Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo II


Cuadro I

 

Canto a telón corrido. Torrente donde lavan las mujeres del pueblo. Las LAVANDERAS están situadas en varios planos. Cantan.

 
En el arroyo frío
lavo tu cinta,
como un jazmín caliente
tienes la risa.

LAVANDERA 1.ª.-  A mí no me gusta hablar.

LAVANDERA 3.ª.-  Pero aquí se habla.

LAVANDERA 4.ª.-  Y no hay mal en ello.

LAVANDERA 5.ª.-  La que quiera honra que la gane.

LAVANDERA 4.ª
Yo planté un tomillo, yo lo vi crecer.
El que quiera honra que se porte bien.

 

(Ríen.)

 

LAVANDERA 5.ª.-  Así se habla.

LAVANDERA 1.ª.-  Pero es que nunca se sabe nada.

LAVANDERA 4.ª.-  Lo cierto es que el marido se ha llevado a vivir con ellos a sus dos hermanas.

LAVANDERA 5.ª.-  ¿Las solteras?

LAVANDERA 4.ª.-  Sí. Estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidan de su cuñada. Yo no podría vivir con ellas.

LAVANDERA 1.ª.-  ¿Por qué?

LAVANDERA 4.ª.-  Porque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia adentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas.

LAVANDERA 3.ª.-  ¿Y están ya en la casa?

LAVANDERA 4.ª.-  Desde ayer. El marido sale otra vez a sus tierras.

LAVANDERA 1.ª.-  Pero ¿se puede saber lo que ha ocurrido?

LAVANDERA 5.ª.-  Anteanoche, ella la pasó sentada en el tranco, a pesar del frío.

LAVANDERA 1.ª.-  Pero ¿por qué?

LAVANDERA 4.ª.-  Le cuesta trabajo estar en su casa.

LAVANDERA 5.ª.-  Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos.

LAVANDERA 1.ª.-  ¿Quién eres tú para decir estas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es por culpa suya.

LAVANDERA 4.ª.-  Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las endulzadas no son a propósito para llevar el vientre arrugado.

 

(Ríen.)

 

LAVANDERA 3.ª.-  Y se echan polvos de blancura y colorete y se prenden ramos de adelfa en busca de otro que no es su marido.

LAVANDERA 5.ª.-  ¡No hay otra verdad!

LAVANDERA 1.ª.-  Pero ¿vosotras la habéis visto con otro?

LAVANDERA 4.ª.-  Nosotras no, pero las gentes sí.

LAVANDERA 1.ª.-  ¡Siempre las gentes!

LAVANDERA 5.ª.-  Dicen que en dos ocasiones.

LAVANDERA 2.ª.-  ¿Y qué hacían?

LAVANDERA 4.ª.-  Hablaban.

LAVANDERA 1.ª.-  Hablar no es pecado.

LAVANDERA 4.ª.-  Hay una cosa en el mundo que es la mirada. Mi madre lo decía. No es lo mismo una mujer mirando unas rosas que una mujer mirando los muslos de un hombre. Ella lo mira.

LAVANDERA 1.ª.-  Pero ¿a quién?

LAVANDERA 4.ª.-  A uno, ¿lo oyes? Entérate tú, ¿quieres que lo diga más alto?  

(Risas.)

  Y cuando no lo mira, porque está sola, porque no lo tiene delante, lo lleva retratado en los ojos.

LAVANDERA 1.ª.-  ¡Eso es mentira!

 

(Algazara.)

 

LAVANDERA 5.ª.-  ¿Y el marido?

LAVANDERA 3.ª.-  El marido está como sordo. Parado, como un lagarto puesto al sol.

 

(Ríen.)

 

LAVANDERA 1.ª.-  Todo esto se arreglaría si tuvieran criaturas.

LAVANDERA 2.ª.-  Todo esto son cuestiones de gente que no tiene conformidad con su sino.

LAVANDERA 4.ª.-  Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería, pues cuando más relumbra la vivienda más arde por dentro.

LAVANDERA 1.ª.-  Él tiene la culpa, él; cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer.

LAVANDERA 4.ª.-  La culpa es de ella, que tiene por lengua un pedernal.

LAVANDERA 1.ª.-  ¿Qué demonio se te ha metido entre los cabellos para que hables así?

LAVANDERA 4.ª.-  ¿Y quién ha dado licencia a tu boca para que me des consejos?

LAVANDERA 2.ª.-  ¡Callar!

LAVANDERA 1.ª.-  Con una aguja de hacer calceta ensartaría yo las lenguas murmuradoras.

LAVANDERA 2.ª.-  ¡Calla!

LAVANDERA 4.ª.-  Y yo la tapa del pecho de las fingidas.

LAVANDERA 2.ª.-  Silencio. ¿No ves que por ahí vienen las cuñadas?

 

(Murmullos. Entran las dos CUÑADAS de YERMA. Van vestidas de luto. Se ponen a lavar en medio de un silencio. Se oyen esquilas.)

 

LAVANDERA 1.ª.-  ¿Se van ya los zagales?

LAVANDERA 3.ª.-  Sí, ahora salen todos los rebaños.

LAVANDERA 4.ª.-   (Aspirando.) Me gusta el olor de las ovejas.

LAVANDERA 3.ª.-  ¿Sí?

LAVANDERA 4.ª.-  ¿Y por qué no? Olor de lo que una tiene. Cómo me gusta el olor del fango rojo que trae el río por el invierno.

LAVANDERA 3.ª.-  Caprichos.

LAVANDERA 5.ª.-   (Mirando.) Van juntos todos los rebaños.

LAVANDERA 4.ª.-  Es una inundación de lana. Arramblan con todo. Si los trigos verdes tuvieran cabeza, temblarían de verlos venir.

LAVANDERA 3.ª.-  ¡Mira cómo corren! ¡Qué manada de enemigos!

LAVANDERA 1.ª.-  Ya salieron todos, no falta uno.

LAVANDERA 4.ª.-  A ver... no... Sí, sí, falta uno.

LAVANDERA 5.ª.-  ¿Cuál?...

LAVANDERA 4.ª.-  El de Víctor.

 

(Las dos CUÑADAS se yerguen y miran.)

 
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
Quiero vivir
en la nevada chica
de ese jazmín.

LAVANDERA 1.ª
¡Ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 5.ª
Dime si tu marido
guarda semilla
para que el agua cante
por tu camisa.

LAVANDERA 4.ª
Es tu camisa
nave de plata y viento
por las orillas.

LAVANDERA 1.ª
Las ropas de mi niño
vengo a lavar
para que tome el agua
lecciones de cristal.

LAVANDERA 2.ª
Por el monte ya llega
mi marido a comer.
Él me trae una rosa
y yo le doy tres.

LAVANDERA 5.ª
Por el llano ya vino
mi marido a cenar.
Las brisas que me entrega
cubro con arrayán.

LAVANDERA 4.ª
Por el aire ya viene
mi marido a dormir.
Yo alhelíes rojos
y él rojo alhelí.

LAVANDERA 1.ª
Hay que juntar flor con flor
cuando el verano seca la sangre al segador.

LAVANDERA 4.ª
Y abrir el vientre a pájaros sin sueño
cuando a la puerta llama temblando el invierno.

LAVANDERA 1.ª
Hay que gemir en la sábana.

LAVANDERA 4.ª
¡Y hay que cantar!

LAVANDERA 5.ª
Cuando el hombre nos trae
la corona y el pan.

LAVANDERA 4.ª
Porque los brazos se enlazan.

LAVANDERA 2.ª
Porque la luz se nos quiebra en la garganta.

LAVANDERA 4.ª
Porque se endulza el tallo de las ramas.

LAVANDERA 1.ª
Y las tiendas del viento cubren a las montañas.

LAVANDERA 6.ª

 (Apareciendo en lo alto del torrente.) 

Para que un niño funda
yertos vidrios del alba.

LAVANDERA 1.ª
Y nuestro cuerpo tiene
ramas furiosas de coral.

LAVANDERA 6.ª
Para que haya remeros
en las aguas del mar.

LAVANDERA 1.ª
Un niño pequeño, un niño.

LAVANDERA 2.ª
Y las palomas abren las alas y el pico.

LAVANDERA 3.ª
Un niño que gime, un hijo.

LAVANDERA 4.ª
Y los hombres avanzan
como ciervos heridos.

LAVANDERA 5.ª
¡Alegría, alegría, alegría,
del vientre redondo bajo la camisa!

LAVANDERA 2.ª
¡Alegría, alegría, alegría,
ombligo, cáliz tierno de maravilla!

LAVANDERA 1.ª
Pero ¡ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 3.ª
¡Que relumbre!

LAVANDERA 2.ª
¡Que corra!

LAVANDERA 5.ª
¡Que vuelva a relumbrar!

LAVANDERA 1.ª
¡Que cante!

LAVANDERA 2.ª
¡Que se esconda!

LAVANDERA 1.ª
Y que vuelva a cantar.

LAVANDERA 6.ª
La aurora que mi niño
lleva en el delantal.

LAVANDERA 2.ª
 

(Cantan todas a coro.)

 
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
¡Ja, ja, ja!

 

(Mueven los paños con ritmo y los golpean.)

 
 

(Telón.)

 


Cuadro II

 

Casa de YERMA. Atardece. JUAN está sentado. Las dos CUÑADAS de pie.

 

JUAN.-  ¿Dices que salió hace poco?  

(La HERMANA mayor contesta con la cabeza.)

  Debe de estar en la fuente. Pero ya sabéis que no me gusta que salga sola.  (Pausa.)  Puedes poner la mesa.

 

(Sale la HERMANA menor.)

 

Bien ganado tengo el pan que como.  (A su HERMANA.)  Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a pensar para qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a la boca. Estoy harto.  (Se pasa la mano por la cara. Pausa.)  Ésa no viene... Una de vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también la vuestra.  

(La HERMANA inclina la cabeza.)

  No lo tomes a mal.  

(Entra YERMA con dos cántaros. Queda parada en la puerta.)

  ¿Vienes de la fuente?

YERMA.-  Para tener agua fresca en la comida.  

(Sale la otra HERMANA.)

  ¿Cómo están las tierras?

JUAN.-  Ayer estuve podando los árboles.

 

(YERMA deja los cántaros. Pausa.)

 

YERMA.-  ¿Te quedarás?

JUAN.-  He de cuidar el ganado. Tú sabes que esto es casa del dueño.

YERMA.-  Lo sé muy bien. No lo repitas.

JUAN.-  Cada hombre tiene su vida.

YERMA.-  Y cada mujer la suya. No te pido yo que te quedes. Aquí tengo todo lo que necesito. Tus hermanas me guardan bien. Pan tierno y requesón y cordero asado como yo aquí, y pasto lleno de rocío tus ganados en el monte. Creo que puedes vivir en paz.

JUAN.-  Para vivir en paz se necesita estar tranquilo.

YERMA.-  ¿Y tú no estás?

JUAN.-  No estoy.

YERMA.-  Desvía la intención.

JUAN.-  ¿Es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su casa. Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre?

YERMA.-  Justo. Las mujeres, dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí, no. Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, más reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad.

JUAN.-  Tú misma reconoces que tengo razón al quejarme. ¡Que tengo motivos para estar alerta!

YERMA.-  Alerta, ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora déjame con mis clavos.

JUAN.-  Hablas de una manera que yo no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los pueblos vecinos por las cosas que te gustan. Yo tengo mis defectos, pero quiero tener paz y sosiego contigo. Quiero dormir fuera y pensar que tú duermes también.

YERMA.-  Pero yo no duermo, yo no puedo dormir.

JUAN.-  ¿Es que te falta algo? Dime. ¡Contesta!

YERMA.-   (Con intención y mirando fijamente al marido.) Sí, me falta.

 

(Pausa.)

 

JUAN.-  Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo estoy olvidando.

YERMA.-  Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida: los ganados, los árboles, las conversaciones, y las mujeres no tenemos más que esta de la cría y el cuido de la cría.

JUAN.-  Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu hermano? Yo no me opongo.

YERMA.-  No quiero cuidar hijos de otros. Me figuro que se me van a helar los brazos de tenerlos.

JUAN.-  Con este achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en meter la cabeza por una roca.

YERMA.-  Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y agua dulce.

JUAN.-  Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso debes resignarte.

YERMA.-  Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.

JUAN.-  Entonces, ¿qué quieres hacer?

YERMA.-  Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.

JUAN.-  Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.

YERMA.-  Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado.

JUAN.-  No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa.

 

(Sale la HERMANA 1.ª lentamente y se acerca a una alacena.)

 

YERMA.-  Hablar con la gente no es pecado.

JUAN.-  Pero puede parecerlo.

 

(Sale la otra HERMANA y se dirige a los cántaros, en los cuales llena una jarra.)

 

JUAN.-   (Bajando la voz.) Yo no tengo fuerzas para estas cosas. Cuando te den conversación cierra la boca y piensa que eres una mujer casada.

YERMA.-   (Con asombro.) ¡Casada!

JUAN.-  Y que las familias tienen honra y la honra es una carga que se lleva entre todos.  

(Sale la HERMANA con la jarra, lentamente.)

  Pero que está oscura y débil en los mismos caños de la sangre.  

(Sale la otra HERMANA con una fuente de modo casi procesional. Pausa.)

  Perdóname.

 

(YERMA mira a su marido, éste levanta la cabeza y se tropieza con la mirada.)

 

Aunque me miras de un modo que no debía decirte «Perdóname», sino obligarte, encerrarte, porque para eso soy el marido.

 

(Aparecen las dos HERMANAS en la puerta.)

 

YERMA.-  Te ruego que no hables. Deja quieta la cuestión.

 

(Pausa.)

 

JUAN.-  Vamos a comer.  

(Entran las HERMANAS.)

  ¿Me has oído?

YERMA.-   (Dulce.) Come tú con tus hermanas. Yo no tengo hambre todavía.

JUAN.-  Lo que quieras.  (Entra.) 

YERMA

 (Como soñando.) 

¡Ay, qué prado de pena!
¡Ay, qué puerta cerrada a la hermosura!,
que pido un hijo que sufrir, y el aire
me ofrece dalias de dormida luna.
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia son en la espesura
de mi carne dos pulsos de caballo
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay, pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay, palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay, qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, amor, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos,
como la nube lleva dulce lluvia.

 (Mira hacia la puerta.) 

¡María! ¿Por qué pasas tan de prisa por mi puerta?


MARÍA.-   (Entra con un niño en brazos.) Cuando voy con el niño lo hago... ¡como siempre lloras!...

YERMA.-  Tienes razón.  (Coge al niño y se sienta.) 

MARÍA.-  Me da tristeza que tengas envidia.

YERMA.-  No es envidia lo que tengo; es pobreza.

MARÍA.-  No te quejes.

YERMA.-  ¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti y a otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura!

MARÍA.-  Pero tienes otras cosas. Si me oyeras podrías ser feliz.

YERMA.-  La mujer de campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinos, y hasta mala, a pesar de que yo sea de este desecho dejado de la mano de Dios.  

(MARÍA hace un gesto como para tomar al niño.)

  Tómalo, contigo está más a gusto. Yo no debo tener manos de madre.

MARÍA.-  ¿Por qué me dices eso?

YERMA.-   (Se levanta.) Porque estoy harta. Porque estoy harta de tenerlas y no poderlas usar en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí en lugar de la boca de mi niño.

MARÍA.-  No me gusta lo que dices.

YERMA.-  Las mujeres cuando tenéis hijos no podéis pensar en las que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes, como el que nada en agua dulce y no tiene idea de la sed.

MARÍA.-  No te quiero decir lo que te digo siempre.

YERMA.-  Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas.

MARÍA.-  Mala cosa.

YERMA.-  Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo. Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.

MARÍA.-  Cada criatura tiene su razón.

YERMA.-  A pesar de todo, sigue queriéndome. ¡Ya ves cómo vivo!

MARÍA.-  ¿Y tus cuñadas?

YERMA.-  Muerta me vea y sin mortaja si alguna vez las dirijo la conversación.

MARÍA.-  ¿Y tu marido?

YERMA.-  Son tres contra mí.

MARÍA.-  ¿Qué piensan?

YERMA.-  Figuraciones. De gente que no tiene la conciencia tranquila. Creen que me puede gustar otro hombre y no saben que, aunque me gustara, lo primero de mi casta es la honradez. Son piedras delante de mí. Pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve.

 

(Una HERMANA entra y sale llevando un pan.)

 

MARÍA.-  De todas maneras, creo que tu marido te sigue queriendo.

YERMA.-  Mi marido me da pan y casa.

MARÍA.-  ¡Qué trabajos estás pasando, qué trabajos! Pero acuérdate de las llagas de Nuestro Señor.  (Están en la puerta.) 

YERMA.-   (Mirando al niño.) Ya ha despertado.

MARÍA.-  Dentro de poco empezará a cantar.

YERMA.-  Los mismos ojos que tú, ¿lo sabías? ¿Los has visto?  (Llorando.)  ¡Tiene los mismos ojos que tienes tú!

 

(YERMA empuja suavemente a MARÍA y ésta sale silenciosa. YERMA se dirige a la puerta por donde entró su marido.)

 

MUCHACHA 2.ª.-  Chiss.

YERMA.-   (Volviéndose.) ¿Qué?

MUCHACHA 2.ª.-  Esperé a que saliera. Mi madre te está aguardando.

YERMA.-  ¿Está sola?

MUCHACHA 2.ª.-  Con dos vecinas.

YERMA.-  Dile que espere un poco.

MUCHACHA 2.ª.-  ¿Pero vas a ir? ¿No te da miedo?

YERMA.-  Voy a ir.

MUCHACHA 2.ª.-  ¡Allá tú!

YERMA.-  ¡Que me esperen aunque sea tarde!

 

(Entra VÍCTOR.)

 

VÍCTOR.-  ¿Está Juan?

YERMA.-  Sí.

MUCHACHA 2.ª.-   (Cómplice.) Entonces, luego, yo traeré la blusa.

YERMA.-  Cuando quieras.  

(Sale la MUCHACHA.)

  Siéntate.

VÍCTOR.-  Estoy bien así.

YERMA.-   (Llamando.)  ¡Juan!

VÍCTOR.-  Vengo a despedirme. (Se estremece ligeramente, pero vuelve a su serenidad.) 

YERMA.-  ¿Te vas con tus hermanos?

VÍCTOR.-  Así lo quiere mi padre.

YERMA.-  Ya debe estar viejo.

VÍCTOR.-  Sí. Muy viejo.

 

(Pausa.)

 

YERMA.-  Haces bien de cambiar de campos.

VÍCTOR.-  Todos los campos son iguales.

YERMA.-  No. Yo me iría muy lejos.

VÍCTOR.-  Es todo lo mismo. Las mismas ovejas tienen la misma lana.

YERMA.-  Para los hombres, sí; pero las mujeres somos otra cosa. Nunca oí decir a un hombre comiendo: qué buenas son estas manzanas. Vais a lo vuestro sin reparar en las delicadezas. De mí sé decir: que he aborrecido el agua de estos pozos.

VÍCTOR.-  Puede ser.

 

(La escena está en una suave penumbra.)

 

YERMA.-  Víctor.

VÍCTOR.-  Dime.

YERMA.-  ¿Por qué te vas? Aquí las gentes te quieren.

VÍCTOR.-  Yo me porté bien.

 

(Pausa.)

 

YERMA.-  Te portaste bien. Siendo zagalón me llevaste una vez en brazos, ¿no recuerdas? Nunca se sabe lo que va a pasar.

VÍCTOR.-  Todo cambia.

YERMA.-  Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye.

VÍCTOR.-  Así es.

 

(Aparece la HERMANA 2.ª y se dirige lentamente hacia la puerta, donde queda fija, iluminada por la última luz de la tarde.)

 

YERMA.-  Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo.

VÍCTOR.-  No se adelantaría nada. La acequia por su sitio, el rebaño en el redil, la luna en el cielo y el hombre con su arado.

YERMA.-  ¡Qué pena más grande no poder sentir las enseñanzas de los viejos!

 

(Se oye el sonido largo y melancólico de las caracolas de los pastores.)

 

VÍCTOR.-  Los rebaños.

JUAN.-   (Sale.) ¿Vas ya de camino?

VÍCTOR.-  Y quiero pasar el puerto antes del amanecer.

JUAN.-  ¿Llevas alguna queja de mí?

VÍCTOR.-  No. Fuiste buen pagador.

JUAN.-    (A YERMA.) Le compré los rebaños.

YERMA.-  ¿Sí?

VÍCTOR.-    (A YERMA.) Tuyos son.

YERMA.-  No lo sabía.

JUAN.-    (Satisfecho.) Así es.

VÍCTOR.-  Tu marido ha de ver su hacienda colmada.

YERMA.-  El fruto viene a las manos del trabajador que lo busca.

 

(La HERMANA que está en la puerta entra dentro.)

 

JUAN.-  Ya no tenemos sitio donde meter tantas ovejas.

YERMA.-   (Sombría.) La tierra es grande.

 

(Pausa.)

 

JUAN.-  Iremos juntos hasta el arroyo.

VÍCTOR.-  Deseo la mayor felicidad para esta casa.   (Le da la mano a YERMA.) 

YERMA.-  ¡Dios te oiga! ¡Salud!

 

(VÍCTOR le da salida y, a un movimiento imperceptible de YERMA, se vuelve.)

 

VÍCTOR.-  ¿Decías algo?

YERMA.-   (Dramática.) Salud, dije.

VÍCTOR.-  Gracias.

 

(Salen. YERMA queda angustiada, mirándose la mano que ha dado a VÍCTOR. YERMA se dirige rápidamente hacia la izquierda y toma un mantón.)

 

MUCHACHA 2.ª.-  Vamos.  (En silencio, tapándole la cabeza.) 

YERMA.-  Vamos.

 

(Salen sigilosamente.)

 
 

(La escena está casi a oscuras. Sale la HERMANA 1.ª con un velón que no debe dar al teatro luz ninguna sino la natural que lleva. Se dirige al fin de la escena, buscando a YERMA. Suenan las caracolas de los rebaños.)

 

CUÑADA 1.ª.-   (En voz baja.) ¡Yerma!

 

(Sale la HERMANA 2.ª. Se miran las dos y se dirigen hacia la puerta.)

 

CUÑADA 2.ª.-   (Más alto.) ¡Yerma!

CUÑADA 1.ª.-   (Dirigiéndose a la puerta y con una imperiosa voz.) ¡Yerma!

 

(Se oyen las caracolas y los cuernos de los pastores. La escena está oscurísima.)

 
 

(Telón.)