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ArribaAbajo

Idilios




- I -


Los inocentes

ArribaAbajo   «Allí está la gruta
del aleve Amor;
huyamos, zagala,
las iras del dios.
   Su lóbrega boca  5
me llena de horror;
si es esto la entrada,
¿qué hará su interior?
   Los negros cuidados,
el flaco temor,  10
los celos insomnes,
el ciego furor
   la moran, y afligen
con impío rigor
los tristes que en ella  15
su engaño encerró.
   Huyamos, huyamos
con planta veloz;
si más lo tardares
ya no es de sazón.  20
   Mira que sus redes
nos tiende el traidor,
y sólo quien huye
burlarle logró.
   Falaz como artero,  25
si escuchas su voz
tú serás su esclava,
pero muy más yo.
   Lanzarnos ha ciegos
con ímpetu atroz  30
por sendas que falso
de flores sembró
   a un bosque sombrío,
do en dura prisión
sin fin penaremos  35
en llanto y dolor.
   Este aciago bosque
lo finge el error
un val de delicias
que nadie apuró.  40
   Las risas alegres,
tímido el pudor,
las vivas ternezas
y el grato favor
   diz que lo habitaron  45
en célica unión
cuando en su inocencia
el mundo vivió,
   el Amor infante
sin flechas ni arpón  50
en nuestras cabañas
triscando rió,
   y la hermosa virgen
no se avergonzó
de hallarse a los ojos  55
desnuda del sol.
   Si tal fue aquel tiempo,
ya todo acabó;
y el amor del día
no es, niña, este Amor.  60
   No en cosas que fueron
ni en una ilusión
jamás la cordura
sus dichas cifró,
   que el agua más fría  65
la sed no apagó,
si al labio tocarla
ya rauda pasó.
   ¡Pero tú suspiras!
¿Qué grata emoción  70
tus mejillas tiñe
de un vivo rubor?
   ¿Por qué esa faz bella
que al alba nubló
inclinas al suelo  75
cual lánguida flor?
   ¡Dulcísima amiga!,
ya el alma sintió
simpática el fuego
que a ti te inflamó;  80
   y súbito noto
que a mi corazón
agita y regala
su blando calor,
   probando al mirarte  85
un gozo mayor,
y al tocar tu mano
más grato temblor.
   ¿Si será que amemos,
y el pérfido dios  90
ya sus rudos grillos
falaz nos echó?
   No, no, que por graves,
insufribles son,
y jamás mi planta  95
más suelta voló.
   Él lágrimas cría,
y nunca brilló
en tus lindos ojos
tan vivo fulgor;  100
   y en vez de sus quejas
y triste clamor,
nunca a mí tan dulce
tu labio sonó.
   Nada, pues, temamos,  105
que es muy superior
de Amor a los fuegos
nuestra inclinación.
   Ingenua y sencilla,
la austera razón  110
sus pasos regula,
la guarda el honor;
   ni en nada semeja
su plácido ardor
a la ardiente llama  115
que el Ciego sopló,
   esa llama odiosa
que impía, feroz,
los hombres y el mundo
fatal devoró».  120
   Así hablaba un día,
lleno de candor,
a una niña amable
un simple pastor.
   Ella, muy más simple,  125
con nuevo tesón,
que nunca amaría
resuelta juró.
   Y ya en su inocencia
se hallaban los dos  130
perdidos de amores,
diciendo que no.




- II -


La corderita

ArribaAbajo   Corderita mía,
hoy llevarte quiero
a la amable Filis
en rendido feudo.
   ¡Oh, con cuánta envidia  5
tu destino veo
y partir contigo
tal dicha apetezco!
   Tú vas, inocente,
a ser con tus juegos  10
de otra inocentilla
feliz embeleso.
   Seguirás sus pasos,
ya con sus corderos
al valle descienda,  15
ya trepe al otero.
   Tus blandos balidos
serán dulces ecos
que al placer despierten
su adormido pecho,  20
   cual tus carreritas
y brincos ligeros
colmarán de gozo
sus lindos ojuelos,
   a donosas risas  25
sin cesar moviendo
su espíritu amable,
sus labios parleros.
   Más tierno otras veces
ansiará tu afecto,  30
lamiendo su mano,
mostrarle tu celo,
   por su parda saya
con vivaz esfuerzo
tu vellón nevado  35
pasando y volviendo;
   y a su lado siempre,
de tan alto dueño
gozarás los mimos,
oirás los requiebros.  40
   Llamarate amiga,
de ternura ejemplo,
de candor dechado,
de gracias modelo;
   o si acaso, artera,  45
tras algún romero
fugaz te guareces
porque te eche menos,
   corriendo y balando
al sonar su acento,  50
con nuevas caricias
calmarás su duelo,
   tomando riente,
de tu Amor en premio,
la sal de su palma  55
y el pan de sus dedos.
   De mí lo aprendiste,
y a saber cogerlo
de mi zurroncito
con goloso empeño.  60
   O si fausta logras
de Amor el momento,
tendrás de sus labios
algún dulce beso,
   beso que a mí fuera  65
de júbilo inmenso,
que tú no codicias
y fiel yo merezco.
   Así te engalanan
doblando tu aseo,  70
mi mano oficiosa,
mi ardiente desvelo.
   La sonora esquila
ligada suspendo
de un collar de grana  75
a tu dócil cuello.
   Tu vellón nevado,
de ricitos lleno
cual de blonda seda,
cuidadoso peino,  80
   y de alegres lazos
sembrándolo luego,
a tus orejitas
dobles los prevengo.
   Tus clementes ojos,  85
que me están diciendo
el placer que sientes,
mirándome tiernos,
   mi amorosa mano,
con este albo lienzo  90
limpiándolos, cuida
que luzcan más bellos;
   y, en fin, de una trenza
de flores rodeo
tu lomo, y atada  95
con otra te llevo.
   Ya estás, dije, mío,
si no cual yo anhelo,
mas tal como alcanza
mi prolijo esmero.  100
   Tu balar süave,
tu bullir travieso,
sencillos publican
tu puro contento;
   y al verte galana,  105
con locos extremos
cual hembra procuras
lucir tus arreos.
   Corderita, vamos;
sus, corramos prestos:  110
tú a servir a Filis,
yo a hacerle mi obsequio.
   Empero si tierna
te estrecha en su seno
cuando tus caricias  115
le vuelvan el seso,
   cuenta que le digas:
«El bien que poseo,
gozarlo debiera
quien te adora ciego».  120




- III -


La ausencia

ArribaAbajo   Del cárdeno cielo
las sombras ahuyenta
rosada la aurora
riendo a la tierra;
   y Filis, llagada  5
del mal de la ausencia,
de Otea los valles
en lágrimas riega.
   Tierna clavellina,
cuando apenas cuenta  10
diez y siete abriles
inocente y bella,
   en soledad triste
su zagal la deja,
que del claro Tormes  15
se pasó al Eresma.
   Un mayoral rico
allá diz que intenta
guardarlo, y que Filis
por siempre lo pierda.  20
   Quien a ajeno gusto
sujetó su estrella
engáñase necio
si libre se piensa.
   La vejez helada  25
con rigor condena
las lozanas flores
de la primavera.
   La infelice Filis
se imagina eternas  30
las horas que tardan
de su bien las nuevas.
   «¡Ay!», dice, y al cielo
los ojos eleva,
sus ojos cubiertos  35
de horror y tristeza,
   «¡ay, cuánto me aguarda
de duelos y quejas!
En sólo pensarlo
mi pecho se hiela.  40
   Tórtola viuda,
solitaria hiedra,
sin mi olmo frondoso
que en pie me sostenga,
   ¿qué haré, cuitadilla?,  45
¿o dó iré que pueda
vivir sin su arrimo,
tan niña y tan tierna?
   ¡Felices vosotras,
mis mansas corderas,  50
que ni celos hieren
ni agravios aquejan!
   ¡Con cuánta alegría
mis ojos os vieran
pacer de este prado  55
golosas la hierba!
   ¡O a la mano amiga
que sal os presenta
veniros, y hacerme
balando mil fiestas!  60
   ¡Y tú, fiel cachorro,
qué saltos y vueltas
no dieras, siguiendo
de mi bien las huellas,
   cuando él por hablarme,  65
cantándome letras
de dulces amores,
saliera al Otea!
   Hoy todo ha mudado;
del calor la fuerza  70
los valles agosta,
las fuentes deseca.
   ¡A este pecho triste,
con mayor violencia
abrasa de olvido  75
la ardiente saeta!
   Aquí donde lloro,
aquí en esta vega,
nos vimos y amamos
por la vez primera.  80
   Todo fue en un punto,
cual súbito vuela
la llama del rayo
y el árbol humea.
   Corderitas mías,  85
¿quién, ¡ay!, me dijera
que viento serían
sus locas finezas?
   Juramentos tantos
y ahincadas promesas,  90
si hay fe entre los hombres,
¿por qué se me niegan?
   ¡Amor!, tú me escuchas
y tú los oyeras:
sea tuyo el castigo,  95
cual tuya es la ofensa.
   ¡Oh!, nunca tuviese
yo vuestra inocencia;
nunca, oh corderitas,
le escuchara necia,  100
   cual de áspid huyendo
su voz lisonjera,
sus ayes falaces,
sus blandas endechas,
   y en llanto mis ojos  105
cegar no se vieran,
ni en hondos suspiros
doliente la lengua.
   Quien en hombres fía,
haz cuenta que siembra  110
en las duras rocas
o en la ardiente arena,
   que en vez de ventura
recoge vergüenza,
y en vez de alegrías,  115
cuidados y penas.
   Llorad, ojos míos,
pues fue culpa vuestra
jugar bulliciosos,
mirar sin cautela.  120
   Volad, mis suspiros,
sentidas querellas,
volad do mi aleve
riendo os espera.
   Sígaos mi pecho,  125
ardiente centella
que el suyo de bronce
derrita cual cera.
   Y vosotros, hijos
de mi pasión ciega,  130
finos sentimientos,
sencillas ternezas,
   partid de mi labio,
volad a la oreja
del que os llamó dulces  135
más que miel hiblea.
   Decidle mis ansias,
decidle cuál queda
de penada y triste
su fiel zagaleja.  140
   Humildes rogadle,
rogadle que vuelva,
si aleve no gusta
que mísera muera.
   Decidle..., mas nada,  145
si oíros desdeña,
le digáis, y nada
si de mí se acuerda.»




- IV -


El hoyuelo en la barba

ArribaAbajo   La mi queridita
una cárcel tiene
en su rostro bello,
donde a todos prende.
   Esta feliz cárcel  5
un hoyuelo es breve
que su linda barba
tan gracioso hiende
   que cuantos lo miran
sin arbitrio sienten  10
que en él sus deseos
sepultarse quieren.
   Cautivos los míos,
ni anhelan ni pueden
pasar de su encierro  15
el círculo leve,
   que allí en la bonanza
tranquilos se aduermen,
alzados los vientos,
en paz se guarecen,  20
   y locos perdidos
en su feliz suerte,
«¡Hoyuelo precioso!»,
suspiran mil veces,
   «tú en ámbito estrecho  25
a la concha excedes
do cuaja la aurora
la perla de oriente,
   y a mil cupidillos
grato nido ofreces,  30
de do arteros parten,
van, revuelan, vuelven.
   ¡Riquísima copa
de dulces placeres
que Amor al deseo  35
dadivoso ofrece!
   Las Gracias te envidian,
y al reírse alegre
tu donoso juego
codicia Citeres,  40
   el juego voluble
con que ora te cierres,
ora te dilates,
más lindo apareces.
   En ti embebecidos  45
los ojos se pierden,
se abisman las almas,
los pechos se encienden.
   ¡Regalado hechizo!,
quien te ve enloquece;  50
quien feliz te goza
de delicias muere».




- V -


La vuelta

ArribaAbajo   «Zagal de mi vida,
que a mi amante cuello
afanoso corres,
de sudor cubierto;
   suspirado mío,  5
gracioso embeleso,
do abismadas siempre
las potencias llevo;
   norte que arrebatas
mi fiel pensamiento,  10
más claro y seguro
que el que arde en el cielo;
   mi sola delicia,
mi amable hechicero,
con cuyos prestigios  15
deliro sin seso:
   ya fina te logro,
ya en salvo te veo,
y tuya y tú mío
por siempre seremos;  20
   y te hablo y escucho
y al lado te tengo,
y en firme lazada
conmigo te estrecho.
   En tanta delicia  25
tan vivo mi seno
palpita que apenas
me alcanza el aliento;
   y el corazón triste
que, viéndote lejos,  30
cubierto gemía
de horrores y duelo,
   en lágrimas dulces
y en ayes de fuego
parece que anhela  35
salirse del pecho.
   ¡Oh!, limpien mis manos,
hermoso lucero,
las nieblas que empañan
tus claros reflejos;  40
   y en tu rubia frente
enjugue este lienzo
el sudor que undoso
la mancha corriendo.
   ¡Venturoso punto!,  45
¡plácidos momentos,
que al ánimo absorto
semejan un sueño!
   ¡Oh!, siempre, sí, siempre
sus gratos recuerdos  50
en entrambos duren,
cual mi amor eternos;
   y un día tan fausto,
día de contento,
de puras delicias,  55
de gozos inmensos,
   consagrado quede
al Amor y Venus,
célebre en los fastos
de su alegre reino.  60
   Huyó de las sombras
el lóbrego ceño,
y mi sol renace
más lumbroso y bello.
   Calmó la borrasca,  65
callaron los vientos,
y en paz y delicias
aduérmese el suelo.
   Los hielos y horrores
del áspero invierno  70
son flores y aromas
y muelle sosiego.
   Gocemos, bien mío,
unidos gocemos
de tanta ventura  75
tras tan graves riesgos.
   Mis tiernos suspiros
y ahincados lamentos
en vivas alegres
nos vuelvan los ecos;  80
   y el sol más benigno,
y el aire más fresco,
más plácido el valle,
y el cielo más ledo
   celebren, acordes  85
con mis sentimientos,
la gloria a que en verte
cual loca me entrego.
   Perderte he temido;
temblé, lo confieso,  90
que al fin no cedieses
a un bárbaro empeño.
   Perdona, perdona
benigno el exceso
de mi amor, las dudas  95
de que hoy me avergüenzo.
   ¿Yo pude formarlas...?
Sí, adorado dueño,
que el amor ausente
dos veces es ciego.  100
   Un pecho apenado
figúrase necio
doquiera peligros
y dudas y miedos.
   Seguid en el mío,  105
mis dulces recelos;
los tibios no temen,
¡infelices ellos!
   Tú, hermoso pimpollo,
repite de nuevo,  110
repite a esta triste
tu fiel juramento.
   Enemigos tantos
batiéndote fieros
tiemblo a mi desdicha,  115
si en ti nada temo.
   Cielos, pues, y tierra,
oíd en silencio
y afirmad los votos
que entrambos hacemos.  120
   Si yo te faltare,
fáltenme primero
la luz que me alumbra
y el aire que aliento,
   y mi nombre odioso  125
de infamia y desprecio
para todos suene
cual fúnebre agüero.
   Recibe mi mano,
y en ella el imperio  130
que sobre mí toda
por siempre te entrego.
   Mas si tú me olvidas...,
proseguir no puedo.
Pensándolo sólo  135
de horror me estremezco.
   No, mi idolatrado,
no, y único ejemplo
de firmeza al mundo
a amar enseñemos.  140
   Tú serás por siempre,
tú serás el centro
do faustos caminen
mis votos y anhelos;
   tú, el ídolo mío  145
y el gozo supremo
y el mar de delicias
do loca me anego;
   tú, en las tempestades
que aun mísera tiemblo,  150
el sol de bonanza
y el iris sereno
   y el luciente polo
do los ojos vueltos
lleve yo segura  155
mi barquilla al puerto;
   vida que me anime,
ser de mi ser mesmo,
y cuanto en amores
se hallare más tierno...»  160
   Proseguir no pudo,
que ya sus ojuelos
al zagal no vían,
de lágrimas llenos.
   Y él también llorando,  165
con un dulce beso
a sus ansias puso
finísimo el sello.




- VI -


La primavera

ArribaAbajo   Ya la primavera
tranquila y riente
del tiempo en los brazos
asomando viene,
   y al mundo, que en grillos  5
de hielos y nieves
tuvo el crudo invierno,
la esperanza vuelve,
   la dulce esperanza
de que mayo alegre  10
lo colme de rosas,
y el julio de mieses.
   El blando favonio,
que llegar la siente,
con grato susurro  15
las alas extiende;
   y en torno vagando,
su manto esplendente
por el éter puro
fugaz desenvuelve.  20
   Del cándido seno
con su soplo llueven
sin cuento las flores
que el suelo enriquecen,
   el suelo alfombrado  25
de un plácido verde,
que el alma y los ojos
a par embebece;
   y en silbos suaves,
gárrulo y bullente,  30
despierta en sus nidos
las aves que duermen.
   Sus picos canoros
acordes ofrecen
mil trinos al alba,  35
que a abrir se previene
   las rosadas puertas
del fúlgido oriente
al sol, que entre albores
galán amanece.  40
   Su augusto semblante,
su rayo clemente,
del yerto Fuenfría
los hielos disuelven,
   que súbito vueltos  45
en raudos torrentes,
de su excelsa cumbre
ruidosos descienden,
   del húmido valle
la pompa mantienen,  50
y al cabo en sus flores
sesgando se pierden.
   Cual claros espejos
risueñas las fuentes
en vena más rica  55
limpísimas crecen;
   y en hilos de plata
su humor se desprende,
que en blando murmullo
el ánimo aduerme.  60
   El mundo se anima;
cuanto vive y siente
cual de un hondo sueño
despierta, y se mueve.
   Las selvas que el cierzo  65
desnudó en noviembre,
de yemas pobladas
sus ramas ya ofrecen,
   do mal contenidas
las hojas nacientes,  70
sus rudos capullos
a abrirse compelen;
   y al trépido rayo
con que el sol las hiere
tienden sus cogollos,  75
y el viento los mece.
   Entre ellos las aves,
cruzando frecuentes,
con rápidos giros
van, huyen y vuelven,  80
   mientras Filomena
mi pecho enternece,
lanzando angustiada
sus ayes dolientes,
   ayes que un silencio  85
lúgubre suspende
y hace que en mi oído
más tiernos resuenen.
   No ya en sus guaridas
el hielo entorpece,  90
ni undosa la lluvia
los brutos detiene,
   que vagos y libres
doquier aparecen
y en bosques y valles  95
su dominio ejercen.
   Con saltos veloces
el corzo allá tuerce,
y allí aun de su sombra
se asusta la liebre.  100
   A un soplo el conejo
se arrisca y detiene,
y a uno y otro lado
vivaz se revuelve,
   a par que en la vega  105
tranquilas se extienden
la cabra golosa,
la oveja paciente.
   Y todo es delicias,
y todo se enciende  110
de Amor en las llamas
o gime en sus redes.
   ¡Amor, nueva vida
de todos los seres!
Tú en la primavera  115
les dictas tus leyes
   del solio oloroso
de rosa y claveles
que Flora a tu numen
galana entreteje.  120
   Tus flechas certeras,
tu grito potente
a todos alcanzan,
por todos se atiende.
   Hasta en los abismos  125
y en los mudos peces
sus ecos resuenan,
su chispa se prende,
   que el mundo poblando
de nuevos vivientes,  130
hacen que tu imperio
sin fin se renueve.
   Ya el trino más dulce
del ave parece,
más plácido el vuelo,  135
sus juegos más muelles,
   la voz de los brutos
más llena y ferviente,
su marcha más presta,
su anhelo más fuerte.  140
   El león amante
rugiendo estremece
los anchos desiertos
del África ardiente.
   El oso, aunque rudo,  145
su cetro obedece,
que dóciles torna
los tigres crueles.
   Su veneno el potro
con las auras bebe,  150
las ondosas crines
sacude demente,
   bate el duro suelo,
fogoso se mueve,
y hace que los montes  155
sus relinchos llenen.
   Del pasto olvidado,
de amor se enfurece
en pos la novilla
el toro valiente;  160
   y al rival que el triunfo
disputarle quiere,
con botes tremendos
celoso acomete,
   ahuyéntalo, y solo  165
los premios obtiene,
que en roncos mugidos
feroz engrandece.
   Su estrépito templan
los dulces rabeles  170
de cien pastorcillos,
que el valle conmueven;
   y a su antigua llama
las zagalas fieles
sus cantos repiten  175
con nuevos motetes.
   El bosque enramado,
do el ciego mantiene
para sus misterios
callados retretes,  180
   que ocultos y umbrosos
anhelan y temen
el pudor cobarde
y el deseo ardiente,
   de amantes felices  185
ya rinde desdenes,
ya audacias alienta,
ya triunfos entiende,
   ¡dulcísimos triunfos
que de un velo envuelve  190
y el recato esconde
del mismo que vence!
   ¡Oh repuestos valles!,
¡ladera pendiente!,
¡altísima sierra  195
que las nubes hiendes!
   ¡Oh, cómo al miraros
ora florecientes
los ojos se gozan
y el pecho enloquece!  200
   Las auras se inundan
de suaves pebetes,
con toda su gloria
ya el sol resplandece;
   y tierras y cielos  205
del año naciente
la pompa celebran
y en júbilo hierven,
   mientras que a la luna,
en pos de Citeres,  210
sus danzas ligeras
las ninfas previenen,
   do porque sin armas
nada de él recelen,
nudo Amor cual niño  215
vivaz se entromete.
   Tú, oh raudal de vida,
primavera, eres
quien nos da de Flora
tan gratos presentes.  220
   Ella te engalana
de rosas las sienes,
y el manto te viste
que ostentas fluente
   y en colores rico,  225
vario en accidentes,
su genio imagina,
tocan sus pinceles.
   Tú al hórrido invierno
las furias contienes,  230
y en hierbas y flores
sus hielos disuelves.
   Tú al rico verano
benigna precedes;
sus espigas de oro  235
de tu mano él tiene.
   A octubre en tus gomas
sus frutas le ofreces,
y al cándido Baco
llenas los toneles.  240
   El blando sosiego,
los cantos alegres,
las risas ligeras,
los gratos banquetes,
   en séquito amable  245
te cercan rientes,
colmando los pechos
de dulces placeres.
   ¡Oh, el rápido vuelo
modera indulgente,  250
y ansioso me deja
gozar tantos bienes!
   Mas, ¡ay!, que al cantarte
fugaz despareces,
más vaga que el viento,  255
cual los sueños leve;
   y cuando en seguirte
se afana la mente,
de Sirio en las llamas
lánguida fallece.  260



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