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Indice


Abajo

Antología poética

Alfonso Canales






ArribaAbajoSobre las horas




ArribaAbajoLa hora perdida


III


AbajoTú que vives tan sólo del pasado en nosotros
y por siempre ya habitas ese mundo soñado
que consuela la angustia del silencio futuro.
Tú, perdido en la dicha de un instante continuo
donde nunca se pasa de la espera al recuerdo:
¿has dejado en la muerte tu oleaje de sombras
o aún te crees el mismo que sufría y amaba?

Dime tú si es posible liberarse del todo
o si quedas al tiempo con cadenas unido:
a ese tiempo tan grato, de tan sólida vida,
que destroza la dicha del momento presente.

Somos piedra que todo lo convierte en recuerdo.
Todo cuanto gozamos se nos une aumentando
y crecemos, crecemos ya sin dicha posible.
¿Dónde está nuestro fondo, nuestra vida primera?

Todo cuanto nos une nos separa. ¿Y en dónde
naceremos de nuevo sin vestidos nostálgicos?
Tú lo sabes: qué abismos interrumpen los días;
sobre qué hondas simas van recuerdos volando
como buitres en torno al cadáver del tiempo
tú lo sabes: las manos llenaranse de lluvia, y
y en arena impalpable de minutos las horas
se verán convertidas y en lo eterno más tarde.

Solamente los muertos nos comprenden: los muertos
vista no alcanza más allá de la tierra
que, en continuo paisaje, les habita los ojos.




ArribaAbajoOh, aquellos días claros


ArribaAbajo Oh, aquellos días claros de mi niñez, aquellos
días entre jardines, entre libros y sueños,
a qué poco han quedado reducidos: las piedras
brillantes al sol alto del dulce mediodía
-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,
las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras
polvorientas, suaves, bajo los almendros,
aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;
el jazmín del estío –qué fue de aquella nieve!-,
que daba olor de fiesta a la tranquila noche,
aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;
y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,
en mi interior florece, cuando llueve el silencio.

Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado
reducidos los días lejanos y felices.

A veces el sonido de una piedra, cayendo
en una verde alberca, me hace creer que nunca
debió formarse un hombre sobre aquél que gozaba
sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe
si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,
también piensan que nunca debieron de ser ríos.




ArribaAbajoEl candado




ArribaAbajoEntonces


ArribaAbajoYo era un pequeño bicho que anidaba y crecía
sobre un trozo de tierra. No es extraño que fuese
muy grande el mundo entonces:
un pedestal muy grande para mis pies. Y luego
los tropeles de estrellas, cada noche: esas motas
de lentísimo polvo que habitaban un rayo
de Dios; y más terribles, más indeciblemente
lejanos, esos huecos negros, donde no anida
ningún astro, pensando todo sobre mis hombros.

Para quien me quisiera buscar, yo estaba siempre
sobre la misma hoja, más o menos mordida.
Hubiera sido fácil poner sobre mi espalda
la punta de una cuerda, para girarla luego
y abarcar todo el mundo, cielo inclusive.

Ahora
es distinto, las cosas han cambiado. El planeta
ha cambiado: lo miro con otros ojos. Pienso
que es bueno para lecho, para arroparse dentro,
para esconderse dentro, como un gusano, como
quien devora descanso, quien cava galerías
de descanso, quien surca en todas direcciones
la pulpa del descanso, si es que la hay, quien llega,
mordiendo laberintos, hasta topar la cáscara
de una almendra durísima, ya muro infranqueable.




ArribaAbajoLa tristeza de un niño


ArribaAbajo La tristeza de un niño es como una gran mancha
que se difunde, empapa todo los algodones;
como un rápido moho que trepa por los hierros;
como un liquen sombrío que recubre los muros
de todas las estancias. La tristeza de un niño
engendra lluvias, vientos ululantes, palomas
heridas; seca árboles, borra estrellas. No muere
la tristeza de un niño; se duerme, se aletarga,
se cubre de una cáscara de un tiempo, pero vive,
respira, lentamente fecunda nuestros años;
pone amarillas todas nuestras sonrisas; todos
nuestros pasos los torna frágiles.

La tristeza
de un día de verano en que el cielo se cubre
y hace frío de pronto y el niño se deslíe,
como un terrón de azúcar, en una humedad lóbrega,
no hay juegos que la puncen de muerte, no hay jugosos
frutos que la deshagan: nos llena, nos corroe;
noche tras noche sueña la sien con un contacto
frío y redondo.

Nadie podrá desabrigarnos
el cuello, de esa cuerda; no podrá cortar nadie
ese cabo que pende del tallo de una rosa.




ArribaAbajoCuestiones naturales




ArribaAbajoAntonio Machado


ArribaAbajo¿Qué te puedo decir que ya no sepa
tu memoria de hombre trasplantado?
Ya ves, aquí me tienes a tu lado
sin que el amor en el dolor me quepa.

Árida está la castellana estepa.
Como cuando apoyabas tu costado
en el aire de Soria. No ha cambiado
el triste vino de la misma cepa.

La cara igual podrías si tuviera
una cara tu cuello de paloma
para echar los disgustos hacia fuera.

Toma el recado que te doy y aploma
tu eterna soledad en la ribera
donde mi canto bebe de tu aroma.




ArribaAbajoCuenta y razón




ArribaAbajoLa luna y un zapato


ArribaAbajoImagina, por un instante, que nada de esto que ves existe;
que no existimos ni tú ni yo,
ni este aire, ni la luz purísima de este Sol,
ni la palabra con que te hablo.
Solamente dos cosas: por ejemplo, la Luna y un zapato.

Sí: la Luna y un zapato girando, absurdamente solos, en el espacio infinito;
navegando en un mar de infinita oscuridad;
la Luna y un zapato, girando
-¿quién en torno de quién?-,
silenciosos, como dos seres que se espían
en medio de la Nada.

Y todo lo demás –nosotros, estas cosas-
sin haber existido nunca,
sin haber sido nunca útiles,
sin haber girado nunca vanamente.

Solos, en la tremenda oscuridad purísima,
la Luna y un zapato:
la Luna, para el amor de nadie;
un zapato, para el pie de nadie,
para el pie de un pensamiento escondido en la frente de un Dios
impasible.




ArribaAbajo27 de marzo


ArribaAbajo Suelo pensar que un día
este entrañable amor por el que me conozco,
esta carne en que se apacienta mi deseo
de ocupar un lugar entre las cosas,
me pueden ser tan ajenos
como la pasión, ya escindida, en cuyo fuego se modeló el principio de los límites.

Es difícil adentrarse en el olvido
mientras los instantes unos a otros
fieramente abrazados permanecen,
y nos reconocemos en el viejo retrato
de hace 32 años.

¿Mas quién nos dice que en la muerte
no engendremos a otro:
alguien que aladamente se desprenda
de nuestros actos, alguien
que, sin turbarse, mire los huesos que se pudren
en su origen?

Y entonces, ¿qué será de los viejos caminos,
los amenos cordeles, las cañadas sombrías
por donde
discurrió la conciencia?
¿Será olvidar el premio?
Porque ¿cómo veríamos a Dios tras una nube que el horizonte cierra
más allá de esta mano
tendida ávidamente hacia el futuro?




ArribaAbajoAminadab




ArribaAbajoPesquisa del diablo


ArribaAbajoHe rastreado en fustes y en alambres,
he querido encontrar tu huella en los escombros
de una mansión vencida por el tiempo,
he poblado de palomas la torre de una iglesia,
por ver si sorprendía entre sus alas
el impacto del fuego.
He cerrado los ojos fuertemente,
de cara a la penumbra,
en una vacía sala de conciertos,
y con intensidad he pensado en los más abyectos crímenes,
en los trapos más sucios de miseria,
en la saliva turbia del odio.
Luego, abiertos los párpados,
he escrutado los sombríos rincones,
atentos los oídos al crujir de los muebles,
vivo el vello a los soplos de todas las rendijas,
esperándote.

He paseado a lo largo de los muelles,
cuando al anochecer busca un descanso la lluvia,
cuando las mercancías se aburren de estar muertas
y una rata se atreve a buscar su sustento.
He encendido un cigarro, provocándote
con la llama que, aguda, embebe el rostro,
temblorosa la mano sin defensa.
Y te sentía entonces. Me volvía
súbito hacia un temblor, te adivinaba,
te veía surgiendo, creciendo, remontándote,
grumo de lodo, aliento de la tierra.

A veces, olvidado ya del ansia,
solo conmigo o con el mundo, estando
entre peso y alivio,
como un humo levísimo, advertía
que te enroscabas en el tiempo, haciendo
patente tu desprecio.

«¿Por qué sueñas?», decías. No pensabas
que el sueño es una parte de la lucha
que se adhiere al descanso,
y lucha significas si aún aguarda
el tiempo su final. O lo sabías
y anhelabas el vuelco de este vaso
que colma la esperanza.

Porque no nos entiendes. Si yo araño los muros,
si bajo cal, si bajo aire atiendo
la señal de tu asco,
es porque sé que eres el reverso
de una moneda; espero
volverte boca abajo,
sentir el molde de tu bulto en polvo,
tu desesperación de espaldas, verte,
no verte estar, sentirte,
envés de la desdicha,
bajo el peso de Dios que fulge y oye.




ArribaAbajoNavegación de la tristeza


Acediae Impugnationem non declinando fugiendam

CASIANO                



ArribaAbajo Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,
un álveo seco, piedras
con huella de lavados imposibles,
verano interminable de guija al sol, de insecto al sol,
de raíz sin esperanza,
notamos una barca por la greda,
que avienta el polvo con los remos podridos de carcoma,
sola bogando, hincando
el astillado palo entre costillas
de calcinadas reses,
es él quien anda.
Y ara
acompasadamente en nuestro espanto,
contra todos los peces,
frente a todos los panes
que son objeto de milagro para las extasiadas muchedumbres.
Él, es él quien navega
entre lo innavegable,
forzado del hastío, entre esturiones de granito y lava.

Él, él, quien contusiona
la brizna
pajiza de la caña, la hoja
terriza de los álamos,
desesperada del ayer que puso
su palma al cielo.

Entonces no hay que huir, hay que sentarse
a ver pasar las malas horas,
la simiente libada por arañas,
por escorpiones y por buitres
que intentan la corola del esparto,
en un invierno sin nieve,
para una miel de cieno que en lentas olas cunde.

Entonces detened la fluxión de la arena,
orad, decid detente,
armaros de los prestigios
que aportan la memoria de las flores;
desanudad las sogas de los cuellos,
que somos para algo,
y evaporad la imagen del Maldito
evocando al Señor, tres veces puro.




ArribaAbajoPort-Royal




ArribaAbajoIV El lecho


(11 de la noche)


ArribaAbajo¡Oh soledad, mi soledad, aroma
de la muerte, naufragio
del contiguo vivir, cuchillo, llama,
que corta, quema el mundo y manos, voces
que el mundo alza como alambres para
tender los paños, las banderas limpias
de la amistad!
¡Oh soledad, presagio
de la tierra movida o de la cal y el canto
clausurados!
La rueca
sigue girando al otro lado de la
cretona distendida como una piel que he puesto
a secar. Y los ramos, las flores no permiten
ver las flores, los ramos en que abejas,
mariposas quizá, se depositan
ajenas a esta caja donde busco
en vano el sueño.
¿Soy el mismo? El ala
de un instante separa esto que digo
de lo que dije cuando dije soy.
Y no hablemos del día: encontré piedras
sobre las que el silencio reposaba,
hojas secas, mojadas por el riego
de las nubes, vibrantes hojas verdes,
instrumentos ajados, entusiasmos
dormidos, humos, lenguas.

      ¡Oh soledad, mi soledad, la noche
no te abandona, el sueño se derrama
sobre el clamor atenazado! Vuelco
mi tristeza en las sábanas, abrigo
mi deseo de Dios entre los párpados,
y sigo tiritando de estar solo.




ArribaAbajo Reales Sitios




ArribaAbajoCasas de Dios


ArribaAbajoPorque te amaban,
y por otras razones también, el más perfecto
trozo de la ciudad lo dedicaron
a tu honor. No está mal que Dios se afinque
con nosotros: saber que está aquí cerca,
sin empíreo, sin muerte, como uno
más entre los que moran. Es preciso
que así sea, que tenga como el médico,
como el letrado, casa abierta, fácil
a las necesidades. Dios se inclina
hacia sus casas: luego las ocupa
o no, mas nunca falta un aire nuevo,
distinto, entre los muros levantados
para que el mundo tenga vetas, ojos,
huecos, donde no llegue la sustancia
del mundo.

De granito o arenisca,
sillar o adobe –qué más da-, repiten
células de esperanza; y es la carne
del que no ha de faltar para que sea
posible que duremos. Cada leva
de hombres da su forma a lo divino.
Dios cristaliza, a veces, en reductos
subterráneos, en pozos,
en galerías, obras
suyas quizás, aprovechadas, luego
del agua, por la fe; o en una copa
sin cobertura, para que descienda
fácilmente su savia; o en el vientre
de una mansión nacida a otros destinos.
Mas nadie como Él ha suscitado
nuevas formas, sistemas de penumbra
gratos a la oración, símbolos, torres,
pilares, contrafuertes, cristaleras,
voz de campanas, perfumados aires,
historiadas bocinas
por donde desemboca su secreto
calor hacia las calles y las plazas.
Y cuando el tiempo nos convence, vamos
a besar con los ojos la abertura
de la tregua, la paz de los dorados
pórticos, y soñamos que se hizo
en todo igual a cuanto se nos pide:
vida por vida, yace en un sepulcro;
muerte por muerte, deja que en arena
su paz atesorada, sus objetos,
los surcos en su tiempo concluidos,
el afán de las uñas y la sangre,
se tornen nuevamente; y que sus frutas
se abran bajo el sol, para que otros
templos se alcen, cuerpos de otros dioses.




ArribaAbajoCasa del dolor


ArribaAbajo Corrí, dando alaridos, por la playa desierta,
buscándole las puertas a la noche cerrada;
huí hacia el Este, y apartaba el velo
de la tiniebla, a manotazos. Grande
era el negro palacio; contenía
patios interminables, corredores desnudos,
rezumantes cloacas; y el mar, en cada sitio,
presente: un mar de ostras
podridas, de maderas aradas, de cadáveres
empapados de amarga saliva, con los ojos
comidos por los peces, con los huesos
destilando blancura bajo las carnes rotas...
Corrí, corrí gritando, pero nadie me oía,
y en un muro de gasas y algodones
busqué en vano una piedra para romper mi frente.
Llegué a creer que el día no había existido nunca,
que siempre me azotaron los mismos vientos ácidos,
siempre las mismas nubes de tábanos oscuros.
Corrí, ya sin un pelo con que desmelenarme,
huyendo de la casa del dolor, y en su centro
siempre, como si fuera todo el suelo una banda
sin fin, bien ajustada a dos tambores
lejanos, que giraban al compás de mi fuga.

Y comprendí de pronto que había que estarse quieto,
hasta enraizar los pies en la mojada arena,
sin dejar de decir que me dolía
todo, pues la palabra consuela, pero firme
en mi desdicha inmóvil, hasta que me nacieran
líquenes en el pecho. Comprendí que era vano
resistirse a las largas púas de la tiniebla,
y dejé que quebraran sus puntas en mis huesos.
Tuve muy largas horas para pensar: sin orden,
atropelladamente, como quien revisara
barajados papeles escritos en distintas
lenguas. Y le quería encontrar las más altas
razones al confuso, desesperado espacio
de mi prisión. Estuve
clamando siglos, con la fija idea
de que mis alaridos perforaran el cielo,
la cúpula de aquella catedral donde un coro
de hienas defendía
altares profanados. Quería alcanzar los planes
de aquella construcción: algún designio
o diseño, una máscara
de motivo. Trataba
de apoyar las enormes voces en una piedra
con dinero y noticias olvidadas: lejano
cimiento de mi dura
ocasión. Y me hundía.
Todo era polvo húmedo, y pesaba
mi carne más que el tiempo.




ArribaAbajo Réquiem andaluz




ArribaAbajo[«Por vez primera te he nombrado»]


ArribaAbajoPor vez primera te he nombrado,
Dios. ¡Te nombraba tan frecuentemente
ella, fabricadora de supuestos
mortales tan distintos! ¿De qué sirve,
en esta sala de hospital, su terca
confianza, forjada con temores
diarios? Si eres Hombre, has de asistirla,
ahora que los sabios
beben alcohol en céspedes afables.
¿Nada se puede mitigar? Los dedos
válidos se remontan hasta el húmedo
cabezal, donde gime el rostro amargo
cuyas ventanas, rotos
los vidrios, toman el consuelo último
de la respiración. Recienparidas
dan leche a los arranques
de nuevos cables de tristeza. Doblan
relojes amarillos.
Debe llover.




ArribaAbajo«[Cómo te amo, madre]»


ArribaAbajo Cómo te amo,
madre: no aquí, lejano de la sombra
que fabricas, bebiéndome los ríos
de placer, cuando encuentro
mi filial condición en una cueva
madre. Cómo te hallo,
madre, cuando reclino los oscuros
pensamientos (tu cuello que se hincha
por decir sin poder, tu mano torpe,
tus pies helados, el retrato aquel,
lleno de flores oxidadas), cómo
te encuentro, madre, en mi vivir de hoy,
nadando en mi gozar, madre, del día
de hoy.




ArribaAbajo«[Ayer el estilete frío]»


ArribaAbajo Ayer el estilete frío
de la voz se doblaba, sin clavarse. Ignorabas
el estruendo exterior: como un molusco
vano, te hiciste tu fragor con ecos
de oleajes pasados. Y te quise
regalar, devolverte tu regalo
de aprendizaje musical, perdido
en soterrados laberintos. Tarde
del mayo aquel. Tentabas las paredes
hasta encontrar asiento. Y luego todo
fue plomo de fatiga, tonto objeto
colocado.




ArribaAbajo Épica menor




ArribaAbajo Sísifo habla


ArribaAbajoMe he despertado hoy
al pie del monte, con la piedra. Casi
no sé si existe ya, de tan apercibido
a removerla, a levantarla a pulso,
a forzar su subida por la falda
pina; como si fuera
por fin su propio peso, de tan incorporado
a la impuesta labor, el peso mío.
La he visto junto a mí, tersa, pulida
con el rodar, redonda, hecha ya canto
casi. He llegado a amarla.
Seguro estoy de que lo sabe, y quiere
aminorar su gravidez con untos
erosivos, con caries,
con interiores descomposiciones
que la vuelvan de pluma, que la vuelvan
de globo, de vapor, correspondiendo.
Pienso: la he despertado. Acaso estaba
despierta, y disimula porque quiere
que sea yo quien la incite a la naciente
jornada. Basta un dedo
que toque, y se rebulle, como si redimida
de su rocosa condición, no fuera
instrumento penal. No nos decimos
nada que valga. El día, como todos
los días, tiene idéntico
plan.
¡Sí, como en el mito,
todo se repitiera sin acabarse nunca!
Pero subes, más ágil, más deprisa,
sin prometer eternidades: mansa
subes hasta la cresta
nevada, aunque te conste
que nada dura eternamente. Todo
(yo, Sísifo; tú, roca)
quedará para siempre, sin ascenso posible,
hecho valle, aluvión, molido esfuerzo.




ArribaAbajoPlanta tuya


ArribaAbajoTierra mía, florido campo en el que
sepulto mi raíz, los ojos quedan
en la copa, mirándote, y aún viven
locasión más que el resto de la carne
vegetal, o se inclinan con la espiga
que el viento del amor amaga, y besan
vibrátiles el muro de las sombras
desde las que me surto de divina
majestad. Tierra mía, acariciada
tierra mía, gritante tierra húmeda,
avariciosa de simiente, canta
tu júbilo, derrama tus olores
íntimos, al contacto con mi agudo
aspirar, toda labios, toda escara
manante, pues adviertes que progresa
mi condición hasta animal hombría,
y sabes que te sé, campo de urgente
roturación, llorando por mi savia
de hoy. Enredaderas son los tallos
ya, gestos concentrados, brazos, muslos
que atenazan, o rozan levemente
con unción, esperando el cataclismo
que nos habrá de sepultar en una
profundísima falla. Suenan músicas,
mas no se oyen. Se alzan las paredes
del mundo, y no se ven. Se prueban todos
los caminos, se afinan los violines
recónditos, e irrumpe la afilada
melodía infinita.




ArribaAbajoEl año sabático


ArribaAbajoCVII

Cambio edad por racimos que no probaré nunca, por gemas que a otros ojos destellarán, por largas escrituras cuyo abstruso sentido jamás descifraré; cuando al alcance tengo lo que envejece conmigo, lo que al hilo de mi precaria condición se llora (representando para mí su farsa gemela) con un llanto paralelo al mío; cuando incluso hay aún más efímeras condiciones, y puedo gozarme de mi sólida pervivencia a la vista de sus menguados ciclos. A la que maravilla fue ayer ya ni su sombra le queda. ¿Por qué busco mi medida en los dioses? ¿No es mi divinidad mayor cuando me siento testigo de las rosas?




ArribaAbajoCLXXII

Amor es intercambio de figuras: mirarse en un cristal y ver a otro ser que, cuando se mira, no ve sino esta cara fugada que se tuvo por propia en la increíble prehistoria del amor. Amor es sitio donde no estás, perdida fiera que sale en busca del corzo que le muge desde el fondo de su ahora olvidado refugio. Amor es ver que no proyectas la sombra que solías, que te duele la herida de tu sombra, que has cambiado de sexo y condición, que si te acabas no eres tú quien se acaba propiamente.






ArribaAbajoEl canto de la tierra




ArribaAbajo4


ArribaAbajoSeremos como ácaros
labradores activos del subsuelo
de otro cuerpo más grande. Asomaremos ojos
de flores, largas uñas,
de pitas, brazos de árboles,
vello de hierba, huesos
de aceituna o almendra, sangre de caucho, linfa,
de uva. Y nadie nunca sabrá de la secreta
resurrección. Amantes
grabarán corazones en los troncos
compartidos; en noches de hielo insoportable,
avivarán la llama con nuestro apagamiento;
e hilo seremos y alimento y vino
embriagante y ornato de efímeros jarrones.
Y la tierra será nuestra garganta.




ArribaAbajoEl puerto




ArribaAbajoLos años


ArribaAbajoHermoso es morir joven
y dejar el recuerdo de la piel no tocada
por agravios del tiempo:
pero lo es más haber vivido mucho
y haber hecho que el cuerpo se fatigue
de amor y de labor. Es muy hermoso
incorporarse al coro con voz nueva,
destemplar el unísono con un grito de júbilo
para sellar los labios
después: pero es más bello
que los años trabajen la palabra y el canto
fundidos, de manera que una nueva armonía
se logre en el conjunto, desconocida antes.
Feliz aquél que puede las causas de las cosas
adivinar temprano,
mas el que se retarda
adrede, no queriendo que nada se le esconda,
llega más lejos: día
tras día desenvuelve
un camino que otros ya encontrarán pisado
y transitable.
Hermoso
es aprender, rozar lo no sabido,
descerrajar las puertas, rasgar túnicas, velos,
impedir que se queden los damascos
colgados de doradas galerías
llenas de polvo, pero el mayor premio
para el hombre que vive y dice y ama
es lograr el lenguaje
con el que los balcones, definitivamente
abiertos, comunican
su saber soleado a las estancias;
sacar del negro engaño a la tiniebla,
y a la misma penumbra de sus grises cenizas;
en la piel de las cosas
acomodar la luz, como quien créese
divino y con la fuerza
de la garganta hace que se levante un mundo
resistente a los años.




ArribaAbajoEl toro Lázaro


ArribaAbajo Eran de ver, sobre la fresca grama,
los toros como insectos, devorando
su paz. Y discutían
entre ellos acerca del destino
de su frenada fuerza, hilaban cuentos
de ultimidades, toda una esbozada
religión: habrá yerbas
más altas y tinados
más confortables; hembras que no busquen
sólo dar leche a un recental; y un paso
honroso, donde sin mancilla queden
los ganadores.

Lázaro callaba,
rumiando flores y prestigios. Lázaro
casi creía ya: soñaba en verdes
praderas apacibles, embestía
al tiempo hecho color, monstruo por fuera,
montón de alas dentro de su pelo.
Supuso ser de un dios que lo mimaba
con destino a más dulces
dehesas: un dios próvido, de largos cuernos mansos,
poderoso y benévolo,
como la arremetida
del agua o el derroche
del aire.

Cada estío,
divinos irrumpían los jinetes
alborotando el pastizal. Llegaban
de otro mundo: con gestos discernían
al toro fiel del toro irreparable.
Cundió el bramar de que los elegidos
arribaban a un cielo donde todo era grano
sin mancha, donde todo
era mirar el sol sin deslumbrarse.
Y aquel agosto a Lázaro
llegó su vez. Sumiso, se adentró en el futuro
prometedor: un largo carril, una gran caja
de madera y un pronto
resucitar. Paredes como nubes,
nubes como paredes, los zaguanes
de la esperanza invitan
a la desilusión. Lázaro calla,
rumia su fe, se tiende en el estiércol
ácido, cerca de los otros cinco
elegidos, y duerme. A media noche
se despabila, tiene sed, no encuentra
agua, mira la luna,
vuelve a acostarse. Pronto
amanece. Disputa con su hermano
una brizna de tuera, e imagina
que es forzoso purgar antes del júbilo.
Las doce ya. Rebota el medio día
contra las cales. Llegan
mayorales que dicen palabras que no entiende.
Lo miran y lo juzgan y lo obligan
a entrar en largo corredor oscuro
que acaba en una celda. Casi sabe
rezar, pero no quiere. La moneda
que dará por su gloria es de arrogancia
pura. Aguarda. Detrás de un infinito
silencio, se adivinan
clamores y charangas celestiales.
Le bulle la testuz. Súbitamente
nace a una leve insinuación de brillo
con la que se ilusiona, y un gran odre
de desatado incendio
lo ciega al fin.

A tientas, se adelanta
hasta el centro del mundo prometido;
hay humedad, y busca
consuelo. Ya los coros
ensalzan su poder (no era mentira
su tradición: seréis
pisadores del Sol, luego felices).
Alguien lo llama. Acude,
y la nada del aire lo recibe en un vivo
color de sangre. Gritan.
Resuena un estridor, y en una colcha
de engaño se debate,
mientras sufre una herida. (La batalla
es así –piensa.) Insiste;
derriba tres caballos celestiales;
se sabe monumento,
eje del patio circular; respira
hondo, y acude a un arlequín que punza
de nuevo sus espaldas cuatro veces.
Ahora, silencio. Otro
arlequín (¿o es un ángel?) le despliega
sus alas, con un nuevo
retar. Aún quedan fuerzas: una y otra
vez acomete vivo contra un párpado
rojo. (Alto Señor de las Manadas,
¿tanto es preciso hacer?) Aplauden, sigue
el hilo del fracaso, hasta que deja,
vencido ya, que miren su impotencia.
Y del párpado surge
una pestaña de metal: en ella
adivina su fin. Su fe se ha muerto
después de su furor (nada perdura
tanto como la fe). Todo es borroso
y humillante. Tan sólo un griterío
lo afinca en el vivir. Lázaro calla,
y ama su destrucción.

Pero un decreto
de una mota de polvo, que en un palco
asoma, lo devuelve
a la tronera y al corral de vivos
toros esperanzados. Le restañan
las agresiones: como
un buey, se presta a toda
operación.

Y torna
al praderío original: el único
toro resucitado. Y le preguntan
por las postrimerías, y lo acosan
para que diga algo
del otro mundo. Y Lázaro
calla.




ArribaAbajoGlosa




ArribaAbajoEl terror


ArribaAbajoMás alto que el temor, está delante
siempre, como una torre que en el desierto huye,
rodeada de pájaros
silenciosos que hilan alarmantes presagios.
Escrutamos la entraña
de lo que resta por vivir, los surcos
de las manos que pueden
herir o acariciar, ser el soporte
del vómito y del oro, y nos asusta
ignorar el programa de los días,
ver como va quemándose con una verde llama
un oscuro reguero. Poco es lo que depende
de deseo y afán: todo el camino
está hecho. A la vuelta nos espera un asalto
de dicha o agresión, de amor u odio.
Se añade a cada instante un poco más de peso,
y un poco más de alas
restamos. ¿Qué se esconde
a la vuelta? ¿Quién pone el decorado
(páramo o praderío, desfiladero o valle,
muro o paso) a la vuelta? ¿Y qué es la vuelta? ¿Vamos
o volvemos? Se acortan las jornadas,
porque llegó el invierno y la luz escatima
más y más su consuelo de los ojos.
Todo se anega en la penumbra. El dedo,
frío ya, busca un tacto
donde aprender. Seguimos
soñando en un apoyo y explorando las zanjas
de un futuro terror.




ArribaAbajoBirthday


ArribaAbajo Los días que tú cuentas tiene el mundo:
pues cuando tú no estabas, ¿qué de real había?
¿Cómo pudo existir lo que tus ojos
no eran capaces de crear, tus dedos
de acostumbrar a la vital dulzura
de su tacto? No hubo nada antes
de ti, ni creo que haya
nada después de que tu vida acabe.
Ni siquiera los años que el tiempo me atribuye
antes de tu venida fueron sino fantasmas
de un mal sueño: más joven
soy que tú, pues no cuenta
para mí cuanto pude vivir sin conocerte.
También yo soy tu obra: lo que piensas de día,
lo que de noche ocupa tu deseo,
eso me alza, viva
criatura del amor, como una fuerza
tuya que por milagro se conforma
y alienta. Nada puede
sucederme si dejas de tejer esta tela
donde se van trabajando tus hilos como los míos.
Antes de ti, después de ti, el diluvio
de la nada disuelve
esta mano que escribe estas palabras.




ArribaAbajoMomento musical




ArribaAbajoI


ArribaAbajoLa ocasión brilla inmóvil.
Nada se agita, salvo el mar que insiste
mas no transcurre (y colabora al mismo
giro con que el instante se luce aconteciendo
sin acabar). No fuerza
lo contemplado al pensamiento: acaso
lo contrario suceda, penar suspenso obligue
a la clara quietud inusitada,
tersa, pulida lámina de hielo,
ya casi línea, casi punto, casi
eternizada negación. Se habita
en la cárcel de un puro,
transparente cristal que no se raya
herido por el tiempo.




ArribaAbajoVII


ArribaAbajo ¿Y qué es el mundo y qué es creer y cuánto
puede durar la sensación de estarse
sin durar? ¿Qué materia,
con qué elaboración, a qué cuidados
sometida, logró pensarse, verse
espejo de su espejo,
convencida de sí, perenne, sola,
sin origen ni dios? En ocasiones
muy extrañas, de pronto, sin que nunca
sepamos el porqué, sentimos algo
que rebasa el instante del brota:
el ayer y el mañana son fechas que señalan
lo que está. Y el presente
abandona la huida.




ArribaAbajoTres oraciones fúnebres




ArribaAbajoLa caída del héroe


ArribaAbajoNo es hermosa la guerra, pero vestirse puede
hermosamente, y sabe conducir al engaño
con brillantes corazas al moho inasequibles
y con rojas insignias de valor; no es hermosa,
pero entierra a sus muertos en los campos de trigo,
y pinta de oro viejo la sangre del que vence,
disimulando vigas quemadas, pechos rotos,
negros crespones, gritos no atendidos por nadie,
niños que un día corrieron en una quieta plaza,
polillas que se comen las enormes banderas.

Toledo esculpe grandes escudos en sus pórticos.
Se habla de hazañas, sueños de los adolescentes
que acarician cinturas a la orilla del Tajo
con el pecho inclinado a un mar de lanzas ebrias
que al dios de Europa siguen. Salicio y Nemoroso
añoran enrolarse, dejar ganados, fuentes
cristalinas, ser claros, famosos caballeros
de rocío. (Una torre, en un lugar lejano,
jornada tras jornada, cultivada su sombra
e incubaba el designio de la adversa luces.)

Cuando levanta el vuelo, guerra y amor se juntan
compatibles a veces. Detener a los turcos
o hallarse en las empresas del sur le dan relatos
honrosos, entre besos y caricias. Posible,
que una herida en el brazo derecho dé motivo
para un feliz poema de enamorados versos.
También los labios puede que sean más afables
después de una lanzada. En las tardes de Nápoles,
lentamente vencidas, gozaba Garcilaso,
entre demás solícitas, todas sus dulces prendas.

Y en la villa de Muy vivían doce hombres
y dos adolescentes No sabían de glorias
militares; ganaban el pan de cada día
con distintas destrezas, y a la noche tomaban
el gusto de la carne, del vino y de los juegos,
al amor de una lumbre pacífica de leñas
cortadas por sus brazos. Y tenían sus nombres;
para ninguna crónica, pero suyos, oídos
de bocas de sus madres y sus files amadas.
Y hablaban del vecino fantasma de la guerra.

Un fantasma recorre Europa, el mundo, nadie
le llama camarada, salvo los que querían
sazonar con lujuria de muerte los emblemas
de sus dinteles. Una tinta espesa de humo
y sangre empapa campos y aldeas designadas
por un dedo furioso y anillado. La sombra
se acerca a Muy; al filo del horizonte crujen
llamaradas de pánico. Se habla de los que fueron
sacados de su broza, desanidados, lejos
de los suyos mandados a remar a galeras.

Las imperiales flotas necesitan de brazos
encadenados. Golpes de timbal acompasan
el reloj de los remos que aleja de la antigua
libertad. Suena el cuero en espaldas desnudas,
y hay un aire salino que a las máquinas nutre
y embriaga los recuerdos. No, no irán a ese sitio.
Doce hombres oscuros y dos adolescentes
deciden que a ese sitio no irán. Cerca de Muy
existe una alta torre que cultiva su sombra
y observa en las estrellas un siniestro presagio.

Allá se refugiaron, para ver si pasada
era la guerra y toda su cohorte de hierros
y fogatas. No puede ser ajena una torre
al paso de la muerte. Un palaciego intenta
subir, y en el segundo solar escucha un grito.
Cuando lo sabe el César, despacha a algunos nobles
caballeros, no fuese que allí los enemigos
si hicieran fuertes. «Somos de esta tierra de Francia»
-les responde la torre-. Pues no son de la furia
que quemaba sus campos, no caerían en ella.

Mordió el cañón el muro, y adosando una escala
entró por la tronera quien tuvo más arrojo
entre los españoles. Otros dos caballeros
disputaron la vez de seguirle. «Suplícoos
-le dijo a un Maldonado don Guillén de Moncada-
que cedáis la honra». «Poca es, mas tenedla»
-le replicó. Subía, con Guillén, Garcilaso,
cuando desde lo alto cayó una enorme piedra
(que otra cosa no había con la que aquellos pobres
campesinos pudieran intentar defenderse).

Muy mal descalabrado, el guerrero poeta
murió a los pocos días. Dicen que fue asistido
por el joven biznieto del Siervo de los Siervos
de Dios, en la vecina ciudad de Nicia, atónito
ante tanta promesa súbitamente rota,
la soledad siguiendo, rendida a su fortuna.
¿Nunca hubiese salido de su regado valle
aquél a quien las ninfas del Tajo le anunciaban
mirto y laurel! ¿Quién puso dentro de aquella torre
la terrible semilla de un árbol de silencio?

«Es preciso rendirse» –dijo el que más sabía
de cosas de la guerra. ¿Quién pondrá resistencia
al mundo? ¿Qué cobijo puede entregar un poco
de altura? Y las banderas arrió de su miedo,
soga abajo. Los otros no querían: en muchas
villas, a los rendidos mandaron a la flota
imperial. «Yo os concedo –prometió el Poderoso-
no ir a las galeras». Bajaron uno a uno,
cada cual con su espanto y su esperanza. Pronto
se vio que no eran hechos para buenos soldados.

Mas palabra de rey es palabra de rey.
No remaron (tampoco oyeron más las voces
queridas, ni al trasiego del pueblo en paz tuvieron
ocasión de volverse). Lo dicho, dicho: nunca
irían a los mares inquietos. Y los once
hombres (nada sabemos del otro), para ejemplo
de pacíficos, fueron colgados de sus cuellos,
uncidos a la muerte con gruesos nudos, perchas
fueron para los grajos, para los buitres fueron
alimento entregado por la feliz victoria.

En cuanto a los dos jóvenes, perdieron sus orejas
en castigo, no oyesen jamás aquel soneto
que dice: ...en un desierto, do nadie atravesaba...
ni aquel otro que a Marte se refiere, y termina
diciendo: ...temerosa, y en llanto y en ceniza
me deshago. Que ha muerto un poeta, y se siente
herida y moribunda la creación. De otro modo
me duelo, viendo ahora caer la gran coraza
de aquel pastor del Tajo. Si algún día volviera,
os digo que yo nunca sería su escudero.




ArribaAbajo Ocasiones y réplicas




ArribaAbajoVita Facta Momentis


ArribaAbajoHoy es el primer día del tiempo que me queda,
y quiero celebrarlo bebiéndome contigo
un trago de esperanza.
Lo de de atrás ya está hecho:
invítame al futuro, por corto que resulte.
Pon con aire solemne, como quien inaugura,
la primera caricia de esta pequeña torre
de instantes que a tu lado
aún más breves serán. Demórate en la dulce
ceremonia del beso, no pensando en aquéllos
que a éste se adelantaron
sen los que nos faltan. Incluso olvida el roce
que los labios tuvieron hace un punto. Es ahora,
en este ahora inaprensible, cuando
sentimos que amanece.




ArribaAbajoVallejo 78


ArribaAbajo Cuarenta años de muerto es ya para dejarlo
y ponerse a pensar de nuevo en cosas,
y dar con la esperanza en el tabique,
a ver si Dios es bueno y resucita.

A los cuarenta años ya están los huesos limpios,
rodeados de un polvo familiar y discreto;
ya puede levantarse la tapa sin escrúpulo,
sin miedo a que la muerte ponga perdido el campo.

A los cuarenta años de muerto se desea
ver otra vez la lluvia llorando los cristales,
despertar una rosa, dar de comer a un pobre,
acariciar un pecho, charlar con un amigo;

sin pedir demasiado, tener un ojo de esos
que se guardan en frío, mirar por una grieta
lo que pasa en el mundo, lo que sueña en el mundo,
lo que del mundo quise, si es que aún queda algo.

¿Por qué no suena pronto la trompeta?
¿Por qué no me trasvasan para dejarle sitio
a muertos más recientes? Yo ocupo poco espacio
ya. Quitadme ese rótulo, si es que no hay otra forma

de salir de esta cárcel, y dejad que me olviden
por las cosas que dije, por la historia que tuve,
por la guerra perdida, por el amor sin vuelta.
Dejadme que me acabe de morir en mis páginas.




ArribaAbajoPoemas de la teja




ArribaAbajoPreguntas


ArribaAbajoComo Job me resisto
a haber perdido lo que amé, a que todo
en vacío termine o en memoria
y olvido. ¿No hay tesoros
que guardar, sólo huellas
de tesoros, mendaces derroteros,
mapas de tristes islas
en las que un viejo cofre
vacío, descerrajado
ríe? ¿Sólo señales
quedan, que un agua terca
y sucia invade lentamente y borra?
Desnudos y llagados,
vamos quedando pobres
de tiempo y beberemos
pronto nuestra poción de soledades
en un desván de inmóviles relojes.
¿No sabremos que fuimos
y que hasta el fin tuvimos la esperanza
de sentirnos amados por un padre?




ArribaAbajoResurrección


ArribaAbajo Y si algo queda cuerpo es, hermano
asno, vituperada carne, cárcel del vuelo
reprimido: que carne somos, fuerza, materia
que aspira a lo divino, al inmortal seguro
de la inmutable eternidad. No creo
en las blancas palomas que se evaden
del ruinoso aposento que las tuvo,
enfrentadas al vuelo feliz: que cuando hay
de verdad a la sombra
de esta figura que formamos bulle
y será, no en las ratas
del miedo que el navío desalojan
aunque sin él no pueden
navegar. Algo hizo con su vida esta caña
señaladora de una discutible
ilusión: obra fue de su diario
crecer en la esperanza.
Cuando tronchada cae por el viento
que todo azota, no busquéis la vaga
levedad que a lugares terribles o gloriosos
huye. Sólo ella fue
y será, hecha de tiempo, instante a instante
enteramente viva para siempre.




ArribaAbajoNuevos poemas de la teja




ArribaAbajoOlas


ArribaAbajoCuántos años hará que no me siento
a ver el mar. No quise que supiera
que mi piel no resiste ya su embate
ni el del sol, que su arena
no se presta a los juegos
cansados del que espera
su vez ante la noche. Todo el gozo
reside en la mañana. Mi mar atesorado
es aquél que caló en el sumidero,
y dejó en la memoria el leve poso
de sal con que sazona
la desvaída imagen de un niño que corría,
esperando aún, desde el proyecto
a la desilusión.
A mis espaldas
está: no tengo huecos
que den a él. Me cierro
en la nostalgia y quiero pensar que ha envejecido
su azul y su rumor, que ya no es lo que era,
como yo no lo soy.




ArribaAbajoEstancia


ArribaAbajo Esta pompa de espacio
seguro que algún día, poco a poco,
se habrá de desinflar. No quiera Dios que estalle
como un cohete henchido de sucesos
que acaban no importando
salvo a quienes pudrimos la memoria
en su charco de tiempo. Esta íntima pompa
en la que desenvuelvo mi trabajo
moroso de vivir será otro albergue
para otras historias, para otros
enfrentamientos con el uso, cuando
vacía del trajín que suministra
mi estar en ella, ocupen mi vez otros recuerdos
hijos de otros afanes.




ArribaAbajoBreve llama




ArribaA los clementes dioses


ArribaDejadme disfrutar lentamente del tiempo,
cosechar los minutos vareando las horas,
retrasar las semanas como quien no desea
que un delirante sueño termine en un fracaso
de olvido. Permitidme demorar los instantes,
hacer eternidades de las briznas de vida,
presentarle a la noche cara, saber que nunca
una vez que esto acabe habrá moneda válida
para pegar un soplo de viento fugitivo.
Dejad que no me canse de caminar, de irme
con mansedumbre, igual que desemboca un río
derrochando un tesoro de frondas y de nubes.
Permitid que la paz definitiva invada
con sosiego el recinto de esta dulce zozobra.





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