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Caviedes y la sátira antigalénica. Una revisión crítica1

Antonio Lorente Medina






Una parodia bibliológica

El capítulo precedente muestra, sin ningún género de dudas, las numerosas interrogantes que plantea la obra poética de don Juan del Valle y Caviedes, derivadas, en gran medida, del desconocimiento de su verdadero corpus poético. Ello hace que todos los estudios que le dediquemos estén marcados por el sello de la provisionalidad, como afirmara en trabajos anteriores2. No obstante las múltiples objeciones que aún se presentan, hay un conjunto de poemas (el que ha conferido su fama a Caviedes) que se mantiene básicamente en todas las versiones manuscritas, aunque con sensibles variantes entre unas y otras. Dicho conjunto contiene sus poemas satírico-burlescos3 contra los médicos de Lima. No extraña, por tanto, que este registro de su vena poética haya sido subrayado unánimemente por la crítica caviedesca4. Sorprendente, en cambio, que un aspecto esencial -y evidente- de su sátira antigalénica haya pasado prácticamente inadvertido hasta 19935. Me refiero al tono paródico en que está escrito todo el poemario, que, a nuestro juicio, debe interpretarse en un doble plano: en el primero y más evidente, como parodia bibliológica de las disposiciones legales de su época para la impresión de un libro, adaptadas a la sátira médica que persigue; en el segundo, como parodia de un mundo heroico desmitificado u olvidado de su código deontológico.

El primer plano, la parodia bibliológica, se manifiesta con nitidez, entre otros sitios, en los poemas que constituyen sus preliminares: en la Aprobación de este libro, la Fe de erratas, la Licencia del Ordinario, el Privilegio, el Parecer que dio de esta obra la Anotomía del Hospital de San Andrés y el Prólogo al que leyere este tratado. Todos estos poemas tienen como objetivo común el ataque a la ignorancia de los médicos de su época y participan, en cuanto a su carácter paródico, de la estructura libresca con que están concebidos. Con ellos Caviedes ofrece al lector diversas pautas que inciden en el tono básico de su «quaderno». Ya la Tasa, la Licencia del Ordinario y el Privilegio, ordinariamente apéndices de naturaleza burocrática o legislativa, aparecen desposeídos de sus valores esenciales y, convertidos en coplas asonantadas, anticipan con su doble sentido y su carácter festivo el tono satírico-burlesco de la Dedicatoria, el Parecer y el Prólogo al que leyere este tratado. Así comprendemos que en la Tasa cada uno de los pliegos del libro esté valorado en «cien simples adiciones» (con las connotaciones forenses que el sustantivo comporta) por los «malsines de ingenios» ('jueces', 'chivatos', 'delatores' y 'cizañeros'); que el Ordinario6 pueda certificar con justicia lo saludable que resulta el libro para el lector; y que se le conceda al autor privilegio vitalicio de imprimirlo. Pero es en la Fe de erratas donde Valle y Caviedes nos proporciona la guía de lectura con la que pulsar adecuadamente el tono de su poemario. En ella se nos advierte de la estructura traslaticia y metafórica de los poemas (A es B), a través de los juegos de palabras, los dobles sentidos y la inversión de valores7. La descodificación resultante permite identificar 'doctor' con Verdugo'; 'receta' con 'estoque' o 'verduguillo'; 'sangría' con 'degüello'; 'medicamento' con 'cuchillo'; 'purga' con 'dar fin al enfermo'; 'remedio' con 'muerte sin remedio'; y 'practicante' con 'sentencia de muerte injusta'8:


   En cuantas partes dijere
doctor el libro, está atento,
porque allí has de leer verdugo,
aunque éste es un poco menos.
   Donde dijere receta
leerás estoque por ello,
porque estoque o verduguillo
todo viene a ser lo mesmo.
   Donde dijere sangría
has de leer luego degüello,
y cuchillo leerás donde
dijere medicamento.
   Adonde dijere purga
leerás dio fin al enfermo,
y adonde remedio dice,
leerás muerte sin remedio.
   Donde dice practicante
leerás sin más fundamento
sentencia de muerte injusta
por culpas de mi dinero.
   Y con aquestas erratas
quedará fielmente impreso,
porque corresponde así
a muertes del matadero.


Dicha estructura traslaticia se intensifica en la Dedicatoria, en la que Valle y Caviedes busca la protección de la Muerte -poderoso personaje a quien se consagra el poemario- para que lo defienda de los posibles atacantes. Con ello cumple con los requisitos formales de los preliminares de dedicar el libro a grandes personalidades protectoras, cuyo prestigio pudiera atemorizar a envidiosos y maledicentes9, a la vez que se aleja paródicamente de estos mismos requisitos. Continúa con el Parecer que da de esta obra la Anatomía del Hospital de San Andrés, cuando introduce como censor a un nuevo personaje «auctoritas» que participa de las extraordinarias cualidades de la Muerte y, gracias al cual, mantiene aparentemente el tono codificado e institucional de las Aprobaciones del Siglo de Oro, y en verdad distanciado e irónico10, Y permanece más o menos desperdigada en numerosos poemas de Guerras Físicas. Por citar algunos ejemplos, recordemos la equiparación de los médicos de Lima con diversos barcos de guerra en el Memorial que le da la Muerte al virrey en tiempo en que se arbitraba si se enviarían navíos con gente para pelear con el enemigo o si se haría muralla para guardar esta ciudad de Lima (pp. 222-226); o con frutas nocivas para la salud, en el memorial con que el autor (?) responde en nombre de los pepinos, al memorial presentado por el Doctor Machuca con el fin de que se destruyese la semilla de pepinos «por ser nociva esta fruta a la salud» (pp. 238-240); o el examen que Bermejo lleva a cabo de los aspirantes a médico en Los efectos del Protomedicato de don Francisco de Bermejo [escritos] por el ánima de don Francisco de Quevedo:


   «Decidme, hermano: ¡Qué es horca?».
Y él respondió de improviso:
«Es una junta de tres
palos». Y Bermejo dijo:
   «Sois un médico ignorante,
que la junta que hemos dicho
no es de tres palos, sino
de tres médicos pollinos».
   «Decidme: ¿Qué son azotes?».
Y él respondió: «Señor mío,
los que se dan con la penca».
Y el potro respondió: «Amigo,
    ventosa y fricaciones
decid. Muy a principios
estáis en lo de verdugo
y os privaré del oficio.
    Mas, decid: ¿Qué es degollar?».
Y el verdugo, ya mohíno
le respondió: «Es el cortar
la cabeza con cuchillo».
   «De medio a medio la erráis,
porque aquí habéis confundido
con la cabeza lo que
son sangrías de tobillos...».


(pp. 346-347)                


Un aspecto que se desprende de los preliminares, complementario del anterior, persistente en diversos poemas de Guerras Físicas, Proezas Medicales, Hazañas de la Ignorancia, es el de su enorme utilidad social. Con él Caviedes subraya nuevamente su carácter paródico respecto de sus modelos, los libros usuales de la época. Cuatro poemas preliminares resaltan la oportunidad del libro con distinta intensidad: la Licencia del Ordinario; el Privilegio; el Parecer, y el Prólogo al que leyere este Tratado. La gradación hiperbólica que se da en ellos sobre la utilidad pública del tratado caviedesco se inicia con la aséptica afirmación del ordinario -a la par 'juez', 'correo semanal' y 'cómplice'- de que concede licencia de imprimirlo «porque no contiene cosa / contra la salud». Se incrementa con el Privilegio de imprimirlo de por vida al «autor de este quaderno», porque «la vida va en ello». Y ya en esta pendiente hiperbólica, la Anotomía del Hospital de San Andrés ruega a las autoridades competentes, en el Parecer, que den licencia de imprimir el libro «a costa de los doctores / y de balde repartirlo», para beneficio de la colectividad; para que todo el mundo lo pueda llevar como una auténtica reliquia con la que exorcizar a cuantos médicos se acerquen11. Dicha hipérbole sostenida permanece en el Prólogo al que leyere este Tratado, en el que Valle y Caviedes, tras varios consejos preventivos sobre los doctores y la consabida petición de benevolencia al lector por los yerros posibles del libro (con lo que mantiene la convención formal de los prólogos del Siglo de Oro a la vez que los parodia)12, finaliza subrayando el poder curativo de su libro («Más médico es mi Tratado / que ellos»13) y ofreciendo su propia terapia:


   Ríete de ti el primero,
pues con simple fe sencilla
crees que el médico entiende
el mal que le comunicas.
   Ríete de ellos después,
que su brutal avaricia
venden por ciencia sin alma
tan a costa de las vidas.
   Ríete de todo14, puesto
que aunque de todo te rías,
tienes razón. Dios te guarde
sin médicos ni botica.





Parodia burlesca de un mundo heroico

El segundo plano, la parodia burlesca de un mundo heroico desmitificado u olvidado de su código deontológico, si no tan evidente como el anterior -la parodia bibliológica- sí resulta tanto o más eficaz para comprender la actitud de Valle y Caviedes en su empeño por criticar las costumbres de su época, empeño que tiene su correlato en su fallida contribución como arbitrista15. No es éste el momento de desarrollar un aspecto esencial de su obra poética, pero sí de apuntarlo, para interpretar adecuadamente los poemas que revisten la forma externa de un memorial (sin desestimar la importancia del paradigma compositivo en su poesía burlesca), en los que se resaltan el ahorro y la utilidad de la hacienda pública. Así ocurre -por citar un ejemplo- en el romance Memorial que le da la Muerte al Virrey en tiempo en que se arbitraba si se enviarían navíos con gente para pelear con el enemigo o si se haría muralla para guardar esta ciudad de Lima. En él la Muerte aconseja al virrey que envíe a los médicos y boticarios de Lima (bajeles de guerra, no lo olvidemos) a guerrear contra los piratas, con lo que conseguiría un triple éxito -penal, militar y económico- como subrayan los versos siguientes:


   Los que mataban en Lima
quedarán ya castigados;
España con la victoria
y la Hacienda Real sin gastos.


(p. 222)                


Este poema, y otros más que podría traer a colación, muestran con claridad la alta misión que Valle y Caviedes se autoimpone en sus poemas preliminares: ser «puntual coronista» de las fechorías galénicas16. Pero, ¿qué entiende Caviedes por «puntual coronista»? Sin descartar por completo su dolorosa experiencia autobiográfica17, recordemos que el Tesoro de la lengua castellana o español de Sebastián de Covarrubias (1611) define el vocablo 'coronista' como «el que escrive historias o annales de las vidas y hazañas de los reyes», y que el Diccionario de Autoridades recoge 'chronista', «el que escribe Historias o Annales de las vidas, y hazañas de los reyes, u hombres heroicos: Comúnmente se dice Coronista, pero es corrupción». Uno y otro ofrecen pistas para valorar el término en su exacta dimensión, ya que inciden en el carácter 'regio' u heroico' de la persona objeto de la crónica y en la confusión entre crónica' e 'historia', confusión por otra parte frecuente en los siglos XVI-XVII. Y, desde luego, la larga tradición historiográfica de las Crónicas de Indias subrayaba, entre otros aspectos, las hazañas portentosas, los hechos de armas de los españoles, capaces de conquistar extensos y poblados territorios y de subyugar el ánimo de reyes poderosos18. Además, las crónicas (o historias) de Indias, por su propia finalidad -escrituras moralizantes- requerían que el cronista o historiador que las compusiera no fuera un hombre cualquiera, sino un letrado. Así se llenan de sentido las preocupaciones que López de Gomara expresa, en el prólogo «a los leyentes» de su Hispania Victrix, por definir su estilo19; por las posibles corrupciones de los traductores -«trasladadores», como él los llama-; y por el cuidado que pone en aclarar que está «haciéndola en latín». Y otro tanto ocurre con las palabras que Fernández de Oviedo coloca en el Proemio a la General y Natural Historia de las Indias, en las que, tras la retórica declaración de modestia, afirma:

«Si algunos vocablos extraños e bárbaros aquí se hallaren, la causa, es la novedad de que se trata; y no se pongan a la cuenta de mi romance, que en Madrid nascí, y en la casa real me crié, y con gente noble he conversado, e algo he leído para que se sospeche que habré entendido mi lengua castellana»20.


No olvidemos, por otra parte, que Caviedes nace en un momento (1645) en el que el descrédito de lo heroico ya hacía tiempo que había calado hondamente en la sociedad hispana, como consecuencia del declive político del Imperio21, y que ello se refleja en la decadencia del viejo romancero y en la aparición de romances jocosos y paródicos que contrahacen temas tratados gravemente en etapas anteriores. De esta degradación literaria no se salvan ni los héroes nacionales (Quevedo llega a ridiculizar hasta la figura del Cid). Hay, pues, en el siglo XVII todo un venero histórico-literario que circula a disposición de cualquier ingenio que quiera acogerse a él.

No cabe duda de que Valle y Caviedes tiene muy en cuenta esta doble tradición cuando compone sus poemas satírico-burlescos. Y se inserta dentro de ella para ofrecernos por contraste un mundo degradado, desmitificado en sus rasgos heroicos (o deontológicos22). Una buena muestra de que ello es así la ofrece el título mismo del poemario: Guerras Físicas, Proezas Medicales, Hazañas de la Ignorancia. Con él Caviedes subraya su intención de acogerse a la tradición épico-bélica de las crónicas, para al mismo tiempo parodiarla, mostrando el negativo de esta tradición. El perfecto trimembre que constituyen los sustantivos 'guerras', 'proezas' y 'hazañas' es matizado negativamente a renglón seguido por los calificativos 'físicas' y 'medicales' y por el complemento nominal «de la ignorancia». Y otro tanto ocurre con la Dedicatoria, Caviedes permanece dentro de la tradición cronística a que se ha acogido y dedica su «crónica» a un personaje regio: la Muerte. Pero a continuación lo degrada aclarando quiénes son sus vasallos. La Muerte resulta ser «emperatriz», sí; pero de unos súbditos tan indignos como los médicos. Y si bien es cierto que no percibimos con claridad la ordenación cronológica que el vocablo 'crónica' comporta (aunque resulte evidente en muchos de sus poemas), muy posiblemente ello se deba -como explicamos en el capítulo anterior- a las peculiares condiciones de la transmisión textual de su poesía y a la forma en que ésta ha llegado a nuestros días.

En estricta relación con la tradición épica a que se acoge, Valle y Caviedes desarrolla un vocabulario bélico, necesario para proporcionar el «espíritu heroico» a sus poemas (del que aparentemente están imbuidos), que subraya los atributos físicos y morales de la Muerte23, de su reino y de sus vasallos, o las «hazañas» que acomete -sola o con ayuda de sus «campeones», los médicos-, con las que «atrepella tiaras», «destroza diademas» y acaba en suma con las vidas. «El mundo por de dentro» que ofrece Caviedes presenta dos ejércitos desiguales: de un lado, la «emperatriz de los médicos» y sus «ministros sangrientos»; y de otro, el género humano, representado en la Dedicatoria por el autor. La guerra de los primeros contra los segundos se manifiesta en numerosas «celadas», «emboscadas» y «astucias conocidas», para las que tan regio personaje no escatima ningún esfuerzo; ni siquiera el envío de sus campeones para guerrear la salud, so pretexto de ofrecerla a sus víctimas. En este campo de batalla, poblado de dobles sentidos y de valores traslaticios, operan simultáneamente el referente épico que sirve de modelo a Caviedes y su parodización. Y los médicos, últimos baluartes de la salud, son en realidad distintas manifestaciones de las plagas que asolan a la humanidad, como se encarga de mostrar el «coronista» en la larga anáfora épico-romanceril de los vv. 53-65 de la Dedicatoria, auténtica sátira desmitificadora de los doctores, que concluye (vv. 67-72) con la degradación final de sus títulos, de su sabiduría y de sus hazañas:


   Tanto temblor con golillas
que a toda salud trastornan,
tanta exhalación a mula
con que las vidas asolas,
   tanto terremoto grave,
tanta autoridad traidora,
tanto fracaso con barbas,
tanta engreída persona,
   tanto volcán gradüado
tanta borrasca estudiosa,
tantos rayos con calesas,
teniendo dos ruedas solas,
   tanto veneno con guantes,
como la verdad los nombra,
el doctor don Tabardillo
y licenciado Modorra.
   Baladrones de la ciencia
pues fingen la que no logran;
valientes de la ignorancia
si es en ella matadora.


El instrumental clínico se convierte en el arsenal de tan criminales soldados: las 'lancetas' son 'hojas' heridoras; las 'jeringas', 'trabucos'; el azófar', 'cañones fieros'; el 'matalista', pólvora'; las 'recetas', 'físicas pelotas'24. Y sus métodos curativos -píldoras, emplastos, fricaciones, sajaduras, jeringazos- son otras tantas agresiones de los «médicos rayos», que, si resultan insuficientes para acabar con la vida del enfermo -como en el caso del autor-, recurren a la artillería de los boticarios:


   Disparóme en un estante
(que cureña venenosa
tanto petardo encabalga,
tanto morterete y bomba)
   una culebrina real
de una purga maliciosa,
pues para dar en el ojo
vino apuntando a la boca.


(vv. 101-108)                


Donde este doble juego, entre la aparente actividad heroica de los médicos y la verdadera obra criminal que desarrollan, muestra su faz más descarnada es en el mundo de la verdad25, desde donde emite la Anotomía su Parecer. En él se muestran en forma irreconciliable la realidad de las actuaciones médicas, que atestiguan sus numerosas víctimas, y la apariencia de dichas actuaciones en el mundo de los vivos; antítesis que sirve a Caviedes para criticar -tanto o más que la ignorancia de los médicos- su preparación, y consiguientemente, el estado de la enseñanza de la medicina en el Perú de su tiempo:


   Y es que un doctor de éstos se hace
con saber cuatro palillos,
ponerse grave y tener
un estante o dos de libros;
   ir a las visitas tarde,
diciendo que está aburrido,
con tanto como hay que hacer
que no vaga en su ejercicio;
   que tarde pasó a una cura
que ha muy poco que la hizo,
con palabras golpeaditas,
severo y ponderadito;
   decir dos o tres latines
y términos exquisitos,
como expultrix, concotrix,
constipado, cacoquimio.





Realidad histórica y tradición literaria

Es éste un punto de especial interés para justipreciar la obra poética de Caviedes. Al respecto, conviene recordar que la situación descrita por él es esencialmente cierta. Sus poemas, descontada la subjetividad de sus ataques personales, constituyen una fuente documental de primer orden para conocer este capítulo de la medicina peruana, como ya ha sido señalado por la crítica caviedesca26, que revela el precario estado en que se encontraban los estudios de medicina en Perú durante el siglo XVII. Sus opiniones están avaladas por los datos históricos externos y por la unanimidad de los historiadores de la medicina peruanos contemporáneos. Hermilio Valdizán y el propio Juan B. Lastres, no obstante su animadversión hacia el poeta27, reconocen el atraso y la ignorancia de los médicos peruanos en el siglo XVII, como consecuencia del carácter subsidiario de los estudios de medicina en Perú, y de la supervivencia de métodos anacrónicos, basados en la memorización de la Ars Medica de Galeno, del Canon de Avicena y de los Aforismos de Hipócrates, sin la incorporación de la metodología experimental y de los conocimientos anatómicos que la doctrina harveyana comportaba28. Y un siglo después el médico ilustrado José Hipólito Unanúe presenta un panorama desolador en su Oración inaugural del Anfiteatro Anatómico en la Real Universidad de San Marcos (1792): continua precariedad de las cátedras de medicina (Método y Anatomía); falta permanente de dotación presupuestaria para sus profesores; y copia de «curanderos y charlatanes» compitiendo sin trabas con los «sabios profesores». Panorama que concluye con las siguientes palabras29:

«Pero, ¿por qué me fatigo en demostrar las evidencias? Basta proferir esta verdad de todos conocida. Si la práctica médica del Perú sólo empezó a desear merecer con justicia el título de tal a principios del Siglo XVIII, de la cirugía se supo únicamente el nombre casi hasta mediados del propio siglo, hasta que ilustró en él el feliz Delgar».


En buena medida, la calamitosa situación de la medicina en Lima no era sino un pálido reflejo de la situación de la medicina en España, como ya mostrara Luis Sánchez Granjel en 1971. Bien es cierto que durante el primer tercio del siglo XVII mantuvo un nivel aceptable, como consecuencia de «nuestro saber renacentista», pero se realizó a espaldas de las primeras manifestaciones claras de las nuevas corrientes que empezaban a cobrar fuerza en otros países de Europa30. No obstante, la ciencia médica española no fue completamente refractaria a los avances médicos, ni el siglo XVII tan uniforme como para pensar en un inmovilismo total. Cabe distinguir en él dos etapas diferentes: la primera, que abarca hasta muy entrada la década de los setenta, muestra las enormes resistencias de los médicos para aceptar la doctrina harveyana de la circulación de la sangre; la segunda, que abarca el último cuarto del siglo, presencia la aparición de un grupo minoritario de médicos, denominados despectivamente por la inmensa mayoría «novatores», que rompe con el galenismo tradicional, lo sustituye por los métodos de la naciente medicina moderna y reclama la incorporación de la medicina española a la europea31. El libro de Juan de Cabriada, Carta Filosófica, Médico-Chymica (1687) constituye el manifiesto renovador de la medicina española32. Sus polémicos ecos alcanzan América meridional en las primeras décadas del siglo XVIII y se manifiestan con rotundidad en 1723, con la aparición del libro de Bottoni, Evidencia de la circulación de la sangre33.

En cualquier caso, la enorme escasez de profesionales titulados, que por sí sola explica la pervivencia de una medicina doméstica y empírica, constituyó un mal endémico en el siglo XVII, agravado por la «vinculación de no pocos médicos y cirujanos al servicio exclusivo de la Corte, de grandes señores y prelados, de cabildos y concejos»34, Y junto a esta penuria, la enorme floración de profesionales, carentes de formación académica, con mayores o menores habilidades en el ejercicio de determinados cometidos terapéuticos. Algunos, como los barberos sangradores, poseyeron cierta literatura profesional destinada a darles una formación libresca elemental. Su ascendencia, sobre todo en medios rurales, fue notable, como refleja el que sea el barbero uno de los personajes que hacen el inventario de las obras de Alonso Quijano. Retratos burlescos de su figura abundan en la literatura española del seiscientos desde sus comienzos, como expresa el personaje Santillana en Por el sótano y el torno, de Tirso de Molina:


Más almas tiene en el cielo
que un Herodes y un Nerón;
conócenle en cada casa:
por donde quiera que pasa
le llaman la Extrema-Unción.


(Acto I, Escena XIII)                


La literatura española del siglo XVII presenta un nutrido arsenal de críticas contra las prácticas médicas, ya codificadas y perfectamente estudiadas como para que ahora le dedique más atención. La crítica de los médicos, de sus «criminales hazañas», y de la usura de sus honorarios (codicia) abarca desde su estampa física (atuendo: ropilla larga, capa, gorra, guantes, sortija, barba), su pedantesco lenguaje («retórica parlata», que diría Caviedes), de filiación escolástica, y su andar con muía, hasta su visita a los enfermos, compuesta del diagnóstico (especialmente la determinación de las perturbaciones del pulso y el examen de la orina) y de sus remedios. Y concluye con la afirmación quevedesca de que son «servidores de la muerte». Las numerosas críticas, sátiras y burlas contra ellos atestiguan «la opinión negativa que amplios sectores de la sociedad española de la época tenía[n] sobre el saber de quienes ejercían cometidos curadores»35. Fundamentalmente se denunciaba su ignorancia. No es, pues, de extrañar que Caviedes destaque la nula originalidad de sus críticas y la tradición en que se basa para realizarlas en las Décimas que dedica a Liseras (Habiendo salido estos versos respondió con unas décimas puercas el Doctor Corcovado y unos esdrújulos tan derechos como él, a que se le respondió en los mismos metros):


   Si de los médicos hablo
en la opinión popular
de que no saben curar,
novedad ninguna entablo.


(vv. 83-86)                


No hay asunto de la galenofobia de Caviedes que no pueda rastrearse en las obras de numerosos autores del seiscientos, ya sea en poesía lírica, en prosa o en teatro36, Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, Salas Barbadillo, Vélez de Guevara, Quiñones de Benavente, Góngora, López de Úbeda, Mateo Alemán, Gracián, Castillo Solórzano, Enrique Gómez, Suárez de Figueroa, Moreto e incluso Calderón (que les llama «asesinos familiares») desarrollaron la crítica de los médicos en sus más variados aspectos37. De todos los influjos literarios posibles se destaca por su importancia la presencia de Quevedo38. Un lector medianamente conocedor de ambos escritores descubre inmediatamente paralelismos temáticos y estilísticos (similitud de temas, préstamos literarios, cuando no reproducción literal de sintagmas, procedimientos técnicos similares, etc.), semejante mordacidad, tono hiriente y jocoso en ambos, producido muy probablemente por una postura vital y literaria muy afín ante el mundo que los rodea39, aunque Caviedes carezca del fondo moralizante y nihilista -procedente de su pensamiento neoestoico- que subsume la mayor parte de las composiciones satírico-burlescas de Quevedo y que se refleja en cierta dosis de laconismo, frío y severo, como el observado en la frase siguiente: «La honra está junto al culo de las mujeres; la vida en manos de los doctores, y la hacienda, en las plumas de los escribanos»40. De ahí los apelativos de «Quevedo limeño» o «Quevedo peruano» con que parte de la crítica caviedesca -no sin cierta justicia- ha etiquetado al poeta jienense.




Paradigmas compositivos y locutores burlescos

Así, pues, en la obra poética de Caviedes se aúnan indisociablemente una base referencial indudable y una convención literaria que opera sobre ella y le sirve de soporte. Ello hace que tengamos que interpretar sus poemas con enorme cautela, porque si bien es cierto que sus críticas están dirigidas a personas concretas -médicos famosos y cirujanos de cierto renombre en Lima-, no es menos cierto también que los oficios por él criticados resultaban literariamente muy fecundos. Es decir, que en la elección de estos temas satíricos para su desarrollo poético debemos tener en cuenta tanto su relevancia ideológica como su relevancia estética en la sociedad limeña del seiscientos. Una vez más conviene subrayar el tono paródico general de Guerras Físicas, Proezas Medicales, Hazañas de la Ignorancia. Quizá resulte útil recordar al respecto que de los cincuenta poemas que contiene el poemario veintinueve se presentan bajo formas literarias de paradigmas compositivos alejados en principio del género lírico y que constituyen auténticas parodias -formales o materiales41- de sí mismos. Descontados los poemas preliminares, a los que me he referido extensamente en páginas anteriores, Caviedes parodia (siguiendo, entre otros, el modelo ofrecido por Quevedo) memoriales, edictos, coloquios, epitafios, epitalamios, epístolas, versos esdrújulos y décimas de Liseras, querellas, causas judiciales, etc.42 Aproximadamente el 60% de los poemas revisten la forma de parodia. Ello implica una cuidadosa revisión crítica del tan comentado resentimiento personal de Caviedes contra los médicos y su abandono en favor de análisis que incidan básicamente en los aspeaos literarios de su obra43. En este sentido, son esclarecedores los versos que emite la Anotomía del Hospital de San Andrés en su Parecer, para determinar con exactitud la verdadera filiación poética de los versos caviedescos, que se corresponden plenamente con la denominación de «jocoserio» para el poema que -según García Abrines- cierra el poemario. Uno y otro aclaran, al comienzo y al final de Guerras Físicas, la perspectiva literaria desde la que debemos abordar su lectura, expresada con el sintagma «entre burlas y veras». Y si bien es verdad que los versos del Parecer en que se subraya la utilidad del «tratado»44 constituyen un tópico corriente en las aprobaciones de obras que incluían composiciones festivas, no es menos cierto que las numerosas autoridades que apoyan el Romance jocoserio a saltos, al asunto que él dirá, si la preguntaren los ojos que quisieren leerlo, subrayan el tono con que el propio Caviedes lo concluye:


   En burlas y en veras trata
de los médicos mi vena,
pero ¿mi sangre tratarlos?
¡ni de burlas ni de veras!


(vv. 505-508)                


El «ridendo dicere verum» horaciano impregna a todo el poemario, aún en los poemas que son verdaderas invectivas personales45, y aflora intermitentemente para mantener su acento festivo. Caviedes se distancia con él de la sátira clásica y de los preceptistas áureos para resaltar su «maldecir», lo jocoso y la mordacidad como sus componentes esenciales46. Ello incide nuevamente en el carácter paródico y degradatorio de Guerras Físicas..., expresado ya con claridad en el título, que incrementan notablemente los numerosos locutores burlescos usados en gran parte de sus poemas. Dicha multiplicidad concede un perspectivismo esencial a los poemas con distintos personajes poéticos diferentes del autor, y refuerza estilísticamente la frecuente utilización de parodias -por parte de Caviedes- para la composición de los mismos. La muerte y el médico, en el Coloquio inicial; la muerte y el virrey, en el Memorial...; los vecinos de la calle Nueva, en su edicto al Doctor Vázquez; diversos médicos y Apolo, en la Causa que se fulminó en el Parnaso...; los mercaderes de Quito, vecinos de Lima, al recién nombrado Presidente de la Audiencia de Quito; incluso el alma de Quevedo (Los efectos del Protomedicato...) se erigen en intermediarios (y verdaderas «auctoritates», como ya lo había hecho la Anotomía en el Parecer) entre el autor y el lector. El habitual desdoblamiento de interlocutores en estos poemas permite que se distingan con voz propia como emisores y destinatarios internos, frente al autor y al destinatario verdaderos. En este sentido, podría haber una pervivencia, más o menos directa, del origen dramático de las sátiras y de las máscaras con que se cubrían los actores encargados de representarlas, sin desestimar el enorme influjo que el género entremesil ejerce en la poesía satírica caviedesca, por otra parte evidente47.

Sea como fuere, resultan fundamentales para interpretar adecuadamente estos poemas la perspectiva desde la que hablan sus locutores y las correspondencias posibles entre locutor/interlocutor, de una parte, y locutor/autor/público lector u oyente. En unos casos, el contraste de las diversas posiciones de que parten locutor e interlocutor respecto del autor y el público lector, con su correlato en la escala de valores de la sociedad en que se produce el texto, resalta su mordacidad y su ironía. Así ocurre en el Coloquio que tuvo con la Muerte un médico estando enfermo de riesgo, en el que reprocha amargamente a la Muerte su ingratitud por haberlo colocado en tan delicado trance, mientras que él, en cambio, ha sido fiel a su compromiso con ella y le ha llenado sus trojes con «fanegas de difuntos», y le recuerda que su privilegiada situación se la debe a los médicos, sin los cuales no sería muerte, sino «media vida»,


   una pobre muertecilla
o muerte de mala muerte.


(vv. 29-30)                


Y tras el reproche, el juramento, por el cual se compromete a matar tanto como los cirujanos más famosos de Lima, si la Muerte le permite seguir viviendo. Las hipérboles utilizadas («Excúsame la partida / que por cada mes que viva / te daré treinta y un muertos»), la exposición caricaturesca de los métodos curativos -léase letales- de sus colegas, la exposición de sus méritos, elevados a la categoría de generales, confieren al parlamento del médico un tono solemne (recordemos que habla desde el mundo de la verdad a su «emperatriz»48) que produce en el lector la hilaridad buscada por Caviedes y posibilita su mantenimiento en la Respuesta de la Muerte al médico49, que se inicia con la inversión irónica de los títulos académico-nobiliarios de tan «esclarecido campeón»:


   Señor doctor don Terciana
y licenciado Venenos,
señor de horca y cuchillo,
por merced de los ungüentos;
   mi aposentador mayor
en casa de los más buenos,
repartidor de mis pestes
y agente de mis entierros;
    bachiller nemini parco,
licenciado ballestero.


(vv. 1-10)                


En otros casos, como en el Memorial que la da la Muerte al virrey en tiempo en que se arbitraba si se enviarían navíos con gente para pelear con el enemigo o si se haría muralla para guardar esta ciudad de Lima, el contraste surge de transgredir paródicamente Caviedes la convención literaria a que se acoge. La propia Muerte, conocedora como nadie de la mortal eficacia de sus guerreros, aconseja al virrey la medida que debe adoptar para limpiar de piratas los mares del Sur. El asunto era muy delicado y el destinatario sumamente importante como para que el poema fuera irrespetuoso. De ahí que se abra con numerosas consideraciones que atinan el respeto a la persona a quien va dirigido el memorial con el reconocimiento de las dificultades económicas para llevar a cabo tan costosa misión. Es en la solución donde Caviedes quiebra el tono ponderado del discurso para provocar la hilaridad del lector con la equiparación de médicos, boticarios y curanderos a diversos barcos de guerra (fragatas, bajel de corso, capitana, piragua, sorrero o fragatones). Con gran agudeza imaginativa y verbal Caviedes construye el memorial-poema sobre el uso sostenido de la dilogía, plena de dobles sentidos y de ocurrencias ingeniosas, como muestran los versos siguientes:


   ¿Una capitana Elvira
que en sí cabalgan bien largos
cien cañones de jeringas
por cada banda o costado,
   los cuales con tanto acierto
dispara que, a ojo cerrado,
por la cámara de popa
abre a puro cañonazo?


(vv. 61-68)                


Y otro tanto ocurre con Habiendo presentado un memorial el Doctor Machuca en que pretendía que la semilla de pepinos se destruyese por ser nociva esta fruta a la salud de indios y españoles se responde en este memorial, si bien aquí todo el poema está cargado de jocosidad y carece del tono respetuoso del anterior; lo que se refleja ya en su destinatario interior y en los proponentes del memorial («los pepinos»). Con todo, la disposición del poema resulta similar al anterior. El doble uso del lenguaje forense, aderezado con socarronería e insultos50, se combina con la identificación poética de diversas frutas a los médicos y cirujanos de Lima51 para suplicar «al gran serdar monicaco» que destruya la semilla de doctores, quemando a sus practicantes, y envíe a los médicos sin tardanza «al presidio de Valdivia», donde servirán al rey como «esclarecidos campeones» en el ejercicio de matar; lo que redundará, como en el caso del memorial de la Muerte, en beneficio de «la república toda», médicos incluidos:


y se consigue asimismo
que la milicie se aumente,
que el Rey esté bien servido
y que los médicos queden
contentos y agradecidos,
pues si es su oficio el dar muerte
allí saciarán su vicio
hartándose de matar
por los siglos de los siglos.


(vv. 176-184)                


E igualmente demoledor es el edicto con el que los vecinos de la Calle Nueva rechazan al Doctor Melchor Vásquez en Habiendo sobrevenido la epidemia a la de los terremotos, el Doctor Don Melchor Vásquez se acaseró en la Calle Nueva adonde quiso comprar un sitio para fabricar una casa y los vecinos no lo admitieron y se fijó en la esquina de dicha calle este edicto. El tono bajo y aplebeyado del primer verso («Nos y nosas, machos y hembras») predispone al lector para el desarrollo escatológico del romance y el juego de significados equívocos entre médico y peste ('epidemia' y 'olor de excrementos'), que concluye con la prohibición de construir «en el sitio / de esta calle, ni en catorce / en contorno a este distrito» y con el permiso de que lo haga en «el muladar de San Francisco». Al Doctor Herrera, estando para ir a la ciudad de Quito, Romance, presenta una construcción similar52.

También aquí, como en el poema anterior, los vecinos quiteños de Lima, soliviantados por la noticia, se erigen en portavoces de su ciudad para quejarse amargamente al recién nombrado Presidente de la Audiencia de Quito, Don Mateo de la Mata Ponce de León, de la ingratitud con que la trata llevando al Doctor Herrera como médico de cabecera, «cuando aquella ciudad / con alegría y cariño / le espera», y aconsejarle que, en todo caso lo lleve como asesor,


que hombre que tanto despacha
le conviene aqueste oficio.


(vv. 71-72)                


Sin duda el máximo de complejidad, por el número de locutores que intervienen, por el lugar donde se desarrolla la acción y por la personalidad del juez, se da en el poema Causa que se fulminó en el Parnaso contra el Doctor don Melchor Vásquez por haberle tirado un carabinazo al médico tuerto en un muladar. Externamente el poema se atiene a la convención de un litigio, con la presentación de la querella por parte del querellante, el proveimiento del juez, la información recogida de los testigos, el mandato judicial, el embargo, el nombramiento del depositario, el decreto judicial, el descargo de los «regidores de Lima» y la sentencia final de Apolo, que es el insólito juez «de los médicos dañinos», en que se condena al Doctor Vásquez a no andar en muía con estribos de oro y a que sólo pueda curar «estreñidos», en un juego de palabras que resume los motivos escatológicos esparcidos por el poema53. De ahí que combine fórmulas del lenguaje forense con la irrisión de los médicos, cirujanos y alguaciles intervinientes, a los que caricaturiza con motivos diversos procedentes todos de poemas anteriores: la obtención fraudulenta de su título (Melchor Vásquez, a quien llama irónicamente «científico tres mil pesos»), el color de su piel (Utrilla), su deformidad (Liseras) o su hablar aindiado (Lorenzo, el indio).

Similar construcción presenta la querella que interpone el procurador Altubes ante Juan del Valle y Caviedes en Lima, el 9 de marzo de 1690, contra «...un médico que a sustos quiso matar [al Doctor Don] Martín de los Reyes». La actuación de Altubes -que exorciza al médico con el libro de Caviedes, como había aconsejado la anotomía del Parecer- resulta providencial para el eminente abogado y posibilita la respuesta del propio poeta, erigido en «juez pesquisidor de los errores médicos» en el Auto de sentencia contra el dicho doctor. La conclusión de la querella exigía la incorporación de Caviedes, investido de su autoridad54, para librar al doctor Reina de su acusación. Lo extraordinario es que lo hace basándose en que el citado médico «hizo el pronóstico en fe / de siete horrendos achaques»: una leve enfermedad y seis «fatales médicos» que asistían a Don Martín. Argumentación que le permite descargar de nuevo su vena satírico-festiva contra seis médicos famosos de Lima: Yáñez, Avendaño, Machuca, Barco, Bermejo y el propio exculpado.




Invectivas personales

Como vemos, el papel del locutor burlesco resulta esencial para analizar desde una perspectiva adecuada muchos poemas de Caviedes. Pero son numerosos también los poemas en los que se impone la voz del poeta55, que se corresponden con las frecuentes invectivas de que está salpicado el poemario, relacionadas generalmente con hechos concretos acaecidos en Lima, en muchos casos triviales56: vejámenes y loas a curaciones acertadas o fallidas, parabienes a diversos médicos por su casamiento, romances a pronósticos equivocados, al destierro de un médico tuerto, a un abogado porque se hace médico, a algunos médicos porque se pusieron espada después del terremoto de 1687, a peripecias pintorescas de exámenes médicos, al nombramiento de médico de la Inquisición, etc. El insulto violento, no exento de ingenio, se convierte a menudo en la muestra descarnada de su animadversión. En este sentido, posiblemente sus ataques más despiadados sean los que dirige contra Liseras y Pedro de Utrilla el Mozo. La deformidad física en el primero y el color de la piel en el segundo se convierten en el blanco perfecto de sus acusaciones -con frecuencia injuriosas- y de su sarcasmo57.

En el caso de Liseras, la vejación llega a extremos inusitados. La animalización y la reificación degradadoras58 a que lo somete Caviedes implica un proceso reductor, encaminado a ridiculizar su figura e incluso a anular sus argumentaciones. El apóstrofe que constituye Habiendo salido estos versos respondió unas décimas puercas el Doctor Corcovado y unos esdrújulos tan derechos como él, a que se le respondió en los mismos metros (poemas 12 y 13 de la edición de García-Abrines) aúna la gradación descalificadora, compuesta por metáforas de animales relacionadas con caparazón59, con primates o con objetos cargados de connotaciones negativas, y el insulto ingenioso con el que contesta los denuestos de Liseras y ridiculiza sus pretensiones literarias («numen frenético», «ingenio peripatético» y Tántalo «en la cabalina», son algunas de sus expresiones). Con todo, no debemos olvidar que Caviedes se atiene deliberadamente a los mismos metros que su interlocutor había usado en la respuesta -sin duda desabrida60- que compuso tras la salida del Coloquio que tuvo con la Muerte un médico estando enfermo de riesgo61. Es decir, que en la dura contestación de Caviedes a Liseras hemos de tener presentes las composiciones del cirujano y recordar que la emulación barroca incita al poeta a sobrepasar al modelo (aún en improperios) mostrando su ingenio y, de rechazo, la «musa simple y boba» de su rival. El uso irónico del esdrújulo, con el fin de «marcar un paradigma» gibado «de octosílabo burlón», como dice Raúl Bueno62, la profusión de adjetivos, las abundantes metáforas del mundo animal o del mundo inanimado, la ocurrencia chistosa y los insultos ingeniosos, que combinan lo bajo y burlón con el prestigio del cultismo, conforman el despliegue brillante de la agudeza caviedesca, que se eleva literariamente sobre la virulencia del ataque y sobre los aspectos escabrosos del poema:


   Fue tu concepción incógnita,
semen de flojos espárragos,
que corcova tan acérrima
no la concibieron rábanos.
   Heces de algún humor hético
formaron cuerpo tan párvulo,
y así de defectos cúmulo
tienes en globo lo láng[u]ido.
   Concho sin jugo de lo húmedo
hizo tu engendro mecánico,
y así tu cuerpo ridículo
se formó con tanto obstáculo.


(vv. 9-20)                


Muy próxima en el tiempo al apóstrofe anterior ha de ser la Receta que el autor le dio a Liseras para que sanase de la corcova: píntale primero los accidentes que padece por ella y después la pone el remedio en este / Romance. Las dos partes de que consta tienen una estructura externa muy desigual (hasta extremos de figurar en todas las ediciones de su obra como dos poemas consecutivos), pero las une idéntica finalidad y el mismo tono jocoso con que están realizadas. En la primera Caviedes se deleita en atacar el defecto físico evidente de Liseras, so pretexto de dárselo a conocer, seleccionando y exagerando su deformidad, en una hipérbole construida sobre la fórmula clásica63 de la comparación más que, con la que pasa -gracias a su uso admirable de la dilogía- de lo concreto a lo abstracto y de lo material a lo moral:


   Más doblado que un obispo64
cuando en su obispado expira
y más que capa de pobre
cuando el Jano es nuevo día;
   más vueltas que brazalete,
más revueltas que una cisma,
más que camino de cuestas,
más que calle de Sevilla;
   más roscas que un panadero
y humero que cura tripas.


(vv. 4-14)                


En la segunda, que constituye propiamente la receta que Caviedes propone al infortunado cirujano como remedio «conforme a reglas / de gibada medicina», su musa burlona juega continuamente con el uso de la dilogía y conjuga los significados de 'fuente' -llaga', 'manantial' y 'plato grande'- con los que se derivan de la proximidad fonética entre 'materia' y 'madera', para desplegar su ingenio sobre los vocablos relacionados con ambas: humor, purga, montaña, vejiga, palangana, salvillas, desguazar, aparador, Garrafa, sangre, goma, pez, resina, árbol, nudo, destilar, etc. Y todo ello sin olvidar el recurso frecuente de la animalización degradadora, con la que asocia la figura de Liseras al «caballo que castigan» y desarrolla un campo semántico relacionado con este animal -'cola', 'galápago'65, 'lomillos', 'bayetas', 'borrenes', 'cinta', 'fiador', 'horquilla'- o la ambigüedad calculada en torno a aspectos escatológicos que el poema bordea66 y que posibilita su jocosa conclusión:


   Y, porque tengas acierto,
Garrafa es quien puede abrirla,
que es fontanera de rabos
su italiana cirugía.
   De fuente a fuente, Liseras,
va el remedio en cañerías,
pues de mi fuente Helicona
se hace tu Fuenterrabía.


(vv. 81-88)                


No son éstos los únicos poemas que Caviedes dedica a Liseras. Su figura corcovada es objeto de irrisión en diversos poemas. A veces forma parte de la sátira general que lleva a cabo contra los médicos y cirujanos de Lima67. Otras, es introducido como actor del poema (A un desafío que tuvo el dicho corcovado..., o Causa que se fulminó en el Parnaso...). Excepcionalmente aparece incluso como poeta en la redondilla titulada Por Liseras a Pedro (p. 208). Pero en ningún otro poema volverá a ser el blanco «privilegiado» de la crítica caviedesca, si exceptuamos la décima que ocasionalmente le dedicó tras el terremoto de 1687: Al dicho Corcovado porque se puso espada luego que sucedió el temblor de 20 de octubre de 1687. ¿Satiriza Caviedes en ella lo inadecuado del uso de la espada en el traje del cirujano? No tendría nada de extraño68. En cualquier caso, el ingenio del poeta se eleva sobre la anécdota y sobre la posible censura moral a Liseras para desarrollar paródicamente el conocido modelo horaciano que le sirve de base69. El resultado final produce en el lector una sonrisa de complicidad que neutraliza la piedad con el personaje en favor de su degradación caricaturesca:


   Tembló la tierra preñada
y al punto que se movieron
los montes, luego parieron
a Liseras con espada.
Porque su traza gibada,
sin forma ni perfección,
como es globo en embrión
hecho quirúrgica bola,
así que se puso cola
quedó físico ratón.


(p. 181)                


El segundo cirujano motivo de sus invectivas es Pedro de Utrilla, zambo limeño que en 1693 se intitulaba «siruxano examinado». Las circunstancias elegidas por Caviedes para satirizarlo se nos antojan triviales y parecen descartar cualquier inquina personal o resentimiento social, como han querido ver algunos críticos70. Antes bien, los títulos de tres de los cuatro poemas dedicados a Utrilla inciden en el tono joco-serio del poemario71. El Vejamen72 que dio el autor al zambo Pedro de Utrilla el Mozo en el grado que por pasatiempo dieron unos amigos del doctor, por alabarse mucho de haber abierto a una mujer, a la que le sacó una piedra de la vejiga, y no se le murió. Coronóse con una guirnalda de malvas por laurel, con esta copla, resalta el ambiente festivo y bullanguero en el que se inserta para reprender defectos personales -en este caso, un exceso de auto-alabanza-, a la vez que coronar al «triunfador» con una «corona de malvas» y una copla que fija el tono paródico del romance subsiguiente, al introducir deliberadamente la ambigüedad en torno al sustantivo 'malvas' («flor usada en medicina», «de color morado», como la piel de Utrilla, y flor «que crían los muertos»):


   Si el laurel a los ingenios
les corona las cabezas,
pónganle al médico malvas
que es corona de recetas.


(vv. 1-4)                


Establecida la parodia en el romance, Caviedes ridiculiza a Utrilla con tres procedimientos técnicos, a través de los cuales, se configura el poema: la inversión irónica de sus títulos académicos, la animalización y la cosificación degradadoras, y la enumeración continua en gradación hiperbólica. La oposición inicial de los vocablos 'cachorro'/'mozo' le permite desarrollar diversas metáforas animalizadoras («gozquecillo de Galeno», «perdiguero de la caza», «perro de ayuda chunchanga», «cóndor de la cirugía», «gallinazo curandero»), que combina con imágenes relacionadas con el color de su piel («licenciado Morcilla», «bachiller Chimenea», «Catedrático de Hollín», «graduado en la Noruega», «doctor de cámara oscura», etc.), y desembocan en una cascada de metáforas que tiene por objeto escarnecer su raza y su origen:


   tumba arará que se viste
por adentro y por afuera
de negro luto aforrada,
bayeta sobre bayeta;
   cambangula parce mihi,
o popo requiem aeternam,
requiescat in pace Congo
a porta infieri breva,
   responso de cocobola,
manga de cruz con que entierran,
cabo de año de azabache,
duelo mandinga de negras;


(vv. 41-52)                


La enumeración degradadora ocupa más de la mitad del romance y concluye con la irónica descripción de «cura tan insigne», en la que se funden el exagerado tamaño de la piedra, la identificación 'perro'='zambo', la sordidez del premio y el «elogio» final, que le sirve a Caviedes para zaherir nuevamente a numerosos colegas del cirujano limeño y para incorporarlos posteriormente como autores de redondillas que universalizan el «aplauso» del poeta.

La Loa al peritísimo Pedro de Utrilla aplaudiendo la curación de un potro que le abrió a una dama con tanta facilidad que no la mata guarda estrecho paralelismo con el Vejamen..., hasta el punto de que se nos antoja su variación temática y estilística. Parecería que Caviedes hubiera aprovechado la anécdota que originó el poema para mostrar su ingenio con el despliegue de imágenes distintas (o complementarias) del anterior, en un afán muy barroco de agotar las posibilidades expresivas que el tema le ofrecía. Así, aunque mantiene los equívocos en torno a 'cachorro' ('perro' y 'zambo') y 'potro' ('tumor' y 'caballo'), relega a un segundo plano las connotaciones racistas para subrayar sobre todo los motivos erótico-escabrosos existentes en la descripción de la cura y del aplauso posterior:


   Aunque se alabe la ninfa
que de los amantes chatos
no llegó allí el perro muerto
el vivo sí le ha llegado.


(vv. 29-32)                


Más jocoso aún es el romance Al casamiento de Pedro de Utrillo, en el que Caviedes se hace eco de una noticia que corre de boca en boca y juega con los equívocos de 'dote' y 'perro' para mostrar su ironía en la presentación de los méritos de los contrayentes, la abundancia de la dote, la regalada vida futura de la novia, la esplendidez de la boda73, la predicción de su vida matrimonial futura y la felicitación final con el deseo de que Utrilla le dé «un cachorrito barcino / de la primera carnada» para «enseñarlo a las armas», con lo que concluye la degradación animalizadora que recorre al romance entero.

Como podemos ver, el vocablo 'perro' gozó de gran interés socio-literario para Caviedes74, que desarrolló su ambigüedad polisémica en distintas invectivas -por momentos crueles, por momentos festivas- contra Utrilla. No tiene nada de extraño por esto que en el soneto que parece cerrar el ciclo satírico del cirujano limeño, Dando el parabién a Pedro de Utrilla de un hijo que le nació, retomara jocosamente motivos ya desplegados en los poemas anteriores. La dilogía que encierra 'perro' ('animal', 'mulato' y 'cirujano'), presente desde el Vejamen... se establece en los dos versos que abren y cierran los dos cuartetos y recorre el poema entero. El recién nacido se convierte en el «cachorrito», ya que el padre es el «Cachorro»; el parto resulta estéril pata Caviedes porque esperaba «una camada», de la que obtener el «barcinito» (como había solicitado en Al casamiento de Pedro de Utrilla), que le sería de gran «ayuda» contra las que echa el «imperito cirujano». Dicho juego conceptual le permite comparar el futuro del niño con el de otro cirujano limeño, Rivilla, a quien califica de sangriento, a la vez que desplegar un selecto vocabulario relacionado con 'perro', 'bravura' y 'casta' en los tercetos finales:


   Veáisle con carlanca de golilla,
con cadena, y tramojo en sus venturas,
descuartizando más que no Rivilla,
   despedaza con gritos, y figuras,
porque en tanto mondongo al gozque Utrilla
sobren callos, piltrafas y gorduras.


(vv. 9-14)                


Analizar las abundantes invectivas contra Bermejo, Melchor Vásquez, Vargas Machuca y otros médicos de Lima, supondría dedicarle una atención que no pretendo realizar ahora. Sí me importa señalar, en cambio, que Caviedes no abandona nunca, ni aún en las invectivas personales más acerbas, su característico ingenio desdramatizador, lo que le facilita el mantenimiento del tono joco-serio que imprime a su poemario. En varias ocasiones utiliza diversos procedimientos técnicos para atenuar su crítica y salvarla del ataque directo. Unas veces -ya lo hemos visto- con el uso de formas literarias que contradicen o mitigan su sarcástico mensaje. Así ocurre también en la Carta que escribió el Ingenio al Doctor Herrera, el Tuerto, a quien el Presidente de Quito llevó de esta ciudad, y en aquélla le hizo Catedrático de Prima del Rastro de Medicina, en el que la mordacidad del texto se opone al aparente tono íntimo y coloquial que exige el paradigma literario parodiado. La combinación resultante acentúa el contraste entre las fórmulas propias del género epistolar («Herrera: La enhorabuena y en esta os doy...»; «Que hay una peste escribiste»; «las médicas novedades / de Lima quiero deciros», etc.) y la índole específica de la información que Caviedes suministra. Así, lo que se insinúa como una carta personal se manifiesta realmente como un nuevo ataque contra los médicos y cirujanos de Lima75. Y otro tanto ocurre con la conclusión, en la que se contrahacen las fórmulas de cortesía propias de una carta -«Dios os guarde» y «Viva Vd. mil años»- por «Ella [la Muerte] os guarde seis u ocho años», con lo que comporta de reducción irónica, como se encarga de mostrar el propio poeta:


   Ella os guarde seis u ocho años
sobre sesenta vividos,
que los miles no los uso
por milagro que no he visto.
   De tal parte, día tantos,
de tal mes; con esto imito
vuestras curas que no saben
cómo, cuándo y por qué han sido.


(vv. 117-124)                


Otras veces el recurso consiste en dirigirse Caviedes a un destinatario distinto del médico satirizado, lo que confiere a esos poemas una perspectiva distanciada. Buenos ejemplos de ello lo ofrecen las décimas Habiendo el Doctor Yáñez empezado a curar al amigo suyo, y del autor, no volvió a hacerle segunda vhita, disculpándose que por vivir extramuros no podía; fue esto en tiempo en que estaba el corsario en el mar, y se recelaba en esta ciudad y el romance Habiendo hecho el dicho Doctor [Yáñez], en una parroquia de esta ciudad una capilla o sagrario para colocar al Señor le pidió al autor unos versos para que se cantasen en el día de la colocación. En el primer caso, el poema se configura como la contestación que Caviedes da a un tal don Alonso, amigo suyo y del doctor Yáñez, para que remita en su enfado contra el médico porque no fue a visitarlo, ante el temor de una posible incursión pirática. Con ironía Caviedes transforma la infracción del código hipocrático en una verdadera demostración de amistad por parte del citado galeno, ante la que su amigo debería pagarle agradecido el doble76 de lo que le hubiera pagado por la «cura», y la excusa de Yáñez -el «estorbo» de la muralla- en un juego de imágenes sostenido en el que compara su eficacia «matadora» con la de dos piratas famosos (Barthelemy Sharp y el Conde de Trens) que inquietaron las costas del Pacífico durante el gobierno del duque de la Palata, a los que Yáñez supera en su codicia:


Buen anuncio da la valla
que nos ha de guardar bien,
pues hoy nos libra de quien
es, con idiotas errores,
el Charpe de los doctores,
médico Conde de Tren.
   Y aún peor, pues nos rescata
el dinero del corsario,
y aqueste es más temerario
que mata y lleva la plata.
Gente es la inglesa más grata
que médicos, pues se adviene
que en una y en otra suerte
a que el hado nos convida,
de unos compramos la vida
y a otros pagamos la muerte.


(vv. 35-50)                


El segundo poema, de gran paralelismo formal con el anterior, sugiere en su título que Caviedes escribía a menudo poemas por encargo, si es que no es una fórmula retórica más utilizada por él. Lo chocante en este romance es que quien se lo pide es el propio doctor Yáñez y que el destinatario e interlocutor resulta ser «Dios soberano». En este sentido, interesa destacar cómo conjuga el decoro poético necesario para resaltar su devoción cristiana (y la del encargante), con su vena festiva77, que ni en estos momentos abandona, para alabar y criticar simultáneamente la «generosidad» del peticionario y el origen doloso de dicha generosidad, en un tono joco-serio que los cuatro primeros versos del romance se encargan de fijar:


   De un médico el buen deseo
admitid, Dios soberano,
y la obra, aunque la ha hecho
con dinero de hombres malos.





La onomástica burlesca

En cualquier caso, la caracterización de los médicos se apoya siempre en tres pilares significativos: su poder letal, su ignorancia y su avaricia. Términos como 'matador', 'matante', 'matalote', Verdugo', 'ignorante', 'majadero', 'simple', 'necio', albarda', 'idiota' y otros muchos -algunos insólitos- que integran los campos semánticos relacionados con dichos pilares no son difíciles de constatar en cualquiera de los poemas analizados. No pretendo realizar un inventario detallado de los numerosos vocablos utilizados por Caviedes para caracterizar a médicos y cirujanos; pero sí me parece conveniente señalar, al menos, la cantidad de planos referenciales de que se sirve para desarrollar -en las más variadas formas- las abundantes imágenes con que adorna las «cualidades» físicas y morales de sus personajes satirizados. Lo mismo combina ingeniosamente el terrible terremoto de 1687 con la máxima horaciana «Montes parturient, ridiculus mus nascetur» para denostar jocosamente a Liseras, que se inspira en la inquietud general que los piratas suscitan para satirizar al doctor Yáñez, o para presentar al virrey -a través de la Muerte- un memorial salvador. Igual crea un poema, cuya estructura pictórica es ...médicos en metáfora de frutas (o hermosura matadora de una dama ...en metáfora de médicos), que despliega los aspectos más espectaculares de un auto de fe para lamentarse por la pérdida de la misma ante el nombramiento de Machuca como médico de la Inquisición, o compone un romance, plagado de accidentes geográficos, sobre la base de satirizar el apellido de un médico -Llanos-. Todo esto supone una muestra considerable de ingenio y un conocimiento cabal de la tradición literaria en que se integra. En este sentido, y al hilo de las ideas sugeridas por el último romance (Habiendo enfermado el autor de unas tercianas le ordenó un médico nombrado Llanos que se sangrase del tobillo, que bebiese a todas horas agua de nieve y horchatas, que se echase ayudas atemperantes, y él lo hizo todo al revés y sanó en cuatro días, lo que se celebró en este romance), hay que subrayar el uso burlesco de la onomástica78 contra los médicos por parte de Caviedes, en sus más variados procedimientos79. Uno de ellos consiste en convertir al nombre propio en revelador, en signo, de la calidad del personaje nombrado, en estrecho paralelismo con lo afirmado por Baltasar Gradan sobre la agudeza nominal en su Discvrso XXXI: «Esta especie de Concepto suele ser fecundo origen de las otras: porque si bien se advierte, todas se socorren de las vozes, y de su significacion. El nombre suele fundar la proporcion».

Caviedes, consciente de las posibilidades degradadoras que le ofrecía el nombre propio, se recrea en el uso de los nombres de diversos doctores para subrayar irónicamente su mortal eficacia. Así, en la Respuesta de la Muerte al médico juega con el apellido del médico y cirujano extremeño Diego Hernández Guerrero y con los atributos que se desprenden del significado de «guerrero»:


   Guerrero en el apellido
trae consigo el matadero,
pues todo aquel que es guerrero
es matador conocido.


(vv. 117-120)                


El doctor Barco, médico de Cámara del Duque de la Palata, le sirve para iniciar la homologación de los médicos de Lima con bajeles de guerra, como tuvimos ocasión de comprobar en el Memorial que le da la Muerte al Virrey...80 Y unos años después, en el Romance jocoserio a saltos,..., advierte del riesgo que corre quien con médicos «se embarca», partiendo del equívoco creado por el apellido y por el sustantivo 'barco', y de lo azaroso de las travesías atlánticas. En ocasiones, Caviedes cambia el nombre del médico por el que cree más apropiado, como en el caso del romance Al Doctor Herrera, estando para ir a la ciudad de Quito..., en el que los alarmados vecinos de la ciudad observan que el apellido del Presidente de la Audiencia («Mata») cuadra mejor a su médico de cabecera -el doctor Herrera- por ser él el verdadero matador. En otras, como en Loa en aplauso del Doctor Machuca..., el nombre del médico le proporciona la ocasión para acusarlo en forma joco-seria de haber «machucado» a su prima, con lo que juega con la ambigüedad del significado del verbo 'machucar' ('machacar') y con el apellido del galeno. O incluso llega a añadir un segundo apellido ficticio, como en el caso del poema Habiendo presentado un memorial el doctor Machuca en que pretendía que la semilla de los pepinos..., con el que suma a los atributos originarios del apellido otros nuevos que resaltan la estupidez congénita y la ignorancia del citado doctor; «doctor Machuca Simplicio».

Otro procedimiento, el más frecuente en Caviedes, tiene una indudable raigambre popular, si bien no debemos descartar el influjo de su admirado Quevedo, como afirma Sepúlveda81. Su comicidad se desprende del contraste entre el título antepuesto -con lo que conlleva de dignidad en un sistema de relaciones sociales- y la representación sugerida por el nombre. Aunque escasos, hay ejemplos de utilización burlesca de nombres mitológicos, como «Doctor Narciso», «Adonis matador», o «Cupido de medicina», o de piratas célebres («doctor Barbarroja», «médico conde de Tren», etc.). Pero son más numerosos los casos en que al título sigue un nombre en el que se reconoce una representación no humana, de tal forma que sólo recibimos del personaje satirizado una imagen parcial de la figura sugerida por el nombre con el que ha sido caracterizado. «Señor doctor don Terciana», «licenciado venenos», «bachiller nemini parco», «doctor don Matadura», «doctor don Tabardillo», «doctor don Sepultura», «doctor Garrotillo», «licenciado Morcilla», «bachiller Chimenea», «Catedrático de Hollín», «graduado en Calaveras», «licenciado en Huesa», «don Lorenzo Canoa», «bachiller Cordillera», «licenciado Guadarrama», «doctor Puna de los Lípez», «médico Pariacaca», «Vesubio licenciado», o «Galeno Garrafa», son claros ejemplos de la desviación original del nombre en pro de sus atributos y de las alusiones negativas que se desprenden de ellos.

Hay incluso ocasiones82, en las que la atribución de carácter descriptivo que se da en los nombres está potenciada por el artículo para conseguir efectos de comicidad, próxima a la creación de sobrenombres. Así, «el Cámaras», «el Cachorro», con su «alias Perote de Utrilla», «Pancho el Gordo», «el Coto», «el Charpe de los doctores» proponen a través de sus alusiones caricaturescas -físicas o espirituales- una suplantación de identidad, o, al menos, una relación de identidad intercambiable con los nombres propios de los médicos satirizados. El máximo de suplantación lo suponen los escasos poemas en que el apodo del personaje llega a encubrir su nombre y es motivo de ambigüedad permanente en su construcción poemática. Éste es el caso de Al casamiento de Pico de Oro..., Epitafio que se puso en el sepulcro de la mujer de Pico de Oro y Al casamiento del Doctor del Coto, personajes que hoy nos resultan inidentificables, pero que fueron notoriamente conocidos por sus contemporáneos83.




Conclusión

Como hemos podido comprobar, Guerra Phísica... encierra enormes posibilidades estilísticas como para colocar en lugar adecuado la tan aireada proyección autobiográfica de los poemas de Caviedes. Antes bien, los abundantes recursos desdramatizadores utilizados -parodias, dilogías, paradigmas compositivos, locutores burlescos, modelos literarios, técnicas caricaturescas, interlocutores interpuestos, multiplicidad de planos referenciales, onomástica burlesca- inciden en el tono joco-serio desde el que Caviedes compone su poemario y atenúan considerablemente -si no desdicen- su pretendida inquina personal contra los doctores. Por otra parte, sus críticas e invectivas -descontando la virulencia de sus ataques personales- son esencialmente verídicas y subrayan con claridad la triste situación real de la medicina en el virreinato; situación que le sirve para expresar, de forma verdaderamente ingeniosa, el sentir general de la sociedad limeña.





 
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