor será que no lo sepa. De ese modo aprenderá lo que ignora, como si tuviera que mantenerse de sus labores,   —416→   y así sabrá cuidar mejor de su caudal y de su casa. ¡Oh, querida hermana mía! Ya tengo esperanzas de verte feliz.

DON ALEJANDRO.-  Abrázame, Joaquín mío, que eres un muchacho lleno de juicio y de generosidad. ¡Yo dejarlo todo a tu hermana! Nunca me pasó por el pensamiento cometer contigo semejante injusticia, sino acabar de conocer tus buenos sentimientos. Tú sólo serás mi heredero universal, y ahora mismo voy a formalizar el acto.

JOAQUÍN.-   ¡No por Dios! Siga V. su primera intención, y otorgue el testamento a favor de mi hermana. Con eso yo me aplicaré más para llegar a ser hombre de provecho, y asegurar una honrosa subsistencia.

DON ALEJANDRO.-  No te cause zozobra la suerte de Rosita, pues yo la dejaré un legado regular a fin de que no le falte lo preciso.

JOAQUÍN.-  Pues bien: hágalo V. al contrario, nombrando a mi hermana su heredera, y el legado será para mí en memoria del afecto que le he debido.


  —417→  

Escena XIX

 

DON ALEJANDRO, JOAQUÍN y ROSA que sale corriendo del gabinete y va a abrazar a su hermano.

 

ROSA.-  ¡Oh amado Joaquín! ¡Cuán lejos estoy de merecer la liberalidad y el interés de que me das tan nobles testimonios!

JOAQUÍN.-  Eso y mucho más mereces, Rosa mía, si estás dispuesta a hacer lo que desea nuestro bienhechor, y lo que yo te suplico encarecidamente.

ROSA.-  Sí, sí, hermano mío: haré cuanto Vds. quieran, que bien conozco la diferencia que hay de tu educación a la mía. Desde este momento disponga V. de mí, señor don Alejandro, en los términos que guste, pues estoy ansiosa de instruirme y de tomar a mi hermano por modelo.

  —418→  

DON ALEJANDRO.-   Si perseveras en tan sabia determinación, no dudes que aseguraré tu ventura. ¿Pero no sabremos de qué nace esta mudanza tan repentina?

ROSA.-   De haber escuchado a Joaquín, y visto su generoso desprendimiento. Así lejos de abrigar contra él el menor asomo de celos ni envidia, le miraré siempre como mi más tierno amigo y consejero.

JOAQUÍN.-   Sí, querida Rosa: eternamente lo seré, y en eso cifraré mi mayor gloria y complacencia.

DON ALEJANDRO.-  ¡Cuán dignos sois de mi afecto, hijos míos! Ya ningún sentimiento me queda por no dejar posteridad, pues os tengo en mi corazón como si os hubiera dado el ser. Paréceme que veo a vuestro padre, rebosando de alegría en el cielo por haber puesto a mi cuidado las prendas de toda su ternura.

ROSA.-   No perdamos momento, señor mío: ¿Dónde   —419→   está la persona, de quien puedo adquirir la instrucción que me falta?

DON ALEJANDRO.-   Pronto lo sabrás: entretanto pasaré algunos días con vosotros para ir preparando a vuestra tía a fin de que adopte nuestras ideas. Tened gran cuidado en darla gusto y respetarla como debéis, porque es muy digna de vuestro reconocimiento. Verdad es que se equivocó acerca de los medios de labrar tu felicidad, mas no por eso puede caberte duda de que sus más vivos deseos y solicitudes no han tenido otro objeto.

ROSA.-  Bien lo conozco; pero a pesar de eso renuncio desde ahora a las frivolidades pasadas. No más música, ni baile, ni dibujos.

DON ALEJANDRO.-   ¿Cómo? ¿Olvidar lo que has aprendido? Ese fuera otro desacierto no menos vituperable. Sigue cultivando esas habilidades como hasta aquí, con tal que reconozcas que no constituyen ellas solas el mérito de una mujer. Por lo demás ¿quién duda que contribuyen a su lucimiento en la sociedad? ¿Que son un honesto   —420→   descanso de las faenas domésticas, que añaden medios de complacer a su marido, y de saber dirigir la educación de sus hijos? No son peligrosas, sino cuando inspiran cierta vanidad ridícula en quien las posee, cuando por ellas se toma gusto a los pasatiempos, o se cobra aversión a las obligaciones domésticas. Son como las flores, que pueden cultivarse por el deleite que proporcionan, ocupando con ellas una parte de la heredad, pero destinando la más grande y principal para otras semillas de mayor sustancia y provecho.





 
 
FIN
 
 


Esta obrita es propiedad de la casa de PIFERRER, quien demandará en juicio al que la reimprima sin su licencia. Todos los ejemplares van rubricados.

Firma



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