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ArribaBuenos-Ayres Reconquistada

Juan Ventura de Portegueda


Poema endecasílabo por Don Juan Ventura de Portegueda del comercio que fue de Montevideo. Quien lo dedica al señor Liniers y a los valientes defensores del río de la Plata. Publícase a expensas de don Juan López Cancelada, editor de la gaceta de esta N. E.


Benedictus dominus Deus Israel.


Cant. Zac.                




Desciende, Ninfa bella, y pues que tienes
A tu cargo el cantar los grandes hechos,
Y transmitir las ínclitas hazañas
A las generaciones y a los tiempos,
Canta al Varón invicto y esforzado,
Que como el grande jefe de los Griegos,
Cuando en el puerto de Áulide juraba
Vengar la injuria del Pastor Ideo,
Impávido se muestra a los peligros,
Luego que por Caudillo lo eligieron
Para la reconquista deseada
De Buenos Aires, en Montevideo.

Los bajeles dispone de transporte,
Y como Capitán en todo experto,
Da las disposiciones oportunas
Para el embarque, y un feliz suceso.

Todos presagian bajo los auspicios
De su valor y militar talento.

Siguiendo sus banderas van alegres
Quinientos Brigantinos compañeros,
De los que en el Ferrol con tanta gloria
El orgullo británico abatieron.

Después van los valientes Catalanes,
Grandes en el valor aunque pequeños
En el número son, y a estos los siguen
Las milicias, el fijo y artilleros,
Que con otras ligeras compañías,
Con voluntad y gusto se ofrecieron
A dar la vida o libertar la patria
Del yugo odioso que el inglés le ha puesto.

Hace reseña de la gente el Jefe,
Y por los batallones discurriendo,
Inspira en ellos su presencia amable
Entusiasmo, valor y aliento nuevo.

Mil y quinientos hombres halla sólo
En la revista que hace; pero viendo
El amor y lealtad con que lo siguen,
No duda un punto entrar en el empeño.

Con sereno semblante los anima,
Diciendoles, amigos, vamos presto,
Vamos a libertar de las cadenas
En que yace cautiva ha mes y medio
La bella Capital de estas provincias;
Ya no conviene más el detenernos:
La augusta religión se ve ultrajada,
Sus Ministros también: violado el Templo,
Y las Vírgenes castas desoladas,
Como tórtolas gimen sin consuelo
Al pie de los altares, temerosas
De que al claustro ya llegue el desenfreno.

Limpiemos pues, la tierra de esos monstruos,
Valientes solo con los indefensos,
Y cobardes dende hallan resistencia
Como en Canarias, Puerto Rico, y creo
Que bien notorio es que en la Coruña,
A la Ciudad teniendo puesto asedio,
Una mujer (la memorable Pita)
Con ignominia los echó del puerto.

La religión nos llama a su socorro,
Nuestros hermanos gimen prisioneros,
Y la patria oprimida se lamenta
De que ya libertada no pensemos.

Dijo Liniers: y como hormigas
Que en el Verano buscan el sustento,
Y a las cuevas con él van presurosas
Para pasar después el frío Invierno,
Del mismo modo a las galeras entran
Cargados todos de armas y pertrechos,
Complaciéndose Marte sanguinoso
Al ver la guerra y aparato horrendo.

Levan las anclas, y las anchas popas
A la Ciudad que dejan van volviendo;
Los moradores pueblan las riveras,
Y al Cielo piden con ardiente celo
Que retornen en breve victoriosos.

Oye grato sus súplicas, y luego
Un favorable viento les envía,
A cuyo impulso sin mayor esfuerzo,
Impelidas las naves blandamente,
El espumoso río van corriendo.

Este yacía triste y abatido,
En su profundo y verticoso centro,
Rodeado de Ninfas que procuran
Aliviar su dolor y desconsuelo:

Mas él, alzando la agobiada frente,
La que circunda con ciprés funesto,
Bellas hijas del mar, dejadme, dice,
Con un suspiro que arrancó del pecho:

¿Cómo no he de afligirme? ¡ay de mi triste!
¿Cómo he de consolarme, cuando veo,
Que ya mis frescas y apacibles playas,
Y la Ciudad que placido en un tiempo
Bañaba con mis aguas cristalinas,
Despojos son del insular soberbio?

Dijo el anciano río, y luego quedan
En un confuso y lúgubre silencio.

En esta situación estaba, cuando
Baja rasgando el líquido elemento,
Una bella Nereyda coronada
De arrayán verde y amaranto tierno.

Su hermosa vista sorprendió a las Ninfas,
Mas ella al río su semblante vuelto,
Padre, le dice, cese ya la pena,
Mitiga tu dolor, pues quiere el Cielo
Que al dominio volvamos muy en breve
Del grande Carlos, del Monarca nuestro;

Y vosotras, hermanas, desde ahora
Disponed vuestras danzas, y tejiendo
Podéis ir ya las verdes laureolas
Con que a los vencedores coronemos.

Volved de aquí la vista al claro Conchas,
Y mirad en su orilla a los guerreros,
Que como de otro Paladión Troyano
De las cóncavas naves van saliendo
A pesar de las negras tempestades
Que porque perecieran remocieron
Sobre las altas cumbres de los Andes,
La cruel Megera y la implacable Alecto.

Ved a Liniers, a cuyo cargo vienen
Que en el alcázar de la nave puesto,
Si Palinuro fue de las escuadras,
A Aquiles hoy imita en el esfuerzo.

Vedlo ya descender con ligereza,
Tomar la tierra, y el brillante acero
Empuñando en la diestra, a Buenos Aires
Dirigir a las tropas con denuedo.

Dijo la Ninfa, y causa a sus hermanas
Grande alegría su razonamiento.

El claro y venerable río entonces
Cariñoso la abraza, y de su pecho
La tristeza disipa en el instante
Con igual prontitud, cual suele hacerlo
El aire con la huella que en el polvo
Ha dejado estampada el pasajero.

Entre tanto con marchas redobladas
Liniers camina, y ya su campamento
Forma en las cercanías, y a la vista
De la Ciudad en un paraje ameno,
Que cercado se mira por un bosque
De bellos Pinos y frondosos Fresnos.

En este umbrío y delicioso sitio,
Por su espesura semejante a aquellos
Que en los antiguos tiempos consagraban
A deidades silvanas muchos pueblos:
Para seguir el plan de sus ideas
Se fortifica, y el mejor arreglo
Introduce en el campo a donde llegan
Las tropas del país, que ya de acuerdo
Estaban esperando su venida
Con impaciencia de uno a otro momento.

Abrazáronse todos mutuamente
Como tiernos hermanos que hace tiempo
Han vivido ignorados uno de otro
En países remotos y extranjeros.

Estrecha entre sus brazos el Peruano
Al que ha nacido al pie del Pirineo,
Y el que en Cantabria vio la luz primera,
Al Tucumán abraza y al Limeño.

También Liniers usando de franqueza
Pruebas les da de su agradecimiento,
Por la fidelidad y patriotismo
Con que a seguirlo todos se han dispuesto.

Aliéntanse de nuevo en su presencia,
Y le piden con ansia y ardimiento
Los lleve a la Ciudad, pues ya no puede
Sufrir su honor que el albión soberbio
El pabellón tremole en las murallas,
A vista suya para mas desprecio.

Pero el prudente y valeroso jefe,
Su ardor contiene, porque no es su intento
Empeñarse en la acción sin que domine
Todos los puntos de la mar primero
Con la pequeña escuadra que del Conchas,
Debe llegar para este mismo efecto.

Porque estrechar al enemigo quiere
De suerte tal, que no le quede medio
Mas que entregarse a discreción entera,
Sin que escaparse pueda por el puerto.

Dispuestas ya las cosas de este modo,
Apenas despuntaban los reflejos
De la rosada aurora, que salía
Segunda vez a ver el campamento,
Cuando Liniers convoca a sus soldados
Para dar el asalto; mas primero
Considerando el sanguinoso trance,
Y al ver también aquel estrago fiero
Que en ambas partes la batalla haría,
A Beresford despacha un mensajero,
Por si quisiere voluntariamente
Rendir la plaza bajo el juramento
De ser tratado en todo lo posible
Con aquel generoso miramiento
Que la virtud y honor exigir suelen
De un vencedor benigno en casos de estos.

Cuya propuesta siendo desechada
Del general inglés, ordena luego,
Que levantando el campo sin tardanza,
A la Ciudad avancen al momento.

Difúndese la guerra en torno de ella,
Y abriendo Jano el pavoroso Templo,
Salió la triste y descarnada muerte
Con su guadaña señalando a aquellos
Que en el combate perecer debían,
Con su destino y su deber cumpliendo.

El alboroto crece por instantes,
Y más se aumenta cuando percibieron
Ya las inglesas guardias avanzadas
El son de los marciales instrumentos.

Corren a las murallas presurosos,
Desde las cuales claramente vieron,
Que las lucientes armas españolas,
Del Sol heridas, brillan a lo lejos.

A defender la plaza se preparan
Con este aviso, y en el punto fueron
Fortificadas todas las entradas,
Y cubiertos de tropa aquellos puestos
Más ventajosos para rechazarlos,
Protegidos, en parte, por el fuego
Que de la ciudadela a hacer empieza
La artillería puesta en movimiento.

Pero Liniers, que ya tiene previsto
Todo este lance, por el lado opuesto
Destaca un trozo de escogida gente,
Para que avance en el preciso tiempo
Que él con el resto por el frente embista,
Sin ventaja ninguna, cuerpo a cuerpo.

Ejecútase así, y en el instante
Que los clarines la señal hicieron,
Parte Liniers, seguido de sus tropas,
Con tanta prontitud, cual suele serlo
La de un torrente que inundado el valle,
En su rápido curso lleva envueltos
Los árboles, las chozas y sembrados,
Y también al ganado y ganadero.

Del mismo modo la española gente
Se precipita con tan grande aliento,
Que rompiendo las filas de enemigos,
El paso se abre por el medio de ellos.

Mas Beresford, que desde el alto fuerte
La derrota miraba y desarreglo
En que andaban los suyos, sin demora
A su socorro manda otro refuerzo,
Para que conteniendo al enemigo,
Rehacerse consigan los primeros.

Pero los Españoles, que ya estaban
Prevenidos para este choque nuevo,
Las bayonetas tienden, y en sus puntas
A los más atrevidos recibieron.

Renovose la lid de esta manera,
Y la muerte cubriendo a muchos de ellos
Con su pálida sombra, entre agonías
Hace que muerdan el sangriento suelo.

Allí ¡oh Fantin! Caíste mal herido
Por las armas británicas, cual cedro
Que es abatido por segur villana,
Después que resistió por largo tiempo
En el antiguo bosque los embates
De los furiosos y encontrados vientos.

Barragaña también cayó a tu lado,
Con otros valerosos compañeros,
Que cubiertos de heridas y de gloria,
Dieron la libertad al patrio suelo.

Visto lo cual por el valiente Concha,
Con agudo dolor, en saña ardiendo,
Al enemigo avanza, en compañía
De Valcarce, de Arenas y Vallejo.
También los sigue el valeroso joven
Rufo Zorrilla, que con grande riesgo
La ciudad deja en la callada noche,
Por hallarse en el lance, previniendo
De ello a su esposa, sin que sea bastante
La aflicción en que queda, a detenerlo.

A muchos fue funesta su llegada,
Porque con tal furor acometieron
Los nuevos Adalides, que cambiaron
En un instante en luto y sentimiento
La pompa que triunfante ya prepara
El Thamesis profundo a sus guerreros.

Allí gime William atravesado
De destructora bala por el pecho.

Muere Pembroque, y Estuard valiente
Con un suspiro da el último aliento.

Por ambas partes con valor combaten,
Y la guerra presenta en este tiempo
Cuanto mas horroroso en sí contiene
De sangre, muertes, voces y al estruendo,
Espantados los peces en sus aguas,
A la contraria orilla se acogieron.

Por la Ciudad los habitantes andan
Con la esperanza y el temor perplejos,
Pidiendo al Cielo quiera en este día
Libertarlos del triste cautiverio.

Del mismo modo que sobre los ríos
Babilonios andaban los Hebreos,
Al ver pendientes de los verdes sauces,
Los sagrados y dulces instrumentos.

Sus oraciones tiernas y clamores
Oyó el Señor, pues nada es mas acepto
A sus ojos divinos, que el que humildes
En las tribulaciones lo invoquemos.

Y así permite su alta providencia,
Que cuando estaban en lo mas sangriento
De la batalla, lleguen victoriosos
Después de haber en un todo desecho
A los que defendían las entradas
Aquel trozo escogido, que primero
Liniers mandó, los cuales dirigidos
Por las guías que llevaban al intento,
Penetrando las calles y las plazas
Logran llegar al señalado puesto.

Entonces fue cuando los arrollaron
Completamente, y hacia el fuerte huyendo
Llenas de espanto las inglesas tropas,
Van como suelen tímidos corderos,
Que perseguidos por hambrientos lobos,
Huyen sin orden, y al redil a un tiempo
Queriendo entrar, por atroparse todos
Perecen muchos sin salir del riesgo.

De esta manera ya los Españoles
La Ciudad recobraron, mas queriendo
Mantenerse en el fuerte los ingleses,
Liniers ordena que lo asalten luego,
Y llevándolo todo a viva fuerza
No den cuartel, ni a nadie guarden fuero.

Con lo cual, Beresford intimidado,
Y al ver también el grande desaliento
En que yacen los suyos, se resuelve,
Y al generoso vencedor cediendo
Con el resto de tropas que le quedan
A discreción se entrega prisionero.

Cayó abatida la bandera inglesa
Y la española sube al mismo tiempo
Que majestuoso el hijo de Latona
De su carrera ya tocaba el medio.

Al ver lo cual, de júbilo inundados
Los ciudadanos corren a los Templos,
A tributar al Dios de las victorias
Rendidas gracias por aquel suceso,
Y llenos de entusiasmo religioso
Con dulces himnos entonaban tiernos,
«Bendito sea el Señor omnipotente
Santo Dios de Israel sumo y eterno,
Que a su pueblo visita en este día
Y lo libra de duro cautiverio».

Mas la negra herejía que intentaba
Allí extender el pernicioso imperio,
Viendo que la victoria precedida
Por sus alados y graciosos genios,
Repartía las palmas y laureles
A los héroes ilustres, no sufriendo
Verse vencida con afrenta canta,
Se precipita en el profundo Averno.

Las aguas del Erebo se conmueven,
Y al triplicado grito del Cervero,
Las inmundas cabezas de las furias
Las víboras sacuden del cabello.

¡Quién pudiera expresar como quisiera
Las gloriosas hazañas que se vieron
Ejecutar en tan glorioso día,
La magnanimidad y los esfuerzos
Del gran Liniers, y de las tropas todas
La generosa intrepidez y aliento!

El valor con que varias Peruanas,
Amazonas segundas, combatieron
Al par de sus maridos, con mas gloria
Que las que al Themodonte fama dieron.

La perspicacia y el talento fino
Del Comandante Ruiz, que conociendo
El alma grande y bellas circunstancias
Que en Liniers concurrían para el hecho,
Con madurez lo exige... mas ya callo,
Porque lira mas dulce y mejor plectro
Se necesita para asunto tanto,
Y pues que avergonzado yo enmudezco,
Cántalo tú, Calíope, pues que tienes
A tu cargo el decir los grandes hechos...

Ya estos circulan por el Orbe todo
En hermosas medallas, do el acero
Supo indicarlos, aunque solamente
Como copiando de un gigante el dedo:

Ya estos se admiran por los reinos todos
Como prodigios del valor y esfuerzo;
Todo debido al celo y patriotismo
De un individuo del hermoso sexo:

¡Ojalá que cual cruces adornaran
De tanto héroe español los nobles pechos,
Siendo de su valor ejecutorias,
Y timbres del solar en que nacieron!

Entonces aun en tiempo en que la oliva
Empuñaran en vez del blanco acero,
Serian panegiristas de sus glorias,
Y de sus proezas fieles pregoneros.

Sea así: porque lo llore la perfidia
Del britano orgulloso infiel isleño;
Sea así: y ambas Américas lo cante...
La antigua España... Francia... el mundo entero.