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Capítulo XV

LA PURIFICACIÓN DE MARÍA Y PRESENTACIÓN DE JESÚS AL TEMPLO. -LA PROFECÍA DE SIMEÓN



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- I -

     Iban ya a cumplirse los cuarenta días que la ley mosaica prescribía de aislamiento y reposo después del parto a la mujer israelita, prescripción sabia consignada en el Levítico, y que demuestra el concepto de sus acertadas disposiciones, aun en el terreno de la higiene.

     Urgía abandonar aquella bendita cueva, solio bendito de tanta sublime humildad y gloria, y la Familia, una vez cumplidos los preceptos de la ley, había de tornar a su modesta y pobre casa de Nazareth. Se habían cumplido las profecías y los Magos regresado a su país por distinto camino que el que llevaron, en virtud del aviso de un Ángel del Señor que les prescribió no tornaran a Jerusalem ni a visitar a Herodes. Obedeciendo el mandato del Señor, por distintos caminos volvieron a sus tierras burlando la pretensión de Herodes de conocer el sitio en que había nacido Jesús y adorarle. Sus deseos, perversos como sus actos, no pudieron realizarse por el momento, y quedó burlado en los propósitos que el infierno le inspirara.

     Otro Ángel, a poco de la partida de los Reyes Magos, había avisado en sueños a José que huyeran a Egipto toda la Familia, un nuevo peligro, así nos lo dice San Mateo en su narración, les amenazaba. Pero este aviso no podía ponerse en práctica sin antes cumplir con el precepto legal de la purificación de la Madre y la presentación del Niño en el templo, y así José determinó marchar directamente a Jerusalem para que María cumpliese con los preceptos de la ley mosaica, y por tanto dejaron la bendita cueva que se había hecho ya objeto de la pública expectación de los belemitas.

     Habían pasado más de veintisiete días desde la adoración de los Magos, y María, que se juzgaba en la misma situación que las demás mujeres, deseaba cumplir con la ley y con la otra del Éxodo que mandaba el Señor que le santificasen y ofreciesen todos los primogénitos, y de conformidad con José, no menos cumplidor con los preceptos de la ley, acordaron pasar como hemos dicho a Jerusalem. En la observancia de estas leyes no sólo no tuvo reparo María, sino deseo en cumplirlas, y en cuanto a sujetarse a su reconocimiento, era un deseo no sólo de obediencia, sino de humillarse, deseo siempre constante en su corazón.

     Trató María con José de la jornada que habían de verificar, ordenáronla para estar en Jerusalén en el día determinado por la ley; previnieron lo necesario y después de besar el suelo de la ya santificada cueva, entregó María a José el Niño Dios y le pidió la bendición para la jornada y suplicó a José que se la permitiera hacer a pie y descalza, pues que en sus brazos había de llevar la hostia que se había de ofrecer al Eterno Padre.

     No creyó prudente José el consentir con el deseo de María, pues dado el estado de su salud y el tiempo o estación por que atravesaban, era peligroso semejante propósito, que Dios lo aceptaría por su intención aun cuando no lo realizara por la causa expresada. Obediente como siempre María, atendió los consejos prudentes de su esposo y no realizó su deseo materialmente.

     La narración de estos hechos se completa mutuamente entre San Mateo y San Lucas: omite el primero la presentación de Jesús en el Templo, y en cambio el segundo la relata minuciosamente; narra éste, como hemos visto, la adoración de los Reyes, y la huida a Egipto, y el otro la omite. Cada uno sigue el hilo de su relación, según el plan y propósito: la presentación del Niño Jesús en el Templo por su santa Madre y la ofrenda de la Purificación, son minuciosamente explicadas por San Lucas, a pesar de la pretendida obscuridad con que se le ha querido señalar por algunos escritores protestantes.

     Dice así:

     �Y pasados los días de su purificación, según la ley de Moisés, le llevaron (a Jesús) a Jerusalem para presentarle al Señor, conforme a lo que está escrito en la ley del Señor, que todo varón primogénito será consagrado al Señor, y para ofrecer en sacrificio, según lo que está mandado en la ley del Señor, dos tórtolas o pichones�.

     Emprendieron el viaje, primero que hacía completa la Santa Familia y en el paciente jumento, humilde compañero en las fatigas y dolores que había de experimentar aquel Santo Matrimonio, tomaron el camino de Jerusalem, llevando María en sus brazos al divino Niño Dios, que obediente a los preceptos de la ley de su Padre, iba a cumplirla para ejemplo y enseñanza de los hombres.

     Caminaban ya en demanda de Jerusalem, y sucedió entonces, que Simeón, Sumo Sacerdote, fue ilustrado por el Santo Espíritu de cómo el Verbo humanado iba a presentarse en el Templo en brazos de su Madre.

     Revelación que igualmente tuvo la santa viuda Ana la profetisa, hija de Fanuel, y de la pobreza y miseria en que iba a llegar aquella piadosa y santa Familia. Llamaron al mayordomo del Templo que cuidaba de lo temporal, y dándole las señas de los caminantes, saliese a la puerta del camino de Bethlén y los hospedase en su casa. Así lo hizo, y encontrando a María, al Niño y José, llevólos a su casa, en donde los hospedó decentemente.

     He aquí cómo el Evangelista Lucas relata el hecho con la minuciosidad que hemos notado:

     �Y he aquí que había en Jerusalem un hombre justo y timorato llamado Simeón, que esperaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él.

     �Había tenido revelación del Espíritu Santo de que no había de morir hasta ver el Cristo del Señor. Y movido del Espíritu Santo, vino al Templo, y cuando los Padres del Niño Jesús le llevaban para dar por Él lo que era costumbre según ley, él le tomó entre sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora es, Señor, cuando ya vas a dejar morir en paz a tu siervo, según tu palabra. Porque al cabo han visto mis ojos al Salvador que nos habíais ofrecido y que habéis preparado a la faz de todos los pueblos como luz que ha de guiar a las gentes y ser gloria de Israel tu pueblo escogido.

     �Así es que el Padre y la Madre de Jesús estaban asombrados de las cosas que se iban diciendo acerca de Él. Mas Simeón la bendijo, y dirigiéndose a María Madre de Jesús, díjole: Ve aquí que este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel y como blanco para los tiros de la contradicción. Y aun tu alma misma será atravesada por un cuchillo de dolor para que se descubran los pensamientos de muchos corazones.

     �Había también una profetisa llamada Ana hija de Fanuel, de la tribu de Aser, la cual era ya de edad avanzada y había vivido siete años con su marido con quien casó siendo doncella, y había perseverado viuda hasta la edad de ochenta y cuatro años sin salir del Templo donde estaba sirviendo de noche y de día, ayunando y orando. Habiendo pues llegado ésta a la hora, alababa al Señor y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel�.

     Hasta aquí el sagrado texto del Evangelista.

     La misma tarde de la llegada y antes de recogerse en su hospedaje, acordó el matrimonio lo que debía hacerse. Llevaron del mismo por mano de José los dones ofrecidos por los Magos al templo, y compró las tórtolas que al siguiente día habían de ofrecerse públicamente con el Niño Jesús. Como forastero y apenas conocido José, hizo entrega de los regalos de los Magos, procurando no se advirtiese quién hacía tan gran donativo.

     Llegó la mañana siguiente, el 2 de febrero, y prevenidas las tórtolas y las dos velas, tomó María al Niño, y encamináronse al Templo.

     En llegando a su puerta, María sintió un estremecimiento, hijo de afectos interiores. �Cuántos y grandes acontecimientos habían pasado en pocos meses! Poco tiempo hacía que había salido virgen del Templo para casarse con un varón tan justo y casto como José, y ahora volvía a entrar en el Templo virgen también y con un hijo en sus brazos. �Cuán grande es el Señor en sus altísimos misterios!

     Pero, �a qué iba María al Templo? A adorar y agradecer al Señor tantas bondades, pues iba sobre todo a cumplir, a humillarse y sujetar a su Hijo a una ley que propia y verdaderamente no le correspondía. María pudo haber excusado la humillante ceremonia de la purificación, siendo, como era, Madre de toda pureza, pero esto sólo lo sabía Ella y su esposo José y nadie más; causa era bastante para tranquilizar su conciencia, mas no para evitar el escándalo que pudiera producir la infracción de la ley. Además, María era enemiga de privilegios y de singularizarse y que encubría la santidad más eminente bajo las más vulgares apariencias; �había de llamar la atención eximiéndose de cumplir la ley? �Su Hijo Dios se había sometido a la ley de la circuncisión, más dolorosa y humillante, y Ella había de querer exceptuarse del precepto de la purificación después del parto? �Había de querer privar a Dios del homenaje de presentarle a su Primogénito, siquiera éste fuera Dios, y al Templo santo de sus rentas y tributos? Creo que estas razones que a nosotros nos ocurren, ni siquiera pasaron por la mente de María, pues que en su humildad altísima, ni aun se le ocurriría que pudiera quedar exceptuada de la ley común.

     �La Iglesia, dice D. Vicente Lafuente, en el oficio de este día no añade noticia alguna a las del Evangelista San Lucas. En sus primeras lecciones recuerda los capítulos del Éxodo y del Levítico que imponían en él la presentación a Dios de todos los Primogénitos y hasta la ofrenda de los animales primogénitos a título de primicias; este otro (cap. XII) a la mujer el retiro de la purificación y la ofrenda y rito consiguientes para terminar aquél y conseguir ésta. Las tres lecciones tomadas del sermón 13 de San Agustín (de Tempore), nada tampoco añaden al texto evangélico. A Simeón le llama anciano famoso (es decir, de buena fama y gran reputación), de muchos años probado y coronado. En láminas y cuadros suele representársele revestido de paramentos pontificales, como Sumo Sacerdote. �Dónde consta que ni siquiera fuese sacerdote, cuando ni el Evangelio lo dice ni la Iglesia lo consiente?�

     Tomó Simeón al Niño y ofreciólo al Señor y profetizó aquel dolor de que hemos hecho mérito al citar el texto evangélico. En medio de la gran satisfacción de María en tan solemne acto de su purificación, de su vuelta al Templo que le recordaba los días hermosos y tranquilos de su niñez, el encuentro de Ana la viuda a quien recordaba de los tiempos de su estancia en aquél, el reconocimiento de Simeón y su melancólico canto de profecía que debió herir lo hondo del alma pura de María, la volvieron a la realidad del mundo y a la de un porvenir sombrío y anublado de dolores.

     Simeón ha dicho que aquel Niño que tiene en sus manos, es el Salvador del mundo que Dios envía, es el ofrecido a nuestros pecadores padres en el momento de su expulsión del Paraíso, es el esperado durante cuatro mil años por los pueblos y generaciones y que viene ahora a predicar la buena nueva, la luz del Evangelio, la luz verdadera de filosofía a todas las gentes, naciones, razas y colores, y completar la promesa hecha a Abraham y su descendencia que había de tener la gloria de que el Mesías naciese de ella.

     Lleno de ternura y de gratitud es el cántico del anciano que se despide del mundo sin mirar más que a su Dios que nace y es el último canto de los cánticos e himnos de la Biblia: cántico de despedida, epílogo de esa incomparable poesía bíblica y que mirando a lo pasado, ve cumplidas las profecías y pronuncia un �todo está consumado! como treinta y tres años más tarde lo pronunciará aquel desde la cruz redimiendo con su sangre y martirio al mundo y donando a sus verdugos.

     Al ver en el patio del templo Simeón al Niño Jesús, sus años, su conocimiento de la humanidad, le ha hecho recorrer de una mirada la historia de los cuatro mil años de vida de la humanidad. Lo que Dios ofreció, cumplido está: pero al ver a María la noche del porvenir rásgase ante su mirada, y ve la trabajosa y penosa vida de este inocente Niño y de su pura Madre, los crueles dolores que les esperan. Entonces Simeón habla y profetiza desgracias: el que ha nacido en una cueva, morirá en un monte; al que han adorado los sabios monarcas guiados por una estrella, lo verá su Madre atravesada del más terrible dolor, �el dolor de Madre! morir en un patíbulo, escarnecido e injuriado, martirizado y herido por las maldiciones de la aristocracia de su nación y la hez del pueblo. �Ah, dulce María, que el sitio de la muerte de ese inocente Niño no está lejos, desde los patios, del Templo puede verse!

     Una estrella guió a los Magos; luz brillante cual la alegría proclamaban los astros por el nacimiento de este hermoso Niño, y esos mismos astros se esconderán y apagarán sus luces por no verle morir. Y entonces esta luz, aún niña, esta madre hermosa, pura y con los encantos de la juventud, teme, y no obstante, luego matrona llena de majestad, le verá morir y no se apartará del patíbulo; allí le verá emitir su espíritu al Padre, y abrazada al instrumento del martirio de su Hijo, a la santa, en aquel momento infamante cruz, resistirá dolorosamente prueba tan dura, tan cruel, y aterrada verá temblar de espanto y convulsionarse la tierra y los elementos ante la muerte del justo. �Pobre María! El profeta es el órgano por el que habla Dios, mueve sus labios, y el anciano sólo abre su boca para pronunciar palabras tristes y fatídicas que taladran el corazón de María para hacerla vislumbrar allí cerca, en el Gólgota, un terrible sacrificio para su Hijo y su corazón. �Terrible redención de la pecadora humanidad que ha de necesitar de la sangre del Hijo de Dios para que se laven sus culpas!

     Y José, el casto y honesto esposo de la Virgen, también logra entrever algo de ese triste y sombrío porvenir para el inocente Niño, para aquel hermoso infante que había venido a ser la alegría y el consuelo de su corazón, endulzado por el consuelo del Ángel cuando su lucha terrible en la duda de la pureza y honestidad de María. Aquellas palabras de Simeón han herido su alma, han traspasado también su tierno corazón. Toma al Niño en sus brazos y pasa con él al patio de los sacrificios donde no llegan las mujeres, y por tanto María no entra con él. La escena relativa a la profecía de Simeón, como hemos dicho, tuvo lugar antes de entrar en el Templo, según la relata San Lucas, y antes de la ofrenda señalada y prescripta por la ley de Moisés.

     Entonces José entrega los siclos de plata a los sacerdotes de turno en aquel día, y cuyas monedas eran el rescate del primogénito que pasaba ante los ojos del mundo por hijo suyo, y las dos tórtolas ofrenda de los pobres.

     Ya sabemos que los Magos ofrecieron oro al Niño en la cueva de Bethlén, y con aquel dinero pudo ofrecer un cordero, como era la ofrenda de los ricos y de los nobles cual a él le correspondía como descendiente de David, pero como en esto pudiera interpretarse a orgullo, y el santo matrimonio tenía por nobleza la humildad, no quisieron dar lugar a suposiciones de los hombres. En tanto la ofrenda del niño se verificaba, María introdujo modestamente en el arca de las limosnas el oro regalo de los Magos a su Hijo, y... cuando los sacerdotes abrieron el arca y hallaron el oro de la Arabia, �cómo habían de presumir que aquel oro, aquellas monedas venían de mano de María, de la esposa del pobre carpintero de Nazareth? �Ah, y cuántas veces los cálculos y presunciones del hombre se equivoca en sus juicios creyendo que las grandes limosnas vienen de los grandes ricos y son obra de la pobreza! Ricos eran los Magos, pero su oro no viene al Templo por su mano, sino por las de unos pobres. �Cuán feliz debe ser el rico que si no está en contacto con el pobre, busca, sin embargo, al humilde, para que sus limosnas lleguen a aquél por mano del último, tan grande a los ojos de Dios!

     El acto de la purificación de María y de la ofrenda del Hijo a Dios había terminado: la ley estaba cumplida por la Madre y el Salvador del mundo, y el puro matrimonio se retiró del Templo. Determinaron pasar nueve días en Jerusalem, presentándose María con el Niño, visitando la casa del Dios de Jehová. Así lo cumplían, pero al quinto día el Señor dijo a María mientras oraba en el Templo, que sus deseos le eran gratos, pero que no podía proseguir cumpliendo su promesa, pues es necesario que para salvar la vida de tu Hijo, pases con tu esposo a Egipto, en donde estaréis hasta que os ordene volver, porque Herodes intenta dar muerte al Niño.

     María, llorosa, salió del Templo regresando a su posada y sin manifestar a José la causa de su dolor. Turbóse el santo patriarca ante el dolor de su esposa y ante aquellos ojos anublados por las lágrimas, pero nada le preguntó: quedó turbado y confuso sin saber a qué atribuir aquella pena. Esta turbación y estado de duda fue causa para que Dios, por boca del Ángel, le hablara en sueños mientras descansaba.

     -Levántate, le dijo, y con el Niño y su Madre huye a Egipto, y allí estarás hasta que yo vuelva a darte otro aviso; pues Herodes ha de buscar al Niño para quitarle la vida.

     Levantóse José lleno de angustia y de temor por María y el inocente Jesús, y comunicó a María el aviso del Ángel del Señor. Acordado el cumplimiento del mandato del Señor, dispusieron la marcha inmediata, y llegándose a donde Jesús dormía, le tomaron en su brazos y cogiendo el jumentillo salieron a media noche de Jerusalem tomando la dirección de Egipto.

     Al llegar a este punto y dejando a los pobres viajeros en su precipitada marcha, réstanos, para terminar este capítulo, hacer algunas aclaraciones sobre la interpretación que se da para concordar a los Evangelistas en sus narraciones que aparecen disconformes según algunos autores. Y en efecto, no hay tal disconformidad ni desacuerdo, basta sólo leer lo que acerca de este punto dice la venerable Ágreda, para ver de qué manera tan natural, clara y verdadera, esta santa escritora demuestra como por inspiración divina la íntima unión y verdad de los Evangelistas en su narración.

     Dicen algunos que San Mateo no habla de los maravillosos sucesos de la presentación en el Templo, con San Lucas que nada dice del degüello de los Inocentes y de la huida a Egipto, San Juan Crisóstomo dice: ��Qué diremos nosotros para conciliar estos dos Evangelistas, sino es que el regreso a Nazareth precedió a la huida a Egipto? Porque Dios no mandó a José y a María el huir a Egipto antes de la Purificación a fin de que la ley no fuese en nada violada. Pero llenado este deber, ellos volvieron espontáneamente a Nazareth, donde recibieron la orden de huir a Egipto�.

     María de Ágreda, como hemos dicho, nos resolverá esta duda. Dice la respetada y respetable escritora:

     �Y para concluir este (capítulo), se me ha dado a entender la concordia de los dos Evangelistas, San Mateo y San Lucas, sobre este misterio. Porque como escribieron todos con la asistencia y luz del Espíritu Santo, con ella misma conocía cada uno lo que escribía los otros tres y lo que dejaban de decir. Y de aquí es, que por la divina voluntad escribieron todos cuatro algunas mismas cosas y sucesos de la vida de Cristo Señor Nuestro, y de la historia evangélica: y en otras cosas escribieron unos lo que omitieron otros; como consta del Evangelio de San Juan y de los demás. San Mateo escribió la adoración de los Reyes y la fuga a Egipto, y no la escribió San Lucas. Y éste escribió la circuncisión, la presentación y purificación, que omitió San Mateo. Y así como San Mateo, en refiriendo la despedida de los Reyes Magos entra luego contando que el Ángel habló a San José para que huyese a Egipto, sin hablar de la presentación; y no por esto se sigue que no presentaron primero al Niño Dios, porque es cierto que se hizo después de pasados los Reyes y antes de salir de Egipto, como lo cuenta San Lucas, tras de la presentación y purificación, escribe que se fueron a Nazareth, no por eso se sigue que no fueron primero a Egipto; porque sin duda fueron como lo escribe San Mateo. Y fue inmediatamente después de la presentación, sin que María Santísima y José volvieran primero a Nazareth. Y no habiendo de escribir San Lucas esta jornada, era forzoso, para continuar el hilo de su historia, que tras la presentación escribiera la vuelta a Nazareth. Y decir, que acabado lo que mandaba la ley se volvieron a Galilea, no fue negar que fueron a Egipto, sino continuar la narración, dejando de contar la huida de Herodes. Y del mismo texto de San Lucas se colige que la ida a Nazareth fue después que volvieron de Egipto: porque dice que el Niño crecía y era confortado con sabiduría y se conocía en él la gracia; lo cual no podía ser antes de los años cumplidos de la infancia, que era después de la venida de Egipto, y cuando en los niños se descubre el principio del uso de la razón�.

     He aquí pues, de qué manera más clara la ilustre escritora demuestra la conformidad de los Evangelios y la trabazón que entre ellos existe en la unidad histórica diciendo unos lo que otros no han dicho y completándose en un conjunto todo de unidad, verdad y belleza que demuestra el divino espíritu que los inspiró y realizó como admirable obra del talento humano dirigido por la voluntad y sabiduría del Omnipotente.

     �No tuvo Dios otros fines en el destierro a Egipto de la santa familia y del Verbo humanado que libertarle de la ira de Herodes? No, fue un medio que tomó el Señor para obrar allí las maravillas que acompañaron a su estancia y de que hablaron los antiguos profetas Oseas y Ezequiel y en especial Isaías, cuando dijo que el Señor subiría sobre una nube ligera y entraría en Egipto y se moverían los simulacros delante de su cara, y se turbaría el corazón de los egipcios en medio de ellos, y demás acontecimientos que sucedieron al tiempo del nacimiento del esperado Jesús.





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Capítulo XVI

DEGOLLACIÓN DE LOS NIÑOS INOCENTES. -HUIDA A EGIPTO POR ORDEN DE DIOS, SU VIAJE POR GALILEA, PELIGROS Y TRADICIONES ACERCA DE ESTA MARCHA. -EL DESIERTO, SU LLEGADA EGIPTO.



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- I -

     Dejemos a la Santa Familia por unos momentos en su viaje de huida en demanda de la tierra de Egipto para salvar la vida del inocente Jesús, perseguido ya en la cuna por la perfidia de Herodes, a quien habían puesto en recelo y en cobarde temor, como sucede al sanguinario y cruel, las palabras de los Magos. Ya el usurpador monarca temblaba creyéndose destronado por un inocente niño, y en sus noches de angustia y de temor, se creía; atado, perseguido y su infame cabeza junto al tajo sobre el que el vencedor había de separar su cabeza del cuerpo. Como cruel y sanguinario, no soñaba más que con la sangre, y era el precursor de aquellos monarcas romanos que quisieron ahogar en sangre la doctrina de Jesucristo, que les había de ahogar a ellos en inmensa florescencia producida por la fecunda semilla que con aquélla hicieron fructificar los mártires.

     - Herodes creía poder aniquilar a aquel incógnito destronador mandando matar a todos los niños de su reino; creyó, en una disposición general, ahogar al niño revolucionario que temía y veía aparecérsele en sus sueños de cobardía, y así, su mandato cruel y sanguinario hizo exclamar a Augusto, el romano emperador, al tener noticia de aquella bárbara matanza de inocentes niños: �Preferible es ser cerdo a ser el hijo de Herodes�; pues el bárbaro monarca, en su cobarde crueldad, ni aun exceptuaba a su hijo, temiendo que aquél pudiera ser su destronador. �A tan cobarde y cruel barbarie, llegó su temor y orgullo en tener que ceder a otro el trono que como criado de Roma ocupaba, siendo su esclavo coronado!

     Los racionalistas han querido sacar partido del silencio de los Evangelistas, excepción de San Mateo, del que nada dicen de este hecho bárbaro, ni le nombran Josefo, ni Tácito, ni Suetonio, para defender a Herodes. Y es natural por su parte la defensa de aquel tirano; obrar de otra suerte no sería portarse como amigos; pero no citan en cambio, además de San Mateo, a un texto de Macrobio que no admite dudas y que dice así: �Sabedor Augusto de que había Herodes, rey de los judíos, ordenado la degollación en Siria de numerosos niños comprendidos en la edad de dos años abajo, sin excepción de su propio hijo, exclamó: �Preferible es ser cerdo a ser hijo de Herodes�.

     Este párrafo les parece a los modernos racionalistas una falsedad, pues que Antipater, hijo de Herodes, no tenía la edad que le atribuye Macrobio (sin duda estos críticos poseen la partida de fecha del registro civil del nacimiento del hijo del sanguinario monarca); pero a pesar de ello, a pesar de que los historiadores protestantes reconocen la verdad del hecho, a pesar del texto de Macrobio, queda el Evangelio de San Mateo, que tiene la fuerza de la verdad como inspiración divina, superior a cuanto los sabios críticos pueden interpretar y suponer en su magna ciencia.

     Dejemos el hecho como de sagrada historia, de veracidad indudable e indiscutible, como hija del Evangelio; dejemos la fuente sagrada de la que debemos tomar la relación como obra del Evangelista, y acudamos a las fuentes humanas, a la historia del hombre, como producto de su inteligencia y relación de los hechos y apreciación, humana de los actos, y veremos cómo opinan, juzgan y califican al tirano y sanguinario Herodes, y si dados otros hechos de su vida pudiera aparecer dudoso aquel acto. Para los judíos siempre fue Herodes un tirano pecaminoso, y por consecuencia, los hechos que se le atribuyen por tradición humana, no ya religiosa solamente, concuerdan mucho con la impresión profunda de su triste renombre y su recuerdo en la conciencia y en la historia. La arbitrariedad y cruel conducta que observó con los judíos que protestaron del atropello d respeto al Templo cuando mandó poner el águila imperial sobre pórticos de aquél, señalan su cobarde y aduladora conducta al profanar el santuario de Dios y del pueblo judío. Como a la protesta siguió el arrancar el símbolo imperial, ante aquel insulto, Herodes cogió a cuarenta de los celosos y dignos judíos que no consintieron tal profanación, y los mandó quemar vivos en los jardines de su palacio de Jericó. �Se podrá dudar, después de este hecho histórico, de la degollación de los inocentes niños por quien de tal manera procedió?

     Herodes era idumeo, y en la tierra de Judá nunca el idumeo fue bien visto ni olió a justo ni humano: eran repugnantes a los hijos de la tierra prometida, a los descendientes de David y de Salomón, y de aquí que viviera aquél más en Jericó, pues conocía las ningunas simpatías que conseguía de los judíos. El acto de feroz crueldad se ejecutó y los inocentes niños fueron sacrificados en aras del sanguinario Herodes, burlado en sus esperanzas de que los Magos le hubieran indicado a su regreso el punto y señales en donde se encontraba y quién era el recién nacido.

     Ahora bien; véase lo que Lafuente dice al ocuparse de este hecho:

     �En el carácter astuto y violento de Herodes el viejo (que en el momento de la degollación se hallaba en Jericó enfermo), no es probable que tardase un mes en mandar matar a los niños inocentes, y si tardaron los padres de Jesús veinte o veinticinco días en salir de Belén, después de la adoración de los Magos, tuvo tiempo más que suficiente, para convencerse de la vuelta de aquéllos sin contar con él, dar la orden para aquellos asesinatos y principiar a cumplirla así que salió Jesús de aquel pueblo. Y como los prodigios vistos por los pastores y la adoración de los Magos, acontecimiento ruidoso en un pueblo pequeño como Belén, había hecho fijar la atención sobre aquellos humildes nazarenos a quienes Dios distinguía de tal modo, y que ahora eran causa ocasional de la matanza de sus hijos, era muy fácil a los sablistas de Herodes seguirlos a Jerusalem y después buscarlos en Nazareth, por lo cual, respetando mucho el pensar de San Juan Crisóstomo y los que opinan que la Santa Familia marchó de Jerusalem a Nazareth y de aquí a Egipto, parece lo más probable que marchase a este punto desde Jerusalem sin demora. Y que urgía la fuga y no admitía dilación, lo explican las palabras mismas de San Mateo en medio de su gran sobriedad: �Levántase, coge al Niño y a la Madre de noche y se fue a Egipto�. Todo esto indica prisa, premura, terror y �cabe esto con la calmosa vuelta a Nazareth?�

     Creemos acertado el juicio de este católico escritor, tanto más, cuanto que conociendo la situación topográfica de ambas ciudades, la vuelta a Nazareth, después del aviso del Ángel, era un retraso para deshacer el camino hecho y encaminarse a Egipto.



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- II -

     Llegamos a uno de los puntos más hermosos de la historia de María y de la sacra Familia, no por los sufrimientos y padeceres que experimentó en su largo y penoso viaje a través de arenales, desiertos, y del peligro inminente de las fieras y seres venenosos, del hambre y sed que padecieron, sino porque todos estos tormentos han sido embellecidos por la leyenda poética, tierna y sentida como hija del amor, veneración y encanto con que la poesía ha rodeado, junto con la fe a la errante Familia y los sufrimientos de aquellos pobres y perseguidos nazarenos, como providencial manifestación de la protección divina que los sacaba incólumes de la perversidad de los hombres e inclemencia de los elementos.

     Así es, que las tradiciones populares, inspiradas en estos sentimientos, han revestido la fuga con leyendas más o menos románticas como la del bandido que con su cuadrilla sale a robar a los pobres viajeros y en vez de hacerlo así, los ampara, acompaña y da alimentos. Otra es la de Dimas el buen ladrón, que les sale al camino y al caer en sus manos los acompaña hasta dejarlos en las fronteras de la Arabia: leyenda que aprovechó D. Juan E. Hartzembusch en su drama El mal Apóstol y el Buen ladrón.

     Ya es la del baño del hijo del bandido que estaba enfermo con el agua en que la Virgen había lavado los pañales del niño Jesús y la curación maravillosa de aquél: ya también la de la Virgen devolviendo la vista a un ciego que en recompensa les da naranjas para aplacar la sed y la de los sembrados anticipando su sazón al paso de la Virgen y de Jesús.

     Orsini, en su estilo pintoresco y casi novelesco en algunos Pasajes, después de citar uno de San Buenaventura, recapitula estas leyendas diciendo:

     �La tradición calla sobre una gran parte de ese interesante y peligroso itinerario. Sin duda los santos viajeros hicieron marchas largas y penosas a través de las montañas aprovechando las primeras horas del día y aguardando también con frecuencia para partir a la salida de la luna. Mientras que atravesaron la Galilea, las grutas profundas que hay en ella, llenas de sinuosidades desconocidas, en que es muy fácil ocultarse a todas las miradas, les ofrecieron un lugar de reposo y abrigo; pero también estas cuevas, con sus huecos o cavernas, tenían sus peligros, porque bandas numerosas de ladrones, que largo tiempo tuvieron ocupadas todas las fuerzas del reino, y a quienes la enfermedad de Herodes animaba a comparecer de nuevo, las escogían o preferían para plazas de seguridad: el temor de penetrar sin saberlo en una de estas guaridas de asesinos, debió más de una vez hacer vacilar a José en la entrada protectora de esas retiradas cavernas�.

     �Cuál fue el itinerario que la perseguida Familia llevó hasta unirse a alguna caravana de las que se formaban en las ciudades marítimas de los Filisteos para atravesar el desierto? Si se consultan los cálculos de los eruditos cronologistas que no admiten intervalos en este viaje, los santos Esposos debieron encontrar una caravana que estaba de partida en las costas de Siria. Esto es tanto más verosímil cuanto que estaba cerca del equinoccio de primavera (del 3 de febrero en que emprendieron la huida al 21 de marzo, faltaba mes y medio), y cada uno quería anticiparse a la estación en que el Simoun ejerce su imperio en el desierto y revuelve su mar de arenas tan pérfidas como las mismas olas.

     No tenemos noticias ciertas y precisas de la marcha, ruta o itinerario que llevarían María y José, las condiciones de su viaje eran tan especiales como su huida, cual propiamente lo era de la persecución de Herodes, que evitarían cual es consiguiente la comunicación con los del país a fin de evitar una delación que los pusiera en manos de su enemigo.

     Sabemos, sí, que estuvieron en Ramla y en Gaza, y es indudable, históricamente, que se unirían, como hemos dicho, a alguna de las caravanas para atravesar el desierto, que de otra suerte les era imposible franquear solos aislados y sin quien pudiera socorrerlos en caso de necesidad.

     Partiendo de Gaza, cuyas torres medio arruinadas, resonaban sordamente al estrellarse contra sus piedras las rumorosas olas que producían una tristeza y melancolías profundas, sobre todo durante la noche, en que su rumor aumenta, los pobres padres de Jesús pasarían noches de angustias y de insomnio creyendo oír llegar a cada momento los soldados de Herodes. Partieron de aquella triste ciudad incorporados a la caravana, y ya ante su vista no hallaron sino la inmensa sábana del desierto, vasta soledad de arena y cielo, sin un árbol que prestara su benéfica sombra a aquel sol abrasador, rojizo en su luz y que envolvía en nubes de fuego aquellas llanuras desoladas, sin más accidentes que los movedizos montículos de arena que arrebataba el viento del desierto trasladándolos con su hálito abrasador y mortífero. Secos matorrales abrasados y requemados por aquella luz de fuego, sin una gota de agua, ni un manantial en que poder refrescar los abrasados labios y un horizonte sin límites que se unía con la cúpula de un cielo apagado en su azul, y en el que no se manifestaba la más tenue ni ligera nubecilla, he ahí el cuadro, el paisaje por el que durante algunos días hablan de viajar nuestros peregrinos nazarenos.

     Después de algunas marchas, después de sufrimientos sin relato, la caravana solía encontrar algún pequeño manantial perdido en el vasto desierto de arena, y que apenas brotaba su salobre agua, era absorbida por la sedienta arena; entonces, qué gozo para la caravana, qué alegría para María, que podía llevar a sus secos labios agua, agua que refrescara sus abrasadas fauces, aquella agua que ya quedaba turbia después de haber sido removida por los ricos mercaderes, señores de la caravana, era recogida por José, que como pobres seguían comitiva, sin que los poderosos hiciesen caso de ellos, �qué rico presente en tal necesidad! �qué alegría para María que con ella podía refrescar el abrasado rostro de su querido Jesús!

     Así se caminaba días y días en medio de aquel tormento inconcebible: cuanto más iban alejándose de la Siria más escasas eran las fuentes y más cruel y desolante el inmenso desierto. Ya durante la marcha preséntase el fenómeno del espejismo, de esa engañosa ilusión de la vista en medio de aquellos terribles arenales. Allá a lo lejos descubríase un lago azul y transparente, cercado de palmeras, aspecto de una ciudad encantadora, entonces, entonces el ánimo se reanimaba, la esperanza de un lago en que poder beber y bañarse, devolviendo agilidad al cuerpo enardecido, se presentaba animando a la caravana y haciendo apresurar el paso a los camellos y viajeros. Pero �ah! que aquella mentida dicha era solo ilusión de los sentidos, avanzábase, se creía llegar ya a las orillas de aquel lago y sentir el contacto bienhechor de sus aguas, y aquel encanto, aquella ilusión desaparecía cual muchas de las que en el mundo existen, y se borran, desaparecen y anulan, cuando creemos tocarlas, cogerlas con nuestras manos.



     Ante aquella engañosa ilusión, María, reanimada con las palabras de José, levantaba la desfallecida cabeza, abría los secos y abrasados labios y contemplaba sonriente al Niño Dios cobijado del ardiente sol bajo el amparo de su pobre manto. Dirigía su hermosa mirada a aquel consolador espectáculo que en lontananza se presentaba, cuando de repente aquella fresca esperanza de agua y sombra desaparecía y sólo se hallaba la triste realidad de una atmósfera de fuego, de un sol deslumbrador y las angustias y sufrimientos de una sed imposible de apagar en aquellos momentos. Y así trascurrían los días en continua, penosa y fatigosa marcha a través de aquel océano de arena, no menos terrible en sus oleadas de arena que las salobres del mar embravecido.

     Tras un penoso día de marcha, la llegada de la noche era un consuelo para los pobres viajeros: a la llegada de ésta la caravana se detenía y acampaba: descargábanse los camellos: atábanse éstos en torno de los viajeros que comían sus raciones de dátiles, leche de las camellas, y cobijados por sus tiendas de cuero descansaban esperando la salida de la luna para continuar la pesada marcha.

     En otro lado los criados, los esclavos, los viajeros pobres que se unían a las caravanas para contar con su compañía y auxilio en el desierto, formaban otro campamento sin más techumbre que los resguardara de la humedad de la noche que sus mantos y capas. Allí, tendidos sobre esterillas de junco, descansaban de las fatigas del día gozando en parte con el fresco húmedo de la noche que devolvía algún consuelo a sus abrasados miembros. Entre aquellos pobres y míseros esclavos, desheredados de la fortuna y nacidos para la servidumbre, sin patria, hogar ni familia, descansaban y comían su pobre ración José, María y el Hijo de Dios, aquel Jesús rey de cielos y tierra, que venía al mundo para establecer la verdadera libertad del hombre y sentar la doctrina de la igualdad ante Dios, sellando con su sangre la redención del hombre, la liberación de la esclavitud del pecado.

     Y Aquel poderoso Señor, quedaba relegado a descansar entre los esclavos, separado de los ricos y sufría con sus santos padres los sufrimientos de la miseria. El creador de los elementos, sufría sus inclemencias, y allí, en brazos de su pura Madre, acompañado del justo varón José su padre, contemplaría desde el regazo de María la estrellada bóveda de los espacios infinitos en que asienta su trono entre el fulgor de los millares de astros que le iluminan y son jeroglíficos que escriben con signos de radiante luz su grandeza incomparable, tan grande como su misericordia. En aquel inmenso arenal, camino penoso, sin horizontes, camino cual el de la vida, lleno de peligros y asechanzas, de ataques y de sufrimientos, descansaban puestos los ojos en las brillantes constelaciones que temblaban en su insensibilidad material ante los sufrimientos de su Creador, bajo la mirada de aquellas estrellas, luna y sol que habían de temblar y anublarse de espanto y consternación el día de la muerte de aquel Niño que hoy contemplaban hermoso y sonriente y como encantado con el espléndido cuadro de una noche serena y de un cielo azul intenso obscuro, profundo, tachonado de brillantes constelaciones, pasaban en grato reposo hasta que se daba la voz de marcha para emprender un nuevo avance en la soledad del desierto la santa Familia, el Hijo de Dios.

     �Quién había de decir a aquellos pobres esclavos que fatigados dormían llevando sobre sus hombros la pesada carga de la vida, sin libertad, goces, familia ni afecciones, verdaderas bestias humanas al lado de sus señores, que aquel Niño que junto a ellos dormía, que aquel hijo de tan pobres padres era su Salvador, el que había venido para romper sus cadenas y proclamar su hermandad para con demás hombres!

     Y así pasaban la noche los pobres viajeros hasta que la voz del jefe disponía y mandaba emprender nuevamente la marcha; pero siempre la tranquilidad reinaba, en el campamento en medio de soledad del desierto, en donde el silencio es tan inmenso cual su extensión; en donde nada se oye, nada se escucha si no es el latir apresurado del corazón, temeroso de ignotos peligros. Noches había que cuando mayor era si cabe el silencio, un grito de alarma del vigilante que guardaba el campo hacía levantarse precipitadamente; ya era el rugido del león o del tigre que olían carnicera presa rondando el campamento para caer sobre él; entonces el espanto, la alarma, sucedían al silencio, al reposo, y todos se preparaban para la defensa.

     Ya en otras noches, no era el peligro de las fieras carniceras, era el peligro de la fiera humana, era la cuadrilla de árabes errantes, ladrones del desierto, que rondaban el campamento para caer sobre él y saquearlo, apresar a los viajeros y venderlos como esclavos. Entonces el espanto era mayor, no era ya el animal feroz quien atacaba, era la fiera humana, cien veces más terrible y más cruel y sanguinaria que el león y el tigre. Entonces, entre ayes y voces de temor, el campamento se levantaba, las flechas cruzaban el espacio y la caravana emprendía la marcha sosteniendo una retirada ante el ataque de los ladrones.

     �Qué espanto, qué temores y sobresaltos para la inocente María y el pacífico José, en medio de aquellos peligros, y temerosos más por la vida de Jesús que por la suya! Por la vida de Aquél que habían anunciado y adorado los Ángeles, reyes y pastores, expuesto a traidora flecha. Renunciamos a pintar lo que por el corazón de María pasaría en aquellos momentos, pues no hay pluma que con verdad, fuego y calor pueda reproducir el espanto y el terror de una madre ante los peligros y sufrimientos de un hijo.

     A estos temores sucedíanse noches de calma, tranquilas y sosegadas, en que el descanso no era interrumpido: la caravana gozaba entonces con el fresco de la noche, tanto cuanto el sol abrasador y el seco calor del día arrollaba los cuerpos con su caldeado soplo. La brisa nocturna corría entonces sobre aquel mar de arena sin ruido, silenciosa, sin un matorral ni un árbol en que producir armonías con sus hojas, brisas que corrían por aquel blanco suelo como correrían por la inmensidad de los espacios sin límites, sin murmullo y muy majestuosamente solemnes cual la inmensidad de su Creador.

     Vislumbrábase claridad en la unión de cielo y arena, es la luna que va a aparecer en el horizonte y entonces la caravana levanta las tiendas y emprende la marcha al amparo de la luz del astro de la noche. �Y así un día y otro día, noche tras noche, siempre avanzando en aquel océano de arena, sin límites al parecer, y repitiéndose los peligros, temores y asechanzas de alimañas y de los hombres!

     Y así atravesó la errante familia el desierto, sufriendo hambre, sed y el espantoso calor y el reflejo y reverberación de aquella inmensa soledad, los ataques de las fieras y los aún más temibles de los hombres, llegando a vislumbrar las riberas del Nilo y sus bosques de papirus, lo cual debió ser de una inmensa alegría la vista de agua y vegetación a los fatigados viajeros, tostados y abrasados por el ambiente desolador del desierto.

     No queremos privar a nuestros lectores de la descripción que del viaje hace la venerable Ágreda, a quien tenemos que seguir en muchos puntos, no sólo por su doctrina, sino también por lo sentido de la composición y color que sabe imprimir a sus descripciones:

     �Salieron de Jerusalem a su destierro nuestros peregrinos divinos, encubiertos con el silencio y obscuridad de la noche, pero llenos del cuidado que se debía a la prenda del cielo que consigo llevaban a tierra extraña y para ellos no conocida. Sabía la Reina del cielo el intento de Herodes para degollar los niños, aunque no le manifestó entonces.

     �En la ciudad de Gaza descansaron dos días por haberse fatigado algo San José y el jumentillo en que iba la Reina. El día tercero, después que nuestros peregrinos llegaron a Gaza, partieron de aquella ciudad para Egipto. Y dejando luego los poblados de Palestina, se metieron en los desiertos arenosos que llaman de Betsabé, encaminándose por espacio de sesenta leguas y más de despoblados, para llegar a tomar asiento en la ciudad de Heliópolis, que ahora se llama el Cairo de Egipto. En este desierto peregrinaron algunos días; porque las jornadas eran cortas, así por la descomodidad del camino tan arenoso, como por el trabajo que padecieron con la de abrigo y de sustento.

     �Era forzoso en aquel desierto pasar las noches al sereno y sin abrigo en todas las sesenta leguas de despoblado; y esto en tiempo de invierno, porque la jornada sucedió en el mes de febrero, comenzándola seis días después de la Purificación. La primera noche que se hallaron solos en aquellos campos, se arrimaron a la falda de un montecillo, que fue sólo el refugio que tuvieron. Y la Reina del cielo, con su Niño en los brazos, se asentó en la tierra y allí tomaron algún alimento y cenaron de lo que llevaban desde Gaza. La Emperatriz del cielo dio el pecho a su infante Jesús, y su Majestad, con semblante apacible, consoló a la Madre y su esposo: cuya diligencia, con su propia capa y unos palos, formó un tabernáculo o pabellón para que el Verbo Divino y María Santísima se defendiesen algo del sereno, abrigándoles con aquella tienda de campo tan estrecha y humilde.

     �Prosiguieron al día siguiente su camino, y luego les faltó en el viaje la prevención de pan y algunas frutas que llevaban, con que la Señora de cielo y tierra y su santo esposo llegaron a padecer grande y extrema necesidad, y a sentir el hambre. Y aunque la padeció mayor San José, pero entrambos la sintieron con harta aflicción. Un día sucedió que, a las primeras jornadas, que pasaron hasta las nueve de la noche sin haber cenado cosa alguna de sustento, aun de aquel pobre y grosero mantenimiento que comían, después del trabajo y molestias del camino, cuando necesitaba más la naturaleza de ser refrigerada�.

     La tradición llena de milagros y hechos asombrosos la llegada a Egipto de los pobres desterrados, hundimiento de templos y de ídolos, sacudidas de alegría en los montes, y multitud de leyendas fantásticas creadas por la imaginación popular, que llena muchas veces de aberraciones y absurdos los más sencillos y hermosos hechos en los asuntos de nuestra religión. Absurdos que nadie se ha tomado cuidado de corregir, ya que no sea posible el desterrarlos, encauzándolos en un sentido estéticamente poético.

     Augusto Nicolás, con su criterio tan superior, fustiga duramente estas tradiciones, que califica de invenciones pueriles. �El Evangelio desdeña tales invenciones para atenerse a lo verdadero, que es mucho más sublime�.

     Es verdad, el Evangelio calla, pero no desdeña; el mismo San Juan nos dice al concluir el suyo, que no cabrían en el mundo los libros en que se escribiese todo lo que hizo Jesucristo si hubiese de escribirse. Creemos lo del Evangelio como cierto e indudable, y dejamos correr las tradiciones populares sin afirmarlas ni negarlas, ni ponerlas al nivel de los textos indudables. Hay que tener en cuenta que la imaginación y sus obras poéticas tienen un fin alto, cual es la belleza, y como la belleza suprema es Dios, de aquí, que cuanto tienda a la verdadera representación de aquélla, es un tributo presentado a la omnipotencia de Dios. Con lo que desechan los críticos hacen los poetas hermosos castillos que encantan deleitando, dice Lafuente, y si llevan las almas a Dios, �por qué los hemos de demoler?

     Los Evangelios apócrifos están llenos de estas leyendas y tradiciones acerca de María y de Jesús; Evangelios denominados así, por no constar su autenticidad, y la Iglesia desde antiguo no los admitió como libros sagrados, sino como elementos histórico-poéticos; de ellos proceden estas leyendas, puras en su tradición unas, adulteradas por el pueblo otras. Así vemos con respecto a la entrada de los desterrados en Egipto, la tradición de que hemos hecho mérito antes, el ídolo egipcio redúcese a polvo en cuanto vislumbra la Santa Familia que se acerca. El habitante de aquellas regiones, dispuesto a vivir y enterrarse con sus antiguas creencias, huye así que ve hundirse en el polvo sus tradicionales altares.

     María y Jesús con el bondadoso José, no saben sino hacer bien; hay allí un muchacho endemoniado a quien atosigan y martirizan los espíritus malos, y su madre se procura un pañal de aquel niño extranjero, Jesús, y con solo ceñírselo a la cabeza a modo de turbante, los demonios huyen, y queda sano y libre de sus enemigos.

     En vano los esbirros de Herodes quieren perseguir a la Santa Familia, y en caballos ligeros como el viento del desierto, en dromedarios de largo paso y sostenida marcha, persiguen a Jesús y María montados en el pesado borriquillo de lento paso y escasa resistencia, y son perseguidos por aquellos bien montados jinetes. Ya casi los ven, ya los van en su alcance, próximos los perseguidores a darles ya un rosal, ya un jazmín o tamarindo, abren sus ramas, envuelven entre ellas, librando a la Santa Familia de sus perseguidores.

     Ya también, la hermosa, de la necesidad del hambre que acosa a los fugitivos sin recurso de comida cuando una palmera cargada del nutritivo y dulce fruto se presenta a su vista, �mas cómo llegar a la altura en que se cimbrean aquellos dorados racimos? El Niño Jesús tiende a ellos sus manos, y entonces la palmera doblega su erguido tronco, hasta con sus ramas formar una verde y fresca tienda en que descansen los fatigados y hambrientos viajeros, poniendo al alcance de sus manos los preciados tesoros de sus frutos.

     Y si fuéramos a seguir el inmenso número de tradiciones que, en la región egipcia y especialmente entre los cristianos coptos y al abisinios se conservan, formaríamos un hermoso volumen de estos hechos del viaje de la desterrada Familia, de su estancia en la región. del Nilo y de la infancia y juventud de Jesús. Basta con lo indicado para que se comprenda cuán hermosa es la tradición cuando se cimenta en hechos tan hermosos, embellecidos por tan poéticas como tiernas creaciones. Allí son numerosísimas, y allí entre ellos, según testimonio de algunos autores, allí nació la devoción a San José, cuya fiesta celebran los coptos en el día 26 de julio. Pero, Variot, sabio doctor francés que tanto ha escrito sobre los Evangelios apócrifos, cree nacida en Occidente esta devoción, y su promotor a Jerson, alma del Concilio de Constanza.

     Dejemos descansar unos momentos a la Familia Santa ya en tierra de Egipto libre de la persecución de Herodes, tranquila María de enemigos que pudieran atentar contra la vida de su precioso Hijo y dedicarse ya su Esposo a los trabajos necesarios para la sustentación de la Familia en los de su oficio de carpintería.



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Capítulo XVII

ESTANCIA EN EGIPTO DE LA SAGRADA FAMILIA. -POBLACIÓN EN QUE RESIDIERON. -TRADICIONES Y RELACIONES POPULARES Y DERIVADAS DE LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS. -OPINIONES DE ORSINI, SOR MARÍA DE ÁGREDA Y CASABÓ.



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- I -

     Llegaron nuestros viajeros al Egipto, a la tierra misteriosa de una civilización grandiosa, cuyos restos en sus obras admiramos, en su magnificencia el poder de los Faraones, restos que aún hoy, en medio de ruinas y desolación, víctimas de la barbarie de las razas que por el fértil valle del Nilo, del gran río, de misterioso e ignorado origen hasta nuestros días, fue una de las más hermosas regiones del mundo antiguo, con sus libros sagrados y su culto, con sus momias y sus pirámides, con sus jeroglíficos y comercio, son objeto hoy de detenido estudio que cada día da nuevos y fructíferos trabajos acerca de un país tan digno de llamar la atención de los historiadores y artistas.

     Allí, en aquella estrecha faja de ricas tierras, lecho temporal del poderoso Nilo, que periódicamente las fecunda y abona, siendo sus campos modelo de rica producción, encerrando a este vasto granero en que el trigo y el arroz se dan en fabulosas cantidades, y en cuyas riberas crece el Papirus, el árbol que es el padre de la escritura, puesto que sus tallos suministraron la primera materia escriptórica, suave, dúctil y manejable, en que el hombre consignó sus pensamientos para hacerlos atravesar los siglos, conservarse y perpetuarse a través de las generaciones. Allí, allí tuvo su refugio y seguro puerto durante algunos años la perseguida Familia, el inocente Jesús, que comenzó por gozar seguridad en medio de sus enemigos, para venir a sufrir el martirio y la muerte por parte de sus hermanos de nacionalidad, de los mismos judíos, del pueblo escogido por Dios para el nacimiento de su Hijo, redentor de la pecadora humanidad.

     A Heliópolis dicen los historiadores que encaminaron sus pasos los desterrados Jesús, María y José; otros opinan que fue Lentópolis, y véase el misterio y relación que guardan entre sí los hechos, y cuando la mano de Dios dispone con su suprema sabiduría, los ordena y manda. Tierra extranjera para la Santa Familia era la tierra de Egipto, pero no obstante José no ignoraba, y aun también María, las benévolas relaciones que de en tiempo de los Patriarcas tuvieron egipcios con los judíos, y si luego en tiempos de Moisés vinieron los odios, cuando este gran legislador sacó por mandato de Dios a su pueblo, habían renacido otra vez aquellas pacíficas relaciones que existieron entre dos naciones que se estimaban, especialmente desde después del cautiverio de Babilonia, de suerte que en Lentópolis puede decirse que se había reunido una colonia de judíos, cuyo estado próspero le permitió levantar un templo a Jehová y su Biblia, el templo de Lentópolis y la Biblia de los setenta.

     Esto, como se comprende, debió ser un gran consuelo para los pobres María y José, pues que en cierta manera les sería un gran consuelo encontrar allí recuerdos de la patria, templo y libro, su Dios, su ley y costumbres, todo en tierra extranjera. �Qué consuelo no sería para los desterrados el encontrar todo esto tan solo al entrar en la extraña tierra a los que venían a buscar hospitalidad!

     �Consuelo grande, alivio inmenso para la pena y zozobra que producen extranjeras tierras cuando a ellas se llega fugitivo y perseguido! He aquí, como hemos dicho, lo providencial del hecho, el llegar los desterrados a una ciudad en la que bien podían decirse que no eran extranjeros, y templar sus impresiones con la hospitalidad que tan grata les había de ser después de tan penosa y cruel marcha. En esta ciudad aposentaron por algún tiempo, y de allí partieron a la que se señala como la en que residieron durante su destierro María y José.

     De la soberbia ciudad de Lentópolis, como de otras muchas famosas, no queda sino su recuerdo; desapareció, hundióse su templo, desaparecieron sus palacios y monumentos, todo pasó. Sólo como solitario mojón, piedra miliar que señala un término, un lugar, queda un antiquísimo obelisco levantado más de tres mil años antes de la venida de Jesús al mundo, y en torno de él restos de algunas esfinges. �De la ciudad, de sus templos, palacios y jardines, sólo el recuerdo que perpetúa y conserva aquel dedo de granito rojo que se levanta solitario en medio del campo, como diciendo: �buscáis a Lentópolis? No existe, fue barrida por el huracán de los siglos; sólo resto yo, solitario monolito, como para dar testimonio de lo que fue, de que en su recinto se albergó María y el Verbo humanado, y con mi dureza perpetúo la grandiosidad de un hecho que antes me doblegaré sobre mi base y hundiré mi cabeza en la arena, que el dulce nombre de María y de Jesús bendito desaparecerán del corazón de los buenos. Él es inmutable, perpetuo; yo soy polvo, que algún día arrastrarán los abrasados alientos del Simoun, que tal vez lleven mis átomos en suspensión a las heladas regiones del Norte, después de haberme abrasado por miles de años la deslumbrante y caliginosa luz del sol de los desiertos!

     Cuál fue la causa de su marcha de Lentópolis al pueblo de Matarea, hoy Matarick, lo ignoramos, tanto más, cuanto como hemos dicho, nada indican ni señalan los Evangelios, y sólo en la tradición y en los conocidos como apócrifos, hallamos datos, indicaciones y tradiciones de la estancia de la Santa Familia en su destierro en Egipto.

     Este pueblecillo de Matarea, hállase citado en los controvertidos libros, como tranquila y sosegada villa, en que su existencia estaría más en relación con la sosegada y pacífica de Nazareth a que la Sagrada Familia estaba más habituada, y más escondida y retirada por temor a un espionaje que aun allí pudiera el sanguinario Herodes ejercer, llevado en su afán y temor de ser destronado por Aquel que fueron a adorar los Magos.

     Los ya citados libros y la tradición nos lo señalan como el lugar de su residencia, y allí, entre aquella fecunda vegetación, entre los hermosos rosales casi arbustos, entre bosques de jazmines, por entre tan hermosos y perfumados bosquecillos, nos lleva nuestra imaginación y nuestro amor a contemplar en los hermosos días de la niñez a Jesús discurriendo y correteando entre tan perfumadoras y hermosas plantas que habían de ofrecer doblemente sus perfumes a su Dios, al Hijo encarnado de su Creador, que las hermoseaba con su mirada y perfumaba más y más con sus manos.

     Alejada unas siete leguas de la antigua Hermópolis, hoy la animada y comercial ciudad del Cairo, encuéntrase la antigua Matarea, hoy Matarick: allí nuevamente la tradición nos señala los recuerdos de la estancia de María y de Jesús. Pietro Della Valle, sentido literato italiano, nos recuerda y relata, nos pinta y describe la inmanencia de la tradición en estos lugares, y el nombre dulce y sentido de María en todos los detalles y recuerdos de aquellos desterrados. Caminando por un lado del lago de pequeñas dimensiones, filtraciones del sagrado río, y por el otro limitado el camino por una acequia o canal de riego, se llega a una aldea sombreada por copudos árboles, hermosos sicomoros y trepadores rosales, se descubre la pobre villa, oculto lugar de la vida infantil de Jesús y de su familia.

     Como hemos dicho, no se camina por esta pobre aldea sin que el recuerdo de los ilustres y santos desterrados no se os presente de continuo. Vése el corpulento sicomoro y que el pueblo de Matarick conserva con religioso respeto por haber hallado grato descanso a su sombra la Sagrada Familia a su llegada a Egipto. Abbas-Pachá, musulmán, respetando la tradición y deseoso de conservar aquel tradicional recuerdo de la tan hermosa y poética para el Egipto y en especial para la pobre aldea, mandó construir en derredor del mismo un jardín, con grandes macizos de rosales y jazmines que embalsaman con su penetrante y embriagador perfume la atmósfera, que llenan de consuelo el alma con sus efluvios, no tan gratos en sus aromas como la belleza de la tradición.

     Otro ilustre viajero, que a principios del siglo XVI visitó estos lugares, nos dice: �Al llegar al Cairo, pedí a la escolta del Sultán, y que para mí guarda me diera, que me acompañaran al sitio donde se ocultó Jesús cuando Herodes lo buscaba en Jerusalem para hacerlo matar, tanto para reverenciar aquel lugar santo, como porque había oído que en el mismo sitio habían crecido los arbustos del bálsamo, y deseaba mucho ver en qué consistían... Aquel sitio tiene hoy el nombre de Matarea. Aquellos arbustos estaban dentro de un jardín de unos doscientos pasos de largo. Mientras yo iba en busca esto, debajo de una choza vecina, donde la Virgen María, escondida, daba de mamar a su hijo Jesús, se arregló un altar para celebrar en él la misa, que dijo el guardián del convento de San Francisco del Monte Sión...

     �En esta choza hay abierta en la pared una especie de ventanilla o pequeño armario, donde la Santísima Virgen acostumbraba a poner muy curiosamente a su Hijo cuando le convenía salir fuera para procurarse alimentos, y allí tienen los moros una lámpara continuamente encendida. Otra lámpara tienen igualmente pendiente del árbol que la tradición dice se abrió y encerró en su seno a Jesús cuando por allí pasó. Los moros le tienen en gran reverencia, y éste es una higuera a la que ellos llaman árbol de Faraón, y nosotros denominamos sicomoro, y muy peculiar en el país�.

     Los moros, los islamitas, respetan mucho estos lugares por el recuerdo del profeta Jesús, y allí en la pobre aldea encontraréis a cada paso recuerdos de la estancia de los santos desterrados, del nombre santo de María, de Jesús y de José, con la tradición de la vieja Hermópolis de sus arboledas que se inclinaron ante la presencia del Salvador, doblegando sus fuertes ramas hasta besar con sus puntas la tierra bendecida por las pisadas de Jesús y su Santa Madre.

     Llena de recuerdos está la misteriosa comarca; la fuente en la que la Virgen recogía el agua, donde lavaba las ropas del Niño Jesús, el árbol a cuya sombra corretearía el Niño y cobijaba a la Madre en sus labores domésticas del cuidado de la Familia. Aquellas tradiciones cuales hemos narrado, aquella alegría del espíritu que debía comunicar la vista del hermoso Niño en los albores de una niñez, de una infancia perseguida en su inocencia, aquel renuevo de hermoso rostro, puro y perfumado como los rosales que le cobijaban con su sombra en medio de aquella vetusta civilización, arrugada y decrépita por los siglos, aquellos monumentos sólidos, pesados, representación de lo inmutable y perenne en la esfera de la materia, aquellos altares de Menfis, con sus templos de pesadas columnatas rematadas con la simbólica flor del loto, húmeda, de hojas carnosas y pálidos colores como representación de una naturaleza y de unas ideas, de una religión y de un culto inmoble, sin avances ni retrocesos, con un patrón hierático desde la columna al templo, desde la estatua al escrito sagrado, con sus momias y sus artes, con su lujo oriental y sus tradiciones, sus pirámides y subterráneos, todo, todo había de conmoverse y derrocarse ante la palabra poderosa, ante la idea omnipotente, regeneradora y salvadora de aquel Niño obscuro, ignorado, ante la sabiduría de sus sacerdotes que había de cambiar la faz del mundo derrocando ante Dios los prestigios y diferencias, las castas y privilegios ante la santa libertad de las creencias de su fraternal doctrina. Ha sonado la hora de la renovación, resuena la hora nueva del espíritu, y aparece en las alturas del cielo como un nuevo sol encendido para esclarecer la obscuridad del mundo, una revelación divina guardadora de un Dios creador y su incomunicable Verbo. En esta transformación hay algo del poema en su fuente de bella inspiración, y ante la grandeza de las civilizaciones, ante el palacio, el templo, ante la estatua de Isis envuelta en su ceñida y blanca túnica, reflejo de pálidos rayos de la incomparable luna de las noches egipcias, con sus misteriosas procesiones, sus cánticos y perfumes, sus colores y refulgencia de metales y pedrerías, de sus flores y gasas, de sus músicas y bailes, todo cede, cae y se derrumba ante la pobre majestad, ante el humilde cántico de pastores, ante la luz irradiada por la cueva de Bethlén, la mirada dulce de una mujer, ante la modestia de un pobre artesano la sonrisa de un recién nacido, que con sus dulces ojos y llanto derroca civilizaciones, conmueve a la misma naturaleza y derriba con su debilidad de niño la obra potente de los siglos bajo el dominio error, del privilegio y de la esclavitud.

     Ante la sencillez pastoril, ante la poesía de los campos, vienen a tierra orgullo, ciencia y preocupaciones, de asirios y persas, de griegos y egipcios, y hundiráse en el polvo la acumulación de estas civilizaciones concentradas en manos de los romanos, señores materiales del mundo conocido, ante la voz de un nazareno que predica la igualdad ante Dios y la fraternidad entre los humanos, y que sella con su sangre haciendo igual al gentil, al idólatra y al fetichista.

     Por eso decimos que la parte hermosa de la sublime poesía que encierra la redención del género humano, tiene en sí el carácter que le presta la poesía, el sentimiento y la belleza, el de la más grande de las obras, como hija de Dios, comparada con el más inmenso de lo poemas que atesora la humanidad en el génesis de la belleza y sublimidad en el arte.

     Ha sonado la hora en el reloj de los tiempos, y cae y desaparece el dios naturaleza, el dios casta, el dios fatalidad, el dios esclavitud, el dios faraónico de cruel tiranía, el dios de la política que encadena los pueblos; ha sonado la hora, y destronados caen ante el Dios verdadero, ante el Dios hombre, el Verbo encarnado, revelador y libertador del hombre, para quien ha de conquistar su libertad y respeto con la sangre comunicada a sus venas de la purísima y santa Virgen María, su Madre, corredentora del mundo, al que ha de librar con sus dolores, sus penas, sus lágrimas y pesares.

     �Dichosa, dichosa tierra de Egipto, que por siete años tuviste la felicidad de aposentar a la Santa Familia que consagró tu antigua tierra, y te hizo más notable que por tu civilización, por tu hospitalaria caridad y amparo a los perseguidos por el sanguinario Herodes!

     Y para terminar este capítulo, en el que sólo la tradición y los apócrifos Evangelios nos dan noticias de la estancia de María y su Familia en la tierra de Egipto, copiaremos lo que acerca de ello nos dice, relata y cuenta la venerable escritora Sor María de Ágreda:

     �Pero no es necesario hacer ahora mención de ellas (de las tradiciones), porque su principal asistencia, mientras estuvieron en Egipto, fue la ciudad de Heliópolis, que no sin misterio se llama ciudad del Sol, y ahora la dicen el gran Cairo.

     �Llegaron a Heliópolis, y allí tomaron su asiento; porque los santos ángeles que los guiaban, dijeron a la Divina Reina y a San José, que en aquella ciudad habían de parar.

     �Con este aviso tomaron allí posada común, y luego salió San José a buscarla, ofreciendo el pago que fuera justo; y el Señor dispuso que hallase una casa humilde y pobre, pero capaz para su habitación, y retirada un poco de la ciudad.

     �Los tres días primeros que llegaron a Heliópolis (como tampoco en otros lugares de Egipto), no tuvo la Reina del cielo para sí y su Unigénito más alimentos de los que pidió de limosna su padre putativo José, hasta que con su trabajo comenzó a ganar algún socorro. Y con él hizo una tarima desnuda en que se reclinaba la Madre, y una cuna para el Hijo, porque el santo esposo no tenía otra cama más que la tierra pura, y la casa sin alhajas, hasta que con su propio sudor pudo adquirir algunas de las inexcusables para vivir todos tres�.

     Dejemos ahora en Egipto al Infante Jesús con su Madre Santísima y San José santificando aquel reino con su presencia y beneficios que mereció Judea...

     Y con esto podemos dar por terminado este capítulo, copiando las palabras de Orsini que nos relata algunos otros detalles de la vida de los desterrados, con su lenguaje más poético que el que emplea Ágreda en su ascética relación:

     �María, en Nazareth, había llevado una vida humilde y laboriosa; pero no había padecido ni vigilias, ni el temor horrible, ni las duras y terribles privaciones que arrastra consigo la indigencia: en Heliópolis pasó por el crisol de la pobreza (Orsini, como Ágreda, dan a Heliópolis por la estancia constante de la desterrada Familia) y experimentó la miseria bajo todos sus aspectos. El oro de los persas estaba agotado; fue preciso crearse recursos, cosa difícil lejos de su patria y en un pueblo dividido en corporaciones nacionales y hereditarias (castas quiere decir), que miraba con desprecio a los extranjeros. (En esto exagera o desconocía Orsini el carácter de los egipcios y sus relaciones con los judíos.) El hijo de David y de Zorobabel se hizo simple jornalero, y la hija de los reyes trabajaba una parte de las noches para suplir al corto jornal de su esposo. Como eran pobres, observa San Basilio, es evidente que debieron entregarse a penosos trabajos para procurarse lo necesario... �Pero este necesario lo tenían siempre? Con frecuencia dice Landolfo de Sajonia: el Niño Jesús, acosado por el hambre, pidió pan a su Madre, que podía darle otra cosa que sus lágrimas�.

     Triste situación la de los pobres desterrados, inescrutables juicios de Dios que sujetaba a su Hijo, al Verbo encarnado, a los sufrimientos, necesidades y miseria de los humanos, que tanto templa el corazón, que tanto eleva el espíritu al reconocimiento de las bondades divinas y a la dicha de la gloria por el sufrimiento en esta vida que libra nuestra alma de la esclavitud del demonio.

     Hermoso cuadro de humildad y de pobreza, que si nuestro ánimo estudia y comprende en su grandeza y sabiduría, ha de servirnos de espejo clarísimo en que refleje nuestra alma para templarla en la enseñanza de humildad y de pobreza que nos da Dios en la existencia terrenal de su Hijo; �de su Hijo que sufrió hambre, sed, y padeció y murió por nosotros!

     Y concluimos con las palabras de Casabó en su Vida de la Virgen, comprobando lo mismo que hemos dicho:

     �La permanencia de la Sagrada Familia en Egipto, es modelo de virtudes a las familias cristianas, y enseña a cada una de éstas que lo sea para las demás. Muy dura es la vida de un pobre desterrado en país extranjero. Pasa desconocido entre gentes desconocidas; no oye ya el idioma nativo que endulzaba los afanes del alma. Montes, valles, ríos y pueblos, todo es nuevo para él; �pobre desterrado! Y si a esto se añade las costumbres también diversas, y a más una religión falsa o idólatra, �quién podrá explicar la amargura de su vida? No poder gozar de las fiestas religiosas, cuyo único lenguaje es el que se hace oír en el destierro. He aquí la triste condición de fa Sagrada Familia en Egipto. Es la única que entre los egipcios conoce, posee y adora al verdadero Dios. Y sin embargo, todos pasan y nadie les hace caso. Si la tratan por breves instantes, admiran su bondad, santidad y dulzura, pero luego vuelven a las falsas adoraciones de los ídolos. José y María viven, sí, aislados, pero contentos; porque de su casa hacen un templo, de sus rodillas una cátedra al divino maestro Jesús, dándoles motivo de la ciega idolatría de los egipcios de venerar con más afecto vivo al Dios verdadero que habita en medio de ellos�.

     Sucede quizás que una familia cristiana se encuentre en países lejanos y viva desconocida entre extraños. �De dónde tomará aliento en la desolación que la rodea? Si como la Sagrada Familia, lleva consigo el santo temor de Dios, de la celestial Jerusalem, de nuestra verdadera patria, el cielo bastará para dulcificar sus amarguras del destierro sobre la tierra. Aun cuando una familia cristiana no salga jamás de su país natal, puede muy bien asemejarse a la Familia Nazarena. Si rara y única era la Familia de José en Egipto, muy raras son también en el Cristianismo ahora las familias verdaderamente buenas y cristianas. Todo el mundo es un Egipto, una nueva idolatría reina en él. El temor santo de Dios es desconocido en casi todas las casas; mucho conviene que haya familias modeladas en la Sagrada Familia, que saquen al mundo de la idolatría a que se ha entregado. Padres e hijos cristianos, volved vuestras miradas a Jesús, María y José, y a imitación suya santificad el Egipto, evangelizad al mundo y libertadlo de su ruina.

     En medio de nuestras desventuras, �cuánto consuelo deben llevar a nuestras almas estas palabras tan llenas de esperanza!



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Capítulo XVIII

REGRESO DE LA SAGRADA FAMILIA A JUDEA. -SU RESIDENCIA EN NAZARETH, SU ANTIGUA CASA. -VIDA DE MARÍA Y EDUCACIÓN DE SU HIJO JESÚS. -LA EDUCACIÓN POR LOS OFICIOS ENTRE LOS JUDÍOS. -SU OFICIO FUE EL DE CARPINTERO, COMO JOSÉ, SU PADRE.



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- I -

     Nada tampoco nos dice el Evangelio del tiempo de la estancia en Egipto de la Santa Familia; pero hay una opinión, que es la más comúnmente recibida, y que no encierra en sí ninguna contradicción que pueda hacer dudosa o controvertible aquélla. Lafuente la admite como la más general y comúnmente recibida, siete años, es el tiempo que éste marca, señala o determina. También Orsini y la Venerable Ágreda la admiten, y así nosotros no hemos de oponer reparo ni tenemos datos algunos que pudieran hacer controvertible cronológicamente este punto.

     Como hemos indicado y repetimos, el Evangelio sólo se expresa en estos términos:

     �Y muerto Herodes, he aquí que el Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef en el Egipto diciendo: -�Levántate y toma el Niño y su Madre y vuelve a tierra de Israel, pues que ya han muerto los que buscaban al Niño para quitarle la vida�. Levantóse Josef, y tomando al Niño y a su Madre, regresó a su país de Israel. Mas oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allí mismo, y avisado en sueños, se retiró a tierra de Galilea, y desde que llegó allí habitó en la ciudad que se llama Nazareth, para que se cumpliera lo que dijeron los Profetas: -Que sería llamado Nazareno�.

     La narración del regreso a la patria es tan sencilla como el relato conciso de la ida, sigue en sencillez y laconismo el mismo orden. Adviértese aquí lo que ya hemos hecho notar anteriormente: no es María la que recibe órdenes del cielo por medio de un Ángel, no, es su esposo, su marido, quien por derecho divino es el jefe y superior de la familia, y el cielo mismo le reconoce ese derecho y obra conforme a él. Si el Ángel se aparece una vez a María en forma visible, es que por entonces el asunto de la Encarnación parece ser peculiar de María, y Dios dispone que por algún tiempo esté oculto a los ojos de José.

     En cuanto a lo demás, los asuntos de la Santa Familia están referidos en el Evangelio con tal sobriedad, como hemos dicho, con tan encantadora sencillez, que no encontramos detalle que huelgue ni falte en su laconismo y poético lenguaje. Vese, por ello, que la Providencia es quien lo dispone y arregla con una majestuosa sencillez, con una dulzura encantadora y humanamente suave, conmovedora y sencilla. Obra fuerte y enérgicamente hacia el fin señalado en su omnipotente sabiduría, pero la disposición y marcha es suave, sin peligros ni contingencias, cual supera la sabiduría a la previsión.

     Cuatro veces avisa el Ángel a José en lo concerniente a asuntos de su Familia, pero siempre en sueños, nunca en forma visible. �Por esta causa, dice D. Vicente Lafuente, todas esas leyendas de los Ángeles, apareciéndose a cada paso a la Virgen para traerle golosinas al Colegio, para venir a saludarla formados en escuadrones, como tropa que pasa revista, y para darle guardia de honor a preservarla de cualquier peligro, me parecen fantasías de imaginaciones demasiado vivas, que siendo ellas humildes, humildísimas (líbreme Dios de rebajarlas en un ápice), no han llegado a comprender la grandeza de la pequeñez, pues el amor de Dios que abrasaba sus almas (y esto les honra), les hacía sublevarse contra todo lo que les pareciese rebajar a la divinidad de Jesucristo aun en lo humano. No rebajemos, no, a esas almas puras y santas, porque su amor puro y acendrado, les haya hecho casi sublevarse, por decirlo así, contra las humillaciones voluntarias y espontáneas de Jesús, como se quejan a veces a Él con doloridas frases de los ultrajes que contra su divinidad consiente pudiendo evitarlos. �Ay! esa exaltación santa, �no es preferible mil veces a los ojos de Dios a este frío glacial de la critica con que nosotros discurrimos? No debe ser nuestro ánimo rebajar esas narraciones de almas puras, que suponen a la Santa Familia en contacto continuo con Ángeles en forma visible, pues si no las aceptamos tampoco las debemos negar, ni mucho menos condenar al desprecio, puesto que otros mucho más santos y más sabios las han aceptado�.

     Obedece José la voz del Ángel bien conocida para él, y no vacila un momento en disponer la partida, de la misma suerte que no vaciló para tomar el camino huyendo de los sicarios de Herodes. Por de pronto debemos decir, que las penalidades del regreso debieron ser las mismas, pues el mismo camino era y las mismas contrariedades debían sufrirse en ambos viajes.

     Y aquí entra de nuevo la tradición que es la que de nuevo narra, cuenta y relaciona este nuevo sufrimiento de la Familia Sagrada al retornar a tierras de Israel y nuevamente refugiarse en Nazareth, de donde salieron para cumplir las órdenes del César y a donde vuelven de orden de Dios comunicada por el Ángel. En nuestra patria la tradición lo ha conservado, no sólo por el hecho sino también por la poesía popular, que en sus sencillos y rudos romances ha trasmitido los hechos de la Santa Familia, de la misma suerte que el romancero ha conservado los hechos legendarios de nuestra historia y ha sido el elemento filosófico de nuestro génesis histórico en los tiempos de la reconquista, en la lucha de nuestros antepasados contra los enemigos de la fe, en la fe de sus luchas, empresas y gestas tan hermosas como sencillas y popularmente contadas por esos Homeros desconocidos que en rudos y sencillos versos comunicaron y cantaron sus impresiones en las grandiosas luchas de nuestra historia. Copiaremos alguno de ellos, uno de esos que todavía se cantan y con los que las madres de los pueblos y las niñeras arrullan y duermen acompañando el sueño de los niños mecidos en sus regazos al compás de sencilla música de lánguida melopea:

                                  Caminitos, caminitos,
Los que van a Nazaret,
Como el calor era mucho,
El Niño tenía sed.
   -No pidas agua, mi Niño,
No pidas agua, mi bien,
Que los ríos bajan turbios
Y no hay agua que beber.
   Allá abajo, no muy lejos,
Hay un verde naranjel,
Naranjel que guarda un ciego
Que es el dueño del vergel.
   -Ciego, dame una naranja,
Que mi Niño tiene sed;
Coja, coja la Señora
Cuantas tenga a bien coger.
   Ella coge de una en una,
Y ellas brotan tres a tres:
Cuantas más naranjas coge,
Aun más lleva el naranjel.
   Ya se marchan con su Niño,
Y el ciego comienza a ver:
-�Quién es aquella Señora
Que me ha hecho tanto bien?
   Una joven con un Niño
Que vuelve hacia Nazaret:
-�La Virgen María ha sido,
Con Jesús y San José!

     Y si fuéramos a citar todos cuantos romances la musa popular ha inventado, creado y se cantan por las diversas comarcas de España, pudiendo formarse un riquísimo y abundante caudal, un copioso Folklore de la vida, hechos y milagrosas obras de la Santa Familia, cantados y relatados en las diferentes regiones de nuestra patria, tarea pesada fuera y que ocuparía algunos volúmenes.

     Volvamos a nuestra narración y dejaremos para el fin de esta obra la inserción de aquellos romances populares que con relación a María hallamos como más sentidos y hermosos en su inspiración popular. Tomemos, después de siete años de destierro en egipciaca tierra, el camino del regreso a las tierras nativas, a la patria, a la tierra madre en que se abrieron los ojos a la luz del día y a la luz sobrenatural de nuestra religión, a esa tierra amada y bien querida que llamamos patria, en que duermen el sueño de la muerte nuestros padres, y en la que transcurrieron los primeros años de la niñez, esos años en que las impresiones son tan fuertemente grabadas en nuestra inteligencia, que nunca se olvidan y sólo desaparecen con la muerte.

     Despidióse el Santo Matrimonio de sus vecinos y de los conocidos que con ellos se relacionarían durante aquellos siete años: tomarían nueva cabalgadura para emprender el viaje de retorno; emprendieron el camino, y por los mismos pasos regresaron a Israel y a tierra de Judea, a Nazareth, entrando en la casa que durante siete años había estado cerrada, sirviendo de comentario y de hablilla a los vecinos que los vieron marchar a Bethlén y nada habían sabido ya de ellos, tal vez presumirían muerta a María a consecuencia de su estado en las penalidades del viaje o en su alumbramiento, y a José emigrado a otra población, a Jerusalem quizá, donde le sería más productivo su oficio de carpintero.

     Casabó relata e historia el hecho de la siguiente manera: �Porque el Niño debía llamarse Nazareno, pasaron a Nazareth, su patria, donde hallaron su antigua y pobre casa en poder de aquella mujer santa y parienta de José en tercer grado, que había acudido a servir cuando la Virgen estuvo ausente en casa de su prima Isabel.

     �Todo lo hallaron bien guardado, y a su parienta que los recibió con gran consuelo por el gran amor que tenía a la Virgen, aunque entonces no sabía su dignidad�.

     En cambio, Orsini, siguiendo en este punto los vuelos de su fantasía, y exagerando en muchos puntos, no según nuestra opinión, sino según el parecer de escritores respetables, nos pinta un cuadro de desolación y de lástima, de abandono, que contrasta con la que hace Casabó. Véase cómo se expresa el citado Orsini:

     �Después de una ausencia tan larga, la Santa Familia volvió a entrar en su humilde hogar en medio de las felicitaciones, del pasmo de las preguntas atropelladas de sus parientes, que todos a competencia la obsequiaron. Pero la desolación y los amargos recuerdos se hicieron bien pronto lugar a través de toda esa alegría. La casa abandonada de la pobre Familia, era apenas habitable; el techo medio arruinado y roto en algunos puntos, se había cubierto a trechos de altas yerbas y había dejado penetrar libremente en el interior el viento de invierno, y las lluvias deshechas de los equinoccios: el aposento bajo era frío, húmedo y verdecido; unas palomas silvestres hacían sus nidos en la celdita misteriosa y santificada en que el Verbo se hizo carne; las zarzas extendían por el pequeño patio sus guirnaldas morenas y espinosas; todo, finalmente, en esta antigua casa, envejecida ya por los años, había tomado aquel aspecto ruinoso que se advierte en los edificios abandonados como el sello de la ausencia de su dueño. Fue preciso ocuparse de esas urgentes reparaciones; fue preciso reemplazar los enseres y muebles inservibles o desaparecidos, fue preciso desempeñar tal vez un empréstito contraído en Egipto para la vuelta. Sin duda, entonces se vendieron hasta el jubileo, los campos que formaban la herencia paterna. De todo lo que poseían José y María antes de su largo viaje, no les quedó otra cosa que la arruinada casa de Nazareth, el taller de José y sus brazos�.

     La relación de Orsini, como se ve, no puede ser más fantástica e hija de una fogosa imaginación, pero cuyos detalles difieren bastante de la realidad, y si no, véase cómo concluye este ilustre escritor este punto:

     �Pero Jesús estaba allí, joven aún (de siete años), Jesús tomó el hacha y siguió a su anciano padre (�dónde y de dónde le constaba a Orsini la ancianidad de José en aquel entonces?) por los pueblos en que se les ofrecía ocupación; el trabajo proporcionado a su edad y fuerzas nunca faltó a su Madre. El bienestar había desaparecido por largo tiempo; pero a fuerza de privaciones, de vigilias y esfuerzos, se proveyó a las urgencias de primera necesidad. Jesús, María y José se entregaron a duros trabajos, y estos nobles corazones, que podían mandar a legiones de Ángeles, nunca pidieron a Dios otra cosa que el pan cotidiano�.

     Como se ve, la descripción no puede ser más poética y llena de sentida impresión, pero la fantasía ha desvirtuado en mucho la realidad de las cosas y de los hechos. Orsini, llevado del calor, luz y hermosura de la tierra en que escribía su Vida de la Virgen, le llevó a fantasear de una manera tan sentida, como hemos visto, pero esta mismas galas le apartaron de la realidad de los hechos, como hemos dicho, y tanto más cuando esta descripción de Orsini no concuerda con las condiciones de la casa de Loreto que vemos y conocemos. Mal pudieran haberse criado zarzas en el patio de la casa, cuando ésta no lo tenía ni vestigios se conservan de que lo hubiera tenido. Respecto de los muebles, harto sabemos que éstos eran muy escasos aun entre los que hoy llamaríamos clase media, artesanos acomodados, y su deterioro no podía ser grande en muebles, sobrado pobres, sencillos, fuertes y nada lujosos, y no tardaría José con su robusto brazo en reponerlos, hallándose, como se encontraba, en la plenitud de sus fuerzas, en plena varonil edad.

     Respecto de su estancia, tan pobre como la quiere pintar Orsini, siempre sería mejor que en Egipto; aquí tenían casa de su propiedad y la hacienda de sus padres, pues aun cuando la empeñasen, volvía a sus dueños en el tiempo del jubileo, y el trabajo manual de José y el de María con sus bordados y costuras, produciría para el sustento de la Familia, dada la sobriedad de las razas orientales.

     �Queréis ver un cuadro de realista hermosura representando a la Santa Familia en su tranquila, sosegada y pobre feliz vida después de la vuelta de Egipto cuando el Niño Jesús con sus gracias infantiles había de ser la alegría de aquella bendita casa? Tended la vista sobre ese cuadro; apoteosis de la vida de familia, de nuestro incomparable Murillo; contemplad aquella plácida y santa alegría que representan aquellos benditos seres, trinidad humana, representación en la tierra de la Santísima Trinidad. Contemplad, recread vuestra vista y vuestro espíritu en ese hermoso lienzo que debiera cobijarse en el sagrado del hogar de toda familia cristiana. Ved a San José, de semblante varonil, no anciano, ni decrépito como otros le pintan, sino vigoroso, fuerte, enérgico en su edad de cuarenta años, descansa un momento de su rudo trabajo, teniendo en un lado el mazo y los útiles de carpintería que deja descansar un momento mientras contempla sentado en un cabezo de madera y teniéndole entre sus rodillas a Jesús, de unos ocho años de edad, con su rizada y rubia cabellera, vestido con alba túnica que contempla entre sus manecitas un jilguero. A sus pies en actitud de saltar para coger el pajarillo, un perrillo faldero de blancas lanas espera el momento de coger la presa que el Niño Dios sostiene con la mano levantada para que no corra peligro la inocente avecilla.

     La mirada tierna, cariñosa y penetrante de Jesús, demuestra la alegría que encierra su actitud, pues en Jesús, hasta los juegos nos sirven de enseñanza. �Esta avecilla que tengo sujeta en mi mano, si ahora está cautiva por algunos momentos, recobrará luego su libertad, que Yo el autor de la Naturaleza di la libertad, no sólo al hombre sino a los seres irracionales, que de ella se aprovechan para vivir, y no es justo se les prive de tal don mientras no abusan, o las necesidades lo exigen o imponen�. María, en tanto, con semblante risueño contemplando el grupo de José y el Niño, sonriente y tranquila, devana una madeja de hilo gozándose y trabajando con pura y santa alegría, la tranquilidad del cumplimiento del deber consagrado por aquella divisa que debe ser la de todo cristiano:

                               ORA ET LABORA.

     Ruega y trabaja: lo contrario de lo que generalmente se desea, es decir, el no trabajar, bello ideal al que encaminan sus propósitos los que se creen católicos, no considerando al trabajo como un ennoblecimiento del hombre sino como una degradación o envilecimiento de los que se estiman en su nobleza o posición. Este cuadro, es un poema que habla al alma sin ruidos ni palabras huecas de sentido, enseñando y convenciendo con el ejemplo de tan virtuosa Familia, pero como hemos dicho, �son pocos los que saben leerlo en su pensamiento y enseñanza! Este idilio sagrado representa, con toda su dulce poesía, la vida tranquila y escondida de Jesús en Nazareth durante los años de su niñez en la compañía de sus padres, sin que el doloroso episodio de su pérdida en Jerusalem cuando las fiestas, a que acudió con sus padres: episodio doloroso y que por cuarenta horas turbó el tranquilo y sosegado transcurso de la retirada vida de la Santa Familia.

     A pocos días de su vuelta a Nazareth, puede decirse que entró en el orden habitual de su vida María y la Santa Familia, y determinó el Señor ejercitar a la Madre del Verbo al modo como lo hizo en la niñez de Aquélla. Como verdadero maestro del espíritu, quiso formar una discípula tan sabia y excelente, que después fuese maestra y ejemplar vivo de la doctrina del Maestro. No la abandonó el Señor, pero estando con Ella y en Ella por inefable gracia y modo, se le ocultó su vista y suspendió los efectos dulcísimos que con Ella tenía, ignorando la Virgen el modo y la causa, porque nada le manifestó el Señor. Además, el Niño-Dios, sin darle a entender otra cosa, se le mostró más severo que solía, y estaba menos con Ella corporalmente, porque se retiraba muchas veces y la hablaba pocas palabras, y aquéllas con grande entereza y majestad.

     �Esta conducta del Hijo sirvió de crisol en que se renovó y subió de quilates el oro purísimo del amor de María, que hacía heroicos actos de todas las virtudes; humillábase más que el polvo, reverenciaba a su Hijo santísimo con profunda adoración; bendecía al Padre y le daba gracias por sus admirables obras y beneficios, conformándose con su divina disposición y beneplácito; buscaba la voluntad santa y perfecta para cumplirlo en todo; encendíase en amor, en fe y en esperanza, y en todas las obras y sucesos aquel nardo de fragancia, despedía olor de suavidad para el Rey de los Reyes que descansaba en el corazón de la Virgen como en su lecho y tálamo florido y oloroso. Perseveraba en continuas peticiones con lágrimas, con gemidos y con repetidos suspiros de lo íntimo del corazón; derramaba su oración en la presencia del Señor y pronunciaba su tribulación ante el divino acatamiento�.

     De esta suerte señala Casabó el estado de María en su nuevo y tranquilo retiro de su vuelta a Nazareth. En cuanto a su vida y la de Jesús, veamos como también la relata el mencionado escritor:

     �Tenía la Virgen prevenida por manos de José una tarima, y sobre ella una sola manta para que en ella descansara y durmiera el Niño Jesús, porque desde que salió de la cuna, ni más abrigo ni más cama quiso admitir para su descanso.

     �Como Jesús deseaba restituirla a sus delicias, respondió a sus peticiones con sumo agrado estas palabras: �Madre mía, levantaos�. Como esta palabra era pronunciada del mismo modo que esa palabra de Dios, del Eterno Padre, tuvo tanta eficacia, que con ella, instantáneamente quedó la divina Madre toda trasformada y elevada en altísimo éxtasis en que vio a la Divinidad abstractivamente. En esta visión la recibió el Señor con dulcísimos abrazos, con que pasó de las lágrimas en júbilo, de pena en gozo y de amargura en suavísima dulzura. A este misterio corresponde todo lo que la divina Virgen dijo de sí misma y leemos en el capítulo XXIV del Eclesiástico. No por esto faltaba María jamás a las obras que le tocaban en su servicio corporal y cuidado de su vida y la de su Esposo; porque a todo acudía sin mengua ni defecto, dándoles la comida y sirviéndoles, y a su Hijo siempre hincadas las rodillas con incomparable reverencia. Cuidaba también de que el Niño Jesús asistiese al consuelo de su Padre putativo como si fuera natural, y el Niño obedecía a su Madre en todo esto y asistía muchos ratos con José en su trabajo corporal, en que era continuo éste para sustentar con el sudor de su cara al Hijo de Dios y a su Madre. Cuando el Niño Jesús fue creciendo, ayudaba algunas veces a José en lo que parecía posible a la edad...�

     Así transcurrieron los primeros años que sucedieron al retorno a Nazareth: años que si durante ellos la vida de María no nos presenta ningún hecho ni acontecimiento de esos que llaman poderosamente la atención, no por eso, esa que algunos llaman obscuridad, no fue sino preparación para los grandes hechos de su Hijo, y en los que María una parte tan importante había de representar en el grandioso poema de la redención del hombre.

     Durante esta época en que si no hallamos estos grandes hechos, en cambio la vida transcurre pacífica y sosegada, como la marcha de un caudaloso río que sin los ruidos ni espumas de una corriente estrepitosa, labra la dicha y la riqueza de sus riberas con sus fecundas aguas. De esta manera pasan los años de la niñez de Jesús, de su educación en la que parte tan importante tomó la Virgen María, como la tiene toda madre amante de sus hijos, y que ella es la que pone las primeras piedras del edificio de la educación de aquellos en quienes siembra esos primeros gérmenes que después han de ser la base de la dicha, felicidad y alegría de los hijos, o de desventura y de infelicidad, si aquella primera y materna educación, si aquellas primeras oraciones que la madre enseña a sus hijos, no han sido acertadas e inspiradas en el verdadero sentimiento maternal, que es el que encamina o tuerce con una equivocada inteligencia estos primeros pasos de la vida de los hijos.

      María, durante estos años, consagraríase a la educación de su Hijo, comunicándole cuanto Ella podía comunicar a un niño, lo que en su educación en el Templo había aprendido, y de esta suerte arrojó en aquel hermoso corazón y clara inteligencia los primeros gérmenes de una enseñanza que como humano necesitaba desenvolver como niño, hasta que se manifieste su ciencia en el momento oportuno en que ha de dar principio a su misión de Salvador, de Maestro, de Redentor y Salvador de los humanos con su palabra, su doctrina, y sellar la obra con su sangre y su martirio.

     �Jesús, que era el Señor y la fuente de todas las ciencias, dice Orsini, no tenía la menor necesidad de la enseñanza humana; pero como le placía ocultar sus resplandecientes luces bajo su corteza terrestre, y mostrarse en todo semejante a los demás hombres, no desdeñó en su primera infancia las lecciones de su piadosa Madre. Créese, en efecto, generalmente, que la primera educación de Jesucristo fue obra de María, y algunos teólogos pretenden que Él no recibió jamás otra. Los judíos que no siguen esta opinión, sostienen, por el contrario, que un rabino célebre que enseñaba entonces en Nazareth, continuó lo que la Santa Virgen había empezado. Pero la educación de Jesús, a pesar de lo que afirman los judíos, no fue la obra de los rabinos; sábese que no era celador ni tradicionario y que desaprobaba altamente las miras estrechas del egoísmo y de las argucias que formaban el espíritu degenerado de la Sinagoga. San Juan, por otra parte, resuelve la cuestión diciendo en su Evangelio, que los judíos miraban a Jesús como a un joven sin estudios�.

     Las investigaciones, crítica y estudio de las instituciones sabias como prudentes del pueblo judío, nos dan elementos para comprender el estado de la enseñanza, derivados del estudio del Talmud. No se ve allí nada que relacione con la instrucción de Grecia y Roma con la religiosa Palestina. Según la historia, Gamala, hijo del Sumo Pontífice, fue quien dictó disposiciones relativas a la enseñanza, en las que se determinan las reglas de instrucción pública, y en las que constan el organismo de la que debe darse en las escuelas y el número de las que deben existir en cada población, obligada a tener una en cada Sinagoga. Para todo cuanto se refiere a la materia de la enseñanza, hay que atenerse, como hemos dicho, al sabio código del Talmud, pues en él se compilan los usos, leyes, costumbres, tradiciones, ceremonias litúrgicas y organización de Israel. La escuela judía proviene de la Sinagoga, como la escuela moderna, aun cuando pese a los enemigos, proviene de la Iglesia, del Convento.

     De las muchas investigaciones hechas por los historiadores cristianos en averiguación de los medios de instrucción que pudiera ofrecer Nazareth a Jesús durante su edad infantil, veremos que Sabatier en su Enciclopedia de Ciencias religiosas, y lo mismo Stapfer en su libro sobre Palestina, dan noticias emanadas todas de un cálculo de probabilidades, pero no de un conocimiento cierto en la materia. Por los monumentos históricos que poseemos, sólo probabilidades podemos presentar para la solución del problema. Sólo podemos si acaso presentar la probabilidad de que Jesús asistiría, acomodándose sus Padres a un uso y costumbre extendida, en la fiesta del Sábado, a lo que entonces se denominaba la catequización, institución muy parecida a nuestras escuelas dominicales católicas.

     En muchas páginas del Talmud se encuentran descripciones de maestros. a quienes se llama Azanes, los cuales dependían de la Sinagoga, y están encargados de la enseñanza, cumpliendo de esta suerte la misión encomendada a nuestros sacerdotes en la de la doctrina cristiana.

     Por otro lado ya lo hemos dicho: María, hubiera escuelas o no en Palestina, debió como hermosa y Madre ejemplar, ser la encargada de la enseñanza de su Hijo, como lo hacía toda madre israelita, como lo hace toda madre amante de sus hijos, pues a ella le está encomendada la enseñanza del regazo cuando el niño apenas puede balbucear las primeras oraciones, y ellas, ellas son las primeras que nos enseñan a pronunciar los dulces y consoladores nombres de Jesús y María, de nuestro Dios y su santa Madre, nombres que pronuncia el niño envuelto todavía sus labios con la leche del pecho de su madre, y cuyos dulces nombres y su consuelo son los últimos que pronuncia el hombre al dejar el mundo y terminar su existencia terrenal.

     Y cual aprenden las avecillas en el nido escuchando el cántico de aquellos alados seres a quienes había infundido vida, con el espectáculo majestuoso de la naturaleza, y los gorjeos de una música que no era sino un cántico a Dios creador, Jesús aprendería entre aquel concierto y las enseñanzas de María a conocer la bondad y sabiduría del Padre que había distinguido siempre a aquel pueblo de Israel, con su próvido auxilio en las penas del mismo.

     María debió tener, como era vieja y tradicional costumbre, conservados los rollos del Thorá, como llamaban a sus leyes, y en ellos Jesús, por ley natural sujeto en cuanto a hombre a las instituciones y leyes de su pueblo, aprendería los principios de la teología de su pueblo y los cánones de su religión. Y cumplidor de las leyes debió conocer muy pronto el schema, o sea la fórmula de la oración diaria citándola en voz alta y guardándola en su memoria como todos niños de su edad. El schema se componía de alabanzas a Jehová, de bendiciones a su nombre y aspiraciones al cumplimiento de los Mandamientos, recitarlos al dormirse y al despertar, cuyos preceptos llevaban hasta bordados en las franjas de sus vestiduras como recuerdo de su observancia. Y como de paso recordaremos y como un recuerdo a nuestra madre, veremos en nuestra mente a María enseñando y haciendo repetir el schema a Jesús, como aquella santa mujer nos enseñaba y hacía rezar el rosario, la santa oración cotidiana de la familia, ora en las serenas y hermosas veladas de las poéticas noches del verano, o en las lluviosas del invierno cuando la lluvia azotaba los cristales de nuestros balcones, y el viento helado gemía entre las rendijas de las puertas, haciéndonos pensar en los pobres sin albergue, en los caminantes y marinos que sufrían a aquellas horas las inclemencias de las frías noches invernales.

     No puede prescindirse del tiempo que Jesús estuvo bajo el amparo de María y José, del tiempo que media entre la vuelta de Egipto y la hora en que, educado e instruido en la ley de amor por su santa Madre y José, inicia su predicación: los Evangelistas, como hemos dicho, hablan de todo esto con extrema sobriedad, a lo más encontramos en San Lucas, en el capítulo segundo, versículos 40, 41 y 42: �Y el Niño crecía y fortalecíase y llenaba de ciencia, y la gracia de Dios era con Él, e iba con sus padres todos los años por pascuas a Jerusalem�.

     La instrucción, pues, de Jesús, según dice Lafuente, se había completado con la dada por su Madre María Santísima: �Jesús había llegado a la edad de doce años; sus fuerzas no eran todavía suficientes para emprender rudas fatigas, a fin de ganar el necesario sustento en unión de su padre putativo, cuyo humilde oficio aprendía. Pero estaba en la época en que las buenas madres cuidan de la educación de sus hijos, cuando acabada la niñez y al iniciarse la adolescencia, comienza el período de la instrucción. La educación, pues, de Jesús, corría a cargo de su Virgen Madre, y �qué maestro mejor en lo humano? Jesús se desenvuelve en ese concepto. Es la omnipotencia y se muestra débil; es la omnisciencia, la Sabiduría eterna, y aparece necesitado de aprender, así como siendo Hijo del Eterno Padre, le tienen los de Nazareth por hijo del carpintero.

     �Su Madre le enseña el alef-beth, el abecedario hebreo; con Ella deletrea el Bresith y demás libros de Moisés; aprende a escribir, y más adelante decora la historia de su patria y del pueblo Israelita en esos mismos libros de Moisés y de Josué, los Jueces y los Reyes. Aprende también el derecho político, religioso y social en el Levítico, y en esos mismos libros en que se consigna el desarrollo social y político, interno y externo de su pueblo, bajo la forma teocrática y democrática a la vez, y su transición de éstas a la monarquía. Su Madre Santísima, que conocía la Sagrada Escritura, mejor y más a fondo que todos los doctores antiguos y modernos, y que los doctores mismos de la Iglesia, enseña a su Hijo, de talento precoz y privilegiado, eso mismo que tan perfectamente sabe y lo confía al entendimiento humano de su Hijo, pues si como Dios no tiene memoria, como hombre, la tiene�.

     Además, como demostración de lo perfecto de la educación judía, en la que viene a completarse en la educación moderna, como el sumo de la perfección educativa actual de unir lo intelectual con lo físico, diremos que en aquel tiempo y entre aquellos hombres difícilmente solían exentarse las más altas personas de un oficio manual. Aun los entregados al cultivo de las ideas y al empleo de las altísimas facultades intelectuales, tenían algo de menestral; nosotros apenas podemos comprender que fueran los duchos en saberes y ciencias diestros artesanos. En nuestra educación y dado, en nuestra patria especialmente, el desequilibrio que guardamos entre la educación física e intelectual, los modernos no hemos aún apreciado lo justo y racional de esta mutua educación que nivela lo intelectual con lo físico, o conocimiento de algunas labores mecánicas.

     Véase, si no, lo que ocurre en el extranjero y entre algunos eminentes hombres de ciencia o de Estado, que han sido y son hábiles artesanos o mecánicos: el emperador de Austria, es hábil carpintero; Gladstone, era un poderoso leñador, y entreteníase en sus descansos parlamentarios en derribar árboles; el gran presidente de los Estados Unidos, Lincoln, fue también cortador de maderas, y muchos entre muchos podrían citarse; pero esta costumbre, esta educación todavía no ha entrado en nuestro país, infatuado con recuerdos de pasada grandeza, de dorada miseria, de aquellos hidalgos de correcto traje que se alimentaban con duelos y quebrantos, esperando un corregimiento que los llevara a Ultramar a satisfacer hambre atrasada y sembrar las tristes cosechas que hemos recolectado en aquellas perdidas regiones por nuestra incuria, desmoralización y errado camino de desarrollos de riqueza, que hubieran podido engrandecernos en vez de ser nuestra ruina, y lo que es más triste, nuestro desprestigio ante las naciones que, titulándose civilizadas, han entronizado el imperio de la fuerza pisoteando el derecho y la razón, que en su día dará los frutos necesarios como consecuencia de tales principios y componendas.

     Entre los judíos sucedía en aquellos tiempos lo contrario que todavía acontece en nuestros días, ya fuera para ejercitar las fuerzas físicas, ya también para adquirir el pan cotidiano con la honra del trabajo, todos a una, con raras excepciones, industriábanse con los oficios desde la infancia en las artes útiles y mecánicas.

     Así es que Jesús, por indicación de María y José, tuvo el mismo oficio que su padre putativo; fue carpintero, y así le llama San Mateo en el cap. XIII, versículo LV, y nada más nos indica; pero los ya citados Evangelios apócrifos nos dan más detalles y nos dicen, y a fuer de ilustración los citamos, que Jesús construyó carretas, yugos, cribas, arcas, mesas, puertas y hasta un trono. El proto-evangelio de Santiago le supone maestro de obras, pero no cabe dudar de que el oficio ejercido por Jesús fue el de carpintero: recuérdese lo que decían los Evangelistas cuando las gentes de Nazareth se alarmaban oyendo hablar a Jesús, y se preguntaban cómo podía hablar y decir tales cosas el hijo del carpintero José.

     Ejerció pues el divino Jesús el oficio de su padre, enseñándonos de esta suerte a ganar el sustento con nuestra labor, y de aquí que entre los judíos en la antigüedad y entre las naciones de raza anglosajona hoy, sea costumbre general el conocimiento de un oficio mecánico a más de los intelectuales de la profesión habitual de aquéllos por sus carreras científicas. Rabí Judá, dice, Stapfer dijo: �Quien a su hijo no enseña un oficio, lo hace bandido�. Las clases acomodadas huían de dos oficios que no entraban en sus costumbres apegadas al terruño y como labriegos poco aficionados al movimiento y cambio activo de vida, así es que el de arriero o viajante y el de marino, no les parecían dignos y huían de ellos, pero en cambio los demás les eran bien aceptos, y así vemos que Hiel, era aserrador, Juanán, zapatero, Nanacha, herrero, San Pedro pescador y tejedor San Pablo.

     Y con estas aclaraciones, terminaremos este capítulo de la educación e instrucción de Jesús por su Madre María Santísima, y veremos la condición humilde en que durante su segunda residencia en Nazareth, en que viviría la Sagrada Familia, desenvolviendo en el retiro, la tranquilidad y el trabajo la humana personalidad de Jesús, del Hijo de Dios como obra de la purísima María Santísima, auxiliada de la virtud y laboriosidad de José, modelo de esposos y de padres cuidadosos de la honrada y santa educación de los hijos, santificada por la laboriosidad de que eran ejemplo constante el santo y ejemplar matrimonio, envidia de humilde felicidad de los habitantes todos de Nazareth.

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