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Luis Hernández

Semblanza crítica de Luis Hernández

Por Elena Zurrón Rodríguez

Luis Hernández en la fotografía del anuario escolar del Colegio La Salle en Lima en 1957 (Fuente: Archivo familia Hernández)

Luis Hernández nace el 18 de diciembre de 1941, en el distrito de Jesús María de la ciudad de Lima y allí pasa su infancia y juventud. Era un niño de gran inteligencia, dotado para la música y un infatigable y precoz lector, afición que se acentúa cuando a los ocho años, a causa de una enfermedad, debe permanecer en cama durante más de dos meses y medio.

La música es, entonces, símbolo y cifra de toda actividad artística; la misión del arte no será la expresión de la belleza ni el testimonio de la circunstancia personal -aunque tampoco se excluya ninguna de estas funciones- sino la afirmación de lo vital, el apasionado exorcismo contra la angustia.

(Araujo, 2000: 288)

Cursó sus estudios de primaria y secundaria en el Colegio La Salle, y a finales de los años 50 ingresa en la Pontificia Universidad Católica para estudiar Psicología; al año siguiente viaja a Alemania, y cuando regresa a Lima decide estudiar la carrera de Medicina (1966-1971) en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como sus hermanos Max y Carlos. Como médico de barrio puso su consultorio en Breña (en casa de su amigo el actor Reynaldo Arenas), muy cerca de Jesús María. El poeta Luis La Hoz, editor y promotor cultural, recuerda: Sus llantas, el estetoscopio colgado de un clavo. Amaba la Medicina, a veces no recetaba nada a sus pacientes, sólo conversaba con ellos... (Lindo, 2000: 45-46).

A principios de los años 70, Luis Hernández vuelve a tener una enfermedad psíquica y física que lo tiene recluido en su casa durante varios meses. En este tiempo pasa de ser una persona con ganas de vivir a convertirse en una persona distante hasta para sus propios amigos. En 1977 viaja a Buenos Aires, donde ingresa en la Clínica García Badaracco, y el 18 de junio de ese mismo año le escribe a Betty Adler, su compañera y gran amor de su vida: Oí tu voz. Y supe que siempre has estado a mi lado. Me olvidé de los feroces días. Recordé lo mucho que anduvimos y pensé, por primera vez en este encierro, que todo concluirá. Y que volveré -y volveremos- a ser felices (Hernández, 1977). Es lo único que podemos saber de sus últimas semanas.

Había viajado a Argentina a esta clínica que le habían recomendado, con la esperanza de poder recuperar la salud; padecía fuertes dolores de espalda y un grave desequilibrio emocional porque abusaba de los fármacos y de la marihuana para paliar su sufrimiento, pero se sintió solo, sufrió mucho, y le decía a Betty en sus cartas que los exámenes y pruebas que le hacían eran terribles y muy dolorosos. El 3 de octubre de 1977 murió en Argentina a los 35 años, bajo extrañas circunstancias, como un personaje de novela. Jaime Domenack, artista plástico, profesor de Historia del Arte en Cibertec, ha contemplado dos hipótesis de su muerte: por un lado, dice que el poeta se suicidó lanzándose a las vías del tren y murió arrollado a 200 metros de la estación de Santos Lugares; y por otro, lanza la posibilidad de que lo mataran los militares del gobierno de Videla, ya que no era raro en Buenos Aires que desaparecieran intelectuales y rebeldes. Los amigos y familiares asumieron el suicidio. Dos jóvenes amigos suyos, Herman Schwarz y Edgar O'Hara, fotógrafo el primero y poeta el segundo, viajaron al lugar y plantearon dudas sobre la versión del suicidio. El poeta Rodolfo Hinostroza, en su artículo «El Gran Jefe Un lado del Cielo», publicado en la revista Caretas afirma:

Yo también me fui en el 68, y cuando regresé, Lucho Hernández ya había muerto... Según algunas versiones se suicidó en 1977, aquejado de una enfermedad mental; según otras murió en un accidente de ferrocarril cerca de Buenos Aires, eso nunca se sabrá. El grueso de su poesía fue publicado póstumamente en un volumen llamado Vox horrísona que nos reveló el gran poeta que fue... ¡Adiós, gran jefe!

(Hinostroza, 2016)

Luis Hernández y Betty Adler durante la estancia del poeta como paciente de la Clínica García Badaracco de Buenos Aires en agosto de 1977 (Fuente: Archivo familia Hernández)

Pero como entre sus pertenencias encontraron esta carta dirigida a Betty Adler, la hipótesis del suicidio parece probable:

Adiós Betty. Me hubiera
gustado tanto que fueras
feliz. Pero mi felicidad
está fuera de toda esperanza.
Hoy me voy a matar.
Perdóname. Luis.

(León, 2014)

Luis La Hoz señala que Lucho era un espíritu que acontece cada cien o doscientos años. Soportar tanta belleza, tanto dolor, tanta soledad [...]. El arte es duradero, la vida es breve (Olivas, 2016).

En 1961 aparece Orilla (Lima, La Rama Florida), el primer poemario de Luis Hernández. Luis Alberto Ratto afirmaba en el prólogo:

ORILLA titula Hernández a este su primer libro de poemas. La orilla circunda, bordea; contiene a la tierra en torno del agua, el agua dentro de la tierra. La orilla es el límite. Y en el linde entre lo tangible y el sueño, en el campo que le es propio a la poesía, se mueve Hernández con su juventud mirando al mar. [...] No importa, entonces, que ella se le aparezca cargada de pesimismo o de melancolía. El tiempo explicará la causa. Entretanto, sugeridores, salitrosos, nos llegan estos versos como del viento.

(Ratto, 1961: 7)

El mar para Luis Hernández es como para Juan Ramón Jiménez un motivo de meditación en el que el ir y venir de los pensamientos se puede comparar con el movimiento de las olas. Los dos poetas le hablan al mar porque su propia soledad les parece semejante a la inmensa soledad del océano: ¡Qué plenitud de soledad, mar solo! (Jiménez, 1917: 44). Nuestro poeta solía decir que había vivido en una impecable soledad, una de sus frases más famosas y que recuerdan al poeta Juan Ojeda, coetáneo de Luis Hernández, que en curiosa coincidencia, también desapareció atropellado en noviembre de 1974 en una de las principales arterias de Lima, o tal vez, piensan algunos, se tratara de un suicidio premeditado, cuando solo tenía treinta años de edad.

En el poema de Juan Ojeda «Soliloquio» podemos leer en la primera estrofa: Para el que ha contemplado la duración / lo real es horrenda fábula. / Sólo los desesperados, / esos que soportan una implacable soledad / horadando las cosas, podrían / develar nuestra torpe carencia, / la vana sobriedad del espíritu / cuando nos asalta el temor / de un mundo ajeno a los sentidos (Ojeda, 1972: s. p.).

Luis Hernández, cambia la implacable soledad de Juan Ojeda por una impecable soledad. Se cree que se debía a una equivocación del poeta, pero en ninguno de los cuadernos de Vox horrísona aparece ese epígrafe dedicado a Juan Ojeda. Edgar O'Hara subraya que solo conserva el título «Una impecable soledad» y una dedicatoria: A Juan Ojeda / a quien no conocí.

En su segundo poemario, Charlie Melnik (Lima, El Timonel, 1962), repetía versos y se plagiaba a sí mismo, al mismo tiempo que usaba la poesía para evitar el dolor y para curar a los demás y a sí mismo. Las pérdidas de la vida sumergen en una profunda tristeza a este joven poeta, sonriente y solidario de frágil y misteriosa existencia. Y sus versos se decantan por un tono de profunda rebeldía y un descontento con el entorno circundante.

Luis Hernández ganó con Las constelaciones (Trujillo, Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1965) el segundo premio de la segunda edición del concurso quinquenal El Poeta Joven del Perú; en la primera convocatoria lo habían ganado César Calvo y Javier Heraud. Estos premios pueden considerarse un hito en el nacimiento de la prolífica Generación del 60. Rodolfo Hinostroza expresa:

Se perfilaba pues como uno de los mejores poetas de mi generación, pero no era todavía una leyenda; su poesía y su vida transcurrían por cauces aparentemente regulares, y si bien su tono era original, juvenil, despercudido, lúdico, no alcanzaba aún a distinguirse por propuestas extremas, y seguía publicando sus poemas en libros y revistas.

(Hinostroza, 2016)

Por su parte, Lindo Pérez en su trabajo «Luis Hernández o una elegía a la soledad», publicado en Paediatrica, recoge estos versos del poeta de la Generación del 60: «Una parte de mí quiere escribir, / Otra quiere teorizar / O esculpir / O enseñar, / Si me forzara a un rol / decidiendo hacer sólo una cosa en mi vida, / mataría extensas partes de mi ser» (Lindo, 2000: 45).

Portada de «Las constelaciones», Trujillo, Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1965 (Fuente: Archivo personal de Leonardo Rafael)

En Las constelaciones se encuentran algunos de sus poemas más conocidos: «Galileo», «Ezra Pound: cenizas y cilicio» y «El bosque de los huesos». Incorpora en la poesía peruana la astronomía y las ciencias en general, así como un cierto sentido del humor y un tono coloquial que utiliza términos cotidianos y hasta de jerga, mezclados con frases eruditas y de otros idiomas, que desarrolla a lo largo de toda su producción poética posterior. La influencia de Ezra Pound y de los poetas anglosajones, con la revolución cubana de fondo, aparece en una obra poética sin grandes pretensiones personales, pero que nos muestra un gran amor por la poesía y por la belleza plástica, utilizando un lenguaje moderno del que participan la mayoría de sus coetáneos, entre ellos Rodolfo Hinostroza y Antonio Cisneros. Lima se refleja en sus poemas como una ciudad literaria, aunque podemos reconocer calles, parques, cines, playas y bares de la geografía limeña como la calle Seis de Agosto, el puente de Miraflores, las playas de la Punta y La Herradura, los barrios de Barranco y Chorrillos.

Expresa una visión ácida y satírica de la vida y cierto desdén hacia su propia actividad creadora, lo que le lleva a decidir no publicar más. Aunque esta afirmación para nosotros no es correcta, porque siguió publicando en revistas, antologías y diarios, donde se han podido encontrar versos de Hernández desde 1966 hasta 1977, año de su muerte. Como el poeta Rodolfo Hinostroza, Luis Hernández, en su último poemario publicado en vida, Las constelaciones, entra en el mundo esotérico de los horóscopos.

El jueves 18 de diciembre de 2014, año en que el poeta hubiera cumplido 73 años, la Casa de la Literatura Peruana y la Biblioteca Mario Vargas Llosa editaron una copia facsímil de este último poemario, Las constelaciones, publicado formalmente dentro del circuito institucional. Con Vox horrísona el poeta optó por apartarse de las publicaciones, para dedicarse a la composición de cuadernos autógrafos. En 1975 Nicolás Yerovi decidió recopilarlos y elaborar una tesis doctoral. En este proceso le ayudó el propio poeta, colaborando en la traducción de versos, y él mismo escogió para esta recopilación de su obra el título de Vox horrísona. Paradójicamente, Hernández ha sido el poeta de la Generación del 60 que más ediciones ha vendido con esta recopilación. En 1982 Mirko Lauer, escritor, poeta, ensayista y politólogo peruano, imprimió una antología de Luis Hernández con el mismo título: Vox horrísona. Antología (Lima, Hueso Húmero, 1981).

Hernández se sentía maltratado por parte de la crítica en las reseñas de sus tres libros publicados y, como hemos señalado, optó por salir del circuito institucional para dedicar su tiempo y su creación poética a confeccionar cuadernos hechos a mano con plumones y adornados con dibujos, que regalaba a amigos o a personas desconocidas. Sucesivamente se han ido publicando recopilaciones de su obra, antologías, así como cuadernos inéditos como Los poemas del ropero (Lima, Cronopia Editores, 2001) o Cuaderno: Aristóteles. Metafísica (Lima, Ediciones Altazor, 2000). Poco antes de su marcha a Buenos Aires en 1976, Luis Hernández participó en un recital en el Instituto Nacional de Cultura, donde leyó sus poemas, extraídos de la recopilación hecha por Nicolás Yerovi.

Luis Fernando Chueca apunta:

Esto es apenas una muestra de que en el caso de Luis Hernández estamos asistiendo a los más recientes pasos de una creciente «fama», iniciada antes de la muerte del poeta, cuyo aumento progresivo es indiscutible luego de esta [...]. Aunque en menor medida, este aumento de lectores y la casi devoción hacía su poesía y su imagen, ha corrido paralelo a un creciente interés crítico por su obra.

(Chueca, 2003: 234-235)

Premios

  • Mención honrosa (2.do puesto) en el Premio El Poeta Joven del Perú (Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1965).

Referencias bibliográficas

  • ARAUJO LEÓN, Óscar (comp.), Como una espada en el aire: antología documental, testimonial y poética de la Generación del 60, Lima, Universidad Ricardo Palma, Noceda y Mundo Amigo, 2000.
  • CHUECA, Luis Fernando, «Luis Hernández: Ciudad de pus / del fango / de los misteriosos pétalos / de las flores», Lienzo, n.º 24 (2003), pp. 233-255.
  • HERNÁNDEZ, Luis, [Carta a Betty Adler. Buenos Aires, 18 de junio de 1977], en «Luis Hernández a Betty Adler: You are the legendary girl I left behind», Copy Paste Ilustrado (13/2/2015).
  • HINOSTROZA, Rodolfo, «El Gran Jefe Un lado del Cielo», Caretas (13/11/2016).
  • JIMÉNEZ, Juan Ramón, Diario de un poeta recién casado, Madrid, Casa Editorial Calleja, 1917.
  • LEÓN, Francisco, «Luchito Hernández bendita sea tu soledad», Soroche y Resaca (18/11/2014).
  • LINDO PÉREZ, Felipe, «Luis Hernández o una elegía a la soledad», Paediatrica, vol. 3, n.º 2 (mayo-agosto 2000), pp. 45-47.
  • OJEDA, Juan, Eleusis, Lima, Gárgola, 1972.
  • OLIVAS ARANA, Diego, «No se culpe a nadie de su sueño», Somos Periodismo (14/4/2016).
  • RATTO, Luis Alberto, «Prólogo», en Luis Hernández, Orilla, Lima, La Rama Florida, 1961, p. 7.
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