Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajoElegía plural




ArribaAbajoRival


ArribaAbajoA veces sólo siento que la vida
es un lento cansancio de uno mismo.

Aguanto un esqueleto de cólera en mis ojos
para no suplicar.
Me yergo.
Yazgo.
Salta a la luz un río en tu mirada.

Después de tanto andar,
me falta el tiempo
y la sed
y el secreto
resplandor que auguraba
el hecho de vivir sin haber sido.
Os juro que he guardado
la promesa de serme
fiel hasta la locura.
Más allá de mí mismo me ha llevado
este afán por la vida,
huella de la razón, ceniza en brasas.
Así será: lo merecido queda
bajo la piel cerrada de los otros,
de lo que se perdió por escondido,
de lo que se olvidó por entregado.

Sabedme aquí, heridas ya las alas.
Sangrante en el dolor que aún anuncia
un corazón de luz marcado a fuego.




ArribaAbajoLlueve


ArribaAbajoLlueve desde mi corazón hasta la herida
cuando ronda el dolor que nos devuelve
la mirada de aquellos que un día fuimos.

Llueve en la luz y en la negrura llueve
sobre cuerpos desnudos que no amamos
sino en la solitud de las estrellas.

Il pleut, il pleut, il pleut,
la piel me grita
como sierpe de niebla sobre el pecho
que nos embriaga con su cáliz rojo
en un mínimo instante de belleza.

Llueve mi soledad sobre los campos
a los que amé feraces, sin conciencia,
en el lugar donde el amor contuvo
tanto deseo plural y tantas ansias.

Llueve en mi voz ausencia, nácar frío,
alimentando el alba de los pájaros
en el oscuro ciclo del invierno.

Llueve para que no someta el polvo
a la razón, ni el oro a la tristeza.

Llueve sin compasión en la memoria,
sobre el anónimo de un esqueleto,
sobre ti y el extraño nacimiento
infructuoso y diario de mí mismo.




ArribaAbajoRuleta


ArribaAbajoHe salido a la calle
tendiendo una sonrisa
con un río de savia brotándome en los labios,
y ha rodado su chispa de cristal
y su agua
borbollando en el seco ejido de la acera.

He salido a la calle
y mis manos ardientes
han prendido su lumbre sobre unos ojos claros, brasa viva en el hambre
del hombre que me niega
un brasero o un labio donde encender el fuego.

He salido a la calle con el viento solano
como un álamo libre acreciendo en el aire:
mástil, el pensamiento
donde el cuerpo se arriesga
y contra todo orden sueña su mundo aparte.

He salido a la calle.
En la piel aún se agita ¡pobre niño indefenso!
el severo coraje de beberme la vida.
Si hurga Dios todavía en la orilla del pecho
aquella flor marchita grana como un tesoro.

He salido a la calle,
una tarde cualquiera,
vestido de payaso,
bufón, juglar, idiota,
a ver si encuentro a alguien
que, por besos o risas,
sin que le cueste mucho,
quiera prestarme el alma.




ArribaAbajoÉmulos de Kandinsky


ArribaAbajoEs atrevido y no conoce el miedo.
Cree haber heredado la consigna
de los héroes y el signo
de la eterna existencia.

Hay días en que parece
un joven dios caído de la noche
a quien el tiempo unge
con aromas sagrados.

Sabe bien lo que quiere.
Ama a deshora.
El coraje germina en su garganta.
A veces interroga. Huele a cera
y entre las piernas el sudor le crece.

Suele temblar herido entre mis manos.
Tunde sin voz como un volcán dormido,
oscuro manantial de sangre y fuego.

Ya lo he visto besar.
Borra las huellas
en el seno de cal de la cintura.

Y hasta sé que me observa,
contrariado y nervioso,
como a un curioso resto de pintura rupestre.




ArribaAbajoTiempo sin voz


La culpa es tan tuya como mía

F. Kafka                



ArribaAbajoA fin de cuentas
todo vale nada
y hasta la luz, el pan y nuestros nombres
florecen marchitándose.
Tan sórdido, el silencio como el ruido:
la música o la ausencia de los labios
pronunciando o callándose palabras.

A fin de cuentas
nada vale nada
en el instante mismo en que se olvida.




ArribaAbajoRecíproco abandono


ArribaAbajoSabes que me has herido,
Señor, con el pecado
la blanca juventud de mi inocencia.
¡Qué negro fue el olvido,
el pozo innominado
donde enjugaste amarga mi experiencia!

Un surco de amargura
me abrió como una llaga
un piélago de sombras que ignoraste.
No sé bien qué locura
me cegó, ni qué daga, ni por qué, mi Señor,
me abandonaste.

Me dejaste perdido,
roto el entendimiento,
hacia un odio brutal fui conminado.
Sin vivir he vivido.
No sé si me arrepiento.
¿Por qué, mi Dios, por qué te he abandonado?




ArribaAbajoTrasluz en negativo


ArribaAbajoDeshabitado vivo
en liza con la luz y la palabra,
buscándome sin tregua
y hallándome desnudo
en el oscuro sueño de la muerte.




ArribaAbajoMáscara


ArribaAbajoHoy tampoco he podido airear estas alas,
anunciar a los hombres sin paz
que en mi piel vive
el miedo,
ruiseñor de oscuro trino
sangrando entre las hojas del silencio.

Hoy tampoco he sabido negar,
descorazarme
de este orgullo de sarro donde nada germina,
de esta risa venial que nunca colma,
de este añico de aliento
que escarbando en el otro
sin espacio se muere.

Hoy volveré a morderme el fruto de los labios;
a callar
-cuerpo a cuerpo en un pozo de niebla-
que no es mejor un hombre que otro hombre desnudo
porque aquél bebe un cáliz de gloria o de dinero.




ArribaAbajoNaufragio


ArribaAbajoAún pungen los restos de aquel naufragio íntimo
y su lastre de plomo abarrando las alas,
sujetando bridones de oraje y coronando
el baldón de las lágrimas,
la cruz de la costumbre.

Aún me duele la pena de no haberme guardado
de tanta necedad y tanto cieno,
arcángel mancillado sobre las aguas nobles
de una ciudad dormida
que adolece.

No he podido y lo siento
desmentir al que engaña,
revivir al que sufre con un agua de nieve,
verter en su mirada lo mejor que aún me queda
en el pozo sin fondo de la fe de mí mismo.

Y de no haberme puesto por montera este mundo
que me obligó a pagar severamente
un puñado de hiel por la inocencia.




ArribaAbajoCiego discurso humano


ArribaAbajo¿Seremos otra vez como aquel beso
que avivó dos miradas al abrazo?
¿Dos cuerpos solitarios que se estrechan
en el vasto silencio de la sombra
para afrontar el golpe del destino?
¿Ese pesar o garra que nos hurta
la plenitud de haber nacido humanos
con el mortal rejón y el alma presa?

Y a qué saber si el tiempo será el único
dios, que jamás se ocupa de nosotros.
O dónde está la tierra prometida
cuyo clamor en el dolor nos nombra.

Amanecida la palabra surte
y el verso ahoga un manantial de plata
con el agua de cera de la ausencia.
La lluvia en el jardín aviva aromas
de romero en la piel, de un sueño roto
en cristales quebrados de tristeza.
La noria, el río, la adelfa, los clarines
en el graznar de oro de los álamos,
su deshecha oración de hojas volteadas
sobre el durmiente polvo de la vida.
El silencio sonoro de los bosques
y su torrente alado de plegarias.
¿Todo será espejo del pasado,
calina, bruma, niebla en nuestros ojos?

Hoy sirvo aquí a los placeres.

Ebrios
mi corazón y mi razón acuerdan
el resplandor y el cieno de las horas:
su lienta lid de hostiles mansedumbres,
su comunión de ledas soledades.

¿Cómo alcanzar el límite del vino
o la justeza de la sangre ardiendo
sobre la rosa de los días agraces?

¿Cómo vivir el miedo que nos deja
abarrados y yertos sobre el agua
mientras el gris escualo nos devora?

¿Quién nos fuerza a frenar el sabio instinto?

¿Dónde la contraley que nos obliga
a desoír tanta pasión y hambre
cuando el pan y el amor andan sobrados
en cada piel y en cada boca abierta?

Basta de ser contrario a lo que somos.
No quiero ver a tantos hombres vivos
andar sin fe tras sus amores muertos.




ArribaAbajoLa música callada


ArribaAbajoDeja crecer tu sangre,
que se vaya esparciendo en otros labios,
que su sonido abierto como un río
florezca entre las lágrimas
y nos anegue el alma con esa brisa nueva
a la que al fin la vida nos empuja.

Deja que el fuego avive
el ruido de las horas
encendiendo en el tiempo
un clamor que ya es tuyo.

Y déjate vivir.
Ven a saberte,
a que fluya el tañido del mar entre tus venas
aunque sus olas grises sean ajenas al hombre.

No te resignes.
Vive.
Su voz en tus oídos suena a brisa y a pálpito.

En el vértigo deja que se extienda
tu cuerpo a la intemperie
para que allí propague la luz su piel ardida,
y estalle allí su sangre mordida de silencios
y te invada con furia su música callada.




ArribaAbajoHombre solo


ArribaAbajoCamina un hombre solo, desatada
la cinta del vestido en los ramales.
Se agitan en su carne viscerales
deseos, como sierpe acorralada.

No ignora que su cuerpo es la celada
de trasgos y de espíritus mortales.
El aire tiembla activo; y ancestrales
memorias le revienen de la nada.

Juguete entre los brazos del destino,
el hombre es un modelo inacabado,
principio y luz final ¿de qué camino?

Mis manos delatoras de esta ausencia
suscriben el dolor: Muero callado.
¡Qué cruel es el pesar si se silencia!




ArribaAbajoMarea


ArribaAbajoDe lluvia en lluvia el hombre
tiende su piel. La tunde.
Orea el pecho lazrado con esquirlas de niebla,
sus pájaros de humo.

Deslavazado, astilla
bajo el agua y la sangre, sella su historia amarga
y una piedra lo alumbra.

El légamo lo empapa con sus besos de sombra.
Arde su carne viva
velada tras un sueño de crisol y de yedra.

Se reconoce fuego
en la llama finita de otros ojos.
Cendra, magma, ceniza
bajo el tiempo inflamable.




ArribaAbajoCanto del desposeído


ArribaAbajoAjeno a la palabra que te nombra o te busca,
al sordo pensamiento,
a la sombra del hombre.
Después de haber probado las delicias más dulces
y el dolor de saberte ceniza en lo gozado.

Ajeno a quien me habla y me escucha
y me mide
por mis gestos y manos, mi palabra o mi acento.
Ajeno a toda historia,
incluso a la que sabe
de mis íntimos lances de amor, pasión y olvido.

Ajeno a quien me obliga a ser de otra manera
cumpliendo el deber sacro de conocerme entero.
Ajeno porque nada del mundo te posee.
Ni eres dueño de nada.
Ni nadie te hace sombra.
Ni para nadie eres la luz en el camino.

Ajeno a las caricias del dolor, del oscuro
consejo que la vida nos augura o nos dicta,
ausente,
¡solo!
Solo,
como un héroe esperando
el laurel en las sienes o el acero en la carne.

Ajeno a las mentiras de las voces profanas,
a la dulce lisonja
¡oh, cántaro de nieve!,
al tañido de harpas,
al silbo de serpientes
en las cuevas profundas de la piel y la rabia.

Ajeno siempre ajeno,
como soñaste un día,
desvistiéndote el alma, la palabra, los besos;
caminando desnudo,
a la vista de todos,
carne fértil del alba, vino y pan de la luna.

Ajeno, siempre ajeno, sin padres y sin hijos,
sin temor a la lluvia de la mujer amada.
Ajeno a la materia de la pena y del gozo;
y en esta paz
sereno
y fieramente humano.




ArribaAbajoNaufragio infinito


ArribaAbajoA veces, hombre, olvidas
que has de morirte.

Entonces
vibra ronca en la lluvia el ala de la muerte,
con sínodos de pájaros acude a tus oídos,
en las ramas del sueño prende sus negras luces
y vierte en las raíces sus oscuras palabras.

A veces, hombre, olvidas
que la vida te vence;
que otros hombres alumbran
por los ojos lascados
donde tú ya no habitas
y pronuncian tu nombre
con lenguaje de amor jamás escrito.




ArribaAbajoMapa físico




ArribaAbajoAnónimo


ArribaAbajoHe vertido mi sangre sobre el puente de un río
con sus líquidas puntas de dolor y de hastío.

He sentido la muerte susurrar a mi espalda
robándome los sueños, los besos, las palabras.

Me he desplomado solo, casi sin darme cuenta,
un tosco monumento de vida y de miseria.

Me he derrumbado triste sobre la tierra fría
y he llorado en silencio mi humilde cobardía.

Si me cegó el orgullo, cayó la fosa oscura
donde sólo baladra el can de la amargura.

Sé que roto este hilo de mi leve existencia
no quedará ni sombra, ni piedra sobre piedra.




ArribaAbajoAmigos


(Cáceres, 25 años después)


ArribaAbajoHoy me cuesta entender que mis amigos
no confundan las alas con los besos
y debelen la llama de sus cuerpos
como si nada hubiera acontecido.

Hoy me cuesta creer que sean los mismos
que, burlando la máscara del sueño,
conquistaron el mar, la noche, en cueros,
sin cumplir el más leve compromiso.

¡Quién me iba a decir que habría de verlos,
fieros antes de amor y ansias de lucha,
rotos por el dolor, yertos de angustia,
con un grumo de sal en el aliento!

¡Quién iba a adivinar en su mirada
ese rudo rodar de la agonía
que acabaría volviéndolos tan viejos;
y ese silencio hollando sus palabras,
su penetrable luz, su claro acento!

Ellos que tantas veces han jurado
malvivir con harapos y desnudos
antes de sucumbir a cualquier precio.
Siento que el necio afán haya acabado
por mudar en gris humo tanto fuego.




ArribaAbajoRetribución


ArribaAbajoVine dispuesto a amar sin condiciones,
a ofrendarme sin sombras a la vida,
a remover el hielo de la herida
y a beberme su jugo de aflicciones.

Vine dispuesto a amar, a darme en dones,
a entregarme sin causa y sin medida,
y los hombres supieron enseguida
cómo enturbiar mis limpias intenciones.

Sembraron mi semilla entre la granza;
mudaron mi virtud en podredumbre
y, en tinieblas, la luz de mi esperanza.

Arrojaron a aquella muchedumbre,
famélica de sangre y de venganza,
mi corazón sereno y sin herrumbre.




ArribaAbajoA traición


ArribaAbajoSi un día se nos apaga sobre el amigo roto
un sol de moras
y la lluvia despierta en nuestros ojos
resplandores agraces de tristeza,
sueños quebrados, briznas en los dedos…
¿sabremos regresar a nuestro origen
con la misma luz nidia
del corazón
alfándose en los montes,
anunciando el abismo
mortal del tiempo, el oro
dormido en los vencejos,
fe, taxidermia, flor de escarcha, cimbria,
árbol de bruma, luz de invierno y hambre?

¿O quizás el dolor nos hunda en barro
y consuma la risa derretida
como amarilla cendra de silencio?

¿Será negra la luz?
¿Besará el miedo las olas de la sangre?

La muerte es una roca de durísimo acento
atraída al olvido virgen de una mirada,
y te redaralia, garduña, con sus garras de sombra
al primer desaliento
que se enhebra en tus labios.

¿Por qué contigo, amigo, grato amigo del alma,
posesión infinita,
el nombre que alimento,
vana luz que te aleja cuanto más te aproxima?

Tu silencio no es dulce,
prieto
como la piedra
derramada en el ápex de una granada roja,
una soga de sirgo,
tal vez la que me prende
y te ata y mahiere tantas huellas de plata.

¡Qué más da si la muerte se enreda sin aviso
entre las alas líquidas de un caballo de alambre!

¡Si crece como araña amorosa de espuma
inflamada en los ojos y el corazón y el vientre!

¡Qué más da si en el alba ya no cantan los pájaros
o el amor es leyenda de los cuerpos y el gozo!

¿Dónde estás -me pregunto-, dónde?, que nada queda
sino un vacío de rabia en que medra la noche.

Tu muerte me reaviva contra todo presagio,
sospecha, paradoja, premisa, conjetura,
y me advierte colándose, fiel y aciago enemigo,
en la piel y en la sangre, esas febles fronteras.

Y en lugar de quedarme ahíto a la intemperie
por el agrio alimento de la sal y las lágrimas
me lanzo a la aventura de beberme la vida,
a embriagarme en el brindis ya seco de tu ausencia,
para que me contemple la muerte, enamorado,
y me halle pleno y vivo
con tu dolor adentro.




ArribaAbajoNocturno



I

ArribaAbajoDime, Dios,
tú que siembras
misterios en mis ojos,
surcos de estrellas rotas,
fulgor de fuegos fatuos.

Di qué amargor gravita,
qué cieno de carámbanos,
en este cáliz agrio
donde mis labios beben.

Y dime, Dios,
qué anémona,
qué cruz ha de ser mía,
mía qué voz,
qué lágrima de hiel
que reverbera,
mía qué paz,
qué ansia
como esquirla de lluvia.


II

Es torpe el corazón,
piedra en el oro,
ajado pedernal sobre la espuma,
siempre en hervor de luz,
en humo, en fuego.
Pero es mi corazón
y su memoria
en la zarpa mortal
de algún olvido
habrá sido feliz.
Nocturno frío:
yo, él y Dios,
un único universo.

Dime tú, Dios, ¡mi Dios!,
que no he sabido
con toda mi retórica
más que besar sus labios,
más que abrazar su piel
hasta abrasarme.

Lo siento, joven dios,
que me interrogas,
barro mortal
entre mis torpes manos,
también papá,
lector de tantos libros,
ignora qué puñetas es la vida.




ArribaAbajoAprendiz de sabiduría


ArribaAbajoSabes que el nacimiento duele más que la muerte.
Que nos consume el légamo de las necesidades.
Que el amor es un orden para dioses con suerte.

Sabes que desfallece en la distancia
la amistad si el amigo
deja tu corazón sobre las brasas.

Sabes que las palabras son flores en el viento:
si nadie las pronuncia, se marchitan.

Sabes que nuestras vidas son luces de un momento,
hojas en un paisaje.
Que nadie vive ajeno al día del fracaso
ni una noche de gloria es más digno equipaje.

Sabes que ser valiente te vacía
del amor y el dolor, de cuanto quieres,
de cada sorbo amargo de la vida.

Todo llega hasta ti. Todo se evade.
Es la dura verdad: cuanto más vivas,
más cerca te sabrás del ignorante.




ArribaAbajoRegreso a Asipoe


ArribaAbajoPresiento que, de nuevo,
vendrá la sombra amarga
del poema a mi lado
y verterá en silencio
su agonía de sangre
en mi cuerpo de barro.

¡Cuántos días de hombre
soportando la ausencia
de su dulce arrebato!
¡Cuántas ansias pendientes
de su oscuro latido,
de su gélido abrazo!

Sorbo a sorbo esta vida
al paso de las horas
he ido consumando:
el eterno reflejo
de una triste sonrisa
mi pesar ha callado.

Hoy me entrego de nuevo,
repudiando el olvido,
al dolor de sus labios
y me bebo en los besos
las rosas, los espinos
que brotan de sus manos.

Aunque venga de nuevo
como cruel enemigo
a cubrirme de harapos,
que hunda sus palabras
en mis ojos resecos
de llorar y esperarlo.




ArribaAbajoSeñas de identidad


ArribaAbajoPondré mi corazón encarrujado
en la brasa de sol de la garganta
para verterlo vino entre tus labios.

La música desgarra mis palabras
como esguinces de luz, y el pensamiento
en soledad me funde y me separa.

Soy ceniza de brasa de algún cuerpo
que sin razón se arde y se revela
roto en el grito estéril de su miedo.

Una sombra de nadie que se aleja
deja, al pasar, el tacto de la tarde
en el espejo claro de la alberca.

Nace un deseo abierto en el instante,
un soplo entre la piedra calcinada,
un rastro de pasión sobre la carne.

Soy sólo al fin la piel de la guadaña
que lleva como rúbrica mi nombre
en el delgado filo de la espada.

Después de todo, nada que me asombre
viene a beberse el ansia que proclamo
en este estrecho corazón de hombre.




ArribaAbajoEl peregrino


ArribaAbajoAunque haya cuerpos transparentes
como la inmensidad de los océanos,
cuerpos que se confunden con la lluvia
en el acento de las tardes pálidas,
cuerpos tenaces resistiendo el gozo
y el dolor de nacer,
cuerpos sin cuerpo
avanzando en el lienzo de la sombra,
ya no somos la estirpe de los dioses,
y no calma la sed que ayer ungía
la finitud del agua entre las manos.

Tal vez sea verdad:
la piedra canta
si en su seno renace una sirena,
si en el airado beso de unos labios
arde feraz la escarcha de deseo.

No es de esta tierra el joven peregrino
que después del amor no dejó lastre,
aquel que se detuvo contemplando
la claridad del sol en el sendero
sin estorbar el rumbo de los otros,
el que bordado hasta la sien de sangre
nunca fue la cadena de otro cuerpo
ni su liberador
ni su cobaya.




ArribaAbajoEl legado de arcilla




ArribaAbajoOficio de escribir


ArribaAbajoEscribo ser como si escribo nada,
con la sangre apretada por un puño
creciendo sobre el hueco de la carne.

Escribo amor como si escribo lluvia
para saberme vivo y que tú existes
en el húmedo adiós del horizonte.

Escribo paz como si escribo llanto,
sé que la sed del labio no contiene
tanto dolor de un hombre a la deriva.

Escribo Dios como si escribo muerte
para saberme aquí, que no estoy solo,
que funde el mar mi voz en lo infinito.




ArribaAbajoJuegos de azar


ArribaAbajoPides audiencia.
Gimes.
Hueles a naftalina y a ginebra.
Mascas mi desamor. Raes los besos.
Bebo angustia de sal sobre tus labios.

Hay poco que decir.
Cuando te fuiste,
dejaste hachas de luz.
Bajo mi vientre, un hueco de cristal.
¿Ya no te acuerdas?

Me llamaste infeliz,
poeta loco
sin futuro ni gloria
malhadado,
carne del mundanal cuerpo del mundo.

Hoy acudes a mí, besas mis manos,
abierto el corazón dulce la lengua.

Crees que es posible,
¡dios!,
secar la herida,
el reguero de odio,
el vino agrio,
el volcán limonado de las sábanas.

Lo siento, amor.
El tiempo te devuelve
todo el desprecio aquel que no enjugaste.




ArribaAbajoJardín secreto


ArribaAbajoDeja que me diluya por tu espalda
en el fulvo sendero que inaugura
una herida creciente
alborotada
similar a una mora de verano.

Déjame andar, amiga, los alcores
de un cerrado jardín, solo, en secreto,
que humedezca su savia de palomas,
me hunda en el pilón,
tunda su hierba.

Una punta de miel busca tu gozo.
Pronúnciame en la luz, en llama viva.
Dame a beber tu sed, tu vulva y boca,
el sabor de tu sangre que me quema.

Y quede de los cuerpos sólo el agua
cuando el amor nos halle en el olvido,
en la margen del tiempo, enmarañados.




ArribaAbajoMateria y forma


ArribaAbajoQue tú me digas que ese niño nace
colgado al vientre como piedra suelta
en el vasto desierto de la vida
me vale lo que valen las palabras
pronunciadas al aire sin respuesta.

Que tú me digas que amistad es hambre
o cuchillo de miel o agraz ternura
no me vale, mujer, ya sé qué piensas
que es torpe la pasión que no se halla
en el vértice astral de tu cintura.

Que tú me digas que el amor lo es todo,
redención y dolor, fuego y escarcha,
la razón y la fe, salud y herida
ya no me vale en este mundo aparte
de promesas y frases desgastadas.

Que me digas que un dios venció la guerra
con clavos y con cruces de martirio
no me vale, mujer, pues aquí siento
un cruento fratricidio derramando
la sangre en cada vado del camino.

Que tú me digas que la muerte salva
no me vale, mujer, ya no me vale
que sé que hasta muriendo luchan hombres
cargados de asperezas en la nuca
y abriéndose en columnas vertebrales.

Que me digas que el vacío no es miedo
cuando tunde el silencio de la nada
no me vale mujer, si seré polvo,
ceniza, soledad, ruina de huesos,
hoja seca en el pasto de las llamas.

Mas si quieres, mujer, ser en un cuerpo,
que mi semen de luz siembre tu vida
y me alumbre tu amor en este instante,
todo sobra, mujer, mientras nos salve
un efluvio vital de adrenalina.




ArribaAbajo[Al amor, al dolor has venido]


ArribaAbajoAl amor, al dolor has venido.
Al dolor y al amor. Como el viento.
Al amor como un corzo sediento.
Al dolor como un niño aterido.

En tus labios la calma has traído;
con la furia de un dios, el tormento.
A morir y a vivir sin aliento.
A vivir y a morir sin olvido.

Al amor, a su fruto maduro
avezado a la piel de la boca
como sorbo de olíbano puro.

Al dolor, al fragor de la roca,
al infame terror de lo oscuro
que a tu muerte mi muerte convoca.




ArribaAbajo[A riesgo del amor, aunque me mate]


ArribaAbajoA riesgo del amor, aunque me mate
la cáustica violencia de la vida
me enfrento en soledad y lenta herida
al yugo de dolor que nos abate.

A riesgo de morir en el combate,
te ofrendo el corazón, el alma ardida,
sabiéndome mortal, cumbre rendida
al sórdido rejón que la remate.

Iré donde me lleves: sima o sierra.
Hasta el gozo del fuego a la nevada
de la pena sin fin. En paz o en guerra

tendré, donde la tengas, mi morada.
Y si es que está en el fondo de la tierra,
allí habremos de ser menos que nada.




ArribaAbajoManifiesto


ArribaAbajoComo la tierra moja las raíces
sobre las que el ailanto se levanta
y fecunda la espiga solidaria
con su semen de oro y aspereza,
te he querido.

Como la luz que alumbra a la deriva
la oscuridad de cobre de mi cuerpo
y ese oscuro temblor de no encontrarme
más allá de la nada,
te he querido.

Como la lluvia roja sobre el pecho
o la intensa inocencia de los jóvenes
con la saliva lívida en los labios,
te he querido.

Más allá del amor y de la noche,
en el vientre de liquen de la rabia,
en los ríos febriles de la brisa y el beso,
deseándote más que a la vida
y temiendo tu ausencia más que la negra muerte,
te he querido.

Como piadoso bálsamo en la herida
de la paz que no llega
y el luminoso hallazgo del gozo y la palabra,
te he querido, amor,
tanto
te he querido
-y te quiero-
que para mí no existe en este mundo
nadie
así tú
que enciendes la alegría
en el oscuro cieno de las lágrimas.




ArribaAbajoCredenciales


ArribaAbajoViviendo la inefable costumbre de olvidar
la imagen dolorida del ser y sus desórdenes
donde toda cadencia resuena a viejos odres
y a cardumen de piedras el resuello del mar.

Sufriendo la existencia de este cuerpo fugaz
que, al modo de mi vida, se deslíe en las horas:
tristes peces airados al carel de las olas
invocando otros himnos de corales y sal.

Huyendo de la escoria de los necios rencores,
de la furia de plata, del oro de la cólera,
marcado por la herida de todos los errores,

me bato contra el labio de hielo de tu boca

que en el sueño me vence y en el llanto me acorre
y me busca en secreto y sin ruido me nombra.

Ajeno a ti, a mí mismo, a la infame fortuna
que un día nos encumbra como dios, como ala,
y a la tarde siguiente nos abate y nos calla
en estado inestable de bonheur y locura.

Ajeno a lo que existe, sin saber por qué naces,
por qué mueres o sueñas, te aman o te envidian,
por qué el destino oscuro te premia o te castiga
si entregándote a todo, contra todo te bates.

Ajeno a las palabras ardidas que fundieron
mi voz en vino y carne, tu voz al rojo vivo.

Y ajeno a las miserias de todos los deseos,

seré por las cavernas cerradas del olvido
servil enamorado de tu piel, meseguero
de tu mies y, en tus brazos, eterno peregrino.




ArribaÍcaro


ArribaSi me amas proclamo
lo que dicta
la voz del corazón:
ese ardimiento,
ese fulgor de brasas en el aire,
ese cuerpo febril roto en el agua,
esa líquida sombra de la muerte.

No llego a comprender por qué la vida
pone cercos de cal a las pasiones,
por qué una lluvia débil
impide que alcancemos
nuestro rumbo hacia el sol.
Fatal designio.

Al fin me anegó el mar.
Fundió la lava
mis alas en tu fe, y en ti mi sueño.
Aspirabas tan alto,
al infinito.
Yo apenas si rozaba el vuelo de las nubes.





Anterior Indice