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ArribaAbajoA Montevideo tomada por asalto por los Ingleses en 3 de Febrero de 1807, siendo gobernador de dicha plaza el brigadier de la real armada D. Pascual Ruiz Huidobro

José Prego de Oliver



La guerra; la atroz guerra; el trueno, el rayo,
El polvo, el humo denso, todo, todo,
Su venida fatal al pueblo anuncia.
Dende la mar las naves, y por tierra
Las haces enemigas el tremendo
Cañón asestan contra el débil muro,
Y a un tiempo mismo bocas cien de bronce
El fuego arrojan con horrendo estruendo;
Zumbando globos por el aire vago
Las calles cruzan, templos desmoronan,
Edificios derrocan, y no hay nada
Que a si choque feroz oponga fuerza.
Sólo la alcanza el ínclito caudillo,
Veces mil más ilustre por su esfuerzo
Que por la cruz que de su pecho pende.
Con faz serena y con osada planta
No para, y corre a visitar los puestos,
Do el fuego, el estampido, y los membrudos
Brazos que sirven el cañón, trasladan
El horrísono carro, en que el Tonante
Los rayos vibra, que Cíclopes forjan.
El plomo silbador, que muerte avisa,
Nunca puede abatir su erguida frente,
Que llena de ambición espera un día
Que a la par de Velascos la sublime
Al sacro templo de la augusta Fama,
Orlada de laurel inmarcesible,
Con que Mavorte a sus campeones orna.
Siguen sus huellas los varones claros,
Que fueron arrullados en la cuna
Con cantares de abuelo, que a la patria
Inmolaron la vida: don que el cielo
Impone al hombre conservar, y la honra
Arrastra a aventurar todas las veces
Que llama el parche e el clarín resuena.
El pueblo y tropa todo en mezclamiento,
No hacen más que pelear: no hay otro oficio,
Yo vi las Artes, sí, vilas yo mismo
Azoradas vagar, y demandando
Favor y ayuda, las orejas sordas
Atónitas hallar a sus plegarias
Los talleres y fábricas cerradas,
Son arrojadas del humilde lecho,
Que antes las albergó; tornan, y llaman;
Pero no hay responder. Desconsoladas
Huyen, y huyendo la cabeza vuelven,
Por si descubren algún brazo amigo,
Que corra en pos solícito tenellas.
Más en vano miráis: todos a una
No curan más que del cañón funesto.
Antes del pecho borbotando sangre
Al letal golpe de la bala ardiente
Despedirán la fatigosa vida,
Que la cerviz doblar a yugo extraño.
Bajo un trono nacieron: bajo un trono
Días vivieron de paz honda y blanda:
Y quieren bajo un trono que los nietos
Amorosos el lecho circundado,
Con encendido lloro y mano leve
En el sueño eternal cierren sus ojos.
Las columnas de Albión, que sus pendones
Quieren ver hondear en el asta misma,
De do penden los lienzos, que tremolan
Blasones de Castilla, el cerco estrechan;
Aumentan baterías, y doblando
El estruendoso fuego, ni un momento
Es dado a los sitiados de reposo.
Al batir continuado el muro tiembla;
Las piedras desquiciadas se desploman;
Y los escombros mismos son la escala
De la brecha fatal. ¡Ay! Ciudadanos,
Cubrid, tapad del boquerón horrible,
Que ha de ser tan fatal, cual lo fue en Troya
La máquina infernal del dolo griego.
Quince veces el Sol salido había
Por las rosadas puertas de la Aurora
De rayos coronado en plaustro de oro
Sin que mostrase lástima ni duelo
Por las cuitas de un pueblo que afligido
Ve por última vez que declinando
Su pausado rodar el horizonte
Va a sepultar el majestuoso disco
En las líquidas urnas del undoso,
Del sacro Paraná. Queda rojeando
La vía por do fue: mas a deshora
Desaparece el fulgor, y en todo el cielo
Ni rastro queda de la excelsa lumbre.
Del Caos la hija triste sobre el suelo
Densas tinieblas desparrama, y deja
Casi inválido el ojo vigilante
Del atleta tenaz, que sobre el arma
Apoya el brazo, en que reclina el cuerpo.
La circunvalación del muro todo
De trecho en trecho milites sustenta,
Que inmóviles y atentos representan
Estatuas del silencio, que interrumpe
El eco bronco de olas encrespadas,
Que azotan el peñasco, y luego humildes
Bésanle el pie, y escúrrense a su centro.
¡Cuánto de malandanza hoy se avecina,
Onda de maldición, al triste pueblo
Tu sonar turbulento: oír no dejas
El ruido sordo de la planta insana,
Que arrebujada en el tupido manto
De la noche sombrosa, y atronchado
Por la brecha mortal, sin ser sentida
Penetra audaz el lacerado muro.
Al súbito rumor el castellano
El arma requiriendo, presuroso
Al riesgo corre, y al británico altivo
En su valor otro estorbo opone:
El cañón y arcabuz a un tiempo atruenan:
Densan la lobreguez: y sangre, y fuego,
Y horror y estrago a todas partes lanzan.
El furibundo Marte en torno gira
De unas y otras legiones, aguzando
La cólera y ardor, e introduciendo
La confusión, las huestes mezcla y junta.
Así mezcladas pugnan: y la lucha
Más y más se encarniza, y la atroz muerte
Enarbolando el brazo, la guadaña
Descarga sin cesar, y a centenares
Tiende de cada golpe los varones
Que son apoyo de la madre Patria.
Bien pocas son las almas que te quedan,
Ilustre madre, y esas pocas, helas,
Helas pelear, de sangre salpicadas,
Y tropezando en los gloriosos cuerpos
De los que perecieron, anhelando
Volver con el laurel a tu regazo,
Alejando infortunios de tu seno.
Más, dado no les fue, y aun esos pocos,
Acribillados, lloran la flaquezas
Del brazo, que no puede con la espada
No puede más, que el enemigo carga,
Y cual voraz incendio se difunde:
Que no hay estorbo que su curso ataje.
Al bullicio, al estrépito, a la grita,
Las matronas y vírgenes transidas
Se llenan de estupor, y en el retiro
De la cámara yerma presagiando
La viudez y orfandad, desconsoladas,
Alzan los ojos de llorar cansados
A los cielos, de mármol a sus quejas;
Las manos tuercen, y el vivir desaman
Del alto alcázar, del dorado solio
Do en torno vuelan las virtudes almas.
La paternal cabeza, asoma, asoma,
Augusto Carlos, y verás un pueblo
En escombros envuelto, y cada escombro
Será padrón en que leerán los siglos:
Al pueblo supo Carlos regir blando;
Y por Carlos el pueblo morir supo.