Perfil personal de Francisco Rabal
Francisco Rabal nace el 8 de marzo de 1926 en la
Cuesta del Gos, Águilas, Murcia, en el seno de una familia
minera; sería el tercero de cuatro hermanos. Debido a la
inutilización de las minas con motivo de unas inundaciones, su
padre tendrá que buscar trabajo en otro sitio, y a los seis
años se trasladará con toda su familia a Madrid, donde se
ganará la vida con la construcción de túneles de la
nueva red ferroviaria a Burgos. En 1937, con el recrudecimiento de la
guerra civil, los hijos serán enviados de regreso a
Águilas a vivir con sus abuelos, volviendo a Madrid a finales del
año siguiente. Paco Rabal, todavía niño, trabaja
entonces de vendedor ambulante, y cuando aún no había
cumplido los catorce años, a principios de 1940, entra en la
fábrica de Chocolates Gelabert, actividad que compaginaría
con unas clases nocturnas gratuitas que se impartían en un
colegio de los jesuitas. Dos años después empieza a
trabajar como electricista en los Estudios Chamartín, lo cual le permite empaparse del ambiente
cinematográfico, su auténtica pasión. En los
descansos para comer se aprendía los guiones que encontraba, y si
había algún papel insignificante se ofrecía a
hacerlo, aún sin fortuna.
Su primera aparición física
reconocible en la pantalla se produciría en El crimen de
Pepe Conde (José López Rubio, 1946) como ayudante de un
mago en un espectáculo, y su primer papel con
frase es en Reina santa (Rafael Gil, 1947), dándole la
réplica a Fernando Rey, posteriormente gran amigo y
compañero actoral. Para entonces ya trabajaba como electricista
en Sevilla Films, donde le pagaban mejor, y además le resultaba
más sencillo aparecer en películas. A su vez,
comenzó a hacer en 1946 pequeños papeles de meritorio
sobre el escenario del teatro Infanta Isabel en obras como Me
casé con un ángel y Diario íntimo de la
prima Angélica.
Su casual amistad con el poeta Dámaso Alonso, vecino del barrio en donde vivía la familia Rabal, generó una carta de recomendación suya enviada a Luis Escobar, entonces director del Teatro Nacional María Guerrero, que en 1947 le dio un papel secundario en Miss Ba, espectáculo en el que le vería actuar José Tamayo, director de la compañía Lope de Vega, que al año siguiente le contrataría para hacer una gira por provincias y le daría su primer papel importante en El coronel Bridau. El primer actor era Carlos Lemos, de quien aprendió mucho, y una de las primeras actrices era Asunción Balaguer, de la que se enamoró, y a quien pidió matrimonio durante un viaje a Marruecos de la compañía para representar Otelo en las bodas del Jalifa.
La compañía Lope de Vega se fue de
gira por América en 1949 durante casi dos años, con
Asunción pero sin Paco, que prefirió quedarse en
España para probar fortuna en el cine. Y la tuvo, ya que en 1950
hacía su primer papel protagonista, y también tuvo fortuna
en el amor, porque Asunción regresó a España antes
de que acabara la gira teatral para casarse con él el 2 de enero
de 1951. Fruto de su matrimonio nacerían dos
hijos, Teresa y Benito, que también harían carrera en el
mundo del espectáculo. Paco Rabal seguirá haciendo teatro,
con importantes éxitos como La muerte de un viajante (1952),
Edipo (1954) o Julio César (1955), pero su
apuesta por el cine es más fuerte, cosechando premios de
interpretación por Hay un camino a la derecha (Francisco
Rovira Beleta, 1953), La guerra de Dios (Rafael Gil, 1954) y Amanecer
en Puerta Oscura (José María Forqué, 1957). En 1955
da el salto al cine italiano, y su primer gran papel es en Prisionero
del mar (Gillo Pontecorvo, 1957), aunque, paradójicamente, se
consagrará internacionalmente trabajando para un director
español, Luis Buñuel, con su interpretación como Nazarín
(1958) y su papel como Jorge en Viridiana (1961). La peripecia del rodaje de esta última película en
España y su posterior éxito arrollador en el festival de
cine de Cannes mientras las autoridades españolas renegaban de su
nacionalidad es una de las cumbres esperpénticas de la historia
del cine nacional.
Durante este periodo Rabal entraba a formar parte
del clandestino Partido Comunista de España, y tendría
gran repercusión su adhesión en 1963 al Manifiesto
de los 102 intelectuales dirigido al ministro del Información y
Turismo, Manuel Fraga Iribarne, contra la represión de la huelga
minera en Asturias; sólo otro actor, Fernando Fernán
Gómez, figuraba entre los firmantes. Este hecho generará
una represalia política hacia su labor profesional, que
culminará con un enfrentamiento con el sucesor de Manuel Fraga al
frente del ministerio, Alfredo Sánchez Bella, quien
prohibiría su interpretación como Otelo en el
Teatro Español de Madrid pese al apoyo de intelectuales y
profesionales españoles, incluso en las antípodas
ideológicas de Francisco Rabal, como el dramaturgo José
María Pemán o el director de cine Rafael Gil.
Mientras tanto, su éxito internacional le
lleva a trabajar durante esa misma década con directores tan
importantes como Michelangelo Antonioni, Luchino Visconti, Claude
Chabrol o Jacques Rivette, y podrían haber sido muchos más
de no ser por su incapacidad manifiesta para aprender idiomas. En
España hace papeles protagonistas en películas innovadoras
de directores como Juan Antonio Bardem, Carlos Saura o Jorge Grau ya
que, aunque en determinados círculos políticos se le
tachara como «enemigo de la patria», Rabal tenía un
sentimiento muy español, y le interesaba mucho el progreso del
cine nacional y la posibilidad de que traspasara las aún
reticentes fronteras pirenaicas. Un accidente automovilístico en
diciembre de 1963 le deja una cicatriz en el rostro y secuelas en un
brazo que tardará en curar, pero el apoyo de la profesión
(se debe destacar en este sentido a Armando Moreno y su mujer, Nuria
Espert, que le incorporan como protagonista de su película María
Rosa en cuanto puede empezar a valerse por sí mismo) y su propia
fuerza de voluntad le hacen superar el trance.
El cambio de década trae consigo algunas experiencias cinematográficas que le afectarán negativamente a nivel personal. Su interpretación de El «Ché» Guevara (1968, Paolo Heusch) le granjearía la enemistad de la izquierda latinoamericana, que consideró la película una trivialización capitalista del personaje, pese a que el actor se preocupó de corregir el guión todo lo que le permitieron para que fuera lo más respetuoso posible con el mítico líder revolucionario. Curiosamente, en España se prohibiría por cuestiones ideológicas opuestas. Y su experiencia a principios de los setenta como protagonista de dos películas «vanguardistas» como Cabezas cortadas (1970, Glauber Rocha) y N.P. il segreto (1971, Silvano Agosti), para las que hizo un gran derroche físico, parecen haberle creado una cierta sensación de inseguridad por la catastrófica recepción crítica, ya que a partir de entonces se prestaría a participar en proyectos muy por debajo de su categoría profesional, y su efímero regreso al teatro con Viejos tiempos, de Harold Pinter, en 1974, tampoco le aportó nada positivo. La única buena noticia de aquel año fue el nacimiento de su primer nieto, Liberto Rabal.
Hubo otra buena noticia al año siguiente, la muerte del dictador Franco, pero esto no trajo consigo que en España se empezara a hacer el cine comprometido y revisionista que él esperaba. Los oasis cinematográficos cada vez más aislados los seguía encontrando en el extranjero trabajando a las órdenes de Valerio Zurlini, William Friedkin o Alberto Lattuada, pero a finales de los setenta tocaba fondo anímica y profesionalmente participando en coproducciones internacionales que engendraban cine de subgénero de la peor calidad.
Sería en la España de los
años 80 donde se produjo su renacer artístico. Truhanes
(1983, Miguel Hermoso) es un gran éxito de taquilla, pero el
trabajo de Rabal bajo la dirección de Mario Camus es lo que le
devuelve al primer plano de la profesión. Ya había
participado en su memorable Fortunata y Jacinta (1980)
televisiva y en su adaptación cinematográfica de La
colmena (1982), pero será su interpretación del personaje
de Azarías en Los santos inocentes (1984) lo que se
convierta en un hito de su trayectoria profesional, sin duda el
más importante de esta segunda etapa. Recibe el
premio de interpretación en el Festival de Cannes, y a partir de
ahí encadenará más personajes y recibirá
más premios que harán honor a su talento actoral. En el
imaginario colectivo de esa década brilla con luz propia su
interpretación como Juncal (1988, Jaime de
Armiñán) en televisión, pero hay que destacar su
trabajo cinematográfico con directores como Gonzalo Suárez
y Francisco Regueiro y, ya en los 90, con Pedro Almodóvar y
José Luis Cuerda y, en el plano internacional, con Alain Tanner y
Arturo Ripstein, hasta llegar a su último gran papel
protagonista, el de Goya en Burdeos (1999, Carlos Saura).
Había superado otro accidente de
tráfico en los años ochenta, pero algunos antiguos excesos
perjudiciales para su salud y su actual tratamiento permanente con
corticoides suponían un serio lastre para su vida cotidiana en
sus últimos años. Cuando recoge el premio Goya al mejor
actor a principios del año 2000 ya se aprecian en él unas
dificultades motrices evidentes. Pero la vida, que
había sido su mejor escuela, le tenía preparada una salida
de escena con un guión inmejorable. Cuando el 29 de agosto del
2001 volaba en dirección a Madrid tras recibir un premio de
reconocimiento al conjunto de su carrera cinematográfica en el
Festival de Cine de Montreal, se sintió indispuesto mientras
compartía una copa de champán con su esposa, y en esos
momentos cerró sus ojos para siempre. El avión tuvo que
aterrizar precisamente en Burdeos, la localización ficcional de
su último gran éxito, y allí se le incineró.
Como epílogo memorable, a los dos días tenía lugar
el entierro de sus cenizas bajo un almendro en la pedanía de la
Cuesta del Gos, donde nació, entre versos improvisados recitados
por algunos de los dos mil asistentes, y algún tiempo
después, el casi clandestino traslado de sus restos al cementerio
de Águilas por parte de su esposa e hijo habría hecho
carcajearse ruidosamente a su «tío» Luis
Buñuel.
John D. Sanderson