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Vucub-Caquix, usurpador del poder creador de la palabra en «Sombras, nada más»…

Diego Florez Delgadillo

En la obra de Antonio Di Benedetto no abundan los topónimos. Contención e indeterminación formaron parte de su poética, que es, ella misma, pudorosa. Mucho se habla de la geografía de Zama, por ejemplo, a partir de las fuentes que consultó el autor. Sin embargo, en líneas generales siempre es reconocible algún trazo de su Mendoza, de donde nunca quiso irse, aún y cuando fue un viajero incansable, y a la que nunca terminó de regresar.

Luego de sufrir en carne propia el horror de la dictadura, y la tragedia del destierro, publica Cuentos del exilio. Algunos de los relatos allí contenidos fueron concebidos en el cautiverio, y, los que se intuye que no, tienen al final un rasgo nuevo: un topónimo que ubicaría el probable lugar de escritura del texto. Madrid, Quezaltenango, Plasencia, El Escorial, Rennes, etc., señalan en su heterogeneidad la condición del sin tierra que, al saberse sin asidero en el mundo, intenta aferrarse a lugares que no siente suyos. Esta característica se internará en su narrativa, haciendo parte de la última obra del autor, en la que derrumbará toda su poética: Sombras, nada más..., donde alternan la indeterminación de lo onírico y el último periplo de un viajero agotado, como él mismo lo afirma en una entrevista publicada un año después de su muerte:

Estaba totalmente destruido. Más que destruido, diría aniquilado. Mi oficio de escritor estaba abandonado. Los militares hicieron muy bien su trabajo conmigo. Mentalmente, no estaba en condiciones de reiniciar una tarea literaria sistemática. Recién cuando comprendí que ya estaba lejos del horror, muy despacio me fui recuperando. Todavía hoy tengo secuelas. Me ataca la angustia de la duda y el inconformismo.

[...]

Como que mi voz es sólo una representación del caos que llevo dentro.

(SILANES, 1987, p. 5)



Con la sutileza de su prosa, advierte al inicio de Sombras que «ha cuidado […][...] que todo el texto guarde la fisonomía o un perfil de los sueños, como la incoherencia [...]» (DI BENEDETTO, 2008, p. 5). Sabe que las expectativas de lectura encuadran su obra por venir en un marco de referencia establecido por la lectura de las precedentes, y sabe que ofrece otra cosa, la ruina y viaje final de su producción. No se engaña y no engaña al lector. Se sumerge en un sueño terrible del que ya no va a salir y en el que, con la arquitectura más propia de las pesadillas, va a buscar infructuosamente algo inasible e indeterminado, y por lo mismo, imposible de alcanzar. Sin embargo, el sueño como arquitectura de la narración ya está presente en la obra dibenedettiana, de hecho, según Julio Premat:

Y si el sueño es la figura de lo literario en Di Benedetto, al sueño habría que entenderlo en tres niveles diferentes: un sueño a la Borges (es un sueño dirigido), un sueño a la Kafka (una pesadilla culpabilizante), pero también un sueño a la Freud (el sueño como un relato hecho de claves ocultas y determinantes, de pulsiones inconfesables en lucha con la censura y la ética, el sueño como una máquina de narrar).

(PREMAT, 2009, p. 20)



¿Qué ocurre entonces con Sombras, nada más…? La configuración triangular pierde balance, el sueño dirigido borgiano desaparece y permite que entre con toda su fuerza la culpa kafkiana y las claves y pulsiones freudianas. El viaje onírico acabará, no la indagación, en Guatemala, lugar en que convergen la culpa y el poder apelando a dos relatos en los que se encuentran Europa y América.

Sí, como señala Liliana Reales,

Se puede entrever mucho de la vida de un escritor en sus textos, pero no todo. Cada texto puede tener casi un valor de confesión, pero toda confesión guarda siempre un secreto. Así como en sus textos ficcionales, en sus artículos periodísticos Antonio Di Benedetto silenció, preservó o retuvo mucho más de lo que explicitó.

(REALES, 2016, p. 45)



Sombras, nada más... representaría el agotamiento de ese vaivén entre lo dicho, lo no confesado y lo apenas sugerido. Al encontrarse sin una base que lo sustente, echa mano de episodios biográficos, de temas recurrentes, de lecturas hechas, pero ya no las tamiza a través de un estilo desarrollado a lo largo de muchos textos, las hace converger, como en un remolino vertiginoso, en el que impera la desesperación y la culpa.

Se ha señalado constantemente la clave autobiográfica de lectura que tiene la obra. Empero, esa clave puede, al contrario, obnubilar la lectura, que no se puede limitar a dilucidar episodios de la vida del autor en el texto. Las reminiscencias autobiográficas serían usadas por el autor para explorar, desde la ficción, la culpa y las culpas de un personaje escindido, cuyos «terribles pecados» no son otra cosa que su consciencia dilacerada y su imposibilidad de moldear la realidad a su antojo. En ese orden de ideas, no deja de ser llamativo que el último vocablo de su última publicación sea olvido, y que lo que más llame la atención de la obra haya sido las similitudes con su vida.

Tampoco carece de simbolismo que Emanuel, protagonista de la obra, termine su viaje onírico-ruinoso en Guatemala, leyendo-recordando, un fragmento del Popol Vuh, vestigio él mismo, puesto que hace parte de un intento agónico de indígenas sobrevivientes a la conquista, utilizando el alfabeto del colonizador, de perpetuar la tradición mítica maya. Este experimento tendría dos características que guardarían una relación simbólica con Sombras, nada más…, a saber: a pesar de su innegable riqueza, de su alcance, no deja de ser el último estertor de un pueblo-cultura que sucumbía en manos de la violencia colonizadora. La última publicación de Di Benedetto puede leerse también como el último aliento de un escritor que también sucumbió ante el terror, que no supo, o no pudo rehacerse, posiblemente porque las ruinas que quedaron no eran suficientes para mucho más que su último texto.

También, al ser un intento de rescate, no puede ser una recopilación exhaustiva, puesto que no puede dar cuenta de la vasta historia-mitología de un pueblo, y es, además, inclasificable, debido a la diversidad de materias que contiene: crónicas, relaciones de familias nobles, mitologías, etc., lo que le da forma de mosaico. Sombras, nada más... es también un intento entre el rescate de una escritura que se sabía casi agotada y la recopilación, de temas, estilos y cuestionamientos que atravesaron toda la obra del autor.

El fragmento en cuestión es la historia de Vucub-Caquix, personaje anterior a la creación del hombre, que reclama crédito de demiurgo con orgullo: «-Yo seré grande ahora sobre todos los seres creados y formados. Yo soy el sol, soy la claridad, la luna -exclamó. -Grande es mi esplendor» (DE LA GARZA, 1980, p. 19). Emanuel, que desconfía de sus sentidos, de su memoria y de su entorno, y que por ende vive en un perpetuo estado de desconfianza, halla en él un espejo que lo refleja en el mito:

Sacáronle entonces los dientes a Vucub-Caquix, y en su lugar le pusieron solamente granos de maíz blanco, y estos granos de maíz le brillaban en la boca. Al instante decayeron sus facciones y ya no parecía señor. Luego acabaron de sacarle los dientes que le brillaban en la boca como perlas. Y por último le curaron los ojos a Vucub-Caquix, reventándole las niñas de los ojos y acabaron de quitarle todas sus riquezas.

(DE LA GARZA, 1980, p. 23)



El despojo y la mutilación relegan a Vucub-Caquix al costado de la historia, que es el lugar que se auto-asigna Emanuel y que le correspondería a un Diego de Zama, también mutilado, al encontrarse por última vez con el niño rubio. El personaje maya se declara poseedor de la palabra como configuradora del mundo y es castigado, Emanuel, periodista, se siente merecedor de equivalente pena.

La mutilación, particularmente la obsesión por herirse los ojos, presente en el microrrelato, lo entrelaza con el otro texto que dialoga el cierre de la producción dibenedettiana: el cuento fantástico «El hombre de arena» de E. T. A. Hoffman. Allí parecen estar condensados muchos de los elementos con los que trabajó el mendocino: el absurdo, el corte brusco casi cinematográfico, la muerte del padre, la mutilación.

El cuento de Hoffman es ampliamente conocido en gran parte gracias a la lectura que Freud hace de él en su texto sobre lo ominoso. Luego de hacer un recorrido filológico por varios vocablos equivalentes en varias lenguas, propone, como hipótesis de trabajo, que ominoso es: «lo que sale a la luz que estaba destinado a permanecer en la penumbra» (FREUD, 1997, p. 228). El contraste es evidente, la escritura pudorosa de Di Benedetto (NÉSPOLO, 2006), su estrategia recurrente de lo no dicho, del corte y la elipsis, serían eso que estaba destinado a permanecer en la penumbra y que, tanto el psicoanálisis como Sombras, nada, más... tienen como propósito develar, desagarrando, de este modo, su poética.

En «El hombre de arena» hay una constante sensación de incomodidad, lo ominoso es omnipresente. Representa el complejo de castración trasladado al miedo a perder o a herirse los ojos (FREUD, 1997, pp. 228-229). Pero, tanto en el cuento como en el psicoanálisis, ese complejo está asociado a una conflictiva relación con el padre, que en Hoffman está doblemente escindido en dos duplas que separan los aspectos positivos y negativos de la figura paterna. En este juego de espejos, Nathaniel, el protagonista, también se escinde en Olímpia, la hermosa autómata a quien ama irreflexiva e ilógicamente, en una clara relación narcisista, consecuencia de su fijación en el padre, que le impide amar a una mujer de verdad (p. 232). Emanuel es otro espejo de esa lectura freudiana del cuento de Hoffman. Cree ver tras su problemática relación con las mujeres una fijación en el padre no superada

¿Soñará con su hermana para preguntarle si ella también cree, como él, que él mató al padre, al padre de él y de ella, por un motivo que él no conoce y con una frialdad y poder exterminador que no percibía hasta el momento del crimen?

(DI BEDENETTO, 2008, p. 40)



Consecuentemente experimenta sistemáticamente la culpa.

Tanta bonanza sentida y, respecto del futuro, presentida, tiene su contrapropuesta en un sentimiento de culpa: después del daño que ha andado haciendo, año tras año, tras haber vivido bajo los signos del engaño y de la traición amorosa y familiar, ¿merece aún esa propuesta de reposo, esa placidez como la de una jubilación al mérito?

(p. 281)



Emanuel, permanentemente escindido y reflejado, se encuentra al final con dos espejos que le devuelven imágenes de pesadilla. Es Vucub-Caquix, usurpador de la palabra creadora, castigado con la mutilación, y es Nathaniel, en un juego más de espejos, escindido en varios personajes. La culpa lo dilacera y se halla indigno del bienestar que le es dado.

El texto se hace inestable, oscila entre la primera y la tercera persona a la par que el mundo de la vigilia se confunde y se hace inasible, inseguro. Emanuel se ha servido del poder de la palabra para acomodarse y para crear el mundo. La obra de Antonio Di Benedetto, en su constante reflexión sobre el sujeto, se habría orientado a adoptar dos vías de resolución ante el problema filosófico de su opacidad: la escritura para apropiarse de la subjetividad y, ante la imposibilidad de hacerlo, el refugio en la imaginación. Esas dos estrategias fracasan y se funden en Sombras, nada más...

No es posible exonerarse de culpas heredadas o inexplicables, como no es viable racionalizar el absurdo. Recuerda acertadamente Freud la inevitabilidad de sobrellevar esa carga:

No es decisivo, efectivamente, que uno mate al padre o se abstenga del crimen; en ambos casos uno por fuerza se sentirá culpable, pues el sentimiento de culpa es la expresión del conflicto de ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros y la pulsión de destrucción o de muerte.

(FREUD, 1997a, p. 128)



Sombras, nada más… es un texto sobre los desastres y las ruinas que ocasiona el terror. En medio de los escombros Emanuel le busca causas y orígenes a lo que no puede tenerlos; al no hallar nada, la búsqueda se hace monomaniaca y desesperada. Al estar todo destruido, deja de haber lugar para la elaboración metafórica, ya no es posible pensar a un Diego de Zama. El estilo, como señala Barthes, es una forma sin destinación, producto de una presión, no de una intención, es como una dimensión vertical del pensamiento (BARTHES, 1972, p. 12). Sombras, nada más... es un texto desesperado y rebelde. A pesar de la advertencia inicial, lo que menos le importa es el lector, ya no tiene comedimientos para él, puesto que ya no los tiene para sí mismo.

Antonio Di Benedetto incursionó en el fantástico y lo utilizó a su manera y para sus indagaciones. Fue una escritura fantástica «como impresión y no como fenómeno argumental, como horizonte y no como mecanismo narrativo, como focalización y no como peripecia» (PREMAT, 2009, p. 20). El absurdo y la culpa permearon su narrativa, cuestionándose constantemente sobre el sujeto y su problemática relación con lo que lo rodea. No pretendió alcanzar verdades absolutas, mucho menos escribir literatura de género. Sin embargo, quebrado y exiliado, ya no podía más escribir como otrora, ya no era más ese escritor (las fotografías del Di Benedetto anterior y posterior al encierro y al exilio no pueden ser más evidentes), y su prosa se desgarró. Lo ominoso se apoderó de sus palabras, impidiéndole escribir nuevas ficciones, y lo llevó a este texto final en el que intenta lo imposible: dar una respuesta al absurdo.

Referencias

  • BARTHES, Roland, Le degré zéro de l'écriture suivi de Nouveaux essais critiques. Paris, Éditions du Seuil, 1972.
  • DE LA GARZA, Mercedes (Prólogo y Comp.), Literatura maya, Biblioteca Ayacucho, Barcelona, Galaxis S. A., 1980.
  • DI BENEDETTO, Sombras, nada más..., Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008.
  • FREUD, Sigmund, Obras completas. Lo ominoso, t. XVII (1913-1914), Traducido por José L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1997.
  • FREUD, Sigmund, Obras completas. El malestar en la cultura, t. XXI, Traducido por José L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1997a.
  • HOFFMAN, Ernst T., «El hombre de arena», en Cuentos fantásticos, Traducido por Enrique L. de Verneuil, Madrid, Montena, 1988.
  • NÉSPOLO, Jimena, Ejercicios de pudor, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004.
  • PREMAT, Julio, «Lo breve, lo extraño, lo ajeno», en DI BENEDETTO, Antonio, Cuentos completos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009.
  • REALES, Liliana, «Rastros de una escritura», en DI BENEDETTO, Antonio, Escritos periodísticos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2016.
  • SILANES, Raúl, «Entrevista de recordación a un año de su muerte», HOY, n.º 33 (11 de octubre de 1987), pp. 3-5.
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