Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoLos adioses de Mario Benedetti

Rosa María Grillo (Universidad de Salerno, Italia)


Primer encuentro, adiós y reencuentro o bienvenida son etapas ineludibles de toda vida humana y por ende de toda literatura; el adiós, por su posición intermedia, se puede relacionar tanto con el primer encuentro -el fulgurar de una mirada o la suerte inesperada que pone en contacto dos vidas- como con el reencuentro, el momento de felicidad -de interrogación o de decepción- después de una separación. En las situaciones narrativas -textos en que se narre algo en movimiento- hay inevitablemente adioses y bienvenidas, alejamientos y acercamientos, ausencias y reencuentros aunque, claro está, no siempre explícitos y no siempre decisivos o funcionales al desarrollo de la acción.

La escena de adiós, por supuesto, puede tener los más variados actantes y escenarios, desde el clásico entre amantes (el de Héctor y Andrómaca, por ejemplo, adiós real, in praesentia, definitivo), al otrosí clásico adiós a un lugar (el de Lucía a su pueblo en Los novios de Alejandro Manzoni), o el adiós a un tiempo o una etapa de su propia vida («Escrito en el agua» de Ocnos de Cernuda) o a la vida misma (la última carta del joven Werther goethiano a su amigo). También la forma puede ser muy airada, desde el monólogo de Lucía al diálogo homérico al adiós epistolar. En estas tan variadas posibilidades (en la vida como en la literatura) a los adioses realizados (cuando se realiza la escena del adiós, con la elaboración del duelo a través de un rito que vuelve doméstica, aceptada la separación161) se oponen adioses imaginados (todo el texto de Albertine disparue de Proust es una meditación y una construcción imaginaria de posibles escenas de adioses) y adioses in absentia (de tanta poesía lírica -Catulo- y textos teatrales -delante el cuerpo del amado- Romeo and Juliet) o separaciones silentes (sin el rito del adiós, lo que vuelve más terrible aún la ausencia: «Si hubiera podido hablarle por última vez...» es frase repetida de tanta literatura y de tanta vida vivida). No faltan tampoco escenas reales de falsos adioses (entre los cuatro amantes de Cosí fan tutte de Mozart-Da Ponte).

¿Quién, entre poetas, dramaturgos y narradores no ha afrontado por lo menos una vez una escena de adiós, de cualquier tipo y motivación (el deber, el destino, el desamor, etc.)? Tampoco en Benedetti faltan escenas de adiós aunque en él no se encuentren generalmente relacionadas con el primer encuentro, un topos que ya ha merecido estudios sistemáticos (Rousset 1989), sino con el reencuentro. Y, estadísticamente se hacen más frecuentes en su narrativa y en su poesía de los últimos 20 años, cuando su mundo creativo ha empezado a moverse alrededor de una fractura, un alejamiento, no determinado por causas internas a la pareja o al grupo sino externas: la clandestinidad, la cárcel, el exilio. Es decir, a lo largo de la década del 60, se verifica un aumento de escenas o situaciones de adiós y a un cambio neto en la tipología y morfología de los mismos en correspondencia con un cambio sustancial en su vida, cuando su mirada pasa de ética a ideológica, y sus personajes de civiles a políticos y se ven además involucrados en historias y sentimientos no ya individuales e íntimos (soledad, amor, celos, etc.) sino colectivos (guerrilla, solidaridad, odio de clase o ideológico, etc.).

A sus primeros personajes de la mediana burguesía no se ajustaban adioses melodramáticos y, aún menos, trágicos. Rafael, el protagonista de «No tenía lunares» (Esta mañana, 1949), con el revólver en el bolsillo trasero del pantalón, teniendo frente a sí a su mujer y al amante de ella, hace prefigurar un adiós trágico y sangriento. Nada de todo eso: después de un recorrido en taxi que parece fruto de la ira y de la irracionalidad, lleva a término una venganza lúcida y premeditada, dejando en casa de la suegra a su hijo, a su mujer y a su amante y obligando a éste último a mantenerlos. Por lo tanto, la escena trágica (adiós = uxoricidio) viene escamoteada a favor de una solución de tono gris, aun no exenta de humor, que evita la tragedia y bien se ajusta a este «paisito de clase media, sin tragedias, sin volcanes» que es el Uruguay de mediados del siglo. Igualmente grotesca es la despedida de soltero de «Caramba y lástima» (Montevideanos, 1959), mientras el cuento «Los novios» (Montevideanos) confirma la imposibilidad -en el Montevideo pequeño-burgués de la época- del adiós como libre elección y autodeterminación: los novios prefieren, a un adiós que cambiaría toda una vida hecha de costumbres y manías compartidas por veinte años, la monotonía de su cansada relación. En La tregua (1960) tampoco se asiste al adiós entre Santomé y Avellaneda ya que el destino no permite este último encuentro, y esto sí hubiera sido trágico y definitivo, un adiós romántico a la persona amada al mismo tiempo que a la vida.

Tampoco la poesía de esta primera época (aproximadamente hasta el fin de los 60) nos proporciona muchos adioses, que no sean los reales dirigidos a amigos y compañeros cubanos después de la primera experiencia de Benedetti en la isla («Habanera» de Contra los puentes levadizos, 1966) o los que simbolizan cambios de vida y de actitudes («Sigo en pie / por latido / por costumbre / por no abrir la ventana decisiva / ... / sigo en pie / por pereza en los adioses / cierre y demolición / de la memoria»; «En pie» de la misma colección); es decir, ya en estos años, se impone la dimensión social e histórica de las relaciones humanas, más que la individual-sentimental.

En los años 60 Uruguay deja de ser la Suiza de América o la Atenas del Río de la Plata y, paso a paso, consigue dignidad de país latinoamericano, con sus tragedias y sobre todo la necesidad de romper con la monotonía, la repetición, la rutina. Ahora sí que los adioses se abren paso en la literatura de Benedetti con todas sus facetas y formas, con todos sus matices y modalidades pero siempre con una constante: es la Historia la que impone separaciones y despedidas y que hace el reencuentro -cuando lo hay- problemático.

«El país ha cambiado a una velocidad vertiginosa en esta última década. Y en la misma medida en que el país ha cambiado, ha ido cambiando el país que está en mí», había dicho Benedetti en una entrevista del 71. La desorientación y la angustia del uruguayo repentinamente privado de sus antiguas certidumbres necesitan, para expresarse artísticamente, otros registros. Renunciando al realismo crítico urbano que, en prosa como en poesía, le había proporcionado tan buenos frutos, con los cuentos -fantásticos los más- de La muertey otras sorpresas (1968) y con la novela en verso El cumpleaños de Juan Ángel (1971), Benedetti, utilizando recursos y estructuras narrativas del fantástico y del super-realismo, da voz a un Uruguay que va entrando en el mundo de lo absurdo y de los horrores latinoamericanos. Los encuentros, adioses y reencuentros repetidos cíclicamente en «MissAmnesia» (La muertey otras sorpresas), que por su repetitividad se han vaciado de sentido, responden al momento de incredulidad, de suspensión del juicio del uruguayo medio frente a los cambios repentinos de su país; sólo tres años más tarde El cumpleaños de Juan Ángel constituye el «punto de no regreso», la virada irreversible hacia el compromiso más directo y políticamente definido: toda la novela se puede leer como un testamento espiritual, un adiós prolongado a la vida en el cual el tono épico ideológicamente sostenido y la estructura particular que no permite la identificación -ironía, verso narrativo, vaivenes de la memoria, tiempo comprimido- aniquilan sentimientos patéticos y melodramáticos.

A partir de los títulos posteriores (Letras de emergencia, 1973, Poemas de otros, 1974, Con y sin nostalgia,1977, etc.), la circunstancia concreta se impone otra vez, y la vida real de los uruguayos -la guerrilla, la tortura, el exilio- le exige a Benedetti una representación realista. Es ahora cuando la partida y la separación forzosa por causas políticas (de una pareja, de un grupo familiar, de amigos, etc.) se impone como tema obligado, llegando a representarse en un amplio abanico de situaciones y modalidades de adioses y reencuentros. Hasta en estos trances tan difíciles, Benedetti no renuncia a cierta dosis de humor, describiéndonos uno de los adioses más grotescos de todas las literaturas: «Al principio, aunque eran muchos los que emigraban, siempre eran más los que iban a despedirlos a puertos y aeropuertos. Pero el día en que partió un barco con mil emigrantes y fueron despedidos por sólo veinticuatro personas, el hecho insólito fue registrado por la indiscreta cámara de un fotógrafo extranjero, y la publicación de tal testimonio en un semanario de amplia circulación internacional dio lugar a una nueva invocación patriótica del presidente [...] Hay que reconocer que los militares fueron de los que se quedaron hasta el final [...] Sí, los militares (y los presos, claro, pero por otras razones) se quedaron hasta el final. Sin embargo, cuando el éxodo empezó a adquirir caracteres alarmantes, y los oficiales se encontraron con que cada vez les iba siendo más arduo encontrar gente joven para someterla a la tortura [...] también ellos, al encontrarse en cierta manera desocupados, empezaron a buscar pretextos para emigrar» («Sobre el éxodo», de Con y sin nostalgia, 1994: 291-295). A la misma colección pertenece «Gracias, vientre leal», el texto de Benedetti que con más razón podría integrar cualquier antología sobre el adiós y hasta podría legítimamente titularse «Adiós vientre leal»: la lucha armada le impone a «él» el silencio sobre una acción «particularmente riesgosa» («A nadie», había dicho el Colorado, «a nadie, ni siquiera a tu mujer», 1994: 298) y por lo tanto, «él» siente y vive la última noche como un adiós, como la última vez, con un enfrentamiento continuo entre rutina y unicidad, amor e ideología, deseo y deber, mientras que «ella»,aun presintiendo algo raro, no se da cuenta de nada; es un adiós silente, unilateral, implícito, probablemente definitivo, «realizado» sólo a medias ya que falta la asunción total y consciente del rito del adiós constituida por la elaboración compartida del duelo.

Es ésta una de las tantas historias y relaciones derrumbadas por la situación política uruguaya: aquí, un adiós unilateral y, quizás, la muerte; otras veces, la consecuencia última de una existencia golpeada y despedazada por la Historia es el adiós a la vida, como en «Como Greenwich» (Geografías, 1984) y «La sirena viuda» (Despistes y franquezas, 1990): en el primero, la muchacha -Susana, Elena o Inés- justifica su deseo de suicidarse -declama su adiós al mundo- con palabras y conceptos inequivocables, propios del exilio, geográfico o existencial ya no importa: «[...] estoy afuera. Me han dejado afuera. Como se deja un objeto. Un objeto usado, averiado, para el que no hay repuestos» (1994: 386).

La última etapa de esta trayectoria de adioses es la despedida de quien al fin regresa y deja, por supuesto, amigos y lugares queridos: «en ciertas ocasiones, el desexilio puede ser tan duro como el exilio y hasta aparecer como una nueva ruptura» (Benedetti 1985: 9). Hasta puede provocar los mismos sentimientos del exilio, como la contranostalgia (¿un neologismo más de Benedetti?): «Junto con una concreta esperanza de regreso, junto con la sensación inequívoca de que la vieja nostalgia se hace noción de patria, puede que vislumbremos que el sitio será ocupado por la contranostalgia, o sea, la nostalgia de lo que hoy tenemos y vamos a dejar: la curiosa nostalgia del exilio en plena patria» (1985: 41). Eso es exactamente lo que le ha pasado a Benedetti -por lo que afortunadamente hoy lo tenemos aquí, en Alicante- y a Fernando, el protagonista del cuento «Recuerdos olvidados» (Despistes y franquezas), que no se atreve a enfrentarse con otra condición de desarraigo, y prefiere quedarse presenciando al regreso de los demás: «Ésta debe de ser la trigésima despedida. Es un trámite que Fernando Varengo conoce de sobra. Como testigo, claro; no como viajero» (1994: 583). No es fácil decidirse a viajar, a volver o a quedarse: Miguel y Carmen se han ido ya que, con la democracia, «Todos regresan al país, aunque después algunos regresen del regreso» (584), como Aníbal, que «decidió volver a Madrid después de un mes y medio en Montevideo» (586); en cambio Fernando y Lucía se quedan con sus dudas, sin decidirse a nada: «Todo es transitorio, Fernando, todo es provisional. Estamos con un pie aquí y otro en la frontera. Es tu caso y es el mío. ¿Qué proyectos podemos hacer?» (596). Adioses, regresos: si en la ida no siempre se han podido realizar las escenas de adiós por las condiciones de urgencia, de peligro o por la intervención brutal de la policía («Gracias vientre leal» es un caso ejemplar), ahora el adiós entre quien regresa y quien se queda asume los semblantes de un agon entre nostalgia y contranostalgia y, a menudo, la victoria es sólo provisional, hasta la siguiente escena de adiós, o hasta cualquier imprevisto que sacuda el delicado equilibrio de los actantes.

Leyendo los cuentos de Benedetti como un macrotexto, se pueden reconstruir historias (algunas novelas de Benedetti tienen una estructura fragmentada, abierta, como Primavera con una esquina rota162, 1982, y Andamios163, 1996) juntando a un adiós aquel otro momento tan significativo que es el reencuentro, que sólo a veces coincide con el regreso, es decir con el reencuentro con el lugar. Como ha escrito Benedetti en diversas ocasiones, tanto creativas como ensayísticas, después de una separación tan traumática la relación nunca podrá ser la misma, no será posible reanudar existencias pasadas por trances tan cruciales, por lo menos para personajes centrales cuyo reencuentro tiene un papel decisivo en el desarrollo de la acción. Es cierto que hay unas cuantas historias con un final feliz, pero siempre como «de segunda mano», por sentito dire o para demostrar algo más allá de la historia de amor en sí: la pareja que finalmente se reencuentra en Holanda -en la sección Exilios de Primavera con una esquina rota- no interesa a Benedetti por sí misma, sino como prueba y resultado de la acción solidaria de un grupo de holandeses.

Primavera con una esquina rota, que podemos definir la novela del exilio164 y de la separación, elude tanto escenas de adioses (la novela empieza con Santiago ya en la cárcel) como de reencuentros (termina en el momento inmediatamente anterior, cuando Santiago llega al aeropuerto de una ciudad centroamericana donde lo están esperando su mujer Graciela, su hija Beatriz, su padre Rafael y Rolando, el otro). Pero, hablando de exilios, anticipa temas sucesivos poniéndose como pendant de los artículos escritos en aquellos años sobre el desexilio (suyo es el neologismo, acuñado en Primavera con una esquina rota), y parcialmente recogidos en volumen (1985). Lo que Benedetti escribe en el artículo del 83 «El desexilio» («Que los amigos, o los hermanos, o los miembros de una pareja, al reencontrarse, sepan de antemano que no son ni podrán ser los mismos», 40) ya lo había anticipado en la escritura creativa de la novela, en las preguntas que se hace Graciela («¿Será que la cárcel ha convertido a Santiago en otro tipo? ¿Será que el exilio me ha transformado en otra mujer?», 1982: 98) y en las reflexiones de Rafael («Cuando suplician a un hombre, lo maten o no, martirizan también [...] a su mujer, sus padres, sus hijos, su vida de relación. Cuando revientan a un militante [...] y empujan a su familia a un exilio involuntario, desgarran el tiempo, trastruecan la historia para esa rama, para ese mínimo clan [...] La Graciela de ahora es otra cosa y él también ha cambiado», 103 y 148).

En Primavera con una esquina rota Benedetti no nos permite averiguar la veracidad de esas palabras ya que la novela, como decíamos, se cierra en el instante mismo del reencuentro, dejando abiertas todas las posibilidades, pero con una gruesa hipoteca: la relación entre Rolando y Beatriz no hace sino confirmar la imposibilidad de empezar de nuevo como si nada hubiera pasado, imposibilidad presentida por los personajes, hasta por Santiago que desde la cárcel añoraba y extrañaba a su mujer pero sin esconderse a sí mismo las dificultades del reencuentro.

En cambio, sí asistimos al reencuentro en «El hotelito de la rue Blomet» (Con y sin nostalgia), que podría considerarse la evolución «positiva» de «Gracias vientre leal» («positiva» sólo en el sentido de que aquel adiós no había sido definitivo): después de una larga separación (él en la cárcel, ella «borrada» y luego en el exilio), la pareja -una vez más sin nombres- se encuentra en un hotelito de París, intentando recobrar el tiempo pasado, los cuerpos, las sensaciones. No lo consiguen porque el exilio, la cárcel, las torturas han roto algo que no se puede reanudar. Y lo saben muy bien: «Todos estamos inseguros, ¿no? [...] Si vos y yo hubiéramos roto por algún conflicto personal, por alguna gresca de pareja, sería distinto. Pero yo y vos éramos una linda pareja, ¿no?». «Eramos sí» [...] «Nos partieron en dos.» «Más que eso -dijo ella- nos partieron en pedacitos». (309 y 311 ). Imposible anular años y torturas también para Roberto y Delia, de «Geografías» (Geografías), otro delicado y poderoso cuento sobre un reencuentro casual, una vez más en París, aparentemente prometedor. Hallamos elementos tanto de «Gracias vientre leal» como de «El hotelito de la rue Blomet» en esta historia que, si bien empieza con tono liviano, irónico y con tonalidad de juego («Pavadas que uno inventa en el exilio para de algún modo convencerse de que no se está quedando sin paisaje, sin gente, sin cielo, sin país. Las geografías, qué delirio zonzo [...] Un juego elemental y más bien opaco, que sólo se explica por la mufa», 1994: 368) termina en angustia total, en la imposibilidad hasta de hablar porque no se puede decir lo indecible. Con las palabras mismas de Benedetti, aquí verdaderamente insustituibles, voy a contar esa historia, haciendo zapping de una página a otra, de una frase a otra, hasta haciendo violencia, pero fiel, por supuesto, al verbum benedettiano: «Allá por el 69, antes del delirio militante y la locura represiva y las pintadas en los muros y la irreversible clandestinidad, pasamos buenas noches y mejores siestas, ella y yo [...] Después vino la época dura y las respectivas militancias nos empezaron a separar. Los horarios (también la lucha política tiene horarios y qué severos) conspiraban contra nosotros [...] En un abril que políticamente fue más bien calentito, nos encontramos una sola noche y, sin que en ese instante lo supiéramos, fue la última. Cuarenta y ocho horas después, tuve que borrarme, y ella, tres días más tarde» (368). Es una historia truncada, sin la escena de adiós -es decir sin la elaboración del duelo-, sin tener noticias recíprocas por muchos años, hasta ese inesperado encuentro en París y la tentativa de reencontrarse, de borrar la distancia y el horror: «Me mira con una nueva atención y dice cuánto tiempo eh, cuánto tiempo y cuántas cosas [...] Me toma una mano y la guía lentamente hasta su suéter marrón, en realidad hasta uno de sus pechos bajo la lana peinada [...] No puede ser, no va a ser, no hay regreso, entendés. Eso es lo que dice. No puede ser, por mí y por vos. Eso es lo que dice. Todos los paisajes cambiaron, en todas partes hay andamios, en todas partes hay escombros. Eso es lo que dice. Mi geografía, Roberto. Mi geografía también ha cambiado. Eso es lo que dice» (372).

Los cambios en las geografías, humanas y físicas, hacen difícil el reencuentro. Y los andamios no siempre son suficientes para reconstruir una relación o una amistad, sostenerlas a lo largo de los años y permitir un reencuentro feliz, como lo demuestra la última novela de Benedetti, titulada precisamente Andamios, definida la novela del desexilio165 por el mismo Benedetti: «Este libro trata de los sucesivos encuentros y desencuentros de un desexiliado, que tras doce años de obligada ausencia, retorna a su Montevideo de origen, con un fardo de nostalgias, prejuicios, esperanzas y soledades» (1996: 1l). Alrededor de la historia de Javier, el protagonista, giran muchas otras historias: sólo en éstas, laterales o «de segunda mano», como ya he anotado precedentemente, se dan unos cuantos casos de reencuentros positivos, aunque difíciles, como el de Fermín y Rosario («La reinserción no fue fácil. Diez años son diez años. Dejaron huellas. En ella y en mí. Aunque te parezca mentira, creo que tuvimos que reenamorarnos, empezando ahí también desde cero. O desde menos cinco. Porque Rosario es otra y yo soy otro. Por suerte, desde ambas otredades volvimos a gustarnos», 30); pero generalmente, sea cual sea la relación -amigos, familiares, pareja, amantes, etc.- la decepción o el simple distanciarse de intereses y sentires son los sentimientos dominantes. Se trata de una novela prevalentemente escénica, que pone en acto la técnica de la mise en abime: cada uno cuenta su propia historia de separación y reencuentro, junto con pedazos de historias de amigos y conocidos, llegando así a constituirse una especie de panel en movimiento que cambia continuamente de personajes y de ópticas. Javier ha decidido «desexiliarse» dejando en Madrid a su mujer, Raquel, y a su hija, Camila. Una historia de amor contracorriente, ya que «el exilio nos unió y ahora el desexilio nos separa. Hacía tiempo que la cosa andaba mal, pero cuando la disyuntiva de volver o quedarnos se hizo perentoria, la relación de pareja se pudrió definitivamente» (16). Ya en Montevideo, Javier empieza una relación con Rocío, sin duda positiva: no es en puridad un reencuentro según lo hemos entendido hasta ahora, ya que sólo habían sido compañeros de militancia, y sobre una amistad se injerta la relación sentimental; al enterarse de la trágica muerte de Rocío, y de los traumas sufridos por Javier en un accidente de tráfico, Raquel envía un fax anunciando su llegada: esto sí será un reencuentro, y además en el desexilio, es decir un regreso al grado cero, un reencuentro con la pareja y con el lugar, un volver a la situación primaria, antes de... Benedetti, como en Primavera con una esquina rota, no consigna al lector ningún desenlace, deja el final abierto, con el avión llegando a solucionar (¿solucionar?) situaciones complejas, en difícil equilibrio: ni el exilio ni el desexilio cierran puertas, y cierto no es por casualidad que el aterrizaje del avión cierre las dos novelas, la del exilio con la llegada de Santiago y la del desexilio con el regreso de Raquel.

El reencuentro de Javier con los viejos compañeros tampoco es fácil, lo que separa es siempre la diversidad de la experiencia: como en las parejas hasta aquí examinadas, el exilio del uno y el insilio (o la cárcel) del otro abren abismos e incomprensiones («hay quienes hasta reciben mal a los que regresan», comunica Fermín a Javier, 29) y resulta incómodo rememorar los viejos tiempos, y más aún los años duros de la dictadura y las difíciles elecciones individuales.

Las cosas no proceden mejor con los lugares: en la imaginación desde el exilio y en los relatos de quien ha regresado, la geografía urbana se presenta desoladora: «Dieciocho de Julio ya no tiene árboles, ¿lo sabían? Ah. De pronto advierto que los árboles de Dieciocho eran importantes, casi decisivos para mí. Es a mí al que han mutilado. Me he quedado sin ramas, sin brazos, sin hojas. Insensiblemente, el juego de las geografías se transforma en una ansiosa indagación [...] Además, informa Delia, por todas partes hay andamios de obras suspendidas, o solares con escombros (Geografías, 1994: 369-370). Lo que es peor, es que estas «geografías» coinciden perfectamente con lo que Javier encuentra a su regreso: avenidas ya sin árboles, calles que han cambiado de nombre, edificios antiguos abatidos para construir anónimos rascacielos o parking. Y sobre todo, el Jardín Botánico, un reencuentro expresamente buscado y, quizás precisamente por esto, decepcionante: «Desde su vuelta al país, Javier tenía una asignatura pendiente: reencontrarse con el Jardín Botánico [...] Pero el Jardín Botánico actual no se correspondía con el que había resguardado con mimo en su memoria. O tal vez él no era el mismo. Una niebla de más de veinte años los separaba» (1996: 155). Podemos considerar «Llamaré a Mauricio» (Despistes y franquezas) el cuento del desexilio por antonomasia, donde encontramos, concentrados, algunos de los temas de Andamios: «Después de todo, hace sólo dos meses que regresé, tras doce años de distancias. La ciudad es y no es la misma. Las mismas baldosas flojas de la vereda [...] Pero hay también un deslustre, un deterioro, que son nuevos» (1994: 554). El tiempo pasa, cambia el mundo y cambia la gente pero, leitmotiv de Andamios, de «Llamaré a Mauricio» y, me atrevo a decir, de toda la obra del desexilio de Benedetti, es la constatación de que cada trocito de la realidad uruguaya ha cambiado autónomamente, y nadie quiere renunciar al privilegio de sentirse depositario de la verdad: «Lo que ocurre es que el país ha cambiado y yo he cambiado. Durante muchos años el país estuvo amputado de muchas cosas y yo estuve amputado del país [...] No es frecuente que el que se quedó le pregunte al que llega cómo le fue en el exilio. Y tampoco es frecuente que el que llega le pregunte al que se quedó cómo se las arregló en esa década infame. Cada uno de nuestros países creó su propio murito de Berlín y éste aún no ha sido derribado»166 (1996: 247-248).

Para Benedetti el desexilio tampoco fue fácil: ojalá que reconocimientos como éste -y como el que por fin le otorgó la Universidad de Montevideo en diciembre de 1996- ayuden a derribar esos muritos y a reconstruir una identidad no fracturada, del hombre y del país.

Bibliografía citada

(En el texto, indico el título y la fecha de publicación de las colecciones de cuentos y poesías, pero cito de los Cuentos completos y de Inventario).

Benedetti, Mario, entrevista de Ernesto González Bermejo, Casa de las Américas nº 65-66, 1971, pp. 148-155.

Benedetti, Mario, Primavera con una esquina rota, México, Nueva Imagen, 1982.

Benedetti, Mario, El desexilio y otras conjeturas, Madrid, El País, 1985.

Benedetti, Mario, Inventario (1950-1985), Montevideo, Seix Barral, 1993a.

Benedetti, Mario, Inventario Dos (1986-1991), Buenos Aires, Espasa Calpe/Seix Barral, 1993b.

Benedetti, Mario, Cuentos completos, Madrid, Alfaguara, 1994.

Benedetti, Mario, Andamios, Buenos Aires, Espasa Calpe/Seix Barral, 1996.

De Martino, Ernesto, Morte e pianto rituali, Torino, Boringhieri, 1975 (1ª. edic. 1958).

Gómez Mango, Edmundo, «El desamparo del exilio», en Temas de psicoanálisis nº 10, 1988, pp. 47-56.

Grillo, Rosa María, «Voces y personajes en Primavera con una esquina rota», en Novela y exilio. En torno a Mario Benedetti, José Donoso, Daniel Moyano, Montevideo, Signos, 1989, pp. 145-191.

Grinberg, León y Rebeca, Identità e cambiamento, Roma, Armando Armando, 1976 (1ª. edic. 1975).

Grinberg, León y Rebeca, Psicanalisi dell'emigrazione e dell'esilio, Milano, Franco Angeli, 1990.

Rousset, Jean, Leurs yeux se rencontrérent. La scéne de la premiére vue dans le roman, París, Corti, 1989.

VV.AA., Addii. Testi di congedo / Congedo nei testi, Roma, Bulzoni, 1996.