Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[14]→     —[15]→  

ArribaAbajo Los vocablos de la crisis en el DiHA

Pedro Luis Barcia


La Academia Argentina de Letras coloca en su jardín una piedra blanca, como hacían los latinos para marcar un día fasto. Después de mucho tiempo de trabajo y de desvelos, sale vestido de papel el primer lexicón producido por nuestra Academia, proyecto tantas veces abordado y tantas postergado por las circunstancias desfavorables para una obra de esta índole. El llamado Diccionario del habla de los argentinos es una obra académica de todos, para la cual se fue, por años, aportando materiales para su construcción. Hoy sale editada por el prestigioso sello de Espasa, integrante del Grupo Editorial Planeta. El tomo es un lindo ejemplar de sobria y elegante impresión. Lo ven, ustedes, en esta gigantografía. Pese a su volumen considerable de más de seiscientas páginas, es una obra manual, grata de compulsar. En el largo, casi inextinguible estudio preliminar del volumen: «Los diccionarios del español de la Argentina», expongo con documentación los sucesivos intentos y logros para concretar diccionarios del español argentino a lo largo de un siglo y medio. Esta es la historia que precede a nuestro DiHA. Y en la «Presentación» de la obra, se exponen sus características y peculiaridades. Un académico dijo al sopesar en su diestra la obra con olor a tinta fresca: «Esto es un acontecimiento cultural argentino». Y decía verdad.

Es una obra llamada a ser consultada y revisada en todos los niveles y ámbitos, no solo en el de los especialistas lexicográficos, los universitarios, los profesionales, los docentes, sino también en el del público general, interesado en tomar conciencia del manejo de su habla. Ha sido noticia en más de veinte emisoras radiales de todo el país, en entrevistas que nos han hecho; ha tenido presencia en los principales diarios, con amplitud de espacio, y también en la televisión. Poco después de concurrir a un canal en un par de ocasiones, para presentar la obra y dialogar con los televidentes sobre los vocablos y sus acepciones, se nos convidó a fijar una columna estable en el programa televisivo, tal era el interés despertado por la obra y los   —16→   temas que ella conlleva. Varios sitios de Internet han dado cuenta de la aparición del DiHA, y este acto de lanzamiento está llamado ha ocupar, naturalmente, fragmentos del espacio virtual. Ya se lo verá.

El trabajo ha sido arduo y la labor intensa, pero el fruto es gratificante. Claro, esta es una obra en proceso. Contiene, en esta primera edición, 3280 artículos y 6500 acepciones. Pero ahora nos aguardan otras 1500 voces que ya están en maceración y en lista de espera para su tratamiento por el Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la AAL y la Comisión académica específica.

Hemos abierto una dirección electrónica especial para que los lectores aporten sus observaciones y sugerencias para ampliar y perfeccionar este instrumento de la lengua de todos. El correo electrónico es: diha@aal.universia.com.ar. Una vez más, agradecemos a don Julio Piñero, gerente de UNIVERSIA, quien dio, y continúa haciéndolo, todo su apoyo técnico y asesoramiento para las tareas de la Academia.


Las voces de la crisis en el DiHA

Para dar una muestra de la actualización del DiHA, quisiera considerar algunos vocablos que forman parte del llamado léxico de la crisis. Crisis cuyos coletazos aún nos afectan y cuyas consecuencias padecemos.

El idioma es, se sabe, un reflejo de la sociedad que lo habla y lo escribe. Cabe preguntarse cómo afectan los problemas que vivimos a la lengua con que nos expresamos. Es verdad que la lengua de un pueblo está siempre a la altura de las circunstancias, en el sentido que sigue y acompaña las realidades de la hora. Nuevas situaciones promueven nuevas voces. Lo inédito o lo insólito genera neologismos, bien se trate de nuevos vocablos o de nuevas acepciones para viejas palabras.

No cabría afirmar con plenitud -pero algo de ello hay- que las crisis humanas generan creatividad lingüística, porque va a aparecer algún lingüista, entusiasta y despistado, promoviendo y dando alas a las crisis para disponer de nuevos materiales de estudio. La tensión que se vive con nuevas experiencias incita a la búsqueda y al hallazgo lingüístico, a las voces y a los modismos reveladores de esa novedad.

Cabe recordar, por ejemplo, que, por excesivo celo político, el gobierno patrio de la flamante nación independiente prohibió por decreto usar los vocablos pejerrey y caballo reyuno por contener estas   —17→   palabras el nombre de una autoridad correspondiente a una forma de gobierno de la que abjurábamos. No obstante el decreto, parece que los argentinos de entonces, ya anómicos por inclinación nativa, hicieron lo que se les dio la real gana.

Sufrimos un salvaje y despiadado ajuste económico, hecho de devaluación, pesificación y despojo bancario. Esa apretura se manifestó y manifiesta en un haz de voces asociadas a las crueles realidades económicas. En primer lugar, cabe señalar que el veterano grecismo crisis, de antigua data en español, y que ha sido de vida polisemántica activa, con el significado de cambio, punto culminante de un proceso, crecimiento, enjuiciamiento, no figura en nuestro DiHA, pues es voz de uso general del español y, no, de manejo nacional. Crisis es el vocablo que imanta todo un campo semántico y que genera una activa red léxica, es la voz madre de todas las que hacen constelación en torno a este eje fatídico. Intentemos algunas distinciones en ese campo léxico.

Primero, están las palabras de uso permanente entre nosotros, que el hablante no deja caer de sus labios, con lo que se afirma la vigencia de las realidades que mentan. Son vocablos que aluden a hechos o acciones endémicas, para mal de todos. Veamos algunos ejemplos. Afanar es una vieja palabra de estirpe peninsular, de uso vulgar. Pero el DiHA la registra con tres nuevas acepciones no presentes en el DRAE: 1) «En competencias deportivas, vencer holgadamente uno de los competidores, debido a su manifiesta superioridad». Es de uso dominguero. 2) «Dicho de quienes evalúan o arbitran, negar un premio o beneficio merecido». Operación atribuida a jurados literarios y a los árbitros de fútbol. Y 3) «Cobrar excesivamente un producto o servicio», según un inveterado procedimiento argentino. Sí, es propiamente nuestra la voz afano, para robo y para las tres acepciones señaladas antes.

Chorro es un vetusto argentinismo, hoy de uso coloquial. El argentino conjuga el verbo chorrear con alguna variante, como choriar. Son parte de nuestra habla cotidiana. Invariantes argentinas.

Frente al afano se esfuerza el ahorrista, palabra que no es de uso peninsular y que compartimos con otros países hispanoamericanos, como Cuba, el Uruguay y el Ecuador.

Un segundo grupo de vocablos son las voces recurrentes o volvedoras, que desaparecen de la vista, sumergidas en un aparente olvido, y luego resurgen al tiempo con nuevo brío, como las aguas del   —18→   Guadiana. En nuestros días, el mejor ejemplo es arbolito. Surgida en la década del ochenta, con el mercado paralelo de dólares, desapareció con la llamada estabilidad. Reinstalada la inestabilidad económica, salta al ruedo con vitalidad el hombre y la palabra que lo nomina. Son así llamados porque están plantados al borde de la vereda ofreciendo a los pasantes los beneficios de su follaje verde (los dólares a cambio mejorado, respecto de las agencias oficiales). No es una palabra ecológica, precisamente. La voz arbolito durmió casi veinte años, y el beso de un ministro de economía, en 2001, la despabiló. En rigor, no es una voz belladurmiente, sino brujamortecida, pues cuando despierta es señal de desgracia económica.

También es recurrente la expresión bicicleta financiera, que de una crisis a otra volvió a reflotar. Pero aún sigue pedaleando, con piñón fijo, entre las mil quinientas voces que aguardan pasar por la aduana de la Comisión del Habla de los Argentinos.

Dolarizar es un verbo que no es de uso peninsular hispánico, pero sí, ya está impuesto en países hispanoamericanos que han padecido el fenómeno de adopción de la moneda estadounidense como patrón de su economía: Panamá, Costa Rica y Guatemala. Ahora, la Argentina. Esta gradual inclusión marca el proceso histórico político y económico de Hispanoamérica.

Un tercer grupo lo constituyen los vocablos o las acepciones neológicas. Dejemos de lado los nombres de los bonos y de las monedas provinciales que la crisis generó (bocón -desconfiable por charlatán y mentiroso-, federal, patacón -que supo ser en nuestra historia decimonónica moneda fuerte de plata, venida hoy a menos-, huarpe, lecop, bocanfor -que más que el nombre de la moneda ocasional de Formosa, parece el sitio de nacimiento de un caballero andante-, y compañía) porque, según el dicho español acriollado, son «pan para hoy y hambre para mañana», lexicográfica y económicamente hablando.

El DiHA incorpora cacelorazo: «Manifestación colectiva en la que se hacen sonar cacerolas como signo de protesta (cacerolada)». La palabra incluida entre paréntesis en el artículo, cacerolada, indica, según las convenciones de nuestro lexicón, que es el sinónimo usado en España. El particular ritual público de protesta con cacerolas fue iniciado por las amas de casa chilenas, en la década del setenta, bajo el gobierno del presidente Salvador Allende, por el desabastecimiento de productos elementales para la subsistencia familiar en ese país. En el   —19→   Diccionario académico (2001), figura caceroleo, que es la forma coloquial chilena y uruguaya para la protesta mediante el golpe de cacerolas (cencerrada de cacerolas, dice la Academia). El sufijo -azo vale como golpe con. Gráficamente, representa el gesto de golpear la cacerola, no con la cacerola. Al ser golpeado el utensilio para preparar la comida, suena delatando que está vacío, que no hay nada en él, que no habrá alimento. Se trata de toda una liturgia que va creciendo gradualmente, con un par de personas que golpetean y otras que se les suman, hasta terminar en un ruido ensordecedor. Dada la frecuencia que estas manifestaciones cobraron hacia fines de 2001 en la Argentina, el ingenio nacional se aguzó: se fabricó un adminículo que se manejaba con una sola mano, y no con las dos, como obligaba el batir las cacerolas, que consistía en una tapa de olla y un percutor o batiente que golpeaba en ella. Se vendía en algunas manifestaciones para facilitar la participación. El hambre agudiza el ingenio. La forma de protesta pasó de Chile a nuestro país; aquí troquelamos la palabra cacerolazo y desde aquí exportamos la peculiar forma de protesta y la palabra al Uruguay y al Paraguay, como pudimos verificar por la lectura de los periódicos de estos dos países hermanos, a comienzos de 2002. Dentro de las limitaciones económicas que sufríamos, alcanzamos, al menos, a exportar algo2.

La más infame de las voces impuestas en esta etapa crítica fue corralito. Lamentablemente, no alcanzó a ser incluida en el Diccionario, que debimos entregar en marzo de 2002 a la imprenta. Se nos quedó en las filas de la reserva para la segunda edición. En su uso común, define al pequeño cerco de madera dentro del cual se coloca al niño pequeño, que aún no camina, para contenerlo y librarlo de peligros a los que puede llevarlo el gatear libremente. El ministro que bautizó su medida como corralito, para nombrar la limitación impuesta en la disposición libre de nuestros depósitos y salarios, apelaba a las connotaciones que el vocablo conlleva, a recuerdos de infancia,   —20→   donde la madre, preocupada por su criatura, la protege de los extravíos. El diminutivo acentúa lo afectivo y atenúa el peso contundente de la arbitraria medida. Disimula el carácter inconsulto y totalitario de la medida económica. Digo que la nominación es infamante porque, en la analogía, trata a los ahorristas de infantes, de personas que no saben ni deben disponer de sus movimientos de por sí, sin riesgo para ellos mismos. Por lo demás, supone un uso ocultador y perversamente invertido respecto de la protección que sugería. En rigor, era la protección de los bancos y de las finanzas del Estado lo que protegía, y no a los burlados ahorristas. Una vez más en nuestra historia política, el Estado ejerce una falaz forma de potestad protectora respecto de los bienes de los ciudadanos.

Otro de los vocablos de la crisis es escrache: «Denuncia popular en contra de personas acusadas de violar los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos», define nuestro DiHA. El vocablo nace, posiblemente, del cruce de dos voces ya aquerenciadas en el uso del habla argentina: escracho y escrachar. Escracho es voz -quizá, de origen cruzado de dialectos italianos y argot3 -, aclimatada entre nosotros, desde el uso lunfardo, significó: «fotografía de una persona». Además, aplicado a esta y a actos de esta, supone tres cosas: 1. «Cara, rostro, particularmente en situaciones de reconocimiento policial». 2. «Persona fea» (en esto el DiHA amplió, con criterio políticamente correcto, la acepción a persona, hombre o mujer, pues en varios diccionarios previos a él, se refieren solo a mujer o mina). 3. «Estafa». En cuanto a escrachar, tiene dos acepciones, incluidas en el DRAE como propias de la Argentina y el Uruguay: 1. «Fotografiar a una persona». 2. «Romper, destruir, aplastar».

El vocablo escrache, aun no incluido en el DRAE como argentinismo, ni en otros diccionarios de la región rioplatense, cruza y combina varias de las acepciones de dichas palabras: en el acto del escrache, se identifica al escrachado mediante fotografías de él, que se exhiben (fotografiar) y, mediante el acto agresivo de denuncia, destrozan o rompen, hacen trizas la falsa honra del objeto de condena.   —21→   Mediante la identificación del sujeto por su foto y por el domicilio, se lo pone en evidencia y se lo escarnece.

En cuanto a piquete y piquetero se imponen algunas precisiones. Piquete es voz común del español. El DRAE lo registra en una de sus acepciones: 5. «Pequeño grupo de personas que exhibe pancartas con lemas, consignas políticas, peticiones, etc.». 6. «Grupo de personas que, pacífica o violentamente, intenta imponer o mantener una consigna de huelga». En cambio, en Entre Ríos, la voz piquete tiene otra acepción: armar piquete vale como armar juerga, animar el ambiente, generar diversión. Cuando la cosa pasa a mayores, la diversión se la llama cachiquengue. Ninguna de estas dos voces, de uso cotidiano en mi provincia natal, han sido incluidas, aún, en el DiHA, pues en la Comisión del Habla de los Argentinos, que presido, se me acusa de inventar un «dialecto entrerriano», lo que hace sospechables mis testimonios. Dios proveerá documentos y probanzas, y salvaré mi honra como hablante nativo de la provincia que, como dice nuestro poeta y académico: «un fresco abrazo de aguas la nombra para siempre».

En nuestros días, la acepción de piquete se especifica en la protesta: es aquella manifestación pública que se aplica, particularmente, a cortar la circulación de rutas, puentes o avenidas, y genera con ello graves efectos en la circulación, a la vez que el acto quiebra la garantía constitucional de libertad de circulación por rutas y avenidas del país. El piquete actúa, específicamente, en la operación de cierre de avenida, puente o ruta.

En cuanto a piquetero, no figura en la lengua general española, sí, en el habla de los argentinos. En el DRAE alude solo al «muchacho que llevaba de una parte a otra las piquetas a los trabajadores de las minas». Hoy y entre nosotros, piquetero es quien participa en los actos de manifestación pública, con habitual interrupción de autopistas, calles o vías de circulación.

Quedan en el cajón lexicográfico -que suele ser de sastre- varias voces hijas de la crisis, de las cuales algunas, lamentablemente, como los parientes no queridos, han venido para quedarse. Lo deseable, para la salud económica y espiritual de los argentinos, es que, dentro de unos años, a la hora de la décima edición renovada y aumentada de nuestro DiHA, podamos colocarles a estas voces la marca de desusada y, andado   —22→   el tiempo, «arcaísmo», porque al desaparecer las realidades que ellas bautizaban no tendrán esas voces vigencia en el habla cotidiana.

Nuestro esfuerzo lexicográfico en la Academia es que el DiHA, en sucesivas ediciones vaya desmintiendo la frase de aquel simpático personaje del cuento «Goyito, tirador de pecho» (de A traque barraque), del maestro don Alonso Zamora Vicente, que comentaba de un diccionario afamado: «Dice que trae todo lo que no dice nadie».