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Mihai Eminescu en el centenario de su muerte

Omar Lara

En el otoño de 1869 un joven poeta rumano llegaba a Viena, a la sazón una de las capitales culturales europeas. El joven en cuestión había ganado ya una estimable notoriedad en su país, donde era habitual colaborador de algunas de las más importantes revistas literarias.

Mihai Eminescu tenía entonces 19 años, era poseedor de una sólida cultura, sobresaliente sobre todo en los dominios de la historia y de la filosofía, además de las literaturas más afines entonces para los escritores rumanos, como la alemana. De hecho había conocido la obra de Shakespeare en la lengua de Goethe. Por el autor inglés sintió siempre una admiración indisimulada y uno de sus poemas, «Los libros», comienza así: «¡Shakespeare!/ [...] /Amigo generoso de mi alma;/ la fuente plena de los cantos tuyos/ me viene al pensamiento y los repito./ Implacable eres tú y delicado,/ la Tempestad es hoy tu voz es suave;/ te muestras como Dios en mil facetas/ lo que sabes ni un siglo lo enseñara». Eminescu siguió estudios universitarios en Viena y posteriormente en la Facultad de Filosofía de la Universidad Friedrich-Wilhelm de Berlín. Además de sus intensos cursos de Filosofia e Historia antigua y moderna, el poeta continuó investigando y ahondando sus conocimientos sobre folklore rumano, prodigiosamente rico y que ejerciera una honda influencia en su obra.

Hace unos diez años traduje para la Editorial Minerva de Bucarest una amplia antología de Mihai Eminescu. Hoy, a poco de conmemorarse el centenario de su muerte, la figura y la obra de este alto exponente del romanticismo europeo (se le menciona naturalmente junto a Lord Byron, Victor Hugo, Hölderlin, Leopardi, Lérmontov) permanece para nosotros como una fulgurante revelación. Rumanía es un país de poetas. De espléndidos poetas y escritores. Algunos han trascendido las fronteras de ese país, singular enclave latino en un gran espacio eslavo. Panait Istrati, Eugen Ionescu, E. M. Cioran, Mircea Eliade, Ilarie Voronca, Tristan Tzara, para mencionar a algunos. Un muy digno continuador de esta tradición, uno de los más jóvenes y brillantes, Marin Sorescu, reveló así ese sentimiento de propiedad y cercanía con el «Poeta nacional» que hoy recordamos: «... Eminescu no ha existido./ Ha existido solo un bello país/ en una orilla del mar/ donde las olas hacen nudos blancos/ como una despeinada barba de emperador./ Como algunas aguas como algunos árboles escurridizos/ en los que la luna tenía su nido rotante/ [...] Han existido también algunos tilos/ y dos enamorados/ que sabían recoger todas sus flores/ en un beso./ Y algunos pájaros o algunas nubes/ vagando sin cesar sobre ellos/ como amplias y movedizas llanuras./ [...] Y porque todo esto/ debía tener un nombre./ Un nombre único./ Se les llamó/ Eminescu». (Traducción nuestra).

Eminescu tuvo una existencia breve: su vida se extingue a los 39 años víctima de una enfermedad que lo estaba minando sin tregua desde los 33 años. En vida publicó solo una parte de su obra, dejando inéditos muchos de sus cuidadosos cuadernos, variantes y borradores.

Poeta, dramaturgo, prosista, periodista encendido, su obra se desplaza entre una rigurosa universalidad y el intenso latido de su lar natal. Fue coetáneo de otros dos gigantes de la literatura rumana y universal: I. L. Caragiale y Ion Creangă. Termino esta nota transcribiendo algunos párrafos de las «Palabras preliminares» redactadas para la mencionada traducción eminisciana: «Conociendo las riquísimas vertientes de la poesía popular rumana, la solidez de sus poetas clásicos, el brillo de los poetas modernos; conociendo especialmente la poesía y el pensamiento de Mihai Eminescu (la ensoñación y el sentido de lo real, la audacia -formal y expresiva- y la delicadeza), no es difícil explicarse el florecimiento de la poesía rumana actual. Señalo este hecho evidente como un homenaje -tal vez el más significativo- a la figura de Mihai Eminescu, un rumano para la humanidad».

Lejos estoy de ti

Lejos estoy de ti y solo junto al fuego

repaso mi existencia que suerte no ha tenido.

Ochenta años parece que en el mundo he vivido,

que habrás muerto y que viejo yo soy como un invierno.

Poco a poco hasta el alma resbalan los recuerdos

y las pequeñas cosas del pasado despiertan;

con sus dedos el viento los cristales

mi pensamiento hilvana hilo de dulces cuentos.

Pareciera que entonces en la niebla caminas.

Ojos grandes, llorosos, manos frías, delgadas,

con tus brazos te cuelgas de mi cuello, me abrazas,

vas a hablar, me parece... pero luego suspiras...

Contra mi pecho ciño joya amorosa y bella,

y nuestras pobres vidas en un beso se estrechan...

Oh, la voz del recuerdo para siempre enmudezca,

que olvide para siempre la dicha que tuviera,

que olvide cuán ligero te fuiste de mi huerto,

¡Estaré viejo y solo, ha mucho que habrás muerto!



Y si de madrugada

Y si de madrugada ocurre que te veo

seguro que en la noche con un tilo yo sueño.

Y si durante el día paseando encuentro un tilo

en mi sueño, en la noche, miras los ojos míos.



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