¿Quién puede resistir al triste
lloro, |
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y angustia lastimera |
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de un amante infeliz y abandonado? |
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¿O qué bárbara fiera |
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negarse puede a su clamor? El Cielo, |
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el Cielo mismo de su amargo duelo |
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se mueve, y cual envía |
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su benigno rocío al mustio prado, |
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que le alegra y fecunda, así a su alma |
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torna por mí la suspirada calma, |
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y alivia su cuidado. |
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Por mí, que soy el dios de la
alegría, |
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del gozo y el placer, Amor en suma, |
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cual lo dicen mis alas, mi semblante, |
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estas mis flechas, y mi aljaba de oro. |
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Entonces el amante, |
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ledo y feliz, el sazonado fruto |
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de su fe recogiendo, |
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goza en paz las ternuras de su amada, |
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de mis flechas llagada. |
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¡Dichoso entonces él, que por
tributo |
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sus deliciosas lágrimas bebiendo, |
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ya le ciñe la sien de tiernas flores, |
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ya escucha sus favores, |
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ya canta su hermosura, |
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ya encarece su ardor y su ventura! |
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¿Y habrá quien acusarme |
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pueda de ingratitud, y ose llamarme |
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vengativo y cruel? Vengan, y vean |
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los hombres lo que soy, si es que desean |
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al Amor conocer. Darles me agrada |
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hoy entre estos pastores inocentes |
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un nuevo testimonio de mi pura |
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sencilla inclinación. Hoy la ternura |
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será galardonada |
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del mísero Basilio y sus dolientes |
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ansias se trocarán en alegría. |
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¡Cual gime el infeliz! ¡Cual se
querella |
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de su Quiteria bella!, |
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que estos los nombres son de los zagales. |
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En años, en ternura en todo iguales, |
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la enojosa pobreza |
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los lleva al duro trance de la muerte. |
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¿Mas qué no puede Amor?
¿Qué la fineza |
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de los dos no merece? La lazada, |
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que en uno junte su felice suerte, |
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por mí les será echada. |
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Y hoy Quiteria la hermosa |
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será con su Basilio venturosa, |
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y él con su amada vivirá
seguro. |
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Yo llamaré al Ingenio, y sus sutiles |
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graciosas invenciones |
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a mi arbitrio usaré: de la locura |
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también he de valerme: |
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y aun la misma Amistad, su candor puro |
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olvidando, usará de la librea |
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del engaño falaz por complacerme. |
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¡Oh inmenso poder mío, que a su
grado |
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todo lo ordena y muda! ¡Oh bien hadado |
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Basilio fiel ¡Oh hermosa, |
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y mucho más dichosa |
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Quiteria! Vendrá un día, |
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cuando sonéis en plácida
armonía |
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allá, do besa humilde Manzanares |
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los altos sacros lares |
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del mayor de los reyes, |
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que dio a la tierra atónita sus leyes. |
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Entonces deliciosa |
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la santa Paz descenderá del Cielo, |
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y con su puro trasparente velo |
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el orbe cubrirá: mientras gozosa |
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en duplicada prole su ventura |
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logra Iberia segura. |
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Prole del alto Empíreo acá
enviada, |
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y a los ardientes votos acordada |
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del abuelo real, y venerable. |
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¡Vivid, creced, pimpollos florecientes! |
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¡Creced, preciosos niños, de las
gentes |
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españolas consuelo, |
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y honor y gloria del humilde suelo! |
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¡Oh Príncipe benigno! ¡Oh Luisa
amable! |
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¡Oh grande! ¡Oh justo Carlos!
¡Cómo os veo |
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de laurel coronados, |
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y de íberos felices rodeados, |
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en medio de la Paz y la Victoria |
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subir al alto Templo de la Gloria! |
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