Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Diario de la guerra del cerdo [Fragmento]

Adolfo Bioy Casares





Iban tan absortos en ese entretenimiento, que al principio no advirtieron el clamor que venía del pasaje El Lazo. La gritería de pronto los alarmó y entonces notaron que un grupo de gente miraba, expectante, hacia el pasaje.

-Están matando un perro -sostuvo Dante.

-Cuidado -previno Vidal-: ¿No estará rabioso?

-Han de ser ratas -opinó Rey.

Perros, ratas y una enormidad de gatos merodeaban por el lugar, porque allí los feriantes del mercadito, que forma esquina, vuelcan los desperdicios. Como la curiosidad es más fuerte que el miedo, los amigos avanzaron unos metros. Oyeron, primero en conjunto y luego distintamente, injurias, golpes, ayes, ruidos de hierros y chapas, el jadeo de una respiración. De la penumbra surgían a la claridad blancuzca, saltarines y ululantes muchachones armadas de palos y hierros, que descargaban un castigo frenético sobre un bulto yacente en medio de los tachos y montones de basura. Vidal entrevió caras furiosas, notablemente jóvenes, como enajenadas por el alcohol de la arrogancia. Arévalo dijo por lo bajo:

-El bulto ese es el diarero don Manuel.

Vidal pudo ver que el pobre viejo estaba de rodillas, el tronco inclinado hacia adelante, protegida con las manos ensangrentadas la destrozada cabeza, que todavía procuraba introducir en un tacho de residuos.

-Hay que hacer algo -exclamó Vidal en un grito sin voz- antes que lo maten.

-Callate -ordenó Jimi-. No llamés la atención.

Envalentonado porque sus amigos lo retenían, Vidal insistió:

-Intervengamos. Van a matarlo.

Arévalo observó flemáticamente:

-Está muerto.

-¿Por qué? -preguntó Vidal, un poco enajenado.

En su oído, Jimi murmuró fraternalmente:

-Calladito.

Jimi debió de alejarse del lugar. Mientras lo buscaba, Vidal descubrió una pareja que miraba con desaprobación esa matanza. El muchacho, de anteojos, llevaba libros debajo del brazo; ella parecía una chica decente. En procura del apoyo moral que tantas veces encontró en los desconocidos de la calle, Vidal comentó:

-¡Qué ensañamiento!





Indice