Intermezzo lírico
De mis ansías, tormentos y querellas | |
es este libro humilde panteón: | |
al hojear sus páginas, en ellas | |
aún sentiréis latir mi corazón. | |
Prólogo | |
Era un hidalgo sombrío, | |
de faz adusta y siniestra, | |
que pálido y silencioso | |
vagaba con planta incierta, | |
lleno el pecho de suspiros, | |
llena el alma de quimeras. | |
Era tan arisco y fosco | |
que al verlo pasar, malévolas | |
mirábanse y sonreían | |
las flores y las doncellas. | |
En el rincón más obscuro | |
de su lóbrega vivienda, | |
recatándose de todos, | |
pasaba la noche entera. | |
Ambos los brazos al cielo | |
levantaba con frecuencia, | |
sin decir una palabra, | |
sin murmurar una queja. | |
Pero al tocar media noche, | |
escuchábanse allá fuera | |
acordados instrumentos, | |
coros de voces angélicas, | |
y al poco rato llamaban, | |
blandos golpes a la puerta. | |
Y cual sombra que resbala, | |
hermosa, ideal, aérea, | |
entraba su dulce amante, | |
en gasas de espuma envuelta. | |
Era el velo de su frente | |
de hilos de escarchadas perlas; | |
sus mejillas, cual la rosa | |
que la aurora colorea. | |
Caían sobre sus hombros | |
olas de doradas crenchas; | |
derramaban sus pupilas | |
apasionadas ternezas, | |
y -¡ay Dios!- ¡cómo se abrazaban | |
el caballero y la bella! | |
Estrechábala el hidalgo, | |
y el mismo entonces ya no era: | |
el tímido se aventura, | |
el soñoliento despierta, | |
el arisco se enternece, | |
late el insensible y tiembla. | |
Y ella, le hostiga mimosa | |
y le provoca risueña, | |
y con el fúlgido velo, | |
envuélvele la cabeza. | |
En alcázar diamantino | |
el caballero se encuentra; | |
tanta hermosura le asombra, | |
tanto resplandor le ciega. | |
Y aún en sus ansiosos brazos | |
a la encantadora estrecha, | |
y es su afortunado esposo, | |
y su dulce esposa es ella, | |
y en torno tañe la cítara | |
coro de sílfides bellas. | |
Tañe la cítara, canta | |
y el pie a las danzas apresta... | |
El amante desfallece, | |
y aún abraza a la hechicera; | |
pero, de pronto, las luces | |
se apagan, y en las tinieblas, | |
en el rincón más obscuro | |
de su lóbrega vivienda, | |
otra vez solo y sombrío | |
está el hidalgo, ¡el poeta! | |
- 1 - | |
En Mayo, cuando las flores | |
abren todas el botón, | |
sentí nacer los amores | |
dentro de mi corazón. | |
En Mayo, cuando las aves | |
rompen todas a cantar | |
les dije mis ansias graves | |
y mi oculto malestar. | |
- 2 - | |
Vierto una lágrima, y miro | |
brotar al punto una flor; | |
y cuando exhalo un suspiro | |
se trueca en un ruiseñor. | |
Si me quieres, esas flores | |
todas para ti serán; | |
y todos los ruiseñores | |
en tu reja cantarán. | |
- 3 - | |
La paloma y la rosa, el sol y el lirio, | |
amaba en otro tiempo con delirio: | |
hoy, te amo solamente | |
a ti, mi niña hermosa, | |
a ti, de todo amor única fuente, | |
a ti, paloma y lirio, sol y rosa. | |
- 4 - | |
Cuando dulces y tranquilas | |
me contemplan tus pupilas, | |
se disipa mi aflicción; | |
cuando, sin miedos ni agravios, | |
tus labios das a mis labios, | |
curado está el corazón. | |
Cuando la cabeza inclino | |
en tu seno alabastrino, | |
el cielo siento bajar; | |
cuando tu labio sincero | |
exclama: «¡Cuánto te quiero!» | |
rompo entonces a llorar. | |
- 5 - | |
Te vi hermosa, purísima, radiante, | |
en sueño halagador; hoy vuelvo a verte: | |
aún es tan bello y dulce tu semblante; | |
pero pálido está como la muerte. | |
Sólo tus labios el carmín inflama, | |
y borra el beso sus matices rojos: | |
¡de aquella que admiré, celeste llama, | |
nada queda en tus ojos! | |
- 6 - | |
La frente inclina tú sobre mi frente, | |
y corran juntos nuestros lloros luego; | |
el pecho pon sobre mi pecho ardiente, | |
y los dos ardan en el mismo fuego. | |
Caiga sobre esa hoguera devorante | |
nuestro copioso llanto en largo río; | |
oprímate en mis brazos, loco amante, | |
y moriré dichoso, dueño mío. | |
- 7 - | |
Depositar quisiera el alma mía | |
en el cáliz gentil de un lirio en flor, | |
y que cantara el lirio noche y día | |
canciones a mi amor. | |
Y que se estremecieran palpitantes | |
esas canciones, como el beso aquel | |
que recibí en dulcísimos instantes | |
de tus labios de miel. | |
- 8 - | |
Están en el firmamento | |
inmóviles las estrellas, | |
y con dulce arrobamiento | |
se miran y hablan entre ellas. | |
Se hablan con amor profundo | |
en lengua tan singular, | |
que ningún sabio del mundo | |
la ha podido descifrar. | |
Yo la tengo descifrada | |
y jamás la olvidaré; | |
en el rostro de mi amada | |
el vocabulario hallé. | |
- 9 - | |
Te llevaré en las alas de mi canto, | |
te llevaré muy lejos, dueño mío; | |
a la orilla feliz del Ganges santo | |
tengo un albergue espléndido y umbrío. | |
A la luz de la luna, en valle ignoto, | |
floresta yace allí, fresca y lozana, | |
do la flor pura del sagrado loto | |
espera fiel a su amorosa hermana. | |
Allí charlan las pálidas violetas | |
y a los astros sonríen cariñosas; | |
allí dicen, en pláticas discretas, | |
sus cuentos aromáticos las rosas. | |
Allí, vagos rumores escuchando, | |
se para la gacela diligente; | |
allí, a lo lejos, con murmurio blando | |
fluye del Santo Río la corriente. | |
Reclinados allí, mi dulce dueño, | |
a la trémula sombra de las palmas, | |
de paz y dicha celestial ensueño | |
disfrutarán unidas nuestras almas. | |
- 10 - | |
A la lumbre del sol abrasadora | |
cierra la flor del loto el tierno broche; | |
y aguarda, soñadora, | |
la apetecida noche. | |
La luna, que es su amante, | |
con sus pálidos rayos la despierta; | |
y la flor los recibe palpitante, | |
la faz ya descubierta. | |
Arde, fulgura, exhala su perfume, | |
contempla ansiosa el cielo, | |
tiembla, suspira, llora y se consume | |
en amoroso anhelo. | |
- 11 - | |
El Rhin sagrado desata | |
su caudaloso raudal, | |
y en sus espejos de plata | |
Colonia copia y retrata | |
su famosa catedral. | |
En la catedral aquella | |
hay, sobre cuero dorado, | |
pintada una imagen bella, | |
que en mi cielo encapotado | |
siempre fue benigna estrella. | |
Es la Virgen, que triunfante | |
está de ángeles cercada; | |
sus ojos, su labio amante, | |
todo en ella es semejante | |
al rostro de mi adorada. | |
- 12 - | |
¿Por qué jurar y ofrecer? | |
Bésame con frenesí, | |
pues nunca, hermosa, creí | |
en palabras de mujer; | |
si tu voz me da placer, | |
más dulce tu beso siento; | |
que eres mía experimento, | |
y así mi ventura labras; | |
que lo demás son palabras, | |
palabras que lleva el viento. | |
Pero, no; ¡promete y jura! | |
Una palabra, mi vida, | |
de tu boca bendecida | |
toda mi dicha asegura. | |
Alcanzo tanta ventura | |
cuando en tus brazos me ves, | |
que sueño yo -¡soñar es!- | |
que has de amarme, en puridad | |
por toda la eternidad, | |
y aún mucho tiempo después. | |
- 13 - | |
No me quieres, no me quieres, | |
y soporto tu desdén; | |
tu rostro de cielo miro, | |
y soy más feliz que un rey. | |
Me odias; de tus propios labios | |
lo escucho: ¡cómo ha de ser! | |
¡Deja que tus labios bese; | |
y así me consolaré! | |
- 14 - | |
¡Cuántas canciones dediqué a los rojos | |
labios de mi adorada! | |
¡Cuántos tercetos a sus bellos ojos | |
y a su dulce mirada! | |
Y si mi hermosa corazón tuviera, | |
también, fino y discreto, | |
a su sensible corazón hiciera | |
un bonito soneto! | |
- 15 - | |
El mundo está ciego y loco; | |
¡cuán vanos sus juicios son! | |
Dice, ¡oh bien a quien invoco, | |
que tienes mal corazón! | |
El mundo está loco y ciego! | |
No te conoció jamás. | |
No sabe cómo arde el fuego | |
en los besos que me das. | |
- 16 - | |
Dímelo tú, dueño mío: | |
¿Eres sueño halagador | |
que en una tarde de estío | |
forjó el dulce desvarío | |
del vate, loco de amor? | |
¡Oh! no: tus labios de rosa, | |
tu gracia alegre y donosa, | |
tu pupila, que arde inquieta, | |
no pueden ser, niña hermosa, | |
un ensueño del poeta. | |
Basiliscos y dragones, | |
horripilantes visiones | |
y monstruosos disparates; | |
esas son las creaciones | |
permitidas a los vates. | |
Pero tu dulce alegría, | |
tu travesura discreta, | |
tu genial coquetería, | |
no pueden ser, vida mía, | |
un ensueño del poeta. | |
- 17 - | |
Como al nacer del mar Venus gloriosa, | |
hoy con todo el fulgor de su hermosura, | |
brilla mi dulce amada: tierna esposa, | |
amor a otro hombre jura. | |
¡Paciente corazón, tu enojo apaga! | |
no acuses su perjurio y su mancilla: | |
disculpa, pobre corazón, cuanto haga | |
la adorable loquilla. | |
- 18 - | |
No te acuso, al perderte, dueño mío: | |
no te acuso, aunque el alma me quebrantes: | |
¡Bella estás con tu espléndido atavío! | |
¿Podrá, empero, el fulgor de los diamantes | |
iluminar tu corazón sombrío? | |
¡Ah! lo sé todo: en dolorido ensueño | |
vi tu hondo corazón: ¡era morada | |
de noche obscura, horrible, encapotada! | |
Y víboras vi en él, ¡oh dulce dueño, | |
y vi que eras también desventurada! | |
- 19 - | |
Desdichada eres tú, querida mía; | |
desdichados al par somos los dos; | |
desdichados seremos hasta el día | |
que cure nuestro mal la muerte pía, | |
¡hasta que quiera Dios! | |
Brilla en tus labios risa de despecho, | |
y en tu mirar irónica altivez; | |
glorioso y satisfecho, | |
late el orgullo en tu triunfante pecho; | |
y somos desdichados a la vez! | |
Al arder más espléndidos tu ojos, | |
una lágrima en ellos asomó; | |
mueren las risas en tus labios rojos; | |
tu pecho esconde míseros enojos, | |
¡y eres tan desdichada como yo! | |
- 20 - | |
Preludia el violín sonoro; | |
sigue la música toda; | |
la dulce niña que adoro | |
celebra el baile de boda. | |
La flauta y el violonchelo | |
marcan su alegre compás: | |
los angelitos del cielo | |
lloran a no poder más. | |
- 21 - | |
¿Olvidar pudiste así | |
que tu corazón fue mío, | |
tu corazón -¡ay de mi! | |
el más dulce, falso y frío, | |
de cuantos yo conocí? | |
¿Así pudiste olvidar | |
mi querer y mi penar, | |
tan grandes ambos -¡ay Dios!- | |
que aún no he podido aclarar | |
cuál fue mayor de los dos? | |
- 22 - | |
Si supieran las pobres florecillas | |
cuán vivo es mi dolor, | |
me ofrecieran, piadosas y sencillas, | |
su aroma bienhechor. | |
Si supieran los tiernos ruiseñores | |
cuán grande es mi penar, | |
dieran algún alivio a mis dolores | |
cantando sin cesar, | |
Si supiesen los astros en el cielo | |
cuán hondo es mi sufrir | |
dejaran para darme algún consuelo, | |
su alcázar de zafir. | |
Pero no saben ¡ay! la pena mía | |
estrella, ave ni flor; | |
sábela sólo quien desdeña impía | |
mi afán y mi dolor. | |
- 23 - | |
¿Por qué veo tan pálidas las rosas? | |
¡Dímelo, vida mía! | |
¿Por qué están las violetas pesarosas | |
en la floresta umbría? | |
¿Por qué la alondra fúnebres clamores | |
desde los cielos vierte? | |
¿Por qué aspiro en la esencia de las flores | |
un hálito de muerte? | |
¿Por qué derrama el sol, lánguido y frío, | |
lumbre incierta y obscura? | |
¿Por qué está el mundo tétrico y vacío, | |
como una sepultura? | |
¿Por qué yo propio estoy tan muerto y triste? | |
¡Habla! ¡contesta! ¡di! | |
¿Por qué, mi amor, si un tiempo me quisiste, | |
me abandonaste así? | |
- 24 - | |
Hablaron mucho de mí | |
para robarte la calma; | |
mucho murmuraron, sí; | |
pero no ha llegado a ti | |
lo que me destroza el alma. | |
Entre mucho «¡Guarda, Pablo!» | |
soltaban, haciendo el bú, | |
algún horrible vocablo; | |
decían que yo era el diablo, | |
y los escuchabas tú. | |
Pero, entre tanto fiscal, | |
quedó lo más criminal, | |
lo más grave y de más bulto, | |
en el abismo fatal | |
de mi corazón oculto. | |
- 25 - | |
El ruiseñor cantaba; florecía | |
el tilo, y fulguraba el sol radiante. | |
Entonces me besaste, vida mía, | |
y trémulo tu brazo me oprimía | |
contra tu ansioso pecho palpitante. | |
La guirnalda cayó, que el tilo viste; | |
graznaba el cuervo; desmayado y triste | |
se hundía el sol; con fría indiferencia | |
nos dijimos 'adiós' y tú me hiciste | |
la más ceremoniosa reverencia. | |
- 26 - | |
(30) ¡Mucho, en verdad, los dos hemos sentido | |
tú por mí, yo por ti!... ¡y hemos vivido | |
llevándonos tan bien!... y hemos jugado | |
a marido y mujer, sin que arañado | |
nos hayamos jamás, ni sacudido. | |
Juntos en risa y regodeo y broma | |
supimos tiernamente | |
jugar a beso-daca y beso-toma. | |
Y -¡cosas de muchachos!- de repente | |
jugar al escondite resolvimos; | |
y tal jugado habemos, | |
y tal maña nos dimos, | |
y tan rebién, por fin, nos escondimos, | |
que ya nunca jamás nos hallaremos. | |
- 27 - | |
Con cariñosa afición | |
y con obsequios seguros | |
respondiste a mi pasión; | |
y en una y otra ocasión | |
me hiciste salir de apuros. | |
Me diste -¡cómo ha de ser! | |
de comer y de beber; | |
me arreglaste el equipaje, | |
y hasta te hube de deber | |
el pasaporte del viaje. | |
El cielo te guarde pío | |
en invierno y en estío; | |
el cielo te guarde... Mas | |
lo que hiciste en favor mío, | |
no te lo pague jamás. | |
- 28 - | |
Fue crudo y mucho duró | |
el triste invierno infecundo; | |
pero, al fin, Abril llegó: | |
alegróse todo el mundo, | |
¡todo el mundo, menos yo! | |
Abriéronse flores suaves; | |
el cencerro del rebaño | |
sonó con acentos graves; | |
y como en tiempo de antaño, | |
hablaron todas las aves. | |
No quise atender, adusto, | |
su idioma revelador: | |
tachábalo todo, injusto; | |
no escuchaba a nadie a gusto, | |
ni aun al amigo mejor. | |
Esto recuerdo que fue | |
en aquella época en que | |
comenzó la gente, odiosa, | |
a llamar 'Señora de...' | |
a mi niña veleidosa. | |
- 29 - | |
Mientras yo en tierras extrañas | |
soñaba mil despropósitos, | |
el tiempo se le hizo largo | |
a la niña a quien adoro; | |
cosió el vestido de bodas, | |
y abrazó, cual dulce esposo, | |
de todos sus pretendientes | |
al pretendiente más tonto. | |
Más hermosa cada día | |
la veo, y admiro absorto | |
las rosas de sus mejillas, | |
las violetas de sus ojos; | |
y esforzarme en olvidarla | |
ha de ser -bien lo conozco- | |
de todos mis desatinos | |
el desatino más tonto. | |
- 30 - | |
Las azules violetas ruborosas | |
de su pupila, que serena brilla; | |
las delicadas rosas | |
de su fresca mejilla; | |
las blancas azucenas de su mano: | |
todo, para robarme dicha y calma, | |
todo aún florece espléndido y lozano: | |
nada hay marchito en ella, más que el alma. | |
- 31 - | |
Es hoy tan bello el mundo; la alta esfera | |
tan azul; tan sereno el claro río; | |
tan blando el viento; se abre en la pradera | |
tanta flor empapada de rocío; | |
bulle tan jubilosa y placentera | |
la feliz muchedumbre en torno mío, | |
que estar quisiera en el sepulcro helado, | |
a su yerto cadáver abrazado. | |
- 32 - | |
Cuando en la tumba yazgas, dueño mío, | |
en el lecho de sombra y de reposo, | |
iré a buscarte en su regazo frío, | |
y allí por fin te abrazaré dichoso. | |
Te abrazaré, te besaré incesante, | |
pálida, inmóvil, silenciosa, muerta; | |
estremecido, extático, anhelante, | |
te oprimiré a mi pecho, muda y yerta. | |
Tocará media noche; irán los muertos | |
a danzar, de sus tumbas evocados; | |
y por la losa funeral cubiertos, | |
estaremos los dos bien abrazados. | |
La trompeta final sonará un día; | |
acudirán al juicio los difuntos; | |
y sordos a sus ecos, vida mía, | |
seguiremos allí, quietos y juntos. | |
- 33 - | |
Envuelto en frío sudario | |
de hielo, sobre un peñón, | |
se alza un pino solitario | |
del árido septentrión, | |
Sueña con una palmera | |
que en el oriental edén, | |
en abrasada ribera | |
suspira y sueña también. | |
- 34 - | |
¡Si fuera yo el escabel | |
de tus plantas, vida mía! | |
Por más que golpease en él | |
tu pie caprichoso y cruel, | |
nunca, amor, me quejaría. | |
¡Si el acerico yo fuera | |
do tu mano clava fiera | |
la aguja de tu labor! | |
¡Cuántas más veces me hiriera | |
fuera mi gozo mayor! | |
¡Si fuera yo el retorcido | |
papel, al bucle prendido | |
que tu sien ha de adornar! | |
¡Cómo dijera a tu oído | |
lo que hoy tengo que callar! | |
- 35 - | |
Huyó la risa de mis labios tristes, | |
hermosa infiel, cuando te vi partir; | |
escucho sin cesar bromas y chistes; | |
¡y no puedo reír! | |
El llanto huyó de mis cansados ojos, | |
hermosa infiel, cuando te vi marchar; | |
rasgan mi corazón duelos y enojos | |
¡y no puedo llorar! | |
- 36 - | |
¡Ay! de mis penas más graves | |
compongo breve canción, | |
y agitando plumas suaves, | |
va a posarse (tú lo sabes) | |
en tu ingrato corazón. | |
Penetra en su oculto centro, | |
y volviendo luego atrás | |
viene llorando a mi encuentro, | |
sin que me diga jamás | |
qué es lo que ha visto allá dentro. | |
- 37 - | |
Horteras endomingados | |
triscan por selvas y prados | |
cual cabrito en la maleza, | |
admirando alborozados | |
la feraz naturaleza. | |
Los matorrales floridos | |
contemplan embebecidos; | |
y el cantar de los gorriones | |
causa en tus toscos oídos | |
románticas emociones. | |
Cubre mi ventana en tanto | |
negra cortina, y así, | |
en las alas del encanto, | |
los fantasmas que amé tanto | |
vienen de nuevo hasta mí. | |
Viene mi perdido amor, | |
rompiendo el sepulcro frío; | |
me abraza consolador | |
y sucumbe a su dolor | |
el pobre corazón mío. | |
- 38 - | |
A veces, una imagen ilusoria | |
del bien que ya perdí, | |
renace, por traer a mi memoria | |
aquellos tiempos en que fue mi gloria | |
estar cerca de ti. | |
De día, por la calle, a la ventura, | |
vagaba soñador; | |
la gente, sospechando mi locura, | |
contemplaba mi extraña catadura | |
con sorpresa y temor, | |
De noche, era mejor; lóbrega, fría, | |
desierta la ciudad; | |
yo, con mi sombra, en grata compañía, | |
silencioso y pausado recorría | |
la muda soledad. | |
Lento cruzaba el extendido puente, | |
resonante a mis pies; | |
y rasgando el nublado transparente | |
me mandaba la luna complaciente | |
salutación cortés. | |
Delante de tu casa embebecido, | |
por fuerza incontrastable conducido, | |
paréme veces mil; | |
alcé los ojos, agucé el sentido, | |
delirante, febril. | |
Yo sé que te asomaste a la ventana | |
en más de una ocasión; | |
y me viste, triunfante soberana, | |
inmóvil, en la esquina más cercana, | |
como un guardacantón. | |
- 39 - | |
Un doncel ama a una bella; | |
ésta adora a otro galán; | |
el preferido por ella | |
enamora a otra doncella, | |
y al altar felices van. | |
La víctima de su amor | |
al primer pobre señor | |
que encuentra, le da la mano; | |
el joven que la amó en vano, | |
sufre y calla su dolor. | |
Este es un antiguo cuento, | |
que siempre nuevo será; | |
y aunque es común el evento | |
¡ay de quien sufre el tormento | |
que al alma sensible da! | |
- 40 - | |
Cuando escucho la canción | |
que cantaba mi adorada, | |
me da un vuelco el corazón, | |
y por la amarga emoción | |
siento el alma desgarrada. | |
Un indefinible anhelo | |
me conduce; corro, vuelo, | |
y en el bosque voy a dar; | |
allí encuentro algún consuelo; | |
¡pero, a fuerza de llorar! | |
- 41 - | |
Soñé con una princesa: | |
huella de mortal dolor | |
llevaba en el rostro impresa: | |
bajo la enramada espesa | |
la abracé, loco de amor. | |
-«¡Ah princesa! No ambiciono | |
corona, cetro ni trono; | |
guárdelos tu padre, sí; | |
todo el resto lo abandono, | |
si lograrte puedo a ti. | |
-No puede ser: ¡triste suerte! | |
ya es la tumba mi mansión: | |
sólo de noche, por verte, | |
vengo, burlando a la muerte: | |
¡ve si es grande mi pasión!» | |
- 42 - | |
El piélago sin ribera | |
surcábamos, dulce bien, | |
una noche placentera, | |
mecidos por el vaivén | |
de nuestra barca ligera, | |
Isla encantada a lo lejos | |
divisábamos perplejos; | |
oíamos dulces sones: | |
y entre pálidos reflejos, | |
danzaban blancas visiones. | |
Y cada vez el cantar | |
era más dulce, y al par | |
más fantástica la danza; | |
y por el inmenso mar | |
íbamos sin esperanza. | |
- 43 - | |
Un añejo y dulce cuento | |
lleva el alma enamorada, | |
en las alas del portento, | |
hacia una tierra encantada. | |
Do, al abrirse, cada flor, | |
del ocaso al blando arrullo | |
contempla, llena de amor, | |
a otro entreabierto capullo. | |
Donde todo árbol murmura | |
y habla su lenguaje incierto; | |
donde toda fuente pura | |
toma parte en el concierto: | |
Y es tan dulce la armonía, | |
y es tan grata la ilusión, | |
que rinde su poesía | |
al más duro corazón. | |
¡Ah! ¡Si en tan bello lugar | |
lograse feliz reposo, | |
y mis penas olvidar, | |
y ser libre, y ser dichoso! | |
Mas, si esa tierra encantada | |
logro de noche entrever, | |
borra su imagen soñada | |
el sol al amanecer. | |
- 44 - | |
Te amé, y mi pobre corazón aun te ama; | |
y aunque se hundiera el universo un día, | |
de sus escombros la triunfante llama | |
de mi insensato amor renacería. | |
- 45 - | |
Era hermosa y brillante la mañana; | |
era el jardín espléndido y fecundo; | |
la flor charlaba con la flor galana: | |
yo iba meditabundo. | |
La flor charlaba con la flor galana, | |
y decía, mirándome el semblante: | |
-«¡No guardes, no, rencor a nuestra hermana, | |
hosco y pálido amante!» | |
- 46 - | |
Fulgura mi loco amor, | |
fogoso al par y sombrío, | |
cual canto conmovedor | |
que refiere un trovador | |
en una noche de estío. | |
En jardín lleno de flores | |
gozan, solos, su fortuna | |
dos rendidos amadores: | |
¡Cuál cantan los ruiseñores! | |
¡Cuál resplandece la luna! | |
Detiénese la doncella; | |
póstrase el galán ante ella; | |
entra, de pronto, en el huerto | |
el Gigante del desierto; | |
y huye aterrada la bella. | |
Cae el caballero herido, | |
y a su antro vuelve el gigante. | |
Lo mismo me ha sucedido; | |
la fosa abridme al instante, | |
y está ya el cuento concluido. | |
- 47 - | |
Me han atormentado el alma, | |
me han descolorido el rostro, | |
los unos con sus cariños, | |
con sus rencores los otros. | |
Me han envenenado el agua | |
que bebo y el pan que como, | |
con sus cariños los unos, | |
con sus rencores los otros. | |
Pero la que me ha causado | |
más tormentos, entre todos, | |
esa, ni jamás me quiso, | |
ni me odió nunca tampoco. | |
- 48 - | |
Brilla el ardoroso estío, | |
¡adorado dueño mío! | |
en tu rostro floreciente; | |
y el invierno, siempre frío, | |
en tu pecho indiferente. | |
Mas no pasa el tiempo en vano: | |
tu rostro el invierno cano | |
mustiará sin compasión; | |
y entonces ¡ay! el verano | |
arderá en tu corazón. | |
- 49 - | |
Cuando se dan la mano dos amantes, | |
por siempre separándose quizás, | |
los sollozos, las quejas delirantes | |
no terminan jamás. | |
Nosotros, en tan críticos momentos, | |
ni un ¡ay! tuvimos; pero, ya lo ves, | |
los suspiros, los lloros, los lamentos | |
han venido después. | |
- 50 - | |
Tomaban té y platicaban | |
a la vez sobre el amor, | |
ellos, con tono dogmático, | |
ellas, con dulce emoción. | |
-«Amor debe ser platónico» | |
el mustio corregidor | |
dijo, y exclamó sonriendo | |
la corregidora: -«¡Ay Dios!»- | |
-«El amor intemperante | |
es nocivo» prorrumpió | |
el doctoral, y una joven | |
-«¿Por qué?» -dijo a media voz. | |
-«Amor», dijo la marquesa | |
«es invencible pasión», | |
miró al conde de soslayo | |
y una taza le ofreció. | |
Aun cabías tú en el corro, | |
mi bien, y seguro estoy | |
de que mucho mejor que ellos | |
dijeras lo que es amor. | |
- 51 - | |
¡Están emponzoñadas mis canciones!... | |
¿No lo han de estar, mi amor? | |
Tú mataste mis dulces ilusiones | |
con tósigo traidor. | |
¡Mis canciones están emponzoñadas!... | |
¿No lo han de estar, mi bien? | |
Llevo en el alma sierpes enroscadas; | |
¡te llevo a ti también! | |
- 52 - | |
Soñé: ¡mi sueño de siempre! | |
estaba a solas contigo; | |
eterno amor nos jurábamos | |
a la sombra de los tilos. | |
Después de los juramentos, | |
de largos besos seguidos, | |
en la mano por memoria, | |
me clavaste los colmillos. | |
Niña, la de ojos azules, | |
la de los dientes blanquísimos, | |
bastábame el juramento; | |
de más estaba el mordisco. | |
- 53 - | |
Subí a la cumbre altanera; | |
estaba sentimental. | |
«¡Si pajarito yo fuera...» | |
dije, pensando en mi mal. | |
Si fuera -¿qué más placer? | |
golondrina, bien querido, | |
pronto me vieras tejer | |
en tu ventana mi nido. | |
Si fuera yo ruiseñor, | |
iría a darte un concierto, | |
himnos cantando de amor | |
en los tilos de tu huerto. | |
Si fuera canario, a verte | |
también, y a cantarte, iría, | |
ya que tanto te divierte | |
tu canario, vida mía. | |
- 54 - | |
¡Anda que andarás! Corría | |
sin detenerse el carruaje: | |
vivo el sol resplandecía, | |
y animación y alegría | |
daba al hermoso paisaje. | |
Iba yo triste y mohíno, | |
recordando de contino | |
a mi dulce amor ausente: | |
tres fantasmas, de repente, | |
me salieron al camino. | |
Al pasar, me saludaron, | |
y horribles muecas hicieron, | |
y los brazos levantaron, | |
y gimieron y silbaron, | |
y a lo lejos se perdieron. | |
- 55 - | |
Lloraba en sueños con horrible espanto | |
soñé que estabas muerta, vida mía; | |
desperté, y aun el llanto | |
por mi rostro corría. | |
Lloraba en sueños: con mortal despecho | |
soñé que me dejabas, bien que adoro; | |
desperté y largo trecho | |
corrió amargo tu lloro. | |
Lloraba en sueños: con anhelo suave | |
soñé, mi dulce amor, que aún eras mía; | |
desperté, y -¡Dios lo sabe!- | |
hoy lloro todavía! | |
- 56 - | |
Todas las noches, en feliz ensueño, | |
hermosa y melancólica te miro; | |
tú me sonríes, y con loco empeño, | |
me prosterno a tus pies, lloro y suspiro. | |
Contemplas dolorida mi quebranto, | |
doblas después la cabecita rubia; | |
y las divinas perlas de tu llanto | |
tus ojos vierten en copiosa lluvia. | |
Y me das de ciprés rama siniestra, | |
y una palabra dejas en mi oído; | |
y despierto azorado, y en la diestra | |
falta la rama y la palabra olvido. | |
- 57 - | |
¡Horrible noche! Un torrente, | |
vierten las lluvias sonoras; | |
silba el ábrego inclemente: | |
¿qué estará haciendo a estas horas, | |
mi pobre niña inocente? | |
Viéndola estoy, asomada | |
al balcón, meditabunda, | |
la faz en lloros bañada, | |
y perdida la mirada | |
en la obscuridad profunda. | |
- 58 - | |
El cierzo silba en las ramas; | |
húmeda y fría es la noche; | |
envuelto en mi capa negra, | |
cabalgo a través del bosque. | |
Delante de mí cabalgan | |
mis pensamientos indóciles, | |
y a la mansión de mi amante | |
me conducen al galope. | |
Ladran los perros; con luces | |
salen ya los servidores; | |
van sonando mis espuelas | |
al subir los escalones. | |
En cámara que tapizan | |
estofas de mil colores, | |
mi dulce amante me aguarda | |
y entre sus brazos me acoge. | |
Y el viento silba en las ramas, | |
y me dice el viejo roble: | |
-«¿Adónde vas, loco hidalgo, | |
con tus locas ilusiones?» | |
- 59 - | |
Una estrella pura y bella | |
caía, sin dejar huella, | |
en la inmensidad sombría: | |
del amor era la estrella, | |
la estrella que así caía. | |
En lluvia de hojas y flores | |
al viento, verde manzano | |
daba sus galas mejores, | |
y en sus giros voladores | |
las llevaba el aire vano. | |
Blanco cisne en limpia fuente | |
bogaba con blandas plumas, | |
cantando armoniosamente: | |
y se hundía en las espumas | |
de su tumba transparente. | |
Todo, ¡ay mis tristes amores! | |
obscuro y mudo quedó: | |
volaron hojas y flores; | |
perdió el astro sus fulgores; | |
el blanco cisne calló. | |
- 60 - | |
A un maravilloso alcázar | |
transportóme el Dios del sueño, | |
lleno de mágicas luces | |
y de vapores siniestros. | |
Tropel confuso de gente | |
iba con pasos inciertos | |
por el largo laberinto | |
de cámaras y aposentos. | |
La puerta buscaban todos, | |
dudosos, pálidos, trémulos; | |
gritos angustiosos dando, | |
manos convulsas tendiendo. | |
Mezclábanse en el tumulto | |
señoras y caballeros, | |
y en el obscuro gentío | |
encontrábame yo envuelto. | |
Hállome de pronto a solas; | |
miro en torno, y no comprendo | |
cómo pudo disiparse | |
la turba en tan breve tiempo. | |
Solo, enteramente solo, | |
echo a andar, sin rumbo cierto; | |
pero plomo son mis plantas, | |
plomo mi angustiado pecho: | |
la salida busco en vano, | |
y de hallarla, desespero. | |
De pronto llegó a la puerta, | |
mas, cuando a la puerta llego, | |
encuentro en ella... ¡Dios mío! | |
¿Cómo decir lo que encuentro? | |
Era mi hermosa tirana, | |
era mi adorado dueño | |
con el suspiro en los labios | |
y en la frente el desconsuelo. | |
Vuelvo atrás despavorido, | |
y ella me llama en silencio | |
con un ademán, que ignoro | |
si es de súplica o imperio; | |
pero en sus ojos celestes | |
brilla dulcísimo fuego, | |
que en la frente y las entrañas | |
sentí arder al mismo tiempo. | |
Me miraba y me miraba | |
con aire amante y severo, | |
y a lo mejor de mirarme, | |
me hallé, de pronto, despierto.. | |
- 61 - | |
La noche es negra y fría; | |
por la selva sombría | |
arrastro sollozando mi tristeza; | |
a los robles despierta la voz mía, | |
y mueven, compasivos, la cabeza. | |
- 62 - | |
En cualquier encrucijada | |
dan sepultura ignorada | |
a quien se quita la vida: | |
nace una flor azulada; | |
la flor del alma perdida. | |
Era de noche, y en una | |
encrucijada escondida | |
paréme; ¡negra fortuna! | |
¿Que vi? ¡Brillar a la luna | |
la flor del alma perdida! | |
- 63 - | |
¡Ah! doquiera que voy, triste y sombrío | |
cíñeme obscuridad llena de enojos, | |
desde que no me alumbra, vida mía, | |
el rayo de tus ojos. | |
Apagóse la luz tan clara y pura | |
la estrella de amor plácida y tierna; | |
abre a mis pies horrible sepultura; | |
¡trágame, noche eterna! | |
- 64 - | |
Mis ojos todo eran sombra; | |
mi boca, pesado plomo: | |
la sien fría, el pecho inmóvil, | |
yacía en sepulcro lóbrego. | |
Cuánto tiempo allí dormía | |
es un misterio que ignoro; | |
desperté porque en la tumba | |
me llamaban, no sé cómo. | |
-«¿No te levantas, Enrique? | |
Ya despunta venturoso | |
el día eterno, y los muertos | |
se alzan del sepulcro todos. | |
-Mi bien; no puedo moverme: | |
aún están ciegos mis ojos; | |
tanto su desdén lloraron, | |
que los cegaron los lloros. | |
-Verás cómo el velo, Enrique, | |
a fuerza de besos rompo; | |
y aparecerá a tu vista | |
todo el celestial emporio. | |
-Mi bien, moverme no puedo: | |
el corazón tengo roto; | |
aún mana sangre la herida | |
que le hicieron tus antojos. | |
-Sobre el corazón, Enrique, | |
la piadosa mano pongo, | |
y ya no duele la herida | |
ni mana sangre tampoco. | |
-Mi bien, moverme no puedo. | |
las sienes tengo hechas trozos; | |
yo mismo las destrozaba | |
al saber que tú eras de otro. | |
-Venda, Enrique, de tus sienes | |
haré con mis rizos propios, | |
restañando de tu sangre | |
los derramados tesoros». | |
Resistir más ya no pude | |
el halagüeño coloquio; | |
por levantarme y seguirla | |
hice un esfuerzo espantos. | |
Abriéronse las heridas; | |
y saltó la sangre a chorros; | |
al verme anegado en ella, | |
grité y desperté de pronto. | |
- 65 - | |
Quiero enterrar mis cantares, | |
quiero enterrar mis ensueños; | |
y un ataúd voy buscando | |
donde quepan todos ellos. | |
¡Cuántas cosas, cuántas cosas | |
he de meter allí dentro! | |
Como el tonel de Heidelberga | |
habrá de ser, por lo menos. | |
Para conducirle a cuestas | |
necesito dos maderos: | |
como el puente de Maguncia | |
han de ser largos y recios. | |
Buscaré doce gigantes, | |
los doce tan corpulentos | |
como aquel santo Cristóbal | |
que es de Colonia portento. | |
En hombros han de llevarlo | |
a orillas del mar revuelto; | |
han de arrojarlo al abismo: | |
¡tal fosa para tal féretro! | |
¿Preguntáis por qué tan grande | |
la caja fúnebre quiero? | |
¡Porque he de encerrar en ella | |
mi amor y mis sufrimientos! | |
Apéndice al «Intermezzo lírico» | |
- 1 - | |
|
Puras, doradas, fúlgidas estrellas, |
saludad gratas a mi dueño cruel; | |
decidle que soy siempre, luces bellas, | |
tierno y sumiso, desgraciado y fiel. | |
- 2 - | |
Encadéname en tus brazos, | |
mujer, estréchame más; | |
aprieta bien tus abrazos, | |
y anuda tanto esos lazos, | |
que no se rompan jamás. | |
¡Así! ¡logré mi ambición! | |
Ya ceñido, corazón, | |
por la más bella serpiente, | |
gozarás perpetuamente | |
las dichas de Laocón. | |
- 3 - | |
Aunque me lo diga el cura, | |
no creo en el cielo, no; | |
creo en tus radiantes ojos, | |
que mi único cielo son. | |
Aunque me lo diga el cura, | |
no creo en Dios padre, no; | |
en tu corazón yo creo, | |
tu corazón, que es mi Dios. | |
No creo, no, en el infierno; | |
solamente creo yo | |
en tus bellísimos ojos | |
y en tu infame corazón. | |
- 4 - | |
Eterna y dulce memoria | |
me roba sosiego y calma, | |
recuerdo -¡dicha ilusoria!- | |
que en breves días de gloria | |
fuiste mía en cuerpo y alma. | |
Aún tu cuerpo palpitante | |
tan mórbido y arrogante, | |
estrechara, de amor loco; | |
el alma me importa poco; | |
alma, tengo yo bastante. | |
Partirla quisiera, si, | |
y en abrazo sin igual | |
la mitad dártela a ti; | |
y de cuerpo y alma, así | |
fuera el conjunto cabal. | |
- 5 - | |
Oí elogiar por igual | |
tres cosas de gran valor; | |
la piedra filosofal | |
y la amistad y el amor. | |
Ansioso tras ellas fui; | |
pero, ¿existen?; no lo sé. | |
He de deciros, de mí, | |
que jamás las encontré. |